Las mil y una noches Tomo VI (Versión para imprimir)

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Autor: Anónimo - Traducción de Vicente Blasco Ibáñez[editar]

TOMO VI[editar]

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0843: pero cuando llegó la 874ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 874ª NOCHE[editar]

LOS ENCUENTROS DE AL-RASCHID EN EL PUENTE DE BAGDAD[editar]

Ella dijo:

"¡...Alah aleje de ti todo mal, ¡oh maestro! Pero aún tienes la tez más amarilla que ayer!

¡Descansa! ¡Y no te preocupes de los demás!" Y muy impresionado con las palabras del maligno muchacho, me dije a mí mismo: "Cuídate bien, ¡oh maestro! cuídate bien a costa de tus alumnos". Y así pensando, dije al monitor: "¡Da tú la clase como si yo estuviera allí!" Y empecé a gemir y a lamentarme de mí mismo. Y dejándome en aquel estado, el muchacho se apresuró a reunirse con los demás alumnos para ponerlos al corriente de la situación.

Y aquel estado de cosas duró una semana entera, al cabo de la cual el alumno monitor me llevó otra suma de ochenta dracmas, diciéndome: "Es la colecta que han hecho los buenos de tus alumnos, a fin de que nuestra maestra te pueda cuidar bien". Y aún me conmoví mucho más que la vez primera, y me dije: "¡Oh! en verdad que tu enfermedad es una enfermedad bendita que te proporciona dinero sin trabajos ni esfuerzos, y que, al fin y al cabo, no te hace sufrir. ¡Ojalá dure mucho tiempo todavía, para mayor bien tuyo!"

Y desde aquel momento decidí fingir que seguía enfermo, persuadido a la larga de que mi organismo no estaba realmente atacado, y diciéndome: "Jamás tus lecciones te producirán tanto como tu enfermedad".

Y a partir de aquel momento, me tocó a mí hacer creer en lo que no existía. Y cada vez que el alumno monitor volvía a verme le decía yo: "¡Voy a morir de inanición, porque mi estómago rehúsa los alimentos!" Pero no era verdad, pues nunca había comido yo con tanto apetito ni me había encontrado mejor.

Y continué viviendo de tal suerte durante algún tiempo, cuando he aquí que un día entró el alumno en el preciso momento en que me disponía a comer un huevo. Y al verle, mi primer impulso fue el de ocultar el huevo en mi boca, por temor de que, al encontrarme comiendo, sospechara la verdad y advirtiese mi falsía. Y como el huevo quemaba, me producía dolores intolerables. Y el empecatado chiquillo, que sin duda alguna debía saber a qué atenerse acerca de la situación, en vez de marcharse persistió en mirarme con aire compasivo y diciéndome: "¡Oh maestro, qué inflamadas tienes las mejillas y cuánto debes sufrir! Eso seguramente debe ser un absceso maligno". Luego, como en mi tortura se me salían los ojos de la cabeza y no le contestaba, me dijo: "¡Hay que abrirlo! ¡Hay que abrirlo!"

Y avanzó hacia mí con presteza, y quiso clavarme en la mejilla una aguja gorda. Pero entonces salté sobre ambos pies vivamente, y corrí a la cocina, donde escupí el huevo, que ya me había quemado gravemente las mejillas. Y a consecuencia de aquella quemadura, ¡oh Emir de los Creyentes! se me declaró en la mejilla un verdadero absceso y me hizo ver la muerte roja. Y me hizo ir al barbero, que me sacó la mejilla para vaciarme el absceso. Y a consecuencia de aquella operación se me quedó la boca hendida y deformada.

Y he aquí el por qué de la rasgadura y de la deformación de mi boca. En cuanto al por qué de mi lisiadura, ¡helo aquí!

Cuando, al cabo de algún tiempo, me repuse de las consecuencias de la herida, volví a la escuela, donde fui más riguroso y severo que nunca para con mis alumnos, cuya turbulencia había que reprimir. Y cuando la conducta de uno de ellos dejaba algo que desear, le corregía a estacazos. Así acabé por enseñarles a respetarme de tal modo, que, cuando me ocurría estornudar, abandonaban al instante sus libros y cuadernos, se erguían sobre sus pies con los brazos cruzados y se inclinaban ante mí hasta tierra, exclamando de común acuerdo: "¡Bendición! ¡Bendición!" Y yo contestaba, como era razón: "¡Y con vosotros el perdón! ¡Y con vosotros el perdón!" Y también les enseñaba otras mil cosas, a cual más provechosa e instructiva. Porque no quería que sus padres gastasen en vano el dinero que me daban por su educación. Y de tal suerte esperaba hacer de los chicos excelentes sujetos y comerciantes respetables.

Un día, que era día de salida, los llevé de paseo un poco más lejos que de costumbre. Y de haber andado mucho, teníamos mucha sed. Y como precisamente habíamos llegado junto a un pozo, decidí bajar a él para aplacar mi sed con el agua fresca que contenía y coger un cubo de ella, si podía, para los chicos.

Y al ver que no había cuerda, cogí todos los turbantes de los alumnos, y haciendo con los mismos una cuerda bastante larga, me la até a la cintura y ordené a mis alumnos que me bajaran al pozo. Y al punto me obedecieron. Y me vi colgado del orificio del pozo. Y me bajaron con precaución para que no diese con la cabeza en la piedra. Y he aquí que el tránsito del calor al fresco y de la luz a la oscuridad me hizo estornudar. Y no pude reprimir un estornudo. Y sea involuntariamente, sea por costumbre, sea por malicia, mis escolares soltaron la cuerda con un ademán unánime, se cruzaron de brazos y exclamaron todos a la vez, como lo hacían en la escuela: "¡Bendición! ¡Bendición!" Pero no pude contestarles en aquella circunstancia, porque caí pesadamente al fondo del pozo. Y como el agua no tenía mucha profundidad, no me ahogué; pero me rompí ambas piernas y la clavícula, en tanto que los chicos, espantados no sé si de su hazaña o de su atolondramiento, huyeron a todo correr.

Y yo lanzaba tales gritos de dolor, que unos transeúntes, de quienes llamé la atención, me sacaron del pozo. Y como me hallaba en un estado lamentable, me colocaron en un asno y me llevaron a casa, donde estuve postrado durante un tiempo considerable. Pero jamás me curé de mi accidente. Y no pude volver a ejercer mi profesión de maestro de escuela.

Y por eso ¡oh Emir de los Creyentes! me vi obligado a mendigar para dar de comer a mi mujer y a mis hijos. Y así es como me has visto y socorrido generosamente en el puente de Bagdad.

¡Y tal es mi historia!"

Y cuando el maestro de escuela lisiado y con la boca hendida acabó de contar de tal suerte la causa de su lisiadura y de su deformidad, Massrur, el portaalfanje, le hizo volver a la fila. Y el ciego que se hacía abofetear en el puente avanzó a tientas entre las manos del califa, y obedeciendo a la orden que le habían dado, contó así lo que tenía que contar. Dijo:

HISTORIA DEL CIEGO QUE SE HACIA ABOFETEAR EN EL PUENTE

"Has de saber ¡oh Emir de los Creyentes! que, por lo que a mí respecta, en tiempos de mi juventud yo era conductor de camellos. Y gracias a mí trabajo y a mi perseverancia, acabé por ser propietario de ochenta camellos de mi exclusiva pertenencia. Y los alquilaba a las caravanas que comerciaban de un país en otro, y en época de peregrinación, lo cual me valía crecidos beneficios y hacía aumentar de año en año mi capital y mis intereses. Y con mis beneficios aumentaba de día en día mi deseo de ser más rico aún, y no pensaba nada menos que en llegar a ser el más rico de los conductores de camellos del Irak.

Un día entre los días, regresando yo de Bassra de vacío con mis ochenta camellos, a los que había conducido a aquella ciudad cargados de mercaderías con destino a la India, y habiendo hecho alto junto a un depósito de agua para darles de beber y dejarlos pacer por las cercanías, vi avanzar en dirección mía a un derviche. Y el tal derviche me abordó con aire cordial, y después de las zalemas por una y otra parte, se sentó a mi lado. Y reunimos nuestras provisiones, y con arreglo a las costumbres del desierto, tomamos juntos nuestra comida. Tras de lo cual nos pusimos a hablar de unas cosas y de otras y nos interrogamos mutuamente acerca de nuestro viaje y de su punto de destino. Y él me dijo que se dirigía a Bassra y yo le dije que iba a Bagdad. Y cuando reinó la intimidad entre nosotros, le hablé de mis negocios y de mis ganancias y le di cuenta de mis proyectos de riquezas y de opulencia.

Y dejándome hablar hasta que concluí, el derviche me miró sonriendo y me dijo: "¡Oh mi señor Babá-Abdalah, cuánto trabajo te tomas para llegar a un resultado tan poco proporcionado, cuando a veces basta un recodo del camino para que el destino os haga, en un abrir y cerrar de ojos, no solamente más rico que todos los conductores de camellos del Irak, sino más poderoso que todos los reyes de la tierra reunidos!". Luego añadió: "¡Oh mi señor Babá-Abdalah! ¿Oíste alguna vez hablar de tesoros escondidos y de riquezas subterráneas?" Y contesté: "Ciertamente, ¡oh derviche! he oído hablar a menudo de tesoros escondidos y de riquezas subterráneas. Y todos sabemos que cada uno de nosotros puede, si tal es el decreto del Destino, despertarse un día más opulento que los reyes todos. Y no hay un labrador que, al labrar su tierra, no piense que llegará día en que caiga sobre la piedra sellada de algún tesoro maravilloso, y no hay un pescador que, al arrojar sus redes al agua, no piensa en que llegará día en que saque la perla o la gema marina que le llevará al límite de la opulencia. ¡Pues no soy un ignorante, ¡oh derviche! y además estoy persuadido de que los hombres de tu corporación conocen secretos y palabras de gran poder!"

Y al oír este discurso, el derviche cesó de escarbar en la arena con su báculo, me miró de nuevo y me dijo: "¡Oh mi señor Babá-Abdalah! creo que hoy no has tenido un mal encuentro al encontrarte conmigo, y se me antoja que este día es para ti precisamente el día en que hará recodo el camino que te conduzca frente a tu destino". Y le dije: "¡Por Alah, ¡oh derviche! que le acogeré con firmeza y con ojos llenos, y tráigame lo que me traiga, lo aceptaré con corazón agradecido!" Y me dijo él: "¡Entonces, levántate ¡oh pobre! y sígueme!"

Y se irguió sobre ambos pies, y echó a andar delante de mí. Y le seguí, pensando: "¡Sin duda hoy es el día de mi destino, después de tanto tiempo como llevo aguardándole!" Y al cabo de una hora de marcha llegamos a un pequeño valle bastante espacioso, cuya entrada era tan estrecha que mis camellos apenas podían pasar por ella uno a uno. Pero no tardó en ensancharse el terreno con el valle, y nos vimos al pie de una montaña tan impracticable, que no había ni que pensar que una criatura humana llegase por allí nunca hasta nosotros. Y el derviche me dijo: "Henos aquí llegados adonde había que llegar. Por lo que a ti respecta, para tus camellos y haz que se sienten, a fin de que, cuando llegue el momento de cargarlos con lo que vas a ver, no nos cueste trabajo el hacerlo". Y contesté con el oído y la obediencia, y me dediqué a sentar a todos los camellos, uno tras de otro, en el amplio espacio que se extendía al pie de aquella montaña, tras de lo cual me reuní con el derviche y le encontré con un eslabón en la mano prendiendo fuego a un montón de leña seca. Y en cuanto brotó llama del montón de leña, el derviche arrojó a él un puñado de incienso macho, pronunciando palabras cuyo significado no comprendí. Y al punto se elevó por el aire una columna de humo que el derviche partió en dos con su báculo. Y en seguida una roca grande, frente a la cual nos encontrábamos, se separó por la mitad y nos dejó ver una ancha abertura en el sitio donde un instante antes había una muralla lisa y vertical.. .

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0844: pero cuando llegó la 875ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 875ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y en seguida una roca grande, frente a la cual nos encontrábamos, se separó por la mitad y nos dejó ver una ancha abertura en el sitio donde un instante antes había una muralla lisa y vertical. Y dentro aparecían montones de oro amonedado y de pedrerías, como esos montículos de sal que se ven a orillas del mar. Y a la vista de aquel tesoro, me abalancé sobre el primer montón de oro, con la rapidez del halcón que cae sobre la paloma, y empecé por llenar un saco de que ya me había provisto. Pero el derviche se echó a reír, y me dijo: "¡Oh pobre, estás haciendo un trabajo poco productivo! ¿No ves que si llenas de oro amonedado tus sacos, pesarán demasiado para cargarlos en tus camellos? Llénalos mejor con esas pedrerías amontonadas que hay un poco más allá, y una sola de las cuales vale por sí más que cada uno de esos montones de oro, siendo cien veces más ligera que una moneda de ese metal."

Y contesté: "No hay inconveniente, ¡oh derviche!" Porque comprendí cuán justa era su observación. Y uno tras otro, llené mis sacos con aquellas pedrerías, y los cargué de dos en dos a lomos de mis camellos. Y cuando de tal suerte hube cargado a mis ochenta camellos, el derviche, que me había mirado hacer, sonriendo sin moverse de su sitio, se levantó y me dijo: "Ya no tenemos más que cerrar el tesoro y marcharnos". Y tras de hablar así, entró en la roca, y le vi que se dirigía a una orza labrada que había encima de un zócalo de madera de sándalo. Y en mi fuero interno me decía yo: "¡Por Alah, qué lástima no tener conmigo ochenta mil camellos que cargar con esas pedrerías y esas monedas y esas orfebrerías, en vez de los ochenta que son de mi propiedad únicamente!"

Y he aquí que vi al derviche acercarse a la consabida orza preciosa y levantar la tapa. Y sacó de ella un bote de oro, que se metió en el seno. Y como yo le mirara con una especie de interrogación en los ojos, me dijo: “¡No es nada! ¡Un poco de pomada para los ojos!" Y no me dijo más. Y como, impulsado por la curiosidad, quería yo avanzar a mi vez para coger de aquella pomada buena para los ojos, me lo impidió, diciendo: "Bastante tenemos por hoy, y ya es tiempo de que salgamos de aquí". Y me empujó hacia la salida, y pronunció ciertas palabras que no comprendí. Y al punto se juntaron las dos partes de la roca, y en lugar de la anchurosa abertura apareció una muralla tan lisa como si acabasen de tallarla en la misma piedra de la montaña.

Y el derviche se encaró entonces conmigo y me dijo: "¡Oh Babá-Abdalah! vamos ahora a salir de este valle. Y una vez que lleguemos al paraje donde hubimos de encontrarnos, dividiremos ese botín con toda equidad, y nos lo repartiremos amistosamente".

Y en seguida hice levantarse a mis camellos. Y desfilamos en buen orden por donde habíamos entrado al valle, y fuimos juntos hasta el camino de las caravanas, donde debíamos separarnos para seguir cada cual el suyo, yo hacia Bagdad y el derviche hacia Bassra. Pero en el camino me había dicho yo, pensando en el reparto consabido: "¡Por Alah! este derviche pide demasiado por lo que ha hecho. ¡Verdad es que él me ha revelado el tesoro, y lo ha abierto, merced a su ciencia de la hechicería, que el Libro Santo reprueba! ¿Pero qué hubiera hecho sin mis camellos? ¡Y hasta puede ser que sin mi presencia no hubiera tenido éxito la cosa, ya que el tesoro indudablemente está escrito a mi nombre, en mi suerte y en mi destino! Creo, pues, que si le doy cuarenta camellos cargados de estas pedrerías salgo perdiendo yo, que me he fatigado cargando los sacos mientras él descansaba sonriendo; y al fin y al cabo, yo soy el dueño de los camellos. No conviene, por tanto, que le deje hacer el reparto a su antojo. Y sabré hacerle atender a razones".

Así es que, cuando llegó el momento del reparto, dije al derviche: "¡Oh santo hombre! tú que, según los principios de tu corporación, debes preocuparte muy poco de los bienes del mundo, ¿qué vas a hacer de esos cuarenta camellos con su carga, que tan indiferente me reclamas como precio de tus indicaciones?" Y lejos de escandalizarse por mis palabras o de enfadarse, como yo esperaba, el derviche me contestó con voz pausada: `Babá-Abdalah, estás en lo cierto al decir que debo ser hombre que se preocupa muy poco de los bienes de este mundo. Así, no es por mí por quien reclamo la parte que me corresponde en un reparto equitativo, sino para distribuirla por el mundo a todos los pobres y a todos los desheredados. En cuanto a lo que tú llamas injusticia, piensa, ya Babá-Abdalah, que con cien veces menos de lo que te he dado serías ya el más rico de los habitantes de Bagdad. Y olvidas que nada me obligaba a hablarte de ese tesoro, y que hubiera podido guardar para mí solo el secreto. ¡Desecha, pues, la avidez y conténtate con lo que Alah te ha dado, sin tratar de contravenir nuestro acuerdo!"

Entonces, aunque convencido de la mala calidad de mis pretensiones y seguro de mi falta de derecho, cambié la cuestión de aspecto y de forma y contesté: "¡Oh derviche! me has convencido de mis errores. Pero permíteme que te recuerde que eres un excelente derviche que ignora el arte de conducir camellos y no sabe más que servir al Altísimo. Por lo visto, olvidas el apuro en que te verías al querer conducir a tantos camellos acostumbrados a la voz de su amo. Si quieres creerme, coge lo menos posible, sin perjuicio de volver más tarde al tesoro para cargar de nuevo con pedrerías, ya que puedes abrir y cerrar a tu antojo la entrada de la gruta. Escucha, pues, mi consejo y no expongas tu alma a sinsabores y preocupaciones a que no está acostumbrada". Y el derviche, como si no pudiese rehusarme nada, contestó: "Confieso ¡oh Babá-Abdalah! que de primera intención no había reflexionado en lo que acabas de recordarme; y heme aquí ya extremadamente inquieto por las consecuencias de ese viaje, solo con todos esos camellos. Escoge, pues, de los cuarenta camellos que me corresponden los veinte que te plazca escoger, y déjame los veinte restantes. ¡Después vete bajo la salvaguardia de Alah!"

Y yo, muy sorprendido de encontrar en el derviche tanta facilidad para dejarse persuadir, me apresuré a escoger primero los cuarenta que me correspondían del reparto y luego los otros veinte que me cedía el derviche. Y tras de darle gracias por sus buenos oficios, me despedí de él y me puse en camino para Bagdad, mientras él guiaba sus veinte camellos por el lado de Bassra.

Y he aquí que no había dado yo más que unos veinte pasos, cuando el cheitán infundió en mi corazón la envidia y la ingratitud. Y empecé a deplorar la pérdida de mis veinte camellos, y más aún las riquezas que llevaban de carga al lomo. Y me dije: "¿Por qué me arrebata mis veinte camellos ese derviche maldito, si es dueño del tesoro y puede sacar de allá cuantas riquezas quiera?" Y de repente paré mis animales y eché a correr detrás del derviche, llamándole con todas mis fuerzas y haciéndole señas para que detuviese sus animales y me esperase. Y oyó mi voz y se detuvo. Y cuando le alcancé, le dije: "¡Oh hermano mío derviche! en cuánto te he dejado he empezado a preocuparme mucho por ti, debido al interés que me tomo por tu tranquilidad. Y no he querido resolverme a separarme de ti sin hacerte considerar una vez más cuán difíciles de conducir son veinte camellos cargados, sobre todo cuando se es, como tú, ¡oh hermano mío derviche! un hombre que no está acostumbrado a este oficio y a este género de ocupación. ¡Créeme que te encontrarás mucho mejor si no te llevas más que diez camellos a lo sumo, aliviándote de los otros diez en un hombre como yo, a quien no cuesta más trabajo cuidar de ciento que de uno solo!" Y mis palabras produjeron el efecto que yo anhelaba, pues el derviche me cedió sin ninguna resistencia los diez camellos que le pedía, de modo que sólo le quedaron diez, y yo me vi dueño de setenta camellos con sus cargas, cuyo valor superaba a las riquezas de todos los reyes de la tierra reunidos.

Después de aquello parece ¡oh Emir de los Creyentes! que yo debía tener motivo para estar satisfecho. Pues bien; ni por asomo lo estaba. Y mis ojos permanecieron tan vacíos como antes, si no más, y mi avidez iba en aumento con mis adquisiciones. Y empecé a redoblar mis solicitudes, mis ruegos y mis importunidades para decidir al derviche a rematar su generosidad accediendo a cederme los diez camellos que le quedaban. Y le abracé y le besé las manos, y tanto hice, que no tuvo el valor de rehusármelos, y me anunció que me pertenecían, diciéndome: "¡Oh hermano Babá-Abdalah! haz buen uso de las riquezas que te vienen del Retribuidor y acuérdate del derviche que te encontró en el recodo de tu destino...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0845: pero cuando llegó la 876ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 876ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡... Oh hermano Babá-Abdalah! haz buen uso de las riquezas que te vienen del Retribuidor, y acuérdate del derviche que te encontró en el recodo de tu destino".

Y yo, ¡oh mi señor! en vez de llegar al límite de la satisfacción por haberme convertido en propietario de toda la carga de pedrerías, me sentí impulsado por la avidez de mis ojos a pedir otra cosa más. Y aquello era lo que debía ocasionar mi perdición. Me vino a las mientes, en efecto, la idea de que el bote de oro que contenía la pomada, y que el derviche había sacado de la orza preciosa antes de salir de la gruta, también tenía que pertenecerme como lo demás. Porque me decía yo: "¡Quién sabe las virtudes que podrá tener esa pomada! Y además, claro es que tengo derecho a llevarme ese bote, pues el derviche puede procurarse en la gruta otros iguales cuando le plazca". Y este pensamiento me determinó a hablarle del particular. Así es que, cuando acababa de abrazarme para despedirse de mí, le dije: "Por Alah sobre ti ¡oh hermano derviche! ¿Qué quieres hacer con este bote de pomada que te has escondido en el seno? ¿Y de qué le puede servir esa pomada a un derviche que de ordinario no utiliza pomadas ni olor de pomada ni sombra de pomada? ¡Mejor es que me des ese bote, a fin de que yo me lo lleve con lo demás como recuerdo tuyo!"

A la sazón yo esperaba que, irritado por mi insistencia, el derviche me rehusase sencillamente el bote consabido. Y estaba dispuesto a basarme en su negativa para arrebatárselo a la fuerza, pues que yo era, con mucho, el más fuerte, y en caso de que se resistiera, a dejarle en el sitio en aquel paraje desierto. Pero, en contra de mis suposiciones, el derviche me sonrió con bondad, se sacó del seno el bote, y me lo presentó graciosamente diciéndome: "¡Toma, aquí tienes el bote, ¡oh hermano Babá- Abdalah! y ojalá satisfaga el último de tus deseos! Por otra parte, si crees que puedo hacer más por ti, no tienes más que hablar, y aquí estoy dispuesto a complacerte".

Cuando tuve el bote entre las manos, lo abrí, y mirando su contenido, dije al derviche: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh hermano derviche! completa tus bondades diciéndome cómo se usa y qué virtudes tiene esta pomada que desconozco!" Y añadió: "Sabe, ya que lo preguntas, que esta pomada ha sido triturada por los dedos de los genn subterráneos, que han puesto en ella facultades maravillosas. En efecto, si se aplica un poco alrededor del ojo izquierdo y en el párpado, hace aparecer ante quien la ha utilizado los escondrijos donde se encuentran los tesoros de la tierra. Pero si, por desgracia, se aplica esta pomada al ojo derecho, de repente queda uno ciego de ambos ojos a la vez. Y tal es la virtud y tal es el uso de esta pomada, ¡oh hermano Babá Abdalah! ¡Uassalam!"

Y tras de hablar así, quiso de nuevo despedirse de mí. Pero le retuve por la manga, y le dije: "¡Por tu vida! hazme el último favor aplicándome tú mismo esta pomada en el ojo izquierdo, pues sabrás hacerlo mucho mejor que yo, y estoy en el límite de la impaciencia por experimentar la virtud de esta pomada de la que soy poseedor". Y el derviche no quiso hacerse rogar más, y siempre amable y tranquilo, tomó un poco de pomada con la yema del dedo y me la aplicó alrededor del ojo izquierdo y en el párpado izquierdo, diciéndome "¡Abre el ojo izquierdo y cierra el derecho!"

Y abrí el ojo izquierdo untado de pomada, ¡oh Emir de los Creyentes! y cerré el ojo derecho. Y al punto desaparecieron todas las cosas visibles a mis ojos habitualmente para dejar sitio a planos superpuestos de grutas subterráneas y marinas, de troncos de árboles gigantescos ahuecados por la base, de estancias abiertas en roca y de escondrijos de todas clases. Y todo aquello estaba lleno de tesoros de pedrerías, orfebrerías, joyeles, alhajas y dinero de todos los colores y de todas las formas. Y vi metales en sus minas, plata virgen y oro natural, piedras cristalizadas en su ganga y filones preciosos circundando la tierra. Y no cesé de mirar y de maravillarme, hasta que sentí que mi ojo derecho, que me veía obligado a tener cerrado, se fatigaba y quería abrirse. Entonces lo abrí, y al punto los objetos del paisaje que me rodeaba se pusieron por sí solos en su sitio habitual, y todos los planos, debidos al efecto de la pomada mágica, desaparecieron, alejándose.

Y asegurándome así de la verdad acerca del efecto real de aquella pomada cuando se aplicaba al ojo izquierdo, no pude por menos de abrigar dudas acerca del efecto de su aplicación al ojo derecho. Y me dije para mi fuero interno: "Entiendo que el derviche está lleno de astucia y de doblez, y ha estado conmigo tan asequible y tan afable para engañarme a la postre. Porque no es posible que la misma pomada produzca dos efectos tan contrarios en las mismas condiciones, sencillamente a causa de la diferencia de sitio". Y dije al derviche riendo: ¡Eh, ualah! ¡oh padre de la astucia, creo que te ríes de mí al presente! Porque no es posible que una misma pomada produzca efectos tan opuestos uno a otro. Antes bien, me parece, pues que no la has ensayado en ti mismo, que, aplicada al ojo derecho, esta pomada tendrá la virtud de poner a mi disposición los tesoros que me ha enseñado mi ojo izquierdo. ¿Qué opinas? ¡Puedes hablar sin reticencias! Y por cierto que, me des o me quites la razón, quiero experimentar en mi propio ojo el efecto de esta pomada al lado derecho, a fin de no tener ya duda. Te ruego, pues, que me la apliques sin tardanza al ojo derecho, porque es preciso que me ponga en camino antes de ocultarse el sol".

Pero por primera vez desde que nos encontramos, el derviche tuvo un movimiento de impaciencia, y me dijo: "¡Babá-Abdalah, tu petición es irrazonable y nociva, y no puedo resolverme a hacerte mal después de haberte hecho bien! ¡No me obligues, pues, con tu obstinación a obedecerte en una cosa de la que te arrepentirás toda tu vida!" Y añadió: "Separémonos, pues, como hermanos, y que cada cual vaya por su camino". Pero yo ¡oh mi señor! no le dejé, y cada vez estaba más persuadido de que las dificultades que ponía no tenían otro objeto que impedirme tener en mi mano, perteneciéndome absolutamente, los tesoros que podía ver con mi ojo izquierdo. Y le dije: "Por Alah, ¡oh derviche! si no quieres que me separe de ti con el corazón descontento por cosa tan fútil, después de tantas de importancia como me has concedido, no tienes más que untarme el ojo derecho con esta pomada, pues yo no sabría. Y en verdad que no te dejaré más que con esta condición".

Entonces el derviche se puso muy pálido y su rostro tomó un aire de dureza que no conocía yo en él, y me dijo: "Te vuelves ciego con tus propias manos". Y tomó un poco de pomada y me la aplicó alrededor del ojo derecho y en el párpado derecho. Y ya no vi más que tinieblas con mis dos ojos, y me convertí en el ciego que ves, ¡oh Emir de los Creyentes!

Y al sentirme en aquel estado lamentable, volví en mí de pronto y exclamé, tendiendo los brazos al derviche: "Sálvame de la ceguera, ¡oh hermano mío!" Pero no obtuve ninguna respuesta, y se mantuvo él sordo a mis súplicas y a mis gritos, y le oí poner en marcha los camellos y alejarse, llevándose lo que había sido mi parte y mi destino. Entonces me dejé caer al suelo, y estuve sin conocimiento un largo transcurso de tiempo. Y sin duda habría muerto de dolor y de confusión en aquel sitio, si al día siguiente no me hubiese recogido y traído a Bagdad una caravana que volvía de Bassra.

Y desde entonces, tras de haber visto pasar al alcance de mi mano la fortuna y el poder, me vi reducido a este estado de mendigo por los caminos de la generosidad. Y en mi corazón entró el arrepentimiento por mi avaricia y por lo que abusé de los beneficios del Retribuidor, y para castigarme yo mismo, me impuse la penitencia de una bofetada de mano de toda persona que me diera limosna.

Y tal es mi historia, ¡oh Emir de los Creyentes! Y te la he contado sin ocultar en nada mi impiedad y la bajeza de mis sentimientos. Y heme aquí dispuesto a recibir una bofetada de mano de cada uno de los honorables circunstantes, aunque no sea ése bastante castigo.

¡Pero Alah es infinitamente misericordioso!"

Cuando el califa hubo oído esta historia del ciego, le dijo: "¡Oh Babá-Abdalah! ¡Indudablemente tu crimen es un crimen grande y la avidez de tus ojos una avidez imperdonable! Pero creo que te han redimido ya tu arrepentimiento y tu humildad ante el Misericordioso. Y por eso quiero que en adelante esté asegurada tu vida por cuenta de mi tesorero, para no verte sufrir esa penitencia pública que te has impuesto. Y en consecuencia, el visir del tesoro te dará a diario diez dracmas de moneda mía para tu subsistencia. ¡Y Alah te tenga en Su misericordia!"

Y ordenó que también se entregase igual suma al maestro de escuela lisiado y con la boca hendida, y retuvo junto a él, para tratarlos mejor según se merecía su rango y con toda la magnificencia que acostumbraba, al joven dueño de la yegua blanca, al jeique Hassán y al jinete detrás del cual tocaban aires indios y chinos.

"¡Pero no creas ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- que esta historia es comparable de cerca ni de lejos a la de LA PRINCESA SULEIKA. Y como el rey Schahriar no conocía esta historia, Schehrazada dijo:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0846: historia de la princesa suleika

HISTORIA DE LA PRINCESA SULEIKA[editar]

He llegado a saber ¡oh rey del tiempo! que en el trono de los califas de Damasco había un rey entre los Ommiadas que tenía como visir a un hombre dotado de cordura, de saber y de elocuencia, el cual había leído los libros de los antiguos y los anales y las obras de los poetas, reteniendo lo que había leído, y cuando era necesario, sabía contar a su señor las historias que hacen agradable la vida y deleitable el tiempo. Un día entre los días, como viera que su señor el rey sentía cierto aburrimiento, decidió distraerle, y le dijo: "¡Oh mi señor! con frecuencia me has interrogado acerca de los acontecimientos de mi vida y acerca de lo que me había ocurrido antes de que llegase a ser tu esclavo y el visir de tu poderío. Y hasta el presente me he excusado siempre de contestarte, por temor a aparecer importuno o atacado de pedantería, y he preferido contarte lo que hubo de ocurrirles a otros ajenos a mí. Pero aunque la buena educación nos prohíbe hablar de nosotros mismos, hoy quiero narrarte la aventura singular que influyó en toda mi vida, y a la cual debo el haber llegado hasta el umbral de tu grandeza". Y al ver que su señor le escuchaba con toda atención, contó así su historia:

"Nací ¡oh mi señor y corona de mi cabeza! en esta bienhadada ciudad de Damasco, de un padre que se llamaba Abdalah y que era uno de los mercaderes más estimables de todo el país de Scham. Y no se escatimó nada para mi educación, pues recibí lecciones de los maestros más versados en el estudio de la teología, de la jurisprudencia, del álgebra, de la poesía, de la astronomía, de la caligrafía, de la aritmética y de las tradiciones de nuestra fe. Y también me enseñaron cuantas lenguas se hablan en el dominio de su soberanía, de un mar a otro mar, con objeto de que, si un día recorría el mundo por amor a los viajes, me pudiera servir tal enseñanza en los países de los hombres. Y así es como aprendí, entre todos los dialectos de nuestra lengua, el habla de los persas, de los griegos, de los tártaros, de los kurdos, de los indios y de los chinos. Y supieron mis maestros enseñarme todo aquello de tal manera, que retuve cuanto aprendí, y se me ponía por modelo ante los estudiantes desaplicados...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0847: pero cuando llegó la 877ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 877ª NOCHE[editar]

La pequeña Doniazada se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada y besó a su hermana y le dijo: "¡Oh Schehrazada! por favor, date prisa a contarnos la historia que comenzaste, que es la de la princesa Suleika". Y dijo Schehrazada: "De todo corazón amistoso y como homenaje debido a este rey dotado de buenos modales". Y añadió:

El visir del rey de Damasco continuó en estos términos la historia que contaba a su señor:

Cuando, gracias a las lecciones de mis maestros, aprendí ¡oh mi señor! todas las ciencias de mi tiempo, así como los dialectos de nuestra lengua y el habla de los persas, de los griegos, de los tártaros, de los kurdos, de los indios y de los chinos, y gracias al método excelente de mis maestros hube de retener cuanto aprendí, mi padre, tranquilo por mi suerte, vió sin amargura acercársele el momento escrito para término de la vida de cada criatura. Y antes de fallecer en la misericordia de su Señor, me llamó a su lado y me dijo: "¡Oh hijo mío! he aquí que la Separadora va a cortar el hilo de mi vida, y te vas a quedar sin una cabeza que te guíe por el mar de los acontecimientos. Pero me consuelo de dejarte solo al pensar que, merced a la educación que recibiste, sabrás acelerar la llegada del destino favorable. No obstante, ¡oh hijo mío! ninguno entre los hijos de Adán puede saber lo que le reserva la suerte, y ninguna precaución puede prevalecer contra los dictados del Libro del Destino. Si llegara el día, por tanto, en que el tiempo se volviera en contra tuya ¡oh hijo mío! y tu vida se tornara negra, no tienes más que ir al jardín de esta casa y colgarte de la rama mayor del añoso árbol que ya conoces.

¡Y así te libertarás!"

Y tras de pronunciar tan extrañas palabras murió mi padre en la paz del Señor, sin haber tenido tiempo para explicarse mejor o rectificar semejante consejo. Y mientras duraron los funerales y en los días del duelo, no dejé de reflexionar acerca de aquellas palabras tan singulares en boca de un hombre tan prudente y temeroso de Alah como lo había sido mi padre durante toda su vida. Y me preguntaba sin cesar: "¿Cómo es posible que mi padre me haya aconsejado, contraviniendo los preceptos del Libro Santo, que me dé la muerte ahorcándome, en caso de reveses de fortuna, mejor que confiarme a la solicitud del Dueño de las criaturas? No alcanza a comprenderlo mi entendimiento".

Más tarde, poco a poco se fué borrando en mí el recuerdo de aquellas palabras, y como me gustaban el placer y el derroche, en cuanto me vi en posesión de la herencia que me correspondía, no tardé en seguir el curso de todas mis inclinaciones. Y viví varios años en el seno de las locuras y de las prodigalidades, de modo que acabé por comerme todo mi patrimonio, y un día me desperté tan desnudo como salí del seno de mi madre. Y me dije, mordiéndome los dedos: "¡Oh Hassán, hijo de Abdalah! hete aquí reducido a la miseria por culpa tuya y no por la traición del tiempo. Y ya no te queda por toda hacienda más que esta casa con este jardín. Y vas a verte obligado a venderlos para mantenerte algún tiempo todavía. ¡Tras de lo cual quedarás reducido a la mendicidad, pues te abandonarán tus amigos, y nadie otorgará crédito a quien ha arruinado su casa con sus propias manos!"

Y así pensando, cogí una cuerda gruesa y bajé al jardín. Y resuelto ya a ahorcarme, me dirigí al árbol consabido, busqué la rama mayor, la sujeté, y después de colocar dos piedras grandes al pie del añoso árbol, até la cuerda a la rama por un extremo. Y con el otro extremo hice un nudo corredizo que me pasé al cuello; y pidiendo perdón a Alah por mi acto, salté al espacio desde la parte de arriba de las piedras. Y ya me balanceaba estrangulado, cuando la rama crujió con mi peso y se separó del tronco. Y caí al suelo con ella antes de que la vida hubiese abandonado mi cuerpo.

Y cuando volví de aquella especie de desmayo en que me había sumido y comprendí que no estaba muerto, me mortificó mucho haber gastado semejante esfuerzo de voluntad para llegar a aquel fracaso final. Y ya me incorporaba con objeto de repetir mi acto criminal, cuando vi caer del árbol un guijarro, y advertí que aquel guijarro ardía en el suelo como un carbón encendido. Y con gran sorpresa mía noté que donde acababa de tener lugar mi caída el suelo estaba cubierto de aquellos guijarros brillantes, y que aún seguían cayendo del árbol, precisamente del mismo sitio por donde se había desprendido la rama. Y me volví a subir en las dos piedras grandes, y miré más de cerca la rotura. Y vi que por aquel lado el tronco no estaba lleno, sino hueco, y que de la cavidad se escapaban aquellos guijarros, que eran diamantes, esmeraldas y otras piedras de todos los colores.

Al ver aquello, ¡oh mi señor! comprendí la verdadera significación de las palabras de mi padre, y deduje su verdadero sentido, acordándome de que mi padre, lejos de aconsejarme que me ahorcara me había aconsejado sencillamente que me colgara de la rama mayor del árbol, sabiendo de antemano que cedería con mi peso y dejaría al descubierto el tesoro que él mismo había metido para mí en el tronco vacío del añoso árbol, en previsión de los malos días.

Y con el corazón dilatado de alegría, corrí a la casa para buscar un hacha, y agrandé la rotura. Y me encontré con que el inmenso tronco del añoso árbol estaba hueco y lleno hasta la base de rubíes, diamantes, turquesas, perlas, esmeraldas y todas las especies de gemas terrestres y marinas.

Entonces, tras de glorificar a Alah por sus beneficios y bendecir en mi corazón la memoria de mi padre, cuya prudencia había previsto mis locuras y me había reservado aquella salvación inesperada, renegué de mi antigua vida y de mis costumbres disipadas y pródigas, y resolví hacerme un hombre digno de mis extravagancias, y decidí ir al reino de Persia, donde me atraía con una atracción invencible la famosa ciudad de Schiraz, de la que con frecuencia había oído hablar a mi padre como de una ciudad en que estuvieran reunidas todas las elegancias del espíritu y todas las dulzuras de la vida. Y me dije: "¡Oh Hassán! en esa ciudad de Schiraz te instalarás como mercader de pedrerías y entablarás conocimiento con los hombres más deliciosos de la tierra. ¡Y como sabes hablar el persa, no tendrá eso ninguna dificultad para ti!"

E hice inmediatamente lo que tenía resuelto hacer. Y Alah me escribió la seguridad, y tras de un largo viaje, llegué sin contratiempo a la ciudad de Schiraz, donde reinaba entonces el gran rey Sabur-Schah.

Y paré en el khan más lujoso de la ciudad, en el que alquilé una hermosa habitación. Y sin tomarme tiempo para descansar, cambié mis ropas de viaje por vestiduras nuevas y muy hermosas, y me fuí a pasear por las calles y zocos de aquella ciudad espléndida.

Y he aquí que, al salir de la gran mezquita de porcelana, cuya hermosura había conmovido mi corazón y me había sumido en el éxtasis de la plegaria, vi que venía en dirección mía un visir entre los visires del rey. Y también me vió él, y se paró frente a mí, contemplándome como si yo fuese un ángel. Luego me abordó y me dijo: "¡Oh el más hermoso de los adolescentes! ¿De qué país eres? ¡Porque tu traje me indica que eres extranjero en nuestra ciudad!" Y contesté inclinándome: "¡Soy de Damasco, ¡oh mi señor! y he venido a Schiraz para instruirme con el trato de sus habitantes!" Y al oír mis palabras, el visir se dilató considerablemente, y me estrechó en sus brazos, y me dijo: "¡Hermosas palabras las de tu boca!, ¡oh hijo mío! ¿Qué edad tienes?" Y contesté: "¡Tu esclavo se halla en su decimosexto año!" Y él se dilató aún más, pues descendía de los compañeros de Loth, y me dijo: "Es la edad más hermosa, ¡oh hijo mío! es la edad más hermosa. Y si no tienes que hacer nada mejor, ven conmigo a palacio y te presentaré a nuestro rey, que gusta de los rostros hermosos, y te nombrará chambelán entre sus chambelanes. Y sin duda serás la gloria de los chambelanes y corona suya". Y le dije: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos, y escucho y obedezco!"

Entonces me cogió de la mano. E hicimos el camino juntos, charlando de unas cosas y de otras. Y se asombraba él mucho, al oírme hablar el persa, lengua que no era la mía, con desenfado y pureza. Y se maravillaba de mi cara y de mi elegancia. Y me decía: "¡Por Alah, si todos los jóvenes de Damasco son como tú, esa ciudad será una región del paraíso, y la parte del cielo que hay encima de Damasco será el paraíso mismo!" Y de tal suerte llegamos al palacio del rey Sabur-Schah, en presencia del cual me introdujo, y que, en efecto, sonrió al ver mi rostro, y me dijo: "¡Bienvenido sea a mi palacio el rostro de Damasco!" Y añadió: "¿Cómo te llamas, ¡oh hermoso adolescente!?" Y contesté: "Tu esclavo Hassán, ¡oh rey del tiempo!" Y al oírme hablar así, se dilató y se esponjó, y me dijo: "Jamás nombre alguno cuadró mejor a un rostro semejante, ¡oh Hassán!" Y añadió: "¡Te nombro mi chambelán, a fin de que mis ojos se regocijen todas las mañanas viéndote!" Y besé la mano del rey, y le di gracias por la bondad que me demostraba. Y el visir me llevó consigo y me hizo quitar mis trajes, y me vistió él mismo con ropa de paje. Y me dió la primera lección de indumentaria precisa para nuestras funciones de chambelán. Y no sabía yo cómo expresarle mi gratitud por todas sus atenciones. Y él me tomó bajo su protección. Y me hice amigo suyo. Y por su parte, todos los demás chambelanes, que eran jóvenes y muy hermosos, se hicieron amigos míos. Y parecía que iba a ser deliciosa en aquel palacio mi vida, pues que tanta alegría me proporcionaba ya y tantos placeres me prometía.

Y he aquí que hasta entonces ¡oh mi señor! para nada absolutamente había intervenido en mi vida la mujer. Pero pronto debía hacer su aparición. Y con ella, mi vida había de entrar en la complicación...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0848: pero cuando llegó la 878ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 878ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y he aquí que hasta entonces ¡oh mi señor! para nada absolutamente había intervenido en mi vida la mujer. Pero pronto debía hacer su aparición. Y con ella, mi vida había de entrar en la complicación.

En efecto, debo apresurarme a decirte ¡oh mi señor! que mi protector me había dicho el primer día: "Sabe ¡oh querido mío! que está prohibido a todos los chambelanes de las doce cámaras, así como a todos los dignatarios de palacio, oficiales y guardias, pasearse después de cierta hora de la noche por los jardines de palacio. Porque, a partir de esa hora, los jardines están reservados sólo a las mujeres del harén, a fin de que puedan ir allá a tomar el aire y charlar entre sí. Y si alguno, para su desdicha, es sorprendido en el jardín a esa hora, arriesga su cabeza". Y yo hube de prometerme no correr nunca aquel riesgo.

Pero una tarde, a causa de la frescura y la dulzura del aire, me dejé ganar por el sueño en un banco de los jardines. Y no sé cuánto tiempo estuve dormido. Y entre sueños oía voces de mujeres que decían: "¡Oh! ¡es un ángel, es un ángel, es un ángel! ¡Oh! ¡qué hermoso, qué hermoso, qué hermoso!" Y me desperté de repente. Y no vi nada más que oscuridad. Y comprendí que, si me sorprendían a aquella hora en los jardines, corría mucho riesgo de perder la cabeza, no obstante todo el interés que inspiraba al rey y a su visir. Y enloquecido con esta idea, me erguí sobre ambos pies para correr al palacio antes de que me advirtiesen en aquellos lugares prohibidos. Pero he aquí que, de improviso salió de la sombra y del silencio una voz de mujer, muy risueña de timbre, que me decía: "¿Adónde vas, adónde vas, ¡oh hermoso despierto!?" Y más asustado que si me persiguen los guardias todos del harén, quise huir de aquel sitio, sin pensar más que en llegar al palacio. Pero no bien hube dado algunos pasos, a la vuelta de una avenida, bajo la luna, que salía de detrás de una nube, vi aparecer una dama de belleza y de blancura extraordinarias, que se irguió ante mí sonriendo con dos grandes ojos de gacela enamorada. Y su porte era tan majestuoso como real era su actitud. Y la luna que brillaba en el cielo era menos brillante que su rostro.

Y ante aquella aparición, descendida sin duda del paraíso, no pude por menos de pararme. Y lleno de confusión, bajé los ojos y me mantuve en la actitud de la deferencia. Y me dijo ella con su voz amable: "¿Adónde ibas tan de prisa, ¡oh luz de los ojos!? ¿Y quién te obliga a correr así?" Y contesté: "¡Oh señora! si perteneces a este palacio, no puedes ignorar las razones que me impulsan a alejarme tan precipitadamente de estos lugares. Debes saber, en efecto, que está prohibido a los hombres retardarse en los jardines, pasada cierta hora, y que les va la cabeza en contravenir esta prohibición. Por favor, déjame, pues, alejarme antes de que me adviertan los guardias". Y la joven señora, sin dejar de reír, me dijo: "¡Oh brisa del corazón! ¡un poco tarde te acuerdas de retirarte! La hora de que hablas ha pasado hace mucho tiempo. ¡Y mejor harías, en vez de procurar ponerte a salvo en pasar aquí el resto de la noche, que será para ti una noche bendita, una noche de blancura!" Pero yo, más asustado y más tembloroso que nunca, sólo pensaba en la fuga, y me lamentaba, diciendo: "¡Estoy perdido sin remedio! ¡Oh hija de gentes de bien, o mi señora, quienquiera que seas, no me ocasiones la muerte con el atractivo de tus encantos!" Y quise escaparme. Pero ella me lo impidió extendiendo el brazo izquierdo, y con su mano derecha se quitó completamente su velo, y me dijo, cesando de reír: "Mírame, pues, joven insensato, y dime si todas las noches las puedes encontrar más bellas o más jóvenes que yo. Apenas tengo dieciocho años, y no me ha tocado ningún hombre. Respecto a mi rostro, que no es feo de mirar, ninguno antes que tú pudo envanecerse de haberlo entrevisto. Me ultrajarías, pues, violentamente si te obstinaras en rehuirme". Y le dije: "¡Oh soberana mía! ¡ciertamente, eres la luna llena de la belleza, y aunque la noche, celosa, oculta a mis ojos parte de tus encantos, lo que de ellos descubro basta para encantarme! Pero te suplico que te pongas por un instante en mi situación, y verás cuán triste y delicada es".

Y contestó ella: "Convengo contigo ¡oh núcleo del corazón! en que tu situación es, en efecto, delicada; pero su delicadeza no proviene del peligro que corres, sino del propio objeto que la ocasiona. ¡Porque no sabes quién soy, ni cuál es mi rango en el palacio! Y en cuanto al peligro que corres, sería real para otro que tú, ya que te tengo bajo mi salvaguardia y mi protección. Dime, pues, tu nombre, quién eres y cuáles son tus funciones en palacio". Y contesté: "¡Oh mi señora! soy Hassán de Damasco, el nuevo chambelán del rey Sabur-Schah y el favorito del visir del rey Sabur-Schah". Y exclamó ella: "¡Ah! ¿conque eres tú el hermoso Hassán que ha volcado el cerebro del descendiente de Loth? ¡Cuán feliz soy por tenerte esta noche para mí sola, ¡oh querido mío! ¡Ven corazón mío, ven! ¡Y deja de envenenar los momentos de dulzura y de gracia con penosas reflexiones!"

Y tras de hablar así, la hermosa joven me atrajo a la fuerza hacia ella, y frotó su rostro contra el mío, y aplicó sus labios a mis labios con pasión. Y yo, ¡oh mi señor! aunque era la primera vez que me ocurría una aventura semejante, sentía en aquel contacto vivir furiosamente en mí al niño de su padre, y tras de besar en un transporte a la joven, que estaba en éxtasis, saqué el niño y lo encaminé al nido. Pero, al verlo, en vez de empezar a moverse animándose, la joven se desenlazó de pronto y me rechazó rudamente, lanzando un grito de alarma. Y apenas tuve tiempo de guardarme al niño, pues al punto vi salir de un bosquecillo de rosas a diez jóvenes que echaron a correr hacia nosotros; riendo a más no poder.

Y al divisarlas, ¡oh mi señor! comprendí que lo habían visto todo y oído todo, y que la joven consabida se había divertido a costa mía, y que sólo habló conmigo por broma, con el objeto evidente de, hacer reír a sus compañeras. Y por cierto que, en un abrir y cerrar de ojos, todas las jóvenes me habían rodeado, risueñas y saltarinas como corzas domesticadas. Y sin cesar en sus carcajadas, me miraban con ojos encendidos de malicia y de curiosidad, y decían a la que hubo de interpelarme: "¡Oh hermana nuestra Kairia, qué bien te has portado! ¡Oh qué bien te has portado! ¡Cuán hermoso era el niño! ¡y vivaz!" Y otra dijo: "¡Y rápido!" Y otra dijo: "¡E irritable!" Y otra dijo: "¡Y galante!" Y otra dijo: "¡Y encantador!" Y otra dijo: "¡Y grande!" Y otra dijo: "¡Y robusto!" Y otra dijo: "¡Y vehemente!" Y otra dijo: "¡Y sorprendente!" Y otra dijo: "¡Un sultán!"

Y a la sazón prorrumpieron en prolongadas carcajadas, mientras yo estaba en el límite del azoramiento y de la confusión. Porque en mi vida ¡oh mi señor! había mirado a una mujer a la cara, ni había tratado con mujeres. Y aquéllas tenían un desenfado y una audacia sin precedentes en los anales de la impudicia. Y allí me quedé, en medio de su delirio, desconcertado, vergonzoso y con la nariz alargada hasta los pies, como un tonto.

Pero de repente salió del bosquecillo de rosas, cual la luna que se eleva, una duodécima joven, cuya aparición hizo cesar súbitamente todas las risas y todas las bromas. Y era soberana su belleza y a su paso hacía inclinarse los tallos de las flores. Y avanzó hacia nuestro grupo, que hubo de abrirse al acercarse ella; y la joven me miró largamente y me dijo: "En verdad ¡oh Hassán de Damasco! que tu audacia es mucha audacia, y el atentado que cometiste en la persona de esta joven merece un castigo. ¡Y por mi vida te juro que lo siento por tu juventud y tu hermosura!"

Entonces la joven que fué causa de toda aquella aventura, y que se llamaba Kairia, se adelantó y besó la mano de la que acababa de hablar así, y le dijo: "¡Oh nuestra señora Suleika! ¡por tu vida preciosa, perdónale su impulso de hace poco, que sólo prueba su impetuosidad! ¡Y su suerte está entre tus manos! ¿Es que vamos a abandonar o a dejar sin socorro a este hermoso asaltante, a este perpetrador de atentados contra las jóvenes vírgenes?" Y la que se llamaba Suleika reflexionó un instante y contestó: "Pues bien: por esta vez le perdonamos, ya que tú, que has sufrido su atentado, intercedes en favor suyo. ¡Sea salva su cabeza, y véase él libre del peligro en que se encuentra! Y para que se acuerde de las jóvenes que le han salvado, conviene que tratemos de hacerle algo más agradable aún su aventura de esta noche. Llevémosle, pues, con nosotras y hagámosle entrar en nuestros aposentos privados, que ningún hombre hasta ahora violó con su presencia".

Tras de hablar así, hizo cierta seña a una de las jóvenes que la acompañaban, la cual desapareció en seguida bajo los cipreses, ligera, para volver al cabo llevando en brazos un montón de sedas. Y desenvolvió a mis pies las tales sedas, que constituían un encantador traje de mujer; y entre todas me ayudaron a ponérmelo encima de mis ropas. Y disfrazado de tal modo, me mezclé al grupo que formaban ellas. Y pasando por entre los árboles, ganamos los aposentos privados.

Y he aquí que, al entrar en la sala de recepciones reservadas al harén, que era toda de mármol calado e incrustado de perlas y turquesas, las jóvenes me dijeron al oído que en aquella sala era donde la hija única del rey tenía costumbre de recibir a sus visitas y a sus amigas. Y también me revelaron que la hija única del rey no era otra que la propia princesa Suleika.

Y observé que en medio de aquella sala tan hermosa y tan desamueblada había veinte alfombrines grandes de brocado dispuestos en redondo sobre el tapiz central. Y todas las jóvenes, que ni por un instante habían dejado de hacerme zalamerías ni de dirigirme ojeadas llameantes, fueron a sentarse en buen orden sobre los alfombrines de brocado, obligándome a que me sentara en medio de ellas, junto a la princesa Suleika misma, que me miraba con ojos que traspasaban mi alma.

Entonces Suleika pidió refrescos, y seis nuevas esclavas, no menos bellas y ricamente vestidas, aparecieron al instante, y empezaron por ofrecernos servilletas de seda en bandejas de oro, en tanto que las seguían diez más con grandes porcelanas, cuya contemplación ya era por sí sola un refresco...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0849: y cuando llegó la 879ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 879ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... en tanto que las seguían diez más con grandes porcelanas, cuya contemplación ya era por sí sola un refresco. Y nos sirvieron las porcelanas, que contenían sorbetes de nieve, leche cuajada, confituras de toronja, rebanadas de cohombro y limones. Y la princesa Suleika se sirvió la primera, y con la misma cuchara de oro que se había llevado a los labios me ofreció un poco de confitura y una rebanada de toronja, dándome luego otra cucharada de leche cuajada. Después circuló de mano en mano varias veces la misma cuchara, de modo que todas las jóvenes sirviéronse repetidamente de aquellas cosas excelentes hasta que no quedó nada en las porcelanas. Y entonces las esclavas nos presentaron en copas de cristal agua muy pura.

Y no dejó de hacerse la conversación tan viva como si hubiéramos bebido los fermentos de los vinos todos. Y me asombré del atrevimiento de los discursos que salían de labios de aquellas jóvenes, las cuales reían a carcajadas en cuanto una de ellas aventuraba una broma picante y mordaz acerca del niño de su padre, cuya contemplación las tenía preocupadas con exceso. Y la encantadora Kairia, contra quien iba dirigido mi atentado, si atentado hubo, no me guardaba ningún rencor, y se había colocado de frente a mí. Y me miraba sonriendo, y con el lenguaje de los ojos me daba a entender que me perdonaba mi ligereza del jardín. Y yo, por mi parte, levantaba los ojos hacia ella de cuando en cuando, y luego los bajaba vivamente en cuanto notaba que ella tenía la vista fija en mí; porque, no obstante los esfuerzos que hacía yo para aparentar cierto aplomo en mi rostro, seguían teniendo, en medio de aquellas extraordinarias jóvenes, un aspecto muy azorado. Y la princesa Suleika y sus acompañantes, que demasiado lo comprendían, trataban, por su parte, de darme ánimos a todo trance. Y Suleika acabó por decirme: "¿Cuándo vas a mostrarte tranquilo y seguro, ¡oh Hassán, oh damasquino!? ¿Acaso crees que estas inocentes jóvenes comen carne humana? ¿Y no sabes que no corres ningún peligro en los aposentos de la hija del rey, donde jamás se atrevería un eunuco a penetrar sin permiso? Olvida pues, por un instante que hablas con la princesa Suleika, y figúrate que estás charlando con sencillas hijas de mercaderes modestos de Schiraz. Levanta la cabeza ¡oh Hassán! y mira a la cara a todas estas jóvenes encantadoras. ¡Y cuando las hayas examinado con la mayor atención, date prisa a decirnos con toda franqueza, y ya sin temor a enfadarnos, cuál de entre nosotras te gusta más!"

Estas palabras de la princesa Suleika, ¡oh rey del tiempo! en vez de darme ánimo y tranquilidad, no hicieron más que aumentar mi turbación y mi embarazo, y sólo supe balbucear palabras incoherentes, sintiendo que se me subía al rostro el rubor de la emoción. Y en aquel momento hubiera querido que la tierra se abriese y me devorase. Y Suleika, al ver mi perplejidad, me dijo: "Ya veo ¡oh Hassán! que te he pedido una cosa que te pone en un aprieto. Porque sin duda temes, al declarar tu preferencia por una, disgustar a las demás e indisponerlas contra ti. Pues bien; estás equivocado si te oscurece el entendimiento ese temor. Has de saber, en efecto, que yo y mis compañeras estamos tan unidas y existen tantos lazos de ternura entre nosotros, que, hiciera un hombre lo que hiciera con una de nosotras, no podría alterar nuestros sentimientos mutuos. Desecha, pues, de tu corazón los temores que te hacen tan prudente, examínanos a tu antojo, e incluso si deseas que nos pongamos completamente desnudas delante de ti, dilo sin reticencia, y lo ejecutaremos por encima de nuestras cabezas y de nuestros ojos. Pero apresúrate a decirnos cuál es la elegida de tu gusto". Entonces ¡oh mi señor! hice una llamada al valor que me volvía a impulsos de estas palabras alentadoras, y aunque las compañeras de Suleika, eran perfectamente bellas, y hubiese sido muy difícil al ojo más experto hallar diferencia entre ellas, y aunque, por otra parte, la princesa Suleika era por sí misma tan maravillosa al menos como sus doncellas, mi corazón deseó ardientemente a la que fué la primera en hacerlo latir con tanta violencia en el jardín, a la vivaracha y deliciosa Kairia, a la bienamada del niño de su padre. Pero, aun con todo el deseo que tenía de hacerlo me guardé bien de revelar mis sentimientos, que era muy fácil, a despecho de las palabras tranquilizadoras de Suleika, que atrajeran sobre mi cabeza los rencores de todas aquellas vírgenes. Y tras de examinarlas a todas con la mayor atención, me limité a encararme con la princesa Suleika y a decirle: "¡Oh mi señora! debo empezar por decirte que nunca me atrevería a comparar el brillo de la luna con el titilar de las estrellas. Y es tanta tu belleza, que los ojos no acertarían a tener miradas más que para ella". Y diciendo estas palabras, no pude por menos de dirigir una ojeada de inteligencia a la deleitable Kairia para darle a entender que sólo la cortesía me dictaba aquella adulación a la princesa.

Y cuando hubo oído mi respuesta, Suleika me dijo, sonriendo: "Has estado galante, ¡oh Hassán! por más que la adulación sea aparente. ¡Apresúrate, pues, ahora que tienes más libertad para hablar, a descubrirnos el fondo de tu corazón, diciéndonos cuál, entre todas estas jóvenes, es la que te cautiva más!" Y por su parte, las jóvenes unieron sus ruegos a los de la princesa para apremiarme a que les revelara mi preferencia. Y Kairia era entre todas quien se mostraba más decidida a hacerme hablar, pues ya había adivinado mis pensamientos secretos.

Entonces, desechando el resto de timidez que me quedaba, cedí a tan reiteradas instancias de las jóvenes y de su señora, me encaré con Suleika, y le dije señalando con un ademán de mi mano a la joven Kairia: "¡Oh soberana mía! ¡ésa es la que prefiero! ¡Sí, por Alah, hacia la amable Kairia va mi mayor deseo!".

No había acabado de pronunciar estas palabras, cuando todas las jóvenes se echaron a reír a carcajadas a la vez, sin que en sus rostros alegres apareciese el menor indicio de agravio. Y pensé para mi ánima, mirándolas cómo se empujaban con el codo y se morían de risa: "¡Qué cosa tan prodigiosa! ¿Se trata de mujeres entre las mujeres y de jóvenes entre las jóvenes? ¿Pues cuándo las criaturas de ese sexo han adquirido esa indiferencia y tanta virtud para no sentirse envidiosas y no arañarse el rostro al saber un triunfo de una semejante suya? ¡Por Alah! ni las hermanas obrarían ante sus hermanas con tanta amabilidad y desinterés. He aquí algo que va más allá del entendimiento".

Pero la princesa Suleika no me dejó sumido por mucho tiempo en aquella perplejidad, y me dijo: "Felicidades, felicidades, ¡oh Hassán de Damasco! ¡Por mi vida, que los jóvenes de tu país tienen buen gusto, vista fina y sagacidad! Y me satisface mucho ¡oh Hassán! que hayas dado la preferencia a mi favorita Kairia, que es la preferida de mi corazón y la más querida. Y no te arrepentirás de tu elección, ¡oh tunante! Además, te hallas muy distante de conocer todo el mérito y todo el valor de la elegida, pues ninguna de nosotras, tales como somos, puede compararse de cerca ni de lejos con ella en encantos, perfecciones corporales o atractivo espiritual. Y somos esclavas suyas, en verdad, aunque engañen las apariencias".

Luego, todas, una tras otra, empezaron a felicitar a la encantadora Kairia y a gastarle bromas por el triunfo que acababa de obtener. Y no se quedaba ella corta en las réplicas, y para cada una de sus compañeras tenía la respuesta conveniente, en tanto que yo llegaba al límite del asombro.

Tras de lo cual, Suleika tomó de junto a ella un laúd, y lo puso en las manos de su favorita Kairia, diciéndole: "¡Alma de mi alma, conviene que hagas ver a tu enamorado un poco de lo que sabes, a fin de que no crea que hemos exagerado tus méritos!" Y la deleitable Kairia cogió el laúd de manos de Suleika, lo templó, y después de un preludio arrebatador, cantó en sordina, acompañándose:

¡Soy la educanda del amor, que me ha enseñado las buenas maneras!

Y ha puesto en mi alma tesoros que reserva para ese joven corzo que me ha punzado el corazón, con los escorpiones negros de sus hermosas sienes.

¡Mientras viva, amaré al joven que ha escogido mi corazón, porque soy fiel al objeto de mi amor!

¡Oh enamorados! ¡cuando hayáis escogido un objeto amable, amadle mucho y no os separéis de él nunca! ¡Objeto que se pierde no se encuentra jamás!

¡Por lo que a mí respecta, amo a ese joven corzo de formas graciosas, cuya mirada ha penetrado en mi corazón más profundamente que el filo de una hoja cortante!

¡La belleza escribió en su frente joven líneas encantadoras de sentido conciso!

¡Su mirada de hechicería es tan encantadora que fascina a los corazones todos con el arco tirante en que brillan sus flechas negras!

¡Oh tú, sin quien yo ya no podré pasarme y a quien no sabré reemplazar en mi intimidad!

¡Ven al hammam conmigo! ¡Arderán los nardos, y sus vapores llenarán la sala!

¡Y cantaré sobre tu corazón nuestro amor!

Cuando hubo acabado de cantar, posó los ojos en mí tan tiernamente, que olvidando de pronto toda mi timidez y la presencia de la hija del rey y de sus maliciosas acompañantas, me arrojé a los pies de Kairia, transportado de amor y en el límite del placer. Y aspirando el perfume que se exhalaba de sus finos vestidos y sintiendo el calor que su carne me comunicaba, llegué a tal estado de embriaguez, que de repente la cogí en mis brazos, y empecé a besarla con vehemencia en donde podía, mientras ella desfallecía como una tórtola. Y no volví a la realidad hasta oír las grandes carcajadas que lanzaban las jóvenes al verme fuera de mí como un morueco ayuno desde su pubertad...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0850: pero cuando llegó la 880ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 880ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y no volví a la realidad hasta oír las grandes carcajadas que lanzaban las jóvenes al verme fuera de mí como un morueco ayuno desde su pubertad.

A continuación se pusieron a comer y a beber y a decir locuras y a hacerme caricias y mimos disimuladamente, hasta que entró una esclava vieja, la cual hubo de advertir a la reunión que pronto llegaría el día. Y contestaron todas a una: "¡Oh nodriza nuestra señora, tu advertencia está por encima de nuestras cabezas y de nuestros ojos!" Y Suleika se levantó, diciéndome: "Ya es tiempo ¡oh Hassán! de ir a descansar. Y puedes contar con mi protección para llegar a unirte con tu enamorada, porque nada perdonaré para hacerte llegar a la satisfacción de tus deseos. Pero, por el momento, vamos a hacerte salir sin miedo del harén".

Y dijo algunas palabras al oído de su vieja nodriza, que me miró un instante a la cara y me cogió de la mano, diciéndome que la siguiera. Y después de inclinarme ante aquella bandada de palomas, y de lanzar una ojeada apasionada a la deleitable Kairia, me dejé conducir por la vieja, que me llevó por varias galerías, y dando mil rodeos me hizo llegar a una puertecita de la que tenía la llave. Y abrió aquella puerta. Y me deslicé afuera, y advertí que estaba al otro lado del recinto de palacio.

Ya era de día, y me apresuré a regresar a palacio ostensiblemente por la puerta principal, de modo que me notasen los guardias. Y corrí a mi cuarto, en donde, no bien hube franqueado el umbral, me encontré con mi protector el visir descendiente de Loth, que me esperaba en el límite de la impaciencia y de la inquietud. Y se levantó vivamente al verme entrar, y me estrechó en sus brazos, y me besó tiernamente diciéndome: "¡Oh Hassán! mi corazón estaba contigo, y he tenido mucho cuidado por ti. Y no he cerrado los ojos en toda la noche, pensando que, como eres extranjero en Schiraz, corrías peligros nocturnos a causa de los bribones que infestan las calles. ¡Ah querido mío! ¿dónde has estado lejos de mí?" Y me guardé bien de contarle mi aventura ni de decirle que había pasado la noche con mujeres, y sencillamente me limité a contestarle que me había encontrado con un mercader de Damasco establecido en Bagdad, que acababa de partir para El-Bassra con toda su familia, y que me había retenido en su casa toda la noche. Y mi protector se vió obligado a creerme, y se contentó con lanzar algunos suspiros y reprenderme amistosamente. ¡Y he aquí lo referente a él!

En cuanto a mí, sentía con el corazón y el espíritu ligados a los encantos de la deleitable Kairia, y pasé todo aquel día y toda aquella noche recordando las menores circunstancias de nuestra entrevista. Y al día siguiente todavía estaba absorto en mis recuerdos, cuando un eunuco fué a llamar a mi puerta y me dijo: "¿Es aquí donde habita el señor Hassán de Damasco, chambelán de nuestro amo el rey Sabur-Schah?" Y contesté: "¡En su casa estás!" Entonces él besó la tierra entre mis manos y se incorporó para sacarse del seno un papel enrollado que hubo de entregarme. Y se fué por donde había venido.

Y al punto desdoblé el papel, y vi que contenía estas líneas, trazadas con letras complicadas: "Si el corzo del país de Scham viene esta noche a pasear entre las ramas su esbeltez a la luz de la luna, se encontrará con una corza joven en celo, desfalleciendo sólo con sentirle acercarse, la cual en su lenguaje le dirá cuán conmovido tiene el corazón por haber sido elegida entre las corzas de la selva y preferida entre sus compañeras".

Y ¡oh mi señor! al leer esta carta, me sentí ebrio sin haber probado el vino. Porque, aunque desde la primera noche hube de comprender que la deleitable Kairia sentía alguna inclinación por mí, no esperaba yo una prueba de adhesión semejante. Así es que, en cuanto pude disimular mi emoción, me presenté en casa de mi protector el visir y le besé la mano. Y predisponiéndole así en mi favor, le pedí permiso para ir a ver a un derviche de mi país, recientemente llegado de la Meca, que me había invitado a pasar con él la noche. Y habiéndoseme dado permiso, volví a mi cuarto y escogí, entre mis pedrerías, las más hermosas esmeraldas, los rubíes más puros, los diamantes más blancos, las perlas más gruesas, las turquesas más delicadas y los zafiros más perfectos, y con un hilo de oro los ensarté como un rosario. Y en cuanto descendió la noche sobre los jardines, me perfumé con almizcle puro, y gané sigilosamente los boscajes por la puertecilla disimulada, cuyo camino conocía, y que hallé abierta para mí.

Y llegué a los cipreses, al pie de los cuales me había dejado llevar del sueño la primera noche, y esperé anhelante la llegada de la bienamada. Y la impaciencia me abrasaba el alma, y me parecía que nunca iba a llegar el momento de nuestra entrevista. Y he aquí que, de pronto, bajo los rayos de la luna, movióse entre los cipreses una blancura ligera, y la deleitable Kairia se mostró ante mis ojos extáticos. Y me prosterné a sus pies, dando con la cara en tierra, sin poder decir una palabra, y permanecí en aquel estado hasta que me dijo ella con su voz de agua corriente: '¡Oh Hassán de mi amor! ¡levántate, y en vez de ese silencio tierno y apasionado, dame verdaderas pruebas de tu inclinación hacia mí! ¿Es posible ¡oh Hassán! que me hayas encontrado realmente más hermosa y más deseable que todas mis compañeras, deliciosas jóvenes, perlas imperforadas, e incluso más que la princesa Suleika? Tendré que oírlo por segunda vez aún para dar crédito a mis oídos". Y tras de hablar así, se inclinó hacia mí y me ayudó a levantarme. Y yo le cogí la mano y me la llevé a mis labios apasionados, y le dije: "¡Oh soberana de las soberanas! ante todo, toma este rosario de mi país, cuyas cuentas desgranarás durante los días de tu vida dichosa, acordándote del esclavo que te lo ha ofrecido. Y con este rosario, ínfimo don de un pobre; acepta también la declaración de un amor que estoy dispuesto a legalizar ante el kadí y los testigos".

Y me contestó ella: "Estoy radiante de haberte inspirado tanto amor, ¡oh Hassán, por quien expongo mi alma a los peligros de esta noche! Pero ¡ay! no sé si mi corazón debe regocijarse de su conquista, o si debo mirar nuestro encuentro como principio de las calamidades y desdichas de mi vida".

Y tras de hablar así, reclinó su cabeza sobre mi hombro mientras le agitaban el pecho los suspiros. Y le dije: "¡Oh dueña mía! ¿por qué en esta noche de blancura ves el mundo tan negro ante tu rostro? ¿Y por qué invocar sobre tu cabeza las calamidades con tan falsos presentimientos?" Y ella me dijo: "¡Haga Alah ¡oh Hassán! que sean falsos esos presentimientos! Pero no creas que es tan insensato el temor que viene a turbar nuestro placer en este momento tan deseado de nuestro encuentro. ¡Ay! demasiado fundados son mis presentimientos". Y se calló por un momento y me dijo: "Porque has de saber ¡oh el más amado de los amantes! que la princesa Suleika te ama secretamente y que se dispone a declararte su amor de un momento a otro. ¿Cómo recibirás semejante declaración? ¿Y el amor que dices sentir por mí podrá resistir a la gloria de tener por amante a la más bella y a la más poderosa entre las hijas de reyes?"

Pero la interrumpí para exclamar: "¡Sí, por tu vida, ¡oh deleitable Kairia! tú preponderarás siempre en mi corazón sobre la princesa Suleika! ¡Y pluguiera a Alah que tuvieses una rival más formidable todavía, y ya verás cómo nada podría extinguir la constancia de mi corazón subyugado por tus encantos! Y aun cuando el rey Sabur-Schah, padre de Suleika, no tuviera hijos que le sucediesen y dejase el trono de Persia a quien fuera el esposo de su hija, yo te sacrificaría mi destino, ¡oh la más amable de las jóvenes!" Y Kairia prorrumpió en exclamaciones, diciendo: "¡Oh infortunado Hassán! ¡qué ceguera la tuya! ¿Olvidas que no soy más que una esclava al servicio de la princesa Suleika? Si respondieras con una negativa a la declaración de su amor, atraerías sobre mi cabeza y sobre la tuya su resentimiento, y ambos estaríamos perdidos sin remedio. Por tanto, para nuestro propio interés, es preferible que cedas a la más fuerte. Se trata del único medio de salvación. Y Alah llevará su bálsamo al corazón de los afligidos". Y yo, lejos de someterme a su consejo, me sentí en el límite de la indignación solamente con pensar que se me hubiera supuesto lo bastante pusilánime para ceder a tales cálculos, y exclamé, estrechando en mis brazos a la deleitable Kairia: "¡Oh resumen de los más hermosos dones del Creador! no tortures mi alma con tan penosos discursos. Y ya que el peligro amenaza tu cabeza encantadora, emprendamos juntos la fuga a mi país. Allá hay desiertos donde nadie podría dar con nuestras huellas. ¡Y gracias al Retribuidor, soy bastante rico para hacerte vivir entre esplendores aunque sea al extremo del mundo habitado!"

Al oír estas palabras, mi amiga se dejó caer con gracia en mis brazos, y me dijo: "Pues bien, Hassán; ya no dudo de tu afecto, y quiero sacarte del error a que voluntariamente te he inducido con objeto de poner a prueba tus sentimientos. Has de saber, pues; que no soy la que crees, no soy Kairia la favorita de la princesa Suleika. La princesa Suleika soy yo misma, y la que tú creías que era la princesa Suleika es precisamente mi favorita Kairia. Y he urdido esta estratagema para estar más segura de tu amor. Por cierto que al punto vas a tener la confirmación de mis asertos".

Y a estas palabras, hizo una seña, y de la sombra de los cipreses salió la que yo creía que era la princesa Suleika, y que era realmente la favorita Kairia. Y fué a besar la mano a su señora, y se inclinó ante mí ceremoniosamente. Y la deleitable princesa me dijo: "Ahora ¡oh Hassán! que sabes que me llamo Suleika y no Kairia, ¿me amarás tanto y tendrás para una princesa los mismos tiernos sentimientos que tenías para una simple favorita de princesa?" Y yo ¡oh mi señor! no dejé de dar la respuesta oportuna...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0851: pero cuando llegó la 881ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 881ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y yo ¡oh mi señor! no dejé de dar la respuesta oportuna, diciendo a Suleika que no podía concebir el exceso de mi dicha ni por qué había yo podido merecer que ella se dignase bajar su mirada hasta un esclavo como yo, y con ello hacer mi destino más envidiable que el de los hijos de los reyes más grandes. Pero ella me interrumpió para decirme: "¡Oh Hassán! no te asombres de lo que hice por ti. ¿No te he visto una noche dormido bajo los árboles a la luz de la luna? Pues desde aquel momento mi corazón quedó subyugado por tu hermosura, y no pude por menos de darme a ti para no contrariar los impulsos de mi corazón".

Entonces, y en tanto que la amable Kairia se paseaba no lejos de nosotros para vigilar los alrededores, dimos curso al río de nuestro ardor, sin que ocurriera, empero, nada ilícito. Y nos pasamos la noche besándonos y departiendo tiernamente, hasta que la favorita fué a prevenirnos de que había llegado el momento de separarnos. Pero antes de que yo dejase a Suleika, ella me dijo: "¡Oh Hassán, sea contigo mi recuerdo! Te prometo hacerte saber pronto hasta qué punto me eres querido".

Y me arrojé a sus pies para expresarle mi gratitud por todos sus favores. Y nos separamos con lágrimas de pasión en los ojos. Y salí de los jardines, dando los mismos rodeos que la primera vez.

Al día siguiente esperé con toda mi alma una señal de mi bienamada que me permitiese contar con una cita en los jardines. Pero transcurrió la jornada sin traerme la realización de mi más cara esperanza. Y aquella noche no pude cerrar los ojos, con la incertidumbre en que estaba acerca del motivo de aquel silencio. Y al otro día, a pesar de la presencia de mi protector, que trataba de adivinar la causa de mis preocupaciones, y no obstante las palabras que me dirigía para distraerme, yo lo veía todo negro ante mis ojos, y no quise tocar ningún alimento. Y cuando llegó la tarde, bajé a los jardines antes de la hora de retreta, y con gran asombro vi que todos los boscajes estaban ocupados por guardias, y sospechando algún grave acontecimiento, me apresuré a volver a mis habitaciones. Y al llegar, me encontré con un eunuco de la princesa que me esperaba. Y estaba tembloroso y no parecía tranquilo, aunque se hallaba en mi cuarto, como si de todos los rincones fuesen a salir hombres armados para descuartizarle. Y me entregó a toda prisa un rollo de papel, semejante al que ya me había entregado en otra ocasión, y se esquivó rápidamente.

Y desdoblé el rollo consabido y leí lo que sigue: "Has de saber ¡oh núcleo de la ternura! que la joven corza ha estado a punto de ser sorprendida por los cazadores cuando dejó a su gracioso corzo. Y ahora está vigilada por los cazadores que ocupan toda la selva. Guárdate bien, pues, de ir por la noche a la luz de la luna en busca de tu corza. Ten mucho cuidado y presérvate de las emboscadas de nuestros perseguidores. Y sobre todo, no te dejes llevar de la desesperación, ocurra lo que ocurra y oigas lo que oigas estos días. Y que ni mi misma muerte te haga perder la razón hasta el punto de olvidar la prudencia ¡Uassalam!"

Con la lectura de esta carta, ¡oh rey del tiempo! mi ansiedad y mis presentimientos llegaron a su límite extremo, y me dejé llevar por el torrente de mis tumultuosos pensamientos. Así es que cuando al día siguiente corrió por el palacio, como un batir de alas de búho, el rumor de la muerte tan repentina como inexplicable de la princesa Suleika, mi dolor llegó al colmo, y sin un mohín de asombro, caí desmayado en brazos de mi protector, dando con la cabeza antes que con los pies. Y permanecí en un estado próximo a la muerte durante siete días y siete noches, al cabo de los cuales, merced a los cuidados atentos que me prodigaba mi protector, volví a la vida, pero con mi alma llena de duelo y mi corazón poseído definitivamente por la desgana de vivir. Y sin poder sufrir el quedarme por más tiempo en aquel palacio ensombrecido por el duelo de mi bienamada resolví huir secretamente en la primera ocasión, para hundirme en las soledades donde por toda presencia no hay más que la de Alah y la de la hierba salvaje.

Y en cuanto se espesaron las tinieblas de la noche, recogí los diamantes y pedrerías más preciosas que poseía, pensando: "¡Pluguiera al Destino que me hubiese muerto antaño en Damasco, ahorcado en la rama del árbol añoso en el jardín de mi padre, mejor que vivir en lo sucesivo una vida de duelo y de dolor más amarga que la mirra!" Y aproveché una ausencia de mi protector para deslizarme fuera del palacio y de la ciudad de Schiraz, en pos de soledades lejos de las comarcas de los hombres.

Y anduve sin interrupción toda aquella noche y todo el día siguiente, cuando he aquí, que, al caer la tarde, estando yo parado al borde del camino, junto a una fuente, oí detrás de mí el galope de un caballo, y vi a pocos pasos, cerca ya, a un jinete joven cuyo rostro, iluminado por las tintas rojas del sol poniente, me pareció más hermoso que el del ángel Raduán. E iba vestido con trajes espléndidos, como no los llevan más que los emires y los hijos de reyes. Y me miró, haciéndome con la mano solamente el saludo cortés, sin pronunciar las palabras consagradas para la zalema usual entre musulmanes.

Y a pesar de todo, le invité a descansar y a dar de beber a su caballo, diciéndole: "¡Señor, séate propicia la frescura de la tarde, y sea esta agua deliciosa para la fatiga de tu noble corcel!" Y sonrió él a estas palabras, y saltando a tierra, ató su caballo por la brida junto a la fuente, se acercó a mí, y de improviso me rodeó con sus brazos y me besó con un ardor singular. Y sorprendido y encantado a la vez, le miré más atentamente y lancé un grito prolongado al reconocer en aquel joven a mi bienamada Suleika, a quien creía bajo la losa de la tumba.

Y ahora, ¡oh mi señor! ¿cómo decirte la dicha que llenó mi alma al recobrar a Suleika? Pelos me saldrían en la lengua antes de que pudiese darte una idea de la intensidad de la alegría que embargó nuestros corazones en aquellos instantes venturosos. Básteme decirte que, después de permanecer largo tiempo en brazos uno de otro, Suleika me puso al corriente de cuanto había pasado durante todos aquellos días de mi reciente dolencia. Y a la sazón comprendí cómo, denunciada a su padre el rey, había sido ella víctima de una vigilancia estrechísima, y prefiriendo entonces todo a la vida que le hacían llevar, había simulado la muerte, y gracias a la complicidad de su favorita había podido escapar del palacio, espiar todos mis movimientos, seguirme desde lejos, y así, segura de mi amor para en lo sucesivo, quería vivir conmigo, lejos de las grandezas, y consagrarse enteramente a hacer mi dicha. Y nos pasamos la noche entre delicias compartidas bajo la mirada del cielo. Y al día siguiente montamos juntos en el mismo caballo, y emprendimos el camino que conducía a mi país. Y Alah nos escribió la seguridad, y llegamos con buena salud a Damasco, donde el Destino me puso en tu presencia ¡oh rey del tiempo! y me hizo visir de tu poderío.

Y tal es mi historia. ¡Y Alah es más sabio!"

"Pero no creas ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- que esta historia de la princesa Suleika puede compararse a la menor de las historias extraídas de los OCIOS ENCANTADORES DE LA ADOLESCENCIA DESOCUPADA".

Y sin dejar tiempo al rey para que diese su opinión acerca de la historia de la princesa Suleika, no quiso que transcurriera aquella noche sin empezar a contarlas.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0852: los ocios encantadores de la adolescencia desocupada

LOS OCIOS ENCANTADORES DE LA ADOLESCENCIA DESOCUPADA[editar]

EL MOZALBETE DE LA CABEZA DURA Y SU HERMANA LA DEL PIE PEQUEÑO[editar]

Se cuenta -pero Alah es más sabio- que en una ciudad entre las ciudades de un país entre los países, había un hombre honrado y sumiso a la voluntad del Altísimo, con una esposa excelente y temerosa del Todopoderoso, y había tenido ella -gracias a la bendición- dos hijos, un niño y una niña. Y el muchacho había nacido con una cabeza voluntariosa y dura, y la niña con un alma dulce y unos piececitos deliciosos. Y cuando los dos niños eran ya mayorcitos murió su padre. Pero a la hora de la muerte llamó a su esposa y le dijo: "¡Oh hija del tío! te recomiendo muy particularmente que veles por nuestro hijo, pupila de nuestros ojos; que no le regañes, haga lo que haga; que no le contradigas nunca, diga lo que diga, y sobre todo, que le dejes hacer siempre lo que quiera en cualquier circunstancia de su vida (¡ojalá sea larga y próspera!)" Y cuando su esposa se lo prometió llorando, ya había muerto él dichoso y sin desear nada más.

Y la madre no dejó de cumplir la última recomendación de su difunto esposo. Y al cabo de cierto tiempo se acostó para morir (¡solo Alah es el eterno viviente!) y llamó a su hija, la hermana del muchacho, y le dijo: "¡Hija mía, has de saber que tu difunto padre (¡sea con él la misericordia del Clemente!) me hizo jurar, a su muerte, que jamás contrariaría los deseos de tu hermano! ¡Ahora júrame a tu vez, para que yo muera tranquila, que cumplirás esta recomendación!" Y la joven prestó el juramento a su madre, que murió contenta en la paz de su Señor.

Y he aquí que, en cuanto estuvo enterrada la madre, el mozalbete fué en busca de su hermana y le dijo: "Escucha, ¡oh hija de mi padre y de mi madre! Quiero, en esta hora y en este instante, reunir en casa todo lo que posee nuestra mano en muebles, cosechas, búfalos, cabras, y en una palabra, cuanto nos ha dejado nuestro padre, y quemar el continente con el contenido". Y la joven, llena de estupor, abrió sus grandes ojos, y exclamó, olvidando la recomendación: "¡Oh querido! pero, si haces eso, ¿qué va a ser de nosotros?" Y contestó él: "¡Ya verás!"

E hizo lo que había dicho. Amontonando todo en la casa, le prendió fuego. Y se convirtió en llamas todo, bienes y fondos. Y advirtiendo el mozalbete que su hermana había conseguido esconder en casa de los vecinos diferentes objetos para salvarlos del desastre, se dedicó a la busca de las tales cosas y dió con ellas siguiendo las huellas de los piececitos de su hermana. Y cuando las encontró, les prendió fuego a una tras de otra, continente y contenido. Pero los propietarios, mirándole con malos ojos, se armaron de horquillas y se pusieron en persecución del hermano y de la hermana, para matarlos. Y le dijo la joven, muriéndose de miedo: "¡Ya ves ¡oh hermano mío! lo que has hecho! ¡Pongámonos en salvo! ¡ah! ¡pongámonos en salvo!" Y emprendieron juntos la fuga, poniendo pies en polvorosa.

Y estuvieron corriendo un día y una noche, y de tal suerte lograron escapar de los que aspiraban a su muerte. Y llegaron a una hermosa propiedad en donde hacían la recolección unos labradores. Y para poder vivir ambos hermanos se ofrecieron a ayudar, y en vista de su buena cara, fueron admitidos.

Y he aquí que, días más tarde, estando el mozalbete solo en la casa con los tres hijos del amo, les hizo mil caricias para atraérselos, y les dijo: "¡Vamos a la era para jugar a que trillamos el grano!" Y cogidos de las manos se fueron los cuatro a la era consabida. Y para dar comienzo al juego, el mozalbete hizo primero de grano, y los niños se divirtieron trillándole, aunque sin hacerle daño, lo preciso para que el juego resultase más a lo vivo. Y les tocó a su vez convertirse en grano. E hicieron de grano. Y el mozalbete los trilló como si fuesen granos. Y los trilló tan bien, que les hizo papilla. Y murieron en la era. ¡Y he aquí lo referente a ellos!

Pero, volviendo a la joven, hermana del mozalbete, es el caso que cuando notó la ausencia de su hermano pensó fundadamente que estaría cometiendo alguna acción destructora. Y se puso en busca suya, y acabó por encontrarle cuando acababa él de aplastar a los tres niños, hijos del propietario. Y al ver aquello, le dijo: "¡Pongámonos en salvo pronto!, ¡oh hermano mío! ¡pongámonos en salvo pronto! ¡Mira lo que has hecho! ¡Con lo bien que estábamos en esta propiedad!" Y cogiéndole de la mano, le obligó a emprender la fuga con ella. Y como la cosa entraba en sus proyectos, se dejó él arrastrar. Y partieron. Y cuando el padre de los niños regresó a la casa, y tras de buscar a sus hijos los halló hechos papillas en la era, y se enteró de la desaparición del hermano y de la hermana, exclamó, encarándose con su gente: "¡Hay que echar a correr detrás de esos dos infames que han pagado nuestros beneficios y la hospitalidad matando a mis tres hijos!" Y se armaron de un modo terrible con flechas y estacas, y persiguieron al hermano y a la hermana, tomando los mismos senderos que ellos. Y a la caída de la noche llegaron a un árbol muy gordo y muy alto, al pie del cual se acostaron en espera del día.

