La leyenda del Cid: 24

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La leyenda del Cid de José Zorrilla
La leyenda del Cid

III[editar]

I[editar]

Cinco meses han pasado:
Rodrigo Díaz no vuelve,
y han pasado cinco siglos
en aquellos cinco meses.
Cinco meses de ventura
se pasan rápidamente;
mas estos son de desdichas
y cinco siglos parecen.
Cinco meses de esperar
lo que anhela y no sucede,
a cualquier hombre apesaran
y a cualquier pueblo entristecen.

Todos a Rodrigo esperan:
Laínez para volverle
a sus brazos, y volver
al ser y a la vida viéndole:
el Rey para castigarle,
Sancho para protegerle,
para vengarse Jimena
y de él por saber la gente.
Porque la gente de España
de Dios el instinto tiene
de conocer y estimar
al que estimación merece:
y la cabala, la crítica,
la envidia y la mala suerte,
del pueblo en vano a los ojos
al que algo vale oscurecen,
rebajan, desacreditan,
calumnian, roen y muerden:
el pueblo quién vale sabe,
y el pueblo a quien vale quiere.

Rodrigo ha salido al mundo
con un hecho tan valiente,
que el buen pueblo castellano
lo que ha de valer prevee;
y a más, el pueblo en secreto
al mozo audaz agradece
el bote con que ha tendido
a un favorito insolente;
porque el pueblo de Castilla
siempre ha querido a sus reyes,
pero siempre ha detestado
a los que su alma pervierten.

Castilla, desde los tiempos
de sus condes y sus jueces,
aborreció a los validos
que no valen lo que obtienen.
He aquí porqué por Rodrigo
Burgos todo está impaciente,
y cinco meses de ausencia
cinco siglos le parecen.
La verdad es que estos cinco
no es extraño que le pesen,
por las desventuras nuevas
en que al transcurrir le envuelven.

El rey Fernando, de genio
atrevido y diligente,
con pactos y con victorias
se había hecho grande y fuerte;
y recibiendo homenaje
y parias de árabes jeques
y de príncipes cristianos
que se titulaban reyes,
había tomado, al estilo
de Alemania y del Oriente,
título de Emperador:
lo que a la Alemania ofende.
Como cuando en varias marcas
partida y de Europa jefe
Carlo Magno, le fué alguna
en España dependiente,
el Emperador Enrique
hoy presuntuoso, pretende
que el nombre de emperador
el rey D. Fernando deje,
y Castilla tributaria
de Alemania se confiese:
lo que rebaja a Castilla
que es altiva y serlo debe.

De tal pretensión reírse
pudiera bien, si no fuese
porque el Papa en el asunto
por el alemán se mete.
Es alemán el Pontífice;
por donde naturalmente
del emperador Enrique
la demanda favorece.

De Florencia en un concilio
se acordó que incontinenti
se enviara un Nuncio a Fernando
que a lo tal le compeliese;
que pusiera en entredicho
sus reinos, si resistiere,
excomulgando a sus pueblos
como a salvajes y herejes.
Achaque ha sido en política
a la de Roma inherente,
sacar a Dios en demanda
de mundanos intereses.
Siempre ha sido nuestro pueblo
castellano, buen creyente,
buen católico romano
y hasta fanático a veces;
pero nunca se ha avenido
con que vengan a imponerle
cadena de servidumbre
que a extranjeros le sujete.
Llegó el enviado apostólico
a Burgos; muy reverente
le recibió el Rey, y el Nuncio
le mostró mucho copete.
Temblaron los timoratos,
se ofendieron los prudentes,
indignáronse los nobles:
y en la cuestión ingiriéndose
los inquietos y los díscolos,
dieron cara los valientes
y empezó a arremolinarse
en pro y en contra la plebe.

El Rey que, entre su creencia
y su dignidad, se siente
entre la espada y el muro,
juntar las Cortes resuelve.
Insta el Nuncio: el Rey insiste
en que por sí obrar no puede
sin las Cortes, que en Castilla
son no más las que hacen leyes;
y el Rey y el Nuncio tomando
los días conforme vienen,
van haciéndose uno a otro
apechar con su corriente.

