La leyenda del Cid: 71
VIII
[editar]IV
[editar]Lo que de Castilla entera
lograr no pudo el valor,
el miedo de la deshonra
de Zamora lo alcanzó.
Los Arias se acobardaron
cuando con resolución
caballeresca don Diego
entrada en ella pidió.
Todo el pueblo salió al muro,
mas nadie tuvo valor
para franquear a don Diego
la entrada en la población.
Al oír que muerto o vivo
les demandaba al traidor,
acusándoles por cómplices
del regicidio sino,
quedaron mudos e inmóviles
en la triste convicción
de no poder entregarle
ni tener prueba mejor.
Don Diego, dando por causa
de tal irresolución
la de hacer causa de todos
de D'Olfos el hecho atroz,
dijo airado, en los estribos
alzándose: «Una de dos:
con D'Olfos, o contra D'Olfos;
pues de Zamora salió
y se refugió en Zamora,
lo qué es de él en conclusión
debéis saber: conque o dádmele
o con él traidores sois.»
Era dilema sin réplica,
y sobre Arias ejerció
y sobre el pueblo una especie
de aojo o fascinación.
Mirábanse unos a otros,
unos de otros con temor
de darse o de ser tomados
por reos de la traición,
y aquel alucinamiento
que les embarga, mayor
cuerpo dando a la sospecha
y más fuerza a la razón
de don Pedro, alucinándole
de exasperarle acabó,
y al fin a los zamoranos
dijo con tremenda voz:
«Traidores sois: y por ello
malditos seáis de Dios;
yo os reto, pues, como a viles
sin fe, indignos de perdón,
hijos de padres infames
y de madres sin honor.
Yo os reto como a traidores
uno a cinco, diez a dos,
veinte a ciento y ciento a mil,
desde el pechero al barón,
desde el más grande al más chico,
desde el infante al pastor,
y a cuantos hombres nacidos
dentro de Zamora son,
y a cuantos hijos nacieren
de quien de ellos concibió.
Malditos sean, traidores,
malditos sean de Dios
las aguas de que bebéis,
el pan que os da nutrición,
el aire que respiráis,
el fuego que os da calor,
la luz que os luce, y la sangre
con que os late el corazón.»
Y de este atroz torbellino
de maldiciones en pos,
don Diego contra los muros
de Zamora arremetió,
y en señal de desafío,
de desprecio y de baldón,
rompió la lanza en sus piedras
y luego las escupió.
Y esto hecho, volviendo grupas
tornóse al campo veloz,
dejando a los zamoranos
en muda estupefacción.
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Arias Gonzalo a su pueblo
reanimar procuró,
pero en vano: entrado había
en ese torpe estupor
en que caen los pueblos bravos
cuando entran en reacción
de miedo, tras de un esfuerzo
gigantesco de valor.
El de Zamora, extenuado
del hambre en la inanición;
más acorralado viéndose
cuando libre se creyó:
viendo por el regicidio
hecha su causa peor:
presa de un miedo que engendra
en él la superstición
de que Dios le abandonaba
de mengua y de deshonor
cargándole, cayó en hondo
desaliento, y se obcecó
fundando sólo de D'Olfos
en el castigo su honor,
y en entregarle tan sólo
su rehabilitación.
Arias Gonzalo, arrastrado
por tal creencia, perdió
su serenidad; la infanta
encerrada en lo interior
de su alcázar esperaba
de Alfonso la intervención
que no llegaba. En seis días
nadie en Zamora durmió
buscando a D'Olfos, por cuya
total desaparición
llegó a creerse que al diablo
tuviera por protector.
Fueron seis días de afán:
y en todos sin excepción
don Diego Ordoñez de Lara,
al salir y al caer el sol,
del muro al pie repetía
su reto y su maldición;
y nadie contra él osaba
salir de Zamora en pro.
¡Hechos de aquel tiempo heroico
que archiva la tradición!
nadie a traición desde el muro
tampoco dañarle osó.