Y he aquí que el hermano y la hermana se habían escondido precisamente en la copa de aquel árbol. Y al despertar por el alba, vieron al pie del árbol a todos los hombres que les perseguían, y que dormían aún. Y el mozalbete dijo a su hermana, mostrándole al amo, padre de los tres niños: "¿Ves a ese tan alto que está durmiendo? ¡Pues bien; voy a hacer mis necesidades sobre su cabeza!" Y la hermana, llena de terror, se dió un manotazo en la boca, y le dijo: "¡Estamos perdidos sin remedio! No hagas eso, ¡oh querido mío! ¡Todavía no saben que estamos escondidos encima de su cabeza, y si continúas tranquilo, se marcharán y nos veremos libres!" Pero dijo él: "¡No quiero!" Y añadió: "¡Tengo que hacer mis necesidades en la cabeza de ese hombre alto!" Y se acurrucó en la rama más alta, y se meó, y dejó caer sus excrementos en la cabeza y el rostro del amo, que hubo de quedar inundado.

¡Eso fué todo!

Y el hombre, al sentir aquellas cosas, se despertó sobresaltado, y divisó en la copa del árbol al mozalbete, que se limpiaba tranquilamente con las hojas. Y en el límite extremo del furor, cogió su arco y disparó sus flechas al hermano y a la hermana. Pero como el árbol era muy alto, las flechas no les alcanzaban, enredándose en las ramas. Entonces despertó a sus gentes y les dijo: "¡Derribad ese árbol!" Y la joven al oír estas palabras, dijo a su hermano el mozalbete: "¡Ya lo ves! ¡Estamos perdidos!" El preguntó: "¿Quién te lo ha dicho?" Ella contestó: "¡Vaya un suplicio que nos harán sufrir a causa de lo que has hecho!" El dijo: "¡Todavía no estamos entre sus manos!"

Y en el mismo momento, un gran pájaro rokh, que los había visto pasar por allí, descendió sobre ellos y se los llevó a ambos en sus garras. Y emprendió el vuelo con ellos, en tanto que el árbol caía a impulso de los hachazos, y el amo, burlado, estallaba de rabia y de furor reconcentrados.

En cuanto al pájaro rokh, continuaba elevándose por los aires, con el hermano y la hermana en sus garras. Y ya se disponía a dejarlos en cualquier parte de tierra firme, para lo cual sólo tenía que atravesar un brazo de mar sobre el que se cernía, cuando el mozalbete dijo a su hermana, la joven: "¡Hermana mía, voy a hacer cosquillas en el trasero a este pájaro...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0853: pero cuando llegó la 882ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 882ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... el mozalbete dijo a su hermana, la joven: "¡Hermana mía, voy a hacer cosquillas en el trasero a este pájaro!" Y la joven, con el corazón agitado de espanto, exclamó con temblorosa voz: "¡Oh! ¡por favor, querido, no hagas eso, no hagas eso! ¡Porque nos soltará, y nos caeremos!" El dijo: "¡Tengo muchas ganas de hacer cosquillas en el trasero a este pájaro!" Ella dijo: "¡Moriremos!" El dijo: "¡Lo haré! ¡Y va a ser así!" E hizo lo que había dicho. Y el pájaro cosquilleado se sobresaltó mucho, de tanto como le desagradó la cosa, y soltó su presa, que era el hermano y la hermana.

Y cayeron al mar. Y fueron a parar al fondo del mar, que era excesivamente profundo. Pero, como sabían nadar, pudieron salir a la superficie del agua y ganar la orilla.

Sin embargo, no veían nada y no distinguían nada, exactamente igual que si estuviesen en medio de una noche negra. Porque el país en que se hallaban era el país de las tinieblas.

Y el mozalbete, sin vacilar, buscó a tientas guijarros, y restregó dos, uno contra otro, hasta que salieron chispas. Y recogió leña en gran cantidad y con ella hizo un montón enorme, al que prendió fuego por medio de los dos guijarros. Y cuando ardió todo el montón, vieron claro. Pero, en el mismo momento, oyeron un espantoso mugido, como mil voces de búfalos salvajes reunidas en una sola. Y a la claridad de la hoguera, vieron avanzar hacia ellos, terrible, una ghula negra y gigantesca, que gritaba con sus fauces abiertas como un horno: "¿Quién es el temerario que enciende luz en el país que he consagrado a las tinieblas?"

Y a la hermana le dio aquello mucho miedo. Y con voz apagada, dijo a su hermano el mozalbete: "¡Oh hijo de mi padre y de mi madre! esta vez vamos a morir indudablemente. ¡Oh! ¡tengo miedo a esa ghula!" Y se acurrucó contra él, dispuesta a morir, y desmayada ya. Pero el muchacho, sin perder ni por un instante su presencia de ánimo, se irguió sobre ambos pies, hizo frente a la ghula, y una a una cogió las mayores brasas ardientes de la hoguera y empezó a lanzarlas con tino en la ancha boca abierta de la ghula. Y cuando de aquel modo hubo él arrojado la última brasa grande, la ghula estalló por la mitad. Y el sol alumbró de nuevo aquel país consagrado a las tinieblas. Porque, volviendo su gigantesco trasero contra el sol, la ghula le había impedido alumbrar aquella tierra. ¡Y he aquí lo referente al trasero de la ghula!

¡Pero he aquí ahora lo que atañe al rey de aquella tierra! Cuando el rey que reinaba en el país hubo visto relucir el sol después de tantos años pasados en tinieblas negras, comprendió que la terrible ghula había muerto, y salió de su palacio, seguido de sus guardias, para ponerse en busca del valiente que había librado de la opresión y de la oscuridad al país. Y al llegar a orillas del mar, vió desde lejos el montón de leña que humeaba aún, y encaminó sus pasos por aquel lado. Y al ver avanzar toda aquella tropa armada con el rey que brillaba a su cabeza, la hermana se sintió poseída de un terror grande, y dijo a su hermano: "¡Oh hijo de mi padre y de mi madre, huyamos! ¡Ah! ¡huyamos!" Y preguntó él: "¿Por qué vamos a huir? ¿Y quién nos amenaza?" Ella dijo: "¡Por Alah sobre ti, vámonos antes de que nos den alcance esas gentes armadas que avanzan hacia nosotros!" Pero dijo él: "¡No quiero!"

Y ni se movió siquiera.

Y el rey llegó con su tropa a las proximidades de la hoguera humeante, y encontró a la ghula hecha mil pedazos. Y junto a ella vió una pequeña sandalia de muchacha. Era una sandalia que se le había salido de su piececito a la hermana cuando corría a refugiarse con su hermano detrás de un montículo, adonde había ido él a tenderse para descansar algo. Y el rey dijo a sus gentes: "¡Indudablemente es una sandalia de la que ha matado a la ghula y nos ha librado de la oscuridad! Buscad bien y la encontraréis". Y la joven oyó estas palabras, y se atrevió a salir detrás del montículo y a acercarse al rey. Y se arrojó a sus plantas, implorando la salvaguardia. Y el rey vió en el pie de ella la sandalia compañera de la que se había encontrado. Y levantó a la joven y la besó, y le dijo: "¡Oh joven bendita! ¿eres tú quien ha matado a esta terrible ghula?" Ella contestó: "Es mi hermano, ¡oh rey!" El preguntó: "¿Y dónde está ese valiente?"

Ella dijo: "¿No le hará daño nadie?" El dijo: "¡Al contrario!"

Entonces fué detrás de la roca y cogió de la mano al mozalbete, que se dejó hacer. Y le condujo ella a presencia del rey, que le dijo: "¡Oh jefe de los valientes y corona suya! te doy en matrimonio a mi única hija y tomo por esposa a esta joven del pie pequeño, cuya sandalia me he encontrado".

Y el muchacho dijo: "¡No hay inconveniente!"

Y vivieron todos en las delicias, contentos y prosperando.

Luego dijo Schehrazada:

LA PULSERA DE TOBILLO[editar]

Se dice, entre lo que se dice, que en una ciudad había tres hermanas, hijas del mismo padre, pero no de la misma madre, que vivían juntas hilando lino para ganarse la vida. Y las tres eran como lunas; pero la más pequeña era la más hermosa y la más dulce y la más encantadora y la más diestra de manos, pues ella sola hilaba más que sus dos hermanas reunidas, y lo que hilaba estaba mejor y sin defecto por lo general. Lo cual daba envidia a sus dos hermanas, que no eran de la misma madre.

Un día fué ella al zoco, y con el dinero que había ahorrado de la venta de su lino se compró un búcaro pequeño de alabastro, que era de su gusto, a fin de tenerlo delante con una flor dentro cuando hilara el lino. Pero no bien regresó a casa con su búcaro en la mano, sus dos hermanas se burlaron de ella y de su compra, tildándola de derrochadora y de extravagante. Y muy conmovida y muy avergonzada, no supo ella qué decir, y para consolarse cogió una rosa y la puso en el búcaro. Y se sentó ante su búcaro y ante su rosa y se puso a hilar su lino.

Y he aquí que el búcaro de alabastro que había comprado la joven hilandera era un búcaro mágico. Y cuando su dueña quería comer, él le proporcionaba manjares deliciosos, y cuando ella quería vestirse, él la satisfacía. Pero la joven, temerosa de que le tuviesen más envidia todavía sus hermanas, que no eran de la misma madre, se guardó bien de revelarles las virtudes de su búcaro de alabastro. Y en presencia de ellas aparentaba que vivía como ellas y vestía como ellas, y aún más modestamente. Pero cuando salían sus hermanas se encerraba completamente sola en su cuarto, ponía delante de ella su búcaro de alabastro, lo acariciaba dulcemente, y le decía: "¡Oh bucarito mío! ¡oh bucarito mío! ¡hoy quiero tal y cuál cosa!" Y al punto el búcaro de alabastro le proporcionaba cuantas ropas hermosas y golosinas había pedido ella. Y a solas consigo misma, la joven se vestía con trajes de seda y oro, se adornaba con alhajas, se ponía sortijas en todos los dedos, pulseras en las muñecas y en los tobillos y comía golosinas deliciosas. Tras de lo cual el búcaro de alabastro hacía desaparecer todo. Y la joven lo cogía de nuevo, e iba a hilar su lino en presencia de sus hermanas, poniéndose delante el búcaro con su rosa. Y de tal suerte vivió cierto espacio de tiempo, pobre ante sus envidiosas hermanas y rica ante sí misma.

Un día, entre los días, el rey de la ciudad, con motivo de su cumpleaños, dió en su palacio grandes festejos, a los cuales fueron invitados todos los habitantes. Y las tres jóvenes también fueron invitadas. Y las dos hermanas mayores se ataviaron con lo mejor que tenían y dijeron a su hermana pequeña: "Tú te quedarás para guardar la casa". Pero, en cuanto se marcharon ellas, la joven fué a su cuarto, y dijo a su búcaro de alabastro: "¡Oh bucarito mío! esta noche quiero de ti un traje de seda verde, una veste de seda roja y un manto de seda blanca, todo de lo más rico y más bonito que tengas, y hermosas sortijas para mis dedos, y pulseras de turquesas para mis muñecas, y pulseras de diamantes para mis tobillos. Y dame también todo lo preciso para que yo sea la más bella en palacio esta tarde". Y tuvo cuanto había pedido. Y se atavió, y se presentó en el palacio del rey, y entró en el harén, donde había festejos aparte reservados para las mujeres. Y apareció como la luna en medio de las estrellas. Y no la reconoció radie, ni siquiera sus hermanas, de tanto como realzaba su belleza natural el esplendor de su indumentaria. Y todas las mujeres iban a extasiarse ante ella, y la miraban con ojos húmedos. Y ella recibía sus homenajes como una reina, con dulzura y amabilidad, de modo que conquistó todos los corazones y dejó entusiasmadas a todas las mujeres.

Pero cuando la fiesta tocaba a su fin, la joven, sin querer que sus hermanas regresasen a casa antes que ella, aprovechó el momento en que atraían toda la atención las cantarinas, para deslizarse fuera del harén y salir del palacio. Mas, en su precipitación por huir, dejó caer, al correr, una de las pulseras de diamantes de sus tobillos en la pila a ras de tierra que servía de abrevadero a los caballos del rey. Y no advirtió la pérdida de su pulsera de tobillo, y volvió a casa, donde llegó antes que sus hermanas.

Al día siguiente...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0854: y cuando llegó la 883ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 883ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

Al día siguiente los palafreneros llevaron a los caballos del hijo del rey a beber en el abrevadero; pero no quiso acercarse al abrevadero ninguno de los caballos del hijo del rey. Y todos juntos retrocedieron, asustados, con los nasales dilatados y resoplando con violencia. Porque habían visto algo que brillaba y lanzaba chispas en el fondo del agua. Y los palafreneros les hicieron acercarse de nuevo al agua, silbando con insistencia, aunque sin llegar a convencerles, pues los animales tiraban de la cuerda, encabritándose y dando vueltas. Entonces los palafreneros registraron el abrevadero, y descubrieron la pulsera de diamantes que había dejado caer de su tobillo la joven.

Cuando el hijo del rey, que según su costumbre, vigilaba cómo se cuidaba a los caballos, hubo examinado la pulsera de diamantes que acababan de entregarle los palafreneros, se maravilló de la finura del tobillo que debía oprimir, y pensó: "¡Por vida de mi cabeza, que no hay tobillo de mujer lo bastante fino para caber en una pulsera tan pequeña!" Y la dió vueltas en todos sentidos, y se encontró con que las piedras eran tan hermosas que la menor de entre ellas valdría por todas las gemas que adornaban la diadema de su padre el rey. Y se dijo: "¡Por Alah, que es preciso que tome yo por esposa a la propietaria de un tobillo tan encantador y dueña de esta pulsera!" Y en aquella hora y en aquel instante se fué a despertar a su padre el rey, y le enseñó la pulsera, diciéndole: "Quiero tomar por esposa a la propietaria de un tobillo tan encantador y dueña de esta pulsera". Y el rey le contestó: "¡Oh hijo mío! no hay inconveniente. Pero ese asunto incumbe a tu madre, y ella es a quien tienes que dirigirte. ¡Porque yo no entiendo de esas cosas, y ella entiende!"

Y el hijo del rey fué en busca de su madre, y enseñándole la pulsera y contándole la historia, le dijo: "Tú eres ¡oh madre! quien puede casarme con la propietaria de un tobillo tan encantador, a la cual está unido mi corazón. ¡Porque mi padre me ha dicho que tú entendías de estas cosas, y que él no entendía". Y se irguió sobre ambos pies, y llamó a sus mujeres, y salió con ellas en busca de la dueña de la pulsera. Y recorrieron todas las casas de la ciudad, y entraron en todos los harenes, probando en el pie de todas las mujeres mayores y de todas las jóvenes la pulsera de tobillo. Pero todos los pies resultaron demasiado grandes para la estrechez del objeto. Y al cabo de quince días de pesquisas vanas y pruebas, llegaron a casa de las tres hermanas, y lanzó un estridente grito de alegría al comprobar que se ajustaba a maravilla al tobillo de la más pequeña.

Y la reina besó a la joven, y también la besaron las demás damas del séquito de la reina. Y la cogieron de la mano, y la condujeron a palacio, donde al punto quedó decidido su matrimonio con el hijo del rey. Y comenzaron las ceremonias de las bodas, que debían durar cuarenta días y cuarenta noches.

Y he aquí que el último día, después de ser conducida la joven al hammam, sus hermanas, a quienes se había llevado ella consigo, a fin de que compartiesen su alegría y se convirtieran en grandes damas de palacio, la vistieron y la peinaron. Y como, confiada en el afecto que le mostraban, les había revelado ella el secreto y las virtudes del búcaro de alabastro, no les fué difícil obtener del búcaro mágico todos los trajes, todos los atavíos y todas las alhajas que se necesitaban para adornar a la recién casada como nunca fué adornada hija de rey o de sultán. Y cuando acabaron de peinarla le clavaron en sus hermosos cabellos grandes alfileres de diamantes a manera de airón.

Y he aquí que, apenas quedó clavado el último alfiler, la joven desposada se metamorfoseó repentinamente en tórtola con un pequeño moño en la cabeza. Y salió volando muy de prisa por la ventana del palacio.

Porque los alfileres que sus hermanas le habían clavado en los cabellos eran alfileres mágicos, dotados del poder de transformar a las jóvenes en tórtolas, y la envidia que sentían ambas hermanas les había impulsado a pedir esos alfileres al búcaro de alabastro.

Y las dos hermanas, que en aquel momento se encontraban solas con su hermana pequeña, se guardaron mucho de contar la verdad al hijo del rey. Y se limitaron a decirle que su hermana había salido un momento y que no había vuelto. Y el hijo del rey, viendo que no aparecía, mandó hacer pesquisas por toda la ciudad y todo el reino. Pero las pesquisas no dieron resultado. Y la desaparición de la joven le sumió en la consunción y la amargura. ¡Y he aquí lo referente al desolado hijo del rey, consumido de amor!

En cuanto a la tórtola, todas las mañanas y todas las tardes iba a posarse en la ventana de su joven esposo, y arrullaba con voz melancólica durante mucho rato, ¡mucho rato! Y al hijo del rey le parecía que aquel arrullo respondía a su propia tristeza; y le tomó gran cariño. Y un día, al ver que ella no se asustaba aunque se acercase él, tendió la mano y la atrapó. Y la tórtola se echó a temblar entre sus manos y empezó a dar sacudidas, sin dejar de arrullar tristemente. Y él se puso a acariciarla con delicadeza, alisándole las plumas y rascándole la cabeza. Y he aquí que, al rascarle la cabeza, sintió bajo sus dedos unos pequeños objetos duros corno cabezas de alfiler. Y los extrajo del moño delicadamente, uno tras otro. Y cuando él le hubo sacado el último alfiler, la tórtola dió una sacudida y de nuevo se tornó en joven.

Y ambos vivieron entre delicias, contentos y prosperando. Y las dos malas hermanas se murieron de envidia y de una reconcentración de sangre. Y Alah otorgó a los amantes numerosos hijos, tan hermosos como sus padres.

Y aquella noche aún dijo Schehrazada:

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Capítulo 0855: historia del macho cabrio y de la hija del rey

HISTORIA DEL MACHO CABRIO Y DE LA HIJA DEL REY[editar]

Se cuenta, entre lo que se cuenta, que en una ciudad de la India había un sultán a quien Alah, que es grande y generoso, había hecho padre de tres princesas como lunas, perfectas en todos sentidos y deliciosas para la mirada del espectador. Y su padre el sultán, que las amaba en extremo, quiso, en cuanto fueron púberes, buscarles esposos que fuesen capaces de estimarlas en su valor y de hacer su dicha. Y a tal fin llamó a su esposa la reina, y le dijo: "He aquí que nuestras tres hijas, las bienamadas de su padre, han llegado a la nubilidad, y cuando el árbol está en su primavera, conviene, para que no se pierda, que tenga flores anunciadoras de hermosos frutos. Por eso es preciso que busquemos a nuestras hijas esposos que las hagan dichosas". Y dijo la reina. "La idea es excelente".

Y tras de haber deliberado entre sí acerca de los medios mejores de conseguir su objeto, resolvieron hacer anunciar por los pregoneros públicos, en toda la extensión del reino, que las tres princesas estaban en edad de casarse, y que todos los hijos de emires y de grandes señores, amén de los simples particulares y de los hombres del pueblo, debían presentarse bajo las ventanas del palacio en un día fijo. Porque la reina había dicho a su esposo: "La dicha en el matrimonio no depende ni de la riqueza ni del nacimiento, sino sólo del designio del Todopoderoso. Lo mejor es, pues, dejar que el Destino elija por sí mismo a los esposos de nuestras hijas.

Y cuando llegue el día de elegirlos, no tendrán ellas más que tirar su pañuelo por la ventana sobre la muchedumbre de pretendientes. Y aquellos sobre quienes caigan los tres pañuelos serán los esposos de nuestras tres hijas". Y el sultán hubo de responder: "La idea es excelente". Y así se hizo.

De modo que cuando llegó el día fijado por los pregoneros públicos, y se llenó con la muchedumbre de pretendientes el meidán que se extendía al pie del palacio, abrióse la ventana, y la hija mayor del rey apareció, como la luna, la primera con su pañuelo en la mano. Y tiró el pañuelo al aire. Y se lo llevó el viento y lo hizo caer sobre la cabeza de un joven emir, brillante y hermoso.

Luego apareció, como la luna, en la ventana la segunda hija del rey, y tiró su pañuelo, que fué a caer sobre la cabeza de un joven príncipe tan hermoso y tan encantador como el primero.

Y la tercera hija del sultán arrojó su pañuelo a la muchedumbre. Y el pañuelo se agitó un instante, se inmovilizó un instante, y cayó para ir a engancharse en los cuernos de un macho cabrío que se hallaba entre los pretendientes. Pero el sultán, aunque había prometido solemnemente su hija a cualquier espectador sobre quien cayera el pañuelo, tuvo por nula la experiencia, y la hizo repetir. Y la joven princesa arrojó de nuevo al aire su pañuelo, que, tras de vacilar entre dos aires, por encima del meidán, cayó con rapidez y en línea recta sobre los cuernos del mismo macho cabrío. Y el sultán, en el límite de la contrariedad dió por nula esta segunda elección de la suerte, e hizo repetir la prueba a su hija. Y por tercera vez el pañuelo voltejeó algún tiempo en el aire, y fué a posarse precisamente en la cabeza cornuda del macho cabrío...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 0856: y cuando llegó la 884ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 884ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

...Y por tercera vez el pañuelo voltejeó algún tiempo en el aire, y fué a posarse precisamente en la cabeza cornuda del macho cabrío. Al ver aquello, el despecho del sultán, padre de la joven, llegó a sus límites extremos, y exclamó él: "¡No, por Alah, prefiero verla envejecer virgen en mi palacio a verla convertida en esposa de un macho cabrío inmundo!" Pero, a estas palabras de su padre, la joven se echó a llorar; y corrían por sus mejillas numerosas lágrimas y acabó por decir entre dos sollozos: "Ya que ése es mi Destino, ¡oh padre! ¿Por qué quieres impedir que se cumpla? ¿Por qué interponerte entre mi suerte y yo? ¿No sabes que cada criatura lleva atado al cuello su Destino? Y si el mío va atado a ese macho cabrío, ¿por qué impedirme que sea su esposa?" Y por otra parte, sus dos hermanas, que en secreto tenían mucha envidia de ella porque era la más joven y la más bonita, unieron sus protestas a las suyas, pues la realización de aquel matrimonio con el macho cabrío las vengaba hasta más allá de sus deseos. Y tanto y tanto porfiaron entre las tres, que su padre el sultán acabó por dar su consentimiento para un matrimonio tan extraño y tan extraordinario.

Y al punto se dió orden para que se celebrasen las bodas de las tres princesas con toda la pompa deseable y con arreglo al ceremonial de rigor. Y toda la ciudad estuvo iluminada y empavesada durante cuarenta días y cuarenta noches, en el transcurso de los cuales se dieron grandes festejos y magníficos festines, con danzas, cantos y conciertos de instrumentos. Y no cesó de reinar la alegría en todos los corazones, y hubiera sido completa si cada uno de los invitados no estuviesen un poco preocupados por los resultados de semejante unión entre una princesa virgen y un macho cabrío cuya apariencia era la de un macho cabrío terrible entre todos los machos cabríos. Y durante aquellos días preparatorios de la noche nupcial, el sultán y su esposa, así como las mujeres de los visires y de los dignatarios, fatigaron su lengua en querer disuadir a la joven de la consumación de su matrimonio con aquel animal de olor repugnante, de ojos encendidos y de herramienta espantosa. Pero ella contestaba siempre a todos y a todas con estas palabras: "Cada cual lleva colgado al cuello su Destino y si el mío es ser esposa del macho cabrío, nadie podrá oponerse a ello".

Y he aquí que, cuando llegó la noche de la consumación, se condujo a la princesa, con sus hermanas, al hammam. Tras de lo cual las arreglaron, adornaron y peinaron. Y cada cual fué conducida a la cámara nupcial que le tenía escrito el Destino. ¡Y sucedió lo que sucedió, en cuanto a las dos hermanas mayores!

¡Pero he aquí lo que le aconteció a la princesita con su marido el macho cabrío! No bien el macho cabrío fué introducido en el cuarto de la joven y se cerró la puerta tras ellos, el macho cabrío besó la tierra entre las manos de su esposa, y dando una sacudida repentina, arrojó su piel de macho cabrío y se tornó en un joven tan hermoso como el ángel Harut. Y se acercó a la joven, y la besó entre ambos ojos, luego en el mentón, luego en el cuello, luego en todas partes, y le dijo: "¡Oh vida de las almas! no intentes saber quién soy. Bástate saber que soy más poderoso y más rico que tu padre el sultán y que todos los hijos del tío que tienen por esposos tus hermanas. Mucho tiempo hace que en mi corazón se albergaba tu amor, y hasta ahora no pude llegar hasta ti. ¡Y si me encuentras de tu gusto y quieres conservarme, no tienes más que hacerme una promesa!" Y la princesa, que encontraba al hermoso joven muy de su conveniencia y absolutamente de su gusto, contestó: "¿Y cuál es la promesa que tengo que hacerte?.

¡Dila, y me someteré a ella, aunque sea muy difícil de cumplir, por el amor de tus ojos!" El dijo: "La cosa es sencilla, ¡ya setti! Únicamente pido que me prometas no revelar a nadie nunca el poder que poseo de transformarme a mi antojo. Porque si alguien un día sospechase solamente que soy macho cabrío a la vez que ser humano, yo desaparecería al instante, y te sería difícil encontrar mis huellas". Y la joven le prometió la cosa con todo género de seguridades, y añadió: "¡Prefiero morir a perder un esposo tan hermoso como tú!"

Entonces, sin tener ya motivos fundados para desconfiar uno de otro, se dejaron llevar de su inclinación natural. Y se amaron con un amor grande, y se pasaron aquella noche, noche de bendición, labios sobre labios y piernas sobre piernas, entre delicias puras y trueques encantadores. Y no cesaron en sus escarceos y empresas hasta que nació la mañana. Y el joven abandonó entonces las blancuras de la joven, y recobró su forma prístina de macho cabrío barbudo, con cuernos, pezuñas hendidas, mercancías enormes y todo lo consiguiente. Y de cuanto había tenido lugar no quedó nada, a no ser algunas manchas de sangre en la toalla de honor.

Y he aquí que, cuando la madre de la princesa entró por la mañana, como es costumbre, a saber noticias de su hija y a examinar con sus propios ojos la toalla de honor, llegó al límite del asombro al observar que el honor de la joven estaba de manifiesto en la toalla, y que la cosa era indudable. Y vió que su hija estaba lozana y contenta, y que a sus pies, en la alfombra, estaba sentado el macho cabrío rumiando discretamente. Y al ver aquello, corrió en busca de su esposo el sultán, padre de la princesa, que vió lo que vió, y no quedó menos estupefacto que su esposa. Dijo a su hija: "¡Oh hija mía! ¿es verdad eso?" Ella contestó: "¡Es verdad, padre mío!" El preguntó: "¿Y no te has muerto de vergüenza y de dolor?" Ella contestó: "¡Por Alah! ¿para qué iba a morirme, siendo mi esposo tan diligente y tan encantador?" Y la madre de la princesa preguntó: "¿Por lo visto no tienes motivo de queja?" Ella dijo: "¡Ni por asomo!" Entonces dijo el sultán: "Si no tiene motivo de queja de su esposo, es porque es feliz con él. ¿Y qué más podemos desear para nuestra hija?" Y la dejaron vivir en paz con su esposo el macho cabrío.

Al cabo de cierto tiempo, con motivo de su cumpleaños, organizó el rey un gran torneo en la plaza del meidán, debajo de las ventanas de palacio. E invitó para aquel torneo a todos los dignatarios de su palacio, así como a los dos esposos de sus hijas. En cuanto al macho cabrío, no le invitó por no exponerse a la burla de los espectadores.

Y comenzó el torneo.

Y sobre sus corceles devoradores del aire, los caballeros justaron con grandes gritos, lanzando sus djerids. Y entre todos se distinguieron los dos esposos de las princesas. Y ya les aclamaba con entusiasmo la muchedumbre de espectadores, cuando entró en el meidán un soberbio caballero que sólo con su aspecto hacía fruncir la frente de los guerreros. Y provocó a justa, uno tras de otro, a los emires vencedores, y al primer disparo de su djerid los desmontó. Y fué aclamado por la muchedumbre como héroe de la jornada.

Así es que cuando el joven jinete pasó bajo las ventanas de palacio saludando al rey con su djerid, como es costumbre, las dos princesas lanzáronle miradas cargadas de odio. Pero la más joven, aunque reconoció en él a su propio esposo, no dejó traslucir nada en su rostro para no traicionar su secreto; pero se quitó una rosa de sus cabellos y se la arrojó. Y el rey, la reina y sus hermanas lo vieron, y se disgustaron mucho.

Y al segundo día hubo de celebrarse en el meidán otra justa. Y de nuevo fué héroe de la jornada el hermoso joven desconocido. Y cuando pasaba por debajo de las ventanas de palacio, la más joven de las princesas le arrojó ostensiblemente un jazmín que se había quitado de los cabellos. Y el rey y la reina y las dos hermanas, lo vieron y se molestaron en extremo. Y el rey dijo para sí: "¡Ahora resulta que esta hija desvergonzada declara públicamente sus sentimientos a un extraño, no contenta con habernos hecho ver negro el mundo desde que se casó con el macho cabrío de perdición!" Y la reina le lanzó miradas atravesadas. Y sus dos hermanas se sacudieron las vestiduras con horror, mirándola.

Y al tercer día, cuando el vencedor de la última justa, que era el mismo hermoso caballero, pasó bajo las ventanas de palacio, la joven princesa, esposa del macho cabrío, se quitó de los cabellos, para arrojársela, una flor de tamarindo. Porque no había podido contenerse al ver tan espléndido a su esposo.

Cuando observaron aquello, la cólera del sultán y la indignación de la sultana y el furor de las dos hermanas estallaron con violencia. Y al sultán se le pusieron encarnados los ojos, y le temblaron las orejas, y se le estremecieron las narices. Y cogió por los cabellos a su hija y quiso matarla y hacer desaparecer sus huellas. Y le gritó: "¡Ah, maldita desvergonzada! no contenta con hacer entrar en mi linaje a un macho cabrío, he aquí ahora que provocas públicamente a los extraños y atraes sobre ti sus deseos. ¡Muere, pues, y líbranos de tu ignominia!" Y se dispuso a aplastarle la cabeza contra las baldosas de mármol. Y la pobre princesa, llena de espanto al ver la muerte ante sus ojos, no pudo por menos -que tan preciada y cara es la propia alma- de exclamar: "¡Voy a decir la verdad! ¡Perdonadme, que voy a decir la verdad!" Y sin tomar aliento, contó a su padre, a su madre y a sus hermanas lo que le había sucedido con el macho cabrío, y quién era el macho cabrío, y cómo el macho cabrío era macho cabrío a la vez que ser humano. Y les dijo que era su propio esposo el hermoso caballero vencedor en las justas.

¡Eso fué todo!

Y el sultán y la esposa del sultán, y las dos hijas del sultán, hermanas de la princesita, se mostraron prodigiosamente asombrados y se maravillaron del Destino de la joven. ¡Y he aquí lo referente a ellos!

Pero, volviendo al macho cabrío, el caso es que desapareció. Y ya no hubo ni macho cabrío, ni joven hermoso, ni olor de macho cabrío, ni vestigio de joven. Y la princesita, tras de esperar en vano varios días y varias noches, comprendió que no volvería él a aparecer; y quedó triste, doliente, sollozante y sin esperanza...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0857: y cuando llegó la 885ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 885ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Pero, volviendo al macho cabrío, el caso es que desapareció. Y ya no hubo ni macho cabrío, ni joven hermoso, ni olor de macho cabrío, ni vestigio de joven. Y la princesa, tras de esperar en vano varios días y varias noches, comprendió que no volvería él a aparecer; y quedó triste, doliente, sollozante y sin esperanza.

Y vivió de tal suerte durante algún tiempo, entre lágrimas continuas y presa de la consunción, rehusando todo consuelo y toda distracción. Y contestaba a cuantos trataban de hacerle olvidar su desdicha: "Es inútil; soy la más infortunada entre las criaturas, y moriré de pena indudablemente".

Pero, antes de morir, quiso saber por sí misma si en toda la extensión de la tierra de Alah existía una mujer tan abandonada de la suerte y tan desgraciada como ella. Y primero decidió viajar e interrogar a todas las mujeres de las ciudades por donde pasara. Luego abandonó aquella primera idea para hacer construir, sin reparar en gastos, un hamman espléndido que no tenía igual en todo el reino de la India. E hizo que los pregoneros públicos anunciasen por todo el Imperio que la entrada al hamman sería gratuita para todas las mujeres que quisieran ir a bañarse allí, pero a condición de que cada favorecida contase a la hija del rey, para distraerla, la desdicha mayor o la mayor tristeza que hubiera afligido su vida. En cuanto a las que no tuviesen nada que contar a este respecto, no tenían permiso para entrar en el hammam.

Así es que no tardaron en afluir al hamman de la princesa todas las afligidas del reino, todas las abandonadas de la suerte, las desgraciadas de todos los colores, las miserables de todas las especies, las viudas y las divorciadas, y cuantas, de una manera o de otra, fueron heridas por las vicisitudes del tiempo, y las traiciones de la vida. Y cada una, antes de bañarse, contaba a la hija del rey lo que había experimentado de más entristecedor en su vida. Las hubo que contaron el número de golpes con que las gratificaban sus esposos, y las hubo que vertieron lágrimas al hacer el relato de su viudez, en tanto que otras manifestaban su amargura por ver que sus esposos daban preferencia sobre ellas a cualquier rival horrible y vieja o cualquier negra de labios de camello, y hasta las hubo que tuvieron palabras conmovedoras para hacer el relato de la muerte de un hijo único o de un marido muy amado. Y de tal suerte transcurrió en el hammam un año entre historias negras y lamentaciones. Pero la princesa no dió con una mujer, entre los millares que había visto, cuya desdicha pudiese compararse con la suya en intensidad y en profundidad. Y cada vez sumíase más en la tristeza y en la desesperación.

Y he aquí que un día entró en el hamman una pobre vieja, temblorosa ya bajo el soplo de la muerte, que se apoyaba en un báculo para andar. Y se acercó a la hija del rey, y le besó la mano, y le dijo: "Por lo que a mí respecta, ¡ya setti! mis desdichas son más numerosas que mis años, y antes de acabar de contártelas se me secaría la lengua. Por eso no te diré más que la última desgracia que me ha ocurrido, y que, por cierto, es la mayor de todas, pues es la única cuyo sentido y motivo no comprendí. Y esa desgracia me aconteció ayer precisamente durante el día. ¡Y si estoy temblando tanto delante de ti, ¡ya setti! es por haber visto lo que he visto! Escucha:

"Has de saber, ¡ya setti! que por toda hacienda no poseo más que esta única camisa de cotonada azul que ves sobre mí. Y como necesitaba lavarla, a fin de que me fuese posible presentarme de una manera conveniente, en el hamman de tu generosidad, me decidí a ir a la orilla del río, a un lugar solitario donde pudiese desnudarme sin ser vista y lavar mi camisa.”

"Y la cosa se hizo sin contratiempos, y ya había lavado mi camisa y la había tendido al sol en los guijarros, cuando vi avanzar en dirección mía una mula sin mulero que iba con dos odres llenos de agua. Y creyendo que el mulero llegaría en seguida, me apresuré a ponerme mi camisa, que sólo estaba seca a medias, y dejé pasar a la mula. Pero como no veía ni mulero ni sombra de mulero, sentí gran perplejidad al pensar en aquella mula sin dueño que marchaba por la ribera meneando la cabeza, segura del camino y de la dirección que llevaba. E impulsada por la curiosidad, me erguí sobre ambos pies y la seguí de lejos. Y pronto llegó ante un montículo, no muy separado de la orilla del agua, y se detuvo, golpeando la tierra con un casco. Y por tres veces golpeó así la tierra con el casco de su pata derecha y al tercer golpe se entreabrió el montículo y la mula descendió al interior por una pendiente suave. Y a pesar de mi sorpresa extremada, no pude impedir a mi alma seguir a aquella mula. Y entré en el subterráneo detrás de ella.

"Y no tardé en llegar de tal suerte a una cocina grande que, sin duda alguna, debía ser la cocina de algún palacio de debajo de tierra. Y vi hermosas marmitas alineadas por orden en los fogones, cantando y esparciendo un tufillo de primer orden que dilató los abanicos de mi corazón y vivificó las membranas de mis narices. Y se me despertó un gran apetito, y mi alma anheló ardientemente probar aquella cocina excelente. Y no pude resistir a las solicitudes de mi alma. Y como no veía cocinero, ni pinche, ni nadie a quien pedir algo por Alah, me acerqué a la marmita que exhalaba más exquisito olor, y levanté la tapa. Y me envolvió una gran nube aromática, y desde el fondo de la marmita me gritó de repente una voz: "¡Eh! ¡eh! ¡que esto es para nuestra señora! ¡No lo toques, o morirás!" Y yo, poseída de espanto, dejé caer la tapa sobre la marmita y salí de la cocina a escape. Y llegué a una segunda sala un poco más pequeña, en la que estaban alineados en bandejas pasteles de buena calidad, y tortas que olían bien, y una porción de cosas de primer orden buenas de comer. Y sin poder resistir a las solicitaciones de mi alma, tendí la mano hacia una de las bandejas y cogí una torta húmeda y tibia todavía. Y he aquí que recibí en la mano un cachete que me hizo soltar la torta; y de en medio de la bandeja salió una voz que me gritó: "¡Eh! ¡eh¡ ¡que esto es para nuestra señora! ¡No lo toques, o morirás!" Y mi susto llegó a sus límites extremos, y corrí en línea recta, temblándome mis viejas piernas que me fallaban. Y después de cruzar galerías y galerías, me vi de pronto en una gran sala abovedada, de una belleza y una riqueza que nada tenían que envidiar a los palacios de los reyes, sino al contrario. Y en medio de aquella sala había un gran estanque de agua viva. Y alrededor de aquel estanque había cuarenta tronos, uno de los cuales era más alto y más espléndido que los demás”.

"Y no vi a nadie en aquella sala, que sólo estaba habitada por la frescura y la armonía. Y llevaba allí un rato admirando toda aquella hermosura, cuando, en medio del silencio, hirió mis oídos un ruido semejante al que hacen esas pezuñas de un rebaño de cabras al andar por las piedras. Y sin saber de qué podía tratarse, me apresuré a esconderme debajo de un diván que estaba apoyado en la pared, de modo que pudiese mirar sin ser vista. Y el ruido de las pezuñas golpeando el suelo se acercó a la sala, y en seguida vi entrar cuarenta machos cabríos de barbas largas. Y el último iba montado en el penúltimo. Y todos fueron a colocarse en buen orden, cada cual ante un trono, alrededor del estanque. Y el que cabalgaba en su compañero se apeó del lomo de su cabalgadura y fué a colocarse ante el trono principal. Luego todos los demás machos cabríos se inclinaron ante él, dando con la cabeza en el suelo, y así permanecieron un momento sin moverse. Después se levantaron todos a una, y al mismo tiempo que su jefe, dieron tres sacudidas. Y en el mismo instante cayeron sus pieles de machos cabríos. Y vi a cuarenta jóvenes como lunas, el más hermoso de los cuales era el jefe. Y descendieron al estanque, con su jefe a la cabeza, y se bañaron en el agua. Y salieron de ella con unos cuerpos como el jazmín, que bendecían a su Creador. Y fueron a sentarse en sus tronos, completamente desnudos en su hermosura.”

"Y mientras contemplaba al joven sentado en el trono grande y me maravillaba a su vista en mi corazón, vi de pronto gotear de sus ojos gruesas lágrimas. Y también caían lágrimas, aunque menos numerosas, de los ojos de los demás jóvenes. Y todos empezaron a suspirar, diciendo: "¡Oh señora nuestra! ¡oh señora nuestra!" Y su joven jefe suspiraba: "¡Oh soberana de la gracia y de la belleza!" Luego oí gemidos que salían de la tierra, bajaban de la bóveda; partían de los muros, de las puertas y de todos los muebles, repitiendo con acento de pena y de dolor estas mismas palabras: "¡Oh señora nuestra! ¡oh soberana de la gracia y de la belleza!"

"Y cuando hubieron llorado y suspirado y gemido durante una hora, el joven se levantó y dijo: "¿Cuándo vas a venir? ¡Yo no puedo salir! ¡Oh soberana mía! ¿cuándo vas a venir, ya que yo no puedo salir?" Y bajó de su trono, y volvió a entrar en su piel de macho cabrío. Y todos bajaron de sus tronos igualmente, y volvieron a entrar en sus pieles de machos cabríos. Y se fueron como habían venido”.

"Y cuando dejé de oír en el suelo el ruido de sus pezuñas, me levanté de mi escondite, y también me marché como había venido. Y no pude respirar a mis anchas hasta que me vi fuera del subterráneo”.

"Y tal es mi historia, ¡oh princesa! Y constituye la mayor desdicha de mi vida. Porque no solamente me fué imposible satisfacer mi deseo en las marmitas y las bandejas, sino que no comprendí nada de cuanto de prodigioso vi en aquel subterráneo. ¡Y eso es precisamente la mayor desdicha de mi vida!"

Cuando la vieja hubo terminado de tal suerte su relato, la hija del rey, que la había escuchado con el corazón palpitante, no dudó ya de que fuese su bienamado el macho cabrío que cabalgaba, y creyó morirse de emoción. Y cuando por fin pudo hablar, dijo a la vieja: "¡Oh madre mía! Alah el Misericordioso te ha conducido aquí sólo para que tu vejez sea feliz por mediación mía. Porque en adelante serás para mí una madre, y cuanto posee mi mano estará en tu mano. Pero si en algo estimas los beneficios de Alah sobre tu cabeza, por favor levántate ahora mismo y condúceme al paraje donde has visto entrar a la mula con los dos odres. ¡Y no te pido que vengas conmigo, sino que me indiques el paraje solamente!" Y la vieja contestó con el oído y la obediencia. Y cuando se alzó la luna sobre la terraza del hammam, salieron ambas y fueron a la orilla del río.

Y en seguida vieron a la mula, que iba en dirección suya, cargada con sus dos odres llenos de agua. Y la siguieron de lejos, y la vieron llamar con el casco al pie del montículo, y adentrarse en el subterráneo abierto delante de ella. Y la hija del rey dijo a la vieja: "Espérame aquí". Pero la vieja no quiso dejarla entrar sola, y la siguió, no obstante su emoción.

Y entraron en el subterráneo y llegaron a la cocina. Y de todas las hermosas marmitas rojas alineadas por orden en los hornillos, y que cantaban con armonía, se exhalaban tufillos de primer orden que dilataban los abanicos del corazón, vivificaban las membranas de las narices y disipaban las preocupaciones de las almas en pena. Y a su paso se alzaban por sí mismas las tapas de las marmitas, y salían de ellas voces alegres que decían: "¡Bien venida sea nuestra señora! ¡bien venida!" Y en la segunda sala estaban alineadas las bandejas que contenían pasteles excelentes, y tortas ahuecadas, y otras cosas buenas y tiernas que halagaban la vista del espectador. Y de todas las bandejas, y del fondo de las artesas que contenían el pan reciente, exclamaban voces dichosas a su paso: "¡Bien venida! ¡bien venida!" Y el aire mismo parecía agitado en torno de ellas por estremecimientos de dicha y resonaba con exclamaciones de júbilo.

Y la vieja, que veía y oía todo aquello, dijo a la hija del rey, mostrándole la entrada de las galerías que conducían a la sala abovedada: "¡Oh mi señora! por ahí es por donde tienes que entrar. En cuanto a mí, aquí te espero, pues el sitio de las servidoras es la cocina, y no las salas del trono."

Y la princesa, cruzando las galerías, penetró sola en la sala grande que le había descrito la vieja, mientras a su paso las alegres voces hacían oír conciertos de bienvenida...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0858: y cuando llegó la 886ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 886ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y la princesa, cruzando las galerías, penetró en la sala grande que le había descripto la vieja, mientras a su paso las alegres voces hacían oír conciertos de bienvenida. Y lejos de esconderse debajo del diván, como lo había hecho la vieja, fué a sentarse en el trono grande que se elevaba en el sitio de honor, al borde del estanque. Y por toda precaución se echó sobre el rostro su velillo.

Apenas habíase instalado de tal modo, como una reina en su trono, se oyó un ruido muy tenue, no de pezuñas golpeando el suelo, sino de pasos ligeros que anunciaban a quien los daba. Y entró el joven, como un diamante.

Y ocurrió lo que ocurrió.

Y en el corazón de ambos enamorados sucedió la alegría a los tormentos. Y se unieron como el amante se une a su amante, en tanto que desde la bóveda y desde los muros y desde todos los rincones del aposento se dejaba oír la armonía de los cánticos y se elevaban las voces de los servidores en honor de la hija del sultán.

Y después de algún tiempo pasado allí por los amantes entre delicias y placeres encantadores, regresaron al palacio del sultán, donde fué acogida su llegada con entusiasmo, igual por parientes que por grandes y chicos, en medio de regocijos y de cánticos, mientras todos los habitantes empavesaban la ciudad.

Y desde entonces vivieron contentos y prosperando. ¡Pero Alah es el más grande!

Y sin sentirse fatigada aquella noche, Schehrazada dijo todavía:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0859: historia del hijo de rey con la tortuga gigantesca

HISTORIA DEL HIJO DE REY CON LA TORTUGA GIGANTESCA[editar]

Se cuenta, entre lo que se cuenta, que, en la antigüedad del tiempo y el pasado de la edad y del momento, había un poderoso sultán a quien el Retribuidor había concedido tres hijos. Y estos tres hijos, que eran varones indomables y heroicos guerreros, se llamaban: el mayor, Schater-Alí (principe Alí); el segundo, Schater-Hossein, y el más pequeño, Schater-Mohammad. Y el tal pequeño era con mucho el más hermoso, el más valiente y el más generoso de los tres hermanos. Y su padre los quería con igual cariño, por lo que había resuelto dejar, después de su muerte, una parte igual de sus bienes y de su reino a cada uno. Porque era justo y leal. Y no quería favorecer a uno con detrimento de los otros, ni perjudicar a uno en beneficio de los otros.

Y cuando llegaron ellos a la edad de casarse, su padre el rey se vió perplejo y vacilante, y para tomar consejo, llamó a su visir, hombre sabio, íntegro y lleno de prudencia, y le dijo: "¡Oh visir mío! tengo muchas ganas de hallar esposas para mis tres hijos, que están en edad de casarse, y te he llamado para contar con tu opinión sobre el particular". Y el visir reflexionó durante una hora de tiempo, luego levantó la cabeza y contestó: "¡Oh rey del tiempo! ¡se trata de una cosa muy delicada!" Después añadió: "La suerte y la mala suerte están en lo invisible; y nadie podría forzar los decretos del Destino. Por eso mi idea es que los tres hijos de nuestro señor el rey dejen a su destino la elección de sus esposas. Y a tal fin, lo mejor que pueden hacer los tres príncipes es subir a la terraza de palacio con su arco y sus flechas. Y allí se les vendarán los ojos y se les hará dar varias vueltas. Tras de lo cual, cada uno de ellos tirará una flecha desde donde se haya parado. Y se visitarán las casas sobre las cuales caigan las flechas; y nuestro señor el sultán llamará al propietario de cada una de estas casas y le pedirá en matrimonio a su hija para el príncipe propietario de la flecha correspondiente, ya que la joven habrá sido escrita así en su suerte por el Destino".

Cuando el sultán oyó estas palabras de su visir, le dijo: "¡Oh visir mío! tu consejo es un consejo excelente, y tendré en cuenta tu opinión". Y al punto hizo llamar a sus tres hijos, que volvían de caza; y les participó la decisión tomada con respecto a ellos entre él y el visir, y subió con ellos a la terraza de palacio, seguido de sus visires y de todos sus dignatarios.

Y cada uno de los tres príncipes, que habían subido a la terraza con su arco y su carcaj, escogió una flecha y tendió su arco. Y les vendaron los ojos.

Y el hijo mayor del rey, después de que le hicieron girar sobre sí mismo, apuntó con su flecha el primero desde donde se había parado. Y la flecha, lanzada por la cuerda muy floja, voló por los aires y fué a caer en la morada de un gran señor.

Y el segundo hijo del rey lanzó a su vez su flecha, que fué a caer en la terraza del oficial mayor de las tropas del reino.

Y el tercer hijo del rey, que era el príncipe Schater-Mohammad, lanzó su flecha en la dirección en que se había vuelto. Y la flecha fué a caer en una casa a cuyo propietario no se conocía.

Y fueron a visitar las tres casas consabidas. Y resultó que la hija del gran señor y la hija del oficial del ejército eran dos jóvenes como lunas. Y sus padres llegaron al límite del contento por casarlas con dos hijos del rey. Pero cuando fueron a visitar la tercera casa, que era aquella donde había caído la flecha de Schater-Mohammad, advirtieron que no estaba habitada más que por una gigantesca tortuga solitaria.

Y el sultán, padre de Schater-Mohammad, y los visires y los emires y los chambelanes vieron a la tortuga, que vivía completamente sola en aquella casa, y se asombraron prodigiosamente. Pero como ni por un instante había que pensar en dársela por esposa el príncipe Schater-Mohammad, el sultán decidió repetir la experiencia. Y, por consiguiente, el joven príncipe volvió a subir a la terraza, llevando al hombro su arco y su carcaj, y ante toda la concurrencia lanzó una segunda flecha a la suerte. Y la flecha, conducida por su Destino, fué a caer precisamente sobre la casa habitada por la enorme tortuga solitaria.

Al ver aquello, el sultán quedó extremadamente contrariado, y dijo al príncipe: "Por Alah, ¡oh hijo mío! que la bendición no guía hoy tu mano. ¡Ruega al Profeta!" Y contestó el joven: "¡Sean con Él, con Sus compañeros y con Sus fieles la salutación y las bendiciones!" Y el sultán repuso: "¡Invoca el nombre de Alah y lanza la flecha para hacer la experiencia por tercera vez!" Y dijo el joven príncipe: "¡En el nombre de Alah el Clemente sin límites, el Misericordioso!" Y aflojando su arco lanzó por tercera vez la flecha, que, dirigida por el Destino, fué a caer una vez más sobre la casa en que vivía solitaria la enorme tortuga.

Cuando el sultán vió sin género de duda que la prueba era tan precisa y tan fehaciente en favor de la tortuga gigantesca, decidió que su hijo menor, el príncipe Schater-Mohammad, se quedase soltero. Y le dijo "¡Oh hijo mío! ¡como esa tortuga no es de nuestra raza, ni de nuestra especie, ni de nuestra religión, más vale que no te cases con nadie hasta que Alah nos vuelva a Su gracia!" Pero Schater-Mohammad exclamó: "¡Por los méritos del Profeta! (¡con El la plegaria y la paz!), la época de mi soltería ha pasado; y puesto que la tortuga me ha sido escrita por el Destino, consiento en casarme con ella". Y contestó el sultán en el límite del asombro: "Ciertamente, ¡oh hijo mío! te ha sido escrita la tortuga por el Destino; pero ¿desde cuándo los hijos de Adán toman por esposas a las tortugas? ¡Se trata de una cosa prodigiosa!" Pero el príncipe contestó: "¡A esa tortuga es a la que quiero por esposa, y no a otra!"

Y el sultán, que amaba a su hijo, no intentó contrariarle ni apenarle, y volviendo de su decisión, dió su consentimiento para tan extraño matrimonio.

Y se celebraron grandes fiestas y grandes regocijos y grandes festines, con danzas, cantos y conciertos de instrumentos, en honor de las bodas de Schater-Alí y Schater-Hossein, los dos hijos mayores del sultán. Y cuando transcurrieron los cuarenta días y las cuarenta noches que duraron los festejos de cada boda, los dos príncipes entraron en los aposentos de sus esposas en la noche nupcial, y consumaron su matrimonio con toda felicidad y gallardía.

Pero cuando tocó el turno a las bodas del joven príncipe Schater-Mohammad con su esposa la enorme tortuga solitaria, los dos hermanos mayores y las dos esposas de ambos hermanos, y los padres, y todas las mujeres de los emires y de los dignatarios, negaron su presencia a la ceremonia, y no perdonaron nada para que aquellos festejos resultasen entristecedores y lúgubres. Así es que el joven príncipe quedó muy humillado en su alma, y sufrió toda clase de vejaciones en miradas, sonrisas y espaldas vueltas. Pero en cuanto a lo que pasó durante la noche nupcial, cuando el príncipe entró en el aposento de su esposa, nadie lo pudo saber. Porque todo pasó tras el velo, que sólo pueden penetrar los ojos de Alah. Y lo mismo ocurrió la siguiente noche y las demás noches. ¡Y asombrábanse todos de que hubiese podido celebrarse semejante unión! Y ninguno comprendía cómo un hijo de Adán podía cohabitar con una tortuga, aunque fuese tan grande como un tonel de los mayores. ¡Y esto es lo referente a las bodas del príncipe Schater-Mohammad con su esposa la tortuga!

Por lo que respecta al sultán, los años, las preocupaciones del reino y las emociones de todas clases, sin contar la pena que le había producido el matrimonio de su hijo pequeño, curvaron su espalda y adelgazaron sus huesos. Y enflaqueció, y amarilleó, y perdió el apetito. Y con sus fuerzas disminuyó su vista y se quedó completamente ciego. Cuando sus tres hijos, que querían a su padre tanto como les quería él, vieron el estado en que se hallaba, resolvieron no dejar que cuidasen de su salud las mujeres del harem, que eran ignorantes y supersticiosas; y pensaron de qué medios se valdrían para devolver a su padre las fuerzas con la salud. Y dieron con uno, y tras de besar la mano al rey, le dijeron: "¡Oh padre nuestro! he aquí que tu tez amarillea y disminuye tu apetito y se debilita tu vista. ¡Y si las cosas continúan así, no nos quedará más remedio que desgarrarnos las vestiduras de color por perder contigo nuestro sostén y nuestro guía! Es preciso, pues, que escuches nuestro consejo, porque somos tus hijos y tú eres nuestro padre. Opinamos que en adelante deben ser nuestras esposas quienes te preparen el alimento, y no las mujeres de tu harén. Porque nuestras esposas son muy expertas en arte culinario, y guisarán para ti manjares que te devolverán el apetito, y con el apetito las fuerzas, y con las fuerzas la salud, y con la salud la excelencia de la vista y la curación de tus ojos enfermos". Y el sultán se conmovió mucho ante aquella atención de sus hijos, y les contestó: "Que Alah os inunde con Sus gracias, ¡oh hijos de vuestro padre! ¡Pero eso va a ser una molestia muy grande para vuestras esposas ... !

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0860: pero cuando llegó la 887ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 887ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"...Que Alah os inunde con Sus gracias, ¡oh hijos de vuestro padre! ¡Pero eso va a ser una molestia muy grande para vuestras esposas!" Mas ellos empezaron a protestar, diciendo: "¡Una molestia! ¿Pues no son tus esclavas? ¿Y qué tienen que hacer de más urgencia que preparar manjares que contribuyan a tu restablecimiento? Y hemos pensado ¡oh padre! que lo mejor para ti sería que cada una te preparara una bandeja de manjares cocinados por ella, a fin de que tu alma pueda escoger entre todos el que te sea más agradable por el aspecto, por el olor y por el sabor. Y de tal suerte te volverá la salud y curarán tus ojos". Y el sultán los abrazó y les dijo: "¡Vosotros sabréis mejor que yo lo que me conviene!"

Y en vista de aquella innovación, que los regocijó hasta el límite del regocijo, los tres príncipes fueron en busca de sus tres esposas, y les mandaron que prepararan cada cual una bandeja de manjares que fuesen admirables a la vista y al olfato. Y cada uno estimuló a su esposa respectiva, diciéndole: "¡Es preciso que nuestro padre prefiera los manjares de mi casa a los de la casa de mis hermanos!"

Y, entretanto, los dos hermanos mayores no cesaron de burlarse de su hermano menor, preguntándole con mucha ironía qué iba a enviar su esposa, la enorme tortuga, para hacer volver el apetito a su padre y dulcificar el paladar. Pero él no contestaba a sus preguntas e interrogaciones más que con una sonrisa tranquila.

En cuanto a la esposa de Schater-Mohammad, que era la gigantesca tortuga solitaria, no esperaba más que aquella ocasión para demostrar de lo que era capaz. Y en aquella hora y en aquel instante puso manos a la obra. Y empezó por enviar a la esposa del hijo mayor del rey su servidora de confianza, con encargo de pedirle que tuviera la bondad de recoger para ella, la tortuga, todas las cagarrutas de las ratas y ratones de su casa, ya que ella, la tortuga, tenía una necesidad urgente de aquello para condimentar el arroz, los rellenos y los demás manjares, y nunca se servía de otros condimentos que de aquellos. Y al oír semejante cosa, se dijo la esposa de Schater-Alí: "¡No, por Alah! me guardaré mucho de dar esas cagarrutas de ratas y ratones que me pide esa miserable tortuga. ¡Porque ya sabré yo utilizarlas como condimentos mejor que ella!" Y contestó a la servidora: "Siento tener que contestar con una negativa. ¡Pero, por Alah, que apenas si me basta para mi uso personal la cagarruta de que dispongo!" Y la servidora volvió a llevar esta respuesta a su ama la tortuga.

Entonces la tortuga se echó a reír, y se convulsionó de alegría. Y envió su servidora de confianza a la esposa del segundo hijo del rey, con encargo de pedirle toda la basura de pollos y de palomas que tuviese al alcance de la mano, bajo pretexto de que ella, la tortuga, tenía una apremiante necesidad de aquella para salpimentar los manjares que preparase para el sultán. Pero la servidora volvió al lado de su ama sin nada en la mano y con ásperas palabras en la lengua de parte de la esposa de Schater-Hossein. Y la tortuga, al no ver nada en manos de su servidora, y al oír las palabras ásperas que llevaba en la lengua de parte de la esposa del segundo hijo del sultán, se bamboleó de satisfacción y de contento, y se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero.

Tras de lo cual preparó los manjares como mejor sabía, los colocó en la bandeja, tapó la bandeja con una tapadera de mimbre, y lo cubrió todo con un pañuelo de lino perfumado de rosa. Y mandó a su fiel servidora que llevara la bandeja al sultán, mientras que, por su parte, las otras dos esposas de los príncipes hacían llevar las suyas por esclavas.

Y llegó, pues, el momento de la comida; y el sultán sentose ante las tres bandejas; pero en cuanto se levantó la tapa de la bandeja de la primera princesa, se exhaló de ella un olor infecto y nauseabundo de cagarruta de rata capaz de asfixiar a un elefante. Y al sultán le afectó tan desagradablemente aquel olor, que le dió vueltas la cabeza y se cayó desmayado, con los pies junto al mentón. Y sus hijos se apresuraron a rodearle, y le rociaron con agua de rosas, y le abanicaron y consiguieron hacerle recobrar el conocimiento. Y al acordarse entonces de la causa de su indisposición, no pudo por menos de dar rienda suelta a su cólera contra su nuera y abrumarla de maldiciones.

Y al cabo de cierto tiempo se le pudo calmar, y tanto y tanto hubo de porfiársele, que se le decidió a que probara la segunda bandeja. Pero en cuanto se la destapó, llenó la sala de un olor atroz y fétido, como si acabasen de quemar allí la basura de todas las aves de corral de la ciudad. Y aquel olor penetró en la garganta, en la nariz y en los ojos delicados del desdichado sultán, que a la sazón creyó que se iba a quedar ciego del todo y a morir. Pero se apresuraron a abrir las ventanas, y a llevarse la bandeja causante de todo el mal, y a quemar incienso y benjuí para purificar el aire y contrarrestar el mal olor.

Y cuando el asqueado sultán respiró un poco el aire libre y pudo hablar, exclamó: "¿Qué daño he hecho a vuestras esposas ¡oh hijos míos! para que así maltraten a un anciano y le caven la tumba en vida? ¡Eso es un crimen que castiga Alah!" Y los dos príncipes esposos de las que habían preparado las bandejas se mostraron muy cariacontecidos, y contestaron que aquello era una cosa que escapaba a su entendimiento.

Y, entretanto, el joven príncipe Schater-Mohammad fue a besar la mano de su padre, y le suplicó que olvidara sus impresiones desagradables para no pensar más que en el gusto que le iba a dar la tercer bandeja.

Y el sultán, al oír aquello, llegó al límite de la cólera y de la indignación, y exclamó: "¿Qué dices, ¡oh Schater-Mohammad!? ¿Te burlas de tu anciano padre? ¿Que toque yo ahora a los manjares preparados por la tortuga, cuando los preparados por dedos de mujeres son ya tan horribles y tan espantosos? Bien veo que entre los tres habéis jurado hacer estallar mi hígado y darme a beber de un trago la muerte". Pero el joven príncipe se arrojó a los pies de su padre, y le juró por su vida y por la verdad sagrada de la fe que la tercer bandeja le haría olvidar sus tribulaciones, y que él, Schater-Mohammad, consentía en tomarse todos los manjares si no eran del agrado de su padre. Y suplicó y rogó e insistió e intercedió con tanto fervor y tanta humildad en favor de la bandeja, que el rey acabó por dejarse ablandar, e hizo seña a un esclavo para que levantara la tapa de la tercer bandeja, mientras pronunciaba la fórmula: "¡Me refugio en Alah el Protector!"

Pero he aquí que, al ser levantada la tapa, se desprendió de la bandeja de la tortuga un tufillo compuesto de los más suaves aromas de cocina, y tan exquisito y tan deliciosamente penetrante, que en el mismo momento se dilataron los abanicos del corazón del sultán, y se ensancharon los abanicos de sus pulmones, y se estremecieron los abanicos de sus narices, y le volvió el apetito desaparecido desde hacía tanto tiempo, y se abrieron sus ojos y se aclaró su vista. Y se le puso sonrosado el color y reposado el aspecto de su rostro. Y se estuvo comiendo sin interrupción durante una hora de tiempo. Tras de lo cual bebió un excelente sorbete de almizcle y nieve machacada, y regoldó de gusto varias veces con regüeldos que partían del fondo de su estómago satisfecho. Y en el límite de la holgura y del bienestar, dió gracias por Sus beneficios al Retribuidor, diciendo: "¡Al Gamdú lilah!"

Y no supo cómo expresar a su hijo pequeño lo satisfecho que estaba de los manjares cocinados por su esposa la tortuga. Y Schater-Mohammad aceptó las felicitaciones con modestia para no dar envidia a sus hermanos e indisponerlos contra él. Y dijo a su padre: "¡Esto ¡oh padre! no es más que una pequeña parte de los talentos de mi esposa! ¡Pero, si Alah quiere, día llegará en que le sea dado merecer con más razón tus cumplimientos!" Y le rogó que, puesto que estaba satisfecho, fuese en lo porvenir la tortuga quien quedase encargada únicamente de suministrar todos los días las bandejas de manjares. Y el sultán aceptó, diciendo: "De todo corazón paternal y afectuoso, ¡oh hijo mío!"

Y con aquel régimen se restableció completamente. Y también se le curaron los ojos.

Y para celebrar su curación y el recobro de su vista, el sultán dió en palacio una gran fiesta, con un festín magnífico, al cual convidó a sus tres hijos con sus esposas. Y las princesas se arreglaron como mejor pudieron para presentarse al sultán de modo que hiciesen honor a sus esposos y les blanquease el rostro ante su padre.

Y la enorme tortuga también se arregló para que blanquease en público el rostro de su esposo a causa de la hermosura de su atavío y de la elegancia de su indumentaria. Y cuando estuvo ataviada a su gusto, mandó a su servidora de confianza que fuese a ver a la mayor de sus cuñadas para rogarle que prestase a la tortuga el pato grande que tenía en su corral, porque la tortuga se proponía ir al palacio a caballo sobre tan hermosa montura. Pero la princesa le contestó, por la mediación de la lengua de la servidora, que si ella, la princesa, tenía un pato tan hermoso, era para servirse de él para su propio uso. Y al oír esta respuesta, la tortuga se cayó de trasero a fuerza de reír, y envió a la servidora a casa de la segunda princesa con encargo de pedirle, en calidad de simple préstamo por un día, el gran macho cabrío que le pertenecía. Pero la servidora volvió al lado de su ama para transmitirle con su lengua una negativa acompañada de palabras agrias y comentarios desagradables. Y la tortuga se convulsionó y se bamboleó y llegó al límite de la dilatación y de la holgura.

Y cuando llegó la hora del festín, y las mujeres de la sultana, por orden de su ama, se colocaron ordenadamente ante la puerta exterior del harén para recibir a las tres esposas de los hijos del rey, vieron alzarse de improviso una nube de polvo que se acercó rápidamente. Y en medio de aquella nube apareció en seguida un pato gigantesco que corría a ras del suelo, espatarrado, con el pescuezo estirado; agitando las alas, y llevando a su lomo, encaramada de cualquier manera y con la cara demudada de espanto, a la primera princesa. E inmediatamente detrás de ella, a caballo sobre un macho cabrío bramador y revoltoso, toda cascarrienta y polvorienta, aparecía la segunda princesa.

Y al ver aquello, el sultán y su esposa se disgustaron en extremo, y se les puso muy negro el rostro de vergüenza y de indignación. Y el sultán rompió en reprimendas y reproches contra ellas, diciéndoles: "¡He aquí que, no contentas con haber querido mi muerte por asfixia y envenenamiento, queréis que sea yo la burla del pueblo, y comprometernos a todos y deshonrarnos en público!" Y la sultana también las recibió con palabras airadas y ojos atravesados. Y no se sabe lo que habría sucedido si no hubiesen anunciado la proximidad del cortejo de la tercera princesa. Y el corazón del sultán y el de su esposa se atemorizaron; porque se decían: "Si han venido de este modo las dos primeras, que pertenecen a nuestra especie de seres humanos, ¿cómo va a venir la tercera, que pertenece a la raza de las tortugas?" E invocaron el nombre de Alah, diciendo: "¡No hay recurso ni refugio más que en Alah, que es grande y poderoso!" Y esperaron la calamidad, conteniendo la respiración...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0861: pero cuando llegó la 888ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 888ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"...Y esperaron la calamidad, conteniendo la respiración.

Y he aquí que primero apareció en el meidán un equipo de corredores anunciando la llegada de la esposa del príncipe Schater-Mohammad. Y en seguida avanzaron cuatro hermosos sais vestidos de brocado y de espléndidas túnicas con mangas que les arrastraban, gritando, con una larga vara en la mano: "¿Paso a la hija de reyes!" Y apareció el palanquín, recubierto de estofas preciosas de hermosos colores, llevado en hombros de sombríos negros, y fué a detenerse al pie de las gradas de entrada. Y salió de él una princesa vestida de esplendor y de belleza, a quien nadie conocía. Y como esperaban que también se apease la tortuga, creyeron que aquella princesa era la dama de honor. Pero cuando vieron que subía sola la escalera y que el palanquín se alejaba, se vieron obligados todos a reconocer en ella a la esposa de Schater-Mohammad, y a recibirla con todos los honores debidos a su rango y con toda la cordialidad deseable. Y el corazón del sultán se dilató de satisfacción a la vista de aquella belleza, de su gracia, de su tacto, de sus buenas maneras y de todo el encanto que emanaba de ella y del menor de sus gestos o movimientos.

Y como había llegado el momento de tomar parte en el festín, el sultán invitó a sus hijos y a las esposas de sus hijos a situarse en torno de él y de la sultana. Y empezó la comida.

Y he aquí que el primer manjar servido en la bandeja fué, como es de rigor, un gran plato de arroz cocido con manteca. Pero antes de que nadie tuviese tiempo de probar un bocado, la hermosa princesa lo alzó por encima de ella y se lo vertió todo entero en los cabellos. Y en el mismo momento todos los granos de arroz se convirtieron en perlas, que corrieron a lo largo de los hermosos cabellos de la princesa y se esparcieron a su alrededor y cayeron al suelo haciendo un ruido maravilloso.

Y sin dar tiempo a que los convidados hubiesen vuelto de su asombro frente a prodigio tan admirable, la princesa cogió una sopera grande que contenía un potaje verde y espeso de mulukhia, y se lo vertió tal como estaba sobre la cabeza. Y el potaje verde se transformó al punto en una infinidad de esmeraldas del agua más hermosa, que corrieron a lo largo de sus cabellos y de sus vestidos, y se desparramaron en torno a ella, mezclando en el suelo sus hermosas tonalidades verdes con los albores puros de las perlas.

Y el espectáculo de aquellos prodigios maravilló en extremo al sultán y a los convidados. Y las servidoras se apresuraron a poner en el mantel del festín otras bandejas de arroz y de potaje de mulukhia. Y las otras dos princesas, muy amarillas de envidia, no quisieron quedar oscurecidas por el éxito de su cuñada, y cogieron a su vez los platos de manjares. Y la mayor cogió el plato de arroz, y la segunda el plato de potaje verde. Y se los vertieron, respectivamente, en su propia cabeza. Y el arroz siguió siendo arroz en los cabellos de la una y se le pegó de un modo terrible a la cabeza, pringándola. Y el potaje verde siguió siendo potaje, y corrió por los cabellos y la cabeza de la otra, revistiéndola por entero de una capa verde semejante a la boñiga de vaca, pegajosa y horrible en extremo.

Y al ver aquello, el sultán se disgustó hasta el límite del disgusto, y mandó a sus dos nueras mayores que se levantaran de la sala para ponerse lejos de su vista. Y les manifestó que no quería volver a verlas más, ni percibir su olor siquiera. Y ellas se levantaron en aquella hora y en aquel instante, y se fueron de la presencia de él, con sus esposos, avergonzadas, humilladas y asqueantes. ¡Y esto es lo referente a ellas!

Pero en cuanto a la princesa maravillosa y a su esposo el príncipe Schater-Mohammad, se quedaron solos en la sala con el sultán, que los besó y los estrechó contra su corazón efusivamente, y les dijo: "¡Vosotros solos sois mis hijos!" Y al instante quiso inscribir el trono a nombre de su hijo menor, y congregó a los emires y a los visires, e inscribió ante ellos el trono sobre la cabeza de Schater-Mohammad, en calidad de herencia y sucesión, con exclusión de sus demás herederos. Y les dijo a ambos: "Deseo que en adelante habitéis conmigo en palacio, porque sin vosotros me moriría indudablemente". Y contestaron ellos: "¡Oír es obedecer! ¡Y tu deseo está por encima de nuestra cabeza y de nuestros ojos!"

Y la princesa maravillosa, para no verse tentada a volver a tomar su forma de tortuga, que podía ocasionar alguna emoción desagradable al viejo sultán, dió orden a su servidora de que le llevase el caparazón que había dejado en casa. Y cuando tuvo el caparazón entre las manos, le prendió fuego hasta que se consumió. Y desde entonces permaneció siempre bajo su forma de princesa. ¡Y gloria a Alah, que la dotó de un cuerpo sin defecto, maravilla de los ojos!

Y el Retribuidor continuó colmándolos con sus gracias y les concedió muchos hijos. Y vivieron contentos y prosperando.

Al ver que el rey la escuchaba sin desagrado, Schehrazada contó aún aquella noche la historia de:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0862: la hija del vendedor de garbanzos

LA HIJA DEL VENDEDOR DE GARBANZOS[editar]

Ha llegado hasta mi conocimiento entre lo que ha llegado hasta mi conocimiento, que en la ciudad de El Cairo había un honrado y respetable vendedor de garbanzos, a quien el Donador había concedido tres hijas por toda posteridad. Y aunque por lo general las hijas no traen consigo bendiciones, el vendedor de garbanzos aceptaba con resignación el don de su Creador y profesaba mucho cariño a sus tres hijas. Ellas, por cierto, eran como lunas, y la más pequeña superaba a sus hermanas en belleza, en encantos, en gracia, en sagacidad, en inteligencia y en perfecciones. Y se llamaba Zeina.

Todas las mañanas las tres jóvenes iban a casa de su maestra, que les enseñaba el arte del bordado en seda y en terciopelo. Porque su padre, el vendedor de garbanzos, hombre excelente, quería que tuviesen una educación esmerada, a fin de que el Destino les pusiese en el camino de su matrimonio, hijos de mercaderes y no hijos de cualquier vendedor como él.

Y todas las mañanas, al ir a casa de su maestra de bordados, las jóvenes pasaban por debajo de la ventana del sultán con su talle ondulante, con su aspecto de princesas y con sus tres pares de ojos babilónicos, que aparecían con toda su belleza fuera del velo del rostro.

Y el hijo del sultán, al verlas llegar cada mañana, les gritaba desde su ventana con voz provocadora: "¡La zalema sobre las hijas del vendedor de garbanzos! ¡La zalema sobre las tres letras derechas del alfabeto!" Y la mayor y la mediana contestaban siempre al saludo con una leve sonrisa de sus ojos; mas la pequeña no contestaba nada absolutamente y seguía su camino sin levantar siquiera la cabeza. Pero si el hijo del sultán insistía, pidiendo, por ejemplo, noticias de los garbanzos, y del precio actual de los garbanzos, y de la venta de los garbanzos, y de la buena o mala calidad de los garbanzos, y de la salud del vendedor de garbanzos, entonces era la pequeña la única que contestaba, sin tomarse siquiera la molestia de mirarle: "¿Y qué hay de común entre los garbanzos y tú, ¡oh rostro de pez!?" Y las tres se echaban a reír y se marchaban por su camino.

Y he aquí que al hijo del sultán, que estaba apasionadamente prendado de la menor de las hijas del mercader de garbanzos, la pequeña Zeina, no cesaban de desolarle la ironía, el desdén y la mala gana con que ella respondía a sus deseos. Y un día en que la joven se había burlado de él más que de ordinario al contestar a sus preguntas, el príncipe comprendió que jamás obtendría de ella nada por la galantería, y decidió vengarse humillándola y castigándola en la persona de su padre. Porque sabía que la joven Zeina quería a su padre hasta el límite extremo del afecto.

Y se dijo: "Así le haré sentir el peso de mi poder".

Y como era hijo del sultán y tenía un poder omnímodo sobre las almas, hizo ir al vendedor de garbanzos y le dijo: "¿Eres el padre de las tres jóvenes?" Y el vendedor contestó temblando: "Sí, por Alah, ¡ya sidi!" Y el hijo del sultán le dijo: "Pues bien, ¡oh hombre! quiero que mañana a la hora de la plegaria vengas aquí, entre mis manos, vestido y desnudo a la vez, riendo y llorando en el mismo momento y a caballo sobre una caballería al mismo tiempo que andando por tu pie. ¡Y si, por desgracia tuya, llegas a mí como estás, sin haber cumplido mis condiciones, o si aunque hayas cumplido una, no llenas las otras dos, estás perdido sin remedio y tu cabeza saltará de tus hombros!" Y el vendedor de garbanzos besó la tierra y se marchó, pensando: "¡En verdad que la cosa es enorme! Y mi perdición no tiene remedio, indudablemente!"

Y llegó al lado de sus hijas, con el color muy amarillo, vuelto el saco de su estómago y la nariz alargada hasta sus pies.

Y sus hijas vieron su inquietud y su perplejidad, y la más pequeña, que era la joven Zeina, le preguntó: "¿Por qué ¡oh padre mío! veo amarillear tu tez y ennegrecerse el mundo ante tu rostro?" Y le contestó él: "¡Oh hija mía! ¡en mi ser íntimo llevo una calamidad y en mi pecho una opresión!" Y ella le dijo: "Cuéntame la calamidad, ¡oh padre! pues quizás así cese la opresión y se dilate tu pecho...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.

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Capítulo 0863: y cuando llegó la 889ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 889ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... La joven dijo a su padre el vendedor de garbanzos: "Cuéntame la calamidad, ¡oh padre mío! pues quizás así cese la opresión y se dilate tu pecho". Y le contó él la cosa desde el principio hasta el fin, sin olvidar un detalle. Pero no hay ninguna utilidad en repetirla. Cuando la joven Zeina oyó el relato de la aventura de su padre y supo el motivo de su pena, de su cambio de color y de su opresión de pecho, se echó a reír con mucha, mucha gana, hasta casi desmayarse. Luego se encaró con él, v le dijo: "Pero ¿no se trata más que de eso, ¡oh padre mío!? ¿Por Alah, no tengas inquietud ni preocupaciones y sigue mis consejos! Y verás cómo al hijo del sultán, a ese cualquiera, le llega la vez de morderse los dedos y de reventar de despecho. ¡Escucha!". Y reflexionó un instante y dijo: "En cuanto a la primera condición, no tienes más que ir a casa de nuestro vecino el pescador y rogarle que te venda una de sus redes. Y me traerás esa red, y con ella te haré un traje para que te lo pongas sobre la carne, después de haberte quitado toda la ropa. Y de tal suerte, estarás vestido y desnudo a la vez.

"Y en cuanto a la segunda condición, no tiene más que coger una cebolla antes de ir al palacio del sultán. Y en el umbral te frotarás con ella los ojos. Y estarás llorando y risueño en el mismo momento.

"Y, por último, en cuanto a la tercera condición, ve ¡oh padre! a casa de nuestro vecino el arriero y ruégale que te deje el buche que le nació este año. Y te le llevarás, y cuando hayas llegado a casa del hijo del sultán, de ese granuja, montarás en el buche, y como tocarás el suelo con los pies, andarás por tu pie al mismo tiempo que el buche avance. ¡Y de tal suerte, irás montado y a pie al mismo tiempo!

"¡Y ésta es mi opinión! ¡Y Alah es más poderoso y el único inteligente!"

Cuando el vendedor de garbanzos, padre de la ingeniosa Zeina, hubo oído estas palabras de su hija, la besó entre ambos ojos, y le dijo: "¡Oh hija de tu padre y de tu madre! ¡oh Zeina! ¡quien engendra hijas como tú no muere! ¡Gloria a Quien ha puesto tanta inteligencia detrás de tu frente y tanta sagacidad en tu espíritu!" Y en aquella hora y en aquel instante, el mundo se blanqueó ante su rostro, huyeron de su corazón las preocupaciones, y se le dilató el pecho. Y comió un bocado y bebió un jarro de agua, y salió a hacer cuanto le había indicado su hija.

Y al día siguiente, cuando todo estuvo dispuesto como era debido, el vendedor de garbanzos se fué a palacio, y entró en el aposento del hijo del sultán de la manera y el modo requeridos, vestido y desnudo a la vez, riendo y llorando al mismo tiempo, andando y cabalgando en el mismo momento, en tanto que el borriquillo, asustado, se había puesto a rebuznar y a echar cuescos en medio de la sala de recepción.

Al ver aquello, el hijo del sultán llegó al límite del furor y del despecho, y como no podía hacer sufrir al vendedor de garbanzos el trato con que le había amenazado, pues había cumplido las condiciones requeridas, sintió que la bolsa de la hiel estaba a punto de estallarle en el hígado. Y se juró a sí mismo vengarse en la propia joven, exterminándola sin remisión. Y echó al vendedor de garbanzos, y se puso a meditar el plan de sus asechanzas contra la joven. ¡Y he aquí lo referente a él!

Pero, por lo que respecta a la joven Zeina, como estaba llena de previsión y sus ojos veían desde lejos y su nariz olfateaba la proximidad de los acontecimientos, sospechó en seguida, por la manera como su padre le contó el estado de furor en que se hallaba el hijo del sultán, que aquel mal sujeto iba a atacarla de un modo peligroso. Y se dijo: "¡Antes de que nos ataque, ataquémosle!" Y se irguió sobre ambos pies y fué en busca de un armero muy experto en su oficio, y le dijo: "Quiero ¡oh padre de manos hábiles! que me fabriques a mi medida una armadura toda de acero, y perneras y brazaletes y un casco del mismo metal. Pero es preciso que todos estos objetos estén hechos de tal manera, que al menor movimiento en la marcha o al menor contacto produzcan un ruido ensordecedor y un estrépito espantoso". Y el armero contestó con el oído y la obediencia, y no tardó en entregarle los objetos consabidos, tales como los había encargado.

Y he aquí que, cuando llegó la noche, la joven Zeina se disfrazó terriblemente poniéndose el traje de hierro, y se echó al bolsillo un par de tijeras y una navaja de afeitar, y cogió en la mano una horquilla puntiaguda, y se dirigió así a palacio. Y en cuanto desde lejos vieron llegar a aquel guerrero espantable, el portero y los guardias de palacio huyeron en todas direcciones. Y en el interior del palacio los esclavos siguieron el ejemplo del portero y de los guardias, y cada cual se apresuró a esconderse para resguardarse en cualquier rincón seguro, aterrados por el estrépito ensordecedor que producían las diversas partes del traje de hierro, y por el aspecto amedrentador de quien lo llevaba, y por la horquilla que blandía. Y de tal suerte, la hija del vendedor de garbanzos, sin encontrar ningún obstáculo ni la menor señal de resistencia, llegó sin contratiempo a la habitación en que de ordinario se hallaba la mala persona del hijo del sultán.

Y al oír todo aquel ruido terrible y al ver entrar a quien lo producía, el hijo del sultán se sintió poseído de un gran espanto, y creyó que veía aparecer a un efrit raptor de almas. Y se puso muy pálido, empezó a temblar y a rechinar los dientes, y cayó al suelo, exclamando "¡Oh poderoso efrit raptor de almas! ¡perdóname y Alah te perdonará!" Pero la joven le contestó, hablando con voz terrible: "¡Cose tus labios y tus mandíbulas, ¡oh proxeneta! o te clavo esta horquilla en un ojo!" Y el asustado mozo juntó sus labios y sus mandíbulas, y no se atrevió a decir una palabra ni a hacer un movimiento. Y la hija del vendedor de garbanzos se acercó a él, que estaba tendido en el suelo, inmóvil y desmayado; y sacando las tijeras y la navaja, le afeitó la mitad de sus tiernos bigotes, el lado izquierdo de su barba, el lado derecho de sus cabellos y ambas cejas. Tras de lo cual le restregó la cara con estiércol de asno y le metió un pedazo en la boca. Y hecho aquello, se fué como había venido, sin que nadie se atreviese a estorbarle el paso. Y regresó sin contratiempos a su casa, donde se apresuró a quitarse su traje de hierro y a acostarse al lado de sus hermanas para dormir muy bien hasta por la mañana.

Y aquel día, como de ordinario, después de lavarse y peinarse y arreglarse, las tres hermanas salieron de su casa para ir a casa de su maestra de bordado. Y como todas las mañanas, pasaron por debajo de la ventana del hijo del sultán. Y le vieron sentado junto a la ventana, según su costumbre, pero con la cara y la cabeza arrebozadas en un pañuelo, de modo que sólo tenía al descubierto los ojos. Y las tres, comportándose con él al revés de como lo hacían por lo general, le miraron con insistencia y coquetería. Y el hijo del sultán se dijo: "No sé; pero me parece que se amansan. ¡Acaso sea porque el pañuelo que me envuelve la cabeza y el rostro hace que resulten más hermosos mis ojos!" Y les gritó: "¡Eh! ¡las tres letras derechas del alfabeto. ¡oh hijas de mi corazón! la zalema sobre vosotras tres! ¿Cómo van los garbanzos esta mañana?" Y la más joven de las tres hermanas, la pequeña Zeina, levantó la cabeza hacia él y contestó por sus hermanas: "¡Eh, ualah! y la zalema sobre ti, ¡oh rostro entrapado! ¿Cómo tienes esta mañana el lado izquierdo de tu barba y de tus bigotes, y cómo tienes la mitad derecha del cráneo, y cómo están tus hermosas cejas, y has encontrado de tu gusto el estiércol de asno, ¡oh querido mío!? ¡Ojalá haya sido de deliciosa digestión para tu corazón!"

Y así diciendo, echó a correr con sus hermanas, riendo a carcajadas, y haciendo desde lejos, al hijo del sultán, muecas burlonas y provocativas. ¡Esto fué todo!

Y al oír y ver, el hijo del sultán comprendió, sin quedarle lugar a duda, que el efrit de la noche anterior no era otro que la hija del vendedor de garbanzos. Y en el límite de la rabia, sintió que se le subía a la nariz la hiel de su vejiga, y juró que se apoderaría de la joven o moriría. Y tras de combinar su plan, esperó algún tiempo para que le creciesen la barba, los bigotes, las cejas y los cabellos, e hizo ir a su presencia al vendedor de garbanzos, padre de su joven adversaria, el cual se dijo, dirigiéndose al palacio: "¿Quién sabe qué calamidad me prepara ahora ese proxeneta?" Y llegó, muy seguro, entre las manos del hijo del sultán, que le dijo: "¡Oh hombre! ¡quiero que me concedas en matrimonio a tu tercera hija, de quien estoy locamente prendado! ¡Y como te atrevas a rehusármela, tu cabeza saltará de tus hombros!" Y el vendedor de garbanzos contestó: "¡No hay inconveniente! ¡Pero concédame un plazo el hijo de nuestro amo el sultán, a fin de que vaya yo a consultar a mi hija antes de casarla!" Y contestó el joven: "Ve a consultarla; ¡pero sabe que, si rehúsa, sufrirá como tú la muerte negra!"

Y el azorado vendedor de garbanzos fué en busca de su hija, y la puso al corriente de la situación, y dijo: "¡Oh hija mía, se trata de una calamidad inevitable!" Pero la joven se echó a reír, y le dijo: "¿Por Alah, ¡oh padre! no hay en ello ni calamidad ni olor de calamidad. Porque ese matrimonio es una bendición para mí y para ti y para mis hermanas. Y doy desde luego mi consentimiento.

Y el vendedor de garbanzos fué a llevar la respuesta de su hija al hijo del sultán, que osciló de satisfacción y de contento. Y dió orden de hacer sin tardanza los preparativos de las bodas, que comenzaron al punto. ¡Y he aquí lo referente a él!

Pero en cuanto a la joven, fué en busca de un confitero experto en el arte de confeccionar muñecas de azúcar, y le dijo: "Deseo de ti que me hagas una muñeca toda de azúcar, que sea de mi estatura y tenga mis facciones y mi color, con cabellos de azúcar hilado y hermosos ojos negros, y boca pequeña, y nariz bonita, y largas cejas rectas, y con todo lo necesario en las demás partes". Y el confitero, que poseía unos dedos muy hábiles, le confeccionó una muñeca que tenía las facciones de ella y un parecido exacto, tan bien hecha, que no le faltaba más que hablar para ser una hija de Adán.

Y he aquí que, cuando llegó la noche nupcial de la penetración, la joven, ayudada por sus hermanas, que eran sus damas de honor, puso su propia camisa en el cuerpo de la muñeca, y la acostó en el lecho en lugar suyo, y corrió sobre ella el mosquitero. Y dió las instrucciones necesarias a sus hermanas y fué a esconderse en la habitación, detrás del lecho.