Las Cortes están ya juntas;
con ceremonia solemne
las abrió el rey D. Fernando
el último de setiembre.
El Nuncio ha exhibido ante ellas
las credenciales, los breves,
y las letras que acreditan
por el Papa sus poderes.
Los juristas y los teólogos
les han dado muchas veces
muchas vueltas y revueltas,
una falta por cogerles:
mas no es hombre el italiano
que entre las redes se enrede
sin estar antes seguro
de poder romper las redes;
y por más que entre argumentos
le vuelven y le revuelven,
él nada siempre a flor de agua
y vence si no convence.
Los prelados y los próceres,
discusión abierta tienen,
y los hidalgos y el pueblo
dan sobre ella pareceres.
Unos, temiendo al Pontífice,
que les excomulgue temen;
otros no temiendo a nadie
que les subyugue no quieren.

Unos dicen que a la Iglesia
debe todo posponerse;
otros dicen que la honra
ni la libertad, no deben.
Los unos dicen que el Nuncio
a arreglarlo todo viene:
los otros dicen que vino
en casa ajena a meterse,
y que en vez de meter orden
cizaña en Castilla mete;
que bien San Pedro está en Roma,
que allá es mejor que le dejen;
y en fin, que el juego va a oros,
mas que como a espadas se eche,
entre San Pedro y Santiago
aquéllas están por éste.

Los árabes que son linces
y que ven que se entretienen
los infanzones de espada
en argucias de arciprestes,
asieron de sus gumías,
y a lomos de sus corceles
entraron por la Rioja
merodeando impunemente.
Aprieta el Rey a las Cortes
para que pronto decreten;
y apretado por el Papa
deja que el moro le apriete.
El Nuncio en nombre de Dios
a más cada vez se atreve,
y según él crece en bríos
del Rey el aprieto crece.
Si el Nuncio el nombre de Dios
por escudo no trajese,
ya el Rey le hubiera arrojado
por un balcón bravamente;
mas el Rey, que echara a Enrique
a la faz su guantelete,
la sobrepelliz del Nuncio
a arrufar no se resuelve:
y así los moros avanzan,
y los pueblos se revuelven
y las Cortes deliberan
y el tiempo y la honra se pierden.

He aquí cómo están pasando,
mientras Rodrigo está ausente,
los cinco meses que a todos
cinco siglos les parecen.

.............................

Y esos cinco meses ha
que en su castillo Jimena
anda a vueltas con su pena,
y vueltas a su amor da.

Todos los días previene
que a su vuelta estén atentos,
y todos sus pensamientos
están puestos en si viene.

Palabra le ha dado el Rey,
de hacer justicia en su amante,
y está espiando el instante
para echar sobre él la ley.

Hasta obtener su castillo
ni reposa, ni sosiega.
¡Ay! y como nunca llega
no piensa más que en Rodrigo.

¿Mas quién sonda los arcanos
del humano corazón,
si enigmas vivientes son
los corazones humanos?

Siente aquél pasión extraña
por lo de que el ser ignora;
cree éste que odia lo que adora,
y éste como aquél se engaña.

Jimena a Rodrigo amó;
pero ¿habrá quien pueda amar
a quien fué impío a matar
al padre que le engendró?

¡Y al suyo mató Rodrigo!
Comprende muy bien Jimena,
que en lid y por causa buena,
de afrenta atroz en castigo:

con razón le mató aquél;
cruel fué, vive Dios, la afrenta;
¿mas por tener ésta en cuenta
es su pena menos cruel ?

Dos hombres no más tenía
en el mundo a quien amar:
y a los dos el de Vivar
se los mató el mismo día.

Si al uno matara Dios,
el otro, al fin, la quedara;
mas ¿cómo volver la cara
al que queda de los dos?

De la vida en el camino
tiene de hoy más que ir perdida,
mirando cómo se olvida
del muerto y de su asesino;

lo qué imposible va a ser,
porque en pro del matador
aboga en su alma el amor
y en pro del muerto el deber.

Cuando de ella el Rey exija
poniéndosele delante
del matador y el amante
que uno de los dos elija,

ya absuelva a Rodrigo el Rey,
ya le condene a morir,
a ella siempre la ha de herir
en su honra o su amor la ley:

y sin saber qué resuelva,
de dudas en un abismo,
pide a Dios a un tiempo mismo
que vuelva pronto y no vuelva.

Él con razón le mató
del fuero de la honra a juicio;
mas aunque falle propicio
por él el mundo, ella no:

y en cuanto vuelva ha de ir
a cumplir con su deber,
y el Rey justicia ha de hacer,
y el que mató ha de morir.

Mas luego que muera él
y ella sin ambos se quede
sola en el mundo, ¿ser puede
su soledad menos cruel?

Así cinco meses ha
que en su castillo limeña,
anda a vueltas con su pena
y vueltas a su amor da.

