La leyenda del Cid: 41
IV
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Y mientras el Cid triunfante
va por el Rey, su señor,
extendiendo sus fronteras
de Castilla y de León,
la noble Jimena Gómez,
mujer del Cid Campeador,
en sus solares de Burgos
el primer hijo le dió.
Fué a visitarla la Reina
con las infantas en pos;
hizo el pueblo luminarias
y el Rey la cumplimentó.
A bautizar al nacido
vino a la iglesia mayor
Poncio, arzobispo de Oviedo
que a Jimena bautizó.
Grande amigo de su padre
el conde, a quien haya Dios,
bendecir quiso la prole
de su hija y su matador.
Mas no para sancionar
el hecho en conciencia atroz,
sino para dar al hecho
del muerto en nombre perdón.
Diego pusieron al niño:
y cuando el riesgo pasó,
salió a misa de parida
doña Jimena hecha un sol.
Para salir, de contray
sus escuderos vistió;
que el vestido del criado
dice quién es el señor.
Un jubón de grana fina
la hermosa dama sacó.
con fajas de terciopelo
picadas de dos en dos.
De lo mismo una basquiña
con la misma guarnición,
donas que le diera el Rey
el día que se casó;
y con los cabos de plata
un pulido ceñidor,
que a la condesa su madre
el conde en donas le dió.
Lleva una cofia de papos
de riquísima labor,
que le dio la infanta Urraca
el día que se veló.
Dos patenas lleva al cuello
puestas con mucho primor,
con San Lázaro y San Pedro,
santos de su devoción.
Y los cabellos que al oro
disminuyen su color,
a las espaldas echados,
de todos hecho un cordón.
Lleva un manto de contray,
porque las damas de honor
mientras más su rostro encubren,
más descubren su opinión.
Tan hermosa va Jimena,
que suspenso quedó el sol
en medio de su carrera
por podella ver mejor.
A la entrada de la iglesia
al Rey Fernando encontró,
y para metella dentro
de la mano la tomó.
Dícele: «Noble Jimena,
pues es el Cid Campeador
vueso dichoso marido,
y mi vasallo el mejor,
que por estar en las lides,
hoy de la iglesia faltó,
a falta de brazo suyo,
yo vuestro bracero soy.
»Y a aqueste fermoso infante,
que el cielo divino os dió,
mando mil maravedís,
y mi plumaje el mejor.»
No le agradeció Jimena
al Rey tan alto favor,
que le ocupó la vergüenza,
y a sus palabras la voz.
Las manos quiso Jimena
besar, y el Rey las huyó,
y acompañóla en la iglesia,
y a su casa la volvió.