Y cuando llegó el momento de la penetración, ambas jóvenes, hermanas de Zeina, guiaron al esposo y le introdujeron en la cámara nupcial. Y tras de formular los deseos de rigor y hacerle recomendaciones referentes a su hermana pequeña, diciéndole: "¡Es delicada, y te la confiamos! ¡Es amable y dulce, y no tendrás queja de ella!", se despidieron de él y le dejaron solo en la habitación.

Y el hijo del sultán, acordándose entonces de todas las vejaciones que le había hecho sufrir la hija del vendedor de garbanzos, y de todas sus humillaciones, y de todos los desdenes con que le había abrumado, se acercó a la joven que creía acostada bajo el mosquitero, y que le esperaba sin salir de su inmovilidad. Y de pronto desenvainó su enorme sable, y con todas sus fuerzas le asestó un golpe que hizo rodar por todos lados la cabeza en añicos. Y uno de los trozos le entró en la boca, que tenía él abierta para proferir injurias dirigidas a su víctima. Y sintió el sabor del azúcar, y se asombró prodigiosamente, y exclamó: "¡Por vida mía! he aquí que, después de haberme hecho comer en vida el amargo estiércol de los asnos, me hace gustar, después de muerta, la dulzura exquisita de su carne".

Y persuadido de que acababa de cercenar la cabeza a tan deliciosa criatura, dió rienda suelta a su desesperación, y quiso abrirse el vientre con el sable que le había servido para destrozar a la muñeca.

Pero de repente la verdadera joven salió de su escondite, y le sujetó el brazo por detrás, y le besó, diciéndole: "¡Perdónanos y Alah nos perdonará!"

Y el hijo del sultán olvidó todas sus tribulaciones al ver la sonrisa de la exquisita adolescente a quien había deseado tanto. Y la perdonó y la amó. Y vivieron prósperamente, dejando numerosa posteridad.

Y como Schehrazada no se sentía fatigada aquella noche, contó aún al rey Schahriar la historia siguiente, que es la del DESLIGADOR:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0864: el desligador

EL DESLIGADOR[editar]

Se cuenta que en la ciudad de Damasco, en el país de Scham, había en su tienda un joven mercader que era cual la luna en su decimocuarta noche, tan hermoso y atrayente, que ni uno solo de los compradores del zoco se resistía a su maravillosa belleza. Porque era, en verdad, una alegría para los ojos que le miraban y una condenación para el alma del espectador.

Y de él es de quien ha dicho el poeta:

¡Mi señor es el rey de la belleza, y en su cuerpo, obra de su Creador, no hay ni un rincón despreciable, pues todo es igualmente perfecto!

¡Son sus formas tan delicadas como duro es su corazón; sus rasgados ojos declaran la guerra a los indiferentes y producen incendios en los corazones más fríos!

¡Sus cabellos son enroscados y negros como escorpiones; su talle flexible como la rama del árbol ban y fino como el tallo del bambú!

¡Y su grupa, que es notable, tiembla, cuando se balancea, como la leche cuajada en la escudilla del beduino!

Un día entre los días, el joven, como de ordinario, estaba sentado delante de su tienda, con sus grandes ojos negros y la seducción de su rostro, cuando entró una dama para hacer compras. Y la recibió él con dignidad, y trabaron conversación acerca de la venta y la compra. Pero, al cabo de un momento, absolutamente subyugada por sus encantos, le dijo la dama: "¡Oh rostro de luna! quisiera volver a verte mañana. ¡Y quedarás contento de mí!" Y le dejó, tras de comprar algo que pagó sin regatear, y se fué por su camino.

Y como le había prometido, volvió a la tienda al día siguiente a la misma hora. Pero llevaba de la mano a una adolescente mucho más joven que ella, y más bonita y más atractiva y más deseable. Y el joven mercader, al ver a la recién llegada, no se ocupó ya más que de ella, y no reparó en la primera más que si no la viese. Y ésta acabó por decirle al oído: "¡Oh rostro bendito! ¡por Alah, que no has escogido mal! Y si quieres, serviré de intermediaria entre tú y esta adolescente, que es mi propia hija". Y dijo el joven: "En tu mano está la bendición, ¡oh dama selecta! Ciertamente, por el Profeta (¡con él la plegaria y la paz!), es extremado mi deseo de esta adolescente hija tuya. Pero ¡ay! el deseo no es la realidad, y a juzgar por las apariencias, tu hija es demasiado rica para mí". Pero ella protestó diciendo: "¡Por el Profeta, ¡oh hijo mío! no te preocupes de eso! Porque te hacemos gracia de la dote que el esposo debe inscribir a nombre de la esposa, y tomamos a nuestro cargo todos los gastos de la boda y demás dispendios. ¡Tú no tienes más que dejarnos, y te encontrarás con buena cama, pan caliente, carne firme y bienestar! ¡Porque, cuando se halla un ser tan hermoso como tú, se le toma tal y como es, sin pedirle otra cosa que el que se porte con gallardía en el momento que tú sabes, y permanezca seco y duro mucho tiempo!"

Y el joven contestó: "No hay inconveniente".

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0865: y cuando llegó la 890ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 890ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... seco y duro mucho tiempo!" Y el joven contestó: "No hay inconveniente".

Y acto seguido se pusieron de acuerdo respecto a todo, y se convino en que las bodas se celebrarían en el más breve plazo, sin ceremonias ni invitaciones, sin músicos ni danzarinas ni cantarinas, y sin paseos ni cortejos.

Y en el día fijado se hizo ir al kadí y a los testigos. Y se redactó con arreglo a las prescripciones de la Ley. Y la madre, en presencia del kadí y de los testigos, introdujo al joven en la cámara nupcial, y le dejó solo con su esposa, diciéndoles: "Gozad de vuestro destino, ¡oh hijos míos!"

Y aquella noche no hubo en toda la ciudad de Damasco, ni en el país de Scham, un grupo más hermoso que el que formaban ambos jóvenes enlazados, adaptándose uno a otro como las dos mitades de la misma almendra.

Y al día siguiente, después de una noche pasada entre delicias; el joven se levantó y fué a hacer sus abluciones en el hammam. Tras de lo cual se marchó a su tienda como de ordinario, y allí permaneció hasta que se cerró el zoco. Y entonces se levantó y volvió a su nueva casa para encontrarse de nuevo con su esposa, entró en el harén, y fué derecho a la cámara nupcial, donde la víspera había probado tantas cosas excelentes. Y he aquí que, bajo el mosquitero, dormía su esposa, con los cabellos en desorden, al lado de un mozalbete con mejillas vírgenes de pelo, que la estrechaba con amor contra sí.

Al ver aquello, el mundo se ennegreció ante el rostro del joven, que se precipitó fuera de la cámara para ir en busca de la madre y hacerle ver lo que había que ver. Y encontró a la madre, que estaba sentada precisamente en el umbral de la habitación y que, al verle con el color tan amarillo y muy emocionado, le dijo: "¿Qué te pasa, ¡oh hijo mío!? ¡Ruega al Profeta!" Y contestó el joven: "¡Con El la plegaria y la paz! ¿Qué es eso, ¡oh tía!? ¿Qué es eso que he visto en el lecho? ¡Me refugio en Alah contra las asechanzas del Lapidario!" Y escupió con violencia en tierra, como si lo hiciese sobre alguien que estuviese a sus pies. Y dijo la madre: "¿Y a qué viene ¡oh hijo mío! toda esa cólera y toda esa emoción? ¿Es porque tu esposa está con otra persona? Pero, ¡por los méritos del Profeta! ¿crees que puede una alimentarse del aire? ¿Y crees que te he dado por esposa a mi hija, sin exigir de ti nada en calidad de dote ni de viudedad, para que vengas ahora reprobando su conducta y contrariando sus caprichos? ¡Es esa mucha pretensión de parte tuya, hijo mío! ¡Porque bien debiste figurarte que dos mujeres como nosotras no podrían mantenerte si no estuvieran en libertad de acción! ¿Comprendes ya?"

Y el joven, estupefacto por todo lo que oía, no supo otra cosa que murmurar: "¡Me refugio en Alah! ¡El es el Misericordioso!" Y la madre añadió: "¡Vaya, no te quejes más! ¡Pero si nuestra manera de vivir no te conviene, hijo mío, no tienes más que hacernos ver la anchura de tus hombros!"

Al oír estas palabras, el joven, en el límite de la cólera, exclamó, de manera que fuese oído tanto por la madre como por la hija: "¡Me divorcio! ¡por Alah y por el Profeta, que me divorcio!"

Y al propio tiempo salió de debajo del mosquitero la joven desperezándose, y al oír la fórmula del divorcio, se apresuró a bajarse el velo del rostro para no estar descubierta ante el que en adelante sería para ella un extraño. Y al mismo tiempo que ella salió de debajo del mosquitero la persona con quien ella estaba enlazada tan amorosamente. Y he aquí que aquella persona, que de lejos parecía un mozalbete imberbe, era una joven, como podía observarse sólo al ver la ola de sus cabellos, desatados de pronto, que le acariciaban los tobillos.

Y mientras el desgraciado joven permanecía inmóvil de asombro, hicieron su aparición dos testigos que había ocultado la madre detrás de una cortina, y le dijeron: "¡Hemos oído la fórmula del divorcio, y damos fe de que te has divorciado de tu esposa!" Y la madre le dijo, riendo: "Pues bien, hijo mío, ¡ya no te queda más remedio que irte!

Y para que no te marches mal impresionado, has de saber que la joven que ves aquí, y que estaba acostada con tu esposa, es mi hija menor. ¡Y lo que has pensado es un pecado que tienes sobre la conciencia! Pero sabe también que tu esposa estaba casada primero con un joven a quien amaba y que la amaba. Pero un día disputaron, y en el calor de la disputa, mi yerno dijo a mi hija: "¡Quedas divorciada tres veces!" Ya sabes que ésa es la fórmula más grave del divorcio y la más solemne. Y el que la pronuncia no puede volver a casarse con su primera esposa, si un día lo desea, mientras su esposa no consume un nuevo matrimonio con un segundo marido que, a su vez, la repudie.

Necesitábamos, pues, un desligador, hijo mío. Y he buscado mucho tiempo a ese desligador, sin encontrarle. Y acabé por encontrarte. Y al verte, comprendí que serías un desligador perfecto. Y te escogí. Y ha sucedido lo que ha sucedido. ¡Uassalam!"

Y a continuación le echó de la casa a empujones, y cerró la puerta, mientras el primer esposo, ante el mismo kadí y los mismos testigos, suscribía un segundo contrato de matrimonio con su primera esposa.

"Y tal es ¡oh rey afortunado! la historia del Desligador. Pero se halla lejos de ser tan deliciosa como la HISTORIA DEL CAPITÁN DE POLICÍA".

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0866: el capitán de policía

EL CAPITÁN DE POLICÍA[editar]

En otro tiempo había en El Cairo un kurdo, que llegó a Egipto bajo el reinado del victorioso rey Saladino (¡Alah le tenga en Su gracia!). Y aquel kurdo era un hombre de una corpulencia terrible, con bigotes enormes y una barba que le subía hasta los ojos, y cejas que le tapaban los ojos, y con mechones de pelo que le salían de la nariz y de las orejas. Y tenía un aspecto tan terrible, que no tardó en llegar a ser capitán de policía. Y los pilluelos del barrio, sólo con verle lejos, se daban a la fuga, echando a correr más de prisa que si hubiesen visto aparecer una ghula. Y las madres amenazaban a sus hijos con llamar al capitán kurdo cuando no los podían soportar.

En una palabra, era el terror del barrio y de la ciudad.

Un día entre los días, sintió él que le pesaba la soledad, y pensó en lo bueno que sería encontrar en su casa carne fresca para meterle el diente cuando volviera por la noche. En vista de lo cual, fué en busca de una casamentera, y le dijo: "Deseo mujer. Pero tengo mucha experiencia, y sé cuántas tribulaciones traen de ordinario consigo las mujeres. Por eso, como quiero tener las menos complicaciones posibles, deseo que me busques una joven virgen que no se haya separado nunca de la ropa de su madre, y que esté dispuesta a vivir conmigo en una casa que se compone de una sola habitación. Y pongo por condición la de que jamás ha de salir de esa habitación ni de esa casa. ¡Y ahora dime si puedes o no puedes encontrarme esa joven!" Y la casamentera contestó: "¡Puedo! ¡Dame algo de señal!"

Y el capitán de policía le entregó un dinar en señal, y se fué por su camino. Y la casamentera se irguió sobre ambos pies, y se dedicó a la busca de la joven consabida.

Y tras de varios días de pesquisas y negociaciones, de preguntas y respuestas, acabó por encontrar una joven que consintiera en vivir con el kurdo sin salir nunca de la casa, compuesta de una sola habitación. Y la casamentera fué a participar al capitán de policía el éxito de sus buenos oficios, y le dijo: "He encontrado para ti una joven virgen que jamás se ha separado de su madre, y que me ha dicho cuando le he impuesto la condición: "¡Vivir con el valiente capitán o permanecer aquí encerrada con mi madre da lo mismo!". Y el kurdo quedó muy satisfecho de esta respuesta, y preguntó a la casamentera: "¿Y cómo es?" Ella contestó: "¡Es gorda y rolliza y blanca!" El dijo: "¡Eso es lo que me gusta!"

Así, pues, como el padre de la joven estaba conforme, y como la madre estaba conforme, y como la hija estaba conforme, y como el kurdo estaba conforme, se celebró la boda sin tardanza. Y el kurdo, padre de bigotes grandes, se llevó a la joven gorda y rolliza y blanca a su casa, compuesta de una sola habitación, y se encerró con ella y con su destino.

Y sólo Alah sabe lo que pasó aquella noche.

Y al día siguiente el kurdo fué a evacuar los asuntos propios de la policía, diciéndose al salir de su casa. "He hecho mi suerte con esta joven". Y por la noche, al volver a su casa, le bastó una mirada para asegurarse de que todo estaba en orden en su casa. Y se decía a diario: "Todavía no ha nacido quien meta la nariz en mi cena". Y su tranquilidad era perfecta y su seguridad absoluta. Y a pesar de toda su experiencia, no sabía que la mujer es sagaz de nacimiento, y que cuando desea algo nada puede detenerla. Y pronto iba a tener prueba de ello.

En efecto, había en la misma calle, frente a la ventana de la casa, un carnicero que vendía carne de carnero. Y el tal carnicero tenía un hijo de lo más truhán, que por naturaleza estaba lleno de atractivo y de alegría, y que, desde por la mañana hasta por la noche, cantaba sin parar con una voz hermosa. Y la joven esposa del capitán kurdo quedó subyugada por los encantos y la voz del hijo del carnicero, y sucedió entre ellos lo que sucedió.

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0867: y cuando llegó la 891ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 891ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y la joven esposa del capitán kurdo quedó subyugada por los encantos del hijo del carnicero, y sucedió entre ellos lo que sucedió. Y el señor kurdo volvió aquel día más temprano que de costumbre, e introdujo la llave en la cerradura para abrir la puerta. Y su esposa, que estaba copulando en aquel momento, oyó rechinar la llave y lo dejó todo para saltar sobre ambos pies. Y se apresuró a ocultar a su amante en un rincón de la habitación, detrás de la cuerda en que estaban colgados los trajes de su esposo y los suyos propios. Luego cogió un velo grande, en el cual se envolvía de ordinario, y bajó la escalerilla para salir al encuentro de su marido el capitán, el cual, sólo con subir la mitad de los escalones, había olfateado ya que en su casa pasaba algo que no pasaba de ordinario. Y dijo a su mujer: "¿Quién hay? ¿Y por qué tienes ese velo?" Y ella contestó: "¡La historia de este velo ¡oh dueño mío! es una historia que, si estuviese escrita con agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de lección a quien la leyera con respeto! ¡Pero empieza por sentarte en el diván para que te la cuente!" Y le llevó al diván, le rogó que se sentara, y continuó así: "Has de saber, en efecto, que en la ciudad de El Cairo había un capitán de policía, hombre terrible y celoso, que vigilaba a su mujer de continuo. Y para estar seguro de su fidelidad la había encerrado en una casa como ésta, con una sola habitación. Pero a pesar de todas sus precauciones, la mujer le ponía cuernos con todo su corazón, y sobre los cuernos insensibles de él copulaba con el hijo de su vecino el carnicero, de modo y manera que, un día en que había vuelto más temprano que de costumbre, el capitán sospechó algo. Y, en efecto, cuando su mujer le oyó entrar, se apresuró a ocultar a su amante y llevó a su marido a un diván, igual que yo he hecho contigo. ¡Y entonces le echó por la cabeza una tela que tenía en la mano, y le apretó el cuello con todas sus fuerzas, de esta manera!" Y así diciendo, la joven echó la tela por la cabeza del kurdo, y le apretó el cuello, riendo y continuando así su historia: "Y cuando el hijo de perro tuvo la cabeza y el cuello bien cogidos con la tela, la joven gritó a su amante, que estaba escondido detrás de las ropas del marido: "¡Eh, querido mío, ponte en salvo! ¡pronto, pronto!" Y el joven carnicero se apresuró a salir de su escondite y a precipitarse por la escalera a la calle: ¡Y tal es la historia de la tela que tenía yo en la mano, ¡ya sidi!"

Y tras de contar así esta historia, y al ver que su amante estaba en salvo ya, la joven aflojó la tela que tenía fuertemente enrollada al cuello de su marido el kurdo, y se echó a reír de tal manera que cayó de trasero.

En cuanto el capitán kurdo, libre ya de la estrangulación, no supo si debía reír o enfadarse por la historia y la broma de su mujer. Por lo demás, kurdo era y kurdo siguió siendo. Por eso jamás comprendió nada de aquel incidente. Y continuaron creciéndole los bigotes y los pelos. Y murió como un bienaventurado, contento y prosperando, tras de haber dejado muchos hijos.

Y aquella noche todavía dijo Schehrazada la historia siguiente, que es un torneo de generosidad entre tres personas de diferente especie, a saber: entre un marido, un amante y un ladrón.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0868: ¿cuál es el más generoso?

¿CUÁL ES EL MÁS GENEROSO?[editar]

Cuentan que había en Bagdad un primo y una prima que desde la infancia se amaban con un amor extremado. Y sus padres les destinaron uno para otro, diciendo siempre: "¡Cuando Habib sea mayor, le casaremos con Habiba!" Y ambos habían vivido y crecido juntos, y con ellos había crecido su mutuo afecto. Pero cuando estuvieron en edad de casarse, el Destino no decretó su matrimonio. Porque los padres, que habían sufrido reveses de fortuna, quedaron muy pobres; y el padre y la madre de Habiba se consideraron favorecidos aceptando por esposo para su hija a un respetable jeique que era uno de los mercaderes más ricos de Bagdad y la había pedido en matrimonio.

Y cuando de tal suerte quedó decidido su matrimonio con el jeique, la joven Habiba quiso ver por última vez a su primo Habib y le dijo llorando: "¡Oh hijo de mi tío! ¡oh bien amado mío! ¡ya sabes lo que ha pasado, y que mis padres me han dado en matrimonio a un jeique a quien no he visto nunca y que no me ha visto nunca! Y he aquí que con este matrimonio se nos desbarata nuestro amor, ¡oh primo mío! ¡Y quizá nuestra muerte sea preferible a nuestra vida!" Y Habib contestó sollozando: "¡Oh bienamada prima mía! ¡amargo es nuestro destino, y nuestra vida no tendrá objeto en adelante! ¿Cómo podremos, lejos uno de otro seguir saboreando el gusto de la vida y deleitándonos con las bellezas de la tierra? ¡Ay! ¡ay! ¡oh prima mía! ¿cómo vamos a soportar el peso de nuestro destino?" Y lloraron uno junto a otro y casi se desmayaron de pena. Pero los separaron, diciéndoles que estaban esperando a la desposada para conducirla a casa del esposo.

Y condujeron a la desolada Habiba, en medio de un cortejo, a la casa del jeique. Y después de las ceremonias de rigor y los deseos y las invocaciones y las bendiciones, dió fin la boda, y se marchó todo el mundo, dejando con su esposo a la recién casada.

Y cuando llegó el momento de la consumación, el jeique penetró en la cámara nupcial, y vió a su esposa llorando en los cojines y con el pecho henchido de sollozos. Y pensó: "Seguramente, llora por lo que lloran todas las jóvenes que se separan de su madre. Pero generalmente no dura mucho eso, por fortuna. ¡Con aceite se abren los candados más duros, y con dulzura se amansa a los cachorros de león!" Y se acercó a ella, que seguía llorando, y le dijo: "¡Ya setti Habiba! ¡oh luz del alma! ¿Por qué maltratas así la hermosura de tus ojos? ¿Y qué dolor es el tuyo, que te hace olvidar hasta la presencia de alguien nuevo para ti?". Pero la joven, al oír la voz de su esposo, redobló en sus lágrimas y sollozos y hundió más la cabeza en las almohadas. Y el jeique le dijo muy apurado: "¡Ya setti Habiba! ¡si lloras por verte separada de tu madre, iré a buscarla al instante!" Y la joven, por toda respuesta, sacudió la cabeza, sin levantarla de las almohadas, llorando más fuerte, y eso fué todo. Y su esposo le dijo: "¡Si lloras tanto por tu padre, o por una hermana tuya, o por tu nodriza, o por algún animal doméstico, gallo, gato o gacela, dímelo, y por Alah, que iré a buscarle!".

Pero la respuesta fué un signo negativo de cabeza en las almohadas. Y el jeique reflexionó un instante, y dijo: "¿Lloras quizá por la casa de tus padres, donde has pasado tu infancia y tu adolescencia, ¡oh Habiba!? Si lloras por eso dímelo, y te cogeré de la mano y te llevaré allá". Y la joven, un tanto amansada por las buenas palabras de su esposo, levantó un poco la cabeza; y sus hermosos ojos estaban llenos de lágrimas y su rostro encantador era como una llama. Y contestó con voz temblorosa de llanto: "¡Ya sidi! ¡no es por mi madre por quien lloro, ni por mi padre ni por mi hermana, ni por mi nodriza, ni por mis animales domésticos! Te suplico, pues, que me dispenses de revelarte el motivo de mis lágrimas y de mi pena".

Y el excelente jeique, que por primera vez veía al descubierto el rostro de su mujer, quedó muy conmovido por su belleza, por el encanto infantil que se desprendía de toda ella y por la dulzura de su habla. Y le dijo: "¡Ya setti Habiba! ¡oh la más bella entre las jóvenes y corona suya! si no es el alejamiento de tu familia y de tu casa lo que te da tanta pena, es porque hay otro motivo. Y te ruego que me lo digas para remediarlo".

Y contestó ella: "¡Por favor, dispénsame de contestártelo!" Dijo él: "Entonces ese motivo no es otro que la repugnancia y la aversión que sientes por mí. Pues ¡por tu vida, que si me hubieses dicho, por la intermediaria de tu madre, que no querías ser mi esposa, claro es que no te habría obligado a entrar a pesar tuyo en mi casa!"

Y dijo ella: "¡No, por Alah!, ¡oh mi señor! el motivo de mi pena no se debe a repugnancia o aversión! ¿Cómo iba a abrigar semejantes sentimientos para quien no había visto nunca? ¡Se debe a otra cosa que no puedo revelarte!"

Pero tanto y con tanta bondad la porfió él, que la joven, con los ojos bajos, acabó por confesarle su amor a su primo, diciendo: "¡El motivo de mis lágrimas y de mi pena es un ser querido que ha quedado en casa, el hijo de mi tío, con el que he crecido, y que me ama y a quien amo desde la infancia! ¡Y el amor ¡oh mi señor! es una planta cuyas raíces agarran en el corazón, y para arrancarla habría que arrancar el corazón con ella!".

Al oír esta revelación de su esposa, el jeique bajó la cabeza sin decir palabra. Y reflexionó una hora de tiempo; luego levantó la cabeza y dijo a la joven: "¡Oh señora mía! la ley de Alah y de su Profeta (¡con El la plegaria y la paz!) prohíbe al creyente obtener del creyente nada por violencia. Y si no se debe coger por fuerza al creyente el pedazo de pan, ¿qué será cuando se trata de arrebatarle el corazón?

¡Así, pues, tranquiliza tu alma y refresca tus ojos, que no sucederá nada más que lo que está escrito en tu destino!" Y añadió: "Levántate, pues, ¡oh esposa mía de un momento! y con mi consentimiento y de mi agrado, ve a buscar al que tiene sobre ti derechos más efectivos que los míos, y entrégate a él libremente. Y volverás aquí por la mañana, antes de que se despierten los criados y te vean entrar. ¡Porque desde este momento eres como una hija de mi carne y de mi sangre! Y el padre no toca a su hija. ¡Y cuando muera yo serás mi heredera!"

Y añadió aún: "¡Levántate sin vacilar, hija mía, y ve a consolar a tu primo, que debe llorarte como se llora a los muertos!"

Y la ayudó a levantarse, y por si mismo le puso sus hermosas vestiduras y sus pedrerías de novia, y la acompañó hasta la puerta. Y salió ella a la calle, con sus hermosas vestiduras y sus pedrerías, como un ídolo paseado por los descreídos en un día de fiesta...

En ese momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0869: pero cuando llegó la 892ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 892ª NOCHE[editar]

Ella dijo

"... Y salió ella a la calle, con sus hermosas vestiduras y sus pedrerías, como un ídolo paseado por los descreídos en un día de fiesta. Pero apenas había dado veinte pasos por la calle, por donde no pasaba ni un alma a aquella hora de la noche, surgió desde la sombra, de improviso, una forma negra y se lanzó a ella. Era un ladrón que estaba al acecho de cualquier caza nocturna, y al ver brillar sus pedrerías, se había dicho: "¡Ahora puedo enriquecerme para toda la vida!" Y la paró brutalmente y se apresuró a despojarla, diciéndole, con voz sofocada y amedrentadora: "¡Si abres la boca para gritar, te dejaré más ancha que larga!" Y ya había echado mano a los collares, cuando su mirada se encontró con la belleza de aquel rostro; y pensó, muy conmovido: "¡Por Alah, que me la voy a llevar toda entera, porque es más preciosa que todos los tesoros!" Y le dijo: "¡Oh señora mía; no te haré daño ninguno! Pero no te me resistas, y ven conmigo de buen grado. ¡Y nuestra noche será una noche bendita!" Porque pensaba: "¡Es una almea! Pues sólo las almeas salen por la noche vestidas con tanto esplendor. ¡Y debe volver de la boda de algún gran señor!"

Y la joven se echó a llorar por toda respuesta. Y el ladrón le dijo: "¡Por Alah! ¿Por qué lloras? ¡Hago juramento de no maltratarte ni despojarte si te entregas a mí libremente!" Y al propio tiempo la cogió de la mano y quiso llevársela. Entonces le dijo ella a través de sus lágrimas quién era; y le contó la generosidad de su esposo el jeique. Y no le ocultó nada de su historia. Y añadió: "Y ahora estoy en tus manos. ¡Haz de mí lo que quieras!"

Cuando el ladrón, que era el más hábil desvalijador de toda la corporación de ladrones de Bagdad, hubo oído la historia singular de la joven y comprendido todo el alcance del proceder generoso de su esposo el jeique, bajó un instante la cabeza y reflexionó profundamente. Luego levantó la cabeza y dijo a la joven: "¿Y dónde vive el hijo de tu tío a quien amas?" Ella dijo: "¡En tal barrio y tal calle, donde ocupa la habitación que da al jardín de la casa!" Y dijo el ladrón: "¡Oh señora mía! ¡no se dirá que dos amantes han sido molestados en su amor por un ladrón! ¡Plegue a Alah concederte sus gracias más escogidas en esta noche que vas a pasar con tu primo! ¡Por lo que a mí respecta, voy a conducirte y a darte escolta para evitarte malos encuentros con otros ladrones!"

Y añadió: "¡Oh mi señora! ¡si el viento es de todos, la flauta no es mía!"

Y tras de hablar así, el ladrón cogió de la mano a la joven y le dió escolta, con todos los miramientos de que se hace alarde con una reina, hasta la casa de su amante. Y se despidió de ella después de besarle la orla del traje, y se fué por su camino.

Y la joven empujó la puerta del jardín, atravesó el jardín, y fué derecha al cuarto de su primo. Y le oyó sollozar completamente solo, pensando en ella. Y llamó a la puerta; y preguntó la voz de su primo, entrecortada por las lágrimas: "¿Quién hay en la puerta?" Ella dijo: "¡Habiba!" Y exclamó él desde dentro: "¡Oh voz de Habiba!" Y dijo aún: "¡Habiba ha muerto! ¿Quién eres tú, que me hablas con su voz?" Ella dijo: "¡Soy Habiba, la hija de tu tío!"

Y la puerta se abrió, y Habib cayó desmayado en brazos de su prima. Y cuando, gracias a los cuidados de Habiba, volvió de su desmayo, Habiba le hizo descansar junto a ella, puso la cabeza de él sobre sus rodillas y le hizo el relato de lo que le había ocurrido con su esposo el jeique y con el ladrón generoso. Y al oír aquello, Habib se conmovió tanto, que no pudo articular palabra. Luego se levantó de repente, y dijo a su prima: "Ven, ¡oh bienamada prima mía!" Y la cogió de la mano, sin querer conocerla, y salió con ella a la calle, y la condujo sin pronunciar palabra, a la morada de su esposo el jeique.

Cuando el jeique vió volver a su esposa con su primo el joven Habib, y comprendió la razón que así le llevaba a ambos a su morada, los introdujo en su propia habitación, y les besó como un padre besaría a sus hijos, y les dijo con voz llena de gravedad: "¡Cuando el creyente ha dicho a su esposa: "¡Eres hija de mi carne y de mi sangre!", ningún poder logrará hacerle desdecirse de sus palabras! Así, pues, nada me debéis, ¡oh hijos míos! ¡Porque estoy ligado por mis propias palabras!"

Y tras de hablar así, inscribió a nombre de ellos su casa y sus bienes, y se marchó a habitar en otra ciudad.

Y Schehrazada dejó al rey Schahriar el cuidado de concluir, sin preguntarle nada a este respecto. Y aquella noche todavía dijo:

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Capítulo 0870: el barbero emasculado

EL BARBERO EMASCULADO[editar]

Cuentan que había en El Cairo un mozalbete sin igual en belleza y en méritos. Y tenía por amiga, a quien amaba mucho y que le amaba, una joven cuyo esposo era un yuzbaschi, jefe de cien guardias de policía, hombre lleno de ímpetu y de bravura, con manos que hubiesen podido aplastar al joven sólo con un dedo. Y el tal yuzbaschi tenía todas las cualidades relevantes para satisfacer a su harén; pero el joven no tenía barba, y la esposa era de las que prefieren la carne de cordero, y una yegua de las que gustan de sentirse cabalgadas, con preferencia, por los jovenzuelos.

Un día entre los días, el yuzbaschi entró en su casa y dijo a su joven esposa: "¡Oh hija del tío! estoy invitado a ir esta tarde a tal sitio de los jardines para tomar el aire con mis amigos. Por tanto, si se me necesita para cualquier asunto, ya sabes dónde enviar a buscarme". Y su esposa le dijo: "¡Nadie deseará de ti otra cosa que saber que disfrutas de delicias y contento! ¡Ve a divertirte en los jardines, ¡oh mi señor! y que eso te dilate y te esponje para alegría nuestra!" Y el yuzbaschi se fué por su camino, felicitándose una vez más por tener una esposa tan atenta y bien dotada y obediente y bien educada.

Y en cuanto él hubo vuelto la espalda, su esposa exclamó: "¡Loores a Alah, que aleja de nosotros por esta tarde a ese cerdo salvaje! ¡He aquí que voy a enviar a buscar al pendiente de mi corazón!" Y llamó al pequeño eunuco que tenía a su servicio, y le dijo: "¡Oh muchacho! ve en seguida a buscar de mi parte a Fulano. Y si no le encuentras en su casa, búscale por doquiera hasta que le encuentres, y dile: "¡Mi señora te envía la zalema y te pide que vayas a su casa al momento!" Y el eunuco salió de casa de su señora, y como no encontró al joven en su casa, se dedicó a recorrer, en busca suya, todas las tiendas del zoco adonde tenía él costumbre de ir a sentarse. Y acabó por encontrarle en la tienda de un barbero, donde había ido para que le afeitasen la cabeza. Y se acercó a él precisamente en el momento en que el barbero le anudaba al cuello una toalla limpia y le decía: "¡Haga Alah que el refresco te sea delicioso!" Y aproximándose el eunuco al joven, se inclinó hacia él, y le dijo al oído: "¡Mi señora te envía sus zalemas más escogidas, y me encarga que te diga que hoy la ribera se ha aclarado y el yuzbaschi está en los jardines! Si deseas la posesión, pues, no tienes más que ir sin dilación ni tardanza". Y al oír aquello, el mozalbete no pudo sufrir el permanecer allí un momento más, y gritó al barbero: "¡Sécame pronto la cabeza, que me voy, y ya vendré otra vez! Y diciendo estas palabras, puso en su mano un dracma de plata, como si ya tuviese la cabeza arreglada por el barbero. Y el barbero, al ver aquella generosidad, se dijo: "¡Me da un dracma sin haberle afeitado nada! ¿Qué sería si le hubiese afeitado la cabeza? ¡Por Alah, he aquí un cliente al que no perderé de vista! ¡Sin duda alguna, cuando le afeite la cabeza me dará un puñado de dracmas!"

Entretanto el joven se levantó con rapidez, y salió a la calle. Y el barbero le acompañó hasta el umbral de la tienda, diciéndole: "¡Alah contigo, ¡oh mi señor! Espero que, cuando hayas ventilado los asuntos que tienes pendientes, volverás a esta tienda, de donde saldrás más hermoso todavía que al entrar. ¡Alah contigo!" Y el joven contestó: "¡Taieb! Está bien; ya volveré". Y se marchó a escape y desapareció por un recodo de la calle.

Y llegó a la casa de su amiga, esposa del yuzbaschi. Y ya iba a llamar a la puerta, cuando, con extremada sorpresa por parte suya, vió surgir ante él al barbero, que venía por el otro lado de la calle. Y sin saber qué era lo que obligaba a correr así al barbero, que le llamaba por señas desde lejos, no llegó a llamar. Y el barbero le dijo: "¡Oh mi señor, Alah contigo! Te ruego no olvides mi tienda, que se ha perfumado e iluminado con tu llegada. Y ha dicho el sabio: "¡Cuando te endulces en un paraje, no busques otro!" Y el gran médico de los árabes, Abu Alí el Hossein Ibn Sina (¡con él las gracias del Altísimo!), ha dicho: "¡Ninguna leche para el niño es comparable a la leche de la madre! ¡Y nada más dulce para la cabeza que la mano de un barbero hábil!" Espero, pues, de ti ¡oh mi señor! que reconocerás mi tienda entre todas las tiendas de los demás barberos del zoco". Y dijo el joven: "¡Ualah! ciertamente que la reconoceré, ¡oh barbero!" Y empujó la puerta que ya se había abierto por dentro, y se apresuró a cerrarla detrás de sí. Y subió a reunirse con su amante para hacer su cosa acostumbrada con ella.

En cuanto al barbero, en lugar de volver a su tienda, se quedó quieto en la calle frente a la puerta, diciéndose: "¡Lo mejor será que espere aquí mismo a este cliente inesperado, a fin de conducirle a mi tienda, no vaya a ser que la confunda con las de mis vecinos!" Y sin quitar los ojos de la puerta un instante, se paró definitivamente. Pero, volviendo al yuzbaschi, cuando llegó al sitio de la cita, el amigo que le había invitado le dijo: "¡Ya sidi! perdóname la descortesía sin par de que soy culpable para contigo. Pero acaba de morir mi madre, y es preciso que prepare el entierro. Dispénsame, pues, por no poder disfrutar hoy de tu compañía, y perdóname mis malas maneras. Alah es generoso, y en breve volveremos aquí juntos". Y se despidió de él, excusándose mucho más aún, y se fué por su camino. Y el yuzbaschi, con la nariz muy alargada, dijo para sí: "¡Alah maldiga a las viejas calamitosas que ennegrecen de tan mala manera los días de diversión! ¡Y súmalas el Maligno en el agujero más profundo del quinto infierno!" Y así diciendo, escupió al aire con furor...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0871: pero cuando llegó la 893ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 893ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y el yuzbaschi, con la nariz muy alargada, dijo para sí: "¡Alah maldiga a las viejas calamitosas que ennegrecen de tan mala manera los días de diversión! ¡Y súmalas el Maligno en el agujero más profundo del quinto infierno!" Y así diciendo, escupió al aire con furor, murmurando para su barba: "Escupo sobre ti y sobre la tierra que te cubrirá, ¡oh madre de las calamidades!" Y emprendió el camino de su casa, y llegó a su calle girándole de cólera los ojos. Y divisó al barbero, que estaba parado, con la cabeza vuelta hacia la ventana de la casa, como un perro que espera que le echen un hueso. Y le abordó y le dijo: "¿Qué esperas, ¡oh hombre!? ¿Y qué hay de común entre esta casa y tú?" Y el barbero se inclinó hasta tierra y contestó: "¡Oh sidi yuzbaschi! ¡espero aquí al mejor cliente de mi tienda! ¡Porque mi pan está entre sus manos!" Y el yuzbaschi le preguntó muy asombrado: "¿Qué dices, ¡oh secuaz de los efrits!? ¿Acaso se ha convertido ahora mi casa en punto de cita de los clientes de barberos de tu especie? ¡Vete, ¡oh proxeneta! o conocerás la fuerza de mi brazo!" Y dijo el barbero: "¡El nombre de Alah sobre ti ¡oh mi señor yuzbaschi! y sobre tu casa y sobre los habitantes de tu honorable casa, receptáculo de la honestidad y de todas las virtudes! ¡Pero por tu preciosa vida te juro que mi mejor cliente ha entrado aquí mismo! ¡Y como ya lleva mucho tiempo, y mi trabajo y mi tienda me ponen en la imposibilidad de esperar más, te ruego que le digas, cuando le veas, que no se retarde!" Y el esposo de la joven le dijo: "¿Y qué clase de hombre es tu cliente, oh hijo de alcahuetes y descendencia de procuradores!?" El aludido dijo: "Es un buen mozo, con unos ojos así, y una estatura así, y lo demás por el estilo! ¡Es un perfecto schalabi, un elegante, un refinado de maneras y de aspecto, y generoso, y delicioso, un terrón de azúcar,! ya sidi! un panal de miel, ualahi!"

Cuando el capitán de los cien guardias de policía oyó este elogio y esta descripción del que había entrado en su casa, cogió al barbero por la nuca, y sacudiéndolo repetidas veces, le dijo: "¡Oh posteridad de proxenetas e hijo de zorras!" Y el barbero sacudido exclamó: "¡No hay inconveniente!" Y el yuzbaschi continuó: "¿Cómo te atreves a pronunciar semejantes palabras con relación a mi casa?" Y el barbero dijo: "¡Oh mi señor! ya verás lo que te dice mi cliente cuando le hayas dicho: "¡El barbero de manos suaves te espera en la puerta!" Y el yuzbaschi le gritó, echando espuma: "¡Pues bien; quédate aquí aguardando a que vaya yo a comprobar tus palabras!" Y se precipitó en su casa.

Y he aquí que, mientras tanto, la joven, que había visto y oído desde detrás de la ventana cuanto acababa de pasar en la calle, había tenido tiempo de esconder a su amante en la cisterna de la casa. Y cuando el yuzbaschi penetró en las habitaciones, ya no había allí ni joven, ni olor de joven, ni nada que se le pareciese de cerca o de lejos. Y preguntó a su esposa: "Por Alah, ¡oh mujer! ¿es posible verdaderamente creer que haya penetrado en casa un hombre?" Y la esposa, fingiéndose en extremo enfadada de aquella suposición, exclamó: "¡Qué vergüenza para nuestra casa y para mí misma! ¿Cómo iba a entrar aquí un hombre, ¡oh mi señor!?" Y el yuzbaschi dijo: "¡Es que el barbero que está en la calle me ha dicho que esperaba a que saliese de casa un joven de entre sus clientes!" Ella dijo: "¿Y no le has aplastado contra el muro?" El dijo: "¡Voy a hacerlo ahora!" Y bajó, y cogió al barbero por la nuca, y le volteó, gritándole: "¡Oh alcahuete de tu madre y de tu esposa! ¿Cómo te has atrevido a decir semejantes palabras del harén de un creyente?" Y ya iba sin duda a hacerle entrar su longitud en su anchura, cuando el barbero exclamó: "¡Por la verdad que nos ha revelado el Profeta, ¡oh yuzbaschi! que he visto con mis ojos entrar en la casa al joven! ¡Pero no lo he visto salir!" Y el otro dejó de darle volteretas, y llegó al límite de la perplejidad al oír a aquel hombre sostener semejante cosa cara a cara de la muerte. Y le dijo: "No quiero matarte sin probarte que has mentido, ¡oh perro! ¡Ven conmigo!" Y le arrastró a la casa, y empezó a recorrer con él todas las habitaciones del piso bajo, las de arriba y de todas partes. Y cuando lo hubieron examinado todo y visitado todo, bajaron al patio y registraron por todos los rincones, sin encontrar nada. Y el yuzbaschi se encaró con el barbero y le dijo: "¡No hay nada!" Y el otro dijo: "Es verdad; pero queda todavía esta cisterna que no hemos visitado".

¡Eso fué todo! Y el joven oía sus idas y venidas, y su conversación. Y al escuchar aquellas últimas palabras de cisterna y de visita a la cisterna, maldijo en su alma al barbero, pensando: "¡Ah, hijo de prostitutas de infamia! ¡Va a hacer que me cojan!" Y por su parte, la esposa oyó que el barbero hablaba de visitar la cisterna, y bajó a toda prisa, gritando a su esposo: "¿Hasta cuándo ¡oh hombre! vas a hacer recorrer tu casa y tu harén a ese producto de los mil cornudos de la impudicia? ¿Y no te da vergüenza introducir de tal suerte en la intimidad de tu morada a un extraño de la especie de éste? ¿A qué esperas para castigarle como se merece su crimen?" Y el yuzbaschi dijo: "Verdad dices, ¡oh mujer! hay que castigarle. Pero tú eres la calumniada, y a ti te corresponde castigarle. ¡Castígale con arreglo a la gravedad y a la naturaleza de sus imputaciones!"

Entonces la joven subió a coger un cuchillo de la cocina, y lo calentó hasta que estuvo al rojo blanco. Y se acercó al barbero, a quien el yuzbaschi ya había tendido en tierra de un solo empellón. Y con el cuchillo incandescente, le cauterizó los compañones y le quemó la piel, en tanto que el yuzbaschi le sujetaba contra el suelo. Tras de lo cual le echaron a la calle, gritándole: "¡Eso te enseñará a hablar mal de los harenes de las personas honradas!" Y el infortunado barbero permaneció donde le dejaron, hasta que unos transeúntes compasivos le recogieron y llevaron a su tienda. ¡Y he aquí lo referente a él!

Pero en cuanto al joven encerrado en la cisterna, no bien cesaron todos los ruidos de la casa, se apresuró a escapar de su escondite echando a correr. ¡Y Alah veló lo que tenía que velar!

Y Schehrazada no quiso dejar pasar aquella noche sin contar todavía al rey Schahriar la HISTORIA DE FAIRUZ Y DE SU ESPOSA.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0872: fairuz y su esposa

FAIRUZ Y SU ESPOSA[editar]

Cuentan que cierto rey estaba sentado un día en la terraza de su palacio tomando el aire y alegrándose los ojos con la contemplación del cielo que tenía sobre su cabeza y de los hermosos jardines que tenía a sus pies. Y su mirada tropezó de pronto, en la terraza de una casa situada frente al palacio, con una mujer como no la había visto igual en belleza. Y se encaró con los que le rodeaban y les preguntó: "¿A quién pertenece esa casa?" Y le contestaron: "A tu servidor Fairuz. ¡Y ésa es su esposa!" Entonces bajó de la terraza el rey; y la pasión le había puesto ebrio sin vino, y el amor se albergaba en su corazón. Y llamó a su servidor Fairuz y le dijo: "¡Toma esta carta y ve a tal ciudad, y vuelve con la respuesta!" Y Fairuz cogió la carta, y fué a su casa, y guardó la carta debajo de la almohada, y así pasó aquella noche. Y cuando llegó la mañana, se levantó, despidiéndose de su esposa, y salió para la ciudad consabida, ignorando los proyectos que abrigaba contra él su soberano.

En cuanto al rey, se levantó a toda prisa no bien partió el esposo, y se dirigió disfrazado a casa de Fairuz y llamó a la puerta. Y la esposa de Fairuz preguntó: "¿Quién hay a la puerta?" Y contestó él: "¡Soy el rey, señor de tu esposo!" Y ella abrió. Y entró el rey, y se sentó, diciendo: "Venimos a visitarte". Y ella sonrió, y contestó: "¡Me refugio en Alah contra esta visita! ¡Porque, en verdad, no espero de ella nada bueno!" Pero el rey dijo: "¡Oh deseo de los corazones! ¡soy el señor de tu marido, y me parece que no me conoces!" Y contestó ella: "Claro que te conozco ¡oh mi señor y dueño! y conozco tu proyecto y sé lo que quieres y que eres el amo de mi esposo. Y para demostrarte que comprendo muy bien lo que te propones, te aconsejo ¡oh soberano mío! que tengas la suficiente alteza de alma para aplicarte a ti mismo estos versos del poeta:

¡No pisaré el camino que conduce a la fuente, mientras otros caminantes puedan posar sus labios sobre la piedra húmeda que aplacaría mi sed!
¡Cuando el sonsoneante enjambre de moscas inmundas cae sobre mis bandejas, por mucha que sea el hambre que me tortura, retiro al punto mi mano de los manjares condimentados para mi placer!
¿No evitan los leones el camino que conduce a la orilla del agua, cuando los perros son libres de lengüetear en el mismo sitio?

Y tras de recitar estos versos, la esposa de Fairuz añadió: "Y tú, ¡oh rey! ¿vas a beber en la fuente donde otros posaron sus labios antes que tú?" Y el rey, al oír estas palabras, la miró con estupefacción. Y se impresionó tanto, que volvió la espalda, sin hallar una palabra de respuesta; y en su prisa por huir, olvidó en la casa una de sus sandalias.

Y tal fué su caso.

¡Pero he aquí lo que aconteció a Fairuz! Cuando salió de su casa para ir adonde le había enviado el rey, buscó la carta en su bolsillo, pero no la encontró. Y se acordó de que la había dejado debajo de la almohada. Y volvió a su casa, y entró en el preciso momento en que el rey acababa de irse. Y vió la sandalia del rey en el umbral. Y al punto comprendió el motivo de que se le enviara fuera de la ciudad, hacia un país lejano. Y se dijo: "¡El rey mi señor no me envía allá más que para dar libre curso a su pasión inconfesable!" Sin embargo, guardó silencio, y penetrando en su cuarto sin hacer ruido, cogió la carta de donde la había dejado, y salió sin que su esposa advirtiese su entrada. Y se apresuró a dejar la ciudad y a ir a cumplir la misión que le había encargado su señor el rey. Y Alah le escribió la seguridad, y llevó él la carta a su destinatario, y volvió a la ciudad del rey con la respuesta oportuna. Y antes de ir a descansar a su casa, se apresuró a presentarse entre las manos del rey, quien, para recompensarle por su diligencia, le hizo un presente de cien dinares.

Y no se dijo y pronunció nada acerca de lo consabido.

Y tras de tomar los cien dinares, Fairuz fué al zoco de los joyeros y de los orfebres, e invirtió toda la suma en comprar cosas magníficas entre preseas para uso de las mujeres. Y se lo llevó todo a su esposa, diciéndole: "¡Para celebrar mi regreso!"

Y añadió: "¡Toma esto y cuanto aquí te pertenezca, y vuelve a casa de tu padre!"

Y ella le preguntó: "¿Por qué?" El dijo: "En verdad que mi señor el rey me ha colmado de bondades. Y como quiero que lo sepa todo el mundo, y que tu padre se regocije al ver sobre ti todas esas preseas, deseo que vayas adonde te he dicho". Y ella contestó: "¡Con cariño y de todo corazón jubiloso!" Y se atavió con cuanto le había llevado su esposo y con cuanto ella poseía ya, y fué a casa de su padre. Y su padre se regocijó mucho de su llegada y de ver todo lo que de hermoso llevaba encima ella, que permaneció en casa de su padre un mes entero, sin que su esposo Fairuz pensase en ir a buscarla y sin que ni siquiera mandase a pedir noticias suyas.

Así es que, al cabo de aquel mes de separación, el hermano de la joven fué en busca de Fairuz y le dijo: "¡Oh Fairuz! ¡si no quieres revelar el motivo de tu cólera contra tu esposa y del abandono en que la dejas, ven y queréllate con nosotros ante nuestro señor el rey!"

Y Fairuz contestó: "¡Aunque vosotros queráis querellaros, yo no me querellaré!" Y el hermano de la joven dijo: "¡De todos modos ven, y me oirás querellarme!" Y se fué con él a ver al rey.

Y encontraron al rey en la sala de audiencias, y al kadí sentado al lado suyo. Y el hermano de la joven, después de besar la tierra entre las manos del rey, dijo: "¡Oh señor nuestro, vengo a querellarme de una cosa!" Y el rey le dijo: "Las querellas competen al señor kadí. ¡A él es a quien tienes que dirigirte!" Y el hermano de la joven se encaró con el kadí, y dijo: "¡Alah asista a nuestro señor el kadí! He aquí la cosa y la querella: Hemos alquilado a este hombre, en calidad de simple arrendamiento, un hermoso jardín, protegido por altas tapias y resguardado, maravillosamente cuidado y plantado de flores y de árboles frutales. Pero este hombre, después de cortar todas las flores y comerse todas las frutas, ha derribado las tapias, ha dejado el jardín a merced de los cuatro vientos y ha sembrado por doquiera la devastación. ¡Y ahora quiere rescindir el contrato y devolvernos nuestro jardín en el estado en que lo ha puesto! ¡Y tal es la querella y el asunto, ya sidi kadí!"

Y el kadí se encaró con Fairuz y le dijo: "¿Y qué tienes que decir, tú, ¡oh joven!?" Y el aludido contestó: "¡La verdad es que les devuelvo el jardín en mejor estado que se hallaba antes!" Y el kadí dijo al hermano: "¿Es verdad que devuelve el jardín en mejor estado, como acaba de declarar?" Y el hermano dijo: "¡No! ¡Pero deseo saber por él qué motivo le ha impulsado a devolvérnoslo!"

Y el kadí preguntó, encarándose con Fairuz: "¿Qué tienes que decir, ¡oh joven!?" Y Fairuz contestó: "¡Yo se lo devuelvo de buena gana y de mala gana a la vez! Y el motivo de esta restitución, ya que desean conocerlo, es que un día entré en el jardín consabido, y he visto en la tierra huellas de pasos de león y de su planta. Y he tenido miedo de que el león me devorase si me aventuraba de nuevo por allí. Y por eso he devuelto el jardín a sus propietarios. Y no lo hice más que por respeto al león y por miedo por mí...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0873: pero cuando llegó la 894ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 894ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y por eso he devuelto el jardín a sus propietarios. Y no lo hice más que por respeto al león y por miedo por mí".

Cuando el rey, que estaba tendido en los cojines y que escuchaba sin que lo pareciese, hubo oído las palabras de su servidor Fairuz y comprendido su alcance y significación, se levantó acto seguido y dijo al joven: "¡Oh Fairuz! calma tu corazón, desecha tus escrúpulos y vuelve a tu jardín. ¡Porque te juro por la verdad y la santidad del Islam que tu jardín es el mejor defendido y el mejor guardado que encontré en mi vida; y sus murallas están al abrigo de todos los asaltos; y sus árboles, sus frutos y sus flores son los más sanos y los más hermosos que vi nunca!"

Y Fairuz comprendió. Y volvió con su esposa. Y la amó.

Y de esta manera, ni el kadí ni ninguno de los numerosos concurrentes que había en la sala de audiencias pudieron comprender nada de la cosa, que permaneció secreta entre el rey y Fairuz y el hermano de la esposa. ¡Pero Alah es Omnisciente!

Y todavía dijo Schehrazada:


EL NACIMIENTO Y EL INGENIO[editar]

Había un hombre, sirio de nacimiento, a quien Alah había dotado, como a todos los schamitas de su raza, de una sangre pesada y de un ingenio espeso. Porque es cosa notoria que, cuando Alah distribuyó sus dones a los humanos, puso en cada tierra las cualidades y los defectos que debían transmitirse a todos los que nacieran allí. Así es como otorgó el ingenio y la listeza a los habitantes de El Cairo, la fuerza copulativa a los del Alto Egipto, el amor de la poesía a nuestros padres árabes, la bravura a los jinetes del centro, costumbres ordenadas a los habitantes del Irak, cordialidad a los individuos de las tribus errantes, y muchos otros dones a otros muchos países; pero a los sirios no les dió más que el amor a la ganancia e ingenio para el comercio, y les olvidó totalmente cuando distribuyó los dones gratos. Por eso, haga lo que haga, un sirio schamita, de los países que se extienden desde el mar salado a los confines del desierto de Damasco, será siempre un zopenco de sangre gorda, y su ingenio no se avivará nunca más que ante el incentivo grosero de la ganancia y del tráfico.

Y he aquí que el sirio en cuestión se despertó, un día entre los días, con deseo de ir a traficar a El Cairo. Y sin duda alguna era su mal destino quien le sugería aquella idea de ir a vivir entre las gentes más deliciosas y más ingeniosas de la tierra. Pero, como todos los de su raza, estaba lleno de pedantería, y pensó que deslumbraría a aquellas gentes con las cosas hermosas que iba a llevar consigo. En efecto, metió en cofres lo más suntuoso que poseía de sederías, telas preciosas, armas labradas y otras cosas semejantes, y llegó a la ciudad resguardada, a Misr Al-Kahira, a El Cairo!

Y empezó por alquilar un local para sus mercancías y una vivienda para él mismo en un khan de la ciudad, situado en el centro de los zocos. Y se dedicó a ir todos los días a casa de los clientes y de los mercaderes, invitándoles a visitar sus mercancías. Y continuó obrando de tal suerte durante algún tiempo, hasta que, un día entre los días, estando de paseo y mirando a derecha y a izquierda, se encontró con tres mujeres jóvenes que avanzaban inclinándose y contoneándose, y reían diciéndose cosas así y asá. Y cada una era más hermosa que la otra y más atrayente y más encantadora. Y cuando las divisó, se le pusieron tiesos y provocadores los bigotes; y al ver que le miraban de reojo, se acercó a ellas y les dijo: "¿Podréis venir esta noche a hacerme agradable compañía en mi khan para divertirme?" Y ellas contestaron, risueñas: "En verdad que sí, y haremos lo que nos digas que hagamos para complacerte". Y preguntó él: "¿En mi casa o en vuestra casa, ¡oh mis señoras!?" Ellas contestaron: "¡Por Alah, en tu casa! ¿Acaso crees que nuestros maridos nos dejan introducir en casa hombres extraños?" Y añadieron ellas: "¡Esta noche iremos a tu casa! Dinos dónde te alojas".

El dijo: "Me alojo en un cuarto de tal khan, en tal calle". Ellas dijeron: "En ese caso, nos prepararás la cena y nos la tendrás caliente; e iremos a visitarte después de la hora de la plegaria de la noche". Y dijo: "Así se habla". Y le dejaron ellas para proseguir su camino. Y por su parte, él se encargó de las provisiones, y compró pescado, cohombros, ostras, vino y perfumes, y lo llevó todo a su cuarto; y preparó cinco especies de manjares a base de carne, sin contar el arroz y las verduras; y los guisó por sí mismo; y lo tuvo todo dispuesto en las mejores condiciones.

Y cuando se acercó la hora de cenar, llegaron las tres mujeres, como le habían prometido, envueltas en kababits de tela azul que hacían que no se las conociese. Pero al entrar, se quitaron de los hombros aquellas envolturas, y fueron a sentarse como lunas. Y el sirio se levantó y se sentó enfrente de ellas, como un bobalicón, tras de ponerles delante las bandejas cargadas de manjares. Y comieron con arreglo a su capacidad. Y luego él les llevó el taburete de los vinos. Y circuló entre ellos la copa. Y a las invitaciones apremiantes de las jóvenes, el sirio no se negó a beber ninguna vez, y bebió de tal modo, que se le iba la cabeza en todas direcciones. Y entonces fué cuando, un poco envalentonado, miró cara a cara a sus compañeras y pudo admirar su belleza y maravillarse de sus perfecciones. Y fluctuó entre la perplejidad y la estupefacción. Y osciló entre la extravagancia y el azoramiento. Y ya no sabía distinguir el macho de la hembra. Y su estado fué memorable y su destino deplorable. Y miró sin ver y comió sin beber. Y manipuló con los pies y anduvo con la cabeza. Y giró los ojos y sacudió la nariz. Y moqueó y estornudó. Y rió y lloró. Tras de lo cual se encaró con una de las tres, y le preguntó: "¡Por Alah sobre ti, ya setti! ¿cómo es tu nombre?" Ella contestó: "Me llamo ¿Has-visto-nunca-nada-como-yo?" Y a él se le huyó más la razón, y exclamó: "¡No, walahi, nunca he visto nada como tú!" Luego se tendió en el suelo, apoyándose en los codos, y preguntó a la segunda: "¿Y cuál es tu nombre, ya setti, ¡oh sangre de la vida de mi corazón!?"

Ella contestó: "¡No-has-visto-nunca-a-nadie-que-se-me-parezca!" Y exclamó él: "¡Inschalah! así lo habrá querido Alah, oh mi señora No-has-visto-nunca-a-nadie-que-se-me-parezca!"

Luego se encaró con la tercera y le preguntó: "¿Y cuál es tu honorable nombre, ya setti, ¡oh quemadura de mi corazón!?" Ella contestó: "¡Mírame-y-me-conocerás!" Y al oír esta tercera respuesta, el sirio rodó por tierra, exclamando con toda su voz: "No hay inconveniente, ¡oh mi señora Mírame-y-me-conocerás!"

Y ellas continuaron haciendo circular la copa y vaciándola en el gaznate de él, hasta que se cayó dando con la cabeza antes que con los pies y deteniéndosele la circulación. Entonces, al verle en aquel estado, se levantaron ellas y le quitaron el turbante y le pusieron un gorro de loco. Luego miraron a su alrededor, y se apropiaron de cuanto dinero y cosas de precio les deparó la suerte. Y cargadas con el botín y con el corazón ligero, le dejaron roncando como un búfalo en su khan y abandonaron la morada a su propietario. Y el velador veló lo que tenía que velar.

Al día siguiente, cuando el sirio se repuso de su borrachera, se vió solo en su cuarto, y no tardó en comprobar que su cuarto estaba barrido de cuanto contenía. Y de pronto recobró completamente el sentido, y exclamó: "¡No hay majestad ni poder más que en Alah el Glorioso, el Grande!" Y se precipitó fuera del khan con el gorro de loco en la cabeza, y empezó a preguntar a todos los transeúntes si habían encontrado a Fulana, Mengana y Zutana. Y decía los nombres que le habían revelado las jóvenes. Y las gentes, al verle ataviado de tal modo, lo creían escapado del maristán, y contestaban: "¡No, por Alah, nunca hemos visto nada como tú!" Y decían otros: "¡Nunca hemos visto a nadie que se te parezca!" Y decían otros: "¡En verdad que te miramos, pero no te conocemos!"

Así es que, harto de preguntar, ya no supo él a quién recurrir ni a quién quejarse, y acabó por encontrar al fin a un transeúnte caritativo y de buen consejo, que le dijo: "Escúchame, ¡oh sirio! lo mejor que puedes hacer en estas circunstancias es volverte a Siria sin tardanza ni dilación, pues en El Cairo ya ves que las gentes saben volcar los cerebros duros igual que los ligeros y jugar con los huevos tan bien como con las piedras".

Y el sirio, con la nariz alargada hasta los pies, se volvió a Siria, su país, de donde no debía haber salido nunca.

Y como les han sucedido con frecuencia aventuras semejantes por eso los nacidos en Siria hablan tan mal de los hijos de Egipto.

Y Schehrazada, habiendo acabado de contar esta historia, se calló. Y el rey Schahriar le dijo: "¡Oh Schehrazada! ¡me han complacido en extremo estas anécdotas, y con ellas me encuentro más instruido y esclarecido!" Y Schehrazada sonrió y dijo: "¡Sólo Alah es el Instructor y el Esclarecedor!" Y añadió: "¿Pero qué son estas anécdotas, si se las compara con la Historia del libro mágico?"

Y dijo el rey Schahriar: ¿Qué libro mágico es ése ¡oh Schehrazada! y qué historia es la suya?"

Y ella dijo: "¡Me reservo para contártela la próxima noche, ¡oh rey! si Alah quiere y si tal es tu gusto!" Y dijo el rey: "¡Claro que quiero escuchar la próxima noche esa historia que no conozco!"

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0874: y cuando llegó la 895ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 895ª NOCHE[editar]

La pequeña Doniazada se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada, y dijo: "¡Oh hermana mía! ¿cuándo vas a empezar la HISTORIA DEL LIBRO MÁGICO? Y Schehrazada contestó: "¡Sin tardanza ni dilación, pues que así lo desea nuestro señor el rey!"


HISTORIA DEL LIBRO MÁGICO[editar]

Y dijo:

En los anales de los pueblos y en los libros de tiempos antiguos se cuenta -pero Alah es el único que conoce el pasado y ve el porvenir- que una noche entre las noches, el califa, hijo de los califas ortodoxos de la posteridad de Abbas, Harún Al-Raschid, que reinaba en Bagdad, se incorporó en su lecho, presa de la opresión, y, vestido con sus ropas de dormir, mandó que fuese a su presencia Massrur, porta alfanje de su gracia, el cual se presentó al punto entre sus manos.

Y le dijo el califa: "¡Oh Massrur! esta noche resulta abrumadora y pesada para mi pecho, y deseo que disipes mi malestar". Y Massrur contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! levántate y vamos a la terraza a mirar con nuestros propios ojos el dosel de los cielos salpicado de estrellas y a ver pasearse a la luna brillante, mientras sube hasta nosotros la música de las aguas chapoteantes y los lamentos de las norias cantarinas, de las que ha dicho el poeta:

¡La noria, que por cada ojo vierte llanto gimiendo, es semejante al enamorado que se pasa los días en una queja monótona, a pesar de la magia que inunda su corazón!

"Y el mismo poeta ¡oh Emir de los Creyentes! es quien ha dicho, hablando del agua corriente:

¡Mi preferida es una joven que me evita tener que beber y me divierte!
¡Porque ella es un jardín, sus ojos son las fuentes, y su voz es el agua corriente!

Y Harún escuchó a su porta alfanje y sacudió la cabeza Y dijo: "¡No tengo ganas de eso esta noche!" Y dijo Massrur: "¡Oh Emir de los Creyentes! en tu palacio hay trescientas sesenta jóvenes de todos colores, semejantes a otras tantas lunas y gacelas, y vestidas con trajes tan hermosos como flores. Levántate y vamos a pasarles revista, sin que nos vean, a cada cual en su aposento. Y oirás sus cánticos y verás sus juegos y asistirás a sus escarceos. Y quizá entonces tu alma se sienta atraída por alguna de ellas. Y la tendrás por compañera esta noche, y se entregará a sus juegos contigo. ¡Y ya veremos lo que te queda de tu malestar!"

Pero Harún dijo: "¡Oh Massrur! ve a buscarme a Giafar inmediatamente". Y el aludido contestó con el oído y la obediencia. Y fué a buscar a Giafar a su casa, y le dijo: "Ven con el Emir de los Creyentes". Y el otro contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y se levantó en aquella hora y en aquel instante, se vistió y siguió a Massrur al palacio. Y se presentó ante el califa, que permanecía en el lecho; y besó la tierra entre sus manos y dijo: "¡Haga Alah que no sea para algo malo!" Y dijo Harún: "Sólo es para bien, ¡oh Giafar! Pero esta noche estoy aburrido y fatigado y oprimido. Y he enviado a Massrur para decirte que vengas aquí a distraerme y a disipar mi fastidio". Y Giafar reflexionó un instante, y contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! cuando nuestra alma no quiere alegrarse ni con la belleza del cielo, ni con los jardines, ni con la dulzura de la brisa, ni con la contemplación de las flores, ya no queda más que un remedio, y es el libro. Porque ¡oh Emir de los Creyentes! un armario de libros es el más hermoso de los jardines. ¡Y un paseo por sus estantes es el más dulce y el más encantador de los paseos! ¡Levántate, pues, y vamos a buscar un libro al azar en los armarios de los libros!"

Y Harún contestó: "Verdad dices, ¡oh Giafar! pues ése es el mejor remedio para el fastidio. Y no había pensado en ello". Y se levantó, y acompañado de Giafar y de Massrur, fué a la sala donde estaban los armarios de los libros.

Y Giafar y Massrur sostenían sendas antorchas, y el califa cogía libros de los armarios magníficos y de los cofres de madera aromática, y los abría y los cerraba. Y de tal suerte examinó varios estantes, y acabó por echar mano a un libro viejísimo que abrió al azar. Y encontró algo que hubo de interesarle vivamente, porque, en vez de abandonar el libro al cabo de un instante, se sentó y se puso a hojearlo página por página y a leerlo atentamente. Y he aquí que de pronto se echó a reír de tal modo, que se cayó de trasero. Luego volvió a coger el libro y continuó su lectura. Y he aquí que de sus ojos brotó el llanto; y se echó a llorar de tal manera, que se mojó toda la barba con lágrimas que corrían por sus intersticios hasta caer sobre el libro que tenía él en las rodillas. Después cerró el libro, se lo metió en la manga y se levantó para salir.

Cuando Giafar vió al califa llorar y reír de tal suerte, no pudo por menos de decir a su soberano: "¡Oh Emir de los Creyentes y soberano de ambos mundos! ¿cuál puede ser el motivo que te hace reír y llorar casi en el mismo momento?" Y el califa, al oír aquello, se encolerizó hasta el límite de la cólera, y gritó a Giafar con voz irritada: "¡Oh perro entre los perros de los Barmecidas! ¿a qué viene esa impertinencia de parte tuya? ¿Y por qué te inmiscuyes en donde no debes? ¡Acabas de arrogarte el derecho a ser enfadoso y petulante; y te has extralimitado! ¡Y ya no te falta más que insultar al califa! Pero ¡por mis ojos, que desde el momento en que te has mezclado en lo que no te concierne, quiero que la cosa tenga todas las consecuencias correspondientes! Te ordeno pues, que vayas a buscar a alguien que me diga por qué he reído y llorado con la lectura de este libro y adivine lo que hay en este volumen desde la primera página hasta la última. Y si no encuentras a ese hombre, te cortaré el cuello, y entonces te enseñaré lo que me ha hecho reír y llorar".

Cuando Giafar oyó estas palabras y advirtió aquella cólera, dijo: ¡Oh Emir de los Creyentes! he cometido una falta. Y la falta es natural en personas como yo; pero el perdón es natural en quienes tienen un alma como la de Tu Grandeza". Y Harún contestó: "¡No! ¡acabo de hacer un juramento! Tienes que ir en busca de alguien que me explique todo el contenido de este libro, o si no, te cortaré la cabeza al punto". Y dijo Giafar: "¡Oh Emir de los Creyentes! Alah creó los cielos y los mundos en seis días, y si hubiera querido, los habría creado en una hora. Y si no lo hizo, fué para enseñar a sus criaturas que es necesario obrar con paciencia y moderación en todo, incluso al hacer el bien. Mucho más cuando se trata de hacer lo contrario del bien, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡De todos modos, si quieres absolutamente que vaya yo a buscar a la persona consabida que adivine lo que te ha hecho reír y llorar, concede a tu esclavo un plazo sólo de tres días!"

Y dijo el califa: "¡Si no me traes a la persona de que se trata, perecerás con la más horrible de las muertes!"

Y Giafar contestó a esto: "Voy a cumplir la misión".

Y salió, acto seguido, con el color cambiado, el alma turbada y el corazón lleno de amargura y de pena.

Y se fué a su casa, con el corazón amargado, para decir adiós a su padre Yahia y a su hermano El-Fadl, y para llorar. Y le dijeron ellos: "¿Por qué vienes en ese estado de turbación y de tristeza, ¡oh Giafar!?" Y les contó lo que había ocurrido entre él y el califa y les puso al corriente de la condición impuesta.

Y añadió: "El que juegue con una punta acerada se pinchará la mano; y el que luche con el león perecerá. En cuanto a mí, renuncio a mi plaza al lado del sultán; porque en lo sucesivo la estancia junto a él sería el mayor de los peligros para mí, así como para ti, ¡oh padre mío! y para ti, ¡oh hermano mío! Mejor será, pues, que me aleje de su vista. Porque la preservación de la vida es cosa inestimable y jamás se sabe todo lo que vale. Y el alejamiento es el preservativo mejor de nuestros cuellos. Por otra parte, ha dicho el poeta:

¡Preserva tu vida de los peligros que la amenazan y deja que la casa se queje a su constructor!

Y su padre y su hermano contestaron a esto: "¡No partas, ¡oh Giafar! porque probablemente te perdonará el califa!" Pero Giafar dijo: "¡Para ello ha impuesto la condición! Pero ¿cómo voy a encontrar alguien que sea capaz de adivinar a primera vista el motivo que ha hecho reír y llorar al califa, así como el contenido, desde el principio hasta el fin, de ese libro calamitoso?" Y Yahia contestó entonces: "Verdad dices, ¡oh Giafar! Para resguardar las cabezas, no queda otro remedio que partir. Y lo mejor es que te marches a Damasco, y que vivas allí hasta que se termine este revés de fortuna y vuelva el Destino dichoso". Y Giafar preguntó: "¿Y qué va a ser de mi esposa y de mi harén durante mi ausencia?" Y dijo Yahia: "Parte, y no te preocupes de los demás. Esas son puertas que no tienes tiempo de abrir. ¡Parte para Damasco, pues tal es para ti el decreto del Destino ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0875: y cuando llegó la 896ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 896ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Esas son puertas que no tienes tiempo de abrir. ¡Parte para Damasco, pues tal es para ti el decreto del Destino!" Y añadió: "Respecto a lo que pueda sobrevenir después de tu marcha, Alah proveerá".

Por consiguiente, Giafar el visir inclinó el oído a las palabras de su padre, y sin dilación ni tardanza, tomó consigo un saco que contenía mil dinares, se ciñó su cinturón y su espada, se despidió de su padre y de su hermano, montó en una mula, y sin hacerse acompañar por su esclavo ni por un servidor, se puso en camino para Damasco. Y viajó en línea recta a través del desierto, y no cesó de viajar hasta el décimo día, en que llegó a la llanura verde, El Marj, que está a la entrada de Damasco la regocijante.

Y vió el hermoso minarete de la Desposada, que emergía del verdor que lo circundaba, y estaba cubierto desde la base hasta lo más alto de tejas doradas; y los jardines regados por aguas corrientes, donde vivían los macizos de flores; y los campos de mirtos, y los montes de violetas, y los campos de laureles rosas. Y se detuvo a mirar toda aquella hermosura, escuchando a los pájaros cantores en los árboles. Y vió que era una ciudad cuyo igual no se había creado en la superficie de la tierra. Y miró a la derecha, y miró a la izquierda, y acabó por divisar a un hombre. Y se acercó a él y le dijo: "¡Oh hermano mío! ¿cuál es el nombre de esta ciudad?" Y el aludido contestó: "¡Oh mi señor! esta ciudad en los tiempos antiguos se llamaba Julag, y de ella es de quien habla el poeta en estos versos:

¡Me llamo Julag, y cautivo los corazones! ¡Por mí corren hermosas aguas, por mí y fuera de mí!
Jardín de Edén en la tierra y patria de todos los esplendores, ¡oh Damasco!
¡No olvidaré nunca tus bellezas, ni nada me gustará tanto como tú! ¡Y benditas sean tus terrazas y cuantas maravillas vivientes brillan en tus terrazas!

Y el hombre que recitó estos versos añadió: "También se llama Scham, o dicho de otro modo, Grano-de-Belleza, porque es el grano de belleza de Dios en la tierra".

Y Giafar experimentó un vivo placer en oír estas explicaciones. Y dió gracias al hombre, y se apeó de su mula, y la cogió de la brida para aventurarse con ella entre las casas y las mezquitas. Y se paseó lentamente, examinando una tras de otra las hermosas casas delante de las cuales paseaba. Y mirando así, divisó, al fondo de una calle bien barrida y regada, una casa magnífica en medio de un gran jardín. Y en el jardín vió una tienda de seda labrada, tapizada con hermosos tapices del Khorassán y ricas telas, y bien provista de cojines de seda, de sillas y de lechos para reposo. Y en medio de la tienda estaba sentado un joven como la luna cuando sale en su decimocuarto día. Y aparecía negligentemente vestido, sin llevar a la cabeza más que un pañuelo, y en el cuerpo más que una túnica de color de rosa. Y ante él había un grupo de personas atentas, y bebidas de todas las especies finas. Y Giafar se detuvo un momento a contemplar la escena, y quedó muy contento de lo que veía en aquel joven. Y al mirar más atentamente, divisó al lado del joven a una muchacha joven como el sol en un cielo sereno. Y tenía un laúd al pecho, como un niño en los brazos de su madre. Y lo tañía, cantando estos versos:

¡Pobres de los que tienen su corazón entre las manos de sus amados; porque, si quieren recuperarlo, lo encontrarán muerto!
¡Lo confiaron en manos de sus amados cuando lo sentían enamorado; y se vieron obligados a abandonarlos!
¡Pequeño, lo arrancan del fondo de sus entrañas! ¡Oh pájaro! repite: "¡Lo arrancaron pequeño!"
¡Lo mataron injustamente; el bienamado coquetea con su humilde enamorado!
¡Yo soy quien busca los efectos del amor, yo soy el amor, el hermano del amor y suspiro!
¡Ved al que el amor ha envejecido! ¡Aunque su corazón no haya cambiado, lo enterraron!

Y al oír estos versos y aquel canto, Giafar experimentó un placer infinito, y se le conmovieron los órganos con los acentos de aquella voz, y dijo: "¡Por Alah, qué hermoso!" Pero ya la joven había preludiado de otro modo, con el laúd en las rodillas, y cantaba estos versos:

¡Poseído por tales sentimientos, estás enamorado! ¡No hay de qué asombrarse, pues, si te amo yo!
¡Levanto hacia ti mi mano, pidiendo gracia y piedad para mi humildad! ¡Ojalá te muestres caritativo!
¡He pasado mi vida solicitando tu consentimiento; pero nunca tuve dentro de mí la sensación de que fueras caritativo!
¡Y a causa de la toma de posesión del amor, me he convertido en un esclavo, y tengo envenenado el corazón, y corren mis lágrimas!

Cuando se terminó el canto de este poema, avanzó Giafar cada vez más, dominado por el placer que sentía al oír y al mirar a la joven que cantaba. Y de pronto le advirtió el joven, que estaba tendido en la tienda, y se incorporó a medias, y llamó a uno de sus jóvenes esclavos, y le dijo: "¿Ves a ese hombre que está ahí, en la entrada, frente a nosotros?" Y el muchacho dijo: "¡Sí!" Y dijo el joven: "Debe ser un extranjero, pues veo en él las huellas del viaje. Corre a buscarle y guárdate bien de ofenderle". Y el chico contestó: "¡Con gusto y alegría!" Y se apresuró a ir en busca de Giafar -que ya le había visto acercarse- y le dijo: "¡En el nombre de Alah, ¡oh mi señor! por favor, ten la generosidad de venir a ver a nuestro amo!" Y Giafar franqueó la puerta con el mozalbete, y al llegar a la entrada de la tienda entregó su mula a los diligentes esclavos, y traspuso el umbral. Y el joven ya estaba erguido sobre ambos pies en honor suyo; y avanzó hacia él extendiendo mucho las dos manos, y le saludó como si le conociera de siempre, y después de dar gracias a Alah por habérsele enviado, cantó:

¡Bien venido seas, ¡oh visitante! ¡Nos alegras con tu presencia y nos haces revivir con esta unión!
¡Por tu rostro juro que vivo cuando apareces y muero cuando desapareces!

Y tras de cantar esto en honor de Giafar, le dijo: "Dígnate sentarte, ¡oh mi dulce señor! ¡Y loores a Alah por tu feliz arribo!" Y recitó la plegaria del envío de Alah, y continuó así su canto:

¡Si de antemano hubiéramos estado prevenidos de tu llegada, a tus pies hubiéramos extendido por alfombra la pura sangre de nuestros corazones y el terciopelo negro de nuestros ojos!
¡Porque tu sitio está por encima de nuestros párpados!

Y cuando hubo acabado este canto, se acercó a Giafar, le besó en el pecho, exaltó sus virtudes, y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡este día es un día feliz, y si no fuese ya de fiesta, yo habría hecho que lo fuese para dar gracias a Alah!" Y al punto se agruparon entre sus manos los esclavos; y les dijo él: "¡Traednos lo que ya está dispuesto!" Y llevaron las bandejas de manjares, de viandas y de todas las demás cosas excelentes, y el joven dijo a Giafar: "¡Oh mi señor! los sabios dicen: "¡Si te invitan, satisface tu alma con lo que tengas ante ti!" Pero si hubiésemos sabido que ibas a favorecernos hoy con tu llegada, te hubiéramos servido la carne de nuestros cuerpos y sacrificado nuestros hijos pequeños". Y Giafar contestó: "¡Echo, pues, mano a los manjares, y comeré hasta que me sacie!" Y el joven se puso a servirle con su propia mano los trozos más delicados y a conversar con él con toda cordialidad y con todo gusto. Luego les llevaron el jarro y la jofaina, y se lavaron las manos. Tras de lo cual el joven hizo pasar a Giafar a la sala de bebidas, donde dijo a la joven que cantara. Y ella cogió el laúd, lo templó, lo apoyó sobre su seno, y tras de tararear un instante, cantó:

¡Se trata de un visitante cuya llegada ha sido respetada por todos, más dulce que el ingenio y la esperanza de consumo!
¡Esparce ante el alba las tinieblas de sus cabellos, y el alba no aparece por vergüenza!
¡Y cuando mi destino quiso matarme, le pedí protección; y su llegada hizo revivir un alma a quien reclamaba la muerte!
¡Me he tornado en esclava del Príncipe de los Enamorados, y mi sino se reduce ya a estar bajo la dominación del amor!

Y Giafar se sintió poseído de una alegría excesiva, igual a la de su joven huésped. Sin embargo, no cesaba de preocuparle lo que le había ocurrido con el califa. Y su rostro y su actitud denotaban esta preocupación, que no pasó inadvertida a los ojos del joven, el cual notó que estaba inquieto, asustado, pensativo y con incertidumbre por algo. Y por su parte, Giafar comprendió que el joven se había dado cuenta de su estado y que por discreción se reprimía para no preguntarle la causa de su turbación. Pero el joven acabó por decirle: "¡Oh mi señor! escucha lo que han dicho los sabios:

¡No te asustes ni te aflijas por las cosas que deben suceder, sino, antes bien, levanta la copa de este vino, veneno que ahuyenta las preocupaciones y los fastidios!
¿No ves cómo unas manos pintaron hermosas flores en los ropajes de la bebida?
¡El fruto de la rama de vid, los lirios y los narcisos, y la violeta y la flor rayada de Nemán!
¡Si te asalta el fastidio, mécele para que se adormezca entre licores, flores y favoritas!

Luego dijo a Giafar: "No te oprimas ni contraigas el pecho, ¡oh mi señor!" Y dijo a la joven: "¡Canta!" Y ella cantó. Y Giafar, que se deleitaba con aquellos cánticos y estaba maravillado de ellos, acabó por decir: "No cesemos de regocijarnos con el canto y las palabras hasta que cierre el día y venga la noche con las tinieblas...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0876: pero cuando llegó la 897ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 897ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... No cesemos de regocijarnos con el canto y las palabras hasta que cierre el día y venga la noche con las tinieblas".

Y a continuación ordenó el joven a los esclavos que fueran a buscar caballos. Y obedecieron al punto los esclavos; y ofrecieron al huésped de su señor una yegua de reyes. Y ambos saltaron a lomos de sus monturas, y se dedicaron a recorrer Damasco y a mirar el espectáculo de los zocos y de las calles, hasta que llegaron ante una fachada brillantemente iluminada y decorada con linternas de todos colores; y delante de una cortina había una lámpara grande de cobre cincelado que colgaba de una cadena de oro. Y dentro de la morada había pabellones rodeados de estatuas maravillosas y conteniendo todas las especies de aves y todas las variedades de flores; y en medio de todos aquellos pabellones había una sala con cúpula y ventanas de plata. Y el joven abrió la puerta de la tal sala. Y apareció ésta como un hermoso jardín del paraíso, animado por los cantos de los pájaros y los perfumes de las flores y el susurrar de los arroyos. Y la sala entera resonaba con los diversos lenguajes de aquellos pájaros, y estaba alfombrada con alfombras de seda y bien provista de cojines de brocado y plumas de avestruz. Y también contenía un número incalculable de toda clase de objetos suntuosos y de artículos de precio, y estaba perfumada por el olor de las flores y de las frutas; y encerraba un número inconcebible de cosas magníficas, como platos de plata, vasos de plata, copas preciosas, pebeteros y provisiones de ámbar gris, polvo de áloe y frutas secas.

En una palabra, era como aquella morada descripta en estos versos del poeta:

¡La casa era perfectamente espléndida, y brillaba con todo el resplandor de su magnificencia!

Y cuando Giafar se hubo sentado, el joven le dijo: "¡Con tu llegada, ¡oh señor e invitado mío! han descendido del cielo sobre nuestra cabeza un millar de bendiciones!" Y aún le dijo otras cosas amables, y le preguntó por fin: "¿Y cuál es el motivo a que debemos el honor de tu llegada a nuestra ciudad? ¡Aquí encuentras familia y holgura con toda cordialidad!"

Y Giafar contestó: "Yo soy ¡oh mi señor! soldado de profesión, y mando una compañía de soldados. Y soy oriundo de la ciudad de Bassra, de donde vengo en este momento. Y la causa de mi llegada aquí es que, no pudiendo pagar al califa el tributo que le debo, me he asustado por mi vida, y he emprendido la fuga, cabizbajo, con terror. Y no he cesado de correr por llanuras y desiertos hasta que el Destino me ha conducido hasta ti". Y el joven dijo: "¡Oh llegada bendita! ¿Y cuál es tu nombre?" El aludido contestó: "Mi nombre es como el tuyo, ¡oh mi señor!" Y al oír esto, el joven sonrió y dijo, risueño: "¡Oh mi señor! ¡entonces te llamas Abul´ Hassán! Pero te ruego que no tengas ninguna opresión de pecho ni ninguna turbación de tu corazón". Y dió orden para que los sirvieran. Y les llevaron bandejas llenas de todas clases de cosas delicadas y deliciosas; y comieron y quedaron satisfechos. Tras de lo cual se levantó la mesa y se les llevó el jarro y la jofaina. Y se lavaron las manos, y fueron a la sala de las bebidas, que estaba llena de flores y frutas. Y el joven habló a la joven, refiriéndose a la música y al canto. Y ella los encantó a ambos y los deleitó con la perfección de su arte; y hasta la morada y sus muros se conmovieron y agitaron. Y Giafar, en el paroxismo de su entusiasmo, se quitó la ropa y la arrojó a lo lejos después de hacerla trizas. Y el joven le dijo: "¡Ualahí! ¡ojalá sea efecto del placer esa desgarradura, y no efecto del sentimiento y de la pena! Y Alah aleje de nosotros la amargura del enemigo". Luego hizo señas a uno de sus esclavos, quien al punto llevó a Giafar ropas nuevas que costaban cien dinares, y le ayudó a ponérselas. Y el joven dijo a la joven: "¡Cambia el tono del laúd!" Y ella cambió el tono y cantó estos versos:

¡Mi mirada celosa está clavada en él! ¡Y si mira él a otro, me tortura!
¡Doy fin a mis deseos y a mi canto, gritando!: "¡Mi amistad hacia ti durará hasta que la muerte se albergue en mi corazón!"

Y terminado este cántico, de nuevo Giafar se despojó de sus ropas, gritando. Y el joven le dijo: "¡Ojalá mejore Alah tu vida y haga que su principio sea su fin y que su fin sea su principio!" Y los esclavos volvieron a poner a Giafar otras ropas más hermosas que las primeras. Y la joven ya no dijo nada durante una hora de tiempo, en tanto que charlaban los dos hombres. Luego el joven dijo a Giafar: "Escucha ¡oh mi señor! lo que el poeta ha dicho del país adonde te ha conducido el Destino, para dicha nuestra, en este día bendito".

Y dijo a la joven: "Cántanos las palabras del poeta referente al valle nuestro que en la antigüedad se llamaba valle de Rabwat".

Y la joven cantó:

¡Oh generosidad de nuestra noche en el valle de Rabwat, adonde lleva sus perfumes el delicado céfiro!
¡Es un valle cuya hermosura es como un collar: lo rodean árboles y flores! ¡Sus campos están tapizados con flores de todas las variedades, y los pájaros vuelan por encima de ellas!
¡Cuando sus árboles nos ven sentados debajo, nos arrojan por sí mismos sus frutos!
¡Y mientras cambiamos sobre el césped las copas desbordantes de la charla y de la poesía, el valle es generoso con nosotros y su céfiro nos trae lo que las flores nos envían.

Cuando la joven hubo acabado de cantar, Giafar se despojó de sus ropas por tercera vez. Y el joven se levantó, y le besó en la cabeza, e hizo que le pusieran otra vestidura. Porque aquel joven, como se verá, era el hombre más generoso y el más magnífico de su tiempo, y la largueza de su mano y la alteza de su alma eran por lo menos tan grandes como las de Hatim, jefe de la tribu de Thay. Y continuó charlando con él acerca de los acontecimientos de aquellos días y utilizando otros motivos de conversación y contando anécdotas y hablando de las obras maestras de la poesía. Y le dijo: "¡Oh mi señor! no apesadumbres tu espíritu con cavilaciones y preocupaciones". Y Giafar le dijo: "¡Oh mi señor! he abandonado mi país sin tomarme tiempo para comer ni beber. Y lo he hecho con intención de divertirme y de ver mundo. Pero si Alah me concede el regreso a mi país, y mi familia, mis amigos y mis vecinos me interrogan y me preguntan dónde he estado y qué he visto, les diré los beneficios con que me has favorecido y los favores que has amontonado sobre mi cabeza en la ciudad de Damasco, en el país de Scham. Y les contaré lo que he visto por acá y lo que he visto por allá, y les dedicaré hermosos discursos y charlas instructivas acerca de todo aquello con que se enriquezca mi espíritu junto a ti en la ciudad". Y el joven contestó: "¡Me refugio en Alah ¡contra las ideas de orgullo! El es el Único generoso". Y añadió: "¡Estarás conmigo el tiempo que quieras, diez años o más, lo que gustes! Porque la casa es tu casa, con su dueño y con lo que contiene".