Mas ¿quién sonda los arcanos
del humano corazón,
si enigmas vivientes son
los corazones humanos?

Los de don Diego y Jimena
cinco meses ha que a Dios
se encomiendan, y los dos
por causa igual e igual pena,

Al Rey cinco meses ha
que el buen Laínez no vió:
porque por su hijo abogó
tal vez ofendido está.

Mas poco a don Diego importa
que el Rey le mire o no amigo;
no teniendo ya a Rodrigo,
¿su favor qué le reporta?

Por su hijo iba él a la corte;
si a su hijo no ha de servir,
el ir a ella o no ir
no alcanza lo que le importe.

A veces su situación
sonda empero su buen juicio,
y de su hijo el sacrificio
le echa en cara su razón.

Con su padre por cumplir
él al conde fué a matar
y por ello fué a buscar
campo bueno en que morir.

Contra su honra se levanta
su conciencia y le remuerde;
si por ella a su hijo pierde
con vengarse ¿qué adelanta?

El cumplió su obligación,
pero al cumplirla le dijo:
«No exijais a vuestro hijo
»que no tenga corazón.»

Y si en el de una mujer
cifró su hijo su esperanza,
sólo logró su venganza,
cuatro víctimas hacer:

el a quien su hijo mató,
su hija que infeliz ser debe,
él que ha de morir en breve,
y el hijo a quien él perdió.

¿Pero si Dios a Vivar
triunfante a Rodrigo trae?
No, que en manos del Rey cae
que a Jimena ha de vengar.

Y él tal vez de su pasión
con el poder obtuviera
no venganza más entera,
mas mejor satisfacción.

Sin saber lo que resuelva
de dudas en tal abismo
pide a Dios a un tiempo mismo
que vuelva su hijo y no vuelva.

Y así cinco meses ha
que oculto en Vivar D. Diego
dando vueltas sin sosiego
a su pensamiento está.

.............................

Era la mañana fría
del primer día de octubre,
en que por azar no encubre
el sol con nieblas al día.

Días de los que es extraño,
en el cielo burgalés
que se alcancen dos o tres
a ver en tal mes del año.

Estaba en su camarín
Diego Laínez rezando,
a Cristo Dios demandando
que ponga a su angustia fin;

cuando paró ante el postigo
de su casa un mensajero,
que jinete en un overo
trae noticias de Rodrigo.

Alborotóse el lugar
al que llega al conocer,
y más por él al saber
que vuelven los de Vivar.

Corrió el pueblo la noticia,
y alzó en él tal alboroto,
que por algún terremoto
parece que se desquicia;

y cuando abrió sus ventanas,
por ver qué pasa, don Diego,
ya a gloria, rebato y fuego
repicaban las campanas.

Subió el mensajero a él
y al verle el viejo le dijo
con ansia: «Qué es de mi hijo?
— Ahí viene ya, dijo aquél.

DON DIEGO. ¡Viene!

MENSAJERO. Cerca.

DON DIEGO. ¡DIOS divino!
y ¿cómo?

MENSAJERO. ¡Con más honor
que el rey más grande, señor!
Leed ese pergamino.»

Tomó don Diego temblando
la carta que aquel traía,
y esto leyó, de alegría
trémulo el viejo y llorando:

«Padre y señor: me he metido
a morir en el combate;
mas no hallando quien me mate,
he matado y he vencido.

Como peleo por Dios,
creo que es Dios quien me escuda
y a llevar siempre me ayuda
de mí la victoria en pos.

Cinco reyes cautivé,
que por ley son mis vasallos;
voy al Rey a presentallos,
pues lo que al Rey debo sé.

Idme a Burgos a encontrar;
y si mal con el Rey caigo,
los cinco reyes que traigo
la mano os han de besar.

Principio a mis hechos di:
si el Rey no me los abona,
hombre soy de hallar corona
con que coronarte a ti.»

Besó con llanto de gozo
los signos por su hijo escritos,
y el pueblo a su puerta a gritos
daba vítores al mozo.

Salió el buen viejo al balcón
con el escrito en la mano,
y dijo queriendo en vano
ser dueño de su emoción:

«Cinco reyes cautivar
ha sabido con sus bríos
y al Rey los va a presentar.
¡A Burgos, pues, hijos míos,
a Burgos todo Vivar!»

Y a Burgos van, arrastrando
todos los pueblos en pos
y a Rodrigo victoreando...
y ahora, que tino en Fernando
y en Jimena ponga Dios!



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