La leyenda del Cid: 116

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La leyenda del Cid

XV[editar]

I[editar]

EL Rey don Alfonso Sexto
que a Ruy Díaz desterró
o como Rey ofendido
de la jura por rencor;
o a influjo de doña Urraca
que le amó y le aborreció:
o porque hacía al Rey sombra
hombre que, al Rey superior
mostrarse osaba, pidiéndole
descargos de un hecho atroz;
o por envidia de ruines;
o de Estado por razón;
al cabo de veintiún años
o porque el tiempo aplacó
su encono: o por comprender
que era exceso de rigor:
o en la buena fe del Cid
por sincera convicción:
o atendiendo a sus hazañas,
o porque tanto creció
en el favor de sus pueblos
que de él tuvo el Rey temor:
o porque, por sí tomando
de sus hijas el baldón
como su padrino, hizo
uno de ambos el honor:
o, en fin, por razón de Estado
que es razón de contra y pro,
por lo pasado dió al Cid
completa satisfacción,
liberal recompensando
su lealtad y valor:
y el Rey don Alfonso Sexto
que al Cid con él igualó,
más fuerte que desterrándole
fué otorgándole perdón.
El Rey don Alfonso Sexto
al Cid identificó
con su raza real, en ella
dando a sus hijas padrón.
Después de la lid, llevólas
a su alcázar, y las dió
en él de infantas el trato
y la regia estimación;
mientras sus segundas nupcias
cual padrino de las dos
trataba con los infantes
de Navarra y Aragón.
En fin, cuando se efectuaron,
él mismo las entregó
en la frontera a los príncipes
con tan regia ostentación,
tan cargadas de regalos,
que ir no pudieran mejor
a ser de veras sus hijas
doña Elvira y doña Sol.
Quedó satisfecho el Cid
y en Valencia se quedó
con Jimena, de su estado
como Rey en posesión.

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Cuarenta años han pasado
desde que el Cid Campeador
a campear contra los moros
por primera vez salió.
Su nombre dió a su centuria
y aun a tiempo posterior
de tiempos del Cid el título,
de fe y de gloria expresión.
Su nombre hasta hoy desde entonces
es símbolo del honor,
de la fe y la lealtad,
a los que nunca faltó.
Su vida fué ejemplo heroico
de incontrastable tesón
en pro y sostén de lo que él
derecho y deber juzgó.
Opuesto a toda extranjera
inútil innovación,
que a establecer propendiese
derecho contra el honor,
el fuero o la independencia
de su patria, rehusó
a las prodigalidades
del Rey Alfonso sanción.
Pero aunque a extraños hacérselas
desatinado le vió,
el desdén y los peligros
dándole a él por galardón,
impertérrito en su fe.
sin envidia y sin rencor,
a su Rey, su fe y su patria
su existencia consagró.
Desterrado de Castilla,
la calumnia, la traición
y la envidia le mordieron
sin piedad: mas su valor,
su lealtad, su constancia,
su honda fe y noble tesón,
a la envidia amordazaron,
a la calumnia feroz
arrancaron la vil lengua;
y alma y pura como el sol,
basada en su prez, su gloria
a la fin resplandeció.
Su vida fué ejemplo heroico,
modelo sin par hasta hoy
del caballero cristiano
y del hidalgo español.
Mucha gloria dió a Castilla:
tres Reyes de esta nación
debieron a sus victorias
de su reino lo mejor.
Fiel cristiano y buen creyente,
con fe y sin superstición,
al atraso de su siglo
su instinto se adelantó.
Creyente, pero no crédulo,
cristiano, pero español,
de África, Alemania y Roma
a Castilla emancipó.
Lidió con la cruz al pecho
por su patria y por su Dios,
la avaricia rechazando
bajo faz de religión.
Sobre arábigas mezquitas
muchos templos levantó,
de los Papas en Castilla
rechazando la intrusión;
y entre Cristo y los Pontífices,
con instinto superior
a su tiempo y a los nuestros,
hacer supo distinción.