Y entretanto, como la noche avanzaba, entraron los eunucos y dispusieron para Giafar un lecho delicado en el sitio de honor de la sala. Y extendieron un segundo lecho al lado del de Giafar. Y se fueron después de disponerlo todo y ponerlo todo en orden. Y Giafar el visir, al ver aquello, dijo para sí: "¡Por lo visto, mi huésped es soltero! Y por eso han dispuesto su lecho al lado del mío. Creo que podré aventurar una pregunta". Y efectivamente, aventuró la pregunta, interrogando a su huésped: "¡Oh mi señor! ¿eres soltero o casado?" Y el joven contestó: "¡Casado!, ¡oh mi señor!" Y Giafar replicó a esto: "¿Por qué, pues, si estás casado, vas a dormir al lado mío, en lugar de entrar en tu harén y de acostarte como los hombres casados?" Y el joven contestó: "Por Alah, ¡oh mi señor! No va a echar a volar el harén con su contenido y ya tendré más tarde tiempo de ir a acostarme allá. Pero ahora sería en mí incorrecto y grosero y descortés dejarte solo para ir a acostarme en mi harén, tratándose de un hombre como tú, de un visitante, ¡de un huésped de Alah! ¡Una acción así sería contraria a la cortesía y a los deberes de hospitalidad! ¡Y mientras tu presencia ¡oh mi señor! se digne favorecer esta casa, no reposaré mi cabeza en mi harén, ni me acostaré allí, y obraré de este modo hasta que nos despidamos tú y yo en el día que te convenga y elijas, cuando quieras volver en paz y seguridad a tu ciudad y a tu país!" Y Giafar dijo para sí: "¡Qué cosa tan prodigiosa y tan excesivamente maravillosa!" Y durmieron juntos aquella noche.

Y al día siguiente muy de mañana, se levantaron y fueron al hammam, donde ya el joven -que, en realidad, se llamaba Ataf el Generoso- había enviado para uso de su huésped un envoltorio con vestidos magníficos. Y después de tomar el más delicioso de los baños, montaron en caballos espléndidos que se encontraron ensillados ya a la puerta del hammam, y se dirigieron al cementerio para visitar la tumba de la Dama, y pasaron todo aquel día recordando las vidas de los hombres y sus muertes. Y continuaron viviendo de tal suerte, a diario visitando tan pronto un sitio como otro, y durmiendo de noche juntos, de la manera consabida, y así en el transcurso de cuatro meses...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0877: pero cuando llegó la 898ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 898ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y continuaron viviendo de tal suerte, a diario visitando tan pronto un sitio como otro, y durmiendo de noche juntos, de la manera consabida, y así en el transcurso de cuatro meses.

Pero, al cabo de este tiempo, el alma de Giafar se tornó triste y abatido su espíritu; y un día entre los días se sentó y lloró. Y al verle bañado en lágrimas, Ataf el Generoso le interrogó diciéndole: "Alah aleje de ti la aflicción y la pena, ¡oh mi señor! ¿Por qué te veo llorar? ¿Y qué es lo que te produce pena? Si tienes pesadumbre en el corazón, ¿por qué no me revelas el motivo que te lo apesadumbra y te amarga el alma?" Y Giafar contestó: "¡Oh mi señor! ¡me siento con el pecho en extremo oprimido, y quisiera andar al azar por las calles de Damasco, y también quisiera calmar mi espíritu con la contemplación de la mezquita de los Ommiadas!" Y Ataf el Generoso contestó: "¿Y quién puede impedírtelo, ¡oh hermano mío!? ¿No eres libre de ir a pasearte por donde quieras y a refrescar tu alma como desees para que tu pecho se dilate y tu espíritu se esparza y regocije? ¡En verdad ¡oh hermano mío! que todo eso es una nimiedad, una verdadera nimiedad!" Y ya se levantaba Giafar para salir, cuando su huésped le detuvo para decirle: "¡Oh mi señor! ten la bondad de esperar un momento, a fin de que nuestros criados te ensillen una hacanea". Pero Giafar contestó: "¡Oh amigo mío! prefiero ir a pie; porque el hombre que va a caballo no puede divertirse mirando y observando lo que hay en torno suyo, sino que es la gente quien se divierte mirándole y observándole". Y Ataf el Generoso le dijo: "¡Sea! ¡pero déjame al menos, darte este saco de dinares para que puedas hacer dádivas por el camino y distribuir el dinero a la multitud, tirándoselo a puñados!" Y añadió: "Ahora puedes ir a pasearte. ¡Y ojalá te calme eso el espíritu, y te apacigüe, y te haga volver a nosotros alegre y contento!"

A continuación Giafar admitió de su generoso huésped un saco de trescientos dinares, y salió de la morada, acompañado por los votos de su amigo. Y echó a andar lentamente, pensando en la condición que le había impuesto el califa, y muy desesperado de no encontrar ninguna solución y de que ninguna aventura le hubiese permitido todavía adivinar la cosa y encontrar al hombre que pudiese adivinarla; y de tal suerte llegó ante la magnífica mezquita, y subió los treinta peldaños de mármol de la puerta principal, y contempló con admiración los hermosos azulejos, los dorados, las pedrerías y los mármoles magníficos que la adornaban por doquiera, y los hermosos estanques en que había un agua tan pura que no se veía. Y se recogió y rezó su plegaria y escuchó el sermón, y permaneció allí hasta mediodía, sintiendo que a su alma descendía una gran frescura y le calmaba el corazón.

Luego salió de la mezquita, e hizo dádivas a los mendigos de la puerta, recitando estos versos:

¡He visto las bellezas acumuladas en la mezquita de lulag, y en sus murallas está explicada la significación de la belleza!
¡Si el pueblo frecuenta las mezquitas, dile que su puerta de entrada siempre está abierta de par en par!

Y cuando abandonó la hermosa mezquita, continuó su paseo por los barrios y las calles, mirando y observando, hasta que llegó ante una casa espléndida, de apariencia señorial, adornada de ventanas de plata con marcos de oro que arrebataban la razón y con cortinas de seda en cada ventana. Y frente a la puerta había un banco de mármol cubierto con un tapiz. Y como Giafar ya se sentía cansado de su paseo, se sentó en aquel banco, y se puso a pensar en sí mismo, en su propio estado, en los acontecimientos últimos y en lo que pudo pasar en Bagdad durante su ausencia. Y he aquí que de pronto se separó la cortina de una de las ventanas, y una mano muy blanca, seguida de su propietaria, apareció con una pequeña regadera de oro. Y aquella mujer, que era como la luna llena, tenía unas miradas que arrebataban la razón y un rostro que carecía de hermano. Y permaneció un momento regando sus flores, que estaban en jardineras sobre las ventanas, flores de albahaca, de jazmín doble, de clavel y de alelí. Y mientras regaba ella con su mano las flores olorosas, sus gracias se mostraban llenas de equilibrio, de simetría y de armonía. Y al verla, se sintió Giafar con el corazón herido de amor. Y se irguió sobre ambos pies y se inclinó hasta el suelo ante ella. Y cuando la joven acabó de regar sus plantas, miró a la calle y advirtió a Giafar, que estaba inclinado hasta el suelo. Y en un principio tuvo intención de cerrar su ventana y desaparecer. Luego reaccionó, y asomándose desde el alféizar, dijo a Giafar: "¿Es tu casa esta casa?" Y contestó él: "No, por Alah ¡oh mi señora! la casa no es mi casa; ¡pero el esclavo que hay a su puerta es tu esclavo! ¡Y espera tus órdenes!" Y ella dijo: 'Pues si esta casa no es tuya, ¿qué haces ahí, y por qué no te vas?" Y contestó: "¡Porque me he parado aquí, ya setti, para componer en tu honor unos versos!" Y ella preguntó: "¿Y qué dices de mí en tus versos, ¡oh hombre!?"

Y al punto recitó Giafar este poema, que improvisó:

¡Apareció ella envuelta en un traje blanco, con miradas y párpados de maravilla!
Y le dije: "¡Ven, ¡oh única! ven sin otra zalema que la de tus ojos! ¡Contigo seré dichoso, hasta en mi corazón dichoso!
¡Bendito sea El que ha vestido con rosas tus mejillas! ¡El puede crear sin obstáculo lo que quiera!
¡Blanco es tu traje, como tu mano y como tu destino; y es blanco sobre blanco, y blanco sobre blanco!

Luego, como quisiera ella retirarse, a pesar de estos versos, exclamó él: "Aguarda, por favor, ¡oh mi señora! ¡He aquí otros versos que he compuesto, dedicados a tu fisonomía y a tu expresión!" Y ella dijo: "¿Y qué dices de mi expresión y de mi fisonomía?" Y él recitó estos versos:

¿Ves aparecer su cara, que, a pesar del velo, brilla tanto como la luna en el horizonte?
¡Su esplendor alumbra la sombra de los templos en donde se la adora, y el sol entra en tinieblas cuando ella pasa!
¡Su frente eclipsa a la rosa y su mejilla a la manzana! ¡Y su mirada expresiva conmueve al pueblo y le encanta!
¡Por ella, si un mortal la viese, sería víctima del amor y se abrasaría en los fuegos del deseo!

Cuando la joven hubo oído esta improvisación, dijo a Giafar: "¡Muy bien! ¡Pero estas palabras me gustan más que tú!" Y le lanzó una ojeada que le traspasó, y cerró la ventana y desapareció vivamente. Y Giafar el visir se estuvo quieto en el banco, anhelando y esperando que la ventana se abriese por segunda vez y le permitiese dirigir una segunda mirada a la admirable joven. Y cada vez que quería él levantarse para marcharse, su instinto le decía: "¡Siéntate!" Y no cesó de conducirse así hasta que llegó la noche. Entonces se levantó, con el corazón prendado, y volvió a casa de Ataf el Generoso. Y se encontró con que el propio Ataf le esperaba a la puerta de su casa, en el umbral, y exclamaba al verle: "¡Oh mi señor! ¡me has tenido hoy excesivamente desolado con tu ausencia! Y eran para ti mis pensamientos, a causa de la larga espera y de la tardanza de tu regreso". Y se le echó sobre el pecho y le besó entre los ojos. Pero Giafar no contestaba nada y estaba distraído. Y Ataf le miró y leyó en su rostro muchas palabras, encontrándole, efectivamente, muy cambiado de color y amarillo e inquieto. Y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡veo demudada tu cara y trastornado tu espíritu!" Y Giafar contestó: "¡Oh mi señor! desde el momento en que te he dejado hasta el presente, he sufrido un violento dolor de cabeza y un ataque nervioso, porque esta noche he dormido sobre una oreja. ¡Y en la mezquita no oía nada de las plegarias que recitaban los creyentes! ¡Y es lastimoso mi estado y lamentable mi condición!"

Entonces Ataf el Generoso cogió de la mano a su huésped y le condujo a la sala donde por lo general se complacían en charlar. Y los esclavos llevaron las bandejas de manjares para la comida de la noche. Pero Giafar no pudo comer nada, y levantó la mano. Y el joven le preguntó: "¿Por qué, ¡oh mi señor! levantas la mano y la alejas de los manjares?" Y el otro contestó: "Porque me pesa la comida de esta mañana y me impide cenar. ¡Pero no tiene importancia eso, pues creo que una hora de sueño hará que pase la cosa, y mañana no habrá nada en mi estómago!"

En vista de aquello, Ataf mandó hacer el lecho de Giafar más temprano que de costumbre, y Giafar se acostó con el espíritu muy deprimido. Y se echó encima la manta, y se puso a pensar en la joven, en su belleza, en su elegancia, en su apostura, en sus proporciones felices y en cuanto el Donador (¡glorificado sea!) le había concedido de belleza, de magnificencia y de esplendor. Y con ello olvidó todo lo que le había sucedido en los días de su pasado, lo ocurrido con el califa, la condición impuesta, su familia, sus amigos y su país. Y era tanto el zumbar de sus pensamientos, que sintióse poseído de vértigo y se le quedó el cuerpo molido. Y no cesó de dar vueltas y vueltas con fiebre en su lecho hasta por la mañana. Y estaba como cualquiera que se hubiese perdido en el mar del amor.

Y cuando llegó la hora en que tenían costumbre de levantarse, Ataf se levantó el primero y se inclinó sobre él y le dijo: "¿Cómo va tu salud?" Mis pensamientos han sido para ti esta noche. Y he notado que en toda la noche has gustado del sueño". Y Giafar contestó: "¡Oh hermano mío! ¡no me siento bien, y estoy desesperado!"

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0878: y cuando llegó la 899ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 899ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡... Oh hermano mío! ¡no me siento bien, y estoy desesperado!" Al oír estas palabras, Ataf el Generoso, el Excelente, se emocionó hasta el límite extremo de la emoción, y al punto envió un esclavo blanco en busca de un médico. Y el esclavo blanco fué a toda prisa a cumplir su misión, y no tardó en volver con el mejor médico de Damasco y el más hábil de los médicos de su tiempo.

Y el médico, que era un gran sabio, se acercó a Giafar, que estaba tendido en su lecho, con los ojos perdidos, y le miró al rostro, y le dijo: "¡No te turbes a mi vista, y que el don de la salud sea contigo! ¡Dame la mano!" Y le cogió la mano, y le tomó el pulso, y vió que todo estaba en su sitio, y no había ninguna molestia, ni sufrimiento, ni dolor, y que las pulsaciones eran fuertes y las intermitencias eran regulares. Y al observar todo esto, comprendió la causa del mal y que el enfermo estaba enfermo de amor. Y no quiso hablar de su descubrimiento al enfermo delante de Ataf. Y para hacer las cosas con elegancia y discreción, cogió un papel y escribió su prescripción. Y puso cuidadosamente aquel papel debajo de la cabeza de Giafar, diciéndole: "¡El remedio está bajo tu cabeza! Te he recetado una purga. Si la tomas, te curarás". Y tras de hablar así, el médico se despidió de Giafar para ir a visitar a sus demás enfermos, que eran numerosos. Y Ataf le acompañó hasta la puerta, y le preguntó: "¡Oh señor! ¿qué tiene?"

Y contestó el otro: "Ya lo he puesto en el papel". Y se marchó.

Y Ataf volvió junto a su huésped, y le encontró acabando de recitar este poema:

¡Un médico viene a mí un día, y me coge la mano y me toma el pulso! Pero le digo: "¡Deja mi mano, porque el fuego está en mi corazón!"
Y me dice: "¡Bebe jarabe de rosas después de mezclarlo bien con el agua de la lengua! ¡Y no se lo digas a nadie!"
Y contesto: "¡Conozco mucho el jarabe de rosas: es el agua de las mejillas que me han destrozado el corazón!"
"Pero ¿cómo podré procurarme el agua de la lengua? ¿Y cómo podré refrescar el fuego ardiente que se alberga dentro de mí?"
Y él me dice: "¡Estás enamorado!" Yo le digo: "¡Sí!" Y él contesta: "¡El único remedio para eso es tener aquí al objeto de tu amor!"

Y Ataf, que no había oído el poema y no había cogido más que el último verso, sin comprenderlo, se sentó a la cabecera del lecho e interrogó a su huésped acerca de lo que había dicho y recetado el médico.

Y Giafar contestó: "¡Oh hermano mío! me ha escrito un papel que está ahí, debajo de la almohada". Y Ataf sacó el papel de debajo de la almohada, y lo leyó. Y encontró estas líneas trazadas de mano del médico:

"¡En el nombre de Alah el Curador, maestro de las curaciones y de los regímenes buenos! ¡He aquí lo que hay que tomar con la ayuda y la bendición de Alah! Tres medidas de esencia pura de la amada mezcladas con un poco de prudencia y de temor a ser espiado por los envidiosos; además, tres medidas de excelente unión clasificada con un grano de ausencia y de alejamiento; además, dos pesas de afecto puro y de discreción sin mezcla con la madera de la separación; hacer una mixtura de ello con un poco de extracto de incienso de besos, dados en los dientes y en el centro; dos medidas de cada variedad, más cien besos dados en las dos hermosas granadas consabidas, cincuenta de los cuales deben ser endulzados pasando por los labios, como hacen las palomas, y veinte como lo hacen los pajarillos; además, dos medidas iguales de movimientos de Alepo y de suspiros del Irak; además, dos okes de puntas de lenguas en la boca y fuera de la boca, bien mezcladas y trituradas; después poner en un crisol tres dracmas de granos de Egipto, adicionándoles grasa de buena calidad, haciéndolo cocer en el agua del amor y el jarabe del deseo sobre un fuego de leña de placer en el retiro del ardor; tras de lo cual se decantará el total en un diván bien mullido, y se añadirán dos okes de jarabe de saliva, y se beberá en ayunas durante tres días. Y al cuarto día, en la comida de mediodía, se tomará una raja de melón del deseo, con leche de almendras y zumo de limón del acuerdo, y por último, con tres medidas de buena maniobra de muslos. Y acabar con un baño en beneficio de la salud. ¡Y la zalema!"

Cuando Ataf el Generoso hubo acabado la lectura de esta receta, no pudo por menos de reír y dar palmadas. Luego miró a Giafar, y le dijo: "¡Oh hermano mío! este médico es un gran médico y su descubrimiento un gran descubrimiento. ¡He aquí que ha averiguado que estás enfermo de amor!" Y añadió "Dime, pues, cómo y de quién te has enamorado". Pero Giafar, cabizbajo, no dió respuesta alguna ni quiso pronunciar ninguna palabra. Y Ataf se apenó mucho por el silencio que el otro guardaba y había guardado con él, y se afligió mucho por su falta de confianza, y le dijo: "¡Oh hermano mío! ¿no eres para mí más que un amigo? ¿no estás en mi casa como el alma en el cuerpo? ¿Y no hay entre tú y yo cuatro meses pasados en la ternura, la camaradería, la charla y la amistad pura? ¿Por qué, pues, ocultarme tu estado? ¡Por lo que a mí respecta, estoy muy entristecido y asustado de verte solo y sin guía en asunto tan delicado! Porque eres un extranjero en esta capital, y yo soy un hijo de la ciudad, y puedo ayudarte con eficacia, y disipar tu turbación y tu inquietud. ¡Por mi vida, que te pertenece, y por el pan y la sal que hay entre nosotros, te suplico que me reveles tu secreto!" Y no cesó de hablarle de tal suerte, hasta que le decidió a hablar. Y Giafar levantó la cabeza, y le dijo: "No te ocultaré por más tiempo el motivo de mi turbación, ¡oh hermano mío! Y en lo sucesivo no censuraré ya a los enamorados que enferman de inquietud y de impaciencia. ¡Porque he aquí que me ha sucedido una cosa que jamás pensé que me sucedería, no, jamás! Y no sé lo que eso va a traerme, porque mi caso es un caso embarazoso y complicado con pérdida de la vida!"

Y le contó lo que le había ocurrido: cómo se había sentado en el banco de mármol, se había abierto la ventana enfrente de él y había aparecido una joven, la más bella de su tiempo, que había regado el jardín de su ventana. Y añadió: "¡Ahora mi corazón tumultuoso está agitado de amor por ella, que ha cerrado súbitamente su ventana después de lanzar una sola ojeada a la calle en donde yo estaba, y la ha cerrado tan de prisa como si hubiese sido vista al descubierto por un extraño. Y heme aquí ya incapaz de nada e imposibilitado de comer y de beber a causa de la excesiva excitación y del ardor de amor en que estoy por ella; y ha truncado mi sueño la fuerza de mi deseo por ella que se ha albergado en mi corazón". Y añadió: "Y tal es mi caso, ¡oh hermano mío Ataf! y ya te he contado cuanto me ha ocurrido, sin ocultarte nada".

Cuando el generoso Ataf oyó las palabras de su huésped y comprendió su alcance, bajó la cabeza y reflexionó una hora de tiempo. Porque acababa de descubrir, sin género de duda, en vista de todos los detalles e indicios oídos y de la descripción de la casa, de la ventana y de la calle, que la joven consabida no era otra que su propia esposa, la hija de su tío, a la cual amaba y de la cual era amado, y que habitaba en una casa separada, con sus esclavas y sus servidores. Y dijo para sí: "¡Oh Ataf! ¡no hay recurso ni poder más que en Alah el Altísimo, el Magno, pues venimos de Alah y a Él volveremos!" Y su generosidad y su grandeza de alma tomaron al punto una decisión, y pensó: "No seré semejante en mi amistad al que construyere sobre arena y sobre agua, y por el Dios magnánimo, que serviré a mi huésped con mi alma y mis bienes!"

Y así pensando, con rostro sonriente y tranquilo, se encaró con su huésped, y le dijo: "¡Oh hermano mío! calma tu corazón y refresca tus ojos, porque pongo sobre mi cabeza el llevar a buen fin tu asunto en el sentido que deseas. Conozco, en efecto, a la familia de la joven de quien me has hablado, y que es una mujer divorciada de su marido hace unos días. Y desde esta hora y este instante voy a ocuparme de tu asunto. Por lo que a ti respecta, ¡oh hermano mío! espera mi regreso con toda tranquilidad y ponte contento". Y aún le dijo otras palabras para calmarle, y salió de su casa.

Y fué a la casa donde vivía su esposa, la joven que había visto Giafar, y entró en la sala de los hombres sin cambiar de traje y sin dirigir la palabra a nadie, y llamó a uno de los pequeños eunucos, y le dijo: "¡Ve a casa de mi tío, padre de tu señora, y dile que venga"! Y el eunuco se apresuró a ir a casa del suegro y a llevarle a casa de su amo.

Y Ataf se levantó en honor suyo para recibirle, y le abrazó, y le hizo sentarse, y le dijo: "¡Oh tío mío! ¡todo es para bien! Sabe que, cuando Alah envía sus beneficios a sus servidores, les enseña al mismo tiempo el camino que tienen que seguir. Y he aquí que he encontrado mi camino, porque mi corazón se inclina hacia la Meca y anhela ir a visitar la casa de Alah y besar la piedra negra de la Kaaba santa, además de ir a El-Medinah a visitar la tumba del Profeta (¡con Él la plegaria, la paz, las gracias y las bendiciones!). Y he resuelto visitar en este año esos lugares santos, e ir a ellos en peregrinación, para volver hecho un perfecto hajj. Por eso no conviene dejar tras de mí ataderos, deudas ni obligaciones, ni nada que pueda proporcionarme preocupaciones, pues ningún hombre sabe si será amigo de su destino al día siguiente. ¡Y por eso ¡oh tío! te llamo para entregarte el acta de divorcio de tu hija, esposa mía!"

Cuando el tío del generoso Ataf, padre de su esposa, hubo oído estas palabras y comprendido que Ataf quería divorciarse, quedó extremadamente conmovido, y exagerando en su espíritu la gravedad del caso, dijo: "¡Oh Ataf, hijo mío! ¿qué te obliga a recurrir a semejantes procedimientos? ¡Si vas a partir dejando aquí a tu esposa, por muy larga que sea tu ausencia y por mucha duración que le des, no por eso dejará tu esposa de ser esposa tuya y dependencia tuya y propiedad tuya! Nada te obliga a divorciarte, ¡oh hijo mío!" Y Ataf contestó, mientras de sus ojos rodaban lágrimas: "¡Oh tío mío! ¡he hecho ese juramento, y lo que está escrito debe ocurrir!"

Y el padre de la joven, consternado con estas palabras de Ataf, sintió entrar la desolación en su corazón. Y la joven esposa de Ataf se quedó como muerta al saber esta noticia, y su estado fué un estado lamentable, y su alma nadó en la noche, en la amargura y en el dolor, porque desde la infancia amaba a su esposo Ataf, que era el hijo de su tío, y sentía una ternura extremada por él...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0879: pero cuando llegó la 900ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 900ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

". . .Porque desde la infancia amaba a su esposo Ataf, que era el hijo de su tío, y sentía una ternura extremada por él.

En cuanto a Ataf, tras de dar aquella noticia a su tío, se apresuró a ir en busca de su huésped, y le dijo: "¡Oh hermano mío! he estado ocupándome de la joven divorciada, y Alah ha querido llevar a buen fin mi empresa. Regocíjate, pues, porque tu unión con ella será fácil ahora. Levántate y desecha tu tristeza y tu malestar". Y Giafar se levantó al punto, y desapareció su malestar, comió y bebió con apetito, y dió gracias a su Creador. Y Ataf le dijo entonces: "Ahora has de saber ¡oh hermano mío! que para que yo pueda intervenir más eficazmente todavía en la cosa, no conviene que el padre de tu amada, al cual voy a volver a hablar de tu matrimonio, sepa que eres un extranjero, y me diga: "¡Oh Ataf! ¿y desde cuándo los padres casan a sus hijas con hombres extranjeros a quienes no conocen?" Por eso mi propósito es que seas ventajosamente conocido por el padre de la joven. Y a tal fin, haré armar para ti, fuera de la ciudad, unas tiendas con hermosas alfombras, cojines, cosas suntuosas y caballos. Y sin que nadie sepa que sales de aquí, irás a habitar en esas hermosas tiendas, que serán tu campamento de viaje, y harás una entrada pomposa en nuestra ciudad. Y yo, por mi parte, tendré cuidado de difundir por toda la ciudad el rumor de que eres un gran personaje de Bagdad, ¡y hasta diré que eres Giafar Al-Barmaki en persona, y que vienes, de parte del Emir de los Creyentes, a visitar nuestra ciudad! Y el walí de Damasco, el kadí y el naieb, a quien yo mismo habré ido a informar de la llegada del visir Giafar, saldrán en persona a tu encuentro, y te harán sus zalemas y besarán la tierra entre tus manos. Y entonces dirás a cada uno las palabras que debes decir, y les tratarás con arreglo a su rango. Y también yo iré a visitarte a tu tienda, y nos dirás a todos: "¡Vengo a vuestra ciudad para cambiar de aires y encontrar una esposa de mi gusto! ¡Y como he oído hablar de la belleza de la hija del emir Amr, a ella es a quien quisiera tener por esposa!" Y entonces ¡oh hermano mío! no sucederá más que lo que anhelas".

Así habló el generoso Ataf al huésped de quien no conocía nombre ni posición, y que no era otro que Giafar Al-Barmaki con sus propios ojos. Y se conducía de tal suerte con él solo porque era su huésped y había probado el pan y la sal de su hospitalidad. Porque el generoso Ataf estaba dotado de un alma generosa y de sentimientos sublimes. Y antes de él jamás hubo sobre la tierra hombre que se le pudiese comparar, y después de él no lo habrá jamás tampoco.

Por lo que respecta a Giafar, cuando hubo oído aquellas palabras de su amigo, se irguió sobre ambos pies y cogió la mano de Ataf y quiso besársela; pero Ataf lo comprendió, y retiró vivamente su mano. Y Giafar continuó callando su nombre y ocultando a su huésped su alta condición de gran visir y cabeza de los Barmecidas y corona suya, dió gracias con efusión a su huésped, y pasó con él aquella noche, y se acostó en el mismo lecho que él. Y al día siguiente, al despuntar el alba, se levantaron ambos, e hicieron sus abluciones y recitaron sus plegarias de la mañana. Luego salieron juntos, y Ataf acompañó a su amigo hasta las afueras de la ciudad. Tras de lo cual Ataf hizo preparar las tiendas y todo lo necesario, como caballos, camellos, mulas, esclavos, mamalik, cofres conteniendo toda clase de regalos para repartir y cajones conteniendo sacos de oro y plata. Y envió todo aquello fuera de la ciudad, secretamente, y fué en busca de su amigo, y le puso un traje de gran visir, de lo más suntuoso y de mucho valor. Y mandó que levantaran para él, en la tienda principal, un trono de gran visir, y le hizo sentarse allí. ¡Y no sabía que aquel a quien iba a llamar en lo sucesivo gran visir Giafar era en realidad el propio Giafar, hijo de Yahía el Barmecida! Y hecho y combinado aquello, envió esclavos mensajeros al naiab de Damasco para anunciarle la llegada de Giafar el gran visir, enviado en comisión por el califa.

Y en cuanto el naieb de Damasco se enteró de aquel acontecimiento, salió de la ciudad, acompañado por los notables de la ciudad de su autoridad y de su gobierno, y fué al encuentro del visir Giafar y besó la tierra entre sus manos, y le dijo: "¡Oh mi señor! ¿por qué no nos has informado antes de tu llegada bendita, a fin de que hubiésemos podido prepararte una recepción digna de tu rango?". Y Giafar contestó: "¡No hay para qué! Plegue a Alah favorecerte y aumentar tu buena salud; pero no he venido aquí más que con intención de cambiar de aires y visitar la ciudad. Y por cierto que voy a permanecer aquí muy poco tiempo, lo preciso para casarme. Porque me he enterado de que el emir Arar tiene una hija de noble raza, y deseo de ti que hables del asunto con su padre y que me la obtengas de él por esposa". Y el naieb de Damasco contestó: "Escucho y obedezco. Precisamente su esposo acaba de divorciarse de ella, porque desea ir al Hedjaz en peregrinación. Y en cuanto haya transcurrido el tiempo legal de la separación, no habrá ya ningún inconveniente para que se celebren los esponsales de Tu Honor".

Y se despidió de Giafar, y en aquella hora y en aquel instante fué en busca del padre de la joven, esposa divorciada del generoso Ataf, y le hizo ir a las tiendas y le dijo que el gran visir Giafar había manifestado deseos de casarse con su hija, que era de noble linaje. Y el emir Arar no pudo contestar más que con el oído y la obediencia.

Entonces Giafar dió orden de llevar los ropones de honor y el oro de los sacos y de que lo distribuyeran. E hizo ir al kadí y a los testigos, y les mandó extender sin tardanza el contrato de matrimonio. E hizo inscribir, como dote y viudedad de la joven, diez cofres de suntuosidades y diez sacos de oro. Y ordenó sacar los regalos, grandes y pequeños, y los hizo distribuir, con la generosidad de un Barmecida, a los concurrentes ricos y pobres, para que todo el mundo quedase contento. Y cuando estuvo escrito el contrato sobre una tela de raso, mandó llevar agua con azúcar, e hizo poner ante los invitados las mesas de manjares y de cosas excelentes. Y todo el mundo comió y se lavó las manos. Luego se sirvieron los dulces y las frutas y las bebidas refrescantes. Y cuando se dió fin a todo y se revisó el contrato, el naieb de Damasco dijo al visir Giafar: "¡Voy a preparar una casa para tu residencia y para recibir a tu esposa!"

Y Giafar contestó: "No es posible. He venido aquí en comisión oficial del Emir de los Creyentes, y he de llevarme conmigo a mi esposa a Bagdad, donde solamente deberán tener lugar las ceremonias de las bodas". Y el padre de la desposada dijo: "Celebremos ya los desposorios, y parte cuando te plazca". Y Giafar contestó: "¡Tampoco puedo acceder a eso, porque primero es preciso que haga yo preparar el equipo de tu hija, y una vez que esté dispuesto y sólo entonces, partiré". Y el padre contestó: "¡No hay inconveniente!".

Y cuando estuvo dispuesto el equipo y todas las cosas se encontraron a punto, el padre de la desposada hizo sacar el palanquín y sentarse dentro a su hija. Y el convoy emprendió el camino de las tiendas, entre una muchedumbre. Y después de las despedidas por una y otra parte, se dió la señal de marcha. Y Giafar en su caballo y la desposada en el soberbio palanquín, emprendieron la ruta de Bagdad con un séquito numeroso y bien ordenado.

Y viajaron durante cierto tiempo. Y ya habían llegado al paraje llamado Tiniat el'lgab, que está a media jornada del camino de Damasco, cuando Giafar miró atrás y divisó en lontananza, por la parte de Damasco, a un jinete que galopaba hacia ellos. Y al punto mandó parar la caravana para ver de qué se trataba. Y cuando el jinete estuvo muy cerca de ellos, Giafar le miró, y he aquí que era Ataf el Generoso, que iba gritando: "No te detengas, ¡oh hermano mío!". Y se acercó a Giafar y le abrazó y le dijo: "¡Oh mi señor! no tengo ningún sosiego lejos de ti. ¡Oh hermano mío Abu'l-Hassán! más me hubiera valido no haberte visto ni conocido nunca, porque ahora no podré soportar tu ausencia". Y Giafar le dió las gracias y le dijo: "No he podido corresponder a todos los beneficios de que me has colmado. Pero ruego a Alah que facilite nuestra reunión para pronto y para no separarnos ya nunca. ¡Él es Todopoderoso, y puede lo que quiera!" Luego Giafar se apeó del caballo, e hizo extender un tapiz de seda, y se sentó al lado de Ataf. Y les sirvieron una bandeja con un gallo asado, pollos, dulces y otras cosas delicadas. Y comieron. Y les llevaron frutas secas, y confituras secas y dátiles maduros. Luego bebieron durante una hora de tiempo, y volvieron a montar en sus caballos. Y Giafar dijo a Ataf: "¡Oh hermano mío! cada viajero debe partir hacia su punto de destino".

Y Ataf le estrechó contra su pecho, y le besó entre ambos ojos y le dijo: "¡Oh hermano mío Abu'l-Hassán! no interrumpas el envío de tus cartas a nosotros y no prolongues tu ausencia a costa de nuestro corazón. Y tenme al corriente de cuanto te ocurra, de modo que me parezca que estoy cerca de ti". Y aún se dijeron otras palabras de adiós, y se despidieron uno de otro, y cada cual se fué por su camino. ¡Y he aquí lo referente al gran visir Giafar, de quien su amigo no sospechaba que fuese el propio Giafar, y a Ataf el Generoso!

He aquí ahora lo referente a la joven divorciada, nueva esposa de Giafar...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0880: y cuando llegó la 901ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 901ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... He aquí ahora lo referente a la joven divorciada, nueva esposa de Giafar. Cuando advirtió que los camellos y la caravana habían detenido su marcha, sacó la cabeza fuera de la litera, y vió a su primo Ataf sentado en tierra sobre el tapiz al lado de Giafar, y que ambos comían y bebían juntos y se decían adiós. Y dijo ella para sí: "¡Por Alah! ése es mi primo Ataf, y ese otro es el hombre que me vió a la ventana y sobre el cual hasta creo que dejé caer agua cuando regaba el jardín de mi ventana. Y sin duda alguna el amigo de mi primo es él. Se ha prendado de amor por mí y se ha lamentado por ello ante mi primo Ataf. Y me ha descripto, y ha descripto mi casa; y entonces la generosidad y la grandeza de alma de mi primo le han impulsado a divorciarse para que su amigo me tome por esposa". Y pensando de este modo, se puso a llorar sola en la litera, y a lamentarse por lo que les había ocurrido, por su separación de su primo, a quien amaba, de sus parientes y de su ciudad. Y recordó cuanto era y cuanto había sido. Y de sus ojos cayeron lágrimas abrasadoras, mientras recitaba estos versos:

¡Lloro el recuerdo de los sitios que amaba y de las bellezas que he perdido! ¡Oh! ¡no censuréis al enamorado si un día se vuelve loco!
¡Porque los seres queridos habitan en esos sitios, en esos parajes! ¡Oh, loores a Alah! ¡cuán dulce es su habitación!
¡Alah proteja los días pasados entre nosotros, ¡oh queridos amigos míos! y ojalá nos reúna la dicha en la misma casa!

Y cuando acabó este recitado, lloró y se lamentó, y recitó aún:

¡Asombrado estoy de vivir todavía sin vosotros, en medio de todas las preocupaciones que nos abruman!
¡Deseo por vosotros, caros ausentes bienamados, que con vosotros quede mi corazón herido!

Tras de lo cual lloró y sollozó más aún, y no pudo por menos de recordar estos versos:

¡Venid, ¡oh vosotros a quienes he dado mi alma! ¡He deseado arrancarla de vosotros, pero no lo pude conseguir!
¡Y tú, apiádate del resto de una vida que te he sacrificado antes de que yo lance mi última mirada a la hora de la muerte!
¡Si os hubierais perdido todos, no me asombraría; mi asombro existiría si su destino perteneciese a otro!
¡Y he aquí lo referente a ella!

Pero he aquí ahora lo relativo al gran visir Giafar. En cuanto la caravana se puso en marcha otra vez, se acercó él al palanquín y dijo a la recién casada: "¡Oh señora del palanquín, el viaje nos ha matado!". Pero a estas palabras, ella le miró con dulzura y modestia, y contestó: "No debo hablarte, porque soy la prima-esposa de tu amigo y compañero Ataf, príncipe de la generosidad y de la abnegación. Si hay en ti el menor sentimiento humano, debes hacer por él lo que en su abnegación ha hecho él mismo por ti".

Cuando Giafar hubo oído estas palabras, se le turbó mucho el alma; pero comprendiendo lo difícil de la situación, dijo a la joven: "¡Oh tú! ¿eres verdaderamente su prima-esposa?"

Y ella dijo: "¡Sí! Yo soy la que viste a la ventana en tal día, cuando ocurrieron tales y cuales cosas y tu corazón se prendó de mí. Y se lo contaste todo. Y él se divorció. Y mientras expiraba el plazo legal, ha preparado cuanto me está causando tanta pena ahora. Y ya que te he explicado la situación, no te queda más remedio que conducirte como un hombre".

Cuando Giafar oyó estas palabras empezó a sollozar muy fuerte, diciendo: "De Alah procedemos y tornamos a Él. ¡Oh tú! He aquí que ahora estás prohibida para mí, y serás entre mis manos un depósito sagrado hasta que vuelvas al sitio que quieras indicar". Entonces dijo a uno de sus servidores: "Quedas encargado de la guardia de tu señora". Y así continuaron viajando día y noche, ¡y esto es lo referente a ellos!

Pero he aquí lo referente al califa Harún Al-Raschid.

En seguida de partir Giafar, se sintió a disgusto y lleno de pena por su ausencia. Y tuvo una gran impaciencia y le atormentó el deseo de volver a verle. Y se arrepintió de las condiciones irrealizables que le había impuesto, obligándolo con ello a errar por desiertos y soledades como un vagabundo y forzándolo a abandonar su comarca natal. Y despachó emisarios en todas direcciones para buscarle. Pero no pudo saber noticia alguna de él, y quedó disgustado por no tenerle junto a sí. Y le añoraba y le esperaba.

Y he aquí que, cuando Giafar estuvo próximo a Bagdad con su caravana, el califa se enteró de ello y se regocijó en el alma, y sintió que se le aligeraba el corazón y se le dilataba el pecho. Y salió a su encuentro, y en cuanto estuvo a su lado, le besó y le estrechó contra su seno. Y entraron juntos en palacio, y el Emir de los Creyentes hizo sentarse al lado suyo a su visir, y le dijo: "Ahora cuéntame tu historia, a partir del momento en que abandonaste este palacio, y todo lo que te ha sucedido durante tu ausencia".

Y Giafar le contó todo lo que le había sucedido desde el momento de su marcha hasta el de su regreso. Pero no hay ninguna utilidad en repetirlo. Y el califa se asombró mucho, y dijo: "¡Ualahí! me has causado mucha pena con tu ausencia. ¡Pero ahora tengo muchas ganas de conocer a tu amigo! Y en cuanto a la joven del palanquín, mi opinión es que inmediatamente debes divorciarte de ella y ponerla en camino, para que regrese acompañada de un servidor de confianza. Porque si tu compañero encuentra en ti un enemigo, se hará enemigo nuestro; y si encuentra en ti un amigo, se hará también amigo nuestro. Y le haremos venir entre nosotros, y le veremos, y tendremos el gusto de oírle y pasaremos el tiempo con él alegremente.

Un hombre así no es de despreciar, y de su generosidad sacaremos una enseñanza grande y otras muchas cosas útiles".

Y Giafar contestó: "Oír es obedecer". E hizo arreglar, para la joven consabida, una casa muy hermosa con un jardín delicioso; y puso a su disposición todo un séquito de esclavos y de servidores. Y además le envió tapices y porcelanas y todas las demás cosas de que podía tener necesidad. Pero nunca se acercó a ella ni trató de verla nunca. Y a diario le transmitía sus zalemas y palabras tranquilizadoras concernientes a su regreso y a su reunión con su primo. Y le dió mil dinares al mes para los gastos de su existencia. ¡Y esto es lo referente a Giafar, al califa y a la joven del palanquín!

¡Por lo que a Ataf respecta, las cosas sucedieron de modo muy distinto! En efecto, no bien se despidió de Giafar y desanduvo su camino, cuantos le tenían envidia se aprovecharon de los acontecimientos para combinar su perdición, embaucando al naieb de Damasco. Y dijeron al naieb: "¡Oh señor nuestro! ¿cómo es posible que no vuelvas tus ojos hacia Ataf? ¿No sabes que el visir Giafar era amigo suyo? ¿Y no sabes que Ataf ha echado a correr detrás de él para decirle adiós después de regresar nuestras gentes, y le ha acompañado hasta Katifa? ¿Y no sabes que Giafar le dijo entonces?: "¿No necesitas nada de mi, ¡oh Ataf!?". Y Ataf contestó: "Sí, necesito una cosa. Y es un edicto del califa por el cual sea destituido el naieb de Damasco". Y así se ha acordado y prometido entre ellos. Y lo más prudente que puedes hacer es invitarle a tu mantel para la comida de la mañana, antes de que él te invite al suyo para la comida de la noche. Porque el éxito estriba en la ocasión, y el asalto no aprovecha más que a quien lo da".

Y el naieb de Damasco les contestó: "Bien dicho. Traédmele, pues, inmediatamente". Y fueron a casa de Ataf, que descansaba tranquilamente, ignorando que pudiese nadie tramar contra él cosa alguna. Y se abalanzaron a él, armados de sables y garrotes, y le maltrataron hasta que estuvo cubierto de sangre. Y le arrastraron a la presencia del naieb. Y el naieb ordenó que saquearan su casa. Y sus esclavos, sus riquezas y toda su familia pasaron a manos de los saqueadores. Y Ataf preguntó "¿Cuál es mi crimen?". Y le contestaron: "¡Oh rostro de brea! ¿tan ignorante estás de la justicia de Alah (¡exaltado sea!) que atacas al naieb de Damasco, nuestro señor y nuestro padre, y crees que vas a poder dormir en paz después en tu casa?" Y se ordenó al porta alfanje que le cortara la cabeza en aquella hora y en aquel instante. Y el porta alfanje le desgarró un trozo del traje y le vendó los ojos. Y ya esgrimía el alfanje sobre su cuello, cuando uno de los emires que asistían a la ejecución se levantó y dijo: "¡Oh naieb! no te apresures tanto a hacer cortar la cabeza de este hombre. Porque la precipitación es un consejo del Cheitán, y dice el proverbio: "Sólo consigue su propósito el que alberga a la paciencia en su corazón, mientras el error es patrimonio de quien se precipita".

No te apresures, pues, a poner en peligro el cuello de este hombre, porque quizá no sean más que unos embusteros los que han hablado mal de él. Y nadie se halla exento de envidia. Así, pues, ten paciencia, porque acaso más tarde te arrepentirás de haberle quitado la vida injustamente.

¿Y quién sabe lo que sucedería si el visir Giafar se entera del trato que has hecho sufrir a su amigo y compañero? ¡Y entonces es cuando tu cabeza no estará segura sobre tus hombros...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0881: pero cuando llegó la 902ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 902ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡...Y entonces es cuando tu cabeza no estará segura sobre tus hombros!".

Cuando el naieb de Damasco oyó estas palabras, salió de su sueño y levantó la mano, y detuvo el alfanje que tan de cerca amenazaba la vida de Ataf. Y ordenó que solamente se encarcelase a Ataf y se le echase una cadena al cuello. Y a pesar de sus gritos y súplicas, le arrastraron a la cárcel de la ciudad y le encadenaron por el cuello, como había sido ordenado. Y Ataf se pasaba las noches y los días llorando, poniendo Alah por testigo y suplicándole que le librara de su aflicción y de sus desdichas. Y vivió tres meses de aquella manera.

Una noche entre las noches se despertó, se humilló ante Alah, y recorrió su prisión hasta donde le permitía su cadena. Y observó que estaba solo en su prisión y que el carcelero que la víspera le había llevado el pan y el agua se había olvidado de cerrar la puerta detrás de él. Y por la puerta entreabierta penetraba un débil resplandor. Y al ver aquello, Ataf sintió de pronto que se le henchían los músculos de una fuerza extraordinaria, y alzando los ojos en dirección al cielo de Alah, hizo un gran esfuerzo y de primera intención rompió la cadena que le sujetaba. Y a tientas, con mil precauciones, se aventuró por los recovecos de la cárcel dormida, y acabó por encontrarse ante la propia puerta que daba a la calle. Y no le costó trabajo encontrar la llave, colgada en un rincón. Y abriendo sin hacer el menor ruido, salió a la calle y se perdió en la noche. Y las tinieblas de Alah le protegieron hasta por la mañana. Y no bien se abrieron las puertas de la ciudad, salió él, mezclándose con la muchedumbre, y apresuró su marcha en dirección a Alepo. Y después de largas caminatas, llegó sin contratiempo a la ciudad de Alepo y entró en la mezquita principal. Y se encontró allí con un grupo de extranjeros que se disponían de modo manifiesto a partir. Y les preguntó adónde iban. Y le contestaron: "¡A Bagdad!" Y al punto exclamó Ataf: "¡Y yo con vosotros!" Y ellos le dijeron: "¡Esa es la tierra a que pertenecen nuestros cuerpos; pero nuestra subsistencia está al lado de Alah solamente!". Y partieron con Ataf entre ellos. Y al cabo de veinte días de camino llegaron a la ciudad de Kufa; y prosiguieron el viaje hasta llegar a Bagdad: Y Ataf vió una ciudad con grandes edificios, y elegante, y rica en palacios magníficos que ascendían hasta el cielo, y en deleitables jardines; y contenía por igual a sabios y a ignorantes, a pobres y a ricos, a buenos y a malos. Y entró él en la ciudad con su traje de pobre, con un turbante sucio y desgarrado a la cabeza, y una barba inculta y cabellos demasiado largos. Y era lamentable su condición. Y franqueó la puerta de la primera mezquita que encontró. Y hacía dos días que no había comido. Y estaba sentado en un rincón, descansando y reflexionando tristemente, cuando entró en la mezquita un vagabundo, de la especie de los vagabundos que mendigan a las puertas de Alah, y fué a sentarse precisamente enfrente de él. Y se descargó un zurrón viejo que llevaba al hombro, y lo abrió y sacó un pan, luego un pollo, luego otro pan, luego confituras, luego una naranja, luego aceitunas, luego pasteles de dátiles y luego un cohombro. Y el hambriento Ataf veía con sus ojos y olía con su nariz. Y el vagabundo se puso a comer y Ataf a mirarle cómo engullía con calma aquella comida que se diría la del propio mantel de Issa, (Jesús) hijo de Miriam (Maria) (¡con ambos la paz y la bendición de Alah!) Y Ataf, que no solamente no había comido desde hacía dos días, sino que ni siquiera se había hartado ninguna vez desde hacía cuatro meses, dijo para sí: "¡Por Alah, que me tomaría un bocado de ese excelente pollo, y un pedazo de ese pan, y por lo menos una raja de ese cohombro delicioso!". Y tanto le salía a los ojos el deseo del pan y del pollo y del cohombro, que el vagabundo le miró. Y torturado por su hambre extremada, Ataf no pudo por menos de llorar. Y el vagabundo movió la cabeza contemplándole, y cuando hubo tragado el bocado de cosas buenas que a la sazón le llenaba la boca, tomó la palabra y dijo: "¿Por qué ¡oh padre de la barba sucia! haces como los extranjeros y como los perros famélicos, que piden con la mirada el pedazo que se come su amo? ¡Por la protección de Alah, que aun cuando viertas lágrimas bastantes para alimentar el Yaxarte, el Bactros, y el Dajlah, y el Eufrates, y el río de Bassra, y el río de Antioquía, y el Oronto, y el Nilo de Egipto, y el mar salado, y la profundidad de todos los océanos, no te cederé ni un trozo de lo que como. Pero si quieres comer pollo blanco, y pan caliente, y cordero tierno, y todas las confituras y pasteles de Alah, no tienes más que llamar en la casa del gran visir Giafar, hijo de Yahia el Barmecida. Porque ha recibido en Damasco la hospitalidad de un hombre llamado Ataf, y en recuerdo suyo y en honor suyo prodiga así sus beneficios; y no se levanta ni se acuesta sin hablar de él".

Cuando Ataf oyó estas palabras al vagabundo del zurrón bien provisto, alzó los ojos al cielo y dijo: "¡Oh Tú, cuyos designios son impenetrables, he aquí que de nuevo prodigas Tus beneficios sobre Tu servidor!".

Y recitó estos versos:

¡Confía tus asuntos al Creador en cuanto los veas embrollados! ¡Luego siéntate con tus penas y desecha tus pensamientos!

Después fué a casa de un mercader de papel y le pidió por caridad un trozo de papel y el préstamo de un cálamo sólo por el tiempo preciso para escribir unas palabras. Y el mercader accedió a darle lo que le pedía. Y Ataf escribió lo que sigue:

"¡De parte de tu hermano Ataf, a quien Alah conoce! Quien posea el mundo no se enorgullezca, porque día llegará en que se vea arruinado y permanezca solo en el polvo con su amargo destino. Si me vieras, no me reconocerías por mi pobreza y mi miseria, pues los reveses del tiempo, el hambre, la sed y un largo viaje han reducido mi alma y mi cuerpo al estado de inanición. Y mira por dónde te encuentro al llegar aquí. ¡Y la paz sea contigo!".

Luego dobló el papel y devolvió el cálamo a su propietario, dándole muchas gracias. Y preguntó dónde estaba la casa de Giafar. Y cuando se la indicaron, se detuvo y se quedó de pie ante la puerta a cierta distancia. Y los guardias de la puerta le vieron así, de pie y sin pronunciar una palabra, y tampoco le hablaron. Y cuando ya empezaba a sentirse muy azorado por aquella situación, pasó junto a él un eunuco vestido con un traje magnífico y con cinturón de oro. Y Ataf se le aproximó y le besó la mano y le dijo: "¡Oh mi señor! el enviado de Alah (¡con Él la plegaria y la paz!) ha dicho: "El intermediario de una buena acción vale tanto como el que hace la buena acción, y el que la hace se halla entre los bienaventurados de Alah en el cielo" Y el eunuco preguntó: "¿Y qué necesitas?". Ataf dijo: "Deseo de tu bondad que lleves este papel al dueño de esa casa, diciéndole: "Tu hermano Ataf está a la puerta".

Cuando el eunuco hubo oído estas palabras, montó en cólera y los ojos se le salieron de la cabeza, y gritó: "¡Oh descarado embustero! ¿cómo pretendes ser hermano del visir Giafar?" Y con un bastón de oro que llevaba en la mano golpeó a Ataf en el rostro. Y brotó la sangre del rostro de Ataf, que cayó al suelo cuan largo era, porque la fatiga, el hambre y las lágrimas le habían debilitado en extremo.

Pero, como dice el Libro: "Alah ha puesto el instinto de la bondad en el corazón de ciertos esclavos, lo mismo que ha puesto el instinto de la maldad en el de los otros". Así es que un segundo eunuco, que veía desde lejos lo que pasaba, se acercó al primero, lleno de cólera y de indignación por lo que acababa de hacer, y movido a piedad por Ataf. Y el primer eunuco le dijo: "¿No has oído que pretende ser hermano del visir Giafar?". Y el segundo eunuco le contestó: "¡Oh mal hombre, hijo de la maldad, esclavo de la maldad! ¡oh maldito! ¡oh cochino! ¿Acaso Giafar es uno de nuestros profetas? ¿No es un perro de la tierra como nosotros? Todos los hombres son hermanos, que tienen por padre y por madre a Adán y Eva, y ha dicho el poeta:

¡Los hombres, por comparación, son todos hermanos! ¡Su padre es Adán y su madre es Eva!
"Y la diferencia que hay entre unos y otros sólo estriba en la mayor o menor bondad de los corazones".

Y tras de hablar así se inclinó sobre Ataf y le incorporó y le hizo sentarse, y secó la sangre que le corría por la cara y le lavó y sacudió el polvo de la ropa, y le preguntó: "¡Oh hermano mío! ¿qué es lo que deseas?". Y Ataf contestó: "Solamente deseo que lleven a Giafar este papel y lo entreguen entre sus manos". Y el servidor de corazón compasivo cogió el papel de manos de Ataf y entró en la sala donde se hallaba el gran visir Giafar el Barmecida, en medio de sus oficiales, de sus parientes y de sus amigos, sentados unos a su derecha y otros a su izquierda. Y todos bebían y recitaban versos, y se regocijaban con música de laúdes y de cánticos deliciosos. Y el visir Giafar; con la copa en la mano, decía a los que les rodeaban: "¡Oh vosotros todos los que os reunís aquí! la ausencia de los ojos no impide ver la presencia en el corazón. Y nada puede hacerme que no piense en mi hermano Ataf ni hable de él. Es el hombre más magnífico de su tiempo y de su edad. Me ha regalado caballos, esclavos jóvenes blancos y negros, muchachas y hermosas telas, y cosas suntuosas, en cantidad bastante para constituir la dote y la viudedad de mi esposa. Y si no se hubiese conducido así, habría perecido yo, sin duda, y estaría perdido sin remedio. ¡Fué mi bienhechor sin saber quién era yo, y se mostró generoso sin la menor mira de provecho o interés!".

Cuando el excelente servidor hubo oído estas palabras de su señor, se regocijó en el alma, y avanzó e inclinó su cuello y su cabeza ante él, y le presentó el papel. Y Giafar lo cogió, y habiéndolo leído, quedó tan trastornado que parecía que había bebido veneno. Y ya no supo qué hacer ni qué decir. Y cayó de bruces, teniendo todavía en la mano la copa de cristal y el papel. Y la copa se rompió en mil pedazos y le hirió profundamente en la frente. Y corrió su sangre, y de su mano se escapó el papel. Cuando el servidor vió aquello, se apresuró a poner pies en polvorosa por miedo a las consecuencias. Y los amigos del visir Giafar levantaron a su señor y le restañaron la sangre. Y exclamaron: "¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah el Altísimo, el Todopoderoso! Estos malditos están siempre afligidos del mismo carácter: turban la vida de los reyes en sus placeres e interrumpen su buen humor. ¡Por Alah, que quien ha escrito este papel merece sencillamente ser arrastrado a casa del walí para que le aplique quinientos palos y le meta en la cárcel!".

Y acto seguido, los esclavos del visir salieron a la busca del que había escrito el papel. Y Ataf evitó la pesquisa, diciendo: "Es mío, ¡oh mis señores!". Y se apoderaron de él y le arrastraron a presencia del walí, y pidieron para él quinientos palos. Y el walí se los concedió. Y además hizo escribir en las cadenas de Ataf: "Cadena perpetua". ¡Así se portaron con Ataf el Generoso! Y de nuevo le arrojaron a un calabozo, donde estuvo aún dos meses, y donde se perdieron y borraron sus huellas.

Y al cabo de estos dos meses le nació un niño al Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid, quien, con tal motivo, ordenó que se distribuyesen limosnas y se hiciesen dádivas a todo el mundo, y que se libertase de cárceles y calabozos a los presos. Y entre los que se soltaron se encontró Ataf el Generoso.

Cuando Ataf se vió libre de la prisión, débil, hambriento, arruinado y desnudo, alzó sus miradas al cielo y exclamó: "¡Gracias te sean dadas, Señor, en toda circunstancia!" Y sollozó y dijo: "Sin duda he sufrido todo esto a causa de alguna falta cometida por mí en el pasado, pues Alah me ha favorecido con sus mejores beneficios y yo le he correspondido con la desobediencia y la rebeldía. ¡Pero le suplico que me perdone, aunque haya ido demasiado lejos en el libertinaje y en mi abominable conducta!".

Luego recitó estos versos:

¡Oh Dios! ¡el adorador hace lo que no debería hacer; es pobre y depende de ti!

¡En los placeres de la vida, se olvida; y como lo hace por ignorancia, perdónale sus culpas!

Y todavía vertió algún llanto más y dijo para sí: "¿Qué voy a hacer ahora? Si parto para mi país tan débil como estoy, moriré antes de llegar; y si, por suerte mía, llegó, no habrá ninguna seguridad para mi vida, a causa del naieb; y si me quedo aquí entre los mendigos, mendigando yo también, ninguno de ellos me admitirá en la corporación, ya que nadie me conoce; y no podré proporcionarme a mí mismo la menor ayuda ni la menor utilidad. Por eso, lo que voy a hacer es abandonar mi destino al Dueño de los destinos...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0882: pero cuando llegó la 903ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 903ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Por eso, lo que voy a hacer es abandonar mi destino al Dueño de los destinos. He aquí que todo se vuelve contra mí y todo sale al contrario de lo que yo esperaba.

Y el poeta estaba en lo cierto cuando decía:

¡Oh amigo! ¡he corrido a través del mundo, de Oriente a Occidente! ¡Pero todo lo que encontré fueron penas y fatigas!
¡He tratado a los hombres de la época! ¡Pero no he encontrado ni un amigo agradable ni mi igual!

Y de nuevo lloró y exclamó: "¡Oh Dios! ¡dame la virtud de la paciencia! Tras de lo cual se levantó y se dirigió a una mezquita, entrando en ella. Y allí se quedó hasta la tarde. Y aunque aumentaba su hambre, dijo: "Por Tu magnanimidad y Tu majestad, Señor, juro que no pediré nada a nadie más que a Ti". Y se quedó en la mezquita, sin tender la mano a ningún creyente, hasta la caída de la noche Y entonces salió, diciendo: "Conozco la frase del Profeta (¡con Él la bendición y la paz de Alah!) que dice: "Alah te dejaría dormir en el santuario; pero tú debes abandonarlo a Sus adoradores, porque el santuario se hizo para la plegaria y no para el sueño". Y anduvo algún tiempo por las calles, y acabó por llegar a una construcción en ruinas, donde entró para pasar la noche y dormir. Y tropezó en la oscuridad y cayó de bruces. Y notó que había caído sobre el mismo obstáculo que le había hecho tropezar. Y vió que era un cadáver de un hombre recientemente asesinado. Y a su lado estaba, en el suelo, el cuchillo del asesinato.

Y ante aquel descubrimiento, Ataf se levantó vivamente, con sus andrajos cubiertos de sangre. Y allí permaneció inmóvil, perplejo y sin saber qué partido tomar, diciéndose: "¿Me quedaré o huiré?" Y mientras estaba en aquella situación acertaron a pasar por delante de la entrada de la ruina el walí y sus agentes de policía, y Ataf les gritó "¡Venid a ver esto!" Y entraron ellos con sus antorchas y se encontraron con el cuerpo del asesinado, y con el cuchillo al lado suyo, y con el desdichado Ataf de pie a la cabecera del cadáver y manchados de sangre sus andrajos. Y le gritaron: "¡Oh miserable! ¡tú eres quien le ha matado!" Y Ataf no dió respuesta alguna. Entonces se apoderaron de él, y el walí dijo: "Amarradle y arrojadle al calabozo hasta que demos cuenta del asunto al gran visir Giafar. Y si Giafar ordena su muerte, le ejecutaremos".

E hicieron como habían dicho.

En efecto, al día siguiente, el hombre encargado de los escritos escribió a Giafar una comunicación concebida así: "Entramos en una ruina y nos encontramos en ella a un hombre que había matado a otro. Y le interrogamos, y con su silencio declaró que era el autor del asesinato. ¿Cuáles son, pues, tus órdenes?". Y el visir les ordenó que le condenaran a muerte. Y en consecuencia, sacaron a Ataf de la prisión, le arrastraron a la plaza donde se ahorcaba y se cortaban cabezas, arrancaron una tira de sus andrajos y le vendaron con ella los ojos. Y le entregaron al porta alfanje. Y el porta alfanje preguntó al walí: "¿Le corto el cuello, ¡oh mi señor!?". Y el walí contestó: "¡Córtaselo!". Y el porta alfanje blandió su hoja bien afilada, que brilló y lanzó chispas en el aire; y la hizo voltear, y ya la bajaba para hacer saltar la cabeza, cuando se dejó oír un grito detrás de él: "¡Detén tu mano!". Y aquella era la voz del gran visir Giafar, que volvía de paseo. Y el walí se puso ante él, y besó la tierra entre sus manos. Y Giafar le preguntó: "¿Por qué hay aquí tanta gente?". Y el walí contestó: 'Porque se procedía a la ejecución de un joven de Damasco, al que encontramos ayer en unas ruinas, y que a todas nuestras preguntas, repetidas por tres veces, ha contestado con el silencio en lo que afecta al asesinado, hombre de sangre noble".

Y dijo Giafar: "¡Oh! ¿cómo va a venir de Damasco hasta aquí un hombre para arriesgarse en semejante empresa? ¡Ualahí, eso no es posible!". Y ordenó que llevaran a su presencia al hombre. Y cuando el hombre estuvo entre sus manos, Giafar no le reconoció, porque la fisonomía de Ataf había cambiado y su buena cara y su buen aspecto se habían desvanecido.

Y Giafar le preguntó: "¿De qué país eres, ¡oh joven!?". Y el otro contestó: "¡Soy un hombre de Damasco!". Y Giafar preguntó: "¿De la ciudad misma o de los pueblos que la rodean?".

Y Ataf contestó: "¡Ualahí! ¡oh mi señor! de la propia ciudad de Damasco, en donde he nacido". Y Giafar preguntó: "¿Conociste, por casualidad, allí a un hombre reputado por su generosidad y su mano abierta, que se llamaba Ataf?". Y el condenado a muerte contestó: "¡Le he conocido cuando tú eras amigo suyo y vivías con él en tal casa, en tal calle y en tal barrio, ¡oh mi señor! y cuando ambos ibais a pasearos juntos por los jardines! ¡Le he conocido cuando te casaste con su prima-esposa! ¡Le he conocido cuando os despedisteis en el camino de Bagdad y cuando bebisteis en la misma copa!" Y Giafar contestó: "¡Sí, es cierto cuanto dices con respecto a Ataf Pero ¿qué ha sido de él después de separarse de mí?" Y el otro contestó: "¡Oh mi señor! ¡le ha perseguido el Destino y le ha ocurrido tal y cual cosa!". Y le hizo el relato de cuanto le había ocurrido desde el día de su separación en el camino que conducía a Bagdad hasta el momento en que el porta alfanje iba a cercenarle el cuello.

Y recitó estos versos:

¡El tiempo ha hecho de mí su víctima, mientras tú vives en la gloria! ¡Los lobos tratan de devorarme, y he aquí que llegas tú, el león!
¡Apagas la sed de cualquier sediento que se presenta! ¿Es posible que tenga yo sed, siendo tú siempre nuestro refugio?

Y cuando hubo recitado estos versos, gritó: “¡Oh mi señor Giafar, te reconozco!". Y gritó también: "¡Soy Ataf!". Y Giafar, por su parte, se irguió sobre ambos pies, lanzando un grito estridente, y se precipitó en los brazos de Ataf. Y tanta fué la emoción de ambos, que perdieron el conocimiento por unos instantes. Y cuando volvieron en sí se besaron y se interrogaron mutuamente acerca de lo que les había sucedido, desde el principio hasta el fin. Y aún no habían acabado de hacerse confidencias, cuando se dejó oír un grito penetrante; y se volvieron y vieron que había sido lanzado por un jeique que se adelantaba diciendo: "¡No es humano lo que hace!". Y le miraron, y vieron que el tal jeique era un anciano que tenía la barba teñida con henné y la cabeza cubierta con un pañuelo azul. Y al verle, Giafar le mandó avanzar y le preguntó qué quería. Y el jeique de la barba teñida exclamó: "¡Oh hombres! ¡alejad del alfanje al inocente! ¡Porque el crimen que se le imputa no es un crimen cometido por él, y el cadáver del joven asesinado no es obra suya, y él nada tiene que ver con eso! ¡Porque yo mismo soy el único matador!"

Y Giafar el visir le dijo: "Entonces ¿eres tú quien le ha matado?" El aludido contestó: "¡Sí!" El visir preguntó: "¿Y por qué le has matado? ¿Es que no albergas en tu corazón el temor de Alah, ya que de tal suerte matas a un hijo de sangre noble, a un Haschimita?". Y el jeique contestó: "Ese joven a quien habéis encontrado muerto era propiedad mía, y le había criado yo mismo. Y todos los días tomaba dinero mío para sus gastos. Pero, en vez de serme fiel, iba a divertirse tan pronto con el llamado Schumuschag como con el llamado Nagisch, y con Ghasis, y con Ghubar, y con Ghouschir, y con muchos otros libertinos; se pasaba los días con ellos, abandonándome. Y todos se envanecían en mis barbas de haberle poseído, hasta Odis el basurero y Abu-Butrán el zapatero remendón.

"Y mis celos aumentaban a diario. Y por más que le predicaba e intentaba disuadirle de obrar así, él no aceptaba ningún consejo ni ninguna reprimenda; por fin, aquella noche lo sorprendí con el llamado Schumuschag el mondonguero; y al ver aquello, el mundo se ennegreció ante mi rostro, ¡y en las mismas ruinas donde le sorprendí le maté! Y con ello me libré de todos los tormentos que me ocasionaba. ¡Y tal es mi historia!".

Luego añadió: "Y he guardado silencio hasta hoy. Pero al saber que iban a ejecutar a un inocente en lugar del culpable, no he podido callar mi secreto, y he venido para sacar al inocente de debajo del alfanje. Y heme aquí ante vosotros. Herid mi nuca y tomad vida por vida! ¡Pero antes libertad a ese joven inocente que no tiene que ver nada en este asunto!".

Y Giafar, al oír estas palabras del jeique, reflexionó un instante, y dijo: "¡El caso es dudoso! ¡Y en la duda, se debe alejar la mano! ¡Oh jeique! ¡vete en la paz de Alah, y séate perdonado tu crimen!". Y le despidió.

Tras de lo cual cogió a Ataf de la mano, y le estrechó de nuevo contra su pecho, y le condujo al hammam. Y cuando el arruinado Ataf se refrescó y restauró, fué con él al palacio del califa. Y entró a ver al califa y besó la tierra entre sus manos, y dijo: "Ahí está ¡oh Emir de los Creyentes! Ataf el Generoso, el que ha sido mi huésped en Damasco, quien me ha tratado con tantos miramientos, tanta bondad y tanta generosidad, y quien me ha preferido a su propia alma". Y Al-Raschid dijo: "¡Tráemele inmediatamente!". Y Giafar le condujo tal y como estaba, débil, extenuado y temblando de emoción todavía. Y sin embargo, Ataf no dejó de rendir sus homenajes al califa, de la mejor manera y con el lenguaje más elocuente. Y Al-Raschid suspiró al verle, y le dijo: "¡En qué estado te hallo!, ¡oh pobre!". Y Ataf se echó a llorar; e invitado por Al-Raschid, contó toda su historia, desde el principio hasta el fin. Y mientras él la contaba, Al-Raschid lloraba y sufría, así como el desolado Giafar.

Y he aquí que, entretanto, entró el jeique de la barba teñida, que había sido indultado por Giafar. Y el califa se echó a reír al verle.

Luego rogó a Ataf el Generoso que se sentara, y le hizo repetir su historia. Y cuando Ataf hubo acabado de hablar, el califa miró a Giafar y le dijo: "¡Cuéntame ¡oh Giafar! lo que piensas hacer por tu hermano Ataf!" Y Giafar contestó: "Por lo pronto, le pertenece mi sangre y soy su esclavo. Además, tengo para él cofres que contienen tres millones de dinares de oro, y otros tantos millones en caballos de raza, mozalbetes, esclavos negros y blancos, jóvenes de todos los países y todo género de suntuosidades. Y se quedará con nosotros para que nos regocijemos con su compañía". Y añadió: "¡Por lo que respecta a su prima-esposa, es cosa a tratar entre yo y él!".

Y el califa comprendió que había llegado el momento de dejar juntos a los dos amigos; y les permitió salir. Giafar condujo a Ataf a su casa, y le dijo: "¡Oh hermano mío Ataf! has de saber que la hija de tu tío, que te ama, está intacta, y que no he visto descubierto su rostro desde el día de nuestra separación...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0883: pero cuando llegó la 904ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 904ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡... Oh hermano mío Ataf! has de saber que la hija de tu tío, que te ama, está intacta, y que no he visto descubierto su rostro desde el día de nuestra separación. Y he aquí que me he desligado de ella, y me he divorciado en honor tuyo; y he anulado nuestro contrato. Y en el mismo estado en que se hallaba te devuelvo el precioso depósito que pusiste entre mis manos".

Y así lo hizo. Y Ataf y su prima se reunieron con la misma ternura y el mismo afecto que antes.

Pero en cuanto al naieb de Damasco, que había sido el autor de todos los sufrimientos de Ataf, el califa mandó emisarios, que le arrestaron, y le rodearon de cadenas, y le arrojaron a un calabozo. Y allí quedó hasta nueva orden.

Y Ataf pasó en Bagdad varios meses, disfrutando de una dicha perfecta, al lado de su prima, y al lado de su amigo Giafar, y en la intimidad de Al-Raschid. Y bien hubiera querido pasarse toda la vida en Bagdad; pero de Damasco le llegaron numerosas cartas de sus parientes y de sus amigos, que le suplicaban volviera a su país, y pensó que tenía el deber de hacerlo. Y fué a pedir el beneplácito al califa, que le concedió la autorización, no sin pena y suspiros amistosos. Y no quiso, empero, dejarle partir sin darle pruebas duraderas de su benevolencia. Y le nombró walí de Damasco, y le dió todas las insignias de su cargo. E hizo que le acompañara una escolta de jinetes, de mulos y de camellos cargados con regalos magníficos. Y así fué escoltado Ataf hasta Damasco.

Y toda la ciudad se iluminó y empavesó con motivo del regreso de Ataf, el más generoso de los hijos de la ciudad. Porque Ataf era querido y respetado por todas las clases populares, y sobre todo por los pobres, que habían llorado siempre su ausencia.

Pero, volviendo al naieb, llegó un segundo decreto del califa condenándole a muerte por sus injusticias. Pero el generoso Ataf intercedió en favor suyo ante Al-Raschid, que se limitó entonces a conmutarle la pena de muerte por la de destierro de por vida.

En cuanto al libro mágico en que el califa había leído las cosas que le habían hecho reír y llorar, no se habló más de él. Porque Al-Raschid, con la alegría de volver a ver a su visir Giafar, no se acordó ya de las cosas pasadas. Y Giafar, que por su parte, no había logrado adivinar el contenido de aquel libro ni encontrar hombre capaz de adivinarlo, se guardó mucho de iniciar conversación a este respecto. Y por cierto que no hay ninguna utilidad en saber semejante cosa, ya que desde entonces vivieron todos con dicha, tranquilidad y amistad sin mácula, y gozando de todos los placeres de la vida hasta la llegada de la Destructora de alegrías y Constructora de tumbas, la que está mandada por el Dueño de los destinos, el Único Viviente, el Misericordioso para sus creyentes.

"Y esto es ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- lo que nos han transmitido los narradores acerca de Ataf el Generoso, que habitaba en Damasco. Pero su historia no puede compararse de cerca ni de lejos con la que me reservo contarte, si mis palabras no han pesado en tu espíritu".

Y Schahriar contestó: "¿Qué dices, ¡oh Schehrazada!? Esa historia me ha instruido y me ha ilustrado y me ha hecho reflexionar. Y heme aquí dispuesto a escucharte como el primer día".

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0884: historia espléndida del príncipe diamante

HISTORIA ESPLÉNDIDA DEL PRÍNCIPE DIAMANTE[editar]

‘’A la condesa Jacques de Chabannes La Palite.’’

Y dijo Schehrazada:

Se cuenta en los libros de las gentes perfectas, sabios y poetas que abrieron el palacio de su inteligencia a los que van a tientas por la pobreza -¡loores múltiples y escogidos al que sobre la tierra ha dotado de excelencia a ciertos hombres, lo mismo que ha colocado en el firmamento el sol, tragaluz de la casa de Su gloria, y en el borde del cielo la aurora, antorcha de la sala nocturna de Su belleza; que ha vestido a los cielos con un manto de raso húmedo y a la tierra con un manto de verdor brillante; que ha adornado los jardines con sus árboles y los árboles con sus trajes verdes; que ha dado a los sedientos los manantiales de hermosas aguas, a los borrachos la sombra de las viñas, a las mujeres su hermosura, a la primavera las rosas, a las rosas la sonrisa, y para celebrar a las rosas, la garganta cantarina del ruiseñor; que ha puesto a la mujer ante los ojos del hombre, y el deseo en el corazón del hombre, joyel en medio de la piedra!-; se cuenta, repito, que en un reino entre los grandes reinos había un rey magnífico, cada paso del cual era una felicidad, con esclavas que constituían la fortuna y la dicha, y el cual superaba a Khosroes-Anuschirwán en justicia y a Hatim-Tai en generosidad.

Y aquel rey de frente serena se llamaba Schams-Schah, y tenía un hijo de maneras exquisitas y de hechizos encantadores, semejante en belleza a la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar.

Y aquel príncipe jovenzuelo, que se llamaba Diamante, fué un día en busca de su padre, y le dijo: "¡Oh padre mío! hoy está triste mi alma por vivir en la ciudad, y desea que vaya yo de caza y de paseo para recrearnos. Si no, el fastidio hará que me desgarre hasta abajo las vestiduras".

Cuando el rey Schams-Schah hubo oído estas palabras de su hijo, se apresuró, movido del gran cariño que por él sentía, a dar las órdenes oportunas para la cacería y el paseo en cuestión. Y los montoneros y los halconeros prepararon los halcones, y los palafreneros ensillaron a los caballos de montaña. Y el príncipe Diamante se puso a la cabeza de una brillante tropa de jóvenes de complexión robusta, y se encaminó con ellos a los lugares en donde anhelaba cazar para disipar su hastío.

Y cabalgando entre el tumulto heroico, acabó por llegar al pie de una montaña que tocaba al cielo con su cima. Y al pie de la tal montaña había un árbol corpulento; y al pie de tal árbol corría un arroyo; y en el tal arroyo bebía un gamo, con la cabeza inclinada hacia el agua. Y Diamante, entusiasmado al ver aquello, mandó a sus gentes que detuvieran sus caballos y le dejaran ir solo a la busca y captura de aquella presa. Y con todo el ímpetu de su corcel, se lanzó sobre el hermoso animal salvaje...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0885: pero cuando llegó la 905ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 905ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y con todo el ímpetu de su corcel, se lanzó sobre el hermoso animal salvaje, el cual, comprendiendo que en aquel instante corría su vida gran peligro, dió un salto tremendo, y tras de desviarse rápidamente, se puso fuera del alcance con sus cuatro patas, devorando a su paso la distancia en la llanura. Y Diamante, abandonado a la embriaguez de la carrera, siguió al gamo por el desierto, alejándose de su séquito armado. Y continuó su persecución por arenas y piedras, hasta que al caballo, todo espumeante y sin aliento, le colgó seca la lengua en aquel desierto donde no aparecía huella ni olor de un hijo de Adán, y donde, por toda presencia no había más que la de lo Invisible.

A la sazón había llegado él frente a una colina arenosa que se interponía ante la vista y detrás de la cual había desaparecido el gamo. Y el desesperado Diamante subió a aquella colina, y llegado que fue a la otra vertiente, vió de pronto desarrollarse a sus miradas un espectáculo distinto. Porque, en lugar de la aridez inexorable del desierto, vivía allí una vida de verdor cierto oasis refrescante, entrecruzado de arroyos y adornado con macizos naturales de flores rojas y de flores blancas, comparables al crepúsculo vespertino y al crepúsculo matutino. Y Diamante sintió holgarse su alma y dilatarse su corazón, igual que si estuviese en el jardín de que Rizwán es el guardián alado.

Cuando el príncipe Diamante hubo contemplado la obra admirable de su Creador, y dado de beber por sí mismo a su caballo, en el hueco de la mano, el agua deliciosa del oasis, se levantó y dió expansión a sus miradas para juzgar las cosas al detalle. Y he aquí que vió un trono solitario al abrigo de un árbol añoso cuyas raíces debían llegar hasta las puertas interiores de la tierra. Y en aquel trono estaba sentado un viejo rey, con la cabeza coronada con la corona real y los pies desnudos, reflexionando. Y Diamante le abordó con la zalema, respetuoso. Y el viejo rey le devolvió su zalema, y le dijo: "¡Oh hijo de reyes! ¿a qué obedece el que hayas atravesado el desierto terrible en donde ni siquiera el pájaro puede agitar sus alas y donde la sangre de las alimañas feroces se torna hiel?" Y Diamante le contó su aventura, y añadió: "Y tú, ¡oh venerable rey! ¿puedes decirme el motivo de tu estancia en este sitio rodeado de desolación? Porque tu historia debe ser una historia extraña". Y el viejo rey contestó: "¡Ciertamente, mi historia es extraña y prodigiosa! Pero lo es de tal modo, que más valdría que renunciaras a oírla relatar de mi boca. De no hacerlo así, constituirá para ti un motivo de lágrimas y calamidades". Pero el príncipe Diamante dijo: "Puedes hablar, ¡oh venerable! porque me he criado con leche de mi madre, y soy hijo de mi padre". E insistió mucho para decidirle a que le relatara lo que anhelaba oír.

Entonces el viejo rey, que estaba sentado en el trono debajo del árbol, dijo: "Escucha, pues, las palabras que van a salir de la cáscara de mi corazón. Recógelas y ponlas en la orla de tu traje". Y bajó la cabeza un instante, luego la levantó, y habló así:

"Has de saber ¡oh joven! que antes de mi llegada a este islote perdido en medio del desierto, yo reinaba en las tierras de Babil, en medio de mis riquezas, de mi corte, de mis ejércitos y de mi gloria. Y Alah el Altísimo (¡exaltado sea!) me había concedido una posteridad de siete hijos reales que bendecían a su creador y constituían la alegría de mi corazón. Y todo era paz y prosperidad en mi Imperio, cuando un día mi hijo mayor supo, por boca de un caravanero, que en las comarcas lejanas de Sinn y de Masinn había una princesa, hija del rey Qamús, hijo de Tammuz, la cual se llamaba Mohra, y no tenía par en el mundo; que la perfección de su belleza ennegrecía el rostro de la luna nueva, y que Josef y Zuleikha tenían, ante ella, la oreja horadada por la argolla de la esclavitud. En una palabra, que estaba modelada con arreglo a estos versos del poeta:

¡Es una belleza ladrona de corazones, espléndida por todos lados! ¡Los bucles de sus cabellos son el nardo del jardín de la excelencia, y su mejilla es la rosa lozana!
¡Sus labios tienen a la vez rubíes y azúcar cande!
¡Sus dientes son de una pureza asombrosa, y hasta en la cólera sonríen!
¡Es una belleza ladrona de corazones, espléndida por todos lados!

"Y el caravanero enteró también a mi hijo de que el tal rey Qamús no tenía otra hija que aquella bienaventurada. Y como retoño encantador de la hermosura había llegado a la primavera de su desarrollo, y las abejas empezaban a agruparse junto a su cuerpo florido, se hizo urgente, según la costumbre, reunir, para escoger esposo, a los príncipes de todas las comarcas, siempre que estuviesen en edad de merecer y de ser admitidos. Pero se impuso por toda condición la de que los pretendientes respondieran a una pregunta que les haría la princesa, y que consistía sencillamente en estas palabras:

"¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés?". Y esto era cuanto del pretendiente se reclamaba a modo de viudedad para la princesa, pero con la cláusula de que a aquel que no pudiera contestar satisfactoriamente a la pregunta se le cortaría la cabeza, clavándola en el pináculo del palacio.

"Y he aquí que cuando mi hijo mayor supo estos detalles por boca del caravanero, se abrasó su corazón como carne a la parrilla; y fué a mí vertiendo llanto cual un chaparrón tempestuoso. Estaba decidido a arriesgar su vida. Y gimiendo me pidió permiso de partir, para irse a ver si obtenía a la princesa de los países de Sinn y de Massin. Y aunque yo estaba en extremo asustado de aquella empresa loca, por más que procuré remediar semejante situación, la medicina del aviso no dió resultado en la vehemencia del mar del amor. Y dije entonces a mi hijo: "¡Oh luz de mis ojos! si, a trueque de morir de tristeza, no puedes por menos de ir a las comarcas de Sinn y de Massin, donde reina el rey Qamús, hijo de Tammuz, padre de la princesa Mohra, yo te acompañaré, llevándote a la cabeza de mis ejércitos. Y si el rey Qamus consiente de buen grado en concederme a su hija para ti, todo irá bien; pero de no ser así, ¡por Alah! que haré derrumbarse sobre su cabeza los escombros de su palacio y aventaré su reino. Y de tal suerte la joven se tornará en cautiva tuya y propiedad tuya". Pero parece que mi hijo mayor no encontró de su gusto este proyecto, y me contestó: "No es digno de nosotros, ¡oh padre nuestro! tomar por fuerza lo que no se conceda por persuasión. Es preciso, pues, que vaya yo mismo a dar la respuesta exigida y a contestar a la hija del rey."

"Entonces comprendí mejor que nunca que ninguna criatura puede borrar lo escrito por el Destino, ni siquiera un carácter de las palabras que en el libro de los destinos traza el escriba alado. Y viendo que la cosa estaba así decretada en la suerte de mi hijo, le concedí, no sin muchos suspiros, el permiso de partir. Y acto seguido se despidió él de mí y se fué en busca de su destino.

"Y llegó a las comarcas profundas donde reinaba el rey Qamús, y se presentó en el palacio donde residía la princesa Mohra, y no pudo contestar a la pregunta de que te he hablado, ¡oh extranjero! Y la princesa hizo que le cortaran la cabeza sin piedad, y la mandó clavar en el pináculo de su palacio. Y al tener noticia de ello, lloré todas mis lágrimas de desesperación. Y vestido con trajes de luto, permanecí enterrado con mi dolor durante cuarenta días. Y mis íntimos se cubrieron la cabeza con polvo. Y nos desgarramos la vestidura de la paciencia. Y los gritos de duelo hicieron retemblar todo el palacio con un ruido parecido al de la resurrección.

"Entonces mi segundo hijo produjo en mi corazón con su propia mano la segunda herida penosa, tragando, como su hermano, la bebida de la muerte. Porque, como el mayor, quiso intentar la empresa. Igual ocurrió después a mis otros cinco hijos, que de la propia manera pusiéronse por turno en marcha hacia el camino de la defunción, y perecieron mártires del sentimiento del amor.

"Y mordido incurablemente por el Destino negro, y abatido por un dolor sin esperanza, abandoné la realeza y mi país, y salí errante por el camino de la fatalidad. Y atravesé, como un sonámbulo, llanuras y desiertos. Y llegué, como ves, con la corona a la cabeza y los pies descalzos, al rincón en que estoy esperando la muerte sobre este trono". Cuando el príncipe Diamante oyó este relato del viejo rey. Quedó herido por la flecha del sentimiento torturador, y lanzó suspiros de amor que echaban chispas. Porque, como dice el poeta:

¡El amor se ha insinuado en mí sin que yo haya visto al objeto que lo infunde por el oído solamente!
¡E ignoro lo que ha pasado entre la amiga desconocida y mi corazón!

¡Y esto es lo referente al anciano rey de Babil, que estaba sentado sobre el trono en el oasis, y a su dolorosa historia!

En cuanto a los compañeros de cacería de Diamante, se inquietaron mucho por la desaparición del príncipe, y al cabo de cierto tiempo, a pesar de la orden que les había dado de no seguirle, se pusieron en busca suya, y acabaron por encontrarle cuando salía del oasis. Y llevaba él la cabeza inclinada tristemente sobre el pecho y el rostro atacado de palidez. Y le rodearon, cual las mariposas a la rosa, y le presentaron un caballo de repuesto, rápido en la carrera, un céfiro por la ligereza, pues marchaba más de prisa que la imaginación. Y Diamante confió su primer caballo a las gentes de su séquito, y montó en el que le presentaban, que tenía una silla dorada y unas bridas enriquecidas con perlas. Y llegaron todos sin contratiempo al palacio del rey Schams-Schah, padre de Diamante.

Y en lugar de encontrarse a su hijo con el rostro satisfecho y el corazón dilatado a consecuencia de aquel paseo y de aquella cacería, el rey le halló muy alterado de color y sumido en un océano de pena negra. Porque el amor le había penetrado hasta los huesos, le había tornado débil y sin energías, y al presente le consumía el corazón y el hígado...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0886: y cuando llegó la 906ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 906ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

Porque el amor le había penetrado hasta los huesos, le había tornado débil y sin energías, y al presente le consumía el corazón y el hígado. Y el rey, a fuerza de súplicas y de ruegos, acabó por decidir a su hijo a revelarle la causa de su doloroso estado. Y al descorrerse el velo de aquel camino oculto, el rey besó a su hijo y le estrechó contra su pecho y le dijo: "¡No te importe! refresca tus ojos y calma tu alma cara, pues voy a enviar embajadores míos al rey Qamús, hijo de Tammuz, que reina en las comarcas de Sinn y de Massin, con una carta de mi puño y letra, en que le pediré en matrimonio para ti a su hija Mohra. Y le mandaré, en camellos, fardos de trajes preciosos, joyas valiosas y presentes de todos los colores, dignos de reyes. Y si por desdicha para su vida, el padre de la princesa Mohra no accede a nuestra demanda y con ello se torna en motivo de humillación y de pena para nosotros, enviaré contra él ejércitos de devastación que harán hundirse en sangre su trono y arrojarán al viento su corona. ¡Y de tal suerte nos apoderaremos honorablemente de la bella Mohra la de maneras encantadoras! ".

Así habló, con su trono dorado, el rey Schams-Schah a su hijo Diamante ante los visires, los emires y los ulemas, que aprobaron con la cabeza las palabras reales.

Pero el príncipe Diamante contestó: "¡Oh asilo del mundo! eso no puede hacerse; antes bien, iré yo mismo y daré la respuesta exigida. Y sólo por mis méritos me llevaré a la princesa milagrosa".

Y al oír esta respuesta de su hijo, el rey Schams-Schah empezó a lanzar gemidos dolorosos, y dijo: "¡Oh alma de tu padre! hasta ahora he conservado por ti la claridad de mis ojos y la vida de mi cuerpo, porque tú eres el único consuelo de mi viejo corazón de rey y el único sostén de mi frente. ¿Cómo, pues, puedes abandonarme para correr en pos de una muerte sin remedio?" Y continuó hablando en estos términos para enternecer su corazón. Pero fué en vano. Y para no verle morir de pena reconcentrada ante sus ojos, se vió obligado a dejarle en libertad de partir.

Y el príncipe Diamante montó en un caballo hermoso como un animal feérico, y emprendió el camino que conducía al reino de Qamús. Y su padre y su madre y todos los suyos se retorcieron las manos de desesperación, y quedaron sumidos en el pozo sin fondo de su desolación.

