La leyenda del Cid: 47

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La leyenda del Cid de José Zorrilla
La leyenda del Cid

V[editar]

III[editar]


Era una noche de octubre,
oscura, fría y ventosa,
en que todo removido
crujía en la tierra lóbrega.
Rompía el viento en el monte
robles y encinas añosas,
que preferían romperse
antes que soltar sus hojas.
Las campanas de la torre
lanzaban aisladas notas,
arrancadas a la fuerza
de su embocadura cóncava;
y la veleta torciéndose
sobre su barra mohosa,
chirreaba como una víbora
a quien un águila ahoga.
Todo temblaba en la tierra,
todo zumbaba en la atmósfera,
todo cimbraba en las casas
con terror de las personas.

La familia de Vivar
de esta noche a primer hora
ponía fin a una cena
como de vigilia, sobria.
Doña Teresa y don Diego
a Dios en voz baja imploran
favor para los perdidos
en noche tan tormentosa.
Jimena fija en silencio
su mirada melancólica
en su hijo Diego que duerme
en los brazos de su rolla:
y la nodriza Bibiana
está de pie, temerosa
de cuantos lúgubres ruidos
fuera el temporal provoca.
La turbia luz de la lámpara
haciendo lenguas y ondas
dibuja informes y móviles
por las paredes sus sombras;
y en aquel mustio silencio
que nadie interrumpir osa,
el pensamiento de todos
ocupa una idea sola.

Veinte meses han pasado
desde que bajó a la fosa
don Fernando, y hace tres
que el Cid fué al campo, y no torna.

El Rey don Sancho ha tres meses
como desvelada zorra
salió una noche a campaña
a expedición misteriosa.
Poco a poco y en secreto
juntó en la frontera tropas,
y con el Cid y sus nobles
partió. ¿Dónde? ¿a qué?, se ignora.

Como de este primer paso,
de esta primera e ignota
empresa, derrota o triunfo
pende un porvenir de gloria
o de vergüenza, y Castilla
va a saber, triste o gozosa,
qué Rey es su Rey don Sancho
y qué alma en su cuerpo aloja,
Castilla entera en silencio
está con inquietud honda
esperando ver sus hechos
y juzgarle por sus obras.
La incertidumbre es profunda,
la situación angustiosa,
y en el aire se respira
en vez de aliento, congoja.

Por eso en Vivar se vive
en esa inquietud monótona
del que aguarda en las tinieblas
la luz de Dios con la aurora.
Jimena, de sobremesa,
buscando ocasión y forma
de distraer a los viejos
ahogando su angustia propia,
busca en su mente confusa
ideas consoladoras
que formular en palabras
alegres o cariñosas.
Pero mientras ella busca
ideas que hallar no logra,
vino un rumor repentino
a confundírselas todas.

En medio de los mil ruidos
con que con furia diabólica
el vendaval desatado
las casas bate y azota,
oyó ladrar a lo lejos
los mastines de las chozas
del redil donde es costumbre
que el ganado se recoja.
El redil con sus tenadas
la vía de Burgos orla,
y algo hay en ella de extraño
que sus perros alborota.
Arrojóse a la ventana
Jimena por fin, y abrióla
con ansiedad: metió el viento
el frío, el polvo y las hojas
en la cámara, apagando
la luz: y en aquella tromba
rasgada de él, entró el ruido
de caballos que galopan.
Todos lo oyeron: y todos
en callada y afanosa
inmovilidad, escuchan
sufriendo el viento en la sombra.
Son caballeros cristianos:
la caballería mora
entra en las villas que asalta
con salvaje batahola;
y ésta llega sin más ruido
que el monótono que forman
con las pezuñas herradas
los arneses que se chocan.
Del vendaval el estrépito
desgarrando, vigorosa
lanzó entre sus torbellinos
su son marcial una trompa.

¡Es Ruy Díaz! Todo el pueblo
se echa a la calle en la sombra,
porque el huracán no sufre
candil, linterna, ni antorcha:
mas lo imposible a los ojos
lo facilitan las bocas;
y a voces se reconocen,
se saludan y se alojan;
y mientras Bibiana enciende
luz, y los viejos sollozan,
y el muchacho grita, el Cid
dió en los brazos de su esposa.
Abrazó a todos; y echando
a un lado cuanto le estorba,
sentóse a la mesa y dijo:
«Traigo un hambre de quince horas.»
Sírvele al punto Bibiana,
en torno se le colocan
todos, y a sus mil preguntas
responde mientras devora.

