La leyenda del Cid: 56

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La leyenda del Cid de José Zorrilla
La leyenda del Cid

VI[editar]

V[editar]


Don García era un gran loco:
un poco menos de incuria
en su educación, y un padre
vivo hasta edad más madura,
hubieran de él hecho un hombre
bueno en aquella centuria,
en la cual con fe y sin miedo
nadie hizo mala figura.
Mas niño aún cuando el Rey
su padre bajo a la tumba,
fué Rey antes de ser hombre:
fermentó la levadura
de Adán en su alma muy pronto;
y, en libertad absoluta,
se corrompió al mal contacto
de almas viles ya corruptas.
Así cayó de repente
en abyección tan profunda,
que historia no hay ni leyenda
que le abone, ni le encubra.

Con trescientos caballeros
fieles en su empresa última,
a moros fué y a cristianos
amparo a pedir y ayuda.
Nadie quiso darle oídos:
y abandonado a su angustia,
de cristianos y de moros
llamó a sí toda la chusma.
Cuantos por odio o temor
a don Sancho, o a una justa
ley o venganza, llevaban
una vida vagabunda,
se le juntaron, resueltos
con él a probar fortuna,
del botín con la esperanza,
o por no tener ninguna.
Rompió por sus propias tierras
con aquella osada turba,
que creció como un incendio
que un viento furioso impulsa.
Sus pueblos de Lusitania,
sorprendidos por la suma
rapidez y el despechado
arranque de sus columnas
de aventureros, volvieron
a su poder; y confusas
ante su vuelta las gentes
se le prosternaron mudas.

A quien la suerte sonríe
amigos se le acumulan:
en torno de don García
ya hueste grande se agrupa.
Don Sancho se le vió encima
cuando le creía en fuga,
y acudió a apagar la chispa
antes de que a hoguera suba.
Junto a Santarén hallóles;
y con sus huestes, ya duras
por tres campañas, sobre ellos
dió como halcón sobre grullas.
La embestida fué tremenda,
la pelea furibunda:
los de don García lidian
con desesperada furia;
los de don Sancho con orden
cual gente en lides más ducha;
y aunque avanzan, la victoria
es difícil e insegura.
Topó el Cid con don García;
y entrando con él en lucha,
el Cid le asió y del caballo
le arrancó por la cintura.
A prenderle o a librarle
unos y otros se apresuran;
y a salvarle o a cogerle
no hay valiente que no acuda.
Mas hace el Cid tal estrado
con la tizona que empuña,
que los de García rotos
a libertarle renuncian.
Triunfó por el Cid don Sancho;
y por buena compostura
a don García encerraron
en el castillo de Luna.

Un año hace que don Sancho
va de coronas en busca,
y al cumplirse el año, en junio,
recogía la segunda.


Introducción: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII; Capítulo I: I - II - III - IV - V - VI; Capítulo II: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX; Capítulo III: I - II - III - IV - V - VI - VII VIII; Capítulo IV: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X - XI - XII - XIII; Capítulo V: I - II - III - IV - V - VI - VII; Capítulo VI: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII; Capítulo VII: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII; Capítulo VIII: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX; Capítulo IX: I - II - III - IV - V; Capítulo X: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X - XI - XII; Capítulo XI: I - II - III - IV - V - VI - VII; Capítulo XII: I - II - III - IV - V - VI - VII; Capítulo XIII: I - II - III - IV; Capítulo XIV: I - II - III - IV; Capítulo XV: I - II - III - IV;