Y el príncipe Diamante recorrió etapa tras etapa, y gracias a la seguridad que le fué escrita, acabó por llegar a la capital profunda del reino de Qamús. Y se encontró frente a un palacio más alto que una montaña. Y en los pináculos de aquel palacio había colgadas millares de cabezas de príncipes y de reyes, unas con su corona y otras desnudas y melenudas. Y en la plaza del meidán se habían armado tiendas de tisú de oro y de raso chino; con cortinas de muselina dorada.

Y cuando hubo contemplado todo aquello, el príncipe Diamante observó que en la puerta principal del palacio estaba colgado un tambor enriquecido de pedrerías, así como el palillo correspondiente. Y sobre el tambor aparecía escrito en letras de oro: "Todo aquel, de sangre real, que desee ver a la princesa Mohra, debe hacer sonar este tambor por medio de este palillo". Y Diamante, sin vacilar, se apeó de su caballo, y fué resueltamente a la puerta consabida. Y tomó el palillo enriquecido de pedrerías, y tocó el tambor con tanta fuerza, que el sonido que sacó de él hizo retemblar toda la ciudad.

Y al punto se presentaron los criados del palacio y condujeron al príncipe a presencia del rey Qamús. Y a la vista de su hermosura, el rey quedó seducido hasta el alma y quiso salvarle de la muerte.

Y entonces le dijo: "¡Ay de tu juventud, oh hijo mío! ¿Por qué quieres perder la vida, como todos los que no pudieron responder a la pregunta de mi hija? Renuncia a esa empresa, ten compasión de ti mismo, y serás mi chambelán. Porque nadie, a no ser Alah el Omnisciente, desentraña los misterios ni puede explicar las ideas fantásticas de una joven".

Y como el príncipe Diamante persistiera en su propósito, el rey Qamús aún le dijo: "Escucha, ¡oh hijo mío! Me duele mucho ver exponerse a esa muerte sin gloria a tan hermoso joven de las comarcas orientales. Por eso te ruego que, antes de afrontar la prueba fatal, reflexiones durante tres días y vuelvas luego a pedir la audiencia que ha de separar tu graciosa cabeza del reino de tu cuerpo". Y le hizo seña de que se retirara.

Y el príncipe Diamante se vió obligado a salir del palacio aquel día. Y para pasar el tiempo, se dedicó a andar por zocos y tiendas, y observó que las gentes de aquel país de Sinn y de Massin estaban llenas de tacto y de inteligencia. Pero se sintió atraído invenciblemente por la morada donde vivía aquella cuya influencia le había atraído desde el fondo de su país como el imán atrae a la aguja. Y llegó ante el jardín del palacio, y pensó que, si conseguía introducirse en aquel jardín, podría atisbar a la princesa y satisfacer su alma con la vista. Pero no sabía cómo arreglarse para entrar sin que le detuviesen los guardias en las puertas, cuando advirtió un canal que iba a desaguarse en el jardín por debajo de la muralla. Y se dijo que bien podría él entrar en el jardín con el agua. Así es que, tirándose de pronto al canal, entró sin dificultad en el jardín. Y se sentó un instante, en un paraje retirado, para que se le secasen al sol las vestiduras.

Entonces se levantó y empezó a pasearse a pasos lentos por entre los macizos. Y admiraba aquel jardín verdeante, bañado por el agua de los arroyos, donde la tierra estaba adornada como un rico en día de fiesta; donde la rosa blanca sonreía a su hermana la rosa roja; donde el lenguaje de los ruiseñores, enamorados de sus amantes, las rosas, era conmovedor como una hermosa música puesta a versos tiernos; donde se manifestaban múltiples bellezas sobre los lechos de flores de los parterres; donde las gotas de rocío, sobre el púrpura de las rosas, eran como las lágrimas de una joven honesta que ha recibido una ligera afrenta; donde los pájaros, ebrios de alegría, cantaban en el vergel todos los cánticos de su gaznate, mientras que, entre las ramas de los cipreses erguidos a orillas del agua, arrullaban las tórtolas, que tienen el cuello adornado con el collar de la obediencia; donde todo era tan perfectamente hermoso, en fin, que los jardines de Irem, en comparación con aquél, sólo hubieran sido un matorral de abrojos.

Y paseándose de aquel modo, con lentitud y precaución, el príncipe Diamante se encontró de pronto, a la vuelta de una avenida, frente a un estanque de mármol blanco, al borde del cual estaba extendido un tapiz de seda. Y en aquel tapiz estaba sentada perezosamente, como una pantera en reposo, una joven tan bella, que a su resplandor brillaba todo el jardín. Y tan penetrante era el aroma de los bucles de sus cabellos, que iba hasta el cielo a perfumar de ámbar el cerebro de las huríes.

Y el príncipe Diamante, a la vista de aquella bienaventurada a quien no podía dejar de mirar, como el hidrópico no puede dejar de beber agua del Eufrates, comprendió que semejante belleza no podía adjudicarse más que a Mohra, aquella por quien millares de almas se sacrificaban como las mariposas en la llama.

Y he aquí que, mientras permanecía él en el éxtasis y la contemplación, una joven del séquito de Mohra se acercó al sitio donde estaba escondido, y se dispuso a llenar con agua del arroyo una copa de oro que llevaba en la mano. Y de improviso la joven lanzó un grito de horror y dejó caer en el agua su copa de oro. Y corriendo temblorosa y con la mano en el corazón, se volvió al lado de sus compañeras. Y éstas la condujeron al punto a presencia de su señora Mohra para que explicase el motivo de su atolondramiento y la caída de la copa en el agua.

Y la joven, que tenía el nombre de Rama de Coral, cuando pudo reprimir un poco los latidos de su corazón, dijo a la princesa: "¡Oh corona de mi cabeza! ¡oh mi señora! estando yo inclinada sobre el arroyo, vi reflejarse en él de repente el rostro tierno de un joven tan hermoso, que no supe si pertenecía a un hijo de los genn o de los hombres. Y en mi emoción, dejé caer de mi mano al agua la copa de oro...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0887: y cuando llegó la 907ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 907ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... reflejarse en él de repente el rostro tierno de un joven tan hermoso, que no supe si pertenecía a un hijo de los genn o de los hombres. Y en mi emoción, dejé caer de mi mano al agua la copa de oro".

Al oír estas palabras de Rama de Coral, la princesa Mohra ordenó que, para comprobar la cosa, fuese en seguida otra de sus mujeres a mirar en el agua. Y al punto corrió al arroyo una segunda joven, y al ver reflejarse el rostro encantador, volvió corriendo, con el corazón abrasado y gimiendo de amor, a decir a su señora: "¡Oh nuestra señora Mohra! ¡no estoy segura, pero creo que esa imagen que se refleja en el agua es de un ángel o de un hijo de los genn! ¡O quizá sea que la propia luna ha bajado al arroyo!"

A estas palabras de su servidora, la princesa Mohra sintió chispear en su alma el tizón de la curiosidad; y en su corazón surgió el deseo de ver por sí misma. Y se irguió sobre sus pies encantadores, y orgullosa a la manera de los pavos reales, se dirigió al arroyo. Y vió la imagen de Diamante. Y se puso muy pálida, y se sintió presa del amor.

Y tambaleándose ya y sostenida por sus mujeres, hizo llamar a toda prisa a su nodriza y le dijo: "Ve ¡oh nodriza! y traéme a ése cuyo rostro se refleja en el agua. ¡Porque si no lo haces, me muero!" Y la nodriza contestó con el oído y la obediencia, y se alejó, mirando a todos lados. Y al cabo de cierto tiempo fué a caer su mirada en el rincón donde estaba escondido el príncipe de cuerpo encantador, el joven de cara de sol, aquel de quien tenían envidia los astros. Y por su parte, al verse descubierto, el hermoso Diamante tuvo de pronto la idea de simular la locura para salvar su vida.

Así es que, cuando la nodriza, que acababa de coger al joven por la mano con todas las precauciones que se toman para tocar las alas de la mariposa, le hubo conducido ante su señora sin par, aquel joven de cara de sol, aquel príncipe de cuerpo encantador, se echó a reír como los insensatos, y empezó a decir: "¡Estoy hambriento y no tengo hambre!" Y a decir también: "¡La mosca se ha convertido en búfalo!" Y a decir también: "¡Una montaña de algodón se ha vuelto de arcilla por efecto del agua!" Y dijo igualmente, poniendo los ojos en blanco: "¡La cera se ha derretido bajo la acción de la nieve; el camello ha comido carbón; el ratón ha devorado al gato!" Y añadió: "¡Yo, y solamente yo, voy a comerme el mundo entero!" Y continuó soltando de tal suerte, sin perder aliento, una porción de palabras sin orden ni concierto y sin ton ni son, hasta que la princesa quedó convencida de su locura.

Entonces, cuando ella hubo admirado la hermosura de él detenidamente, se emocionó su corazón y se turbó su espíritu, y dijo, llena de pena, encarándose con sus servidoras: "¡Ay! ¡qué lástima!" Y tras de pronunciar estas palabras se agitó y se tambaleó como un pollo medio muerto. Porque por primera vez entraba en su seno el amor y producía los efectos habituales.

Al cabo de algún tiempo pudo arrancarse a la contemplación del joven, y dijo tristemente a sus mujeres: "Ya veis que este joven está loco, pues tiene el espíritu habitado por los genn. Y ya sabéis que los locos de Alah son santos muy grandes, y que es tan grave faltar al respeto a los santos como dudar de la misma existencia de Alah o del origen divino del Korán. Hay que dejarle, pues, aquí en toda libertad, a fin de que viva a su gusto y haga lo que quiera. Y no pretenda nadie contrariarle o negarle cualquier cosa que anhele o pida". Luego se encaró con el joven, a quien tomaba por un santón, y le dijo, besándole la mano con religioso respeto: "¡Oh santón venerado! haznos la merced de elegir por morada este jardín y el pabellón que ves en este jardín, donde tendrás cuanto te sea necesario". Y el joven santón, que era el propio Diamante con sus mismos ojos, contestó, abriendo mucho los párpados: "¡Necesario! ¡necesario! ¡necesario!" Y añadió: "¡Nada! ¡nada! ¡nada!"

Entonces le dejó la princesa, tras de inclinarse ante él por última vez, y se marchó edificada y desolada, seguida de sus acompañantas y de la vieja nodriza.

Y, en consecuencia, el joven santón vióse desde entonces rodeado de toda clase de miramientos y cuidados. Y el pabellón que se le cedió para vivienda fué ataviado por las más abnegadas entre las esclavas de Mohra, y desde por la mañana hasta por la noche lo llenaban bandejas cargadas de manjares de todas clases y confituras de todos los colores. Y la santidad del joven sirvió de general edificación al palacio. Y rivalizaban en ir a cuál más pronto a barrer el suelo hollado por él y a recoger los restos de su comida o las recortaduras de sus uñas o cualquier otra cosa semejante para guardarla como amuleto.

Un día entre los días, la joven que se llamaba Rama de Coral, y que era la favorita de la princesa Mohra, entró en el aposento del joven santón, que estaba solo, y se acercó a él, muy pálida y temblorosa de emoción, y abatió la cabeza ante sus plantas humildemente, y lanzando suspiros y gemidos le dijo: "¡Oh corona de mi cabeza! ¡oh dueño de las perfecciones! Alah el Altísimo, autor de la belleza que te distingue, hará más en favor tuyo por mediación mía, si accedes a ello. Mi corazón, que tiembla por ti, está entristecido y se derrite de amor como la cera, porque las flechas de tus miradas lo han atravesado y el dardo del amor lo ha penetrado. Dime, pues, por favor, quién eres y cómo has llegado a este jardín, con objeto de que, conociéndote mejor, pueda yo servirte más eficazmente". Pero Diamante, que temía algún ardid de la princesa Mohra, no se dejó conquistar por las frases suplicantes y las miradas apasionadas de la joven, y continuó expresándose como los que tienen realmente sometido el espíritu al poder de los genn. Y Rama de Coral, gemebunda y suspirante, continuó suplicando al joven y dando vueltas a su alrededor, cual la mariposa nocturna en torno de la llama. Y como él se abstenía siempre de responder concretamente, acabó ella por decirle: "¡Por Alah sobre ti y por el Profeta! ábreme los abanicos de tu corazón y avienta para acá tu secreto. Porque no cabe duda de que guardas un secreto. Y yo tengo un corazón que es un cofrecillo cuya llave se pierde cuando se cierra. ¡Date prisa, pues, en vista del amor por ti que hay ya en ese cofrecillo, a decirme con toda confianza lo que indudablemente tienes que decirme!"

Cuando el príncipe Diamante hubo oído estas palabras de la encantadora Rama de Coral, quedó convencido de que en sus palabras se hacía sentir el olor del amor, y por tanto, no había ningún inconveniente en explicar la situación a aquella encantadora joven. La miró, pues, un momento sin hablar, luego sonrió, y abriendo los abanicos de su corazón, le dijo: "¡Oh encantadora! si llegué hasta aquí después de haber sufrido mil penalidades y de exponerme a grandes peligros, fué únicamente con la esperanza de contestar a la pregunta de la princesa Mohra, que dice así: "¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés?" Por tanto, ¡oh compasiva! si sabes la verdadera respuesta que hay que dar a esta pregunta obscura, dímela, y la sensibilidad de mi corazón trabajará en favor tuyo...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0888: pero cuando llegó la 908ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 908ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"… y la sensibilidad de mi corazón trabajará en favor tuyo". Y añadió: "¡No lo dudes!" Y Rama de Coral contestó: "¡Oh joven insigne! claro que no dudo de la sensibilidad del gamo de tu corazón; pero si quieres que te responda con respecto a la pregunta obscura, prométeme por la verdad de nuestra fe que me tomarás por esposa y en tu reino me pondrás a la cabeza de todas las damas del palacio de tu padre". Y el príncipe Diamante cogió la mano de la joven y la besó y la puso sobre su corazón, prometiéndole los desposorios y el rango que pedía.

Cuando la joven Rama de Coral tuvo esta promesa y esta seguridad del príncipe Diamante, se tambaleó de satisfacción y de contento, y le dijo: "¡Oh capital de mi vida! has de saber que debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra está un negro sombrío. Y el tal negro ha venido a establecer allí su morada, ignorado por todos, excepto por la princesa, después de huir de su país, que es la ciudad de Wakak. Y precisamente ese negro calamitoso es quien ha incitado a nuestra princesa a formular pregunta tan obscura a los hijos de reyes. Por lo tanto, si quieres conocer la verdadera solución del problema es preciso que vayas a la ciudad de Wakak. Y de esta sola manera podrá descubrirse el secreto. ¡Y esto es cuanto sé acerca de la clase de relaciones que hay entre Piña y Ciprés! ¡Pero Alah es más sabio!"

Cuando el príncipe Diamante hubo oído estas palabras de boca de Rama de Coral, dijo para sí: "¡Oh corazón mío! conviene tener un poco de paciencia antes de que se haga para nosotros la claridad detrás de la cortina del misterio. Porque, por el pronto, ¡oh corazón mío! sin duda tendrás que experimentar en esta ciudad del negro, o sea en la ciudad de Wakak, muchas cosas enojosas que te pesarán". Luego se encaró con la joven, y le dijo: "¡Oh caritativa! en verdad que mientras no vaya a la ciudad de Wakak, que es la ciudad del negro, y no penetre el misterio de que se trata, me parecerá que me está prohibido el reposo. Pero si Alah me depara la seguridad y me hace obtener el resultado apetecido, cumpliré entonces tu deseo. Si no lo hago, consiento en no volver a levantar la cabeza hasta el día de la resurrección".

Y tras de hablar así, el príncipe Diamante se despidió de la suspirante, la gemebunda, la sollozante Rama de Coral, y con el corazón derretido, salió del jardín, sin ser visto, y se dirigió al khan en donde había dejado sus efectos de viaje, y montó en un caballo hermoso como un animal feérico, y salió al camino de Alah.

Pero como ignoraba hacia qué lado estaba situada la ciudad de Wakak, y el camino que había que tomar para llegar a ella, por dónde había de pasar para llegar a ella, empezó a girar la cabeza en busca de algún indicio que pudiera orientarle, cuando divisó a un derviche que iba en dirección suya, vestido con un traje verde y calzados los pies con babuchas de cuero amarillo limón, llevando un báculo en la mano, y semejante a Khizr el Guardián, de tan radiante como tenía el rostro y claro el espíritu ante las cosas. Y Diamante fué en busca de aquel derviche venerable, y le abordó con la zalema, apeándose del caballo. Y cuando le devolvió la zalema el derviche, le preguntó el príncipe: "¿Hacia qué lado ¡oh venerable! está situada la ciudad de Wakak, y a qué distancia se halla?" Y el derviche, tras de mirar atentamente al príncipe durante una hora de tiempo, le dijo: "¡Oh hijo de reyes! abstente de aventurarte en un camino sin salida y en una ruta espantosa. Renuncia a tan loco proyecto, y ocúpate en otra tarea, porque, aunque te pasaras toda la vida en busca de ese camino, no encontrarías ni vestigios de él. ¡Además, al querer ir a la ciudad de Wakak, entregas, al viento de la muerte, tu existencia y tu vida cara!" Pero el príncipe Diamante le dijo: "¡Oh respetable y venerado jeique! el asunto que me mueve es un asunto decisivo, y mi propósito es un propósito tan importante, que prefiero sacrificar mil vidas como la mía antes que renunciar a ello. Así, pues, si sabes algo referente a ese camino, sírveme de guía como Khizr el Guardián".

Cuando el derviche vió que Diamante en manera alguna desistía de su idea, no obstante los útiles consejos de todas clases que seguía dándole, le dijo: "¡Oh joven bendito! sabe que la ciudad de Wakak está situada en el centro de la montaña Kaf, allí donde los genn, los mareds y los efrits habitan por dentro y fuera. Y para llegar allá hay tres caminos: el de la derecha, el de la izquierda y el del medio; pero es preciso ir por el camino de la derecha, y no por el de la izquierda, como tampoco debe intentarse tomar el de en medio. Además, cuando hayas viajado un día y una noche, y aparezca la verdadera aurora, verás un minarete en el cual se encuentra una losa de mármol con una inscripción en caracteres kúficos. Hay que leer esa inscripción precisamente. ¡Y tendrás que ajustar tu conducta a esa lectura!"

Y el príncipe Diamante dió gracias al anciano y le besó la mano. Luego volvió a montar en su caballo y emprendió el camino de la derecha, que debía conducirle a la ciudad de Wakak.

Y anduvo por aquel camino un día y una noche, y llegó al pie del minarete que le indicó el derviche. Y vió que el minarete era tan grande como el firmamento cerúleo. Y estaba empotrada en él una losa de mármol grabada con caracteres kúficos. Y decían así los tales caracteres: "Los tres caminos que tienes ante ti ¡oh caminante! Conducen todos al país de Wakak. Si tomas el de la izquierda, experimentarás gran número de vejaciones. Si tomas el de la derecha, te arrepentirás. Si tomas el de en medio, te ocurrirá algo espantoso".

Cuando hubo descifrado esta inscripción y comprendido todo su alcance, el príncipe Diamante cogió un puñado de tierra, y echándola por la abertura de su traje, dijo: "¡Que yo me vea reducido a polvo, pero que llegue a la meta!" Y se acomodó de nuevo en la silla, y sin vacilar, tomó por el más peligroso de los tres caminos, el de en medio. Y anduvo por él resueltamente un día y una noche. Y a la mañana, se ofreció a su vista un ancho espacio que estaba cubierto de árboles con ramas que llegaban hasta el cielo. Y los árboles estaban dispuestos en hilera para servir de límite y abrigo contra el viento salvaje a un jardín verdeante. Y la puerta de aquel jardín aparecía cerrada por un bloque de granito. Y para guardar aquella puerta y aquel jardín había un negro cuyo rostro daba un tinte sombrío a todo el jardín y a quien robaba sus tinieblas la noche sin luna. Y aquel producto de brea era gigantesco. Su labio superior se alzaba muy por encima de sus narices, que tenían forma de berenjena, y el labio de abajo le caía hasta el cuello. Llevaba al pecho una muela de molino que le servía de escudo; y una espada de hierro chino iba sujeta a su cinturón, que lo constituía una cadena de hierro tan gorda, que por cada uno de sus anillos hubiera podido pasar con toda facilidad un elefante de guerra. Y en aquel momento, el tal negro estaba echado cuán largo era sobre pieles de animales, y de su ancha boca abierta salían ronquidos hijos del trueno.

Y el príncipe Diamante echó pie a tierra sin conmoverse, ató la brida de su caballo a la cabecera del negro, y retirando la puerta de granito, entró en el jardín.

Y el aire de aquel jardín era tan excelente, que las ramas de los árboles se balanceaban como personas ebrias. Y debajo de los árboles pacían gamos grandes que llevaban sujetos a sus cuernos adornos de oro guarnecidos de pedrerías, cubriéndoles los lomos un ropaje bordado y llevando atados al cuello pañuelos de brocado. Y todos aquellos gamos, con sus patas delanteras y sus patas traseras, con sus ojos y sus cejas, se pusieron a hacer señas expresivas a Diamante para que no entrase. Pero Diamante, sin tener en cuenta sus advertencias, y antes bien, pensando que aquellos gamos sólo agitaban así sus ojos, sus cejas y sus extremidades para manifestarle el gusto que tenían en recibirle, empezó a circular tranquilamente por las avenidas de aquel jardín.

Y paseándose de tal modo, acabó por llegar a un palacio al que no habría igualado el del Kessra o el de Kaissar. Y la puerta de aquel palacio estaba entreabierta como el ojo del amante. Y por la abertura de aquella puerta se mostraba una cabeza encantadora de jovenzuela, que era feérica y que habría hecho retorcerse de envidia a la luna nueva. Y aquella cabecita, cuyos ojos avergonzarían a los del narciso, miraba a un lado y a otro, sonriendo.

Pero, en cuanto advirtió a Diamante, quedó estupefacta a la vez que rendida a su hermosura. Y permaneció algunos instantes en aquel estado; luego le devolvió la zalema, y le dijo: "¿Quién eres, ¡oh joven lleno de audacia! que te permites penetrar en este jardín donde ni los pájaros se atreven a agitar sus alas?"

Así habló a Diamante la joven, que se llamaba Latifa y era bella hasta constituir el alboroto del tiempo...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0889: pero cuando llegó la 909ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 909ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Así habló a Diamante la joven, que se llamaba Latifa y era bella hasta constituir el alboroto del tiempo. Y Diamante se inclinó hasta besar la tierra entre sus manos, y tras de incorporarse luego, contestó: "¡Oh retoño del jardín de la perfección! ¡oh mi señora! ¡soy Fulano, hijo de Mengano, y he venido aquí para tal y cual cosa!" Y le contó su historia desde el principio hasta el fin, sin omitir un detalle. Pero no hay utilidad de repetirla.

Y Latifa, cuando oyó su historia, le cogió de la mano y le hizo sentarse al lado de ella en la alfombra tendida bajo la parra trepadora de la entrada. Luego, empleando palabras dulces, le dijo: "¡Oh ciprés ambulante del jardín de la belleza! ¡lástima de juventud la tuya!" Después dijo: "¡Qué malhadada idea tuviste! ¡qué proyecto tan difícil de ejecutar meditaste! ¡cuántos peligros corres!" Y aun dijo: "Hay que renunciar a eso, si en algo estimas tu alma cara. Y quédate aquí conmigo; a fin de que tu mano bendita acaricie el cuello de mi deseo. Porque la unión con una hermosa que tiene cara de hada, como yo, es más deseable que la busca de lo desconocido". Pero Diamante contestó: "Mientras no vaya a la ciudad de Wakak y no resuelva el problema que me trae, a saber: "¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés?", me están prohibidos los placeres y la dicha. Pero cuando haya ejecutado mi proyecto, ¡oh encantadora! pondré el collar de la unión al cuello de tu deseo, casándome contigo". Y Latifa suspiró, diciendo: "¡Oh corazón abandonado! Luego hizo seña de que se acercaran a unas escanciadoras con mejillas de rosa. E hizo llegar a unas jóvenes cuya contemplación asombraba al sol y a la luna, y cuyos cabellos ondulados hacían experimentar una torsión involuntaria a los corazones de los amantes. Y circularon las copas de bienvenida para festejar al huésped encantador con música y cánticos. Y las delicias de las mujeres, unidas a las de la armonía, seducían y arrebataban los corazones, fuesen abiertos o cerrados. Pero, cuando se vaciaron las copas, el príncipe Diamante se irguió sobre ambos pies para despedirse de la jovenzuela. Y le dijo, después de formularle sus votos y darle las gracias: "¡Oh princesa del mundo! tengo que despedirme de ti ahora; porque ya sabes que el camino que he de recorrer es largo, y si permaneciese un momento más, el fuego de tu amor prendería llamas en las mieses de mi alma. Pero si Alah quiere; cuando logre mi propósito volveré a cortar aquí las rosas del deseo y a apagar la sed de mi sediento corazón".

Cuando la jovenzuela vió que el príncipe Diamante, por quien se abrasaba, persistía en su resolución de abandonarla, se irguió también sobre ambos pies, y cogió un báculo en forma de serpiente, sobre el cual murmuró algunas palabras en una lengua incomprensible. Y de improviso lo enarboló y con él golpeó en el hombro al príncipe de modo tan violento, que le hizo girar sobre sí mismo por tres veces y caer a tierra para perder al punto su figura humana. Y se convirtió en un gamo entre los gamos.

Y en seguida Latifa hizo que le pusiesen en los cuernos adornos semejantes a los que llevaban los otros gamos, y le ató al pescuezo un pañuelo de seda bordada, y le soltó por el jardín, gritándole: "¡Vete con tus semejantes, ya que no has querido a una hermosa con cara de hada!" Y Diamante el gamo echó a andar con sus cuatro patas, animal por la forma, pero semejante a los hijos de Adán en cualidades interiores y en las sensaciones.

Y caminando así con sus cuatro patas por las avenidas donde erraban los demás animales metamorfoseados, Diamante el gamo se dedicó a reflexionar profundamente acerca de su nueva situación y del modo de recobrar su libertad y evadirse de las manos de aquella hechicera. Y vagando de tal suerte, llegó a un rincón del jardín en que la tapia era mucho más baja que en ningún sitio. Y tras de elevar su alma hacia el dueño de los destinos, tomó impulso y franqueó la tapia de un salto. Pero no tardó en advertir que seguía encontrándose en el mismo jardín, exactamente igual que si no hubiese franqueado la tapia; y entonces se convenció de que continuaban los efectos del encanto. Por otra parte, saltó la tapia de la propia manera siete veces seguida; pero sin mejor resultado, pues siempre se encontraba en el mismo sitio. Entonces llegó a los límites extremos su perplejidad, y el sudor de la impaciencia transpiró en sus cascos. Y dedicóse a ir y venir a lo largo de la tapia, como haría un león encerrado, hasta que se encontró frente a una abertura en forma de ventana abierta en la tapia y que había permanecido invisible a sus miradas. Y se deslizó por aquella abertura, y tras de mil trabajos se encontró fuera del recinto del jardín aquella vez.

Y fué a parar a un segundo jardín que perfumaba el cerebro con su buen olor. Y se le apareció un palacio al final de las avenidas de aquel jardín. Y en una ventana de aquel palacio vió una joven y encantadora cara con tiernos colores de tulipán, cuyas pupilas habrían dado envidia a la gacela de China. Sus cabellos, color de ámbar, habían retenido todos los rayos del sol, y su tez era de jazmín persa. Y la joven mantenía erguida la cabeza, y sonreía en dirección a Diamante.

Cuando Diamante el gamo estuvo muy próximo a su ventana, ella se levantó a toda prisa y bajó al jardín. Y arrancó algunos puñados de hierba, y como para atraerle e impedirle que huyera al acercársele, le tendió la hierba desde lejos muy cariñosamente, chasqueando la lengua. Y Diamante el gamo, que no esperaba otra cosa que ver cómo salía de aquel segundo paso, se acercó a la joven, acudiendo como los animales hambrientos. Y al punto la joven, que se llamaba Gamila, y que era hermana de padre de Latifa, pero no de la misma madre, cogió el cordón de seda que llevaba al cuello el príncipe gamo y lo utilizó de ronzal para conducirle al interior del palacio. Y se apresuró a ofrecerle frutas y refrescos exquisitos. Y bebió él hasta que estuvo harto.

Y hecho lo cual, inclinó la cabeza y la apoyó en el hombro de la joven, y se echó a llorar. Y Gamila, muy conmovida al ver que de tal suerte fluían lágrimas de los ojos de aquel gamo, le acarició delicadamente con su dulce mano. Y al sentir que le compadecía, el gamo humilló su cabeza a los pies de la joven, y lloró aún más. Y ella dijo: "¡Oh gamo mío querido! ¿por qué lloras? ¡te quiero más que a mí misma!" Pero él redobló en su llanto y lagrimeo, y restregó su cabeza contra los pies de la dulce y compasiva Gamila, que a la sazón comprendió, sin género de duda, que le suplicaba le devolviese su figura humana.

Entonces, aunque tenía mucho miedo a su hermana mayor, la maga Latifa, se levantó ella y cogió de un agujero del muro una cajita enriquecida con pedrerías. Y acto seguido hizo las abluciones rituales, se puso siete trajes de lino recién planchados y tomó de la cajita un poco del electuario que contenía...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0890: pero cuando llegó la 910ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 910ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y acto seguido hizo las abluciones rituales, se puso siete trajes de lino recién planchados y tomó de la cajita un poco del electuario que contenía. Y dió de comer al gamo aquel electuario. Y en el mismo momento le tiró con fuerza del cordón mágico que le rodeaba el cuello. Y al punto el gamo dió una sacudida, y abandonando su forma de animal, recobró su apariencia de hijo de Adán.

Luego fué a besar la tierra entre las manos de la joven Gamila, y en acción de gracias, le dijo: "He aquí ¡oh princesa! que me has salvado de las garras de la desdicha y me has devuelto mi vida de ser humano. ¿Cómo podría, pues, mi lengua darte gracias con arreglo a tus méritos, cuando todos los pelos de mi cuerpo celebran con alabanzas tu benevolencia y tu generosidad, ¡oh bienhechora!?" Pero Gamila se apresuró a ayudarle a incorporarse, y después de ponerle vestiduras reales, le dijo: "¡Oh joven príncipe cuya blancura se manifiesta a través de tus vestidos y cuya belleza ilumina nuestra morada y este jardín! ¿quién eres y cuál es tu nombre? ¿Qué motivo nos hace el honor de tu venida y cómo has sido preso en las redes de mi hermana Latifa?"

Entonces el príncipe Diamante contó a su libertadora toda su historia. Y cuando hubo acabado de hablar él, le dijo ella: "¡Oh Diamante! renuncia, por favor, a la idea peligrosa y sin fruto que te asalta. y no expongas a los poderes desconocidos tu juventud encantadora y tu vida que tan preciosa es. Porque está fuera de toda sabiduría el exponerse a perecer sin motivo. Mejor será que te quedes aquí y llenes la copa de tu vida, con el vino de la voluptuosidad. ¡Porque aquí me tienes dispuesta a servirte conforme a tu deseo, y a poner tu bienestar por encima del mío, obedeciéndote como un niño a la voz de su madre!" Y Diamante contestó: "¡Oh princesa! el agradecimiento que hacia ti siento pesa tanto sobre las alas de mi alma, que sin tardanza debería hacer con mi piel sandalias y calzarlas en tus pequeños pies. Porque me has revestido con la vestidura de la forma humana, sacándome de mi piel de gamo y librándome de los artificios de la hechicería de tu hermana. Pero, hoy por hoy, si tu generosidad quiere llegar hasta mí, te suplico que me concedas sin tardanza licencia por algunos días, a fin de que consiga yo realizar mi deseo. Y cuando, merced a la seguridad que espero de Alah el Altísimo, regrese de la ciudad de Wakak, únicamente me ocuparé de darte gusto y de volver a ver tus pies mágicos. Y con ello no haré más que cumplir los deberes de un corazón que sabe el agradecimiento".

Cuando la joven vió que Diamante, a pesar de que ella seguía insistiendo para ablandarle, no accedía a lo que le proponía ella, y permanecía apegado a su idea desesperante, no pudo por menos de permitirle partir. Así es que, lanzando quejas, suspiros y gemidos, le dijo: "¡Oh ojos míos! ¡ya que nadie puede rehuir el destino que lleva atado al cuello, y puesto que tu destino es abandonarme a raíz de nuestro encuentro, quiero darte, para ayudarte en tu empresa, asegurar tu regreso y resguardar tu alma cara, tres cosas que me tocaron en herencia!" Y cogió un cajón que había en otro agujero del muro, lo abrió y sacó de él un arco de oro con sus flechas, una espada de acero chino y un puñal con el puño de jade, y se los entregó a Diamante, diciéndole: "Este arco y sus flechas han pertenecido al profeta Saleh (¡con él la plegaria y la paz!). Esta espada que es conocida bajo el nombre de Escorpión de Soleimán, es tan excelente que si se golpeara con ella una montaña la partiría como jabón. Y por último, este puñal, fabricado en otro tiempo por el sabio Tammuz, es inapreciable para quien lo posee, porque preserva de todo ataque la virtud oculta en su hoja". Luego añadió: "Sin embargo, ¡oh Diamante! no podrás llegar a la ciudad de Wakak, que está separada de nosotros por siete océanos, como no te ayude mi tío Al-Simurg. Por eso acerco mis labios a tu oído para que escuches bien las instrucciones que van a salir de ellos en tu honor". Y se calló un momento, y dijo: "Has de saber, en efecto, ¡oh amigo Diamante! que a una jornada de marcha de aquí hay una fuente; y muy cerca de esa fuente se encuentra el palacio de un rey negro llamado Tak-Tak. Y este palacio de Tak-Tak está guardado por cuarenta etíopes sanguinarios, cada uno de los cuales manda un ejército de cinco mil negros feroces. Pero el tal rey Tak-Tak, será benévolo contigo a causa de los objetos de que te hago entrega; e incluso se portará contigo muy amistosamente, aunque de ordinario acostumbra a mandar asar a los transeúntes del camino y a comérselos sin pan ni condimentos. Y permanecerás dos días en su compañía. Tras de lo cual hará que te acompañen al palacio de mi tío Al-Simurg, gracias al cual acaso puedas llegar a la ciudad de Wakak y resolver el problema de la clase de relaciones que hay entre Piña y Ciprés". Y como conclusión, dijo: "¡Sobre todo, oh Diamante, guárdate bien de desviarte ni en un pelo siquiera de lo que te digo!" Luego le besó, llorando, y le dijo: "Y ahora que a causa de tu ausencia mi vida se convierte en desdicha para mi corazón, hasta tu regreso no sonreiré más, no hablaré más y abriré sin cesar a mi espíritu la puerta de la tristeza. De mi corazón se elevarán suspiros constantemente, y ya no tendré noticias de mi cuerpo. Porque, sin fuerza y sin sostén interior, mi cuerpo no será en lo sucesivo más que el espejo de mi alma". Luego se puso a recitar estas estrofas:

¡No rechaces mi corazón lejos de esos ojos de quienes está enamorado el narciso!
¡Oh abstemio! ¡no se deben desoír las quejas de los beodos, sino conducirlos de nuevo a la taberna!
¡Mi corazón no podrá librarse del ejército de tu bozo; y como una rosa rota, la abertura de mi traje no podrá zurcirse!
¡Oh tiránica belleza! ¡oh hermoso, moreno y encantador! ¡mi corazón yace a tus pies de jazmín!
¡Mi corazón de muchacha sencilla, en la tierna edad de la adolescencia, yace a los pies del raptor de corazones!

Después la joven dijo adiós a Diamante, invocando sobre él las bendiciones y deseándole la seguridad. Y se apresuró a entrar de nuevo en el palacio para ocultar las lágrimas que le cubrían el rostro.

En cuanto a Diamante, se marchó, montado en su caballo hermoso como un hijo de los genn, y prosiguió su camino, etapa tras de etapa, preguntando por la ciudad de Wakak.

Y cabalgando de este modo acabó por llegar sin contratiempo a una fuente. Aquella era precisamente la fuente de que le había hablado la joven. Y allí era donde se alzaba el castillo fortificado del rey de los negros, el terrible Tak-Tak. Y Diamante vió que, en efecto, las cercanías del castillo estaban guardadas por etíopes de diez codos de altos, con caras espantosas...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0891: y cuando llegó la 911ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 911ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... el castillo fortificado del rey de los negros el terrible Tak-Tak. Y Diamante vió que, en efecto, las cercanías de aquel castillo estaban guardadas por etíopes de diez codos de alto, con caras espantosas. Y sin dejar que el temor invadiera su pecho, ató su caballo a un árbol que había junto a la fuente, y se sentó a la sombra para descansar. Y oyó que los negros decían entre sí: "Vaya, por fin, después de tanto tiempo, viene un ser humano a abastecernos de carne fresca. Apoderémonos de esa presa, a fin de que nuestro rey Tak-Tak se endulce con ella la boca y el paladar". Y acto seguido, diez o doce etíopes de los más feroces avanzaron hacia Diamante para apoderarse de él y presentárselo en el asador a su rey.

Cuando Diamante vió que su vida estaba realmente en peligro, sacó de su cinto la espada salomónica, y abalanzándose sobre sus agresores, expidió a gran número de ellos por la llanura de la muerte. Y cuando aquellos hijos del infierno llegaron a su destino, se enteró por correo de la noticia el rey Tak-Tak, quien, montando en roja cólera, envió al punto, para que se apoderase del audaz, al jefe de los negros, el embetunado Mak-Mak. Y el tal Mak-Mak, que era una calamidad reconocida, se puso a la cabeza del ejército de embetunados, cayendo como la irrupción de un enjambre de aberrojos. Y de sus ojos salía la muerte negra, buscando víctimas.

Al ver aquello, el príncipe Diamante se irguió sobre ambos pies, y le esperó, firme de piernas. Y silbando como una víbora cornuda, y mugiendo con sus anchas narices, el calamitoso Mak-Mak fué derecho a Diamante, blandiendo su maza destructora de cabezas, y la hizo voltear de tal manera, que retembló el aire. Pero, en aquel mismo momento, el bienamado Diamante alargó su brazo armado con el puñal de Tammuz, y rápido como el relámpago, clavó la hoja en el costado del gigante etíope, e hizo beber de un trago la muerte a aquel hijo de mil cornudos. Y al punto se acercó el ángel de la muerte a aquel maldito, llevándoselo a su última morada.

En cuanto a los negros del séquito de Mak-Mak, cuando vieron a su jefe caer al suelo más ancho que largo, echaron a correr y volaron como los pajarillos ante el Padre de pico gordo. Y Diamante les persiguió, y mató a los que mató.

Cuando el rey Tak-Tak se enteró de la derrota de Mak-Mak, la cólera invadió sus narices tan violentamente, que ya no pudo él distinguir su mano derecha de su mano izquierda. Y su estupidez le incitó a ir a atacar por sí mismo al jinete de los precipicios y barrancos, corona de los jinetes, a Diamante. Pero, a la vista del héroe rugiente, el hijo negro de la impúdica de nariz gorda sintió aflojársele los músculos, revolverse el saco del estómago y pasar sobre su cabeza el viento de la muerte. Y Diamante, tomándole de blanco, y disparando sobre él una de las flechas del profeta Saleh (¡con él la plegaria y la paz!), le hizo tragar el polvo de sus talones, y de una vez envió a un alma a habitar los lugares fúnebres donde se ha aposentado la Alimentadora de buitres.

Tras de lo cual Diamante hizo papilla a los negros que rodeaban a su rey muerto, y abrió un camino recto a su caballo por entre sus cuerpos sin alma. Y de tal suerte llegó vencedor a la puerta del palacio en que había reinado Tak-Tak. Y llamó en la puerta como un amo que llamara en su propia morada. Y la que salió a abrirle era una reina a quien había quitado su trono y su herencia aquel Tak-Tak de mal agüero. Y era una joven semejante a la gacela asustada, y cuya faz era tan picante, que derramaba sal sobre la herida del corazón de los amantes. Y si no había ido más allá para salir al encuentro de Diamante, en verdad que era porque la pesadez de las caderas que colgaban de su talle frágil se lo habían impedido, y porque su trasero, adornado de diversos hoyuelos, era tan notable y bendito, que no podía ella moverlo a su antojo, pues le temblaba su propio impulso, como la leche cuajada en la escudilla del beduino y como la salsa de membrillo en medio de la bandeja perfumada con benjuí.

Y recibió a Diamante con efusiones propias de una cautiva para con su libertador. Y quiso hacerle sentar en el trono del rey difunto; pero Diamante se negó, y cogiéndole la mano, la invitó a subir por sí misma al trono que Tak-Tak arrebató a su padre. Y no le pidió nada a cambio de tantos beneficios. Entonces subyugada por su generosidad, ella le dijo: "¡Oh hermoso! ¿a qué religión perteneces para hacer así el bien sin esperanza de recompensa?" Y Diamante contestó: "¡Oh princesa! ¡mi fe es la fe del Islam, y su creencia es mi creencia!" Y ella le preguntó: "¿Y en qué consisten ¡oh mi señor! esa fe y esa creencia?" El contestó: "Consisten sencillamente en atestiguar la Unidad con la profesión de fe que nos ha sido revelada por nuestro Profeta (¡con El la plegaria y la paz!)" Y ella preguntó: "¿Y puedes hacerme la merced de revelarme a tu vez esa profesión de fe que torna tan perfectos a los hombres?" El dijo: "Consiste en estas únicas palabras: "No hay más Dios que Alah, y Mahomed es el enviado de Alah!" Y quienquiera que la pronuncie con convicción, en aquella hora y en aquel instante queda ennoblecido con el Islam. ¡Y aunque sea el último de los descreídos, al punto se torna en igual del más noble de los musulmanes!" Y cuando hubo oído estas palabras, la princesa Aziza sintió que su corazón se conmovía con la verdadera fe; y levantó la mano espontáneamente, y llevando el índice a la altura de sus ojos, pronunció la schehada, y al punto se ennobleció con el Islam ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0892: y cuando llegó la 912ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 912ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... levantó la mano espontáneamente, y llevando el índice a la altura de sus ojos, pronunció la schehada, y al punto se ennobleció con el Islam. Tras de lo cual dijo a Diamante: "¡Oh mi señor! ahora que me has hecho reina y que me veo iluminada en la vida de la rectitud, heme aquí entre tus manos dispuesta a servirte con mis ojos y a ser una esclava entre las esclavas de tu harén. ¿Quieres, pues, haciéndome favor con ello, aceptar por esposa a la reina de este país y vivir con ella en donde te plazca, llevándola de séquito en la aureola de tu belleza?" Y Diamante contestó: "¡Oh mi señora! tan querida eres para mí como mi propia vida; pero en este momento me requiere un asunto muy importante, por el cual abandoné padre, morada, reino y país. Y hasta puede que mi padre, el rey Schams-Schah, a la hora de ahora me llore como muerto o peor todavía. Y no obstante, es preciso que yo vaya adonde me espera mi destino, a la ciudad de Wakak. Y a mi vuelta, ¡inschalah! me casaré contigo, y te llevaré a mi país, y me refocilaré con tu belleza. Pero, por el momento, deseo saber de ti, si lo sabes, dónde se halla Al-Simurg, tío de la princesa Latifa. Porque sólo ese Al-Simurg podrá guiarme a la ciudad de Wakak. Pero ignoro su morada, no sé siquiera quién es, ni si es un genio o un ser humano. Así, pues, si tienes algunas referencias del tío de Gamila, el precioso Al-Simurg, date prisa a participármelas, a fin de que vaya yo en busca suya. Y eso es cuanto te pido por el momento, ya que deseas serme agradable".

Cuando la reina Aziza enteróse del proyecto de Diamante, se apenó en el corazón y se afligió en extremo. Pero al ver que ni sus lágrimas ni sus suspiros podían disuadir de su resolución al joven príncipe, se levantó de su trono, y cogiéndole de la mano, le condujo en silencio por las galerías del palacio y salió con él al jardín.

Y era un jardín semejante a aquel de quien Rizwán es el guardián alado. Un seto de rosas formaban las avenidas, y el céfiro, que pasaba por encima de aquellas rosas y parecía aventar almizcle, perfumaba el olfato y embalsamaba el cerebro. Allí entreabríase el tulipán embriagado con su propia sangre, y el ciprés se agitaba con todos sus susurros para alabar a su manera el canto cadencioso del ruiseñor. Allí corrían los arroyos como niños risueños, al pie de las rosas, que hacían rimar con ellos sus capullos. Y arrastrando tras ella sus pesados esplendores, a despecho de su talle frágil, que sucumbía bajo tan considerable carga, la princesa Aziza llegó de tal modo con Diamante al pie de un árbol corpulento cuya generosa sombra protegía en aquel momento el sueño de un gigante. Y aproximó sus labios al oído de Diamante, y le dijo en voz baja: "Ese que ves aquí acostado es precisamente el que buscas, el tío de Gamila, Al-Simurg el Volador. Si, cuando salga él de su sueño, quiere tu suerte que abra el ojo derecho antes que el ojo izquierdo, es que le satisface verte, y comprendiendo por tus armas que te envía la hija de su hermano, hará por ti lo que le pidas. Pero si, por tu mala suerte y tu irremediable destino, es su ojo izquierdo el que primero se abra a la luz, estás perdido sin remedio; porque se apoderará de ti, a pesar de tu valentía, y alzándote del suelo con la fuerza de su brazo, te tendrá suspendido como el pajarillo en las garras del halcón, ¡y te estrellará contra el suelo, pulverizando tus huesos encantadores, ¡oh querido mío! y haciendo entrar en su anchura la longitud de tu cuerpo deseable!" Luego añadió: "¡Y ahora, que Alah te guarde y te conserve y te acelere tu regreso al lado de una enamorada a quien ya asaltan los sollozos por tu ausencia!"

Y le dejó para alejarse a toda prisa con los ojos llenos de lágrimas y las mejillas semejantes a flores de granado.

Y Diamante esperó, durante una hora de tiempo, a que el gigante Al-Simurg el Volador saliese de su ensueño. Y pensaba para su ánima: "¿Por qué se llamará el Volador este gigante? ¿Y cómo, siendo tan gigantesco, puede elevarse sin alas por el aire y moverse de otra manera que un elefante?" Luego, perdiendo la paciencia al ver que Al-Simurg continuaba roncando debajo del árbol con un ruido semejante precisamente al que produciría un rebaño de elefantes pequeños, se inclinó y le hizo cosquillas en la planta de los pies. Y con aquel contacto, el gigante se convulsionó de pronto y batió el aire con sus piernas, lanzando un cuesco espantoso. Y en el mismo momento abrió ambos ojos a la vez...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0893: y cuando llegó la 913ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 913ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... se convulsionó de pronto y batió el aire con sus piernas, lanzando un cuesco. Y en el mismo momento abrió ambos ojos a la vez. Y vió al joven príncipe y comprendió que era el autor de la trastada hecha en su pie cosquilleado. Así es que, alzando la pierna, le soltó en pleno rostro una pedorrera que duró una hora de tiempo y que envenenaría a todos los seres animados en cuatro parasangas a la redonda. Y sólo gracias a la virtud que tenían las armas de que era portador, pudo Diamante escapar de aquel soplo infernal.

Y cuando el gigante Al-Simurg hubo agotado su provisión, se sentó sobre su trasero, y mirando al joven con estupefacción, le dijo: "¡Cómo! ¿Es que no te has muerto del efecto que produce mi trasero, ¡oh ser humano!?" Y así diciendo, le miró atentamente, y vió las armas de que era portador el joven. Entonces se irguió sobre ambos pies y se inclinó ante Diamante, y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡Dispensa mi comportamiento! Pero si hubieras hecho que algún esclavo me avisara de tu llegada, habría yo cubierto con mis propios pelos el suelo que tenías que pisar. Espero, pues, que no me guardarás rencor en tu corazón por lo que de mi parte ha sido involuntario y sin intención maligna. Así, pues, hazme el favor de decirme qué asunto tan importante es el que te ha impulsado a venir hasta este lugar, adonde no pueden llegar ni seres humanos ni animales. Apresúrate ya a explicármelo, a fin de que yo obre en favor tuyo, si es posible, y lleve a buen término tu empresa".

Y tras de manifestar a Al-Simurg su simpatía, Diamante le contó toda su historia, sin omitir un detalle. Luego le dijo: "Y he venido hasta ti ¡oh Padre de los Voladores! sólo para tener tu ayuda Y llegar hasta la ciudad de Wakak, surcando los océanos infranqueables".

Cuando Al-Simurg hubo oído el relato de Diamante, se llevó la mano al corazón, a los labios y a la frente, y contestó: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos". Luego añadió: "Vamos a partir sin tardanza para la ciudad de Wakak; pero antes he de preparar mis provisiones de boca. Para lo cual, voy a cazar asnos salvajes de los que pueblan la selva, y me apoderaré de algunos para hacer kababs con su carne y odres con su pellejo. Y cuando ambos estemos provistos de cosas tan necesarias, tú te montarás a caballo en mis hombros, y echaré a volar contigo. Y así te pasaré por los siete océanos. Y cuando yo esté debilitado por la fatiga, me darás kababs y agua, hasta que lleguemos á la ciudad de Wakak".

Y de acuerdo con su discurso, al punto púsose a cazar, y cogió siete asnos salvajes, uno para la travesía de cada océano, e hizo los kababs y los odres consabidos. Luego volvió al lado de Diamante y le hizo montar en sus hombros tras de llenar con los kababs de los asnos salvajes unas alforjas que se había pasado al cuello, tras de cargarse los siete odres llenos de agua de manantial.

Cuando Diamante se vió montado de tal modo a hombros del gigante Al-Simurg, dijo para sí: "¡Este gigante, que es mayor que un elefante, pretende volar conmigo sin alas por los aires! ¡Por Alah, que es cosa prodigiosa y de la que no oí hablar nunca!" Y mientras reflexionaba de este modo, oyó de pronto un ruido como el que produce el viento al pasar por el intersticio de una puerta, y vió que el vientre del gigante se inflaba a ojos vistas y alcanzaba en seguida las dimensiones de una cúpula. Y aquel ruido de viento a la sazón se hizo semejante al de un fuelle de herrero, a medida que se inflaba el vientre del gigante. Y de pronto Al-Simurg golpeó el suelo con el pie, y en un instante se remontó con su carga por encima del jardín. Luego continuó subiendo por el cielo, haciendo maniobrar sus piernas como un sapo en el agua. Y llegado que fué a una altura conveniente, tomó en línea recta hacia Occidente. Y cuando, a pesar suyo, sentía que no iba bien y estaba a más altura de la que deseaba, soltaba uno o dos o tres o cuatro cuescos de fuerza y duración variadas. Y cuando, por el contrario, a consecuencia de esta pérdida, se le desinflaba el vientre, aspiraba aire con todas sus aberturas superiores, o sea boca, nariz y oídos. Y al punto se remontaba por el cielo cerúleo, y seguía en línea recta con la rapidez del ave.

Y viajaron de tal suerte como pájaros, cerniéndose por encima de las aguas, y franqueando uno tras otro los océanos. Y cada vez que surcaban uno de los siete mares, bajaban a descansar un momento en tierra firme para comer kababs de asno salvaje y beber agua de los odres. Al propio tiempo, el gigante renovaba su provisión de fuerzas volátiles, acostándose unas horas para reponerse de las fatigas del viaje...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0894: y cuando llegó la 914ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 914ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Al propio tiempo, el gigante renovaba su provisión de fuerzas volátiles, acostándose unas horas para reponerse de las fatigas del viaje. Y al cabo de siete días de travesía aérea, llegaron una mañana encima de una ciudad toda blanca que dormía en medio de sus jardines. Y el Volador dijo a Diamante: "En lo sucesivo serás un hijo para mí, y no me arrepiento de las fatigas que he soportado para traerte hasta aquí. Ahora voy a dejarte en la terraza más alta de esta ciudad, que es precisamente la ciudad de Wakak, y en la que sin duda hallarás la solución del problema que buscas y dice así: "¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés?" Sí, ésta es la ciudad del negro sombrío que se encuentra debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra. Y aquí es donde podrás saber por qué ese negro es el padre de todo este asunto tan complicado". Y tras de hablar así descendió, desinflándose poco a poco, y depositó dulcemente y sin sacudidas al príncipe Diamante en la terraza consabida. Y al despedirse de él, le entregó un mechón de pelos de su barba diciéndole: "Guarda cuidadosamente estos pelos de mi barba y no te separes de ellos nunca. Y cuando estés apurado y tengas necesidad de mí para que te saque del apuro o para que te lleve al sitio donde te encontré, no tendrás más que quemar uno de estos pelos, y me verás sin tardanza ante ti". Y acto seguido volvió a inflarse y se remontó por los aires, bogando con soltura y rapidez en pos de su morada.

Y Diamante, sentado en aquella terraza, se puso a reflexionar en lo que tenía que hacer. Y se preguntaba cómo se arreglaría para bajar de aquella terraza sin ser notado por las gentes que habitaban la casa, cuando vió salir de la escalera y avanzar hacia él un joven de una belleza sin par y que era precisamente el dueño de aquella morada. Y el joven le abordó con la zalema, sonriéndole, y le deseó la bienvenida, diciendo: "¡Qué mañana tan luminosa la que trae para mí tu llegada a mi terraza, ¡oh el más hermoso de los humanos! ¿Eres un ángel, un genni o un ser humano?" Y Diamante contestó: "¡Oh caro jovenzuelo! soy un ser humano encantado de inaugurar este día con tu contemplación deliciosa. Y me hallo aquí porque me ha conducido mi destino. Y esto es cuanto puedo decirte acerca de mi presencia en tu morada bendita". Y tras de hablar así estrechó al jovenzuelo contra su pecho. Y se juraron ambos amistad. Y bajaron juntos a la sala de los amigos, y comieron y bebieron en compañía. ¡Loores al que une a dos seres hermosos y allana en su camino las dificultades y simplifica las complicaciones!

Cuando estuvo consolidada la amistad entre Diamante y el jovenzuelo, que se llamaba Farah, y era precisamente el favorito del sultán de la ciudad de Wakak, Diamante le dijo: "¡Oh amigo mío Farah!, ya que eres tan querido del sultán y compañero íntimo suyo, en vista de lo cual no podrá permanecer oculto para ti ningún asunto de este reino, ¿puedes hacerme, en nombre de la amistad, un servicio que no te ocasionará ningún gasto?" Y contestó el joven Farah: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh amigo mío Diamante! Habla, y si es preciso que venda mi piel para hacerte sandalias con ella, me someteré con alegría y contento". Y entonces le dijo Diamante: "¿Puedes decirme sencillamente qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés? ¿Y puedes explicarme también por qué el negro sombrío está echado debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra, hija del rey Tammuz ben Qamús, señor de las comarcas de Sinn y de Masinn?"

Al oír esta pregunta de Diamante, al joven Farah se le demudó mucho el semblante y se le puso muy amarilla la tez y turbada la mirada. Y empezó a temblar como si estuviese delante del ángel Asrail. Y al verle en aquel estado, Diamante le prodigó las más dulces palabras para calmar su alma y lavarla del susto. Y el joven Farah acabó por decirle: "¡Oh Diamante! sabe que el rey ha ordenado se haga morir a todo habitante o a todo viajero que pronuncie el nombre de Ciprés o de Piña. Porque Ciprés es precisamente el nombre de nuestro rey y Piña es el de nuestra reina. Y he aquí todo lo que se acerca de tan temible cuestión.

En cuanto a la clase de relaciones que haya entre el rey Ciprés y la reina Piña, las ignoro, de la propia manera que mi lengua no puede decir nada respecto a lo que tenga que ver en tan peligroso asunto el negro consabido. Todo lo que puedo decirte para darte gusto ¡oh Diamante!, es que nadie más que el propio rey Ciprés conoce este secreto oculto. Y me ofrezco a conducirte a palacio y a ponerte en presencia del rey. Y no dejarás de entrar en su gracia, y acaso puedas desanudar directamente entonces tan difícil nudo".

Y Diamante dió las gracias a su amigo por aquella intervención, y convino con él respecto al día en que harían aquella visita al rey Ciprés. Y cuando llegó el momento esperado, fueron juntos a palacio; e iban cogidos de la mano, y parecían dos ángeles. Y el rey Ciprés se dilató y se holgó al ver entrar a Diamante. Y después de admirarle una hora de tiempo, le ordenó que se acercara. Y Diamante avanzó entre las manos del rey, y tras de los homenajes y deseos, le ofreció como presente una perla roja que llevaba colgada de un rosario de ámbar amarillo, tan preciosa, que no se hubiera podido pagar su valor con todo el reino de Wakak, y los reyes más poderosos no hubieran podido procurarse otra igual. Y Ciprés quedó muy contento, y aceptó el regalo, diciendo: "Lo admito de corazón". Luego añadió: "¡Oh jovenzuelo circundado de gracia! en justa correspondencia, puedes pedirme cualquier favor, que de antemano te está concedido". Y no bien oyó estas palabras que esperaba, contestó Diamante: "¡Oh rey del tiempo! ¡Alah me libre de pedir otro favor que el de ser tu esclavo! ¡Sin embargo, si quieres permitírmelo y consientes en dejar a salvo mi vida, te diré lo que llevo en el corazón!" Y añadió...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0895: y cuando llegó la 915ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 915ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... te diré lo que llevo en el corazón!" Y añadió: "¡Oh mi señor! bien dichosos son los sordos y los ciegos por no estar expuestos a las calamidades, las cuales nos entran por los ojos y por los oídos. ¡Porque en mi caso fueron mis oídos los que atrajeron sobre mí la mala suerte! Porque ¡oh asilo del mundo! desde el día nefasto en que oí mencionar delante de mí lo que voy a contarte, ya no he tenido reposo ni sueño. "Y le contó toda su historia con los menores detalles. Y no hay utilidad en repetirla. Luego añadió: "Y ahora que el Destino me ha gratificado con la vista de tu presencia luminosa, ¡oh rey del tiempo! y que quieres concederme, como favor insigne, la merced que me permites solicitarte, te pediré sencillamente que me digas exactamente qué clase de relaciones hay entre nuestro señor rey Ciprés y nuestra señora la reina Piña, y que me digas también qué tiene que ver en el asunto el negro sombrío que a la hora de ahora está tendido debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra, hija del del rey Tammuz ben Qamús, soberano de las comarcas de Sinn y de Massin".

Así habló Diamante al rey Ciprés, señor de la ciudad de Wakak. Y a medida que hablaba Diamante, el rey Ciprés cambiaba sensiblemente de color y de intenciones. Y cuando Diamante acabó su discurso Ciprés se había puesto como una llama; y en sus ojos ardía un incendio. Y en su pecho le roncaba el hervidero interior, de todo punto semejante al furor de la caldera en el brasero. Y permaneció un momento sin poder emitir sonidos. Y de improviso estalló, diciendo: "Mal hayas, ¡oh extranjero! ¡Por vida de mi cabeza, que si no fueras sagrado para mí después del juramento que hice de dejar a salvo tu vida, en este mismo instante te separaría del cuerpo la cabeza!" Y Diamante dijo: "¡Oh rey del tiempo! ¡perdona a tu esclavo su indiscreción! Pero la he cometido porque me lo permitiste. Y ahora, por mucho que digas, no puedes menos de ceder a mi demanda, después de tu promesa. Porque me has ordenado que formule un deseo entre tus manos, y lo único que me interesa es precisamente la cosa que sabes".

Y el rey Ciprés, al oír este discurso de Diamante, llegó al límite de la perplejidad y de la desesperación. Y tan pronto se inclinaba su alma a desear la muerte de Diamante como a mantener sus propios compromisos. Pero el primer deseo era mucho más violento. Sin embargo, consiguió dominarse temporalmente, y dijo a Diamante: "¡Oh hijo del rey Schams-Schah! ¿por qué quieres obligarme a echar inútilmente por el aire tu vida? ¿No te valdrá más que renuncies a la idea peligrosa que te preocupa, y que me pidas otra cosa en cambio, aunque sea la mitad de mi reino?" Pero Diamante insistió, diciendo: "Mi alma no anhela nada más, ¡oh rey Ciprés!" Entonces le dijo el rey: "No hay inconveniente en complacerte. ¡No obstante, ten presente que, cuando te haya revelado lo que quieres saber, haré que sin remisión te corten la cabeza!" Y Diamante dijo: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh rey del tiempo! ¡Cuando me haya enterado de la solución que anhelo, o sea de la clase de relaciones que hay entre nuestro señor el rey Ciprés y nuestra señora la reina Piña, y qué tiene que ver el negro con la princesa Mohra, haré mis abluciones y moriré con la cabeza cortada!"

Entonces el rey Ciprés se mostró muy pesaroso, no solamente porque se veía obligado a revelar un secreto que estimaba más que su alma, sino a causa de la muerte segura de Diamante. Permaneció, pues, con la cabeza baja y la nariz alargada durante una hora de tiempo. Tras de lo cual hizo evacuar la sala del trono por los guardias, a los cuales dió, por señas, algunas órdenes. Y salieron los guardias, y volvieron al cabo de un momento, llevando atado con una correa de cuero rojo enriquecida de pedrerías a un hermoso perro lebrel de la especie de los lebreles de color castaño claro. Y luego extendieron ceremoniosamente un gran tapiz de brocado de forma cuadrada. Y el lebrel fué a sentarse en una esquina del tapiz, tras de lo cual entraron en la sala algunas esclavas, en medio de las cuales iba una maravillosa joven de cuerpo delicado, con las manos atadas a la espalda, bajo la mirada vigilante de doce etíopes sanguinarios. Y las esclavas hicieron sentarse a aquella joven en la esquina opuesta del tapiz, y pusieron delante de ella una bandeja con la cabeza de un negro. Y aquella cabeza estaba conservada en sal y hierbas aromáticas y parecía recién cortada. Después el rey hizo una nueva seña. Y al punto entró el cocinero mayor de palacio, seguido de portadores de toda clase de manjares agradables a la vista y al gusto; y colocó todos aquellos manjares en un mantel delante del perro lebrel. Y cuando el animal comió y se sació, colocaron las sobras en un plato sucio, de mala calidad, delante de la hermosa joven que tenía atadas las manos. Y ella se puso primero a llorar y luego a sonreír, y las lágrimas que caían de sus ojos se convertían en perlas, y las sonrisas de sus labios en rosas. Y los etíopes recogieron delicadamente las perlas y las rosas y se las dieron al rey.

Tras de lo cual el rey Ciprés dijo a Diamante: "¡Ha llegado el momento de tu muerte con el alfanje o con la cuerda!" Pero Diamante dijo: "Sí, ciertamente, ¡oh rey! pero no antes de que me expliques lo que acabo de ver. ¡Cuando lo hagas, moriré!"

Entonces el rey Ciprés recogió la orla de su traje real sobre su pie izquierdo, y apoyando la barba en la palma de su mano derecha, habló así:

"Has de saber, pues, ¡oh hijo del rey Schams-Schah! que la joven que estás viendo con las manos atadas a la espalda, y cuyas lágrimas y sonrisa son perlas y rosas, se llama Piña. Es mi esposa. Y yo, el rey Ciprés, soy señor de este país y de esta ciudad, que es la ciudad de Wakak...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0896: y cuando llegó la 916ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 916ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Has de saber, pues, ¡oh hijo del rey Schams-Schah! que la joven que estás viendo con las manos atadas a la espalda, y cuyas lágrimas y sonrisas son perlas y rosas, se llama Piña. Es mi esposa. Y yo, el rey Ciprés, soy señor de este país y de esta ciudad, que es la ciudad de Wakak.

"Un día entre los días de Alah, salí de mi ciudad para cazar, cuando he aquí que en la llanura me asaltó una sed ardiente. Y como una persona perdida en el desierto, iba yo de un lado a otro en busca de agua. Y tras de muchas penalidades y mucha ansiedad, acabé por descubrir una tenebrosa cisterna abierta por los pueblos antiguos. Y di gracias al Altísimo por aquel descubrimiento, aunque ya no tenía fuerzas ni para moverme. Sin embargo, cuando invoqué el nombre de Alah, conseguí tocar los bordes de aquella cisterna, a la que era difícil acercarse a causa de los desprendimientos de tierra y de las ruinas que la circundaban. Luego, sirviéndome de mi gorro como un cubo, y de mi turbante añadido a mi cinturón como de una cuerda, solté todo en la cisterna. Y ya se me refrescaba el corazón sólo con oír el ruido del agua contra mi gorro. Pero ¡ay! cuando quise tirar de la cuerda improvisada, no puede sacar nada. Porque mi gorro se había vuelto tan pesado como si contuviese todas las calamidades. Y me costó un trabajo infinito tratar de moverlo, sin conseguirlo. Y en el límite de la desesperación, y sin poder soportar la sed que me abrasaba, exclamé: "¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah! ¡Oh seres que habéis establecido vuestra residencia en esta cisterna! seáis genn o seres humanos, tened compasión de un pobre de Alah a quien hace agonizar la sed, y dejadme que saque el cubo. ¡Oh habitantes ilustres de este pozo! me falta e! aliento y se me detiene en la boca la respiración".

"Y me puse a proclamar de tal suerte mi tormento y a gemir mucho, hasta que al fin llegó desde el pozo a mi oído una voz que dejó oír estas palabras: "Más vale la vida que la muerte. ¡Oh servidor de Alah! si nos sacas de este pozo, te recompensaremos. ¡Más vale la vida que la muerte!"

"Entonces, olvidando por un instante mi sed, hice acopio de las energías que me quedaban, y sacando fuerzas de flaqueza, por fin logré extraer del pozo mi cubo con su carga. Y vi agarradas con los dedos a mi gorro, dos viejísimas mujeres ciegas, con la espalda curvada como un arco, y tan delgadas, que habrían pasado por el ojo de una aguja de ensalmar. Se les hundían los párpados en la cabeza, tenían sin dientes las mandíbulas, su cabeza oscilaba lamentablemente, temblaban sus piernas, y tenían los cabellos tan blancos como algodón cardado. Y cuando, poseído de piedad y olvidando finalmente mi sed, les pregunté la causa de que habitaran en aquella antigua cisterna, ellas me dijeron: "¡Oh joven caritativo! en otro tiempo incurrimos en la cólera de nuestro señor, el rey de los genn de la Primera División, que nos privó de la vista e hizo que nos arrojaran en este pozo. Y henos aquí dispuestas, por gratitud, a hacer que obtengas cuanto puedas desear. Vamos a indicarte antes, empero, el modo de curarnos nuestra ceguera. Y una vez curadas, quedaremos obligadas por tus beneficios". Y prosiguieron en estos términos: "A poca distancia de aquí, en tal paraje, hay un río a cuyas orillas suele ir a pastar una vaca de tal color. Ve a buscar boñiga fresca de esa vaca, úntanos los ojos con ella, y en el mismo instante recobraremos la vista. Pero en el momento en que aparezca esa vaca tienes que ocultarte de ella, porque si te ve, no estercolará".

"Entonces yo, teniendo presente este discurso, me dirigí al río consabido, que no había visto en mis correrías anteriores, y llegué al paraje indicado, acurrucándome allí detrás de unas cañas. Y no tardé en ver salir del río una vaca blanca como la plata. Y en cuanto estuvo al aire, estercoló abundantemente, poniéndose después a pacer hierba. Tras de lo cual volvió a entrar en el río y desapareció.

"En seguida me levanté de mi escondrijo y recogí la boñiga de la vaca blanca, y regresé a la cisterna. Y apliqué aquella boñiga en los ojos de las viejas, y al punto se tornaron clarividentes y miraron a todos lados.

"Entonces me besaron las manos, y me dijeron: "¡Oh señor nuestro! ¿quieres riqueza, salud o una partícula de belleza? Y contesté sin vacilar: "¡Oh tías mías! Alah el Generoso me ha otorgado riqueza y salud. ¡En cuanto a la belleza, jamás se tiene entre las manos lo bastante para satisfacer al corazón! ¡Dadme esa partícula de que habláis!" Y me dijeron: "¡Por encima de nuestra cabeza y de nuestros ojos! te daremos esa partícula de belleza. Es la propia hija de nuestro rey. Se asemeja a la risueña hoja del jardín, y ella misma es una rosa, cultivada o salvaje. Son lánguidos sus ojos como los de una persona ebria, y uno de sus besos calma mil penas de las más negras. En cuanto a su belleza general, domina al sol, abrasa a la luna y hace desfallecer a los corazones todos, y sus padres, que la quieren extremadamente, a cada instante la estrechan contra su pecho e inauguran todas sus jornadas admirando la hermosura de su hija. Tal como es, con todo lo que tiene oculto, te pertenecerá; y disfrutarás de ella; y viceversa...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0897: pero cuando llegó la 917ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 917ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... sus padres, que la quieren extremadamente, a cada instante la estrechan contra su pecho e inauguran todas sus jornadas admirando la hermosura de su hija. Tal como es, con todo lo que tiene oculto, te pertenecerá; y disfrutarás de ella; y viceversa. Vamos, pues, a conducirte al lado suyo, y haréis ambos lo que tengáis que hacer. Pero ten cuidado de que no te vean sus padres, sobre todo cuando estéis enlazados; porque te arrojarían vivo al fuego. Sin embargo, el mal no sería irremediable, porque estaremos allí siempre para velar por ti y salvarte de la muerte. Y todo saldrá bien, porque iremos a buscarte en secreto, y te untaremos el cuerpo con aceite de la serpiente faraónica, de modo que, aunque estuvieras mil años en la hoguera o en la horca, no experimentaría tu cuerpo el menor daño, y el fuego resultaría para ti un baño tan fresco cual los manantiales del jardín de Irem".

"Y tras de prevenirme así de cuanto debía sucederme, y tranquilizándome de antemano por el resultado de la aventura, las dos viejas me transportaron, con una rapidez que me dejó atónito, al palacio consabido, que era el del rey de los genn de la Primera División. Y creí verme de repente en el paraíso sublime. Y en la sala retirada donde me introdujeron, vi a la que me había deparado mi destino, una joven iluminada por su propia belleza, y acostada en su lecho, apoyando la cabeza en una almohada encantadora. Y en verdad que el resplandor de sus mejillas avergonzaba al mismo sol; y mirándola demasiado tiempo, se os lavarían las manos de la razón y de la vida. Y en seguida la flecha penetrante del deseo por unirme a ella entró profundamente en mi corazón. Y permanecí en su presencia, con la boca abierta, en tanto que el niño que me tocó en herencia se conmovía considerablemente y pretendía nada menos que salir a tomar el aire.

"Al ver aquello, la joven lunar frunció las cejas, como si la moviese un sentimiento de pudor, a la vez que su mirada llena de malicia daba su consentimiento. Y me dijo con un tono que quería hacer iracundo: "¡Oh ser humano! ¿de dónde has venido y hasta dónde llega tu audacia? ¿Es que no temes lavarte de tu propia vida las manos?" Y comprendiendo los verdaderos sentimientos que la animaban con respecto a mí contesté: "¡Oh mi deliciosa señora! ¿qué vida es preferible en este instante en que mi alma goza contemplándote? ¡Por Alah! estás escrita en mi destino, y he venido aquí precisamente por obedecer a mi destino. Te suplico, pues, por los diamantes de tus ojos, que no perdamos en palabras sin objeto un tiempo que se podría emplear de manera útil".

"Entonces la joven abandonó de pronto su postura displicente, y corrió a mí, cual movida de un deseo irresistible, y me tomó en sus brazos, y me estrechó contra ella con calor, y se puso muy pálida y cayó desvanecida en mis brazos. Y no tardó en moverse, jadeando y estremeciéndose, de modo y manera que, sin interrupción, entró el niño en su cuna, sin gritos ni sufrimientos, igual que el pez en el agua. Y mi espíritu conmovido, libre de inconvenientes de los celos, ya sólo se preocupó del goce puro y sin trabas. Y nos pasamos todo el día y toda la noche sin hablar, ni comer, ni beber, haciendo contorsiones de piernas y de riñones y todo lo consiguiente respecto a movimientos de avance y retroceso. Y el cordero corneador no perdonó a aquella oveja batalladora, y sus sacudidas eran las de un verdadero padre de cuello gordo, y la confitura que le sirvió era una confitura de nervio gordo, y el padre de la blancura no fué inferior a la herramienta prodigiosa, y la carne dulce fué la ración del asaltante tuerto, y el mulo terco fué domado por el báculo del derviche, y el estornino mudo se acordó con el ruiseñor modulador, y el conejo sin orejas marchó a compás con el gallo sin voz, y el músculo caprichoso hizo moverse a la lengua silenciosa, y en una palabra, se arrebató lo que había que arrebatar, y se redujo lo que había que reducir; y no cesamos en nuestra tarea hasta la aparición de la mañana, en que nos interrumpimos para recitar la plegaria e ir al baño.

"Y de tal modo nos pasamos un mes, sin que nadie sospechara mi presencia en el palacio ni la vida extraordinaria que llevábamos, toda llena de copulaciones sin palabras y de otras cosas semejantes. Y habría sido completa mi alegría, a no ser por la aprensión que no cesaba de sentir mi amiga, temerosa de ver nuestro secreto descubierto por su padre y su madre, aprensión tan viva, en verdad, que partía el corazón.

"Y he aquí que no dejó de llegar el tan temido día. Porque una mañana el padre de la joven, al despertarse, fué al aposento de su hija, y observó que su belleza lunar y su lozanía había disminuido y que una especie de fatiga profunda alteraba sus facciones y las velaba de palidez. Y al instante llamó a la madre y le dijo: "¿Por qué ha cambiado el color del rostro de nuestra hija? ¿No ves que el viento funesto de otoño ha marchitado las rosas de sus mejillas?" Y la madre miró durante largo rato en silencio y con aire suspicaz a su hija, que dormía apaciblemente, y sin pronunciar palabra se acercó a ella, le levantó con un movimiento brusco la camisa, y con los dedos de la mano izquierda separó las dos mitades encantadoras de cierta parte inferior de su hija. Y con sus ojos vió lo que vió, o sea la prueba fehaciente de la virginidad volatilizada de aquel conejo color de jazmín...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0898: pero cuando llegó la 918ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 918ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y con sus ojos vió lo que vió, o sea la prueba fehaciente de la virginidad volatilizada de aquel conejo color de jazmín. Y al comprobar aquello, casi se desmayó de emoción, y exclamó: "¡Oh su pudor y su honor saqueados! ¡Qué hija tan desvergonzada y tan tranquila! ¡Qué manchas tan indelebles sobre el vestido de su castidad!" Luego la sacudió furiosamente y la despertó, gritándole: "¡Si no dices la verdad, ¡oh perra! te haré probar la muerte roja!"

"Y la joven, despertando sobresaltada con aquello, y al ver a su madre, con la nariz llena de cólera negra contra ella, sospechó lo que ocurría y comprendió vagamente que había llegado el momento grave. Así es que no trató de negar lo que era innegable, ni de confesar lo que era inconfesable, sino que tomó el partido de bajar la cabeza y los párpados y de guardar silencio. Y de cuando en cuando, abrumada por la ola de palabras tempestuosas lanzadas por su madre, se contentaba con alzar los párpados un instante para bajarlos en seguida sobre sus ojos asombrados. En cuanto a responder de una manera o de otra, se guardó mucho de hacerlo. Y cuando, a vuelta de preguntas, amenazas y ruidos tormentosos, sintió la madre que se le atropellaba la voz y su garganta se negaba a emitir sonidos, dejó allí a su hija y salió alborotada a dar orden de que hicieran pesquisas por todo el palacio para encontrar al perpetrador del estrago. Y no tardaron en encontrarme, pues se hicieron las pesquisas; siguiéndome la pista por mi olor de ser humano, perceptible para el olfato de ellos.

"Y por consiguiente se apoderaron de mí y me hicieron salir del harén y del palacio; y acumulando una enorme cantidad de leña, me desnudaron y se dispusieron a arrojarme a la pira. Y en aquel preciso momento las dos viejas de la cisterna se acercaron a mí, y dijeron a los guardias: "Vamos a verter sobre el cuerpo de este ser humano malhechor esta zafra de aceite de quemar, a fin de que el fuego lama mejor sus miembros y nos libre más pronto de su presencia de mal agüero". Y los guardias no pusieron ningún inconveniente, sino al contrario. Entonces las dos viejas me vertieron sobre el cuerpo una zafra llena de aceite salomónico, cuyas virtudes me habían explicado, y me frotaron con él todos los miembros, sin omitir una partícula de mi persona. Tras de lo cual los guardias me colocaron en medio de la inmensa hoguera, a la que prendieron fuego. Y a los pocos instantes me rodearon las llamas furiosas. Pero las lenguas rojas que me lamían eran para mí más dulces y más frescas que la caricia del agua en los jardines del Irem. Y permanecía desde por la mañana hasta por la noche en medio de aquella hornaza, tan intacto como el día que salí del vientre de mi madre.

"Y he aquí que los genn de la Primera División, que atizaban el fuego donde me creían en estado de osamenta, preguntaron a su señor qué tenían que hacer con mis cenizas. Y el rey les ordenó que recogieran las cenizas y las arrojaran de nuevo al fuego. Y la reina añadió: "¡Pero antes os mearéis todos encima!". Y cumpliendo esta orden, los servidores genn apagaron el fuego para recoger mis cenizas y mearse encima. Y me encontraron sonriente e intacto, en el estado que ya he dicho.

"Al ver aquello, el rey y la reina de los genn de la Primera División no dudaron de mi poder. Y reflexionaron con su espíritu, y opinaron que tenía el deber de respetar en lo sucesivo a un personaje tan eminente. Y les pareció conveniente casar a su hija conmigo. Y fueron a darme la mano, y se excusaron por su conducta para conmigo, y me trataron con mucho honor y cordialidad. Y cuando les revelé que era hijo del rey de Wakak, se regocijaron hasta el límite del regocijo, bendiciendo la suerte que unía a su hija con el más noble de los hijos de Adán. Y celebraron con pompa y ostentación mi matrimonio con aquella hermosa de cuerpo de rosa.

"Y cuando, al cabo de algunos días, experimenté el deseo de volver a mi reino, pedí permiso para hacerlo a mi tío, padre de mi esposa. Y aunque para ellos era doloroso separarse de su hija, no quisieron oponerse a mi deseo. Y mandaron prepararnos un carro de oro, al que uncieron seis pares de genn aéreos, y me dieron, en calidad de regalos, un número considerable de joyas y gemas espléndidas. Y después de los adioses y los votos, en un abrir y cerrar de ojos fuimos transportados a la ciudad de Wakak, mi ciudad.

"Has de saber ahora ¡oh joven! que esta adolescente que ves delante de ti, con las manos atadas a la espalda, es la hija de mi tío, el rey de los genn de la Primera División. Ella precisamente es mi esposa, y se llama Piña. Y de ella se ha tratado hasta el presente, y a ella también he de referirme en lo que ahora voy a contarte.

"En efecto, una noche, algún tiempo después de mi regreso, estaba yo dormido al lado de mi esposa Piña. Y a causa del calor, que era grande, me desperté, contra mi costumbre, y observé que, a pesar de la temperatura de aquella noche sofocante, los pies y las manos de Piña estaban más fríos que la nieve. Y me extrañó aquel frío singular, y creyendo en alguna dolencia profunda de mi esposa, la desperté dulcemente y le dije:

"¡Encantadora mía, tu cuerpo está helado! ¿Sufres o no sientes nada?". Y ella me contestó con acento indiferente: "No es nada. Hace un rato satisfice una necesidad, y a causa de la ablución que hice luego se me han puesto fríos los pies y las manos". Y yo creí que su discurso era verídico, y me volví a acostar sin decir palabra.

"Pero, algunos días después, ocurrió otra vez lo mismo, y mi esposa, interrogada por mí, me dió la misma contestación. Aquella vez, sin embargo, no me quedé satisfecho, y en mi espíritu penetraron confusamente vagas sospechas. Y estuve inquieto desde entonces. No obstante, guardé aquellas sospechas en el cofrecillo de mi corazón, y puse la cerradura del silencio a la puerta de mi lengua...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0899: pero cuando llegó la 919ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 919ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... No obstante, guardé aquellas sospechas en el cofrecillo de mi corazón, y puse la cerradura del silencio a la puerta de mi lengua. Y por intentar una distracción de mi inquietud, fui a mis cuadras a mirar mis hermosos caballos. Y vi que los caballos que tenía reservados para mi uso personal a causa de su velocidad, que superaba a la del viento, estaban tan delgados y extenuados que los huesos se les clavaban en la piel, y tenían desollado el lomo por varios sitios. Y sin enterarme de nada más, hice ir a mi presencia a los palafreneros, y les dije: "¡Oh hijos de perro! ¿qué es esto? ¿Y a qué obedece esto?". Y se prosternaron con la faz contra el suelo ante mi ira, y uno de ellos levantó un poco la cabeza, temblando, y me dijo: "¡Oh señor nuestro! si me haces gracia de la vida, te diré una cosa en secreto". Y le tiré el pañuelo de la seguridad, diciéndole: "¡Dime la verdad, y no me ocultes nada, porque, si no, te espera el palo!". Entonces dijo él: "Sabe ¡oh señor nuestro! que todas las noches sin falta nuestra señora la reina, vestida con sus trajes reales, adornada con sus atavíos y sus joyas, semejantes a Balkis con sus preseas, viene a la cuadra, escoge uno de los caballos particulares de nuestro amo, lo monta, y va a pasearse. Y cuando regresa, al terminar la noche, el caballo no vale para nada, y cae al suelo, extenuado. ¡Y ya hace mucho tiempo que dura este estado de cosas, del que no nos hemos atrevido nunca a avisar a nuestro señor el sultán!"

"Al enterarme de aquellos detalles tan extraños, se me turbó el corazón, y mi inquietud se hizo tumultuosa, y en mi espíritu arraigaron profundamente las sospechas. Y de tal suerte transcurrió para mi la jornada, sin que tuviese yo un momento de calma para ocuparme de los asuntos del reino. Y esperé la noche con una impaciencia que distendía mis piernas y mis brazos a pesar mío. Así es que cuando llegó la hora de la noche en que de ordinario iba yo en busca de mi esposa, entré en su aposento y la encontré desnuda ya y estirando los brazos. Y me dijo: "Estoy muy cansada y sólo tengo ganas de acostarme. Mira cómo se abate el sueño sobre mis ojos. ¡Ah, durmamos!" Y yo, por mi parte, supe disimular mi agitación interna, y fingiendo estar más extenuado todavía que ella, me eché a su lado, y aunque estaba muy despierto, me puse a respirar roncando, como los que duermen en la taberna.

"Entonces esta mujer de mala fortuna se levantó como un gato, y aproximó a mis labios una taza cuyo contenido hubo de verter en mi boca. Y tuve fuerza de voluntad para no traicionarme; pero, volviéndome un poco hacia la pared, como si continuase durmiendo, escupí sin ruido en la almohada el bang líquido que me había dado. Y sin dudar del efecto del bang, no tuvo ella cuidado para ir y venir por la habitación, y lavarse y arreglarse, ponerse kohl en los ojos, y nardo en los cabellos, y surma indio en los ojos, y missi también indio en los dientes, y perfumarse con esencia volátil de rosas y cubrirse de alhajas, y echar a andar como si estuviera borracha.

"Entonces, esperando a que hubiese salido ella, me levanté de mi lecho, y echándome sobre los hombros una abaya con capucha, la seguí a pasos recatados, con los pies descalzos. Y la vi dirigirse a las cuadras, y escoger un caballo tan hermoso y tan ligero como el de Schirin. Y montó en él, y se marchó. Y quise montar también a caballo para seguirla; pero pensé que el ruido de los cascos llegaría a oídos de aquella esposa desvergonzada, y quedaría advertida de lo que debía permanecer oculto para ella. Así es que, apretándome el cinturón a la manera de los sais y de los mensajeros, eché a correr sigilosamente detrás del caballo de mi esposa, agitando mis piernas con rapidez. Y si tropezaba, me levantaba; y si caía, me levantaba también, sin perder ánimos. Y de tal modo continué mi carrera, lastimándome los pies con los guijarros del camino.

"Y has de saber ¡oh joven! que, sin que yo hubiese pensado en darle orden de seguirme, este perro lebrel que está de pie delante de ti, con el cuello adornado por un collar de oro, había salido detrás de mí y corría fielmente, sin ladrar.

"Y al cabo de aquella carrera sin tregua, mi esposa llegó a una llanura desolada donde no había más que una sola casa, baja y constituida con barro, que estaba habitada por negros. Y se apeó del caballo y entró en la casa de los negros. Y quise penetrar detrás de ella; pero se cerró la puerta antes de que yo hubiese llegado al umbral, y me contenté con mirar por un tragaluz para ver si me enteraba de la cosa.

"Y he aquí que los negros, que eran siete, semejantes a búfalos, acogieron a mi esposa con injurias espantosas, y se apoderaron de ella, y la tiraron al suelo, y la pisotearon, golpeándola tanto, que la creí ya con los huesos molidos y el alma expirante. Pero, lejos de mostrarse dolida por aquel trato feroz del que hasta hoy tienen señales sus hombros, su vientre y su espalda, ella se limitaba a decir a los negros: "¡Oh queridos míos! por el ardor de mi amor hacia vosotros, os juro que he venido un poco retrasada esta noche sólo porque mi esposo el rey, ese sarnoso, ese trasero infame, ha estado despierto hasta después de su hora habitual. De no ser así, ¿hubiera yo esperado tanto tiempo para venir y hacer disfrutar a mi alma con la bebida de nuestra unión?".

Y al ver aquello, no sabía yo dónde estaba ya, ni si era presa de un sueño horrible. Y pensé para mi ánima: "¡Ya Alah! ¡jamás he pegado a Piña, ni siquiera con una rosa! ¿Cómo se explica, pues, que soporte semejantes golpes sin morir?" Y mientras yo reflexionaba así, vi que los negros, apaciguados por las excusas de mi esposa, la desnudaron por completo, desgarrándole sus trajes reales, y le arrancaron las alhajas y sus adornos, precipitándose después todos sobre ella, como un solo hombre, para asaltarla por todos lados a la vez. Y a estas violencias respondía ella con suspiros de contento, ojos en blanco y jadeos.

"Entonces, sin poder soportar por más tiempo aquel espectáculo, me precipité por el tragaluz en medio de la sala, y cogiendo una maza entre las mazas que había allí me aproveché de la estupefacción de los negros, que creían que había bajado entre ellos algún genni, para arrojarme sobre ellos y matarlos a golpazos asestados en sus cabezas. Y de tal suerte desenlacé de mi esposa a cinco de ellos, y los precipité en el infierno derecho. Viendo lo cual, los otros dos negros que quedaban se desenlazaron de mi esposa por sí mismos y buscaron su salvación en la fuga. Pero conseguí atrapar a uno, y de un golpe le tendí a mis pies; y como solamente estaba aturdido cogí una cuerda y quise atarle las manos y los pies. Y cuando me inclinaba, mi esposa acudió de pronto por detrás, y me empujó con tanta fuerza, que di de bruces en el suelo. Entonces el negro aprovechó la ocasión para levantarse y echarse encima de mi pecho. Y ya levantaba su maza para terminar conmigo de una vez, cuando mi fiel perro, este lebrel de color castaño claro, le saltó a la garganta y le derribó, rodando por el suelo con él. Y al punto aproveché aquel instante favorable para caer sobre mi adversario y agarrotarle brazos y piernas. Luego le tocó el turno a Piña, a la cual até, sin pronunciar palabra, mientras me salían chispas de los ojos.