El Rey don Alfonso Sexto
fué quien más contribuyó
con su esquivez a ganarle
de sus pueblos el favor.
Con los árabes veinte años
en trato o lid le dejó,
y tuviéronle los árabes
miedo y consideración.
Alejado de los suyos,
con los árabes trabó
relaciones que templaron
su cristiana exaltación:
y puesto entre las dos razas,
lo bueno en él se fundió
del espíritu de una
y otra civilización;
y aunque en la guerra a los moros
como a lobos acosó,
en la paz les puso de hombres
en la noble condición;
y adalid tan alentado
cual sagaz negociador,
ante sí sembró el espanto,
tras de sí la estimación.
El leal de los leales,
de los grandes el mayor,
el mejor entre los buenos,
el sin par mientras vivió,
tuvo huestes como Rey,
de señores fué señor,
tuvo Reyes por vasallos;
y al campear con su pendón
y su hueste por España,
la victoria le siguió
de cristianos y de moros
con igual admiración.
Venció siempre: y los vencidos
le acataron sin rencor,
porque dió fin de los bárbaros
y a los vencidos perdón.
Fué buen hijo, fué buen padre;
y a la esposa que eligió
guardó siempre alto decoro,
casta fe y leal amor.
A ella el suyo de su padre
la cabeza le costó:
y él la dió por su cabeza
todo entero el corazón.

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Cuarenta años han pasado
desde aquella hazaña atroz,
y cuarenta de cariño
de ella han hecho expiación.
Mas son muchos cuarenta años,
arrostrados al rigor
de fatigas sin reposo
como el Cid los arrostró.
Son un siglo cuarenta años
de vivir ojo avizor
en lid, más que con los moros,
con la envidia y la traición!
Cuarenta años que ha vivido
por Castilla campeador,
por las noches al sereno,
por el día al viento y sol,
consumido han de su cuerpo
la sustancia y el vigor;
y su barba ha encanecido,
y su testa encalveció,
y sus ojos se han nublado,
y su piel curtió el sudor,
y sus miembros ya están rígidos,
y su carne enflaqueció:
y sus hombros se curvaron
bajo el peso abrumador
del arnés, con que en los campos
a caballo trasnochó.
Aun conserva su alma entera
de su espíritu el valor;
pero el Cid no es más que un hombre
y los hombres tierra son:
y la tierra es polvo que hizo
de la nada el Criador,
y el polvo debe a la nada
volver de donde salió.

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Y el Cid un día de junio
teniendo abierto el balcón,
dijo a Fáñez: «—Tengo frío—»
y apretaba ya el calor.
A la faz desencajada
Ahar Fáñez le miró,
y le dijo: «—Primo, acuéstate
si estás mal. — Será mejor,
dijo el Cid febril temblando,
porque en verdad malo estoy
y por vez primera el lecho
menester hé», — y se acostó.

Su buena esposa Jimena,
a pesar de la estación,
con una piel de bisonte,
don del Persa, le abrigó.
Salióse Alvar de la cámara,
y al salir al corredor,
apresurado Bermudo
al encuentro le salió;
y sin darle tiempo a que él
le preguntara, — Señor,
le dijo, los moros vuelven;
avisad al Cid. — Hoy no.
— ¿Por qué? — Porque fuera sólo
doblar su peligro: Dios
le envía hoy para que lidie
algo que el moro peor.
— ¿Con quién lidia? — Con la fiebre,
que es la que rinde al león.
— Pasará como la de éste.
— El que una jamás sufrió
corre riesgo en la primera:
por si acaso y mientras voy
por los médicos para él,
en armas la hueste pon.



Introducción: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII; Capítulo I: I - II - III - IV - V - VI; Capítulo II: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX; Capítulo III: I - II - III - IV - V - VI - VII VIII; Capítulo IV: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X - XI - XII - XIII; Capítulo V: I - II - III - IV - V - VI - VII; Capítulo VI: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII; Capítulo VII: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII; Capítulo VIII: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX; Capítulo IX: I - II - III - IV - V; Capítulo X: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X - XI - XII; Capítulo XI: I - II - III - IV - V - VI - VII; Capítulo XII: I - II - III - IV - V - VI - VII; Capítulo XIII: I - II - III - IV; Capítulo XIV: I - II - III - IV; Capítulo XV: I - II - III - IV;