Los héroes de la Edad media
eran gente brava y tosca,
que en su interior no gastaron
melindres ni ceremonias;
y el Cid comía y bebía:
los romances y las crónicas
cuentan sus lides; mas nadie
lidia bien sin que bien coma.
Con qué, aquietado el muchacho
y con los suyos a solas,
y aplacada un poco el hambre
de pernil con una lonja,
don Diego en breves preguntas
y el Cid en respuestas cortas,
fueron en limpio sacando
los hechos en esta forma:

DON DIEGO. ¿Dónde fuisteis?

El CID. A Aragón.

DON DIEGO. ¿Muy dentro?

El CID. Hasta Zaragoza.

DON DIEGO. ¿Y qué?

El CID. Rendimos al moro
Almaugadir, y a otra cosa.

DON DIEGO. ¿Cómo a otra cosa?

El CID. Don Sancho
parece que reflexiona
mucho un plan; mas en campaña
maniobrando no reposa.
Dimos sobre don Ramiro
su tío.

DON DIEGO. ¡Extraña maniobra!
¿Contra un pariente cristiano?

El CID. Y en buen derecho.

DON DIEGO. ¡Me asombras!

EL CID. Ofensiva y defensiva
hecha liga en pro y en contra
con el moro, el ayudarle
era obligación forzosa.

DON DIEGO. Pero ¡en paz con don Ramiro!...

EL CID. Dijo don Sancho que rota
la tenía él, y hecha afrenta
por escrito a su persona.

DON DIEGO. ¿Y qué pasó?

EL CID. Sobre Grados
estaba: la gente mora
hizo una salida: mientras
nosotros sobre sus tropas
dimos por la espalda, y fué
breve y total la derrota
con su muerte.

DON DIEGO. ¿Murió el rey
don Ramiro?

EL CID. De Dios goza,
porque murió confesado;
se le han hecho grandes honras,
y ya en San Juan de la Peña
con sus abuelos reposa.

DON DIEGO. ¡ Es una traición inicua!

EL CID. Por todas partes se cobran
ya en paz los tributos: fué
una lección provechosa.

DON DIEGO. Rodrigo, ese Rey me espanta.
¿Y si se revuelve ahora
contra sus hermanos?

EL CID. Él
sabrá lo que más le importa.

DON DIEGO. ¿Tú le ayudarás?

EL CID. Y muchos.

DON DIEGO. ¿Y en tal ocasión?

EL CID. En todas.
Castilla debe ser grande
y partida se aminora.

DON DIEGO. Mientras que la reina viva…

EL CID. Mientras vivió respetóla
don Sancho.

DON DIEGO. ¡Ha muerto!

EL CID. Esta tarde.

DON DIEGO. ¡Dios nos ampare!

EL CID. Él os oiga.

Santiguáronse los viejos;
Rodrigo apuró su copa
y dijo: «Estoy muy cansado;
pónganme luz en la alcoba. >>

Besó a sus padres y a su hijo:
y ayudado por su esposa,
cayó en el lecho postrado
por el sueño que le agobia.

............................

Si alguien cree que acuesto al Cid
de manera indecorosa,
le diré que en aquel tiempo
lo mismo que antes y ahora,
los héroes sufren de hombres
las necesidades todas;
y no solamente duermen,
sino que los hay que roncan.


Introducción: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII; Capítulo I: I - II - III - IV - V - VI; Capítulo II: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX; Capítulo III: I - II - III - IV - V - VI - VII VIII; Capítulo IV: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X - XI - XII - XIII; Capítulo V: I - II - III - IV - V - VI - VII; Capítulo VI: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII; Capítulo VII: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII; Capítulo VIII: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX; Capítulo IX: I - II - III - IV - V; Capítulo X: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X - XI - XII; Capítulo XI: I - II - III - IV - V - VI - VII; Capítulo XII: I - II - III - IV - V - VI - VII; Capítulo XIII: I - II - III - IV; Capítulo XIV: I - II - III - IV; Capítulo XV: I - II - III - IV;