"Hecho esto, arrastré al negro fuera de la casa y lo até a la cola de mi caballo. Después cogí a mi esposa y la puse atravesada en la silla, como un fardo, delante de mí. Y seguido de mi perro lebrel, que me había salvado la vida, regresé a mi palacio, en donde, con mi propia mano, corté la cabeza al negro, cuyo cuerpo, arrastrado a lo largo de la ruta, no era ya más que un pingajo jadeante, y di a comer su carne a mi perro. E hice salar aquella cabeza, que precisamente es la que aquí estás viendo en esa bandeja que tiene delante Piña. E infligí por todo castigo a esa desvergonzada esposa mía la contemplación diaria de la cabeza cortada de su amante negro. Y he aquí lo referente a ellos dos.

"Pero, volviendo al séptimo negro, que logró ponerse en fuga, no cesó de correr hasta que hubo llegado a las comarcas de Sinn y de Massin, donde reina el rey Tammuz ben Qamús. Y tras de una serie de maquinaciones, el negro consiguió ocultarse debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra, hija del rey Tammuz. Y al presente es su consejero íntimo. Y en el palacio nadie conoce su presencia debajo del lecho de la princesa.

"¡Y he aquí ¡oh joven! la historia de cuanto me ocurrió con Piña! Y eso es lo referente al negro sombrío que a la hora de ahora está debajo del lecho de marfil de la hija del rey de Sinn y de Massin, Mohra, la matadora de tantos jóvenes reales".

Así habló el rey Ciprés, señor de la ciudad de Wakak, al joven príncipe Diamante. Luego añadió...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0900: y cuando llegó la 920ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 920ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Así habló el rey Ciprés, señor de la ciudad de Wakak, al joven príncipe Diamante. Luego añadió: "¡Y ahora que has oído lo que no sabe ningún ser humano, pon la cabeza que ya no te pertenece, y lava de la vida tus manos!".

Pero Diamante contestó: "¡Oh rey del tiempo! sé que mi cabeza se halla entre tus manos, y estoy dispuesto a separarme de ella sin excesiva pena. ¡No obstante, hasta el presente no está suficientemente esclarecido para mi espíritu el punto más importante de esa historia, pues todavía no sé por qué el séptimo negro ha ido a refugiarse precisamente debajo del lecho de la princesa Mohra, y no en otro lugar de la tierra, y sobre todo, ignoro cómo ha consentido esa princesa en tenerle en su morada! Entérame, por tanto, de cómo ha pasado la cosa; y una vez enterado, haré mis abluciones y moriré".

Cuando el rey Ciprés oyó estas palabras de Diamante, quedóse prodigiosamente sorprendido. Porque no se esperaba semejante pregunta ni, por cierto, había tenido nunca la curiosidad de saber por sí mismo los detalles que pedía Diamante. Pero, no queriendo aparecer ignorante de tan importante cuestión, dijo al joven príncipe: "¡Oh viajero! lo que preguntas pertenece al dominio de los secretos de Estado, y si yo accediera a revelártelo, atraería sobre mi cabeza y sobre mi reino las peores calamidades. ¡Por eso prefiero hacerte gracia de la vida y de tu cabeza y perdonarte tu indiscreción! ¡Date prisa, pues, a salir de palacio, antes de que me retracte de mi decisión de dejarte marchar en libertad!".

Y Diamante, que no esperaba salvarse a tan poca costa, besó la tierra entre las manos del rey Ciprés, e instruido para en lo sucesivo de lo que tanto ansiaba conocer, salió del palacio dando gracias a Alah, que le había deparado la seguridad. Y fué a despedirse de su joven amigo, el hermoso Farah, que derramó lágrimas por su marcha. Luego subió a la terraza y quemó uno de los pelos de Al-Simurg. Y al punto apareció ante él el Volador, precedido de una ráfaga tempestuosa. Y cuando se informó de su deseo, le tomó a hombros, le hizo atravesar los siete océanos y le llevó a su habitación, cordial y amablemente. Y le hizo descansar en ella unos días. Tras de lo cual lo transportó al lado de la deliciosa reina Aziza, en medio de las rosas y sus capullos. Y el joven vió que la deliciosa Aziza, lloraba su ausencia y suspiraba por su vuelta, con las mejillas semejantes a la flor del granado. Y al verle entrar acompañado de Al-Simurg el Volador, desfalleció su corazón, y se levantó temblorosa como la corza a quien se parecía. Y Al-Simurg e! Volador, para no importunarlos, salió de la casa y los dejó reunirse con libertad. Y cuando, al cabo de una hora de tiempo, entró de nuevo, los encontró enlazados todavía, esplendores sobre esplendores.

Y Diamante, que ya tenía sus proyectos, dijo a Al-Simurg: "¡Oh bienhechor nuestro! ¡oh padre de los gigantes y corona suya! ¡ahora deseo de ti que nos transportes a casa de tu sobrina la encantadora Gamila, que me espera en las ascuas enrojecidas del deseo!". Y el excelente Al-Simurg los tomó a ambos, en un hombro a cada uno, y en un abrir y cerrar de ojos los transportó al lado de la gentil Gamila, a quien encontraron sumida en la tristeza, sin tener noticias de su cuerpo, y dedicada a suspirar estas estrofas:

¡No rechaces mi corazón lejos de esos ojos, de quienes está enamorado el narciso!
¡Oh abstemio! ¡no se deben desoír las quejas de los beodos, sino conducirlos de nuevo a la taberna!
¡Mi corazón no podrá librarse del ejército de tu bozo; y como una rosa rota, la abertura de mi traje no podrá zurcirse!
¡Oh tiránica belleza! ¡oh hermoso, moreno y encantador! ¡mi corazón yace a tus pies de jazmín!
¡Mi corazón de muchacha sencilla, en la tierna edad de la adolescencia, yace a los pies del raptor de corazones!

Y Diamante, que no había olvidado las atenciones que debía a aquella compasiva Gamila, que le había sacado de su piel de gamo y librado a los artificios de su hermana Latifa, la hechicera, sin contar el don de las armas mágicas con que le había revestido, no dejó de manifestarle con calor sus sentimientos de gratitud. Y después de los transportes de alegría por volver a encontrarse, rogó a la reina Aziza que le dejara una hora con Gamila, sin testigos. Y a Aziza le pareció justificada la petición y equitativo el reparto, y salió con Al-Simurg.

Y cuando, al cabo de una hora de tiempo, entró de nuevo, encontró a Gamila desfallecida en los brazos de Diamante.

Entonces Diamante, que gustaba de hacer cada cosa a su tiempo, se encaró con sus dos esposas y con Al-Simurg, y les dijo: "Creo que ya es hora de arreglar las cuentas a la maga Latifa, que es tu hermana, ¡ya Gamila! e hija de tu hermano, ¡oh padre de los Voladores!". Y contestaron todos: "¡No hay inconveniente!". Luego Al-Simurg, a instancias de Diamante, se transportó al lado de su sobrina la maga Latifa, y de improviso le ató los brazos a la espalda y la llevó a presencia de Diamante. Y al verla, dijo el joven príncipe: "Sentémonos en corro aquí para juzgarla y meditemos el castigo que ha de imponérsele". Y cuando se colocaron unos frente a otros, Al-Simurg dió su opinión, diciendo: "Hay que desembarazar, sin vacilaciones, a la raza humana de esta malhechora. Mi opinión es que sin tardanza la colguemos cabeza abajo y la empajemos luego. O también, después de colgarla, podríamos dar a comer su carne a los buitres y a las aves de rapiña". Y Diamante se encaró con la reina Aziza y le preguntó su opinión. Y Aziza dijo: "¡Entiendo que mejor es olvidar sus yerros para con nuestro esposo Diamante, y perdonarla para solemnizar nuestra unión en este día bendito!" Y Gamila, a su vez, opinó que se debía absolver a su hermana, y pedirle, en compensación, que devolviera la forma humana a todos los jóvenes a quienes había convertido en gamos. Entonces dijo Diamante: "¡Pues bien; sean con ella el perdón y la seguridad!" Y le tiró su pañuelo. Luego dijo: "¡Convendría que me dejarais con ella una hora de tiempo!". Y al punto accedieron ellos a su deseo. Y cuando de nuevo entraron en la sala, encontraron a Latifa perdonada y contenta en brazos del joven.

Y cuando Latifa hubo devuelto en forma primitiva a los príncipes y demás individuos a quienes con sus hechicerías había convertido en gamos, y los hubo despedido tras de darle de comer y vestirlos, Al-Simurg se echó a la espalda a Diamante y a sus tres esposas, y los transportó en poco tiempo a la ciudad del rey Tammuz ben Qamús, padre de la princesa Mohra. Y levantó tiendas fuera de la ciudad para que las ocupasen y les dejó descansando un poco, para ir él por sí mismo, a instancias de Diamante, al harén donde se encontraba la favorita Rama de Coral. Y previno a la joven de la llegada de Diamante, que esperaba ella entre suspiros y dolores de corazón. Y no le costó trabajo decidirla a dejarse conducir por él junto a su enamorado. Y la transportó a la tienda en que Diamante estaba amodorrado, y la dejó sola con él, llevándose a las otras tres esposas. Y Diamante, tras de las expansiones propias del regreso, supo demostrar a Rama de Coral que no olvidaba sus promesas, y acto seguido le habló con el lenguaje oportuno. Y ella se dilató de satisfacción y de contento, y la encontraron encantadora las tres esposas de Diamante.

Cuando se arreglaron de aquel modo entre Diamante y sus cuatro esposas las cuestiones íntimas, se pensó en la realización del proyecto principal. Y Diamante abandonó el campamento, y se encaminó solo a la ciudad, y llegó a la plaza del meidán, frente al palacio de Mohra, en donde aparecían clavadas a millares las cabezas de príncipes y reyes, con sus coronas unas y desnudas y melenudas otras. Y se lanzó al tambor, y le hizo sonar con fuerza para anunciar que estaba dispuesto a dar a la princesa Mohra la respuesta que exigía ella a sus pretendientes...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0901: pero cuando llegó la 921ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 921ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... para anunciar que estaba dispuesto a dar a la princesa Mohra la respuesta que exigía ella a sus pretendientes. Y los guardias al punto le llevaron a presencia del rey Tammuz ben Qamús, que reconoció en él al joven cuya hermosura le había seducido, y a quien hubo de decir la vez primera: "Reflexiona durante tres días, y vuelve luego a pedir la audiencia que ha de separar tu graciosa cabeza del reino de tu cuerpo".

Y he aquí que a la sazón le hizo seña para que se acercase, y le dijo: "¡Oh hijo mío, que Alah te proteja! ¿Persistes siempre en querer desentrañar los misterios y explicar las ideas fantásticas de una joven". Y dijo Diamante: "¡De Alah nos viene la ciencia de la adivinación, y no debemos enorgullecernos de los dones de Alah! Nadie conoce ese secreto que tu hija ha escondido en el cofrecillo de su corazón, y cuya apertura pide; pero yo tengo la clave de él". Y dijo el rey: "¡Lástima de tu juventud! ¡Acabas de lavar tus manos de la vida!".

Y como no esperaba ya hacer que el joven desistiera de su funesto proyecto, dió orden a los esclavos para que previnieran a su señora Mohra de que un príncipe extranjero venía a tratar de explicar sus fantasmagorías, con objeto de ser admitido por ella.

Y precedida por el aroma de sus bucles perfumados, entró en seguida en la sala de audiencias la joven princesa de maneras encantadoras, Mohra la bienaventurada, causa de tantas vidas truncadas, aquella a quien no se podía dejar de mirar, como el hidrópico no puede dejar de beber el agua del Eufrates, y por quien millares de almas se sacrificaban como las mariposas en la llama. Y a la primera ojeada reconoció ella en Diamante al joven santón del jardín, al adolescente con cara de sol, al cuerpo encantador cuya vista tanto le había trastornado el corazón. Y por consiguiente, llegó entonces al límite del asombro; pero no tardó en comprender que había sido engañada por aquel santón, que desapareció de la noche a la mañana sin dejar rastro. Y se puso furiosa en el alma; y se dijo: "No se me escapará esta vez". Y sentándose en el lecho del trono, al lado de su padre, miró al joven cara a cara con ojos tenebrosos, y le dijo: "¡Nadie ignora la pregunta! ¡Responde! ¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés?".

Y Diamante contestó: "Nadie ignora la respuesta, ¡oh princesa! Pero hela aquí: las relaciones entre Piña y Ciprés son de mala calidad. Porque Piña, que es la esposa de Ciprés, rey de la ciudad de Wakak, ha recibido el justo pago de lo que ha hecho. ¡Y hay negros mezclados en el asunto!".

Al oír estas palabras de Diamante, la princesa Mohra se puso muy amarilla de color, y apoderóse de su corazón el temor. Sin embargo, sobreponiéndose a su inquietud, dijo: "No están claras esas palabras. Cuando des más explicaciones sabré si conoces la verdad o si mientes". Cuando Diamante vió que la princesa Mohra no quería rendirse a la evidencia y se negaba a entender las medias palabras, le dijo: "¡Oh princesa! ¡si deseas que te lo cuente con más extensión, alzando la cortina que oculta lo que debe estar oculto, empieza por decirme quién te ha enterado de esas cosas que debe ignorar una joven virgen! ¡Porque es posible que retengas aquí a alguien cuya llegada ha constituido una calamidad para todos los príncipes que me precedieron!".

Y tras de hablar así, Diamante se encaró con el rey, y le dijo: "¡Oh rey del tiempo! ¡no conviene que ignores en adelante el misterio en que vive tu honorable hija, y te ruego que le ordenes responda a la pregunta que le he hecho!". Y el rey se encaró con la hermosa Mohra, y le hizo con los ojos una seña que quería decir: "¡Habla!" Pero Mohra guardó silencio, y a pesar de las señas reiteradas de su padre, no quiso libertarse la lengua del nudo que la ataba.

Entonces Diamante cogió de la mano al rey Tammuz, y sin pronunciar palabra, le condujo al aposento de Mohra. Y de repente se inclinó, y con un solo movimiento levantó el lecho de marfil de la princesa. Y he aquí que, de improviso, la redoma del secreto de Mohra se hizo añicos contra la piedra del abridor, y su consejero, el negro, apareció a los ojos de todos con su cabeza crespa.

Al ver aquello, el rey Tammuz y todos los presentes quedaron sumidos en la estupefacción; luego bajaron la cabeza con vergüenza, y se les cubrió de sudor el cuerpo. Y el viejo rey no preguntó más, sin querer que su deshonor apareciese en toda plenitud ante las personas de su corte. Y sin pedir siquiera otras explicaciones, entregó a su hija entre las manos de Diamante para que dispusiese de ella a su antojo. Y añadió: "¡Solamente te pido ¡oh hijo mío! que te vayas de aquí cuanto antes, llevándote a esta hija desvergonzada, a fin de que no vuelva yo a oír hablar de ella y mis ojos no sufran más el verla!".

En cuanto al negro, fué empalado.

Y no dejó Diamante de obedecer al viejo rey, y cogiendo de la mano a la confusa princesa, se la llevó a sus tiendas, atada de pies y manos y, rogó a Al-Simurg el Volador que le transportara con todas sus mujeres a la entrada de la ciudad de su padre, el rey Schams-Schah. Lo cual fué ejecutado al instante. Y el excelente Al-Simurg despidióse de Diamante entonces, sin querer aceptar su reconocimiento. E inflándose, se marchó por su camino. ¡Y esto es lo referente a él!

En cuanto al rey Schams-Schah, padre de Diamante, cuando corrió hasta él la noticia de la llegada de su hijo bienamado, la noche de la pena se tornó para él en la mañana de la alegría, después de que la ausencia convirtió en fuente sus dos ojos. Y salió al encuentro de su hijo, mientras la proclamación de la buena nueva se esparcía por toda la ciudad y en todas se exteriorizaba el júbilo. Y se acercó al príncipe, temblando de emoción, y le estrechó contra su pecho, y le besó en la boca y en los ojos, y lloró mucho y ruidosamente sobre él. Y Diamante, apretando los puños, procuraba reprimir sus llantos y suspiros. Y cuando, por fin, se calmaron un poco las primeras exaltaciones, y pudo hablar el viejo rey, dijo a su hijo Diamante: "¡Oh ojo y lámpara de la casa de tu padre...".

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0902: pero cuando llegó la 922ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 922ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... ¡Oh ojo y lámpara de la casa de tu padre! cuéntame al detalle la historia de tu viaje, a fin de que yo viva con el pensamiento los días de tu dolorosa ausencia". Y Diamante contó al viejo rey Schams-Schah todo lo que le había sucedido, desde el principio hasta el fin. Pero no hay utilidad en repetirlo. Luego le presentó, una tras de otra, a sus cuatro esposas, y acabó por hacer llevar a su presencia a la princesa Mohra, atada de pies y manos. Y le dijo: "Ahora a ti corresponde ¡oh padre mío! ordenar lo que te plazca respecto a ella".

Y el viejo rey, a quien el Altísimo había dotado de cordura y de inteligencia, pensó en su espíritu que su hijo debía amar desde el fondo de su corazón a aquella joven funesta, causante de la muerte de tantos príncipes hermosos, ya que por ella fué por quién hubo de soportar todas aquellas penas y todas aquellas fatigas. Y se dijo que, si dictaba una sentencia severa, le afligiría sin duda alguna. Así es que, tras de reflexionar un instante todavía, le dijo: "¡Oh hijo mío! el que, a vuelta de muchas penas y dificultades, obtiene una perla inapreciable, debe guardarla cuidadosamente. Claro que esta princesa de espíritu fantástico se ha hecho culpable, por su ceguera, de acciones reprensibles; pero es preciso considerarlas como llevadas a cabo por voluntad del Altísimo. Y si por culpa suya se privó de la vida a tantos jóvenes, fué porque el escriba de la suerte lo había escrito así en el libro del Destino. Por otra parte, no olvides ¡oh hijo mío! que esta joven te ha tratado con muchos miramientos cuando hubiste de introducirte, en calidad de santón, en su jardín. Por último, ya sabes que la mano del deseo de quienquiera, sea el negro o cualquier otro en el mundo, no ha tocado el fruto del tierno arbolillo de su ser, y que nadie ha saboreado el gusto de la manzana de su barbilla ni del alfónsigo de sus labios".

Y Diamante se conmovió con las palabras de tan dulce lenguaje, máxime cuando sus cuatro esposas, las bienaventuradas de modales encantadores, apoyaron con su asentimiento aquel discurso. En vista de lo cual, escogiendo un día y un momento favorables, aquel jovenzuelo de sol se unió con aquella luna pérfida, semejante a la serpiente guardadora del tesoro. Y tuvo de ella, como de sus cuatro esposas legítimas, hijos maravillosos, cuyos pasos fueron otras tantas felicidades, y que tuvieron por esclavas, como su padre Diamante el Espléndido y su abuelo Schams-Schah el Magnífico, a la fortuna y a la dicha.

Y tal es la historia del príncipe Diamante, con cuantas cosas extraordinarias le sucedieron. ¡Gloria, pues, a quien reserva los relatos de los antiguos para lección de los modernos, a fin de que las gentes aprendan sabiduría!

Y el rey Schahriar, que había escuchado aquella historia con extremada atención, dió gracias por primera vez a Schehrazada, diciendo: "Loores a ti, ¡oh boca de miel! ¡Me hiciste olvidar amargas preocupaciones!"

Luego se ensombreció su rostro repentinamente. Y al ver aquello, Schehrazada se apresuró a decir: "Está bien, ¡oh rey del tiempo! Pero ¿qué vale esto comparado con lo que voy a contarte del MAESTRO DE LAS DIVISAS Y DE LAS RISAS?".

Y dijo el rey Schahriar: "¿Quién es ¡oh Schehrazada! ese maestro de las divisas y de las risas a quien no conozco?"

Y dijo Schehrazada:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0903: algunas tonterías y teorías del maestro de las divisas y de las risas

ALGUNAS TONTERÍAS Y TEORÍAS DEL MAESTRO DE LAS DIVISAS Y DE LAS RISAS[editar]

En los anales de los antiguos y en los libros de los sabios se cuenta, y se nos ha transmitido por la tradición, ¡oh rey del tiempo! que en la ciudad de El Cairo, residencia del buen humor y de la gracia, había un hombre de apariencia estúpida que, bajo su aspecto de bufón extravagante, ocultaba un fondo sin igual de listeza, de sagacidad, de inteligencia y de cordura, a más de ser indudablemente el hombre más divertido, más instruido y más ingenioso de su tiempo. Tenía por nombre Goha, y por oficio ninguno en absoluto, aunque circunstancialmente ejercía el cargo de predicador en las mezquitas.

Un día le dijeron sus amigos: "¡Oh Goha! ¿no te da vergüenza pasarte la vida sin hacer nada, y no usar tus manos, con sus diez dedos, más que para llevártelas llenas a la boca? ¿Y no piensas que ya es hora de que ceses en tu vida de holgazanería y te amoldes al modo de ser de todo el mundo?". Y he aquí que él no contestó nada. Pero un día atrapó una cigüeña grande y hermosa, dotada de alas magníficas, que la hacían volar muy alto por el cielo, y de un pico maravilloso, terror de los pájaros, y de dos tallos de lirio por patas. Y cuando la cogió, subió con ella a su terraza, en presencia de los que le habían hecho reproches, y con un cuchillo le cortó las magníficas plumas de las alas, y el largo pico maravilloso, y las encantadoras patas tan finas, y empujándola con el pie hacia el vacío, le dijo: "¡Vuela, vuela!". Y sus amigos le gritaron, escandalizados: "Alah te maldiga, ¡oh Goha! ¿A qué viene esa locura?". Y les respondió él: "Esta cigüeña me molestaba y pesaba sobre mi vista porque no era como los demás pájaros. Pero ahora le he hecho semejante a todo el mundo".

Y otro día dijo a los que le rodeaban: "¡Oh musulmanes, y vosotros, cuantos estáis aquí presentes! ¿sabéis por qué Alah el Altísimo, el Generoso (¡glorificado y venerado sea!) no dió alas al camello y al elefante?". Y los demás se echaron a reír, y contestaron: "No, por Alah, que no lo sabemos, ¡oh Goha! Pero tú, a quien nada se oculta de las ciencias y de los misterios, dínoslo pronto para que nos instruyamos". Y Goha les dijo: "Voy a decíroslo. Porque si el camello y el elefante tuvieran alas, cagarían con todo su peso sobre las flores de vuestros jardines y las aplastarían".

-Y otro día, un amigo de Goha fué a llamar a su puerta y dijo: "¡Oh Goha! en nombre de la amistad, préstame tu burro, que le necesito para hacer con él un trayecto urgente". Y Goha, que no tenía gran confianza en aquel amigo, contestó: "Bien quisiera prestarte el burro, pero no está aquí, que le he vendido". Mas en aquel momento mismo empezó a rebuznar el burro desde la cuadra, y el hombre oyó a aquel burro que parecía no iba nunca a terminar de rebuznar, y dijo a Goha: "¡Pues si tienes ahí a tu burro!". Y Goha contestó con acento muy ofendido: "¡Vaya, por Alah! ¿conque ahora resulta que crees al burro y no me crees a mí? ¡Vete, que no quiero verte más!"

-Y otra vez, el vecino de Goha fué en busca suya para invitarle a una comida, diciéndole: "Ven ¡oh Goha! a comer en mi casa". Y Goha aceptó la invitación. Y cuando ambos estuvieron sentados ante la bandeja de manjares, les sirvieron una gallina. Y tras de intentar masticarla varias veces, acabó Goha por renunciar a tocar aquella gallina, que era una vieja entre las gallinas más viejas, y tenía la carne correosa; y se limitó a sorber un poco del caldo en que estaba cocida. Tras de lo cual se levantó, y cogiendo la gallina, la colocó en dirección a la Meca, y se dispuso a recitar sobre ella su plegaria. Y su huésped, enfadado, le dijo: "¿Qué vas a hacer, ¡oh descreído!, ¿Y desde cuándo los musulmanes recitan sus plegarias sobre las gallinas?". Y contestó Goha: "¡Oh tío! ¡qué ilusiones te haces! ¡Esta ave de corral, sobre la que voy a recitar mi plegaria, no es un ave de corral! ¡De ave de corral tiene solamente la apariencia, pues, en realidad, es una santa mujer vieja convertida en gallina, o acaso en venerable santón! ¡Porque la han puesto a la lumbre, y la lumbre la ha respetado!".

-Otra vez salió con una caravana, y las provisiones de boca eran exiguas, y el hambre de los caravaneros era considerable. Por lo que a Goha respecta, su estómago le requería tan insistentemente, que hubiera él devorado la ración de los camellos. El caso es que cuando, en la primer parada, se sentó todo el mundo para comer, Goha hizo gala de una reserva y de una discreción que maravillaron a sus compañeros. Y como le instaran para que cogiera el pan y el huevo duro que le correspondía, contestó: "¡No, por Alah! ¡comed vosotros y satisfaceos, que a mí me sería imposible comer un pan entero y y un huevo duro yo solo! Así, pues, tome cada uno de vosotros el pan y el huevo duro que le corresponde, y luego, si os parece bien, me daréis la mitad de cada pan y de cada huevo; porque no cabe más en mi estómago; que es delicado".

-Y en otra ocasión, fué a casa del carnicero y le dijo: "¡Hoy es día de fiesta en casa! Dame, pues, el mejor trozo que tengas de carne del carnero gordo". Y el carnicero apartó para él todo el solomillo del carnero, que tenía un peso considerable, y se lo entregó. Y, Goha llevó todo el solomillo a su mujer, diciéndole: "Haznos con este excelente solomillo filetes con cebollas. Y sazónalo bien a mi gusto". Luego salió a dar una vuelta por el zoco.

Y he aquí que la esposa se aprovechó de la ausencia de Goha para asar a toda prisa el solomillo de carnero y comérselo con su hermano, sin dejar nada. Y cuando volvió Goha, sintió el apetitoso tufillo de los filetes asados, y se le dilataron las narices, y se le conmovió el estómago. Pero, cuando estuvo sentado ante la bandeja, su mujer le llevó por toda comida un pedazo de queso griego y un pan duro. En cuanto al kabab, ni rastro de él había. Y Goha, que no había hecho más que pensar en aquel kabab, dijo a su mujer: "¡Oh hija del tío! ¿y el kabab? ¿Cuándo vas a servírmelo?". Y ella contestó: "¡La misericordia de Alah sobre ti y sobre el kabab! Lo ha devorado el gato mientras yo estaba en el retrete". Y Goha, sin decir palabra, se levantó y cogió al gato y le pesó en la balanza de la cocina. Y observó que pesaba bastante menos que el solomillo de carnero que había llevado él. Y se encaró con su esposa, y le dijo: "¡Oh hija de perros! ¡oh desvergonzada! Si este gato que tengo se ha comido la carne, ¿dónde está el peso del gato? Y si lo que tengo es sólo el gato, ¿dónde está la carne?".

-Y otro día, estando su esposa ocupada en la cocina, le entregó al niño de pecho, hijo suyo, que tenía tres meses, y le dijo: "¡Oh padre de Abdalah! ten al niño y mécele, mientras estoy junto al fogón. Luego te le cogeré". Y Goha accedió a quedarse con el niño, aunque aquello no le agradaba mucho. Y en aquel preciso momento sintió el niño ganas de mear, y empezó a mearse en el caftán nuevo de su padre. Y Goha, en el límite de la contrariedad, se apresuró a dejar en el suelo al niño; y presa del furor, empezó a mearse en él, a su vez. Y al verle su esposa conducirse de aquel modo, acudió gritando: "¡Oh rostro de brea! ¿qué haces al niño?". Y él le contestó: "¿Estás ciega? ¿Pues no ves que me meo en él para no tratarle como a un hijo extraño? Porque, si hubiese sido hijo de un extraño quien se hubiese meado en mí, y no mi propio hijo, en verdad que hubiese vaciado mi interior sin duda alguna en su cara".

-Y una noche en que estaba reunido con sus amigos, le dijeron éstos: "¡Ya Si-Goha! puesto que estás tan instruido en las ciencias y tan versado en la astronomía, ¿puedes decirnos qué es la luna cuando pasa su último cuarto?", Y Goha contestó: "¿Qué os ha enseñado entonces el maestro de escuela, ¡oh compañeros!? ¡Por Alah! ¡pues cada vez que una luna está en su último cuarto, se la rompe para hacer de ella estrellas!".

-Y otro día, Goha fué en busca de un vecino suyo y le dijo: "El vecino se debe a su vecino. Préstame una marmita para cocer en casa una cabeza de carnero...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0904: y cuando llegó la 923ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 923ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Préstame una marmita para cocer en casa una cabeza de carnero". Y el vecino prestó a Goha la marmita en cuestión. Y se coció en ella lo que se coció. Y al día siguiente Goha devolvió la marmita a su propietario. Pero había tenido cuidado de meter en ella otra marmita más pequeña. Y el vecino se asombró mucho, cuando recuperó lo que le pertenecía, al ver que le había dado fruto. Y dijo a Goha: "¡Ya Si-Goha! ¿qué marmita es esta Pequeña que veo dentro de mi marmita?". Y dijo Goha: "No sé; pero supongo que será que tu marmita ha parido esta noche". Y dijo el otro: "¡Alahu akbar! se trata de un beneficio de la bendición por mediación tuya, ¡oh rostro de buen augurio!". Y colocó en el vasar de la cocina la marmita y su hija.

Al cabo de cierto tiempo volvió Goha a casa de su vecino y le dijo: "¡Si no fuera por miedo a molestarte, ¡oh vecino! te pediría la marmita con su hija, que las necesito hoy!". Y el otro contestó: "De todo corazón amistoso, ¡oh vecino!". Y le entregó la marmita con la otra más pequeña dentro. Y Goha las cogió y se marchó. Y transcurrieron varios días sin que Goha devolviese lo que se había llevado. Y el vecino fué a buscarle, y le dijo: "¡Ya Si-Goha! no es por falta de confianza en ti, pero en casa necesitamos hoy el utensilio que te llevaste". Y Goha preguntó: "¿Qué utensilio, ¡oh vecino!?". Y el otro dijo: "¡La marmita que te presté y engendró!" Y contestó Goha: "¡Alah la tenga en su misericordia! Se ha muerto". Y dijo el vecino: "¡No hay más dios que Alah! ¿Cómo se entiende, ¡oh Goha!? ¿Es que puede morirse una marmita?" Y Goha dijo: "¡Todo lo que engendra, muere! ¡De Alah venimos, y a Él retornaremos!".

-Y otra vez, un felah regaló a Goha una gallina cebada. Y Goha hizo guisar la gallina e invitó al felah a la comida. Y se comieron la gallina y quedaron muy satisfechos. Pero, al cabo de cierto tiempo, llamó a la puerta de Goha otro felah y pidió albergue. Y Goha le abrió y le dijo: "Bienvenido seas; pero ¿quién eres?" Y el felah contestó: "Soy vecino del que te regaló la gallina". Y Goha contestó: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos". Y le albergó con toda cordialidad y le dió de comer y no le hizo carecer de nada. Y el otro se marchó tan contento. Y algunos días después llamó a la puerta un tercer felah. Y Goha preguntó: "¿Quién es?". Y dijo el hombre: "Soy vecino del vecino del que te ha regalado la gallina". Y Goha dijo: "No hay inconveniente". Y le hizo entrar y sentarse ante la bandeja de manjares. Pero, por todo alimento y por toda bebida, puso delante de él una marmita con agua caliente, en la superficie de la cual se veían algunas gotitas de grasa. Y el felah, viendo que no había más, preguntó: "¿Qué es esto, ¡oh huésped mío!?". Y Goha contestó: "¿Esto? pues la substancia de la substancia del agua en que se coció la gallina".

-Y un día en que los amigos de Goha querían divertirse a costa suya, se concertaron entre sí, y le llevaron al hammam. Y llevaron huevos sin que Goha lo sospechara. Y cuando estuvieron en el hammam y se desnudaron todos, entraron con Goha en la sala de las sudaciones y dijeron: "¡Ha llegado el momento! Cada cual de nosotros va a poner un huevo". Y añadieron: "Aquel de nosotros que no pueda poner tendrá que pagar la entrada al hammam a todos los demás". Y acto seguido se pusieron todos en cuclillas, cacareando a más y mejor, a manera de gallinas. Y cada uno de ellos acabó por sacar un huevo de debajo de sí. Y al ver aquello, Goha enarboló de pronto el niño de su padre, y lanzando el cacareo de gallo, se precipitó sobre sus amigos, disponiéndose a asaltarlos. Y se levantaron muy de prisa todos, gritándole: "¿Qué vas a hacer, ¡oh miserable!? Y Goha contestó: "¿No lo estáis viendo? ¡Por mi vida! ¡Veo gallinas delante de mí, y como soy el único gallo, tengo que montarlas!".

-También hemos llegado a saber que Goha tenía costumbre de ponerse todas las mañanas a la puerta de su casa y de recitar a Alah esta plegaria: "¡Oh Generoso! tengo que pedirte cien dinares de oro. Ni uno más ni uno menos, porque los necesito. ¡Pero si, en vista de Tu generosidad, se pasase de la cifra de ciento, aunque sólo fuese en un dinar, o sí, por mi carencia de méritos, faltara un solo dinar de los ciento que te pido, no aceptaría el don!". Y he aquí que entre los vecinos de Goha había un judío enriquecido (¡de Alah nos viene la riqueza!) con toda clase de negocios reprensibles (¡sepultado sea en los fuegos del quinto infierno!). Y el tal judío oía todos los días a Goha recitar en voz alta aquella plegaria delante de su puerta. Y pensó para sí: "¡Por vida de Ibrahim y de Yacub, que voy a hacer con Goha un experimento! Y ya veré cómo sale de la prueba." Y cogió una bolsa con noventa y nueve dinares de oro nuevo, y desde su ventana la tiró a los pies de Goha cuando éste recitaba su plegaria acostumbrada de pie ante el umbral de su casa. Y Goha recogió la bolsa, mientras el judío le vigilaba para ver en qué paraba el asunto. Y vió a Goha desatar los cordones de la bolsa, vaciando el contenido en su regazo y contando los dinares uno a uno. Luego oyó que Goha, al notar que faltaba un dinar para los cientos que había pedido, exclamaba, alzando las manos hacia su Creador: "¡Oh Generoso! ¡loado y reverenciado y glorificado seas por tus beneficios! pero el don no está completo, y en vista de mi promesa, no puedo aceptarlo tal y como viene". Y añadió: "Por eso voy a gratificar con ello a mi vecino el judío, que es un hombre pobre, cargado de familia y un modelo de honradez". Y así diciendo, cogió la bolsa y la tiró dentro de la casa del judío. Luego se fué por su camino.

Cuando el judío vió y oyó todo aquello, llegó al límite de la estupefacción, y se dijo: "¡Por los cuernos luminosos de Mussa! nuestro vecino Goha es un hombre lleno de candor y de buena fe. Pero no puedo verdaderamente opinar con respecto a él mientras no haya comprobado la segunda parte de su aserto". Y al día siguiente tomó la bolsa, metió en ella cien dinares más uno, y la tiró a los pies de Goha en el momento en que éste recitaba su acostumbrada plegaria delante de su puerta. Y Goha, que demasiado sabía de dónde caía la bolsa, pero continuaba fingiendo creer en la intervención del Altísimo, se inclinó y recogió el don. Y cuando contó de un modo ostensible las monedas de oro, se encontró con que aquella vez era ciento uno el número de dinares. Entonces dijo, levantando las manos al cielo: "¡Ya Alah, tu generosidad no tiene límites! He aquí me has concedido lo que te pedía con toda confianza, y aun has querido colmar mi deseo, dándome más de lo que anhelaba. Así es que, para no herir tu bondad, acepto este don tal como viene, aunque en esta bolsa hay un dinar más de los que yo pedía". Y tras de hablar así, se guardó la bolsa en el cinturón e hizo andar una tras otra a sus dos piernas. Cuando el judío, que miraba a la calle, vió que Goha se guardaba de tal suerte la bolsa en su cinturón y se marchaba tranquilamente, se puso muy amarillo de color y sintió que de cólera se le salía el alma por la nariz. Y se precipitó fuera de su casa y corrió detrás de Goha, gritándole: "¡Espera!, ¡oh Goha, espera!". Y Goha dejó de andar, y encarándose con el judío, le preguntó: "¿Qué te pasa?". El otro contestó: "¡La bolsa! ¡devuélveme la bolsa!". Y dijo Goha: "¿Devolverte la bolsa de cien dinares y un dinar que Alah me ha deparado? ¡Oh perro de judíos! ¿es que esta mañana ha fermentado tu razón en tu cráneo? ¿O acaso piensas que debo dártela como te di la de ayer? En este caso, puedes desengañarte, porque ésta la guardo por miedo a ofender al Altísimo en Su Generosidad para conmigo, que soy indigno de ella. Bien sé que hay un dinar de más en esta bolsa, pero eso no perjudica a los demás. ¡Por lo que a ti respecta, ya estás yendo!" Y enarboló un grueso garrote nudoso, e hizo ademán de dejarlo caer con todo su peso sobre la cabeza del judío. Y el desgraciado de la descendencia de Yacub se vió obligado a volverse con las manos vacías y la nariz alargada hasta los pies.

-Y otro día Si-Goha escuchaba en la mezquita predicar al khateb. Y en aquel momento el khateb explicaba a sus oyentes un extremo de derecho canónico, diciendo: "¡Oh creyentes! sabed que si a la caída de la noche el marido cumple con su esposa los deberes de un buen esposo, se verá recompensado por el Retribuidor como si hubiese sacrificado un carnero. Pero si la copulación lícita tiene lugar durante el día, se le tendrá en cuenta al marido como si se tratara del rescate de un esclavo. ¡Y si la cosa se realiza a media noche, la recompensa será igual a la obtenida por el sacrificio de un camello!".

Y he aquí que, de vuelta en su casa, Si-Goha transmitió a su esposa estas palabras. Luego se acostó a su lado para dormir. Pero la mujer, sintiéndose poseída de violentos deseos, dijo a Goha: "Levántate ¡oh hombre! a fin de que ganemos la recompensa que se obtiene por el sacrificio de un carnero". Y Goha dijo: "Está bien". E hizo la cosa y volvió a acostarse. Pero a media noche de nuevo se sintió la hija de perro con el organismo en disposición copulativa y volvió a despertar a Goha, diciéndole: "Ven ¡oh hombre! para que juntos nos procuremos el beneficio que reporta el sacrificio de un camello...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0905: pero cuando llegó la 924ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 924ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Ven ¡oh hombre! para que juntos nos procuremos el beneficio de un camello". Y Goha se despertó refunfuñando, y con los ojos medio cerrados, hizo la cosa en cuestión. Y al punto se volvió a dormir.

Pero a primera hora de la mañana, la esposa, asaltada de nuevos deseos, sacó de su sueño a Goha, diciéndole: "¡Date prisa ¡oh hombre! a despertarte antes de que salga el sol, que tenemos que hacer juntos lo que nos proporcionará, de parte del Retribuidor, el precio acordado por rescate de un esclavo!"

Pero aquella vez Goha no quiso oír, y contestó: ¡Oh mujer! ¿y qué esclavitud peor que la de un hombre que se ve obligado a sacrificar a su propio niño? Deja, pues, al niño de su padre, y rescátame el primero a mí, que soy tu esclavo".

-Y otro día, en otra mezquita, Si-Goha, escuchaba piadosamente al imam, que decía: "¡Oh creyentes que evitáis a vuestras mujeres para correr en pos de las nalgas de los mancebos! sabed que cada vez que un creyente realiza con su esposa el acto conyugal, Alah levanta para él un kiosco en el paraíso". Y de vuelta en su casa, Goha contó a su mujer la cosa, porque así salió en la conversación, aunque sin darle importancia. Pero la esposa, que no había dejado salir por la otra oreja lo que le había entrado por una, esperó a que estuviesen acostados los niños, y dijo a Goha: "¡Bueno, ven para que hagamos que nos levanten un kiosco a nombre de nuestros hijos!" Y Goha contestó: "No hay inconveniente". Y metió la herramienta del albañil en el cajón de la argamasa. Luego se acostó.

Pero al cabo de una hora de tiempo, la esposa de ojos vacíos despertó a Goha, y le dijo: "Me he olvidado de que tenemos una hija casadera que debe habitar sola. Levantemos un kiosco para ella". Y Goha dijo: "¡Vaya, ualahí! ¡Sacrifiquemos al muchacho por la muchacha!" E introdujo al niño consabido en la cuna que le reclamaba. Luego se echó en su colchón, resoplando, y se volvió a dormir. Pero a media noche la esposa le tiró del pie, reclamando otro kiosko para su madre. Pero Goha exclamó: "¡Sea la maldición de Alah con los pedigüeños indiscretos! ¿Acaso no sabes ¡oh mujer de ojos vacíos! que la generosidad de Alah prescindiría de nosotros si le obligáramos a levantar tantos kioscos a nuestro nombre?"

Y siguió roncando.

-Y un día entre los días, una mujer devota entre las vecinas de Goha estaba orando, cuando, por inadvertencia, se le escapó un cuesco. Y como no acostumbraba a hacerlo, no supo con exactitud si el cuesco consabido lo había engendrado ella realmente, o si el ruido que oyó provenía del roce de su pie contra las baldosas o de un gemido lanzado al orar. Y llena de escrúpulos, fué a consultar a Goha, de quien sabía estaba muy versado en la jurisprudencia. Y se lo explicó y le pidió su opinión. Y Goha, a manera de respuesta, soltó al punto un cuesco de importancia y preguntó a la devota: "¿Era un ruido como éste, tía mía?" Y la vieja devota contestó: "¡Era un poco más fuerte!" Y Goha lanzó al punto un segundo cuesco más importante que el primero, y preguntó a la devota: "¿Era así?" Y ella contestó: "¡'Era un poco más fuerte todavía". Entonces Goha exclamó: "¡No, por Alah, entonces no era un ventoseo, sino una tempestad! ¡Vete segura, ¡oh madre de los Ventoseos! porque si no, a fuerza de hacer ganas, voy a hacer pasteles!"

-Y un día, el asombroso conquistador tártaro Timur-Lenk, el Cojo de hierro, pasó cerca de la ciudad donde residía Si-Goha. Y se reunieron los habitantes, y después de discutir mucho la manera de impedir al khan tártaro que devastara su ciudad, acordaron rogar a Si-Goha que les sacara de tan cruel apuro. Y al punto Si-Goha hizo que le llevaran toda la muselina que había disponible en los zocos, y con ella se fabricó un turbante del tamaño de una rueda de carro. Luego montó en su burro, y salió de la ciudad al encuentro de Timur. Y cuando estuvo en su presencia, el tártaro observó aquel turbante extraordinario, y dijo a Goha: "¿Cómo traes ese turbante?" Y Goha contestó: "¡Oh soberano del mundo! es mi gorro de noche, y te suplico que me dispenses por haber venido entre tus manos con este gorro de noche; pero dentro de un instante tendré mi gorro de día, que viene detrás cargado en un carromato alquilado a tal fin". Entonces Timur-Lenk, espantado del enorme tocado de los habitantes, no pasó por aquella ciudad. Y lleno de simpatía por Goha, le retuvo a su lado, y le preguntó: "¿Quién eres?" Y Goha contestó: "¡Aquí donde me ves, soy el dios de la tierra!"

Y Timur, que era de raza tártara, en aquel momento estaba rodeado de algunos mozalbetes, que eran los más hermosos de su nación, y tenían, como es corriente en los de su raza, los ojos muy pequeños y encogidos. Y dijo a Goha, mostrándole aquellos niños: "Y bien, ¡oh dios de la tierra! ¿encuentras de tu gusto a estos lindos niños que aquí ves? ¿Tiene par su belleza?" Y Goha dijo: "No es por disgustarte, ¡oh soberano del mundo! pero me parece que estos niños tienen los ojos demasiado pequeños, y a causa de ello carece de gracia su rostro". Y Timur le dijo: "¡No te preocupes por eso! ¡Y puesto que eres el dios de la tierra, hazme el favor de agrandarle los ojos!" Y Goha contestó: "¡Oh mi señor! ¡respecto a ojos del rostro, sólo Alah puede agrandarlos, pues, por mi parte, yo, que soy el dios de la tierra, sólo puedo agrandarle el ojo que tienen de cintura para abajo!" Y al oír estas palabras, Timur comprendió con qué clase de granuja tenía que habérselas, y se regocijó con su réplica, y en lo sucesivo, lo retuvo con él, como bufón habitual.

-Y un día, Timur, que no solamente era cojo y tenía un pie de hierro, sino también tuerto y extremadamente feo, charlaba de unas cosas y de otras con Goha. Y a la sazón entró el barbero de Timur, y después de afeitarle la cabeza, le presentó un espejo para que se mirase. Y Timur se echó a llorar. Y siguiendo su ejemplo, Goha rompió en llanto, y lanzó suspiros tras gemidos, e invirtió en ello una o dos o tres horas de tiempo. Así es que ya había acabado de llorar Timur, y Goha seguía sollozando y lamentándose. Y Timur, asombrado, le dijo:

¿Qué te pasa? Si yo he llorado, fué porque me miré en el espejo de este barbero de mal augurio y me encontré verdaderamente feo. Pero ¿por qué motivo viertes tú tantas lágrimas y continúas gimiendo tan lamentablemente?" Y Goha contestó: "Dicho sea con todo respeto. ¡oh soberano nuestro! he de hacerte observar que ha bastado que te mires un breve instante en el espejo para llorar dos horas de tiempo. ¿Qué tiene, pues, que quien te está mirando todo el día llore más tiempo que tú?" Y a estas palabras, en vez de enfadarse, Timus se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero.

-Y otro día, estando Timur a la mesa, eructó muy cerca de la cara de Goha. Y exclamó Goha: "¡Oh soberano mío! ¡eructar es un acto vergonzoso!" Y Timur, asombrado, dijo: "En nuestro país no se tiene por vergonzoso el eructo". Y Goha no contestó nada; pero, al final de la comida, soltó un cuesco ruidoso. Y exclamó Timur, enfadado: "¡Oh hijo de perro! ¿qué haces? ¿Y no te da vergüenza?" Y Goha contestó: "¡Oh mi señor! en nuestro país no se tiene eso por vergonzoso. ¡Y como sé que no comprendes la lengua de nuestro país, no he tenido escrúpulo en hacerlo!"

-Otro día, en otra ocasión, Goha reemplazaba al khateb en la mezquita de un pueblo vecino. Y cuando hubo acabado de predicar, dijo a sus oyentes, meneando la cabeza: "¡Oh musulmanes! el clima de vuestra ciudad es exactamente el mismo que el de mi pueblo". Y ellos dijeron: "¿Por qué lo dices. El contestó, «Porque acabó de tentarme el zib, y lo encuentro como en mi pueblo, flojo y colgante sobre mis testículos. ¡La zalema con todos vosotros, que me voy!"

-Y otro día predicaba Goha en la mezquita, Y a manera de conclusión, alzó las manos al cielo, y dijo: "Dámoste gracias y te glorificamos por Tus bondades, ¡oh Dios verídico y todopoderoso que no nos has colocado el culo en la mano!" Y asombrados por aquella acción de gracias, sus oyentes le preguntaron: "¿Qué quieres decir con esa extraña plegaria, ¡oh khateb!?" Y Goha dijo: "¡Pues bien claro está, por Alah. Si el Donador nos hubiese creado con el culo en la mano, nos mancharíamos la nariz cien veces al día".

-Y otra vez, subido también en el púlpito, tomó la palabra; diciendo: "¡Oh musulmanes! ¡loores a Alah, que no nos ha colocado detrás lo que tenemos delante!" Y le preguntaron: "¿Por qué dices eso...?

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0906: y cuando llegó la 925ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 925ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... ¡Oh musulmanes! ¡loores a Alah, que no nos ha colocado detrás lo que tenemos delante!" Y le preguntaron: "¿Por qué dices eso?" El dijo: "Porque si el báculo estuviera situado detrás, cada cual, sin querer, podría tornarse semejante a los compañeros de Loth, haciendo aquello a lo que sólo pudo sustraerse Loth".

-Y un día encontrándose sola y completamente desnuda, la mujer de Goha se puso a contar su historia con mucha fruición, diciendo "¡Oh caro tesoro! ¿por qué no tendré dos o tres o cuatro como tú? Eres manantial de mis placeres, y me procuras preciosas ventajas". Y he aquí que quiso el Destino que llegase Goha mientras tanto. Y oyó aquellas palabras, y comprendió por qué se expresaba así su esposa. Entonces sacó su herencia, y le dijo, llorando: "¡Oh hijo de perro! ¡oh proxeneta! ¡cuántas calamidades has traído sobre mi cabeza! ¡Ojalá no hubieras sido nunca el niño de tu padre!"

-Y otro día penetró Goha en la viña de su vecino, y se puso a comer uvas como un zorro, cogiendo los racimos por el rabo y sacándoselos de la boca sin un grano. Y he aquí que de repente apareció el vecino, amenazándole con un garrote y gritándole: "¿Qué haces ahí, ¡oh maldito!?" Y Goha contestó: "Tenía retorcijones, y he entrado aquí para descargarme el vientre". Y el otro preguntó: "Si es verdad eso, vamos a ver dónde está lo que has hecho". Y Goha se quedó muy perplejo por un instante; pero, tras de mirar a un lado y a otro buscando con qué justificarse, mostró al viñero una boñiga de asno, diciéndole: "Aquí tienes la prueba". Y el hombre dijo: "¡Cállate!, ¡oh embustero! ¿Desde cuándo eres un burro?" Y al punto sacó Goha su zib, que era enorme, y dijo: "Desde que el Retribuidor me gratificó con la herramienta calamitosa que estás viendo".

-Y un día se paseaba Goha a orillas del río; y vió un grupo de lavanderas lavando su ropa interior. Y las lavanderas, al verle, se acercaron a él y le rodearon como un enjambre de abejas. Y una de ellas, levantándose la ropa, dejó al descubierto el cebón. Y Goha lo advirtió y volvió la cabeza, diciendo: "En ti me refugio, ¡oh Protector del Pudor!" Pero las lavanderas le dijeron alborotadas: "¿Qué te pasa, ¡oh pillastre!? ¿Acaso no sabes el nombre de este bienaventurado?" El dijo: "¡Demasiado sé que se llama el Origen de mis males!" Pero ellas exclamaron: "¡Quiá! ¡Si es el Paraíso del Pobre!" Entonces Goha pidió permiso para retirarse, apartándose un poco, y envolvió al niño con la tela de su turbante, como en un sudario, y se acercó de nuevo a las lavanderas, que le preguntaron: "¿Qué es eso, ¡oh Goha!?" El dijo: "Es un pobre que ha muerto, y desea entrar en el paraíso consabido". Y se echaron ellas a reír hasta caerse. Y al propio tiempo notaron que fuera del sudario colgaba una cosa y que era la bolsa enorme de Goha. Y le dijeron: "¡Bueno! pero ¿qué es eso que cuelga de tal modo por debajo del muerto, como dos huevos de avestruz?" El dijo: "¡Son los dos hijos de este pobre, que han venido a visitar su tumba!"

-Y una vez que estaba Goha de visita en casa de la hermana de su esposa. Y le dijo ella: "¡Ya Si-Goha! me veo precisada a ir al hammam, por lo que te ruego que tengas cuidado de mi mamoncillo durante mi ausencia". Y se marchó. Entonces el pequeñuelo empezó a gritar y a chillar. Y Goha, muy fastidiado, se dispuso a hacer por calmarle. Sacó, pues, su rahat-lucum y se lo dió a chupar al mamoncillo, que no tardó en dormirse. Y cuando estuvo de vuelta la madre y vió al niño dormido, dió muchas gracias a Goha, que le dijo: "De nada, ¡oh hija del tío! y si hubiera hecho contigo lo que con él y hubieses probado mi narcótico, también te hubieras dormido, dando con la cabeza antes que con los pies".

-Y otra vez se disponía Goha a violar a su burro a la puerta de una mezquita aislada. Y acertó a pasar un hombre que iba a hacer sus devociones en aquella mezquita. Y vió a Goha que estaba muy ocupado en la cosa consabida. Y asqueado, escupió en el suelo manifiestamente. Y Goha le miró atravesado, y le dijo: "¡Da gracias a Alah, que si no tuviera yo ahora entre manos una cosa tan urgente, ya te enseñaría a escupir aquí".

-Y otra vez Goha estaba tumbado en el camino, a pleno sol, un día de calor, teniendo en la mano su garboso báculo al descubierto. Y le dijo un transeúnte: "Vergüenza sobre ti, ¡oh Goha! ¿Qué estás haciendo?" Y Goha contestó: "Calla, ¡oh hombre! y vete de mi vista. ¿No ves que he sacado a tomar el aire a mi niño para refrescarle?" -Y otro día fueron a preguntar a Goha en consulta jurídica: "Si en la mezquita suelta un cuesco el imam, ¿qué debe hacer la asamblea?" Y Goha contestó sin vacilar: "¡Es evidente que lo que debe hacer es responder!"

-Y Goha y su mujer iban por la orilla del río un día de crecida. Y de pronto, dando un mal paso, la mujer resbaló y cayó al agua. Y como la corriente era muy fuerte, se la llevó. Y Goha no vaciló en tirarse al agua para pescar a su mujer: pero, en lugar de seguir la corriente, fué en dirección contraria. Y la gente que se había reunido le hizo observar aquello, y le dijo: "¿Qué buscas, ya Si-Goha?"

Y contestó él:

"¡Por Alah! ¡busco a la hija del tío, que se ha caído al agua!" Y le contestaron: "¡Pero ¡oh Goha! ha debido arrastrarla la corriente, y la estás buscando contra la corriente!" Dijo él: "¡Quiá! ¡Conozco a mi esposa mejor que vosotros! ¡Tiene un carácter tan atrabiliario, que de antemano estoy seguro de que ha ido contra la corriente!"

-Y otro día llevaron un hombre a presencia de Goha, que desempeñaba entonces las funciones de kadí. Y le dijeron: "El hombre que ves aquí ha sido sorprendido en plena calle mientras se dedicaba a violar a un gato". Y como había testigos del hecho, el hombre no pudo negar de una manera aceptable. Y Goha le dijo: "¡Vamos, habla! ¡Si me dices la verdad, te será otorgada la indulgencia de Alah! ¡Dime, pues, cómo te has arreglado para violar al gato!" Y el hombre contestó: "Por Alah, ¡oh nuestro señor el kadí! ¡he acercado lo que tú sabes a la puerta de la gracia, y he forzado esta puerta sujetando las patas del animal con mis manos y su cabeza con mis rodillas! ¡Y como la cosa había resultado bien la vez primera, he cometido la torpeza de reincidir! Confieso mi falta, ¡oh señor kadí!"

Pero Goha exclamó: "Mientes, ¡oh hijo de proxenetas! ¡Porque yo he intentado más de treinta veces hacer lo mismo que tú, sin obtener buen resultado nunca!" Y mandó que le dieran una paliza.

-Otro día, estando Goha de visita en casa del kadí de la ciudad, se presentaron dos querellantes, y dijeron: "¡Oh señor kadí! Nuestras casas se hallan tan próximas, que se tocan. Y he aquí que esta noche ha venido un perro a ensuciarse entre nuestras dos puertas, a igual distancia. Y venimos en tu busca para que nos digas a quién incumbe recoger la cosa". Y el kadí se encaró con Goha, y le dijo con acento irónico: "A tu juicio dejo la tarea de examinar este caso y de sentenciarlo". Y Goha se encaró con ambos querellantes, y dijo a uno: "Vamos a ver, ¡oh hombre! ¿ha ocurrido el hecho evidentemente más cerca de tu puerta?" El hombre contestó: "¡La verdad es que la cosa ha tenido lugar en medio exactamente!" Y Goha preguntó al segundo: "¿Es cierto, o quizá la cosa está más hacia tu casa?" El otro contestó "¡La mentira es ilícita! La cosa ha tenido lugar exactamente entre nosotros dos, en la calle". Entonces Goha dijo, a manera de sentencia: "Ya está resuelto el asunto. Esa tarea no os incumbe ni a uno ni a otro, sino a quien, por deber de su cargo, corresponde el cuidado de las calles, es decir, a nuestro señor el kadí".

-Y otro día el hijo de Goha, que tenía cuatro años de edad, había ido con su padre a casa de unos vecinos que estaban de fiesta. Y le presentaron una hermosa berenjena, preguntándole: "¿Qué es esto?" Y el niño contestó: "¡Un ternerillo que todavía no ha abierto los ojos!" Y todo el mundo se echó a reír, mientras Goha exclamaba: "¡Por Alah, que no soy yo quien se lo ha enseñado!"

-¡Y, finalmente, estando Goha otro día con ganas de copulación, sacó al aire el niño de su padre. Y he aquí que, por casualidad, una mosca de la miel se posó en la cabeza de la herramienta. Y Goha se pavoneó, exclamando...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0907: y cuando llegó la 926ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 926ª NOCHE[editar]

"... Y he aquí que, por casualidad, una mosca de la miel se posó en la cabeza de la herramienta. Y Goha se pavoneó, exclamando: "Por Alah, que sabes lo que es bueno, ¡oh mosca! Porque ésta es una flor digna de ser escogida entre todas las flores para hacer miel".

"Y estas son ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- solamente algunas entre las numerosas gracias, palabras, tonterías y teorías del maestro de las divisas y de la risa, el delicioso e inolvidable Si-Goha. ¡La misericordia y la bendición de Alah sean con él! ¡Y ojalá se conserve viva su memoria hasta el día de la Retribución!"

Y dijo el rey Schahriar: "¡Esas gracias de Goha me han hecho olvidar las más graves preocupaciones, Schehrazada!" Y la pequeña Doniazada exclamó: "¡Oh hermana mía! ¡cuán dulces y sabrosas y frescas son tus palabras!"

Y Schehrazada dijo: "Pero ¿qué es eso comparado con la HISTORIA DE LA JOVENZUELA OBRA MAESTRA DE LOS CORAZONES, LUGARTENIENTA DE LOS PÁJAROS?" Y el rey Schahriar exclamó: "¡Por Alah, ¡oh Schehrazada! que conozco bastantes jovenzuelas, y he visto más aún; pero no recuerdo ese nombre! ¿Quién es, pues, "Obra maestra de los corazones, y cómo es lugartenienta de los pájaros?"

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0907: y cuando llegó la 926ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 926ª NOCHE[editar]

"... Y he aquí que, por casualidad, una mosca de la miel se posó en la cabeza de la herramienta. Y Goha se pavoneó, exclamando: "Por Alah, que sabes lo que es bueno, ¡oh mosca! Porque ésta es una flor digna de ser escogida entre todas las flores para hacer miel".

"Y estas son ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- solamente algunas entre las numerosas gracias, palabras, tonterías y teorías del maestro de las divisas y de la risa, el delicioso e inolvidable Si-Goha. ¡La misericordia y la bendición de Alah sean con él! ¡Y ojalá se conserve viva su memoria hasta el día de la Retribución!"

Y dijo el rey Schahriar: "¡Esas gracias de Goha me han hecho olvidar las más graves preocupaciones, Schehrazada!" Y la pequeña Doniazada exclamó: "¡Oh hermana mía! ¡cuán dulces y sabrosas y frescas son tus palabras!"

Y Schehrazada dijo: "Pero ¿qué es eso comparado con la HISTORIA DE LA JOVENZUELA OBRA MAESTRA DE LOS CORAZONES, LUGARTENIENTA DE LOS PÁJAROS?" Y el rey Schahriar exclamó: "¡Por Alah, ¡oh Schehrazada! que conozco bastantes jovenzuelas, y he visto más aún; pero no recuerdo ese nombre! ¿Quién es, pues, "Obra maestra de los corazones, y cómo es lugartenienta de los pájaros?"

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0908: historia de la jovenzuela obra maestra de los corazones, lugartenienta de los pájaros

HISTORIA DE LA JOVENZUELA OBRA MAESTRA DE LOS CORAZONES, LUGARTENIENTA DE LOS PÁJAROS[editar]

Y dijo Schehrazada:

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en Bagdad, ciudad de paz y morada de todas las alegrías y residencia de los placeres y jardín del ingenio, el califa Harún Al-Raschid, vicario del Señor de los tres mundos y Emir de los Creyentes, tenía por compañero de copa y amigo preferido, entre sus íntimos y coperos, a aquel cuyos dedos manejaban la armonía, cuyas manos eran las bienamadas de los laúdes y cuya voz era enseñanza para los ruiseñores, al músico rey de los músicos y maravilla de la música de su tiempo, al prodigioso cantor Ishak Al-Dadim, de Mossul. Y el califa, que le quería con un cariño extremado, habíale dado por morada el más hermoso de sus palacios y el más selecto. Y tenía Ishak por cargo y misión instruir en el arte del canto y en la armonía a las jóvenes más a propósito entre las que se compraban en el zoco de las esclavas y en los mercados del mundo para el harén del califa. Y en cuanto una de ellas se distinguía entre sus compañeras y las adelantaba en el arte del canto, del laúd y de la guitarra, Ishak la conducía ante el califa, y la hacía cantar y tocar delante de él. Y si gustaba al califa, la hacían entrar en su harén inmediatamente. Pero si no le gustaba bastante volvía a ocupar su sitio entre las discípulas del palacio de Ishak.

Un día entre los días, el Emir de los Creyentes, sintiéndose el pecho oprimido, mandó buscar a su gran visir Giafar el Barmecida, y a Ishak, su compañero de copa, y a Massrur, el portaalfanje de su venganza. Y cuando estuvieron entre sus manos, les ordenó que se disfrazaran como acababa de hacer él mismo. Y disfrazados de tal modo, parecían un simple grupo de particulares. Y Al-Fazl, el hermano de Giafar, y Yunús el letrado se juntaron a ellos, disfrazados también. Y todos salieron del palacio sin ser notados, y llegaron al Tigris, y llamaron a un batelero, y se hicieron conducir hasta Al-Taf, barrio de Bagdad. Y aterrizaron allá y caminaron al azar por la ruta de los encuentros fortuitos y de las aventuras inopinadas.

Y mientras marchaban charlando y riendo, vieron ir hacia ellos a un anciano de barba blanca y de aspecto venerable, que se inclinó ante Ishak y le besó la mano. E Ishak le reconoció como uno de los proveedores que aprovisionaban de jóvenes y de mozalbetes el palacio del califa. Y a aquel jeique precisamente era al que se dirigía Ishak cada vez que deseaba una nueva tanda de discípulas para su escuela de música.

Y he aquí que, precisamente cuando el jeique hubo abordado de tal modo a Ishak, sin sospechar que iba acompañado del Emir de los Creyentes y de su visir Giafar y de sus amigos, se excusó mucho por haberle molestado e interrumpido su paseo, y añadió: "¡Oh mi señor! hace mucho tiempo que deseo verte. E incluso tenía decidido ir a buscarte en tu palacio. Pero ya que Alah me ha puesto hoy en el camino de tu gracia, voy a hablarte en seguida de lo que preocupa a mi espíritu". E Ishak preguntó: "¿Y de qué se trata, pues, ¡oh venerable!? ¿Y en qué puedo servirte?" Y el mercader de esclavos contestó: "Escucha. En este momento tengo, en el depósito de esclavos, una joven que está muy diestra ya en el laúd y que no tardará en hacer honor a tu escuela, pues se halla muy bien dotada, y mejor que ninguna sabrá ella aprovecharse de tu admirable enseñanza. Y como, además, su gracia es continuación de los dones de su espíritu, creo que no dejarás de echar sobre ella una ojeada y de prestar por un instante tu oído precioso a la prueba de su voz. Y si te place ella, todo saldrá a pedir de boca. De no ser así, la venderé a cualquier mercader, y sólo me restará renovar mis excusas por la molestia que te ocasiono a ti y a estos honorables señores, amigos tuyos".

Al oír estas palabras del viejo mercader de esclavos, Ishak consultó con una rápida ojeada al califa, y contestó: "¡Oh tío! precédenos, pues, al depósito de esclavos, y prevén a la joven consabida, a fin de que se prepare a ser vista y oída poro todos nosotros. Porque me acompañarán mis amigos". Y el jeique contestó con el oído y la obediencia, y desapareció a buen paso, en tanto que el califa y sus compañeros se dirigían más despacio al depósito de esclavos, guiados por Ishak, que conocía el camino.

Y aunque la aventura no tenía nada de extraordinaria, la aceptaron de buena gana, como a orillas del mar acepta el pescador la suerte que Alah ha escrito para su primer redada. Y al acercarse al depósito de esclavos, vieron que era un edificio alto de murallas y amplio de espacio, que podría alojar cómodamente a todas las tribus del desierto. Y franquearon la puerta y entraron en una sala grande, reservada para la venta y la compra, y rodeada de bancos en que se sentaban los compradores. Y también sentáronse ellos en aquellos bancos, mientras el anciano, que les había precedido, iba a buscar a la joven. Y habíase preparado para ella, precisamente en medio de la sala, una especie de trono de madera preciosa, cubierto con la tela bordada de Jonia, al pie del cual se hallaba un laúd de Damasco con cuerdas de plata y oro.

Y de pronto la joven que esperaban hizo su entrada con la gracia de una rama que se balanceaba. Y se sentó en el trono preparado, saludando a la concurrencia. Y parecía el sol cuando brilla en lo alto del cielo de mediodía. Y aunque le temblaban un poco las manos, cogió el laúd, lo apoyó contra su seno como haría una hermana con su hermanito, e hizo brotar del instrumento un preludio que entusiasmó los espíritus. E inmediatamente hirió en otro tono las cuerdas dóciles, y cantó estos versos del poeta:

¡Suspira, ¡oh mañana! a fin de que uno de tus suspiros flotantes se destaque y llegue hasta la tierra de la amada! ¡Y lleva mi saludo perfumado a todo el caro y brillante grupo!
¡Y di a mi amiga que me he dejado el corazón en prenda de su amor! ¡Porque mi deseo es más fuerte que cuanto de ordinario desalienta a los enamorados!
¡Dile que ha herido con un golpe mortal mi corazón y mis ojos! ¡Pero mi pasión aumenta y se exalta cada vez más!
¡Y mi espíritu, lacerado por el amor todas las noches, ha hecho olvidar a mis párpados el arte de hacerse obedecer del sueño!

Cuando la joven hubo acabado de cantar estos versos, el califa no pudo por menos de exclamar: "¡Maschalah sobre tu voz y sobre tu arte!, ¡oh bendita! En verdad que has triunfado". Pero de repente se acordó de su disfraz, y no dijo más, temiendo que le reconocieran. E Ishak tomó a su vez la palabra para cumplimentar a la joven. Pero no había acabado de abrir la boca, cuando la armoniosa jovenzuela se levantó vivamente de su asiento y fué a él y le besó respetuosamente la mano, diciendo: "¡Oh mi señor! los brazos se inmovilizan en tu presencia, y a tu vista, las lenguas se callan, y la elocuencia frente a ti se torna muda. Y sólo tú, por lo que a mí respecta, puedes ser quien descorra el velo". Y le dijo estas palabras mientras sus ojos lloraban.

Al ver aquello, le preguntó Ishak, muy sorprendido y emocionado...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0909: pero cuando llegó la 927ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 927ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Al ver aquello, le preguntó Ishak, muy sorprendido y emocionado: "¡Oh preciosa joven! ¿por qué se entristece tu alma y hace llorar a tus ojos? ¿Y quién eres, ¡oh tú a quien no conozco!?"

Y la joven bajó los ojos sin contestar, e Ishak comprendió que no quería hablar en público. Y tras de consultar con la mirada al califa intrigado, hizo correr la cortina que aislaba de la esclava la almoneda de los compradores, y dijo dulcemente: Tal vez ahora quieras explicarte con todo desahogo y libertad".

Y la joven, en cuanto se vió sola con Ishak, se levantó el velo del rostro con un gesto lleno de gracia, y apareció como era en verdad, muy hermosa, blanca cual la luna nueva, con un bucle negro en cada sien, una nariz recta y pura como el nácar transparente, una boca tallada en pulpa de granadas maduras, y un mentón adornado por una sonrisa. Y en aquel rostro libertado del velo se rasgaban unos grandes ojos negros hasta amenazar a las sienes con pasar de ellas.

Y tras de mirarla un momento sin hablar, Ishak le dijo más dulcemente todavía: "Habla ¡oh joven! con toda confianza". Entonces dijo ella, con una voz semejante a la voz del agua en las fuentes: "La duración de la espera y el tormento de mi espíritu han hecho que ya no se me reconozca, y las lágrimas que he vertido han lavado de su frescura a mis mejillas. Y no abre ninguna de las rosas de antaño". E Ishak sonrió Y dijo, interrumpiéndola: 'Y desde cuándo ¡oh joven! florecen las rosas sobre la faz de la luna llena? ¿Y por qué tratas de rebajar con tus palabras tu propia belleza?" Ella contestó: "¿A qué podrá aspirar una belleza que hasta ahora no vivió más que para sí misma? ¡Oh mi señor! desde hace meses pasaban los días en este depósito de esclavos, ingeniándome yo, a cada nueva almoneda, por encontrar un pretexto para que no se me vendiera; porque siempre esperaba tu llegada y mi entrada en tu escuela de música, cuya fama se ha extendido hasta las llanuras de mi país".

Y mientras ella hablaba de este modo, entró su propietario el mercader. E Ishak le preguntó: "¿Qué precio pones a la jovenzuela? Y ante todo, ¿cuál es su nombre?" Y el jeique contestó: "¡Respecto a su nombre, ¡oh mi señor! la llamamos Tohfa Al-Kulub, ¡Obra Maestra de los Corazones! Porque ningún otro apelativo, en verdad, le va tan bien.

En cuanto a su precio, debo decirte que ha sido discutido muchas veces entre los ricos aficionados que se presentaban con frecuencia, seducidos por sus ojos, y yo. Por lo menos, vale diez mil dinares. Y debo advertir, a fin de que lo sepas, que ella es la que hasta ahora ha impedido a los compradores llevar más adelante sus negociaciones. Porque cada vez que yo le hacía ver, a petición suya, el rostro de los que se presentaban a comprar, ella me contestaba, sabiendo que no la vendería sin su consentimiento: "¡Este me disgusta por tal y cual motivo, y con este otro no congeniaría nunca a causa de esto y de aquello!" Y de tal modo ha acabado por alejar de ella completamente a los compradores ordinarios y desalentar a los extraños. Porque todos acabaron por saber de antemano que encontraría en ellos algún grave defecto e imperfección, y les contó, sin omitir un detalle, cuanto había pasado. Y por eso la honradez me fuerza a no pedirte como precio de esta joven esclava más que la suma de diez mil dinares, con la que apenas cubro gastos". E Ishak sonrió, y dijo: "¡Oh jeique! añade aún dos veces diez mil dinares y quizás obtenga ella entonces el precio conveniente".

Y tras de hablar así ante el mercader asombrado, añadió: "Es preciso que hoy mismo conduzcan a la joven a mi morada, a fin de que se te cuente el precio convenido entre nosotros". Y le dejó, después de sonreír a la conmovida joven, y fué en busca del califa y sus demás acompañantes. Y los encontró en el límite de la impaciencia, y les contó, sin omitir un detalle, cuanto había pasado. Y salieron todos juntos del depósito de esclavos para proseguir su paseo a capricho de su mutuo destino.

En cuanto a la jovenzuela Obra Maestra de los Corazones, su amo el viejo jeique se apresuró a conducirla, en aquella hora y en aquel instante, al palacio de Ishak, y a percibir los treinta mil dinares en que convinieron como precio de compra. Luego se marchó por su camino.

Entonces las pequeñas esclavas de la casa se agruparon en torno de ella, y la condujeron al hammam, donde le dieron un baño delicioso, y la vistieron, la peinaron y la cubrieron de adornos de todas clases, como collares, sortijas, pulseras de brazo y de tobillos, velos bordados de oro y pectorales de plata. Y la hermosa palidez de su rostro brillante y terso era cual la luna del mes de Ramadán por encima del jardín de un rey.

Cuando el maestro Ishak vió a la jovenzuela Obra Maestra de los Corazones con aquel nuevo esplendor, más conmovida y más conmovedora que una recién casada en el día de sus bodas se felicitó de la adquisición que había hecho y dijo para sí: "¡Por Alah! que cuando esta jovencita haya pasado algunos meses en mi escuela y se perfeccione más todavía en el arte del laúd y del canto, y cuando, merced al júbilo de su corazón, haya acabado de recobrar su belleza nativa, será para el harén del califa una adquisición insigne; porque esta joven no es una hija de Adán, sino una hurí selecta, en verdad".

Y dió las órdenes oportunas para que se pusiera a disposición de ella cuanto era necesario a sus estudios de armonía, y recomendó que no se descuidase nada, para que la estancia en el palacio de la música le fuese agradable de todo punto. Y así se hizo. Y de tal suerte, se allanó todo para la jovenzuela, el camino del arte y de la belleza.

Un día entre los días, habiéndose dispersado por los jardines que les estaban reservados sus compañeras las jóvenes tañedoras de laúd y de guitarra, y hallándose el palacio de la música completamente vacío de sus jóvenes lunas, la jovenzuela Obra Maestra de los Corazones se levantó del diván en que descansaba, y entró sola en la sala de clase. Y se sentó en su sitio, y se puso el laúd contra el pecho, con el gesto del cisne que se mete la cabeza bajo el ala. Y había recobrado por entero su belleza, sin estar como antes pálida y desmadejada. Así, en una platabanda, en la segunda primavera, la anémona reemplaza al narciso de mejillas descoloridas por la muerte del invierno. Y de tal suerte, era una seducción para los ojos, un encanto para los corazones y un cántico de alegría para quien la había modelado.

Y completamente sola, hizo cantar a su laúd, sacándole del seno de madera una serie de preludios que hubiesen embriagado a la más refractaria de las criaturas. Luego volvió al primer tono, con un arte que superaba a los trinos y gorjeos de las aves canoras. Porque, en verdad, en cada uno de sus dedos había oculto un milagro.

Y nadie, ciertamente, sospechaba que en el palacio de Ishak el propio maestro tuviese en aquella joven su igual y aun su superior. Porque desde el día en que la emoción había hecho temblar en el depósito de esclavas las manos y la voz de la maravillosa jovenzuela, no había vuelto ella a tener ocasión de cantar en público, sin hacer, como sus compañeras, más que escuchar las enseñanzas de Ishak y tocar y cantar luego, pero no sola, sino a coro con todas las alumnas. Así, pues, cuando hubo hecho expresar a la madera armoniosa del laúd todas las voces de los pájaros que poblaron antaño el árbol de donde salió él, levantó la cabeza y dejó caer de sus labios, cantando, estos versos del poeta...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0910: pero cuando llegó la 928ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 928ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Así, pues, cuando hubo hecho expresar a la madera armoniosa del laúd todas las voces de los pájaros que poblaron antaño el árbol de donde salió él, levantó la cabeza y dejó caer de sus labios, cantando, estos versos del poeta:

¡Cuando el alma desea a la que es la única compañera posible, nada podrá hacerla retroceder, ni siquiera el Destino!
¡Oh tú, que me torturaste hasta destrozar para siempre mi corazón! ¡Toma mi vida entera y haz de ella propiedad tuya, pues que sólo la languidez que tu ausencia me produce logrará abatirme y hacerme morir!
Me has dicho, riendo: "¡Yo sola sabré curar el mal que sufres, y del que ningún médico ha sabido librarte; y una sola de mis miradas bastará como remedio para tu estado doliente!"
¿Cuánto tiempo todavía ¡oh cruel! vas a estar chanceándote de mi herida? ¿Acaso no ha creado el Señor a nadie más que a mí, sobre la tierra inmensa, para servir de blanco a las azagayas de tus burlas?

Mientras ella cantaba, Ishak, que desde por la mañana estaba con el sultán, había regresado, sin mandar a los servidores que anunciasen su llegada. Y desde el vestíbulo de su casa oyó aquella voz milagrosa y tan dulce, que cantaba como la brisa de prima mañana cuando saluda a las palmeras, y más reconfortante para el espíritu del oyente que el aceite de almendras para el cuerpo del luchador.

Y quedó Ishak tan conmovido por los acentos de aquella voz unida al acompañamiento del laúd, y que sin duda alguna sólo podía ser una voz entre las voces de la tierra, a no ser que se tratase de un efluvio llegado de los acordes edénicos, que no pudo por menos de lanzar un grito estridente de sobresalto a la par que de admiración. Y la joven cantarina Tohfa oyó aquel grito, y acudió, llevando todavía en las manos el laúd. Y halló a su amo Ishak apoyado en la pared del vestíbulo, con una mano sobre el corazón, tan pálido y tan emocionado, que tiró ella el laúd y corrió a él, llena de ansiedad, exclamando: "Sean contigo las gracias del Altísimo, ¡oh mi señor! y la liberación de todo mal. ¡Ojalá no tengas ninguna indisposición ni molestia!" Y reponiéndose, Ishak preguntó en voz baja: "¿Eras tú ¡oh Tohfa! quien tocaba y cantaba en la sala vacía?" Y la joven se turbó y enrojeció y no supo qué respuesta dar a una pregunta cuyo motivo no comprendía. Pero como insistiera Ishak, temió ella contrariarle si seguía callando, y contestó: "¡Ay! ¡oh mi señor! ¡era tu servidora Tohfa!" Y al oír aquello, Ishak bajó la cabeza y dijo: "¡Ha llegado el día de la confesión! ¡Oh Ishak de alma orgullosa, que te creías el primero de tu siglo en voz y en armonía, no eres más que un esclavo desprovisto de todo talento, en presencia de esa joven hija del cielo!"

Y en el límite de la emoción, cogió la mano de la jovenzuela y se la llevó con respeto a los labios y después a la frente. Y Tohfa se sintió desfallecer, y a pesar de todo, tuvo fuerzas para retirar vivamente la mano, exclamando: "El nombre de Alah sobre ti, ¡oh mi señor! ¿Desde cuándo el amo ha de besar la mano de la esclava?" Pero él contestó con toda humildad: "¡Cállate!, ¡oh Obra Maestra de los Corazones! ¡oh la primera de las criaturas! ¡cállate! Ishak ha encontrado su maestro, aunque hasta el presente pensó que no tenía igual. Pues juro por el Profeta (¡con Él la plegaria y la paz!), juro que hasta el presente creí que no tenía igual, y ahora mi arte, al lado del tuyo, no es más que un dracma al lado de un dinar. ¡Oh Tohfa! eres la excelencia misma. Y en esta hora y en este instante, voy a conducirte ante el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid. Y cuando chispee sobre ti su mirada, serás una princesa entre las mujeres, como ya eres una reina entre las criaturas de Dios. Y así se consagrarán tu arte y tu belleza. Loores y loores, pues, a ti ¡oh mi soberana Obra Maestra de los Corazones! ¡Y solamente pido a Alah que, cuando tu maravilloso destino te haya sentado en el sitio escogido del palacio del Emir de los Creyentes, no ahuyentes de ti el recuerdo de tu esclavo Ishak el vencido!"

Y Tohfa contestó, con los ojos llenos de lágrimas: "¡Oh mi señor! ¿cómo he de olvidarte a ti, que eres la fuente de toda la fortuna y hasta la fuerza de mi corazón?" E Ishak le tomó la mano y le hizo jurar sobre el Libro que no le olvidaría. Y añadió: "¡Sí, por cierto! tu destino es un destino maravilloso, y en tu frente veo marcado el deseo del Emir de los Creyentes. Déjame, por tanto, rogarte que cantes en presencia del califa lo que hace un momento cantabas para ti sola, cuando yo te oía detrás de la puerta, contándome ya en el número, de los predestinados".

Y cuando obtuvo esta promesa de la joven, le dijo todavía: "¡Oh Obra Maestra de los Corazones! ¿puedes ahora, como último favor, decirme a qué sucesión de acontecimientos misteriosos se debe el que una reina se halle mezclada en el número de esclavas que se venden y se compran, cuando sería imposible valuar su rescate, aunque se acumularan ante ella todos los tesoros ocultos de las minas y todas las riquezas subterráneas y marinas que Alah el Altísimo ha metido en el corazón de los elementos?"

Y a estas palabras, Tohfa sonrió y dijo: "¡Oh mi señor! la historia de tu servidora Tohfa es una historia extraña, y su caso es muy sorprendente; porque si se escribiera con agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de enseñanza al lector atento. Y un día cercano, si Alah quiere, te contaré esta historia, que es la de mi vida y de mi llegada a Bagdad. Pero por hoy bástete saber que soy presa de un maghrebín, y que he vivido entre maghrebines". Y añadió: "¡Estoy entre tus manos, pronta a seguirte al palacio del Emir de los Creyentes!"

E Ishak, que era de carácter reservado y delicado, se guardó bien de insistir para enterarse de más, y levantándose, dió una palmada, y ordenó a las esclavas que acudieron que prepararan la ropa de salir de su señora Tohfa. Y al punto abrieron ellas los grandes cofres de ropa, y sacaron una porción de maravillosos trajes rayados de seda de Nishabur, perfumados con esencias volátiles, y ligeros al tacto y a la vista. Y también sacaron de las arquillas de alhajas un surtido de joyas agradables de mirar. Y vistieron a su señora, la jovenzuela, con siete trajes superpuestos, de colores diferentes, y la sembraron de pedrerías, y la dejaron semejante a un ídolo chino.

Y terminados aquellos cuidados, se pusieron al lado suyo y la sostuvieron a derecha y a izquierda, en tanto que otras jóvenes se encargaban de llevar los bajos orlados de las colas. Y salieron con ella de la escuela de música, precedidos de Ishak, que abría la marcha con un negrito portador del laúd milagroso.

Y llegó el cortejo al palacio del califa, y entró en la sala de espera. E Ishak se apresuró a ir primero a presentarse solo ante el califa, y le dijo, tras de los homenajes debidos y rendidos: "¡He aquí ¡oh Emir de los Creyentes! que conduzco hoy entre tus manos una jovenzuela única entre las más bellas, un don escogido, un milagro de su creador, un tránsfuga del paraíso, maestra mía y no discípula mía, la maravillosa cantarina Tohfa, Obra Maestra de los Corazones!"

Y Al-Raschid sonrió y dijo: "¿Y dónde está esa obra maestra, ¡oh Ishak!? ¿Será acaso la joven a quien apenas vi un día en el depósito de esclavos, pues permanecía invisible y velada a los ojos del comprador?" Y contestó Ishak: "Esa misma es, ¡oh mi señor! ¡Y por Alah, que está más fresca a la vista que la mañana fresca, y es más armoniosa al oído que el cántico del agua en los guijarros!"

Y Al-Raschid contestó: "Entonces, ¡oh Ishak! no tardes más en hacer entrar a la mañana y a la que está más fresca que la mañana. Y no nos prives por más tiempo de la música del agua y de la que es más armoniosa que la música del agua. Porque, en verdad, que la mañana jamás debe estar oculta, ni el agua cesar de cantar...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0911: pero cuando llegó la 929ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 929ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... no tardes más en hacer entrar a la mañana, y a la que está más fresca que la mañana. Y no nos prives por más tiempo de la música del agua y de la que es más armoniosa que la música del agua. Porque, en verdad, que la mañana jamás debe estar oculta, ni el agua cesar de cantar".

Y salió Ishak para ir en busca de Tohfa, mientras el califa se asombraba en el alma de verle alabar por primera vez, y con tanta vehemencia, a una cantarina. Y dijo a Giafar: "¿No es prodigioso ¡oh visir! que Ishak se exprese con tanta admiración acerca de otro que no sea él mismo? Ve ahí lo que me deja asombrado hasta el límite del asombro". Y añadió: "Pero vamos a ver de qué se trata".

Y al cabo de algunos instantes, precedida por Ishak, que le llevaba delicadamente de la mano, entró la jovenzuela. Y sobre ella chispeó la mirada del Emir de los Creyentes. Y se le conmovió el espíritu ante la gracia de ella; y se le regocijaron los ojos con aquellos andares encantadores que hacían pensar en la seda flotante de los cendales. Y en tanto que él la contemplaba, inclinóse ella entre sus manos y se levantó el velo del rostro. Y apareció como la luna en su decimocuarta noche, pura, deslumbradora, blanca y serena. Y aunque estaba turbada por hallarse en presencia del Emir de los Creyentes, no se olvidó de lo que le exigían los buenos modales, la cortesía y la educación, y con voz a ninguna otra parecida, saludó al califa, diciendo: "La zalema sobre ti, ¡oh descendiente del más noble entre los hijos de los hombres! ¡oh posteridad bendita de nuestro señor Mahomed (¡con Él la plegaria, la paz y las gracias escogidas!), redil y asilo de los que van por el camino de la rectitud, íntegro justiciero de los tres mundos! La zalema sobre ti de parte de la más sumisa y de la más deslumbrada de tus esclavas".

Y al oír estas palabras dichas con un acento tan delicioso, Al-Raschid se dilató y se holgó, y exclamó: "¡Maschalah! ¡oh molde de la perfección!" Y la miró aún más atentamente, y creyó volverse loco de alegría. Y Giafar y Massrur también creyeron volverse locos de alegría. Luego Al-Raschid se levantó de su trono y descendió hacia la jovenzuela, y se acercó a ella, y muy dulcemente le echó sobre el rostro su velillo de seda: lo que significaba que para en lo sucesivo pertenecía a su harén y que cuanto ella era se hundía para en lo sucesivo en el misterio prescrito a las elegidas de los Creyentes.

Tras de lo cual la invitó a sentarse, y le dijo: "¡Oh Obra Maestra de los Corazones! En verdad que eres un don escogido. Pero ¿no podrías con tu venida, que ilumina la morada, hacer entrar la armonía en el palacio? ¡Nuestro oído te pertenece, como nuestra vista!" Y Tohfa tomó el laúd de manos del pequeño esclavo negro, y se sentó al pie del trono del califa para preludiar al punto de una manera que conmovería al oído más refractario. Y el milagro de sus dedos era una realidad más emocionante que la garganta de los pájaros. Luego, en medio de respiraciones contenidas, dejó cantar en sus labios estos versos del poeta:

¡Cuando, en los límites del horizonte, sale de su lecho la joven luna y se encuentra de pronto con el rey de púrpura que se acuesta, muy avergonzada de que se le haya sorprendido sin el velo del rostro, esconde su palidez tras de una leve nube!
¡Espera a que el brillante emir haya desaparecido, para continuar su paseo por el tranquilo cielo de la tarde!
¡Si la reina no ha podido sobreponerse a su terror ante la proximidad del rey, ¿cómo podría una joven, sin morir al instante, sostener la mirada de su sultán?!

