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La leyenda del Cid: 43

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La leyenda del Cid

IV

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XII

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Con que, firmadas las paces
y ensanchadas sus fronteras,
a sombra de sus banderas
el Rey recogió sus haces:

Y a los reyes de Sevilla,
Córdoba, Murcia y Toledo,
impuesto tributo y miedo
volvióse en triunfo a Castilla.

Mas en su vuelta triunfal,
de él y su gloria mundana
triunfó la flaqueza humana
con enfermedad mortal.

Cuando vencedor volvía
del aragonés y el moro,
soñó que San Isidoro
de su muerte le advertía:

Y confirmó su visión
el mal que le sobrevino
en la mitad del camino
desde Coimbra a León.

Entró en aquella ciudad
en litera conducido,
de fiebre mortal cogido,
el día de Navidad.

Y aunque en lecho no se puso
porque morir en pie quiso,
morir vio que era preciso
y a morir bien se dispuso.

Se hizo a la iglesia llevar;
oyó misa y comulgó,
la corona se quitó
y exclamó vuelto al altar;

«Dios creador y sostén
del mundo, en él todo es tuyo:
cuanto hube te restituyo.
¡Clemencia de mi alma ten!»

Y delante del altar
sobre ceniza tendido,
quitóse el regio vestido
y se mandó amortajar.

Rey bueno, de juicio sano,
gran fe y corazón sincero,
vivió como caballero
y murió como cristiano.

Pero hizo un mal testamento,
lo que afanes muy prolijos
juntar costó, entre sus hijos
dividiendo en un momento.

Partió el reino en cinco trozos
y cuando se los legó
discordia en ellos dejó
sembrada a sus hijos mozos.

En vano a tiempo le dijo
el buen viejo Arias Gonzalo
que aquel testamento malo
no iba bien a ningún hijo.

El Rey, por Rey, o por viejo,
o por paternal amor,
juzgando el suyo mejor
no oyó de Arias el consejo:

y preparóse a morir
dejando obcecado a España
hecha campo de cizaña
que acizañó el porvenir.

Rey grande y conquistador,
de su patrimonio estrecho
un gran reino había hecho,
de día en día mayor;

y fuerte por la unidad,
libre por su independencia,
le echó al fin de su existencia
en mayor debilidad.

¡Tal es el hombre mejor!
En el que más ve y más sabe,
montón de polvo, no cabe
más que falacia o error.

Creen los Reyes que su Estado
es hacienda propia suya
que es justo que distribuya
cada Rey según su agrado:

y por este error fatal,
cual capa vieja y raída
con cien remiendos zurcida
de su color cada cual,

vivió reyezuelo tanto
la España en hombros trayendo,
cada cual de su remiendo
aspirando a hacer un manto.

¡Errores de cada edad!
por un viejo error muy sendo
tiene aún España un remiendo
de muy mala calidad:

y hoy al contemplar su mapa
hay quien dice al ver su trazo:
¡qué lástima de retazo
cortado a tan buena capa!


Introducción: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII; Capítulo I: I - II - III - IV - V - VI; Capítulo II: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX; Capítulo III: I - II - III - IV - V - VI - VII VIII; Capítulo IV: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X - XI - XII - XIII; Capítulo V: I - II - III - IV - V - VI - VII; Capítulo VI: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII; Capítulo VII: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII; Capítulo VIII: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX; Capítulo IX: I - II - III - IV - V; Capítulo X: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X - XI - XII; Capítulo XI: I - II - III - IV - V - VI - VII; Capítulo XII: I - II - III - IV - V - VI - VII; Capítulo XIII: I - II - III - IV; Capítulo XIV: I - II - III - IV; Capítulo XV: I - II - III - IV;