La leyenda del Cid: 65
VII
[editar]VI
[editar]Los Arias que bien conocen
del Rey el feroz carácter
y que de él si son vencidos
lo que les espera saben,
decidieron en Zamora
morir, mejor que entregarse
y darle a gozar el bárbaro
placer de descabezarles.
Don Sancho, viendo el setiembre
encima lluvioso echársele,
apretó y plantó sus tiendas
debajo de los baluartes:
y no hay ya un hombre que a ellos
pueda seguro asomarse,
ni modo de que un minuto
los zamoranos descansen.
Partida ya sin desquite
va de tercos a tenaces;
mas es ya fuerza perderla
por una o por otra parte.
Colérico ante Zamora
bramaba el Rey de coraje,
contra Arias mil maldiciones
echando al par de mil planes;
pero por más que discurre,
por más que a Zamora bate,
allí la tienen los Arias
para que el paso le ataje.
Ni hay medio de que sus ojos
ni sus pies del muro pasen,
ni hay medio de que se quite
a los Arias de delante.
Los Arias al ver que en lluvias
amaga el tiempo cerrarse.
fían en que hará el invierno
que el Rey el cerco levante:
y como el Rey de Zamora
el campo abandone o alce,
de Zamora por la falta
tal vez la tierra le falte;
porque si Zamora triunfa,
a su ejemplo es indudable
que por don Alonso muchas
fortalezas se declaren.
Tal porvenir no se oculta
ni a los ojos perspicaces
de don Sancho que le teme,
ni de Arias que se le abre;
y está don Sancho en Zamora
como oso que ve un enjambre
tan alto, que de él no puede
llegar hasta los panales;
y los Arias, de Zamora
tras los muros seculares,
como en roca inaccesible
un nido de gavilanes.
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El Rey de Bellido D'olfos
aceptó el pleito homenaje,
contra el parecer del Cid
y todos sus capitanes.
Lo que Arias de D'olfos dijo,
lo que se habló de su padre
mientras vivió, y las sospechas
del parricidio, retraen
de su intimidad y trato
a las gentes de linaje:
y anda en el campo cual sombra
sin cuerpo a quien arrimarse.
Sólo el Rey le trata bien,
como a hombre que diz que trae
de un juez fundador de Burgos
el apellido y la sangre.
El Rey dice que a su amparo
se acogió y que debe dársele:
que si traidor fué a Zamora
era a Zamora por darle;
que siempre del mal y el bien
que el vulgo propala de alguien,
son erróneas o supuestas
las nueve décimas partes:
que siempre topan con D'olfos
los que de Zamora salen,
y que en salidas y asaltos
bien por Castilla se bate;
que nadie debe juzgar
que ha fraguado ni que fragüe
nada de lo que evidentes
no hay ni pruebas ni señales;
que pues nadie le halla en falta,
ninguno de sobra le halle,
y en fin, que de él amparado
no es bien que le desampare.
Todas las supersticiones,
y las creencias vulgares
sobre el fatalismo, tienen
origen en hechos reales,
en experiencias continuas
de casos inexplicables,
que obra del sino parecen
por mas que sean casuales.
La luz a la mariposa,
y al pez el anzuelo atraen,
y a los hombres desdichados
los que han de serles fatales.
Ampara don Sancho a D'olfos
de quien todos se precaven;
entrada le da en su tienda,
soldada y gente que mande:
con él intima, a pretexto
de que es un hombre importante
en Zamora y dentro de ella
tiene influencia y parciales.
Y a la verdad, sea D'olfos
traidor o de serlo trate,
no trata contra don Sancho
de usar sus iniquidades:
porque en sus manos le tiene
a solas mañana y tarde,
y por él llamado a solas,
a solas con él departe.
A D'olfos pueden traidor
los de Zamora llamarle,
porque la traición que trata
es a don Sancho entregarles:
y le asegura y le jura
que conoce un medio fácil
y un sitio oculto por donde
puede en ella penetrarse;
pero que sólo al Rey quiere
como leal revelársele,
puesto que al Rey debe sólo
favor y amparo en sus reales;
y que si le da cien hombres
tan valientes como audaces,
él y los suyos de adentro
el postigo viejo le abren.
Don Sancho no ha respondido
ni aceptado ofertas tales;
mas piensa en probar si son
efectivas y aceptables.
Bellido D'olfos en tanto
anda en el campo, entra y sale,
de la manera más franca
y más digna comportándose.
Anda solo y desarmado,
no habla sin que le hablen,
saluda a quien le saluda
y contesta en breves frases.
D'olfos, aunque traidor sea
o haya sido, no es cobarde;
pero es astuto y sereno,
sagaz entre los sagaces,
y elude con tacto sumo
de los nobles los desaires;
sin que ellos jamás le sonden
ni que él jamás se delate.
Al que adelantarle quiere
le deja pasar delante,
no ve a quien bien no le mira,
no mira a quien no le place.
Pero no está por lo visto
dispuesto a gastar en balde
ni servicios ni razones,
ni a sufrir befas ni ultrajes;
y un día que un leonés
se propasó a codearle,
al ir por una estacada
a salir emparejándose,
le dió tal puñada D'olfos
que hizo que trastrabillase,
por ir él inerme, usando
de las armas naturales.
El leonés furibundo,
ciego y resuelto a matarle,
empuñó el mandoble y vínose
sobre él ; pero apoderándose
D'Olfos de una estaca aguda
de las del cerco sobrantes,
lanzósela como un dardo
con tino y con fuerza tales,
que en la juntura del peto
y escarcelas acertándole,
pasóle el cuerpo de modo
que el leonés cayó exánime.
El Rey le dió la razón;
y aún diz que llegó a alabarle
la maestría de un tiro
tan diestro y tan de remate.
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Y hay en predestinaciones
sinos y fatalidades
coincidencias extrañas;
tan fuera de todo alcance,
tan raras e inverosímiles
mas tan claras e innegables,
que la razón las rechaza,
la religión las combate,
la fe y la ley las proscriben,
ninguno las prevé antes,
pero después de los hechos
todo el mundo en ellas cae.
Todos los hombres de juicio
las llaman vulgaridades;
todos los pueblos han hecho
de ellas proverbios vulgares;
y el saber popular siempre
reducido estuvo casi
a dichos y tradiciones,
a proverbios y refranes;
y los pueblos, sobre todos
los pueblos meridionales,
dicen que son evangelios
sus proverbios populares.
«Lo que está de Dios, sucede
siempre» — dice un refrán árabe;
y otro andaluz: «De este mundo
sin pagarla nadie sale.»