Y Al-Raschid miró a la joven con amor, complacencia y dulzura, y quedó tan encantado de sus dones naturales, de la hermosura de su voz y de la excelencia de la ejecución y de su canto, que descendió del trono y fue a sentarse junto a ella en la alfombra, y le dijo: "¡Oh Tohfa! ¡Por Alah, que verdaderamente eres un don escogido!" Luego se encaró con Ishak, y le dijo: "En verdad, ¡oh Ishak! que no has sido justo en tu apreciación de esta maravilla, no obstante todo lo que nos has dicho. Porque no temo aventurar que a ti mismo te supera incontestablemente. Y estaba escrito que nadie más que el califa debía hacerle justicia". Y Giafar exclamó: "¡Por vida de tu cabeza, ¡oh mi señor que dices bien! ¡Esta jovenzuela arrebata la razón!" Y dijo Ishak: "En verdad, ¡oh Emir de los Creyentes! que no dejo de reconocerlo, máxime cuando, al oírla por primera vez, sentí en seguida que todo mi arte y lo que Alah me había repartido de talento no eran ya nada a mis propios ojos. Y exclamé: "¡Oh Ishak! ¡hoy es para ti el día de la confesión!"

Y dijo el califa: "Entonces, está bien".

Luego rogó a Tohfa que recomenzara el mismo cántico. Y al oírla de nuevo, prorrumpió en exclamaciones de placer y se tambaleó. Y dijo a Ishak: "¡Por los méritos de mis antepasados! me has traído un presente que vale el imperio del mundo". Después, sin poder dominar su emoción, y no queriendo aparecer demasiado expansivo ante sus acompañantes, el califa se levantó y dijo a Massrur, el eunuco: "¡Oh Massrur! levántate y conduce a tu señora Tohfa al aposento de honor del harén. Y ten cuidado de que no carezca de nada". Y el castrado porta alfanje salió llevándose a Tohfa. Y con los ojos húmedos, el califa la miró alejarse con su andar de gacela, sus atavíos y sus trajes rayados. Y dijo a Ishak: "Va vestida con gusto. ¿De dónde le vienen esos trajes como no los he visto semejantes en mi palacio?" Y dijo Ishak: "Le vienen de tu esclavo, en vista de tus generosidades sobre mi cabeza, ¡oh mi señor! Constituyen un presente que procede de ti y se han hecho por mediación mía. Pero ¡por vida tuya! nada son todos los presentes del mundo comparados con su belleza". Y el califa, que jamás caía en falta de munificencia, se encaró con Giafar y le dijo: "¡Oh Giafar! ¡da en seguida a nuestro fiel Ishak cien mil dinares por cuenta del tesoro y entrégale diez ropones de honor del guardarropa selecto!"

Luego, con el rostro transfigurado, y libre de todo género de preocupaciones el espíritu, Al-Raschid dirigióse al aposento reservado adonde Tohfa fué conducida por el portaalfanje. Y entró en el cuarto de la joven, diciendo: "La seguridad contigo, ¡oh Obra Maestra de los Corazones!" Y se acercó a ella, y la tomó en sus brazos, recatándose tras el velo del misterio. Y se encontró con una virgen pura, intacta como la perla marina recién cogida. Y disfrutó de ella.

Y desde aquel día Tohfa ocupó un alto puesto en el corazón del califa, hasta el punto de no poder soportar él ni por un solo instante la ausencia de la joven. Y acabó por ponerse entre las manos de ella todos los asuntos del reino. Porque había observado que se trataba de una mujer inteligente. Y ella tenía, para sus gastos habituales, doscientos mil dinares al mes y cincuenta esclavos a su servicio, de día y de noche. Y con los regalos y cosas de valor que poseía hubiera podido comprar todo el país del Irak y las tierras del Nilo.

Y de tal manera se incrustó el amor de aquella joven en el corazón del califa, que no quiso él fiar a nadie su custodia. Y cuando salía de verla, se guardaba la llave del aposento reservado. E incluso un día en que cantaba ella delante de él, sintió él tal acceso de exaltación, que hizo ademán de besarle la mano. Pero retrocedió de un salto, y al hacer aquel brusco movimiento, rompió su laúd. Y lloró. Y Al-Raschid, muy emocionado en extremo, le secó las lágrimas, y con voz tembloroso le preguntó por qué lloraba, y exclamó: "¡Haga Alah, ¡oh Tohfa! que jamás caiga de uno solo de tus ojos la gota de una lágrima!" Y Tohfa dijo: "¿Quién soy yo ¡oh mi señor! para que pretendas besar mi mano? ¿Quieres, por lo visto, que Alah y su Profeta (¡con Él la plegaria y la paz!) me castiguen por ello y hagan desvanecerse mi felicidad? ¡Porque nadie en el mundo gozó de semejante honor!" Y Al-Raschid quedó muy satisfecho de su respuesta, y le dijo: "Ahora que sabes ¡oh Tohfa! el verdadero puesto que ocupas en mi espíritu, no volveré a intentar lo que tanto te ha emocionado. Refresca, pues, tus ojos, y sabe que no amo a nadie más que a ti, y que moriré amándote". Y Tohfa cayó a los pies del califa y le rodeó las rodillas con sus brazos. Y el califa la levantó y la besó, y le dijo: "Tú sola eres reina para mí.

Y estás incluso por encima de Sett Zobeida, la hija de mi tío".

Un día, Al-Raschid había ido de caza, y Tohfa hallábase sola en su pabellón, sentada a la luz de un candelabro de oro que la iluminaba con sus velas perfumadas. Y leía ella un libro. Y de pronto cayó en sus rodillas una manzana olorosa. Y la joven levantó la cabeza y vió, en la parte de fuera, a la persona que había lanzado la manzana. Y era Sett Zobeida. Y Tohfa se levantó a toda prisa, y después de hacer respetuosas zalemas, dijo: "¡Oh señora mía, dispénsame! ¡Por Alah, que si yo hubiera estado en libertad de acción, todos los días habría ido a rogarte que admitieras mis servicios de esclava! ¡Que Alah no nos prive nunca de tus pasos!" Y Zobeida entró en el aposento de la favorita, y se sentó junto a ella. Y tenía el rostro triste y preocupado. Y dijo: "¡Oh Tohfa! conozco tu gran corazón, y no me sorprenden tus palabras. Porque la generosidad es en ti un don natural. ¡Por vida del Emir de los Creyentes! no tengo costumbre de salir de mis habitaciones y de ir a visitar a las esposas y favoritas del califa, mi primo y esposo. Pero hoy vengo a exponerte la situación humillante por la que atravieso desde tu entrada en el palacio. Sabe, en efecto, que estoy completamente abandonada, y me veo reducida a la condición de concubina seca. Porque el Emir de los Creyentes ya no viene a verme y ni siquiera pide noticias mías".

Y se echó a llorar. Y Tohfa lloró con ella y estuvo a punto de desmayarse. Y Zobeida le dijo: "He venido, pues, a dirigirte una súplica, es que obres de manera que Al-Raschid me conceda una noche al mes solamente, a fin de que no me vea por completo reducida a la condición de esclava".

Y Tohfa besó la mano a la princesa, y le dijo: "¡Oh corona de mi cabeza! ¡oh señora mía! con toda el alma anhelo que el califa pase todo el mes y no una noche contigo, a fin de que se reconforte tu corazón, y sea perdonada yo, que con mi llegada fui la causa de tu pena. Y ojalá un día no sea yo más que una esclava entre tus manos de reina y de señora".

Entretanto, Al-Raschid regresó de la caza, y se dirigió inmediatamente al pabellón de su favorita. Y Sett Zobeida, viéndole desde lejos, se apresuró a huir, después de que Tohfa le hubo prometido su intervención. Y Al-Raschid entró y se sentó sonriendo, e hizo sentarse a Tohfa sobre sus rodillas. Luego comieron y bebieron juntos, y se desnudaron. Y sólo entonces habló Tohfa de Sett Zobeida, y le suplicó que calmara su corazón y pasara con ella la noche. Y sonrió él y dijo: "Ya que tan urgente es mi visita a Sett Zobeida, debiste ¡oh Tohfa! hablarme de ello antes de que nos desnudáramos".

Pero ella contestó:

"Lo hice así, para dar la razón al poeta, que ha dicho:

¡Ninguna suplicante deberá presentarse velada: porque intercede mejor la que intercede completamente desnuda!"

Y cuando Al-Raschid oyó aquello, se contentó y estrechó a Tohfa contra su pecho. Y pasó lo que pasó. Tras de lo cual hubo de dejarla para hacer lo que ella le pedía con respecto a Sett Zobeida. Y cerró la puerta con llave, y se marchó.

¡Y esto es lo referente a él!

En cuanto a Tohfa, lo que le sucedió desde aquel instante es tan prodigioso y asombroso, que debe narrarse lentamente.

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0912: pero cuando llegó la 930ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 930ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... En cuanto a Tohfa, lo que le sucedió desde aquel instante es tan prodigioso y asombroso, que debe narrarse lentamente.

Cuando Tohfa se encontró sola en su aposento, volvió a coger el libro, y continuó su lectura. Luego, sintiéndose un poco cansada; tomó el laúd y se puso a tocar para ella. Y lo hizo tan bien, que bailaron de gusto hasta las cosas inanimadas.

Y de pronto sintió instintivamente que algo inusitado pasaba en su habitación, alumbrada en aquel momento por la luz de las velas. Y se volvió y vió, en medio del cuarto, a un viejo que bailaba en silencio. Y bailaba un baile extático, como no lo podría bailar jamás ningún ser humano.

Y Tohfa sintióse escalofriada de espanto. Porque las ventanas y las puertas estaban cerradas y las salidas estaban celosamente guardadas por los eunucos. Y no se acordaba de haber visto nunca en el palacio la cara de aquel extraño anciano. Así es que se apresuró a pronunciar mentalmente la fórmula del exorcismo: "¡Me refugio en Alah el Altísimo contra el Lapidado!" Y se dijo: "Claro que no voy a demostrar que me he dado cuenta de la presencia de este ser extraño. ¡Lo mejor será que continúe tañendo, y suceda lo que Alah quiera!" Y sin interrumpir su música, tuvo fuerzas para continuar el aire comenzado, pero sus dedos temblaban sobre el instrumento.

Y he aquí que, al cabo de una hora de tiempo, el jeique bailarín dejó de bailar, se acercó a Tohfa, y besó la tierra entre sus manos, diciendo: "Lo has hecho muy bien, ¡oh la más exaltada de Oriente y de Occidente! ¡Ojalá nunca el mundo se vea privado de tu vista y de tus perfecciones! ¡Oh Tohfa! ¡oh Obra Maestra de los Corazones! ¿no me conoces?" Y exclamó ella: "¡No, por Alah, no te conozco! Pero me parece que eres un genni del país de Gennistán. ¡Alejado sea el Maligno!"

Y contestó él, sonriendo: "Verdad dices, ¡oh Tohfa! Soy el jefe de todas las tribus del Gennistán, ¡soy Eblis!"

Y Tohfa exclamó: "¡El nombre de Alah sobre mí y alrededor de mí! ¡Me refugio en Alah!"

Pero Eblis le cogió la mano, la besó y se la llevó a los labios y a la frente, y dijo: "No temas nada, ¡oh Tohfa! porque desde hace mucho tiempo, eres mi protegida y la bienamada de la joven reina de los genn, Kamariya, que es en cuanto a belleza entre las hijas de los genn lo que tú misma eres entre las hijas de Adán. Sabe, en efecto, que desde hace mucho tiempo vengo con ella a visitarte todas las noches sin que tú lo sospeches y a admirarte sin que lo sepas. Porque nuestra encantadora reina Kamariya está enamorada de ti hasta la locura y no jura más que por tu nombre y por tus ojos. Y cuando viene aquí y te ve mientras estás dormida, se derrite de deseo y se muere por tu belleza. Y el tiempo transcurre para ella lánguidamente, excepto por la noche cuando viene en busca tuya y disfruta de tu contemplación sin que tú la veas. Vengo, pues, a ti en calidad de mensajero a contarte sus penas y la languidez que la invade lejos de ti, y a decirte de su parte y de mi parte que, si quieres, te conduciré al Gennistán, en donde se te elevará a la categoría más alta entre los reyes de los genn. Y gobernarás nuestros corazones, como aquí gobiernas los corazones de los hijos de los hombres. Y he aquí que hoy las circunstancias se prestan maravillosamente a tu viaje. Porque vamos a celebrar las bodas de mi hija y la circuncisión de mi hijo. Y la fiesta se iluminará con tu presencia; y los genn se conmoverán con tu llegada, y te querrán todos para reina suya. Y residirás entre nosotros mientras quieras. Y si no te gusta el Gennistán y no te amoldas a nuestra vida, que es una vida de continuos festejos, aquí hago ahora juramento de traerte al sitio de donde te saque, sin insistencias ni dificultades".

Y cuando hubo oído este discurso de Eblis (¡confundido sea!), la espantada Tohfa no se atrevió a rehusar la proposición por miedo a complicaciones diabólicas. Y contestó que sí con un movimiento de cabeza. Y al punto Eblis cogió con una mano el laúd que le confió Tohfa, y la cogió a ella misma con la otra mano, diciendo: "¡Bismilah!" Y conduciéndola de aquel modo, abrió las puertas sin ayuda de llaves, y caminó con ella hasta llegar a la entrada de los retretes. Porque los retretes, y en ocasiones los pozos y las cisternas, son los únicos parajes de que se sirven los genn de debajo de tierra y los efrits para llegar a la superficie de la tierra. Y por este motivo es por lo que no entra en los retretes ningún hombre sin pronunciar la fórmula del exorcismo y sin refugiarse en Alah con el espíritu. Y así como salen por las letrinas, los genn vuelven a sus dominios por el mismo sitio. Y no se conoce excepción de esta regla ni abolición de esta costumbre.

Así es que cuando la espantada Tohfa se vió delante de los retretes con el jeique Eblis, se le turbó la razón. Pero Eblis se puso a charlar para aturdirla, y bajó con ella al seno de la tierra por el ancho agujero de las letrinas. Y franqueando sin contratiempos aquel pasadizo difícil, otra vez se encontraron al aire libre, bajo el cielo. Y a la salida del subterráneo les esperaba un caballo ensillado, sin dueño ni conductor. Y el jeique Eblis dijo a Tohfa: "¡Bismilah, ¡oh mi señora!" Y sosteniendo los estribos, la hizo sentarse en el caballo, cuya silla tenía un respaldo grande. Y se instaló ella lo mejor que pudo, y el caballo al punto se agitó debajo de ella como una ola, y de improviso abrió en la noche unas alas inmensas. Y se elevó con ella por los aires, mientras el jeique Eblis volaba a su lado por propio impulso. Y tanto miedo hubo de dar todo aquello a la joven, que se desmayó en la silla.

Y cuando, gracias al aire fuerte que se había levantado, volvió ella de su desmayo, se vió en una vasta pradera tan llena de flores y de frescura, que se creería contemplar un traje ligero teñido de hermosos colores. Y en medio de aquella pradera se alzaba un palacio con torres altas, que se erguían en el aire, y flanqueado de ciento ochenta puertas de cobre rojo. Y en el umbral de la puerta principal se hallaban los jefes de los genn, vestidos con hermosas vestiduras. Y cuando aquellos jefes divisaron al jeique Eblis, gritaron todos: "¡Ahí viene Sett Tohfa!" Y en cuanto se paró el caballo ante la puerta, se agruparon todos en torno de la joven, la ayudaron a echar pie a tierra, y la llevaron al palacio besándole las manos. Y dentro del palacio vió ella una sala formada por cuatro salas sucesivas, que tenía paredes de oro y columnas de plata, una sala capaz de hacer salir pelos en la lengua al que tratara de describirla. Y en el fondo se veía un trono de oro rojo incrustado de perlas marinas. Y la hicieron sentarse con gran pompa en aquel trono. Y los jefes de los genn formáronse en las gradas del trono, en derredor suyo y a sus pies. Y por el aspecto eran semejantes a los hijos de Adán, salvo dos de ellos, que tenían una cara espantosa. Porque cada uno de ambos no tenía más que un ojo abierto a lo largo en medio de la cabeza, y colmillos saledizos, como los de los cerdos salvajes.

Y cuando cada cual ocupó su sitio con arreglo a su categoría y todo el mundo quedó tranquilo, vióse avanzar a una reina joven, graciosa y bella, cuya faz era tan brillante que iluminaba la sala en torno suyo. Y detrás de ella iban otras tres jóvenes feéricas, contoneándose a más y mejor. Y llegadas que fueron ante el trono de Tohfa, la saludaron con una graciosa zalema. Y la joven reina, que marchaba a la cabeza, subió luego las gradas del trono, a la vez que las bajaba Tohfa. Y cuando estuvo frente a Tohfa, la reina la besó repetidamente en las mejillas y en la boca.

Aquella reina era precisamente la reina de los genn, la princesa Kamariya, la que estaba enamorada de Tohfa. Y las otras tres eran sus hermanas; y una de ellas se llamaba Gamra, la segunda Scharara y la tercera Wakhirna.

Y tan dichosa sentíase Kamariya de ver a Tohfa, que no pudo por menos de volver a levantarse de su sitial de oro para ir a besarla una vez más y a estrecharla contra su seno, acariciándole las mejillas.

Y al ver aquello, el jeique Eblis se echó a reír, y exclamó: "¡Vaya un grupo! ¡Sed amables, y cogedme entre vosotras dos!"

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0913: y cuando llego la 931ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 931ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y al ver aquello, el jeique Eblis se echó a reír, y exclamó: "¡Vaya un grupo! ¡Sed amables, y cogedme entre vosotras dos!" Y una gran carcajada recorrió la asamblea de los genn. Y también se rió Tohfa. Y la bella Kamariya le dijo: "¡Oh hermana mía! te amo, y los corazones son tan profundos, que no pueden tener por testigos más que a las almas. Y mi alma es testigo de que yo te amaba ya antes de haberte visto". Y por no parecer mal educada, Tohfa contestó: "¡Por Alah! también tú me eres cara, ya setti Kamariya. Y me he tornado en esclava tuya desde que te he visto". Y Kamariya le dió gracias, y la besó más, y le presentó a sus tres hermanas, diciendo: "Estas están casadas con nuestros jefes". Y Tohfa hizo un saludo apropiado a cada una de ellas. Y ellas fueron por turno a inclinarse ante Tohfa.

Tras de lo cual entraron los esclavos de los genn con el bandejón de los manjares, y pusieron el mantel. Y la reina Kamariya invitó a Tohfa a sentarse con ella y sus hermanas en torno a la bandeja, en medio de la cual había grabado estos versos:

Estoy hecha para llevar manjares de todas clases; La generosidad es lo que soporto; comed, pues, sin dejar nada, de lo que traigo.
Las manos de los más poderosos vienen a hacerme señas; Que cada cual de vosotros me designe cuál es su preferencia insigne.
Merezco que tan gran honor se me asigne, a causa de los manjares que ostento.

Cuando leyeron estos versos, tocaron a los manjares. Pero Tohfa no comía con apetito, porque estaba preocupada con la contemplación de aquellos dos jefes de los genn, que tenían un rostro repulsivo. Y no pudo por menos de decir a Kamariya: "¡Por vida tuya, ¡oh hermana mía! que mis ojos no pueden ya sufrir la vista de ese que está ahí y de ese otro que está a su lado! ¿Por qué son tan horribles, y quiénes son?" Y Kamariya se echó a reír y contestó: "¡Oh mi señora! ése es el jefe Al-Schisbán, y ese otro es el magno Maimún, el portaalfanje. Si te parecen feos, es porque, a causa de su orgullo, no han querido hacer como todas nosotras y como todos los genn, cambiando su forma prístina por la de seres humanos. Porque has de saber que todos los jefes que estás viendo, en su estado normal, son semejantes a esos dos en la forma, y en el aspecto; pero hoy, para no asustarte, han tomado la apariencia de hijos de Adán, para que te familiarices con ellos y estés a gusto". Y Tohfa contestó: "¡Oh mi señora! en verdad que no puedo mirarlos. ¡Sobre todo, qué espantoso es ese Maimún! ¡Le tengo miedo verdaderamente! ¡Sí, me dan mucho miedo esos dos gemelos!" Y Kamariya no pudo por menos de echarse a reír a carcajadas. Y Al-Schisbán, uno de los dos jefes de cara espantable la vió reír y le dijo: "¿A qué vienen esas risas, ¡oh Kamariya!?"

Y ella le habló en una lengua que no podría entender ningún oído de hijo de Adán, y le explicó lo que Tohfa había dicho con respecto a él y con respecto a Maimún. Y el maldito Al-Schisbán, en vez de enfadarse, se echó a reír con una risa tan prodigiosa, que al pronto se creería que había irrumpido en la sala una tempestad violenta.

Y terminó la comida en medio de la risa general de los jefes de los genn. Y cuando todo el mundo se lavó las manos, llevaron los frascos de vinos. Y el jeique Eblis se acercó a Tohfa, y dijo: "¡Oh mi señora! regocijas esta sala y la iluminas y la embelleces con tu presencia. Pero ¿a qué exaltación no llegaríamos reinas y reyes, si quisieras hacernos oír algo tocado por tu laúd, acompañándolo con tu voz? Porque he aquí que ya la noche abrió sus alas para marcharse, y no tardará mucho tiempo en hacerlo. Antes, pues, de que nos deje, favorécenos, ¡oh Obra Maestra de los Corazones!"

Y Tohfa contestó: "¡Oír es obedecer!"

Y cogió el laúd y lo tañó maravillosamente, hasta el punto de que a todos los que la escuchaban les pareció que el palacio bailaba con ellos, como un navío anclado, lo cual era efecto de la música.

Y cantó ella estos versos:

¡La paz sea con todos vosotros, que habéis jurado guardarme fidelidad!
¿No habíais dicho que me encontraría con vosotros, ¡oh vosotros los que os encontráis conmigo!?
¡Os haré reproches con una voz más dulce que la brisa de la mañana, más fresca que el agua pura cristalizada!
¡Porque tengo destrozados mis párpados, fieles a las lágrimas, por más que la sinceridad esencial de mi alma es un remedio para los que la ven!, ¡oh amigos míos!

Y al oír estos versos y su música, los jefes de los genn llegaron al éxtasis del gozo. Y aquel perverso y feo Maimún se entusiasmó tanto, que se puso a bailar con un dedo metido en el culo.

Y el jeique Eblis dijo a Tohfa: "¡Por favor, cambia de tono, porque al entrar en mi corazón el placer ha detenido mi sangre y mi respiración!" Y la reina Kamariya se levantó y fué a besarla entre ambos ojos, diciéndole: "¡Oh frescura del alma! ¡Oh corazón de mi corazón!" Y la conjuró para que tañera más.

Y Tohfa contestó: "¡Oír es obedecer!" Y cantó esto, con acompañamiento:

¡A menudo, cuando aumenta la languidez, consuelo a mi alma con la esperanza!
¡Maleables como la cera serán las cosas difíciles, si tu alma conoce la paciencia; y cuando está lejos se acercará, si te resignas!

Y fué cantando con tan hermosa voz, que todos los jefes de los genn se pusieron a bailar. Y Eblis se acercó a Tohfa, y le besó la mano y le dijo: "¡Oh maravillosa! ¿sería abusar de tu generosidad pedirte un nuevo cántico?" Y Tohfa contestó: "¿Por qué no me lo pide Sett Kamariya?" Y al punto acudió la joven reina, y besando ambas manos a Tohfa, le dijo: "¡Por mi vida sobre ti, canta otra vez!" Y Tohfa dijo: "¡Por Alah! tengo la voz cansada de cantar; pero, si quieres, os diré, sin cantarlos, sino recitándolos con su ritmo, los cantos del céfiro, de las flores y de las aves. Y para empezar, os diré primero el canto del céfiro".

Y dejó a un lado su laúd, y en medio del silencio de los genn, y bajo la sonrisa entusiasmada de las jóvenes reinas de los genn, dijo: "He aquí el Canto del céfiro:

Soy el mensajero de los amantes; llevo los suspiros de los que se lamentan a causa del amor.
Transmito con fidelidad los secretos de los enamorados, y repito las palabras como las he oído.
Soy tierno para los viajeros del amor. Ante ellos, mi aliento se torna más dulce, y me desahogo en mimos y lagoterías.
Amoldo mi conducta a la del amante. Si es bueno, le acaricio con un soplo aromático; pero si es malo, le molesto con un soplo inoportuno.
Cuando mi inquietud agita el follaje, el que ama no puede contener los suspiros. Y en cuanto mi murmullo le acaricia, dice sus penas al oído de su dueña.
Mi esencia se compone de dulzura y ternura, y soy como un laúd en el aire incandescente.
Si soy inquieto, no es por efecto de un capricho vano, sino por seguir a mis hermanas las estaciones en sus cambios y en su curso.
Se me cree útil, cuando solamente soy encantador. En la estación de primavera, soplo desde el Norte, fertilizando así los árboles y haciendo la noche comparable al día.
En la estación cálida, parte de Oriente mi carrera para favorecer a los frutos y vestir a los árboles con su hermosura plena.
En otoño, vengo del Sur para que mis bienamados los frutos lleguen a su perfección y maduren convenientemente.
En invierno, por fin, parte de Occidente mi carrera. Y de tal suerte, alivio a mis amigos los árboles del peso fatigoso de sus frutos, y seco las hojas por conservar la vida de las hermosas ramas.
Yo soy quien hace conversar a las flores con las flores, quien mece las mieses, quien otorga a los arroyos sus cadenas argénteas.
Yo soy quien fecunda a la palmera, quien revela a la amante los secretos del corazón que ella ha inflamado, y es mi aliento perfumado quien anuncia al peregrino del amor que se acerca a la tienda de su bienamada.

"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! --continuó Tohfa-, os diré el Canto de la Rosa...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0914: y cuando llego la 932ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 932ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! -continuó Tohfa-, os diré el Canto de la Rosa. Helo aquí:

Soy la que hace su visita entre el invierno y el verano. Pero mi visita es tan corta como la aparición del fantasma nocturno.
Apresuraos a disfrutar el corto espacio de mi floración, y acordaos que el tiempo es un alfanje afilado.
Tengo el color de la amante a la vez que el traje del amante. Embalsamo a quien aspira mi aliento, y converso con la joven que me recibe de mano de su amigo, sintiendo una emoción desconocida.
Soy un huésped que nunca resultó inoportuno; y quien espere poseerme por mucho tiempo se equivoca. Soy aquella de quien está enamorada el ruiseñor.
Pero, con toda mi gloria, ¡ay! soy la más castigada de todas mis hermanas. Tierna aún, por doquiera que florezco, un círculo de espinas me oprime en todos sentidos.
Como flechas aceradas, esparcen mi sangre por mis vestiduras y las tiñen de bermejo color. Estoy eternamente herida.
Sin embargo, a pesar de cuanto sufro, sigo siendo la más elegante entre las efímeras. Me llaman Orgullo de la mañana. Brillante de lozanía, me adorno con mi propia hermosura.
Pero he aquí la mano terrible de los hombres, que me coge de en medio de mi jardín de hojas para llevarme a la prisión del alambique, entonces se liquida mi cuerpo y se abrasa mi corazón; se desgarra mi piel y se pierde mi fuerza; corren mis lágrimas y nadie tiene piedad de mí.
Mi cuerpo es presa del ardor del fuego, mis lágrimas de la sumersión y mi corazón del borboteo. El sudor que segrego es indicio irrecusable de mis tormentos.
Aquellos a quienes consume un mal abrasador se alivian con mi alma volátil; y aquellos a quienes agita el deseo aspiran con delicia el almizcle de mis antiguos trajes.
Así es que, cuando mi hermosura exterior abandona a los hombres, mis cualidades interiores con mi alma se quedan entre ellos.
Y los contemplativos, que saben extraer de mis encantos pasajeros una alegoría, no añoran la época en que mi flor adornaba los jardines; pero los amantes querrían que durara siempre esa época.

"Y ahora, ¡oh señores míos y señoras mías! si queréis, os diré el Canto del Jazmín. Helo aquí:

Cesad de apenaros, ¡oh vosotros todos los que a mí os acercáis! que soy el jazmín. En el azul estallan mis estrellas, más blancas que la plata en la mina.
Nazco directamente del seno de la divinidad, y reposo en el seno de las mujeres.
Soy un adorno maravilloso para llevarlo en la cabeza.
Bebed vino en compañía, y burlaos de quien pasa su tiempo en languidez.
Mi color recuerda el alcanfor, ¡oh mis señores! y mi olor es el padre de los olores, el me hace estar presente todavía cuando ya estoy lejos.
Mi nombre, Yas-min, brinda un enigma cuyo significado verdadero no puede por menos de gustar a los novicios en la vida ingeniosa.
Está compuesto de dos palabras diferentes, desesperación y error. Indico, pues, con mi lenguaje mudo, que la desesperación es un error.
Por eso llevo conmigo la dicha y pronostico la felicidad y la alegría.
Soy el jazmín. Y mi color recuerda el alcanfor, ¡oh mis señores!

"Y ahora, ¡oh señores míos y señoras mías! si queréis, os diré el Canto del Narciso. Helo aquí:

No me ofusca mi hermosura porque mis ojos sean lánguidos, porque me balancee armoniosamente y porque tenga un noble origen.
Siempre junto a las flores, me complazco en mirarlas; charlo con ellas a la luz de la luna, y constantemente soy su camarada.
Mi hermosura me otorga el primer puesto entre mis compañeras, y no obstante, soy su servidor. Así, puedo enseñar a quienquiera que lo desee las obligaciones propias del servicio.
Me ajusto a los riñones el cinturón de la obediencia, y me mantengo en pie como un buen servidor.
No me siento con las demás flores, ni alzo la cabeza hacia mi comensal.
Jamás soy avaro de mi perfume para aquel que desee aspirarlo, y jamás me rebelo a la mano que me coge.
A cada instante aplaco mi sed en mi cáliz, que es para mí un vestido de pureza.
Un tallo de esmeralda sírveme de base, y mi vestido está formado de oro y plata.
Cuando reflexiono sobre mis imperfecciones, no puedo por menos de bajar, confundido, mis ojos hacia tierra. Y cuando medito en lo que un día llegaré a ser, mi tez cambia de color.
Porque quiero, con la humildad de mis miradas, confesar mis defectos y hacerme perdonar mis guiños de ojos, y si a menudo bajo la cabeza, no es por mirarme en las aguas y admirarme, sino para pensar en el momento cruel de mi término.

"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré el Canto de la Violeta. Helo aquí:

Estoy vestida con el manto de una hoja verde y con un ropón de honor ultramarino. Soy una cosita ínfima de aspecto delicioso.
Llámase a la rosa Orgullo de la mañana. Yo soy su misterio.
¡Pero cuán digna de envidia es mi hermana la rosa, que vive la vida de los bienaventurados y muere mártir de su hermosura!
Yo me amustio desde mi infancia, consumida de pena, y nazco vestida de luto.
¡Qué cortos son los instantes en que disfruto una vida agradable! ¡Ay! ¡ay! ¡qué largos son los instantes en que vegeto seca y despojada de mis trajes de hojas!
Ved. En cuanto abro mi corola, vienen a cogerme y a separarme de mis raíces sin darme tiempo de llegar al término de mi desarrollo.
No faltan entonces gentes que, abusando de mi debilidad, me tratan con violencia sin que las conmuevan mi modestia ni mis atractivos.
Hablo de placer a los que están junto a mí, y gusto a los que me advierten. Sin embargo, apenas pasa un día, y hasta menos de un día, no se me estima ya.
Y se me vende al más bajo precio tras de hacer el mayor caso de mí; y acábase por encontrarme defectos tras de haberme colmado de elogios.
De noche, por influjo del Destino enemigo, mis pétalos se enrollan y se mustian; y por la mañana, estoy pálida y seca.
Entonces es cuando me recogen las gentes estudiosas que conocen mis virtudes, con mi auxilio, alejan los males, aplacan los dolores y dulcifican los caracteres secos.
Fresca, hago disfrutar a los hombres la dulzura de mi perfume, el encanto de mi flor; seca les devuelvo la salud.
Pero, entre los hijos de los hombres, cuántos ignoran mis cualidades interiores y no se dignan escrutar mis ribetes de sabiduría.
Ofrezco, sin embargo, tantos motivos de reflexión a los meditativos, que procuran instruirse estudiándome. Porque mi modo de ser atrae a los que escuchan la voz de la razón.
Pero me consuelo de ser desconocida tan a menudo, viendo cómo mis flores, sobre sus tallos, se asemejan a un ejército cuyos jinetes, con cascos de esmeralda, hubieran adornado de zafiros sus lanzas y arrebatado oportunamente con sus lanzas las cabezas de sus enemigos.

"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré el Canto del nenúfar. Helo aquí:

Tan temeroso y púdico es mi natural, que, no pudiendo decidirme a vivir desnudo al aire, rehuyo las miradas y me escondo en el agua. Y con mi corola inmaculada, me dejo adivinar más bien que ver.
Escuchen con avidez mis lecciones los enamorados, y tengan miramientos conmigo, y pórtense con prudencia.
Los lugares acuáticos son mi lecho de reposo, porque me gusta el agua límpida y corriente, y no me separo de ella ni por la mañana ni por la noche, ni en el invierno ni en el verano.
Y ¡qué cosa tan extraordinaria! atormentado de amor por esa agua, no ceso de suspirar tras ella, y presa de la sed ardiente del deseo, la acompaño por doquiera.
¿Vióse jamás nada parecido? Estar en el agua y sentirse devorado por la sed más ardiente.
De día, bajo los rayos del sol, despliego mi cáliz dorado; pero cuando la noche envuelve a la tierra con su manto y se extiende sobre las aguas, la onda me atrae hacia sí.
Y se inclina mi corola, y hundiéndome en el seno nativo, me retiro al fondo de mi nido de verdor y de agua y vuelvo a mis pensamientos solitarios, porque mi cáliz, sumergido en el agua nocturna, contempla entonces, como un ojo vigilante, lo que hace su dicha.
Y los hombres irreflexivos no saben ya dónde estoy, y no sospechan mi dicha escondida, y ningún censor viene a importunarme para alejarme de mi fresca bienamada.
Además de que, adonde quiera que me llevan mis deseos, mi bien. amada permanece al lado mío.
Si le ruego que alivie el ardor que me inflama, me empapa ella en su dulce licor, y si le pido asilo, complaciente, ábreme su seno para ocultarme en él.
Mi existencia se halla ligada a la suya, y la dulzura de mi vida depende del tiempo que viva ella conmigo.
Ella sola puede darme el último grado de la perfección, y sólo a sus cualidades debo mis virtudes.
Tan temeroso y púdico es mi natural, que, no pudiendo decidirme a vivir desnudo al aire, huyo las miradas y me escondo en el agua. Y con mi corola inmaculada, me dejo adivinar más bien que ver.

"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré el Canto del Alelí...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0915: pero cuando llego la 933ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 933ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y ahora, si queréis, ¡oh señores y señoras mías! os diré el Canto del Alelí. Helo aquí:

Las revoluciones del tiempo han cambiado mi color primitivo, descomponiéndolo en los tres matices diferentes que constituyen mis variedades.
La primera se presenta con la vestidura amarilla del mal de amor; la segunda se ofrece a las miradas vestida con el traje blanco de la inquietud que producen los tormentos de la ausencia; y la tercera aparece bajo el velo azul de la pena de amor.
Cuando soy blanco, no tengo brillo ni perfume. Así es que el olfato desdeña mi corola, y nadie viene a levantar el velo que cubre mis hechizos.
Pero me alegro de verme tan abandonado, porque así lo quería. (Guardo cuidadosamente mi secreto, encierro en mí mismo mi perfume, y disimulo mis tesoros con tanto esmero para que ni los deseos ni los ojos puedan gozar de ellos).
Cuando soy amarillo me propongo, por el contrario, seducir; a tal fin, adopto un aire de voluptuosidad; desde por la mañana hasta por la noche esparzo mi olor almizclado; y en el crepúsculo de la mañana y en el de la tarde dejo escapar mi aromático aliento.
No me censuréis, ¡oh hermanas mías! si, acuciado por los deseos, confío mi pasión al soplo del céfiro. La amante que traiciona su deseo no es culpable, sino que está vencida por la violencia de su amor.
Pero cuando soy azul, reprimo mi ardor durante el día, soporto mi pena con paciencia, y no exhalo el aroma de mi corazón.
Incluso a aquellos que me aman, nada les respondo cuando la luz del sol ofende al misterio en que me complazco; ni les manifiesto el secreto de mi alma, ni siquiera traiciono mi presencia con mi aroma.
Pero en cuanto la noche me cubre con sus sombras, muestro mis tesoros a mis amigos, y me quejo de mis males a los que sufren las mismas penas que yo, y cuando, en el jardín donde están sentados mis amigos, dan la vuelta las copas de vino, yo bebo a mi vez en mi propio corazón.
Entonces, cuando el instante me parece favorable, exhalo mis emanaciones nocturnas, y esparzo un perfume tan dulce cual la sociedad de un amigo muy querido.
También entonces, si se busca mi presencia y se me acaricia delicadamente, cedo con presteza a la invitación, sin quejarme de lo que me hacen sufrir los corazones duros.
¡Ah! Me gustan las tinieblas que los amantes escogen para sus entrevistas, en que la enamorada desfallece con los brazos abiertos. Me gustan las tinieblas que me permiten exhalar al viento mis endechas perfumadas, quitarme los velos que tapan mi desnudez, y presentar a mis hermanas sin perfumes el homenaje de mi incienso.

"Y ahora, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré, si queréis, el Canto de la Albahaca. Helo aquí:

Ha llegado el momento, hermanas mías, de que adornéis a satisfacción el jardín en que moro. Dadme órdenes, y admitidme de comensal, por favor.
Mis hojas frescas y delicadas os anuncian mis raras cualidades. Soy amiga de los arroyos; comparto los secretos de los que conversan a la luz de la luna, y soy su depositaria más fiel.
Admitidme de comensal, ¡oh hermanas mías! Así como la danza no sería agradable sin el sonido de los instrumentos, el ingenio de las personas deliciosas no sería regocijante sin mi presencia.
Mi seno encierra un perfume precioso que penetra hasta el fondo de los corazones. Estoy prometida a los elegidos en el paraíso.
Ya os he dicho ¡oh hermanas mías! que no soy indiscreta. No obstante, quizá hayáis oído decir que existe un delator entre los individuos de mi familia: ¡la menta!
Pero os ruego que no le hagáis reproches: sólo difunde su propio olor, y sólo divulga un secreto que la concierne.
El que es indiscreto para sí mismo no puede compararse con quien revela secretos que se le han confiado, y no merece el apelativo injurioso de delator.
De todos modos, no estoy ligada a la menta por lazos de parentesco próximo. Reflexionad en esto, ¡oh hermanas mías! Soy amiga de los ruiseñores; conozco los secretos de los enamorados que hablan a la luz de la luna; soy una depositaria fiel.
Ha llegado el momento de que adornéis a satisfacción el jardín en que moro, dadme órdenes, y admitidme de comensal, por favor.

"Y ahora, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré, si queréis, el Canto de la Manzanilla. Helo aquí:

Si te encuentras en estado de comprender los emblemas, levántate, y ven a aprovecharte de los que se te ofrecen. Si no, duerme, ya que no sabes interpretar la Naturaleza. Pero hay que confesar que es muy culpable tu ignorancia.
¿Cómo no han de ser deliciosos los días en que mi flor se abre? Ha llegado la época de que embellezca yo los campos y mi hermosura sea más dulce y más grata.
Mis pétalos blancos sirven para que se me reconozca desde lejos, y mi disco amarillo imprime dulce languidez a mi corola.
Se puede comparar la diferencia de mis dos colores a la que existe entre los versículos del Korán, que unos son claros y otros oscuros.
Aprende a desentrañar el sentido oculto de mi muerte aparente, que tiene lugar cada año, y de los tormentos que el Destino me hace sufrir.
Con frecuencia venías a admirarme cuando mi flor abierta encantaba las campiñas; y poco después has venido de nuevo, pero no me has encontrado. Y no comprendiste.
Así, cuando mis querellas dolorosas suben en pos de mis hermanas las palomas, supones que estos gemidos son un cántico de placer, y retozas, dichoso, sobre el césped esmaltado con mis flores. ¡Ay! no has comprendido.
Mis pétalos blancos sirven para que se me reconozca desde lejos. Pero es enfadoso que no sepas distinguir mi alegría de mi tristeza.

"Y ahora, ¡oh señores míos y señoras mías! si queréis, os diré el Canto de la Alhucema. Helo aquí:

¡Oh! ¡Cuán dichosa soy de no contarme en el número de las flores que adornan los parterres! No corro riesgo de caer en manos viles, y estoy al abrigo de los discursos frívolos.
Al revés que a las plantas hermanas mías, la Naturaleza me ha hecho crecer lejos de los arroyos; y no me gustan los lugares cultivados y las tierras civilizadas.
Soy salvaje. Lejos de la sociedad, resido en los desiertos y en las soledades. Porque no me gusta mezclarme con la muchedumbre.
Como nadie me siembra ni cultiva, nadie tiene que echarme en cara los cuidados que me ha prestado. ¡Soy libre, libre! Y jamás me tocaron las manos del esclavo ni del hombre de las ciudades.
Pero si vas al Najd de Arabia, me encontrarás: allí, lejos de las moradas de los hombres pálidos, hacen mi dicha las llanuras espaciosas, y la sociedad de las gacelas y de las abejas es mi único placer.
Allí, el ajenjo amargo es mi hermano en soledad. Soy la bienamada de los anacoretas y de los contemplativos. Y he consolado a Agar y he curado a Ismael.
Soy libre, libre y semejante a las hijas de sangre noble, a quienes no se pone a la venta en los mercados de las ciudades.
No me buscan los libertinos, sino que sólo me estima el que, abrigando el propósito inquebrantable, se descubre la pierna y se lanza sobre el rápido corcel, con una brizna de mi tallo en la oreja.
Quisiera que estuvieses en el desierto de Najd, de donde soy originaria, cuando la brisa de la mañana vaga al lado mío por los valles.
Mi olor fresco y aromático perfuma al beduino solitario, y mi discreta exhalación regocija el olfato de los que descansan junto a mí.
Así es que, cuando el rudo camellero describe mis raras cualidades a las gentes de las caravanas, no puede menos de hablar de mí con ternura.

"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré, para terminar, el Canto de la Anémona. Helo aquí:

Si mi interior estuviera conforme con mi exterior, no me vería obligada a quejarme y a envidiar la suerte de mis hermanas.
Se ensalzan sin cesar los ricos matices de mi vestido, y el mayor elogio que se hace de las mejillas de las vírgenes es encontrarles parecido con mi tinte encarnado.
Y, sin embargo, quien me ve me desdeña; no me colocan en los vasos que decoran las salas de los festines; nadie elogia mis gracias; no participo de los homenajes que se rinden a mis hermanas; se me relega al último lugar en los parterres; se llega hasta excluirme de ellos por completo; y parece que a la vez repugno a la vista y al olfato.
¡Ay de mí! ¿Dónde está, pues, la causa de tan marcada indiferencia? ¡Ay! ¡ay! me supongo que obedecerá a que tengo negro el corazón.
¿Pero qué puedo yo contra los designios del Destino? Si mi interior está lleno de defectos y tengo negro el corazón, ¿no hay hermosura en mi exterior?
Renuncio a luchar. ¡Ay de mí! Si mi interior estuviera conforme con mi exterior, no me vería obligada a quejarme y a envidiar la suerte de mis hermanas. Me imagino que toda mi desgracia procede de mi corazón.

"Y ahora que he acabado los cantos del céfiro y de las flores, os diré, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! algunos cantos de aves. He aquí primeramente el Canto de la Golondrina…

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0916: pero cuando llego la 934ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 934ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y ahora que he acabado los cantos del céfiro y de las flores, os diré, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! algunos cantos de aves. He aquí primeramente el Canto de la Golondrina:

Si utilizo para vivienda las terrazas y las casas, apartándome con ello de mis semejantes los pájaros que habitan en las concavidades de los árboles y en las ramas, es porque a mis ojos nada hay preferible a la condición de extraño.
Me mezclo, pues, con los humanos porque no son de mi especie, y precisamente para ser extraña entre ellos.
Vivo siempre como viajera, y así disfruto la compañía de la gente instruída. Lejos de su patria, siempre es uno acogido con bondad y de manera cortés.
Cuando me establezco en una casa, no me permito hacer el menor agravio a sus habitantes. Me limito a levantar allí mi celda con materiales cogidos a orillas de los arroyos.
Aumento el número de los individuos de la casa; pero no pido que me hagan participar de sus provisiones, pues voy a buscar mi sustento en los lugares desiertos, así, el cuidado que pongo en abstenerme de lo que mis huéspedes poseen me atrae su afecto; porque si quisiera participar de su alimento, no me admitirían en sus moradas.
Estoy junto a ellos cuando se hallan reunidos; pero me alejo cuando toman su comida. Porque es de sus buenas cualidades de lo que deseo participar y no de sus festines; es su mérito lo que busco y no su trigo; anhelo su amistad y no su grano.
¡Así, es que, como me abstengo escrupulosamente de lo que poseen los hombres, tengo su afecto, y se me recibe en sus moradas como a una pupila a quien se estrecha contra el seno!

"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré el Canto del Búho. He aquí:

Me llaman maestro de la sabiduría, ¡ay! ¿quién conoce la sabiduría? La sabiduría, la paz y la dicha no se encuentran más que en el aislamiento. En él, al menos, hay probabilidades de encontrarlas.
Desde que nací, me aparté del mundo. Porque lo mismo que una sola gota de agua da origen a un torrente, la sociedad da origen a calamidades. Así es que no cifré en ella mi felicidad nunca.
Una cavidad de cualquier mina muy antigua constituye mi vivienda solitaria. Allí, lejos de compañeros, amigos y allegados, estoy al abrigo de tormentos y nada tengo que temer de los envidiosos.
Dejo los palacios suntuosos a los infortunados que en ellos residen, y los manjares delicados a los pobres ricos que de ellos se alimentan.
En mi soledad austera he aprendido a reflexionar y a meditar. Mi alma especialmente ha atraído mi atención. He pensado en el bien que puede hacer y en el mal de que puede ser culpable. He fijado mi atención en las cualidades reales e internas.
Así he aprendido que no existen alegrías ni placeres y que el mundo es un gran vacío erigido sobre el vacío. Hablo oscuramente, pero yo me entiendo. Hay cosas que es funesto explicar.
He olvidado, pues, lo que mis semejantes tienen derecho a esperar de mí, y lo que yo tengo derecho a esperar de ellos. He abandonado mi familia, mis bienes y mi país. He pasado con indiferencia por encima de los castillos. He escogido el viejo agujero de la muralla. Me prefiero a mí mismo.
Por eso me llaman el maestro de la sabiduría. ¡Ay! ¿quién conoce la sabiduría?

"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré el Canto del Halcón. Helo aquí

Es verdad que soy taciturno. Soy, incluso, muy sombrío a veces. Ciertamente, no soy el ruiseñor lleno de fatuidad, cuyo canto habitual fatiga a las aves, y a quien la intemperancia de su lengua atrae todas las desdichas.
Soy fiel a las normas del silencio. La discreción de mi lengua acaso sea mi único mérito, y el cumplimiento de mis deberes mi perfección acaso.
Reducido al cautiverio por los hombres, permanezco reservado, y jamás descubro el fondo de mi pensamiento. Nunca se me verá llorar sobre los vestigios de mi pasado. La instrucción es lo que busco en mis viajes.
Así es que mi amo acaba por quererme y temeroso de que mi imparcialidad y mi reserva me atraigan odio, me tapa la vista con la caperuza, de acuerdo con estas palabras del Korán: "¡No desparrames la vista!"
Enlaza mi lengua sobre mi pico con el lazo que cumple estas palabras del Korán: "¡No muevas la lengua!"
Me oprime, en fin, con las trabas designadas por este versículo del Korán: "¡No andes por la tierra con petulancia!"
Sufro al verme atado así; pero, silencioso siempre, no me quejo de los males que soporto.
Así se ha hecho mi instrucción, madurando por mucho tiempo mis pensamientos en la noche de la caperuza. ¡Y entonces es cuando los reyes se tornan servidores míos, su mano real es punto de partida de mi vuelo y su puño queda debajo de mis pies orgullosos!

"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré el Canto del Cisne: Helo aquí:

Dueño de mis deseos, dispongo del aire, de la tierra y del agua.
Mi cuerpo es nieve, mi cuello es un lirio, y mi pico un cofrecillo de ámbar dorado.
Mi realeza está hecha de blancura, de soledad y de dignidad. Conozco los misterios de las aguas, los tesoros que guardan en su fondo y las maravillas marinas.
Y mientras yo viajo y bogo, impulsado por mi propio velamen, el indiferente que vive en la arena no recoge nunca las perlas marinas y no puede aspirar más que a la espuma amarga.

"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré el Canto de la Abeja. Helo aquí:

Construyo mi casa sobre las colinas. Me alimento de lo que se puede coger sin lastimar los árboles y de lo que se puede comer sin escrúpulo.
Me poso en las flores y en las frutas, sin destruir jamás una fruta ni chafar una flor; de ella saco solamente una substancia ligera como el rocío.
Contenta de mi delicado botín vuelvo a mi morada, donde me dedico a mis trabajos, a mi meditación y a la gracia que me ha sido predestinada.
Mi casa está construida con arreglo a las leyes de una arquitectura severa; y el propio Euclides se instruiría admirando la geometría de mis alvéolos.
Mi cera y mi miel son productos de la unión de mi ciencia con mi trabajo. La cera es resultado de mis afanes, y la miel es fruto de mi instrucción.
Sólo después de hacerles sentir la amargura de mi aguijón, concedo mis gracias a los que las desean.
Si buscas alegorías, voy a brindarte una muy instructiva. Piensa en que no puedes gozar de mis favores más que sufriendo con paciencia la amargura de mis desdenes y mis heridas.
El amor torna ligero lo más pesado. Si comprendes, acércate; si no, quédate donde estás.

"Y ahora, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré, si queréis, el Canto de la Mariposa. Helo aquí:

Soy la amante abrasada eternamente en el amor de mi bien amada la llama.
La ley que rige mi vida consiste en consumirme de deseo y de ardor.
Los malos tratos de que mi amiga me hace objeto, lejos de disminuir mi amor, no hacen más que aumentarlo, y me precipito a ella, impulsada por el deseo de ver consumada nuestra unión.
Pero ella me rechaza con crueldad y desgarra el tejido de gasa de mis alas. ¡Jamás sufrió un amante lo que sufro yo!
Y la vela me responde: "Si me amas de verdad, no te apresures a condenarme, porque sufro los mismos tormentos que tú...
"Que un enamorado se abrase, nada tiene de asombroso; pero sí debe sorprender que su querida corra la misma suerte.
"El fuego me ama como yo le amo; y sus suspiros inflamados me queman y me derriten.
"Quiere acercarse a mí, y me devora; quiere unirse a mí en amor, pero sólo puede realizar sus deseos destruyéndome.
"Por el fuego me arrancaron de mi morada con mi hermana la miel. Luego, al separarme de ella, pusieron entre nosotros un espacio inmenso.
"Mi suerte se reduce a esparcir mi luz, a arder, a verter lágrimas. Y me consumo para alumbrar a los demás".
Así me habló la vela. Pero el fuego encarándose con nosotras dos, nos dijo:
"¡Oh vosotras las atormentadas por mi llama! ¿por qué os quejáis del dulce instante de la unión?
"¡Dichosos los que beben, mientras yo soy su copero! ¡Dichosa vida la del que, consumido por mi llama inmortal, muere por obedecer las leyes del amor!"

"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré el Canto del Cuervo...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0917: y cuando llego la 935ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 935ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y ahora, si queréis, ¡oh señores y señoras mías! os diré el Canto del Cuervo.

"Helo aquí:

Sí, ya sé que, vestido de negro, vengo a turbar, con mi grito importuno, lo más puro, y a hacer amargo lo más dulce.
Lo mismo al salir la aurora que a la noche, me dirijo a los campamentos primaverales y los excito a la separación.
Si veo una dicha completa, proclamo su próximo fin; si diviso un palacio magnífico, anuncio su ruina inminente.
Sí, ya sé que me reprochan todo eso, y que soy de peor agüero que Kascher y más siniestro que Jader.
Pero ¡oh tú que cesuras mi conducta! si conocieras tu verdadera dicha como conozco yo la mía, no vacilarías en cubrirte, como yo, con una vestidura negra; y a todas horas me contestarías con lamentaciones.
Pero vanos placeres ocupan tus momentos, y tu vanidad te retiene alejado de los senderos de la sabiduría.
Olvidas que el amigo sincero es el que te habla con franqueza y no el que te oculta tus errores; que es el que te reprende y no el que te disculpa; que es el que te enseña la verdad y no el que venga sus injurias.
Porque quien te amonesta despierta en ti la virtud cuando duerme, y te pone en guardia inspirándote temores saludables.
Por lo que a mí respecta, vestido de luto, lloro por la vida fugitiva que se nos escapa, y no puedo por menos de gemir cuantas veces columbro una caravana cuyo conductor acelera la marcha.
Por tanto, soy semejante al predicador de la mezquita, y no es cosa nueva que los predicadores vayan vestidos de negro.
Pero ¡ay! que sólo objetos mudos e inanimados responden a mi voz profética.
¡Oh tú, que tan duro tienes el oído! despiértate por fin, y comprende lo que indica la niebla matinal: ¡no hay en la tierra nadie que no deba esforzarse por entrever algo del mundo invisible!
¡Pero no me oyes, no me oyes! ¡Y por fin me doy cuenta de que estoy hablando con un muerto!

"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré el Canto de la Abubilla. Helo aquí:

Cuando vine de Saba, como mensajera de amor, entregué al rey dorado la carta de la reina de rasgados ojos cerúleos.
Y me dijo Soleimán: "¡Oh abubilla! me has traído de Saba una noticia que hace bailar mi corazón".
Y me colmó de favores, y me puso a la cabeza esta corona encantadora que llevo desde entonces.
Y me enseñó la sabiduría. Por eso vuelvo con frecuencia a la soledad de mis pensamientos, y recuerdo su enseñanza tal como me la facilitó.
Me dijo: "Has de saber ¡oh abubilla! que si el corazón tuviera cuidado de instruirse, la inteligencia penetraría el sentido de las cosas; si el espíritu fuera bueno, vería los signos de la verdad; si la conciencia supiera comprender, se enteraría sin dificultad de las buenas noticias;
"Si el alma se abriera a las influencias místicas, recibiría luces sobrenaturales; si el interior fuese puro, quedarían al descubierto los misterios de las cosas, y la Dueña Divina se dejaría ver.
"Si nos despojáramos de la vestidura del amor propio, no existirían ya en la vida obstáculos, y el espíritu no segregaría ya pensamientos helados.
"De tal suerte tu temperamento podría adquirir el grado de equilibrio que constituye la salud espiritual, y serías tu propio médico.
"Sabrías refrescarte con el abanico de la esperanza y prepararte tú misma el mirabolano del refugio, la besetén de la corrección, la azufaifa de la solicitud y el tamarindo de la dirección.
"Sabrías molerte en el mortero de la paciencia, tamizarte por el tamiz de la humanidad, y administrarte los remedios espirituales, después de la vigilia nocturna, en la soledad de la mañana, frente a frente de la Divina Amiga.
"Porque quien no sabe extraer un sentido alegórico del chirrido agrio de la puerta, del ronroneo de la mosca y del movimiento de los insectos que se deslizan por el polvo;
"quien no sabe comprender lo que indican la marcha de la nube, el resplandor del espejismo y el color de la niebla, no se cuenta en el número de las personas inteligentes".

Y tras de recitar así estos versos de flores y de aves, la joven Tohfa se calló.

Entonces, desde todos los puntos del palacio, se alzaron entusiastas exclamaciones de los genn. Y el jeique Eblis fué a besarle los pies, y las reinas, en el límite de la exaltación, fueron a abrazarla llorando. Y todos juntos se pusieron a hacer con las manos y con los ojos gestos y señas que significaban claramente: "¡Tenemos la lengua trabada de admiración, y no pueden salir palabras de nuestra boca!" Luego empezaron a saltar en sus asientos cadenciosamente y levantando las piernas en el aire, lo que significaba claramente en su lenguaje de genn: "¡Qué hermoso es! ¡Tú has sobresalido! Estamos maravillados. ¡Te lo agradecemos mucho!" Y el efrit Maimún, así como su compañero en fealdad, se levantó y se puso a bailar con el dedo metido en el culo, lo que significaba manifiestamente en su lenguaje: "Estoy loco de entusiasmo".

Y Tohfa, conmovida al ver el efecto producido en los genn por aquellos cantos y aquellos poemas, les dijo: "¡Por Alah, ¡oh señores míos y señoras mías! que si no estuviera fatigada, aún os hubiera dicho otros cantos y otros versos concernientes a las demás flores olorosas, hierbas y aves, especialmente los cantos del Ruiseñor, de la Codorniz, del Estornino, del Canario, de la Tórtola, de la Paloma, de la Zorita, del Jilguero, del Pavo Real, del Faisán, de la Perdiz, del Milano, del Buitre, del Águila y del Avestruz; y os hubiera dicho los cantos de algunos animales, como el Perro, el Camello, el Caballo, el Onagro, el Asno, la Jirafa, la Gacela, la Hormiga, el Carnero, el Zorro, la Cabra, el Lobo, el León y muchos otros más. Pero ¡inschalah! ya nos reuniremos en otra ocasión. Por el momento, ruego al jeique Eblis que me lleve al palacio de mi amo el Emir de los Creyentes, que debe estar muy inquieto por mí. Y dispensadme por no poder asistir a la circuncisión del niño y a las bodas de la joven efrita. ¡De verdad, no puedo!"

Entonces le dijo el jeique Eblis: "Verdaderamente, ¡oh Obra Maestra de los Corazones! se nos derrite el corazón al saber que quieres dejarnos tan pronto. ¿No habría manera de que te quedaras todavía un poco con nosotros? ¡Nos das a probar el dulce y nos lo quitas de los labios! ¡Por Alah sobre ti, ¡oh Tohfa! favorécenos con algunos instantes más!" Y Tohfa contestó: "En verdad que la cosa está por encima de mi capacidad. Y es preciso que vuelva al lado del Emir de los Creyentes, porque ¡oh Eblis! no ignoras que los hijos de la tierra no pueden disfrutar la verdadera dicha más que en la tierra. ¡Y mi alma se entristece por estar tan lejos de sus semejantes! ¡Oh vosotros todos! ¡no me retengáis aquí por más tiempo contra los impulsos de mi corazón!"

Entonces Eblis le dijo: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos; pero antes ¡oh Tohfa! quiero decirte que conozco a tu antiguo maestro de música, el admirable Ishak Ibn-Ibrahim de Mossul".

Luego sonrió y dijo: "Y él también me conoce, pues en cierta velada de invierno pasaron entre nosotros ciertas cosas que no dejaré de contarte a mi vez ¡inschalah! algún día. Porque la historia de mis relaciones con él es una historia larga; y aún no ha debido olvidar las posiciones de laúd que hube de enseñarle ni la joven de una noche que hube de procurarle. Y no es ahora el momento oportuno para contarte todo eso, ya que tanta prisa tienes por volver con el Emir de los Creyentes. Sin embargo, no se dirá que has salido de entre nosotros sin nada entre las manos. Por eso voy a enseñarte un recurso de laúd, con el cual serás exaltada por el mundo entero, y serás todavía más amada por tu amo el califa".

Y ella contestó: "Haz lo que te plazca".

Entonces Eblis tomó el laúd de la joven y tocó una pieza por un método nuevo, con escalas maravillosas, repeticiones insólitas y temblores perfeccionados. Y oyendo aquella música, parecióle a Tohfa que cuanto había aprendido hasta aquel momento era erróneo, y que lo que acaba de aprender del jeique Eblis (¡confundido sea!) era fuente y base de toda armonía. Y se regocijó al pensar que podría hacer oír aquella música nueva a su amo el Emir de los Creyentes y a Ishak Al-Nadim. Y para tener la certeza de que no se equivocaría, quiso repetir, en presencia del que lo había tocado, el aire oído. Tomó, pues, su laúd de manos de Eblis, y guiándose por el primer tono que él le dió, repitió la pieza a la perfección. Y exclamaron todos los genn: "¡Excelente!" Y Eblis le dijo: "Hete aquí ahora, ¡oh Tohfa! en los límites extremos del arte. Así es que voy a extenderte un diploma signado por todos los jefes de los genn, en el cual se te reconocerá y proclamará como la mejor tañedora de laúd de la tierra. Y en ese mismo diploma te nombraré "lugartenienta de los pájaros". Porque los poemas que nos has recitado y los cantos con que nos has favorecido te hacen sin par; y mereces estar a la cabeza de los pájaros músicos".

Y el jeique Eblis mandó llamar al escriba principal, que tomó una piel de gallo, y acto seguido la preparó para extender el diploma en cuestión...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0918: y cuando llego la 936ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 936ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y el jeique Eblis mandó llamar al escriba principal, que tomó una piel de gallo, y acto seguido la preparó para extender el diploma en cuestión. Luego escribió encima, con una letra hermosa, en caracteres kúficos de renglones perfectos, lo que le dictó el jeique Eblis. Y quedó patente y reconocido en aquel diploma que la joven Tohfa sería en lo sucesivo lugarteniente de los pájaros, y que, en virtud de decreto especial, se la nombraba sultana de las tañedoras de laúd y de la cantarinas. Y se formalizó aquel diploma con el sello del jeique Eblis, y se marcó con los sellos de los demás jefes de los genn. Y después lo guardaron en un cofrecillo de oro, y se lo entregaron ceremoniosamente a Tohfa, que lo acogió y se lo llevó a la frente en acción de gracias.

Entonces Eblis hizo una seña a los que le rodeaban, y al punto entraron unos genn cargados con un armario cada cual. Y pusieron delante de Tohfa aquellos armarios, que eran doce, todos iguales. Y Eblis los abrió uno por uno, con objeto de enseñar el contenido a Tohfa, diciéndole: "¡Son de tu propiedad!" Y he aquí que el primer armario estaba enteramente lleno de pedrerías; el segundo, de dinares de oro; el tercero, de oro en lingotes; el cuarto, de joyas de orfebrería; el quinto, de candelabros de oro; el sexto, de confituras secas y de mirabolano, el séptimo, de lencería de seda; el octavo, de afeites y perfumes; el noveno, de instrumentos musicales; el décimo, de vajilla de oro; el undécimo, de trajes de brocado y el duodécimo, de trajes de seda de todos colores.

Y cuando Tohfa hubo mirado el contenido de aquellos doce armarios, Eblis hizo una nueva seña a los portadores, que al punto se echaron a la espalda los armarios y se pusieron en fila detrás de Tohfa.

Entonces fueron las reinas de los genn a decir adiós, llorando a la lugarteniente de los pájaros; y la reina Kamariya le dijo: "¡Oh hermana mía! ya que nos abandonas, ¡ay! permitirás, al menos, que alguna vez vayamos a verte al pabellón en que habitas, y nos regocijemos los ojos con tu presencia, que arrebata la razón. ¡Pero supongo que también querrás que en adelante, en vez de permanecer invisible, tome yo forma de mujer terrestre y te despierte con mi aliento!" Y dijo Tohfa: "De todo corazón amistoso, ¡oh hermana mía Kamariya! Sin duda me regocijaré al despertarme bajo el soplo de tu aliento y al sentirte acostada al lado mío". Y a continuación se besaron por última vez, y se hicieron mil zalemas y mil juramentos de amantes.

Entonces Eblis dobló la espalda ante Tohfa, y la tomó a horcajadas en su cuello. Y en medio de adioses y suspiros de pena, echó a volar con ella seguido de cerca por los genn portadores que llevaban a la espalda los armarios. Y en un abrir y cerrar de ojos, llegaron todos, sin contratiempo, al pabellón del Emir de los Creyentes de Bagdad. Y Eblis depositó delicadamente a Tohfa en su lecho; y los portadores alinearon por orden contra la pared los doce armarios. Y tras de besar la tierra entre las manos de la lugartenienta de los pájaros, se retiraron todos, con Eblis a la cabeza, sin hacer el menor ruido, como habían venido.

Cuando Tohfa se encontró en su cuarto y en su lecho, le pareció que nunca había salido de él, y creyó que cuanto le había sucedido no era más que un sueño. Así es que, para cerciorarse de la realidad de sus sensaciones, tomó consigo el laúd, y lo templó y tañó con arreglo al método nuevo que había aprendido de Eblis, improvisando versos relativos al regreso. Y el eunuco que custodiaba el pabellón oyó tocar y cantar dentro del cuarto, y exclamó: "¡Por Alah, que es la música de mi señora Tohfa!"

Y se precipitó afuera, corriendo como un hombre perseguido por una horda de beduinos, y cayendo y levantándose, de tan emocionado como estaba, llegó al lado del jefe eunuco, Massrur el portaalfanje, que hacía la guardia, como de costumbre, a la puerta del Emir de los Creyentes. Y cayó a sus plantas, diciendo: "¡Ya sidi! ¡ya sidi!" Y Massrur le dijo: "¿Qué te ocurre? ¿Y qué vienes a hacer aquí a semejante hora?" Y el eunuco dijo: "¡Date prisa ¡ya sidi! a despertar al Emir de los Creyentes! ¡Traigo una buena noticia!" Y Massrur empezó a regañarle, diciéndole: "¿Estás loco ¡oh Sawab! para creerme capaz de despertar a esta hora a nuestro amo el califa?" Pero el otro se puso a insistir de tal manera y a gritar tan fuerte, que el califa acabó por oír el ruido y despertarse. Y preguntó desde adentro: "¡Ya Massrur! ¿a qué obedece todo ese tumulto de fuera?" Y Massrur, temblando, contestó: "Es Sawab el guardián del pabellón, ¡oh mi señor! que viene a buscarme para decirme: "¡Despierta al Emir de los Creyentes!" Y el califa preguntó: "¿Qué tienes que decirme, ¡oh Sawab!?" Y el eunuco sólo pudo balbucear: "¡Ya sidi! ¡ya sidi!" Entonces Al-Raschid dijo a una de las jóvenes esclavas que dentro velaban su sueño: "Ve a ver de qué se trata".

Entonces salió la joven a buscar a los eunucos, e hizo entrar al que custodiaba el pabellón. Y se hallaba él en tal estado, que, al ver al Emir de los Creyentes, se olvidó de besar la tierra entre sus manos, y le gritó, como si hablase a uno de sus semejantes en eunuquez: "¡Yalah, levántate pronto! Mi señora Tohfa está en su cuarto cantando y tocando el laúd. Vamos, ven a oírla ya, ¡oh hombre!" Y el califa, estupefacto, miró al esclavo sin poder pronunciar una palabra. Y el otro le dijo: "¿No has oído el principio de mi discurso? ¡No estoy loco, por Alah! Te digo que mi señora Tohfa está sentada en su dormitorio, tocando el laúd y cantando. ¡Ven pronto! ¡Date prisa!" Y Al-Raschid se levantó y se puso a toda prisa el primer traje que encontró a mano, sin comprender, por otra parte, ni una palabra de las del eunuco, al cual dijo: "¡Mal hayas! ¿Qué dices? ¿Cómo te atreves a hablarme de tu señora Sett Tohfa? ¿No sabes que ha desaparecido de su cuarto, aun cuando estaban cerradas puertas y ventanas, y que mi visir Giafar, que lo sabe todo, me ha afirmado que su desaparición no es natural, sino obra de los genn y de sus maleficios? ¿Y no sabes que, generalmente, no se vuelve a ver a las personas que se han llevado los genn? ¡Mal hayas, ¡oh esclavo! que te atreves a venir a despertar a tu señor a causa de un sueño grotesco que has tenido en tu cerebro negro!" Y el esclavo dijo: "¡No he tenido ningún sueño ni empeño, no he comido beleño, y por lo tanto, levántate, dueño, como yo te enseño! ¡Y ven a ver, risueño, a ese maravilloso diseño!" Y el califa, a pesar de todo, no pudo por menos de echarse a reír a carcajadas al observar la locura del eunuco Sawab. Y le dijo: "¡Si es cierto tu discurso, para bien tuyo será; porque te libertaré y te daré mil dinares de oro; pero si todo eso es falso, y de antemano te digo que eso es falso y producto de un ensueño de negro, te haré crucificar". Y el eunuco exclamó, alzando los brazos al cielo: "¡Oh Alah! ¡oh Protector! ¡oh Dueño de la salvaguardia! haz que no haya tenido yo en mi cerebro negro un sueño ni una visión".

Y echó a andar el primero, abriendo la marcha el califa, diciendo: "Las orejas son para oír y los ojos para ver. Ven, pues, para ver y escuchar con tus ojos y con tus orejas".

Y cuando Al-Raschid hubo llegado a la puerta del pabellón, oyó el sonido del laúd y la voz de Tohfa cantando. Y precisamente en aquel momento cantaba y tocaba con arreglo al método que le había enseñado el jeique Eblis. Y Al-Raschid, trastornado y reteniendo a duras penas la razón que se le huía, metió la llave en la cerradura; y su mano se negaba a abrir, de tanto como temblaba. Por fin, al cabo de un momento, se reanimó, y apoyándose en la puerta, que hubo de ceder, entró diciendo: "¡Bismilah! ¡Confundido sea el Maligno! ¡Me refugio en Alah contra los maleficios!"

Cuando Tohfa vió entrar al Emir de los Creyentes tan trastornado y tembloroso de emoción como estaba, se levantó vivamente y corrió a su encuentro. Y le rodeó con sus brazos y le estrechó contra su corazón. Y Al-Raschid lanzó un grito como si rindiera el alma, y se desplomó desmayado, dando con la cabeza antes que con los pies. Y Tohfa le roció con agua de rosas almizclada, y le remojó las sienes y la frente hasta que volvió él de su desmayo. Y permaneció un momento como un hombre ebrio. Y a lo largo de sus mejillas corrían lágrimas y mojaban su barba. Y cuando recobró el sentido por completo, pudo por fin llorar libremente con toda su alegría en el seno de su bienamada, que lloraba también. Y las frases que se dijeron y las caricias que se prodigaron están por encima de todos los discursos. Y Al-Raschid le dijo: "¡Oh Tohfa! ciertamente, tu ausencia es cosa extraordinaria; pero tu regreso lo es más todavía y va más allá del entendimiento". Y ella contestó: "¡Por tu vida!, ¡oh mi señor! ¡que es verdad! Pero ¿qué dirás cuando, tras de contarte todo, te lo haya enseñado todo?"

Y sin darle tiempo a replicar, le explicó la entrada silenciosa del viejo jeique en el pabellón, la danza enloquecida de Eblis, la bajada por las letrinas, lo referente al caballo alado y la residencia de los genn, hablándole asimismo de las reinas de los genn, y sobre todo de la belleza de Kamariya, enumerándole los manjares y los honores, los cantos de las flores y de las aves, la lección de música de Eblis, y por último, lo relativo al diploma que le habían extendido, nombrándola lugartenienta de los pájaros. Y desdobló ante el califa el diploma consabido escrito en piel de gallo. Luego, cogiéndole de la mano, le mostró, uno tras de otro, los doce armarios con su contenido, que no podrían describir mil lenguas ni anotar mil registros...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0919: y cuando llego la 937ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 937ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... le mostró, uno tras de otro, los doce armarios con su contenido, que no podrían describir mil lenguas ni anotar mil registros. Y aquellos armarios fueron los que más tarde sirvieron de base a las riquezas de los Bani-Barmak y de los Bani-Abbas.

En cuanto a Al-Raschid, en su alegría por encontrar a su bienamada Obra Maestra de los Corazones, hizo decorar e iluminar Bagdad desde un río al otro río, y dió festejos espléndidos en los que no quedó olvidado ningún pobre. Y en el transcurso de estos festejos, Ishak Al-Nadim, a quien se encumbró más que nunca con honores y dignidades, cantó en público el canto que, por agradecimiento, no dejó de enseñarle Tohfa y que ella misma había aprendido de Eblis (¡Confundido sea!).

Y Al-Raschid y Obra Maestra de los Corazones no cesaron de vivir una vida deliciosa, con prosperidad y amor, hasta la llegada ineluctable de la Proveedora de tumbas.

"Y tal es ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- la historia de la joven Tohfa, Obra Maestra de los Corazones, lugartenienta de los pájaros".

Y el rey Schahriar se maravilló de este relato de Schehrazada hasta el límite de la maravilla, sobre todo de los poemas y cantos de las flores y las aves, y especialmente del canto de la Abubilla y del canto del Cuervo. Y pensó para su ánima: "¡Por Alah, que esta hija de mi visir ha sido para mí una bendición insigne! Y una persona de su mérito y de sus cualidades no merece la muerte. Es preciso, pues, antes de que decida definitivamente con respecto a ella, que reflexione algún tiempo todavía. ¡Y además, puede saber otras historias no menos admirables, y contármelas!" Y se sintió en un estado de exaltación como no lo había experimentado hasta entonces; de modo que no pudo por menos de estrechar de pronto a Schehrazada contra su corazón, y decirle: "Benditas sean las mujeres que se te parecen, ¡oh Schehrazada! Esa historia me ha conmovido en extremo con los cantos de flores y aves que contiene y con la gran enseñanza con que me han enriquecido esos poemas. Así, pues, ¡oh virtuosa y dilecta hija de mi visir! si aún tienes que contarme una o dos o tres o cuatro historias como esa, no vaciles en comenzar. ¡Porque esta noche me noto el alma apaciguada y refrescada con tus palabras, y el corazón conquistado por tu elocuencia!"

Y Schehrazada contestó: "No soy más que la esclava de mi amo el rey, y sus alabanzas están por encima de mis méritos. Pero, ya que lo deseas, me gustaría narrarte ciertos hechos relativos a mujeres, a capitanes de policía y a otras cosas parecidas, aunque tengo mucho miedo de que mis palabras ofendan a tu espíritu y a tu amor por la moral, pues serán un poco libres y atrevidas. Porque ¡oh rey del tiempo! el pueblo ignora generalmente el lenguaje discreto, y sus expresiones traspasan a veces los límites de las conveniencias. ¡Por tanto, si quieres que salte por encima de ellas, saltaré; pero, si quieres que me calle, me callaré!" Y dijo el rey Schahriar: "¡Claro que puedes hablar, Schehrazada! porque nada podrá asombrarme de parte de las mujeres, y sé que son semejantes a una costilla torcida; y es notorio que, cuando se quiere enderezar una costilla torcida, se la tuerce más; y si se insiste, se la rompe.

¡Habla, pues, sin reticencias, que la cordura no habita lejos de nosotros desde el día en que tuvo lugar la traición de la esposa maldita que sabes!" Y pronunciadas estas últimas palabras, el semblante del rey Schahriar se oscureció de repente, hundiéndose sus ojos, se fruncieron sus cejas, palideció su tez, y su estado se tornó en muy mal estado. Y todo esto sucedió sólo al recuerdo evocado de la antigua desventura. Así es que, al ver aquella mudanza que no anunciaba nada tranquilizador, la pequeña Doniazada tuvo cuidado de exclamar al punto: "¡Oh hermana mía! por favor, date prisa a contarnos lo que nos has anunciado respecto a los capitanes de policía y a las mujeres, y no temas nada por parte de este rey bien educado, que ya sabe que las mujeres son como las pedrerías, unas con manchas, taras y defectos, y otras puras, transparentes y a toda prueba. ¡Y mejor que tú y mejor que yo sabrá él hallar la diferencia y no confundir las joyas con los guijarros!"

Y Schehrazada dijo: "Verdad dices, ¡oh pequeña! ¡Así es que, de todo corazón amistoso, voy a contar a nuestro amo la HISTORIA DE AL-MALEK AL-ZAHER ROKN AL-DIN BAIBARS AL-BONDOKDARI Y DE SUS CAPITANES DE POLICÍA, y lo que les sucedió!"

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0920: historia de baibars y de los capitanes de policia

HISTORIA DE BAIBARS Y DE LOS CAPITANES DE POLICÍA[editar]

Schehrazada dijo:

Se cuenta -¡pero Alah el Invisible es más sabio!- que en otro tiempo había en el país de Egipto, en El Cairo, un sultán entre los sultanes valerosos y poderosos de la ilustrísima raza de los Baharirtas turcomanos. Y se llamaba el sultán Al-Malek Al-Zaher Rokn Al-Din Baibars Al-Bondokdari. Y bajo su reinado, brilló el Islam con un esplendor sin precedente, y el Imperio se extendió gloriosamente desde el límite extremo de Oriente a los confines profundos de Occidente. Y sobre la faz de la tierra de Alah, y bajo el cielo cerúleo no quedó en pie ninguna plaza fuerte de los francos y de los nazarenos, cuyos reyes fueron alfombra para los pies de aquel sultán. Y en las llanuras verdes, y en los desiertos, y sobre las aguas, no se elevaba ninguna voz que no fuese la voz de un Creyente, ni se oían pasos que no fuesen los pasos de quien caminaba por la vía de la rectitud. ¡Bendito sea por siempre el que nos enseñó el camino, el Bienamado. hijo de Abdalah el Khoreichita, nuestro señor y soberano Ahmad-Mahomed, el Enviado (¡con él la plegaria y la paz y las más escogidas bendiciones! ¡Amín!)

Y he aquí que el sultán Baibars amaba a su pueblo y era por él amado; y cuanto de cerca o de lejos se refería a su pueblo, bien con respecto a indumentaria y costumbres, bien con respecto a tradiciones y usos locales, le interesaba en extremo. Así es que no solamente le gustaba ver todas las cosas con sus propios y ojos y escucharlas a los narradores; y había encumbrado hasta las más altas categorías a aquellos de sus oficiales, guardias y familiares que mejor sabían contar las cosas del pasado y exponer las cosas del presente.

Así es que, una noche que se hallaba más dispuesto que de costumbre a escuchar y a instruirse, reunió a todos los capitanes de policía de El Cairo, y les dijo: "Quiero que esta noche me contéis lo más digno de contarse entre lo que conozcáis". Y contestaron ellos: ¡Por encima de nuestras cabezas y de nuestros ojos! Pero ¿quiere nuestro amo que contemos algo que nos haya sucedido personalmente, o algo que sepamos que le ha sucedido a otro?" Y dijo Baibars: "Delicada es la pregunta. ¡Por eso, que cada uno de vosotros quede en libertad de contar lo que quiera, pero con la condición de que sea de lo más sorprendente!" Y contestaron: "Está bien, ualah, ¡oh señor nuestro! ¡Te pertenece nuestro ingenio, así como nuestra lengua y nuestra felicidad!"

Y el primero que avanzó entre las manos de Baibars, para empezar su relato, era un capitán de policía que se llamaba Moin Al-Din, con el hígado ulcerado de amor por las mujeres y el corazón enredado en las colas de ellas sin cesar. Y tras de los deseos de larga vida al sultán, dijo: "¡Yo ¡oh rey del tiempo! te contaré un suceso extraordinario que me concierne personalmente y que me ocurrió en los primeros tiempos de mi carrera!"

Y se expresó así:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0921: historia contada por el primer capitan de policia

HISTORIA CONTADA POR EL PRIMER CAPITÁN DE POLICÍA[editar]

"Has de saber ¡oh mi señor y corona de mi cabeza! que cuando entré al servicio de la policía de El Cairo, a las órdenes de nuestro jefe Alam Al-Din Sanjar, estaba yo muy reputado, y todo hijo de alcahuete, de perro o de ahorcado, incluso todo hijo de zorra, me temía y me temblaba igual que a una calamidad, y huía de mí como del mal de aire amarillo. Y cuando yo iba a caballo por la ciudad, las gentes de esa clase me señalaban con el dedo y se guiñaban los ojos de modo convenido, en tanto que otros amontonaban en el suelo con sus manos las zalemas respetuosas con que me saludaban al pasar. Y yo no me preocupaba de sus gestos más que de una mosca que me hubiera rozado el zib. Y seguía mi camino con actitud altanera.

Un día, estaba sentado en el patio del walí, con la espalda apoyada contra el muro, y pensaba en mi grandeza y en mi importancia, cuando de pronto vi caer del cielo en mi regazo algo tan pesado como la sentencia del juicio final. Y era un bolsa llena y precintada. Y la tomé en mis manos y la abrí y vertí el contenido en los pliegues de mi ropa. Y conté hasta cien dracmas, ni uno más, ni uno menos. Y por más que miré a todos lados, encima de mi cabeza y a mí alrededor, no puede descubrir a la persona que la había dejado caer. Y dije: "¡Loores al Señor, Rey de los reinos de lo Visible y de lo Invisible!" E hice desaparecer a la hija en el seno de su padre. ¡Y he ahí lo referente a ella!

Al día siguiente, me reclamaba mi servicio en el mismo sitio que la víspera; y llevaba allí un momento, y he aquí que me cayó pesadamente un objeto en la cabeza y me puso de muy malhumor. Y miré con ademán furioso, y vi ¡por Alah! que era un bolsa llena, de todo punto hermana de la querida de su padre a quien hube de conceder el derecho de asilo junto a mi corazón. Y la envié a recalentarse en el mismo sitio para que hiciera compañía a su hermana mayor y protegiera su pudor contra los deseos indiscretos. Y lo mismo que la víspera, levanté la cabeza y la bajé, y volví el cuello y lo revolví, y giré sobre mí mismo y me inmovilicé, y miré a mi derecha y a mi izquierda, pero sin conseguir hallar ni rastro del expedidor de aquella encantadora bien venida. Y me pregunté: "¿Duermes o no duermes?" Y contesté: "No duermo. No, ¡por Alah! no está conmigo el sueño". Y como si nada hubiese pasado, me recogí la orla del traje, y salí del palacio con aire indiferente, escupiendo en el suelo a cada paso.

Pero a la tercera vez tomé mis precauciones. En efecto, no bien llegué al muro consabido, contra el cual de ordinario me pavoneaba admirándome, me tendí en tierra, y simulando dormir, me puse a roncar con tanto ruido como el de una manada de camellos escapados. Y de repente, ¡oh mi señor sultán! sentí en mi ombligo una mano que buscaba no sé qué. Y como no tenía nada que perder con aquella intervención, dejé que la mano consabida hurgara en la mercancía de arriba a abajo; y cuando me pareció que se aventuraba por el camino más angosto del distrito, la cogí bruscamente, diciendo: "¿Por dónde te metes, ¡oh hermana mía!?" Y me incorporé, abriendo los ojos, y vi que la propietaria de la gentil mano, adornada de sortijas de diamantes, que había huroneado en aquel camino de perdición, era una joven feérica, ¡oh mi señor sultán! que me miraba riendo. Y era como el jazmín. Y le dije: "Confianza y amistad, ¡oh mi señora! El mercader y su mercancía son de tu propiedad. Pero dime de qué parterre eres la rosa, de qué ramillete eres el jacinto, de qué jardín eres el ruiseñor, ¡oh la más deseable de las jóvenes!". Y mientras hablaba así, tuve mucho cuidado de no soltarla.

Entonces, sin el menor azoramiento en el gesto ni en la voz, la joven me hizo seña de que me levantara, y me dijo: "¡Ya Si-Moin! levántate y sígueme, si deseas saber quien soy y cual es mi nombre". Y yo, sin vacilar ni un instante, como si la conociese desde hacía mucho tiempo, o como si fuera yo su hermano de leche, me levanté, y después de sacudirme el traje y ajustarme el turbante, eché a andar a diez pasos de ella para no llamar la atención, pero sin perderla de vista ni un momento. Y de tal suerte llegamos al fondo de un retirado callejón sin salida, en donde me hizo señas de que podía acercarme sin temor. Y la abordé sonriendo, y sin tardanza quise hacer respirar a su lado el aire al niño de su padre. Y para no quedar por tonto ni por idiota, hice salir al niño consabido, y le dije: "Aquí le tienes, ¡oh mi señora!". Pero ella me miró con aire despreciativo, y me dijo: "Guárdale, ¡oh capitán Moin! porque se va a resfriar". Y contesté con el oído y la obediencia, y añadí: "No hay inconveniente, que tú eres quien manda, y yo soy el colmado por tus favores. Pero ¡oh hija legítima! ya que lo que te tienta no es este grueso nervio de confitura, ni este zib con sus anejos, ¿por qué me has gratificado con dos bolsas llenas y me has hecho cosquillas en el ombligo, y me has traído hasta aquí, a este oscuro callejón propicio a los saltos y a los asaltos?". Y ella me contestó: "¡Oh capitán Moin! eres el hombre de esta ciudad en quien tengo más confianza, y por eso me he dirigido a ti con preferencia a ningún otro. ¡Pero es por otro motivo del que tu crees!". Y yo dije: "¡Oh mi señora! cualquiera que sea el motivo, lo agradezco. ¡Habla! ¿Qué servicio exiges del esclavo a quien has comprado por dos bolsas de cien dracmas?".

Y ella sonrió y me dijo:

"¡Ojalá vivas mucho tiempo! ¡Escucha! Has de saber ¡oh capitán Moin! que soy una mujer que está prendada de una jovenzuela. Y su amor chisporrotea como fuego en mis entrañas. Y aunque tuviera yo mil lenguas y mil corazones, no sería más viva esta pasión que tanto me penetra. Y la adorada no es otra que la hija del kadí de la ciudad. Y entre ella y yo ha ocurrido lo que ha ocurrido. Y eso es un misterio de amor. Y entre ella y yo existe un apasionado pacto acordado con promesas y con juramentos. Porque ella arde por mí con un ardor igual. Y jamás se casará ella, y jamás me tocará a mí un hombre. Y nuestras relaciones databan ya de hacía algún tiempo, y éramos inseparables, comiendo juntas y bebiendo en el mismo jarro y durmiendo en el mismo lecho, cuando un día su padre, el kadí de barba maldita, advirtió nuestras relaciones y las cortó de raíz, aislando completamente a su hija y diciéndome que me rompería las manos y los pies si entraba en su morada. Y desde entonces no he podido ver a la adorada, quien, según he sabido indirectamente, está como loca a causa de nuestra separación. ¡Y precisamente para aliviar mi corazón y proporcionarle alguna alegría me he decidido a venir en busca tuya, ¡oh capitán sin par! convencida de que sólo de ti pueden venir la alegría y el alivio!".

Por lo que a mí respecta, ¡oh mi señor sultán! al oír estas palabras de la incomparable joven que tenía delante de mis ojos, me quedé estupefacto hasta el límite de la estupefacción, y dije para mí: "¡Oh Alah Todopoderoso!. ¿Y desde cuándo las jovenzuelas se transforman en jovenzuelos, y las cabras en machos cabríos? ¿Y qué clase de pasión y qué especie de amor pueden ser la pasión y el amor de una mujer por otra mujer? ¿Y cómo de la noche a la mañana puede crecer el cohombro con sus anejos donde no está dispuesto el terreno para cultivarlo?". Y golpee mis manos una contra otra con sorpresa, y dije a la joven: "¡Oh señora mía! ¡por Alah, que no comprendo nada de lo que me ha narrado tu gracia! Explícamelo antes al detalle desde el principio. ¡Porque ¡ualahí! jamás oí decir que fuese cosa corriente el que las corzas suspirasen por las corzas y las gallinas por las gallinas!". Y ella me dijo: "Cállate, ¡oh capitán! porque eso es un misterio de amor, y son pocas las personas capaces de comprenderlo...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0922: pero cuando llego la 938ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 938ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Cállate, ¡oh capitán! porque eso es un misterio de amor, y son pocas las personas capaces de comprenderlo. Bástete saber que cuento contigo, para que me ayudes a penetrar en casa del kadí; y obrando así, te harás acreedor a la gratitud de una mujer que no ha de olvidarte". Y al oír aquello, me maravillé en extremo, y pensé: "¡Vaya, ualahí, ¡oh maese Moin! hete aquí ahora solicitado para proxeneta de una mujer con otra mujer! ¡Es una aventura que no tiene igual en la historia del proxenetismo! ¡No hay inconveniente en que cargues con ello tu conciencia!" Y dije a la joven dorada: "Pichona mía, el asunto de que me hablas es un asunto muy delicado; y aunque no comprendo sus circunstancias, puedes contar con mi obediencia, así como con mi abnegación. Pero, ¡por tu vida! ¿cómo voy a serte útil en todo eso?" Ella dijo: "¡Facilitándome la entrada en casa de mi adorada, la hija del kadí!". Y contesté: "Está bien, ¡oh tórtola mía! pero ten en cuenta quien soy yo y quien es esa bienaventurada hija del kadí. ¡Por la verdad de tu gracia, piensa en la gran distancia que nos separa!".

Y ella me dijo con aire de suficiencia:

¡Oh pobre! no vayas a creer que estoy tan desprovista de buen sentido como para introducirte en casa de la jovenzuela, ¡no, por Alah! Quiero sencillamente que me sirvas de bastón de apoyo en mi marcha en pos de la astucia y de la estratagema. ¡Y me ha parecido que sólo tú, ¡oh capitán! podías hacer lo que anhelo!" Y dije: "Escucho y obedezco, y soy un bastón ciego y sordo entre tus manos, cordera mía". Entonces me dijo ella: "Escucha, pues, y obedece. Esta noche, ataviada como un pavo real con mis mejores vestidos, y velada de manera que no me reconozca nadie más que tú en el barrio, iré a sentarme junto a la casa del kadí, padre de mi amante. Entonces tú y los guardias que tienes a tus órdenes, atraídos por el perfume penetrante que exhalaré, os dirigiréis al sitio donde yo me encuentre. Y tú avanzarás respetuosamente hacia mí, y me preguntarás: "¿Qué haces sola en la calle a hora tan tardía, ¡oh dama de alto rango!" Y yo contestaré: "Ualahí, ¡oh gallardo capitán! soy una joven del barrio de la ciudadela, y mi padre es uno de los emires del sultán. Pero hoy he salido de nuestra casa y de nuestro barrio, y he ido a la ciudad para hacer algunas compras. Y una vez comprado lo que quería y encargado lo que tenía que encargar, se me ha hecho tarde, pues cuando llegué a nuestro barrio de la ciudadela, vi que ya estaban cerradas las puertas. Y entonces, creyendo encontrar alguna persona conocida en cuya casa pudiese pasar la noche, he vuelto a la ciudad; pero mi mala suerte ha hecho que no encuentre a nadie. Y desolada por hallarme así, siendo la hija de un notable, sin amparo en medio de la noche, he venido a sentarme en el umbral de esta morada, que me han dicho es la del kadí, a fin de que su sombra me proteja. Y mañana por la mañana volveré a casa de mis padres, que ya deben creerme muerta, o por lo menos, perdida". Entonces tú, ¡oh capitán Moin! como eres inteligente, verás que, en efecto, voy vestida con ricos vestidos, y pensarás: "A un musulmán no le está permitido dejar en la calle a una mujer tan bella y tan joven, toda cubierta de perlas y de joyas, que puede ser violentada y robada por cualquier facineroso. Además de que, si en el barrio ocurriera semejante cosa, yo mismo, el capitán Moin, con mis ojos, sería responsable del atentado ante nuestro amo el sultán. Es preciso, pues, que, de una u otra manera, tome bajo mi protección a tan encantadora persona. Por tanto, voy a poner cerca de ella a uno de mis hombres armados, para que la guarde hasta mañana, o quizás sea mucho mejor -porque no tengo bastante confianza en mis guardias- buscar sin tardanza una morada de personas respetables que la alberguen honorablemente hasta mañana. ¡Y por Alah, que no veo dónde podría encontrarse mejor ni más considerada que en casa de nuestro amo el kadí, a cuya puerta la ha hecho sentarse la suerte! ¡Llevémosla, pues, a esa casa! Y sin duda alguna, obtendré por ello buena recompensa, sin contar con que la gratitud puede inclinar en favor mío el hígado de esa joven, cuyos ojos han producido en mis entrañas un incendio". Y tras de pensar tan cuerdamente, harás resonar la aldaba de la puerta del kadí, y me harás entrar en su harén. Y así me encontraré reunida con mi amante. Y se satisfará mi deseo. Y éste es mi plan, ¡oh capitán! Y ésta es mi explicación. ¡Uassalam!".

Entonces ¡oh mi señor sultán! contesté a la joven: "Alah aumente Sus favores sobre tu cabeza, ¡oh mi señora! He ahí un plan asombroso y fácil de ejecutar. La inteligencia es un don del Retribuidor". Y a continuación, poniéndome de acuerdo con ella respecto a la hora del encuentro, le besé la mano; y cada cual de nosotros se fué por su camino.

Y llegó la tarde, luego la hora de queda, luego la de la plegaria; y unos momentos después, salí a hacer mi ronda nocturna al frente de mis hombres armados de alfanjes desnudos. Y de barrio en barrio, hacia media noche llegamos a la calle donde debía encontrarse la joven de los amores extraños. Y el olor rico y asombroso que percibí desde que entré en la calle me hizo presagiar su presencia. Y en seguida oí el tintineo de sus pulseras de manos y tobillos. Y dije a mis hombres: "Me parece ¡oh hijos míos! que veo allí una sombra. Pero ¡qué rico olor!". Y miraron ellos en todas direcciones para descubrir la procedencia del aroma. Y vimos a la hermosa consabida, cubierta de sedería y cargada de brocados, que nos miraba llegar, inclinada y con el oído atento. Y me acerqué a ella, haciéndome el ignorante, y le dirigí la palabra, diciendo: "¿Qué clase de dama eres ¡oh mi señora! para no temer nada de la noche y de los transeúntes, tan bella como eres y ataviada y completamente sola como estás?". A lo cual me dió ella la respuesta que habíamos convenido la víspera; y me encaré con mis hombres, como para pedirles su opinión. Y me contestaron: "¡Oh jefe nuestro! si quieres, conduciremos a esta mujer a tu casa, donde estará mejor que en ninguna otra parte. Y no dudamos de que sabrá agradecértelo, porque indudablemente es rica, y bella, y va adornada con cosas preciosas. ¡Y harás de ella lo que quieras; y por la mañana se la devolverás a su madre amada!". Y les grité: "¡Callaos! ¡Me refugio en Alah contra vuestras palabras! ¿Acaso mi casa es digna de recibir a semejante hija de emir? ¡Y además, ya sabéis que vivo muy lejos de aquí! Lo mejor será pedir hospitalidad para ella al kadí del barrio, cuya casa está aquí precisamente". Y mis hombres me contestaron con el oído y la obediencia, y empezaron a llamar a la puerta del kadí, la cual abrióse al punto. Y apareció en la entrada el propio kadí, apoyado en los hombros de dos esclavos negros. Y después de las zalemas por una y otra parte, le conté la cosa y sometí el asunto a su criterio mientras la joven se mantenía de pie, cuidadosamente envuelta en sus velos. Y el kadí me contestó: "¡Bienvenida sea aquí! ¡Mi hija la cuidará y velará porque quede contenta!" Y acto seguido le puse entre las manos aquel depósito peligroso, y le confié el peligro viviente. Y la llevó a su harén, y yo me fui por mi camino.

Al día siguiente volví a casa del kadí para hacerme cargo del depósito que hube de confiarle; y decía para mi fuero interno: "¡Vaya, ualahí, que la noche ha debido ser de toda blancura para esas dos jóvenes! Pero en verdad que, por mucho que me devane los sesos, nunca llegaré a saber lo que ha pasado entre esas gacelas enamoradas. ¿Se oyó jamás hablar de una aventura semejante?" Y entretanto, llegué a la casa del kadí; y en cuanto entré, advertí un movimiento extraordinario y un tumulto de servidores asustados y de mujeres enloquecidas. Y de pronto, el kadí en persona, aquel jeique de barba blanca, se precipitó sobre mí y me gritó: "¡Vergüenza sobre las nulidades! ¡Has traído a mi casa una persona que se me ha llevado toda mi fortuna! Es preciso que des con ella, porque, si no, iré a quejarme de ti al sultán, que te hará probar la muerte roja". Y como yo le pidiera más amplios detalles, me explicó, entre una porción de interjecciones, gritos, amenazas e injurias dirigidas a la joven, que por la mañana la mujer a quien había dado asilo a instancias mías había desaparecido de su harén sin despedirse; y con ella había desaparecido el cinturón suyo, del kadí, que contenía seis mil dinares, todo su haber. Y añadió: "¡Tú conoces a esa mujer, y por consiguiente, a ti te reclamo mi dinero!"

Pero yo ¡oh mi señor! quedé tan estupefacto por aquella noticia, que me fué imposible articular palabra. Y me mordí la extremidad de la palma de la mano, diciéndome: "¡Oh proxeneta! hete aquí en la pez y en la brea. ¿En dónde estás, y en dónde está ella?".

Luego, al cabo de un momento, pude hablar, y contesté el kadí. "¡Oh nuestro amo el kadí! si la cosa ha pasado así, es porque tenía que ocurrir, pues lo que tiene que ocurrir no puede evitarse. Concédeme solamente tres días de plazo para ver si puedo enterarme de algo concerniente a esa persona prodigiosa. Y si no lo consigo, pondrás entonces en ejecución tu amenaza relativa a la pérdida de mi cabeza". Y el kadí me miró atentamente, y me dijo: "¡Te concedo los tres días que pides!" Y salí de allí muy pensativo, diciéndome: "¡Y no hay remedio!" ¡Ah! en verdad que eres un idiota; más aún, un zopenco y un imbécil. ¿Cómo vas a arreglarte para reconocer, en medio de toda la ciudad de El Cairo, a una mujer velada? ¿Y qué vas a hacer para inspeccionar los harenes sin penetrar en ellos? Mira, más te valdrá que te vayas a dormir esos tres días de plazo, y que a la mañana del tercero te presentes en casa del kadí para rendirle cuentas de tu responsabilidad". Y habiéndolo decidido así en mi espíritu, regresé a mi casa y me tendí en la estera, donde me pasé los tres días consabidos, negándome a salir, pero sin poder cerrar los ojos de tanto como me preocupaba aquel mal negocio. Y cuando expiró el plazo, me levanté y salí para casa del kadí. Y con la cabeza baja, me encaminaba en pos de mi condena, cuando, al pasar por una calle situada no lejos de la morada del kadí, divisé de pronto, detrás de una ventana enrejada y entreabierta, a la joven de mis tribulaciones. Y me miró ella riendo, y me hizo con sus párpados una seña que quería decir: "¡Sube en seguida!" Y me apresuré a aprovecharme de aquella invitación, de la cual dependía mi vida, y en un abrir y cerrar de ojos llegué junto a la joven, y olvidándome de la zalema, le dije: "¡Oh hermana mía! ¡y yo que no cesaba de buscarte por todos los rincones de la ciudad! ¡Ah, en qué negocio tan malo me has metido! ¡Por Alah, que vas a hacerme descender las gradas de la muerte roja!" Y ella fué a mí, y me besó y me estrechó contra su pecho: "¿Cómo tienes tanto miedo, siendo el capitán Moin? ¡Bah! no me cuentes nada de lo que te ha sucedido, porque lo sé todo. Pero como es fácil sacarte del apuro, he esperado, para hacerlo, el último momento. ¡Y precisamente para salvarte es por lo que te he llamado, aunque fácilmente hubiera podido dejarte proseguir tu camino en pos de la condena sin remisión!" Y le di las gracias, y como era tan encantadora, no pude por menos de besar su mano, causante de mi presente calamidad. Y me dijo ella: "Estate tranquilo y calma tu inquietud, porque no te sucederá nada malo. ¡Por lo pronto, levántate y mira!" Y me cogió de la mano y me introdujo en una habitación en que había dos cofres llenos de joyas, de rubíes, de otras piedras preciosas y de objetos raros y suntuosos. Luego abrió otro cofre que estaba lleno de oro, y poniéndolo delante de mí, me dijo: "Y bien, si lo deseas, puedes coger de este cofre los seis mil dinares que han desaparecido del cinturón de ese kadí de betún, padre de mi adorada. Pero ¡oh capitán! sabe que se puede hacer algo mejor que devolver el dinero a ese barbudo de mala sombra. Además, he quitado ese dinero sólo para que se muera de rabia reconcentrada, sabiéndole tan avaro e interesado como inoportuno. No he obrado, pues, por codicia; y cuando una persona es tan rica como yo, no roba por robar. Por cierto que su hija está bien enterada de que no he dado ese golpe más que para acelerar el decreto de su destino. Pero mira el plan que tengo para acabar de hacer perder la razón a ese viejo cabrón tullido. Escucha bien mis palabras, y retenlas". Y se interrumpió un momento, y dijo: "Helo aquí: En seguida vas a ir a casa del kadí, que debe esperarte en la parrilla de la impaciencia, y le dirás: "Señor kadí, solamente por descargo de conciencia me he pasado estos tres días haciendo pesquisas por toda la ciudad con respecto a esa joven a quien diste asilo una noche, a instancias mías, y a quien ahora acusas de haberte robado seis mil dinares de oro. Por lo que respecta a mí, al capitán Moin, demasiado sé que esa mujer no ha salido de tu morada desde que entró en ella; porque a pesar de las investigaciones que en todos sentidos han hecho nuestros hombres y todos los capitanes de policía de los demás barrios, no se ha encontrado rastro ni vestigio de la joven. Y ninguna de las mujeres espías que hemos enviado a los harenes ha tenido noticia de ella. Tú, sin embargo, vienes a decirnos y a declararnos que la joven te ha robado. Pero hay que probar esa afirmación. Porque yo no sé ¡por Alah! si este extraordinario asunto se reducirá a que la joven haya sido, en tu propia casa, víctima de un atentado, o por lo menos, objeto de una negra maquinación. Y como nuestras pesquisas casi han probado que no se encuentra ella en la ciudad, convendría ¡oh señor kadí! hacer un registro en tu casa para comprobar si no quedan huellas de la joven perdida, y para cerciorarme de si mi suposición es exacta o errónea. ¡Y Alah es más sabio!"

"¡Y de tal suerte, ¡oh capitán Moin! -continuó la prodigiosa joven-, de acusado te convertirás en acusador! Y el kadí verá ennegrecerse el mundo ante sus ojos, y le acometerá una cólera grande; y se le pondrá el rostro como el pimentón, y exclamará: "¡Muy aventurado es, maese Moin, hacer semejantes suposiciones! Pero no importa; puedes comenzar tu registro en seguida. Pero luego, cuando quede bien probado que te equivocas, te tendrás más merecido el castigo que te imponga el sultán". Entonces, llevando de testigos a tus hombres, harás un registro en la casa. Y desde luego, no has de encontrarme. Y cuando hayas registrado primero la terraza y luego las habitaciones, los cofres y los armarios, sin obtener resultado, bajarás la cabeza, invadido de cruel azoramiento, y empezarás a lamentarte y a excusarte. Y en aquel momento estarás en la cocina de la casa. Entonces, como por casualidad, mirarás al fondo de una zafra grande de aceite, levantando la tapa, y exclamarás: "¡Eh, un instante! ¡atención! ahí dentro veo algo". Y meterás el brazo en la zafra y tocarás dentro una cosa así como un paquete de ropa. Y lo sacarás, y verás, y todos los presentes lo verán contigo, mi velo, mi camisa, mi calzón y el resto de mi ropa. Y estará todo manchado de sangre coagulada. Al ver aquello, quedarás triunfante, y el kadí quedará confuso; y se le pondrá amarillo el color, y le temblarán las coyunturas; y se desplomará, y acaso muera. Y si no se muere de repente, hará todo lo posible por echar tierra al asunto, a fin de que no se mezcle su nombre en tan singular aventura. Y comprará tu silencio con mucho oro. Y así lo deseo para ti, ¡oh capitán Moin!"

Al oír este discurso, comprendí el plan maravilloso que había combinado ella para vengarse del kadí. Y admiré su espíritu ingenioso, su astucia y su inteligencia. Y me consideré redimido de trabajar en lo sucesivo, y permanecí asombrado y como atontado. Pero no tardé en despedirme de la joven para seguir el camino emprendido. Y cuando le besaba yo la mano, me deslizó ella entre los dedos una bolsa de cien dinares, diciéndome: "Para tus gastos de hoy, ¡oh mi señor! Pero ¡inschalah! pronto tendrás más pruebas de la generosidad de tu agradecida". Y le di las gracias vivamente, y tan conquistado estaba por ella, que no pude por menos de decirle: "Por tu vida, ¡oh señora mía! ¿consentirás en casarte conmigo cuando este asunto se termine?" Y ella se echó a reír, y me dijo: "Olvidas ¡ya saied Moin! que ya estoy casada y ligada por promesas, por fe y por juramento con la que posee mi corazón. ¡Pero sólo Alah conoce el porvenir! Y no sucederá nada que no deba suceder. ¡Uassalam...!

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0923: pero cuando llego la 939ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 939ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... ya estoy casada y ligada por promesas, por fe y por juramento con la que posee mi corazón. ¡Pero sólo Alah conoce el porvenir! Y no sucederá nada que no deba suceder. ¡Uassalam!"

Y salí de su casa, bendiciéndola, y sin tardanza me presenté con mis hombres ante el kadí, que exclamó en cuanto me vió: "¡Bismilah! ¡ya está ahí mi deudor! pero ¿dónde está mi hacienda?". Y contesté: "¡Oh señor kadí, mi cabeza no es nada al lado de la cabeza del kadí, y no tengo nadie que me apoye. Pero si la razón está de parte mía, lucirá claramente". Y el kadí, furioso, me gritó: "¿Qué estás hablando de razón? ¿Acaso piensas poder disculparte o librarte de lo que te espera, si no has encontrado a la mujer y mi hacienda? ¡Por Alah, que entre la razón y tú hay una distancia considerable!"

Entonces yo, con mucho aplomo, le miré fijamente a los ojos, y le recité la asombrosa historia que hube de aprender y que de acusado me convertía en acusador. Y el efecto que produjo fué exactamente igual a como lo había previsto la joven. Porque el kadí, indignado, vió ennegrecerse el mundo ante sus ojos; y le llenó el pecho una cólera grande; y se le puso el rostro como el pimentón; y exclamó: "¿Qué estás diciendo; ¡oh el más insolente de los soldados!? ¡No temes hacer semejantes suposiciones con respecto a mí, delante de mí y en mi casa? ¡Pero no importa! Ya que tienes sospechas, puedes practicar un registro en seguida. Y cuando quede bien demostrado que obraste arbitrariamente, será más importante el castigo que te imponga el sultán". Y mientras hablaba así, se había puesto como una marmita al rojo en la que se echara agua fría.

Entonces invadimos la casa, y registramos por todas partes, en todos los rincones y escondrijos, de arriba a abajo, sin perdonar un cofre, un agujero ni un armario. Y mientras duraron las pesquisas, no dejé de vislumbrar, a medida que huía ella de una habitación a otra para escapar de miradas extrañas, a la encantadora gacela de quien su semejante estaba enamorada. Y pensé para mí: "¡Maschalah, ua bismilah! ¡Y el nombre de Alah sobre ella y alrededor de ella! ¡Qué rama tan flexible! ¡Qué elegancia y qué hermosura! ¡Bendito sea el seno que la ha llevado, y loores al Creador, que la ha moldeado en el molde de la perfección!". Y comprendí hasta cierto punto por qué una joven así podía subyugar a otra semejante a ella, pues me dije: "¡El botón de rosa se inclina hacia el botón de rosa y el narciso hacia el narciso!" Y me alegró tanto aquello, que hubiera querido comunicárselo sin tardanza a la joven prodigiosa, a fin de que me diese ella su aprobación y no me considerara desprovisto en absoluto de pensamientos delicados y discernimiento.

Y he aquí que de tal suerte llegamos hasta la cocina, acompañados del kadí, que estaba más furioso que nunca, sin encontrar nada sospechoso y sin descubrir ningún rastro ni vestigio de la mujer.

Entonces, siguiendo las instrucciones de mi docta maestra, fingí que estaba muy avergonzado de mi arbitrario proceder, y me excusé ante el kadí, que se regocijaba con mi azoramiento, y me humillé a él. Pero todo ello tenía por objeto dar el golpe preparado. Y aquel kadí de ingenio espeso se dejó coger en la tela de araña, y se aprovechó de aquella ocasión para abrumarme con lo que él creía su triunfo. Y me dijo: "Bueno, ¿a qué han quedado ahora reducidas tus acusaciones amenazadoras y tus imputaciones ofensivas, insolente embustero, e hijo de embustero, y embusteros también de generación en generación? ¡Pero no tengas cuidado, que pronto verás lo que cuesta faltar al respeto al kadí de la ciudad!" Y mientras tanto, apoyado en una enorme zafra de aceite sin tapa, tenía yo la cabeza baja y el aire contrito. Pero de repente levanté la cabeza y exclamé: "¡Por Alah! no estoy seguro; pero me parece que de esta zafra sale cierto olor de sangre". Y miré en la zafra y metí el brazo, y lo saqué diciendo: "¡Alah akbar! ¡bismilah!" Y cogí el paquete de ropa manchada de sangre arrojado en la zafra, antes de desaparecer, por mi joven maestra. Y allí estaba su velo, su pañuelo de la cabeza, su pañuelo del seno, su calzón, su camisa, sus babuchas y otras ropas que no recuerdo, todo ensangrentado.

Al ver aquello, el kadí, como había previsto la joven, se quedó confuso y lleno de estupor; y se puso muy amarillo de color; y le temblaron las coyunturas; y se desplomó en el suelo, desmayado, dando con la cabeza antes que con los pies. Y en cuanto recobró el sentido, no dejé de hacer ver que se habían vuelto las tortas, y le dije: "Pues bien, ya El-Kadí, ¿quién de entre nosotros es el embustero y quién el verídico? ¡Loores a Alah! ¡Creo que estoy desagraviado de haber perpetrado el supuesto robo en connivencia con la joven! Pero ¿qué has hecho tú de tu sabiduría y de tu jurisprudencia? ¿Y cómo, siendo rico como lo eres, y nutrido en las leyes, has echado sobre tu conciencia el dar asilo a una pobre mujer para engañarla, robándola y asesinándola tras de violentarla probablemente de la peor manera? ¡Por mi vida! ése es un acto espantoso del que hay que dar cuenta sin tardanza a nuestro señor el sultán. Porque no cumpliría con mi deber callándole la cosa; y como nada queda oculto, no dejaría de enterarse por otro conducto; y con ello perdería yo a la vez mi plaza y mi cabeza".

Y el infortunado kadí, en el límite del asombro, permanecía delante de mí con los ojos muy abiertos, como si no oyera nada ni comprendiera nada de aquello. Y lleno de turbación y de angustia, seguía inmóvil, semejante a un árbol muerto. Porque, como en su espíritu se había hecho la noche, ya no sabía distinguir su brazo derecho de su brazo izquierdo, ni lo verdadero de lo falso. Y cuando estuvo un poco repuesto de su atontamiento, me dijo: "¡Oh capitán Moin! se trata de un asunto oscuro que sólo Alah puede comprender. ¡Pero si quieres no divulgarlo, no te arrepentirás!" Y así diciendo, se dedicó a colmarme de consideraciones y miramientos. Y me entregó un saco que contenía tantos dinares de oro como los que él había perdido. Y de tal suerte compró mi silencio y extinguió un fuego cuyos estragos temía.

Entonces me despedí del kadí, dejándole aniquilado, y fui a dar cuenta del hecho a la joven, que me recibió riendo, y me dijo: "¡Seguramente no sobrevivirá al golpe!". Y lo cierto ¡oh mi señor sultán! es que no se pasaron tres días sin que llegara a mí la noticia de que el kadí había muerto por rotura de su bolsa de la hiel. Y como no dejara yo de visitar a la joven para ponerla al corriente de lo que había pasado, las servidoras me enteraron de que su señora acababa de marcharse con la hija del kadí a una propiedad que poseía en el Nilo, cerca de Tantah. Y maravillado de todo aquello, sin llegar a comprender qué podrían hacer juntas aquellas dos gacelas sin clarinete, hice lo posible por seguir sus huellas, pero sin lograrlo. Y desde entonces espero que un día u otro quieran ellas darme noticias suyas y esclarecer para mi espíritu un asunto tan difícil de comprender.

Y tal es mi historia, ¡oh mi señor sultán! y tal es la aventura más singular que me ha ocurrido desde que ejerzo las funciones con que me ha investido tu confianza".

Cuando el capitán de policía Moin Al-Din acabó este relato, avanzó entre las manos del sultán Baibars un segundo capitán, y después de los deseos y los votos, dijo: "Yo ¡oh mi señor sultán! te contaré también una aventura personal, y que, si Alah quiere, dilatará tu pecho". Y dijo:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0923: pero cuando llego la 939ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 939ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... ya estoy casada y ligada por promesas, por fe y por juramento con la que posee mi corazón. ¡Pero sólo Alah conoce el porvenir! Y no sucederá nada que no deba suceder. ¡Uassalam!"

Y salí de su casa, bendiciéndola, y sin tardanza me presenté con mis hombres ante el kadí, que exclamó en cuanto me vió: "¡Bismilah! ¡ya está ahí mi deudor! pero ¿dónde está mi hacienda?". Y contesté: "¡Oh señor kadí, mi cabeza no es nada al lado de la cabeza del kadí, y no tengo nadie que me apoye. Pero si la razón está de parte mía, lucirá claramente". Y el kadí, furioso, me gritó: "¿Qué estás hablando de razón? ¿Acaso piensas poder disculparte o librarte de lo que te espera, si no has encontrado a la mujer y mi hacienda? ¡Por Alah, que entre la razón y tú hay una distancia considerable!"

Entonces yo, con mucho aplomo, le miré fijamente a los ojos, y le recité la asombrosa historia que hube de aprender y que de acusado me convertía en acusador. Y el efecto que produjo fué exactamente igual a como lo había previsto la joven. Porque el kadí, indignado, vió ennegrecerse el mundo ante sus ojos; y le llenó el pecho una cólera grande; y se le puso el rostro como el pimentón; y exclamó: "¿Qué estás diciendo; ¡oh el más insolente de los soldados!? ¡No temes hacer semejantes suposiciones con respecto a mí, delante de mí y en mi casa? ¡Pero no importa! Ya que tienes sospechas, puedes practicar un registro en seguida. Y cuando quede bien demostrado que obraste arbitrariamente, será más importante el castigo que te imponga el sultán". Y mientras hablaba así, se había puesto como una marmita al rojo en la que se echara agua fría.

Entonces invadimos la casa, y registramos por todas partes, en todos los rincones y escondrijos, de arriba a abajo, sin perdonar un cofre, un agujero ni un armario. Y mientras duraron las pesquisas, no dejé de vislumbrar, a medida que huía ella de una habitación a otra para escapar de miradas extrañas, a la encantadora gacela de quien su semejante estaba enamorada. Y pensé para mí: "¡Maschalah, ua bismilah! ¡Y el nombre de Alah sobre ella y alrededor de ella! ¡Qué rama tan flexible! ¡Qué elegancia y qué hermosura! ¡Bendito sea el seno que la ha llevado, y loores al Creador, que la ha moldeado en el molde de la perfección!". Y comprendí hasta cierto punto por qué una joven así podía subyugar a otra semejante a ella, pues me dije: "¡El botón de rosa se inclina hacia el botón de rosa y el narciso hacia el narciso!" Y me alegró tanto aquello, que hubiera querido comunicárselo sin tardanza a la joven prodigiosa, a fin de que me diese ella su aprobación y no me considerara desprovisto en absoluto de pensamientos delicados y discernimiento.

Y he aquí que de tal suerte llegamos hasta la cocina, acompañados del kadí, que estaba más furioso que nunca, sin encontrar nada sospechoso y sin descubrir ningún rastro ni vestigio de la mujer.

Entonces, siguiendo las instrucciones de mi docta maestra, fingí que estaba muy avergonzado de mi arbitrario proceder, y me excusé ante el kadí, que se regocijaba con mi azoramiento, y me humillé a él. Pero todo ello tenía por objeto dar el golpe preparado. Y aquel kadí de ingenio espeso se dejó coger en la tela de araña, y se aprovechó de aquella ocasión para abrumarme con lo que él creía su triunfo. Y me dijo: "Bueno, ¿a qué han quedado ahora reducidas tus acusaciones amenazadoras y tus imputaciones ofensivas, insolente embustero, e hijo de embustero, y embusteros también de generación en generación? ¡Pero no tengas cuidado, que pronto verás lo que cuesta faltar al respeto al kadí de la ciudad!" Y mientras tanto, apoyado en una enorme zafra de aceite sin tapa, tenía yo la cabeza baja y el aire contrito. Pero de repente levanté la cabeza y exclamé: "¡Por Alah! no estoy seguro; pero me parece que de esta zafra sale cierto olor de sangre". Y miré en la zafra y metí el brazo, y lo saqué diciendo: "¡Alah akbar! ¡bismilah!" Y cogí el paquete de ropa manchada de sangre arrojado en la zafra, antes de desaparecer, por mi joven maestra. Y allí estaba su velo, su pañuelo de la cabeza, su pañuelo del seno, su calzón, su camisa, sus babuchas y otras ropas que no recuerdo, todo ensangrentado.

Al ver aquello, el kadí, como había previsto la joven, se quedó confuso y lleno de estupor; y se puso muy amarillo de color; y le temblaron las coyunturas; y se desplomó en el suelo, desmayado, dando con la cabeza antes que con los pies. Y en cuanto recobró el sentido, no dejé de hacer ver que se habían vuelto las tortas, y le dije: "Pues bien, ya El-Kadí, ¿quién de entre nosotros es el embustero y quién el verídico? ¡Loores a Alah! ¡Creo que estoy desagraviado de haber perpetrado el supuesto robo en connivencia con la joven! Pero ¿qué has hecho tú de tu sabiduría y de tu jurisprudencia? ¿Y cómo, siendo rico como lo eres, y nutrido en las leyes, has echado sobre tu conciencia el dar asilo a una pobre mujer para engañarla, robándola y asesinándola tras de violentarla probablemente de la peor manera? ¡Por mi vida! ése es un acto espantoso del que hay que dar cuenta sin tardanza a nuestro señor el sultán. Porque no cumpliría con mi deber callándole la cosa; y como nada queda oculto, no dejaría de enterarse por otro conducto; y con ello perdería yo a la vez mi plaza y mi cabeza".

Y el infortunado kadí, en el límite del asombro, permanecía delante de mí con los ojos muy abiertos, como si no oyera nada ni comprendiera nada de aquello. Y lleno de turbación y de angustia, seguía inmóvil, semejante a un árbol muerto. Porque, como en su espíritu se había hecho la noche, ya no sabía distinguir su brazo derecho de su brazo izquierdo, ni lo verdadero de lo falso. Y cuando estuvo un poco repuesto de su atontamiento, me dijo: "¡Oh capitán Moin! se trata de un asunto oscuro que sólo Alah puede comprender. ¡Pero si quieres no divulgarlo, no te arrepentirás!" Y así diciendo, se dedicó a colmarme de consideraciones y miramientos. Y me entregó un saco que contenía tantos dinares de oro como los que él había perdido. Y de tal suerte compró mi silencio y extinguió un fuego cuyos estragos temía.

Entonces me despedí del kadí, dejándole aniquilado, y fui a dar cuenta del hecho a la joven, que me recibió riendo, y me dijo: "¡Seguramente no sobrevivirá al golpe!". Y lo cierto ¡oh mi señor sultán! es que no se pasaron tres días sin que llegara a mí la noticia de que el kadí había muerto por rotura de su bolsa de la hiel. Y como no dejara yo de visitar a la joven para ponerla al corriente de lo que había pasado, las servidoras me enteraron de que su señora acababa de marcharse con la hija del kadí a una propiedad que poseía en el Nilo, cerca de Tantah. Y maravillado de todo aquello, sin llegar a comprender qué podrían hacer juntas aquellas dos gacelas sin clarinete, hice lo posible por seguir sus huellas, pero sin lograrlo. Y desde entonces espero que un día u otro quieran ellas darme noticias suyas y esclarecer para mi espíritu un asunto tan difícil de comprender.

Y tal es mi historia, ¡oh mi señor sultán! y tal es la aventura más singular que me ha ocurrido desde que ejerzo las funciones con que me ha investido tu confianza".

Cuando el capitán de policía Moin Al-Din acabó este relato, avanzó entre las manos del sultán Baibars un segundo capitán, y después de los deseos y los votos, dijo: "Yo ¡oh mi señor sultán! te contaré también una aventura personal, y que, si Alah quiere, dilatará tu pecho". Y dijo:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0924: historia contada por el segundo capitan de policia

HISTORIA CONTADA POR EL SEGUNDO CAPITÁN DE POLICÍA[editar]

Has de saber ¡oh mi señor sultán! que, antes de aceptarme por esposo, la hija de mi tío (¡Alah la tenga en Su misericordia!) me dijo: "¡Oh hijo del tío! si Alah quiere, nos casaremos; pero no podré tomarte por esposo mientras no aceptes de antemano mis condiciones, que son tres, ¡ni una más, ni una menos!" Y contesté: "¡No hay inconveniente! Pero ¿cuáles son?". Ella me dijo: "¡No tomarás nunca haschisch, no comerás sandía y no te sentarás nunca en una silla!". Y contesté: "Por tu vida, ¡oh hija del tío! duras son esas condiciones. Pero, tales como son, las acepto de corazón sincero, aunque no comprendo el motivo a que obedecen". Ella me dijo: "Pues son así. ¡Y pueden tomarse o dejarse!" Y dije: "¡Las tomo, y de todo corazón amistoso!". Y se celebró nuestro matrimonio, y se realizó la cosa, y todo pasó como debía pasar. Y vivimos juntos varios años en perfecta unión y tranquilidad.

Pero llegó un día en que mi espíritu anheló saber el motivo de las tres famosas condiciones relativas al haschisch, a las sandías y a la silla; y me decía yo: "¿Pero qué interés puede tener la hija de tu tío en prohibirte esas tres cosas cuyo uso en nada puede lesionarla? ¡Ciertamente, en todo esto debe haber un misterio que me gustaría mucho aclarar!" Y sin poder ya resistir a las solicitudes de mi alma y a la intensidad de mis deseos, entré en la tienda de uno de mis amigos, y por el pronto me senté en una silla rellena de paja. Luego hice que me llevaran una sandía excelente, tras de tenerla en agua para que se refrescara. Y después de comerla con delectación, absorbí un grano de haschisch en pasta, y emprendí el vuelo hacia el ensueño y el placer tranquilo. Y me sentí perfectamente dichoso; y mi estómago era dichoso a causa de la sandía; y a causa de la silla rellena, también era muy dichoso mi trasero, privado del placer de las sillas durante tanto tiempo.

Pero ¡oh mi señor sultán! cuando volví a mi casa, aquello fué tremendo. Porque, no bien estuve en presencia suya, mi mujer se echó el velo por el rostro, como si, en lugar de ser su esposo, no fuera yo para ella más que un hombre extraño, y mirándome con ira y desprecio, me gritó: "¡Oh perro hijo de perro! ¿es así como mantienes tus compromisos? ¡Vamos, sígueme! ¡Iremos a casa del kadí para arreglar el divorcio!" Y yo, con el cerebro nublado todavía por el haschisch, y con el vientre pesado aún a causa de la sandía, y con el cuerpo descansado por haber sentido debajo de mis nalgas, después de tanto tiempo, una silla mullida, traté de ser audaz, negando mis tres fechorías. Pero aún no había esbozado el gesto de la negación, cuando me gritó mi esposa: "Amordaza tu lengua, ¡oh proxeneta! ¿Vas a atreverte a negar la evidencia? Apestas a haschisch, y mi nariz te huele. Te has atascado de sandía, y veo las huellas en tu ropa. Y por último, has asentado tu sucio trasero de brea en una silla, y veo las señales en tu traje, en el que ha dejado la paja rayas visibles hacia el sitio en que ha rozado con ella. ¡Así, pues, yo no soy ya nada para ti, y tú no eres ya nada para mí...!

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0925: y cuando llego la 940ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 940ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y por último, has asentado tu sucio trasero de brea en una silla, y veo las señales en tu traje, en el que ha dejado la paja rayas visibles hacia el sitio en que ha rozado con ella. ¡Así, pues, yo no soy ya nada para ti, y tú no eres ya nada para mí!" Y tras de hablar así, acabó de envolverse en sus velos, y me arrastró, a pesar de mi nariz, a casa del kadí. Y cuando estuvimos en su presencia, le dijo: "¡Oh mi señor kadí! tu servidora está unida en legítimo matrimonio con este hombre abyecto que se halla ante ti. Y antes de nuestro matrimonio, le impuse tres condiciones esenciales que ha aceptado él durante cierto tiempo; pero hoy acaba de infringirlas. Así, pues, como tengo derecho a ello, quiero cesar de ser su esposa a partir de este momento; y vengo a pedirte el divorcio y a reclamar mi equipo y la pensión". Y el kadí quiso conocer las condiciones. Y ella se las detalló, añadiendo: "Pero este hijo de ahorcado se ha sentado en una silla, ha comido una sandía y ha tomado haschisch". Y probó su aserto conmigo, que no me atrevía a negar la evidencia, y me limitaba a bajar la cabeza confuso. Entonces el kadí, que tenía buenos sentimientos y se apiadaba de mi estado, dijo a mi esposa, antes de pronunciar sentencia: "¡Oh hija de gentes de bien! indudablemente, estás en tu derecho; pero debes ser misericordiosa". Y como ella se sublevaba y escandalizaba y no quería escuchar ni oír nada, el kadí y todos los presentes se pusieron a rogarle con insistencia que me perdonara por aquella vez. Y como seguía siempre inexorable, acabaron por rogarle sencillamente que suspendiera su demanda de divorcio para tomarse tiempo de reflexionar acerca de si, en vista de la unanimidad de los ruegos, no sería más razonable aplazar por el momento su pretensión, sin perjuicio de llevarla a cabo otra vez en caso de necesidad. Entonces mi esposa acabó por decir de mala gana: "Bueno, consiento en reconciliarme con él; pero con la condición expresa de que el señor kadí halle respuesta a la pregunta que yo le haga".

Y el kadí dijo: "Con mucho gusto. Haz la pregunta, ¡oh mujer!" Y ella dijo: "Primero soy un hueso; luego me convierto en nervio; luego soy carne. ¿Quién soy?". Y el kadí bajó la cabeza para meditar. Pero por más que reflexionó acariciándose la barba, no dió con ello. Y acabó por encararse con mi esposa, y le dijo: "¡Ualahí! hoy no puedo encontrar la solución de ese problema, porque estoy fatigado de mi larga sesión de justicia. Pero te ruego que vengas aquí mañana por la mañana, y ya te contestaré, habiendo tenido tiempo para consultar mis libros de jurisprudencia".

A continuación levantó la sesión de justicia, y se retiró a su casa. Y tan preocupado le tenía el problema consabido, que ni siquiera pensó en probar la comida que acababa de servirle su hija, una joven de catorce años y medio. Y dominado por su obsesión, se repetía a media voz: "Primero soy un hueso; luego me convierto en nervio; luego soy carne. ¿Quién soy? Vaya, ¡ualahí! ¿quién soy? Sí, ¿quién es? ¿Qué será?" Y revolvió todos sus libros de jurisprudencia, y obras de medicina, y gramática, y tratados científicos, y en ninguna parte pudo encontrar la solución de aquel problema, ni la menor cosa que de cerca o de lejos lograra resolverlo o encaminara a su explicación. Así es que acabó por exclamar: "¡No, por Alah, renuncio a ello! jamás me ilustrará sobre el particular ninguna obra".

Y su hija, que le observaba y notaba su preocupación, le oyó pronunciar estas últimas palabras, y le dijo: "¡Oh padre! me parece que estás preocupado y atareado. ¿Qué te ocurre, ¡por Alah sobre ti!? ¿Y cuál es el motivo de su atareamiento y de tus preocupaciones?"

Y contestó él: "¡Oh hija mía! se trata de una cosa inexplicable, de un asunto sin resolver". Ella dijo: "Explícamelo no obstante. Nada hay oculto para la ciencia del Altísimo". Entonces decidióse él a contárselo todo y a exponerle el problema que le había propuesto mi joven esposa. Y ella se echó a reír, y dijo: "¡Maschalah! ¿es ese el problema insoluble? Pero ¡oh padre! si es tan sencillo como el curso del agua corriente. En efecto, la solución está clara, y se reduce a esto: por el vigor, la dureza y la resistencia, el zib del hombre de quince a treinta y cinco años es comparable a un hueso; de treinta y cinco a sesenta, a un nervio; y después de los sesenta, no es más que una piltrafa de carne sin propiedad alguna".

Al oír estas palabras de su hija, el kadí se dilató y se esponjó, y dijo: "¡Loores a Alah, dispensador de la inteligencia. Tú salvas mi honor, ¡oh hija bendita! e impides que se deshaga un buen matrimonio". Y apenas fué de día, se levantó en el límite de la impaciencia, y corrió a la casa de las leyes, donde presidía la sesión de justicia, y tras de una larga espera, por fin vió entrar a la mujer a quien esperaba, o sea a mi esposa, y al esclavo que tienes delante, o sea yo mismo. Y después de las zalemas por una y otra parte, mi esposa dijo al kadí: "¡Ya sidi! ¿te acuerdas de mi pregunta, y has resuelto el problema?" Y contestó él: "¡El hamdú lilah! ¡Loor a Alah, que me ha iluminado! ¡Oh hija de gentes de bien! podías haberme hecho una pregunta un poco más difícil, porque ésa está resuelta sin dificultad. Y todo el mundo sabe que el zib del hombre de quince a treinta y cinco años es parecido a un hueso; de treinta y cinco a sesenta, se torna semejante a un nervio; y después de los sesenta, no es más que un pedazo de carne sin consecuencia".

Pero mi esposa, que conocía muy bien a la joven y estaba enterada de cuánta era su inteligencia, adivinó lo que había pasado, y dijo al kadí con cierta burla: "No tiene más que catorce años y medio tu hija; pero su cabeza tiene el doble o más. ¡Enhorabuena, enhorabuena! ¿a dónde irá a parar si sigue así? ¡Ualahí, muchas mujeres profesionales no sabrían tanto! Tiene una disposición excelente para las ciencias, y está asegurado su porvenir".

Y a continuación me hizo seña de que abandonara la sala de las sesiones de justicia, dejando al kadí pasmado, absorto y cubierto de confusión, en presencia de toda la concurrencia, hasta el fin de sus días".

Y tras de hablar así, el segundo capitán de policía se retiró a su fila. Y el sultán Baibars le dijo: "Los misterios de Alah son insondables. ¡Esa historia es una historia asombrosa!". Entonces avanzó el tercer capitán de policía, que se llamaba Ezz Al-Din, y después de besar la tierra entre las manos de Baibars, dijo: "En cuanto a mí, ¡oh rey del tiempo! en el transcurso de mi vida no me ha ocurrido nada saliente que merezca llegar a oídos de Tu Alteza. Pero, si me lo permites, te contaré una historia que, por muy impersonal que sea, no es menos atrayente y prodigiosa. Pero hela aquí:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0926: historia contada por el tercer capitán de policía

HISTORIA CONTADA POR EL TERCER CAPITÁN DE POLICÍA[editar]

"Has de saber ¡oh nuestro señor sultán! que la madre de tu esclavo sabía una porción de cuentos de las edades antiguas. Y entre otras historias que le oí, me contó un día ésta:

Había una vez en una comarca cercana al mar salado, un pescador que estaba casado con una mujer muy hermosa. Y esta hermosura le hacía dichoso; y también él la hacía dichosa a ella. Y el tal pescador bajaba todos los días a pescar, y vendía el pescado, cuya venta le producía lo justo para mantenerse ambos. Pero un día cayó enfermo, y transcurrió la jornada sin que tuviesen qué comer. Así es que al día siguiente le dijo su esposa: "¡Bueno! ¿no vas a ir hoy de pesca? Entonces ¿de qué vamos a vivir? Anda, no hagas más que levantarte; y como estás cansado, yo llevaré en lugar tuyo la red de pescar y el cesto. Y en ese caso, aunque no cojamos más que dos peces, los venderemos y tendremos cena". Y el pescador dijo: "¡Está bien!". Y se levantó, y su mujer echó a andar detrás de él con el cesto y la red de pescar. Y llegaron a la orilla del mar, a un paraje abundante en pescado, que estaba al pie del palacio del sultán.

Y he aquí que aquel día precisamente el sultán estaba asomado a la ventana y miraba al mar. Y divisó a la hermosa mujer del pescador, y recreó en ella sus ojos, y se enamoró de ella en el mismo momento. Y en el acto llamó a su gran visir, y le dijo: "¡Oh visir mío! acabo de ver a la mujer de ese pescador que está ahí, y estoy prendado de ella apasionadamente, porque es hermosa y no tiene quien la iguale de cerca ni de lejos en mi palacio". Y el visir contestó: "Se trata de un asunto delicado, ¡oh rey del tiempo! ¿Qué vamos a hacer, pues?" Y el sultán contestó: "No hay que vacilar; es preciso que hagas prender al pescador por los guardias de palacio, y que le mates. Entonces yo me casaré con su mujer".

Y el visir, que era hombre juicioso, le dijo: "No es lícito que le mates sin delito por parte suya, pues la gente hablará mal de ti. Se dirá, por ejemplo: "El sultán ha matado a ese pobre pescador a causa de su mujer". Y el rey contestó al visir: "¡Es verdad, ualahí! ¿Qué tengo que hacer, pues, para satisfacer mi deseo con esa hermosa sin par?" Y el visir dijo: "Puedes conseguir tu propósito por medios lícitos. Ya sabes, en efecto, que la sala de audiencias del palacio tiene una fanega de larga y una fanega de ancha. Por tanto, vamos a hacer venir al pescador a la sala, y yo le diré: "Nuestro señor el sultán quiere poner una alfombra en esta sala. Y la alfombra ha de ser de una pieza. Si no la traes te mataremos". De esta manera, su muerte tendrá un motivo. Y no se dirá que fué por culpa de una mujer". Y el sultán contestó: "Bueno".

Entonces el visir se levantó y envió a buscar al pescador. Y cuando llegó éste, le cogió y le llevó a la sala consabida, en presencia del sultán, y le dijo: "¡Oh pescador! nuestro amo el rey quiere que le pongas en esta sala, de una fanega de larga y otro tanto de ancha, una alfombra que sea de una pieza. Para ello te da un plazo de tres días, al cabo de los cuales, si no traes la alfombra, te achicharrará al fuego. Extiende, pues, un contrato en este papel, y formalízalo con tu sello".

Al oír estas palabras del visir, el pescador contestó: "Está bien. Pero ¿acaso soy yo un vendedor de alfombras? Soy un vendedor de peces. Pídeme peces de todos los colores y de diferentes variedades, y te los traeré. Pero, lo que es las alfombras, no me conocen, ¡por Alah! y yo no las conozco a ellas, y ni siquiera conozco su olor ni su color. Respecto a los peces, me comprometeré, y sellaré el contrato".

Pero el visir contestó: "Es inútil que argumentes con palabras ociosas. Lo ha ordenado el rey". Y dijo el pescador: "Así, ¡por Alah! puedes exigirme cien sellos, y no un sello, desde el momento en que se me toma por proveedor de alfombras". Y golpeó sus manos una contra otra, y salió del palacio, y se marchó en pos de su mujer, muy enfadado.

Y al verle de aquel modo, su mujer se preguntó: "Por qué estás enfadado". El contestó: "Calla. Y sin hablar más, levántate y recoge la poca ropa que poseemos, y huyamos de este país". Ella preguntó: "¿Por qué?" El contestó: "Porque el rey quiere matarme dentro de tres días". Ella dijo: "Pero ¿por qué?" El contestó: "¡Quiere de mí una alfombra de una fanega de larga y de una fanega de ancha para la sala de su palacio!" Ella preguntó: "¿No es nada más que eso?" El contestó: "Nada más". Ella dijo: "Está bien. Duerme tranquilo, que mañana yo te traeré la alfombra consabida, y la extenderás en la sala del rey". Entonces dijo él: "¡No me faltaba más que eso! Buenos estamos ahora. ¿Te has vuelto tan loca como el visir, ¡oh mujer! o acaso somos mercaderes de alfombras?" Pero ella contestó: "¿Quieres ahora mismo la alfombra? Porque te indicaré el sitio donde puedes encontrarla y traerla aquí". El dijo: "Sí, prefiero que lo hagas en seguida para estar seguro. De ese modo podré dormir tranquilo". Ella dijo: "Siendo así, ¡oh hombre! yalah, levántate y ve a tal paraje, cercano a los jardines. Allí encontrarás un árbol torcido, debajo del cual hay un pozo. Y te inclinarás sobre ese pozo y mirarás adentro, y gritarás: "Tu querida amiga te envía la zalema por mediación mía, y te encarga que me entregues para que yo se lo dé, el huso que ayer dejó olvidado en tu casa con las prisas por volver a la suya antes de que se hiciese de noche, porque queremos amueblar y alfombrar una habitación por medio de ese huso". Y el pescador dijo a su mujer: "Está bien".

Sin tardanza fué pues al pozo consabido que estaba debajo del árbol torcido, miró al fondo, y gritó: "Tu querida amiga te envía la zalema por mediación mía, te encarga que me entregues el huso que dejó olvidado en tu casa, porque queremos amueblar una habitación por medio de ese huso".

Entonces la que estaba en el pozo -¡sólo Alah la conoce!- le contestó, diciendo: "¿Acaso puedo rehusar algo a mi querida amiga? ¡Toma, aquí tienes el huso! y ve a amueblar y alfombrar la habitación a tu gusto, valiéndote de él. Luego me lo traerás aquí". El dijo: "Está bien". Y cogió el huso que vió salir del pozo, se lo echó al bolsillo, y tomó el camino de su casa, diciéndose: "Esa mujer me ha vuelto tan loco como ella". Y continuó su camino, y llegó al lado de su mujer, y le dijo: "¡Oh hija del tío! ¡Aquí traigo el huso!"

Ella le dijo: Está bien. Vete ahora a buscar al visir que quiere tu muerte, Y dile: "¡Dame un clavo grande!" Y te dará un clavo, y lo clavarás en un extremo de la sala, atarás a él el hilo de este huso, ¡y extenderás la alfombra con arreglo al largo y al ancho que quieras!" Y el pescador prorrumpió en exclamaciones, diciendo: "¡Oh mujer! ¿quieres que antes de mi próxima muerte las gentes se rían de mi razón y se burlen de mí, tomándome por loco? ¿Acaso hay dentro de este huso una alfombra de una fanega?" Ella le dijo, enfadada: "¿Quieres marcharte cuanto antes, o no quieres? Calla, ¡oh hombre! y limítate a hacer lo que te he dicho". Y el pescador fué a palacio, con el huso, diciéndose: "No hay recurso ni fuerza más que en Alah el Omnisciente. ¡Ha llegado ¡oh pobre! el último día de tu vida...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0927: y cuando llego la 941ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 941ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

¡... Ha llegado, ¡oh pobre! el último día de tu vida!" Y fué en busca del rey y del visir. Y éste le dijo, mirando en derredor: "¿Dónde está la alfombra, ¡oh pescador!?" Y él contestó: "¡Aquí la tengo!" Ellos preguntaron: "¿Dónde?" El les dijo: "¡Aquí, en mi bolsillo!" Y se echaron ellos a reír, diciendo: "¡He ahí un individuo que quiere divertirse antes de su muerte!" Y el visir le preguntó: "¿Acaso una alfombra de una fanega es una pelota para niños que se pueda meter en el bolsillo?".

El pescador replicó: "¿Qué os importa eso? Si me pedís una alfombra y os la traigo, nada tenéis que reclamarme. Así, pues, en vez de reírte de mí, levántate, ¡oh visir! y tráeme un clavo grande. ¡Y la alfombra aparecerá ante vosotros en esta sala!" Entonces se levantó el visir, riendo de la locura del pescador, cogió el clavo, y dijo al oído del portaalfanje: "¡Oh portaalfanje! quédate a la puerta de la sala. Y como el pescador, cuando yo le entregue el clavo, no va a poder alfombrar la sala como deseo, sacarás el sable, sin esperar otra orden mía, y de un tajo harás volar su cabeza". Y el portaalfanje contestó: "¡Está bien!" Y el visir entregó el clavo al pescador, diciéndole: "Haznos ver la alfombra ahora".

Entonces el pescador clavó el clavo en un extremo de la sala, ató a él la punta del hilo del huso, y dió vuelta al huso, diciéndose: "Devana mi muerte, ¡oh maldito!". Y he aquí que se extendió y se desenrolló a lo largo de la sala, en todos sentidos, una alfombra magnífica que no tenía igual en el palacio. Y el rey y el visir se miraron asombrados durante una hora de tiempo, mientras el pescador permanecía tranquilo, sin decir nada. Luego el visir guiñó un ojo al rey con aire de suficiencia, y se encaró con el pescador y le dijo: "El rey está contento, y te dice: "Está bien". Pero aún te pide otra cosa". El pescador dijo: "¿Y qué cosa es ésa?" El visir contestó: "El rey te pide y exige de ti que le traigas un niño. Y ese niño no debe tener más que ocho días de edad. Y tiene que contar a nuestro amo el rey una historia. ¡Y la tal historia ha de empezar con una mentira y terminar con una mentira!"

Y el pescador, al oír aquello, dijo al visir: "¿Nada más que eso? ¡Por Alah! no es mucho pedir. Sin embargo, hasta ahora no sabía yo que los niños de ocho días pudieran hablar, y hablar para contar historias que empiecen con una mentira y terminen con una mentira, aunque estos niños sean hijos de efrits". Y el visir contestó: "¡Calla! La palabra y el deseo del rey han de cumplirse. Te damos para ello un plazo de ocho días, al cabo de los cuales, si no traes al niño en cuestión, probarás la muerte roja. Escribe, pues, que te comprometes a hacerlo, y pon tu sello". Y dijo el pescador: "Está bien; toma mi sello, ¡oh visir! Sella tú mismo en mi nombre, porque yo no sé. Yo únicamente sé remendar mi red. ¡Está entre tus manos para que hagas con él lo que quieras, y sella cien veces en lugar de una! ¡En cuanto al niño, Alah el Generoso proveerá!" Y el visir tomó el sello del pescador y selló el compromiso consabido.

Y el pescador recogió su sello, y se marchó enfadado. Y llegó a casa de su mujer, y le dijo: "¡Levántate y huyamos de este país! Ya te lo dije, y no quisiste escucharme. ¡Levántate, porque yo me voy!" Ella le dijo: "¿Por qué? ¿Por qué razón? ¿Es que la alfombra no ha salido del huso?" El contestó: "Ha salido. Pero ese proxeneta, ese visir de mi trasero, ese hijo de perro, me pide ahora un niño de ocho días de edad que cuente una historia; y esa historia ha de componerse de mentira sobre mentira y sobre mentira. Y se han avenido a darme para ello un plazo de ocho días". Y su mujer le dijo: "Está bien. Pero no te enfades, ¡oh hombre! ¡Todavía no han transcurrido los ocho días, y hasta entonces tenemos tiempo de pensar en ello, y de encontrar la puerta de salvación!"

En la mañana del octavo día, el pescador dijo a su mujer: "¿Te has olvidado del niño que hay que llevar? ¡Hoy finaliza el plazo!" Ella dijo: "Está bien. Ve al pozo que conoces, el que está debajo del árbol torcido. Empezarás por devolver el huso a la que habita en el pozo, y por darle las gracias amablemente. Luego le dirás: "Tu querida amiga te envía la zalema y te ruega que le prestes el niño que ha nacido ayer, porque tenemos necesidad de él para una cosa".

Al oír estas palabras, el pescador dijo a su esposa: "¡Ualahí! no conozco a nadie tan estúpido y tan loco como tú, a no ser ese visir de brea. Porque, ¡oh mujer! el visir me reclama un chico de ocho días, ¡y tú llegas a más ofreciéndome facilitarme un niño de un día que sepa hablar con elocuencia y contar historias!" Ella contestó: "¡No te metas en lo que no te importa! ¡Limítate a hacer lo que te he dicho!" Y exclamó él: "Está bien. Ha llegado el último día de mi vida sobre la tierra".

Y salió de su casa y anduvo hasta llegar al pozo. Y añadió: "Tu querida amiga te envía la zalema y te ruega que le des el niño de un día, porque tenemos necesidad de él para una cosa. ¡Pero date prisa, pues, si no, mi cabeza va a volar de mis hombros!" Entonces la que habitaba en el pozo -¡sólo Alah la conoce!- contestó: "¡Aquí está, tómale!" Y el pescador cogió al niño de un día que le ofrecían, mientras la que habitaba en el pozo le decía: "¡Pronuncia sobre él la fórmula contra el mal de ojo!" Y el pescador, cogiéndole, pronunció el bismilah, diciendo: "¡Bismilah errahmán errahim!"

Y se marchó con él en brazos. Y por el camino se dijo: "Pero ¿es que hay niños, aunque sean de treinta días, y no de un día como éste, que sepan hablar y contar historias, incluso siendo hijos de los más asombrosos efrits?" Luego, para cerciorarse acerca del particular, se dirigió al niño de mantillas que llevaba en sus brazos, y le dijo: "¡Vamos, hijo mío, háblame un poco para que yo vea y me cerciore de si es hoy el día de mi muerte!" Pero el niño, al oír el vozarrón del pescador, tuvo miedo y contrajo la cara y el vientre, e hizo como todos los niños pequeños, o sea que se echó a llorar, haciendo muecas horribles y meándose hasta más no poder.

Y el pescador llegó todo mojado y enfadado a casa de su mujer, y le dijo: "Ya traigo el niño. ¡Alah me proteja! ¡A llorar y a mear se reduce lo que sabe hacer el hijo de perro! ¡Mira en qué estado me ha puesto!" Pero ella le dijo: "¡No te metas en lo que no te importa! ¡Ruega por el Profeta, ¡oh hombre! y haz lo que te digo! Ve a llevar sin tardanza este niño al rey. Y ya verás si sabe hablar o si no sabe. ¡Pero has de pedir para él tres almohadones, y le pondrás en medio del diván, y le sostendrás con esos almohadones, colocándole uno al lado derecho, otro al lado izquierdo y otro a la espalda! ¡Y ruega por el Profeta!"

Y él contestó: "¡Con El la plegaria y la paz!" Luego, con el recién nacido en brazos, se marchó en busca del rey y del visir.

Cuando el visir vió llegar al pescador con aquel niño pequeño de mantillas, se echó a reír, y le dijo: "¿Es éste el niño?" Y el pescador contestó: "Sí". Y el visir se encaró con el niño, y le dijo con la voz que se saca para hablar a los pequeñuelos: "¡Hijo mío!" Pero el niño, en vez de hablar, contrajo la nariz y la boca, y empezó a hacer "¡Hua! ¡hua!" Y el visir fué muy contento a ver al rey, y le dijo: "He hablado al niño; pero no ha contestado, y se ha limitado a llorar y a hacer "¡Hua! ¡hua!" Lo cual es el fin de la vida del pescador. Pero la prueba sólo debe hacerse ante la asamblea de visires, emires y notables, pues les leeré las cláusulas del contrato que hemos hecho con el pescador, y después le mataremos. ¡Y entonces podrás disfrutar de la hermosa, sin que la gente tenga derecho a hablar de ti!"

Y dijo el rey: "Perfectamente, ¡oh visir!" Y entraron ambos en la sala; y se congregaron emires y funcionarios. Y se hizo entrar al pescador; y el visir leyó delante de él y delante de todos los presentes el contrato sellado, y dijo: "Ahora, ¡oh pescador! trae al niño que va a hablarnos".

Y dijo el pescador: "¡Que me den primero tres almohadones, y luego hablará el niño!" Y le llevaron los tres almohadones; y el pescador puso al niño en medio del diván y le apoyó en los tres almohadones. Y el rey preguntó al pescador: "¿Es éste el niño que va a contarnos la historia compuesta de mentira sobre mentira y sobre mentira?"

Y he aquí que, sin que el pescador tuviese tiempo para replicar, el niño de un día contestó: "Ante todo, sea contigo la zalema, ¡oh rey!" Y los visires y los emires y todos los demás se asombraron prodigiosamente del niño. Y el rey, tan asombrado como todos los presentes, devolvió al niño su saludo, y le dijo: "¡Cuéntanos, Avispado, esa historia que es una confitura de mentiras!" Y el niño le contestó, diciendo: "¡Hela aquí! Una vez, cuando yo estaba en la fuerza de la juventud, andando fuera de la ciudad por los campos, en la época del calor, me encontré a un vendedor de sandías; y como tenía mucho calor y mucha sed, compré una sandía por un dinar de oro. Y cogí la sandía y corté una raja, que me comí y me refrescó. Luego, al mirar al interior de la sandía, vi allí una ciudad con su ciudadela. Entonces, sin vacilar, me lavé los pies uno tras de otro, y me metí en la sandía. Y empecé a pasear por allá dentro, mirando en torno mío las tiendas y las casas y los habitantes de aquella ciudad, contenida en la sandía. Y seguí caminando de tal suerte hasta llegar al campo. Y vi allí una palmera que tenía unos dátiles de una vara de largo cada uno. Así es que mi alma, que deseaba aquellos dátiles, me impulsó con violencia a ellos, y no pude resistir a sus apremios; y me subí a la palmera para coger uno o dos o tres o cuatro dátiles; y comérmelos. Pero en la palmera me encontré con unos felahs que sembraban semillas en la palmera, y segaban las espigas, en tanto que otros felahs trillaban trigo y lo desgranaban. Y caminando un poco más por la palmera, me encontré con un individuo que batía huevos en una era, y miré más atentamente y vi que de todos los huevos batidos en la era salían polluelos. Y los gallitos se iban por un lado y las pollitas por otro. Y me quedé allí mirándolos, y vi que crecían a ojos vistas. Entonces casé a los gallitos con la pollitas, dejándolos juntos tan contentos, y me marché a otra rama de la palmera. Y allí me encontré un burro que llevaba pasteles de sésamo; y como precisamente mi alma enloquecía por los pasteles de sésamo, cogí uno de aquellos pasteles y me lo tragué en dos o tres bocados. Y cuando me lo comí, alcé los ojos, y me encontré fuera de la sandía. Y la sandía se cerró y volvió a quedar tan entera como antes. ¡Y ésta es la historia que tenía que contaros!"

Cuando el rey oyó estas palabras del recién nacido en mantillas, le dijo: "Vaya, vaya, ¡oh jeique de los embusteros y corona suya! ¡Vaya, vaya, con el Avispado! ¡He aquí un tejido de falsedades! ¿Verdaderamente piensas que hemos creído ni una sola palabra de esa historia diabólica? ¡Ay, ualah! ¿Desde cuándo, por ejemplo, contienen ciudades las sandías? ¿Y desde cuándo los huevos, después de batirlos en una era, producen pollos? ¡Confiesa, Avispado, que todo eso es una sarta de mentiras tras de mentiras!" Y el niño contestó: "¡No lo niego! ¡Pero tampoco tú ¡oh rey! deberías negar ni ocultar tus sentimientos con respecto a este pobre pescador, a quien quieres matar únicamente para quitarle su hermosa mujer, a la que has visto en la playa! ¿No te da vergüenza ante el rostro de Alah, que nos ve, desear, siendo rey y sultán, lo que no te pertenece, y robar el bien de un prójimo tuyo menos rico y menos poderoso, como lo es este pobre pescador? Por Alah y los méritos del Profeta (¡con El la plegaria y la paz!) juro que, si en esta hora y en este instante no dejas tranquilo a este pescador y no desistes de tus malas intenciones con respecto a su mujer, haré desaparecer tu rastro y el de tu visir por la tierra de los hombres, de modo que ni las moscas puedan encontraros".

Y tras de hablar así con una voz aterradora, el niño de mantillas dejó a todo el mundo poseído de asombro, y dijo al pescador: "Ahora, tío mío, cógeme y llévame fuera de aquí, a tu casa". Y el pescador cogió al recién nacido de un día, al Avispado, y sin que le molestara nadie, salió del palacio y se fué tan contento a casa de su mujer. Y cuando ella se enteró de lo que tenía que enterarse, le dijo: "Tienes que ir sin tardanza a dejar el niño donde lo cogiste. ¡Y no dejes de transmitir mi zalema y mi agradecimiento a mi querida amiga, y pregúntale por su salud!" Y dijo el pescador: "¡Está bien!" E hizo lo que ella le había dicho que hiciera. Después de lo cual, volvió a su casa y se dedicó a sus abluciones y a la plegaria, y verificó la cosa acostumbrada con su hermosa mujer. Y desde entonces, juntos vivieron dichosos y prósperos.

¡Y he ahí lo que les aconteció!"

Y cuando acabó de contar así esta historia, el tercer capitán de policía volvió a su puesto, y el sultán Baibars dijo: "¡Qué historia tan admirable! ¡Lástima ¡oh capitán Ezz Al-Din! que no nos hayas dicho lo que en los días siguientes sucedió entre el rey y el pescador!" Entonces avanzó el cuarto capitán de policía, que se llamaba Mohii Al-Din. Y dijo: "¡Yo, ¡oh rey! si me lo permites, te contaré la continuación de esa historia, que es mucho más asombrosa que su principio!" Y dijo el sultán Baibars: "¡Claro que te lo permito, y de todo corazón y de muy buena gana!"

Entonces dijo el capitán Mohii Al-Din:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0928: historia contada por el cuarto capitán de policía

HISTORIA CONTADA POR EL CUARTO CAPITÁN DE POLICÍA[editar]

"Has de saber, pues, ¡oh rey del tiempo! que gracias a la bendición, el pescador y su hermosa mujer tuvieron un niño varón. Y sus padres llamaron a aquel niño varón Mohammad el Avispado, en recuerdo del chico de mantillas que un día les sacó de apuros. Y aquel niño era tan hermoso como su madre.

Y el sultán tenía también un hijo de la edad del hijo del pescador; pero estaba aquejado de fealdad, y su color era el color de los hijos de felahs.

Ambos niños iban a la misma escuela para aprender a leer y a escribir. Y cuando el hijo del rey, que era un perezoso inferior, veía al hijo del pescador, que era un estudioso superior, le decía: "¡Hola, sea dichosa tu mañana, hijo del pescador!" Y le llamaba así para humillarle. Y Mohammad el Avispado contestaba: "¡Y sea dichosa tu mañana, ¡oh hijo del sultán! y blanquee tu rostro, que está tan negro como las correas de los zuecos viejos!" Y ambos niños continuaron así yendo juntos a la escuela en el transcurso de un año, saludándose siempre de aquella manera. Así es que, por fin, el hijo del sultán, enfadado, fué a contar la cosa a su padre, diciéndole: "El hijo del pescador, ese perro, me devuelve todos los días la zalema diciéndome: "Tienes la cara tan negra como las correas de los zuecos viejos".

Entonces el sultán se enfadó; pero como, en vista de lo pasado, no se atrevía a castigar por sí mismo al hijo del pescador, llamó al jeique maestro de escuela, y le dijo: "¡Oh jeique! si quieres matar al niño Mohammad, el hijo del pescador, te haré un buen regalo, y te daré mujeres concubinas y hermosas esclavas blancas". Y el maestro de escuela se regocijó y contestó: "Estoy a tus órdenes, ¡oh rey del tiempo! ¡Todos los días daré una paliza al niño, hasta que se muera con ese régimen!"

Así es que, cuando al día siguiente Mohammad el Avispado fué a la escuela a leer el Korán, el maestro de escuela dijo a los colegiales: "¡Traed el instrumento de dar palizas y echad en el suelo al hijo del pescador!" Y los colegiales, como de costumbre, se apoderaron de Mohammad y le echaron en el suelo, y pusieron los pies en el tornillo de madera. Y el maestro de escuela cogió el vergajo y empezó a pegar al chico en la planta de los pies hasta que le brotó sangre y se le hincharon los pies, y las piernas. Y le dijo: "Inschalah, mañana continuaré, ¡oh cabeza dura!" Y el chico, en cuanto le libraron del instrumento de tortura, huyó de la escuela, echando a correr a toda prisa. Y fué a casa de su padre y de su madre, y les dijo: "¡Mirad! el jeique de la escuela me ha pegado hasta dejarme medio muerto, por culpa del hijo del sultán. No iré más a la escuela, y quiero ser pescador como mi padre".

Y su padre le dijo: "Está bien, hijo mío". Y se levantó, y le dió una red y un cesto, y le dijo: "Toma, ahí tienes los utensilios de pesca. Y ve a pescar mañana, aun cuando no ganes lo que necesitas para vivir".

Y al día siguiente, por la aurora, el mozalbete Mohammad fué a echar la red al mar. Pero no cayó en la red más que un salmonete pequeño. Y Mohammad retiró la red, y se dijo: "Voy a asar este salmonete en sus propias escamas, y a comérmelo de almuerzo". Fué, pues, a coger algunas hierbas secas y trozos de leña, les prendió fuego, y puso el salmonete a asar en la lumbre.

Entonces el salmonete abrió la boca y le dirigió la palabra, diciéndole: "¡No me quemes, va Mohammad! Soy una reina entre las reinas del mar. ¡Vuélveme al agua en donde estaba, y te seré útil en épocas de desgracia, y vendré en tu ayuda en los días de necesidad!"

Y él dijo: "Está bien". Y devolvió al mar el salmonete consabido. ¡Y esto es lo referente a él. ..

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0929: pero cuando llego la 942ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 942ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y devolvió al mar el salmonete consabido. ¡Y esto es lo referente a él!

Pero, respecto al rey, es el caso que, al cabo de dos días, llamó al maestro de escuela y le preguntó: "¿Has matado a Mohammad, el chico del pescador?" Y el maestro de escuela contestó: "Le di una paliza el primer día, hasta que se desmayó. Entonces se marchó y no ha vuelto. Y al presente es pescador como su padre". Y el rey le despidió y le dijo: "Vete, ¡oh hijo de perro! ¡Maldito sea tu padre, y que tu hija se case con un cochino!"

Tras de lo cual llamó a su visir, y le dijo: "No ha muerto el niño. ¿Qué vamos a hacer?" Y el visir contestó al rey: "¡Ya daré yo con algún medio para lograr su muerte!" Y el rey le preguntó: "¿Cómo vas a arreglarte para lograr su muerte?" El visir contestó: "Conozco a una joven muy hermosa, hija del sultán de la Tierra Verde. Esa tierra está de aquí a una distancia de siete años de viaje. Vamos a hacer venir al hijo del pescador, y le diré: "Nuestro amo el sultán tiene de ti muy buen concepto, y cuenta con tu valentía. Es preciso, pues, que vayas a la Tierra Verde y te traigas a la hija del sultán de ese país, porque nuestro amo el rey quiere casarse con ella, y nadie, excepto tú, podría traer a esa princesa". Y el rey contestó al visir: "Está bien; manda llamar al niño".

Entonces el visir hizo ir, a despecho de su nariz, al joven Mohammad, y le dijo: "Nuestro amo el sultán desea enviarte a que le traigas a la hija del sultán de la Tierra Verde". Y el niño contestó: "¿Y desde cuándo conozco yo el camino de ese país?" El visir dijo: "Pues tienes que obedecer". Entonces el niño salió enfadado, y fué a casa de su madre a contarle la cosa. Y su madre le dijo: "Ve a pasear tu pena a orillas del río, junto a su embocadura en el mar, y tu pena se disipará sola". Y el pequeño Mohammad fué a pasear su pena a orillas del mar, junto a la embocadura del río.

Y mientras él caminaba de un lado a otro, enfadado, salió del mar el salmonete de antes, y fué en dirección suya, saludándole. Y le dijo: "¿Por qué estás enfadado, Mohammad el Avispado?" El contestó: "No me interrogues, porque la cosa no tiene remedio". Y el pez le dijo: "El remedio está entre las manos de Alah. ¡Habla!" El niño dijo: "Figúrate, ¡oh salmonete! que el visir de brea me ha dicho: "Es preciso que vayas a buscar a la hija del sultán de la Tierra Verde".

Y el salmonete le dijo: "Está bien. Ve al rey, y dile: "Voy a ir a buscar a la hija del sultán de la Tierra Verde. Pero para ello es necesario que hagas que me construyan una dahabieh de oro. Y es preciso que el oro se tome de la fortuna de tu visir".

Y el pequeño Mohammad fué a decir al rey lo que el salmonete le había dicho. Y el rey no pudo por menos de hacer que construyeran la dahabieh a costa de la fortuna del visir y a despecho de su nariz. Y el visir por poco se muere de rabia reconcentrada. Y Mohammad subió en la dahabieh de oro, y partió remontando el río.

Y su amigo el salmonete iba delante de él enseñándole el camino y conduciéndole entre la vegetación del río y los ríos interiores, hasta que al fin llegó a la Tierra Verde. Y Mohammad el Avispado despachó para la ciudad un pregonero que gritase: "Cualquiera, sea mujer, hombre, niño, joven o viejo, puede bajar a la orilla del río para mirar la dahabieh de oro que tiene Mohammad el Avispado, hijo del pescador". Entonces, todos los habitantes de la ciudad, grandes y pequeños, hombres y mujeres, bajaron y miraron la dahabieh de oro. Y allí se quedaron mirándola ocho días enteros. Y la hija del rey no pudo tampoco reprimir su curiosidad, y pidió permiso a su padre, diciendo: "Quiero ir, como los demás, a mirar la dahabieh". Entonces el rey consintió en la cosa, y con anticipación hizo pregonar por toda la ciudad que nadie ni hombre ni mujer, debía salir de su casa aquel día, ni pasearse por el lado del río, pues la princesa iba a ver la dahabieh.

A la sazón, la hija del rey fué a la ribera a mirar la hermosa dahabieh de oro. Y preguntó por señas al Avispado si podía entrar para verla también por dentro. Y como Mohammad le hizo con la cabeza y con los ojos una seña que significaba que sí, ella subió a la dahabieh y se dedicó a visitarla. Entonces Mohammad el Avispado, viéndola distraída, dió vuelta sin ruido a la clavija de la dahabieh y al timón, y puso a la dahabieh en marcha, y partió.

Cuando la hija del sultán de la Tierra Verde acabó su visita, quiso salir, alzó los ojos, y vió la dahabieh en marcha, muy lejos ya de la ciudad de su padre. Y dijo al amigo del salmonete: "¿Adónde me llevas, Avispado?" El contestó: "Te llevo al palacio de un rey para que se case contigo". Ella le dijo: "¿Será, por ventura, ese rey más hermoso que tú, Avispado?" El contestó: "No lo sé. Pronto lo vas a ver tú misma con tus propios ojos". Entonces ella se sacó una sortija del dedo y la tiró al río. Pero allí estaba el salmonete, que cogió la sortija y la guardó en su boca, abriéndole camino. Luego ella dijo al Avispado: "No me casaré más que contigo. Y quiero entregarme a ti libremente".

Y el joven Mohammad le dijo: "Está bien". Y la tomó con su virginidad. Y gozó de ella sobre el agua.

Y cuando llegaron al punto de destino, Mohammad, el hijo del pescador, fué a ver al rey y le dijo: "Heme aquí. He traído a la hija del sultán de la Tierra Verde. Pero dice ella que no saldrá de la dahabieh mientras no le alfombres el camino con tapices de seda verde, sobre los cuales caminará para venir a tu palacio. Y ya verás entonces cuán graciosamente anda". Y el rey le dijo: "Está bien". Y mandó comprar, a costa de la fortuna de su visir y a despecho de su nariz, todos los tapices de seda verde que había en el zoco de los tapices, y los mandó extender por tierra hasta la dahabieh.

Entonces la princesa de la Tierra Verde salió de la dahabieh, y caminó por los tapices de seda, vestida de verde y contoneándose de un modo que arrebataba la razón. Y el rey la vió, la admiró y se quedó enamorado de su belleza. Y cuando entró ella en el palacio, le dijo:

"Voy a hacer extender esta misma noche mi contrato de matrimonio contigo". Y la joven le dijo entonces: "Está bien. Pero si quieres casarte conmigo, devuélveme la sortija que se me cayó del dedo en el río. Y después haremos el contrato y te casarás conmigo".

Y he aquí que el salmonete le había dado aquella sortija a su amigo Mohammad el Avispado, hijo del pescador.

Y el rey llamó al visir, y le dijo: "Escucha. A esta dama se le ha caído del dedo, en el río, una sortija. ¿Qué haremos ahora? ¿Y quién podrá devolvérnosla?" Y el visir contestó: "¡Y quién va a poder devolverla más que Mohammad, el hijo del pescador, ese maldito, ese efrit!"

Claro es que no hablaba así más que para hacer caer al mozo en una trampa sin salida. Así es que el rey mandó buscarle a toda prisa. Y cuando llegó el niño le dijeron: "A esta dama se le ha caído una sortija en el río. Y nadie, excepto tú, podrá traerla". El les dijo: "Está bien. Tomad, aquí está la sortija".

Y el rey cogió la sortija, y fué a llevársela a la joven de la Tierra Verde, y le dijo: "¡Toma, aquí tienes tu sortija, y hagamos esta noche el contrato de matrimonio". Ella dijo: "Pero en mi país, cuando una joven va a casarse, hay una costumbre".

El dijo: "Está bien. Dímela". Ella dijo: "Se abre un foso desde la casa de la novia hasta el mar, se le llena de leños y haces y se le prende fuego. Y el novio se arroja al fuego, y camina por él hasta el mar, donde toma un baño, para ir entonces en dirección a casa de su novia. Y de tal suerte queda purificado por el fuego y por el agua...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0930: pero cuando llego la 943ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 943ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y de tal suerte queda purificado por el fuego y por el agua. Y a eso se reduce la ceremonia del contrato de matrimonio en mi país".

Entonces el rey, que estaba prendado de la hermosa, ordenó abrir el foso consabido, lo llenó de leños y de haces, y llamó a su visir, al que dijo: "Prepárate a andar mañana conmigo por ahí encima".

Y al día siguiente, cuando llegó el momento de prender fuego a aquel canal de leña, el visir dijo al rey: "Mejor será que se arroje primero Mohammad, el hijo del pescador, para ver qué pasa. Si sale sano y salvo de ese fuego, podremos entonces arrojarnos también nosotros". Y él dijo: "Está bien".

Y he aquí que, entretanto, el salmonete había saltado a la dahabieh de su amigo y le había dicho: "Avispado: si el rey te llama y te dice: "¡Tírate a este fuego!", no tengas miedo, sino tápate las orejas y pronuncia la fórmula preservadora: "En el nombre de Alah el Clemente sin límites, el Misericordioso". Luego tírate resueltamente al canal dei fuego".

Y el rey hizo prender fuego a los leños y haces. Y llamaron a Mohammad, y le dijeron: "Tírate al fuego y camina por él, hasta el mar, porque para eso eres el Avispado".

El niño les contestó: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos! ¡a vuestras órdenes!" Y se tapó los oídos, y pronunció mentalmente la fórmula del bismilah, y entró con resolución en el fuego. Y salió por el lado del mar más hermoso que antes. Y todo el mundo lo vió y quedó deslumbrado por su hermosura.

Entonces el visir dijo al rey: "¡También nosotros vamos a entrar en el fuego para salir hermosos como ése maldito hijo del pescador! Y llama también a tu hijo para que se tire con nosotros y se vuelva tan hermoso como nosotros vamos a volvernos". Y el rey llamó a su hijo, aquel tan feo y que tenía la cara como las correas de los zuecos viejos. Y los tres se cogieron de la mano, y de tal modo, se arrojaron al fuego. Y quedaron reducidos a un montón de cenizas.

Entonces Mohammad el Avispado, hijo del pescador, fué a ver a la joven, la princesa hija del sultán de la Tierra Verde, e hizo el contrato de matrimonio con ella, y la desposó. Y se sentó en el trono del Imperio, y fué rey y sultán. Y llamó a su lado a su padre y a su madre. Y vivieron todos juntos en el palacio, con absoluta tranquilidad y armonía, contentos y prosperando. ¡Loores a Alah. Dueño de la prosperidad, del contento, de la felicidad y de la armonía!"

Y cuando el capitán de policía Mohii Al-Din hubo contado así esta historia, y el sultán Baibars húbole dado las gracias y le hubo manifestado su contento, volvió él a su puesto.

Y avanzó un quinto capitán de policía, que se llamaba Nur Al-Din. Y tras de besar la tierra entre las manos del sultán Baibars, dijo: "Yo ¡oh señor nuestro y corona de nuestra cabeza! te contaré una historia que no tiene par entre las historias". Y dijo:

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Capítulo 0931: historia contada por el quinto capitán de policía

HISTORIA CONTADA POR EL QUINTO CAPITÁN DE POLICÍA[editar]

"Una vez había un sultán. Y aquel sultán, un día entre los días, llamó a su visir, y le dijo: "¡Visir!" Y éste contestó: "¡A tus órdenes! ¿Qué hay, ¡oh rey!?" El rey dijo: "Quiero que hagas que escriban y graben para mí un sello cuyo poder sea tal, que si estoy alegre, no me enfade, y que si estoy enfadado, no me alegre. Y es preciso que quien escriba el sello se comprometa a dotarlo del poder consabido. ¡Y tienes para ello un plazo de tres días!"

Entonces el visir fué en busca de los que de ordinario hacen sellos y amuletos, y les dijo: "Escribidme un sello para el rey". Y les contó lo que el rey le había dicho y exigido. Pero ninguno de ellos quiso encargarse de hacer semejante sello. Entonces el visir se levantó y se marchó, enfadado. Y se dijo: "No encontraré en esta ciudad lo que necesita. Voy a ir a otro país".

Y salió de la ciudad y caminando por el campo, se encontró con un jeique árabe que aventaba su trigo en su campo. Y le saludó, diciendo: "La paz sea contigo, ¡oh jeique de los árabes!" Y el jeique de los árabes le devolvió la zalema, y le dijo: "¿Adónde vas por aquí, ¡ya sidi con este calor!?" El otro contestó: "Viajo para un asunto concerniente al rey". El jeique le preguntó: "¿Qué asunto es ése?" El visir contestó: "El rey me pide que haga que le escriban un sello que esté construido de manera que, si está él alegre, no se enfade, y si está enfadado, no se alegre". Y el jeique de los árabes le dijo: "¿Nada más que eso?" El visir contestó: "¡Nada más!" El otro le dijo: "Está bien. Siéntate. Voy a traerte de comer".

Y el jeique de los árabes dejó un momento al visir, y fué a ver a su hija, que se llamaba Yasmina, y le dijo: "¡Oh hija mía Yasmina! prepara el almuerzo para un huésped". Ella dijo: "¿De dónde viene ese huésped?" El contestó: "De parte del sultán". Ella le preguntó: "¿Y qué quiere?" Y su padre le contó la cosa. Y no hay utilidad en repetirla.

Entonces Yasmina, aquella dama de los árabes, preparó al punto un plato de huevos, en el cual había treinta huevos y mucha manteca dulce, y se lo dió a su padre, con ocho panecillos, diciéndole: "Da esto al viajero, y dile: Mi hija Yasmina, dama de los árabes, te saluda y te dice que ella te escribirá el sello. Y te dice, además: ¡El mes apenas tiene treinta días, el mar hoy está lleno, y ocho días constituyen una semana!" Y su padre dijo: "Está bien". Y cogió el almuerzo, y se marchó.

Y mientras caminaba, la manteca del plato se le vertió en la mano. Entonces dejó el plato en el suelo, cogió uno de los panes, pringó en él la manteca que tenía en la mano, y se lo comió, amén de un huevo, del que tuvo gana. Tras de lo cual se levantó, y fué a llevar el almuerzo al visir, y le dijo: "Mi hija Yasmina, dama de los árabes, te envía la zalema, y te dice que te escribirá el sello. Y además, te dice: El mes apenas tiene treinta días, el mar hoy está lleno, y ocho días constituyen una semana". Y el visir dijo: "Comamos primero, y ya veremos luego".

Y cuando hubo acabado de comer, dijo al padre de Yasmina: "Dile que me escriba el sello, pero que al mes le falta un día, que el mar se ha secado, y que la semana no tiene más que siete días".

Entonces el jeique de los árabes volvió al lado de su hija, y le dijo: "El visir te dice que le escribas el sello, pero que al mes le falta un día, que el mar se ha secado, y que la semana no tiene más que siete días". Entonces la joven dijo: "¿No te da vergüenza ¡oh padre mío! lo que me has hecho? ¡Has dejado el almuerzo en el camino, te has comido un panecillo y un huevo, y has llevado al huésped los huevos sin manteca!" El le contestó: "¡Ualahí, es verdad! Pero ¡oh hija mía! el plato estaba lleno y se me ha vertido en la mano; entonces me he sentado, y he pringado la manteca con un panecillo que me he comido; y me ha entrado gana de tomarme un huevo, que me he tragado".

Ella dijo: "No importa. Preparemos el sello".

Entonces preparó el sello, Y lo compuso con estos términos: "¡De Alah nos viene todo sentimiento de pena o de alegría!" Y envió el sello al visir, que lo cogió después de dar las gracias, y se marchó para llevárselo al rey.

Y el rey, tomando el sello y leyendo lo que en él había escrito, preguntó al visir: "¿Quién ha hecho este sello?" El visir contestó: "Una joven llamada Yasmina, dama de los árabes". Y el rey se irguió sobre ambos pies, y dijo al visir: "Ven, llévame con su padre, a fin de que me case con la hija".

Entonces el visir cogió al rey de la mano y partió con él. Y fueron a buscar al jeique de los árabes, y le dijeron: "¡Oh jeique de los árabes! venimos buscando alianza contigo".

El jeique les contestó: "¡Familia y holgura! Pero ¿por medio de quién?" El visir contestó: "Por medio de tu hija Yasmina, la dama de los árabes, con quien quiere casarse nuestro amo el rey, que está delante de tus ojos". El jeique dijo: "Está bien. Somos vuestros servidores. Pero se pondrá a mi hija en un platillo de la balanza, y oro en el otro. Y peso por peso. Porque Yasmina es cara al corazón de su padre".

Y el visir contestó: "No hay inconveniente". Y fueron en busca de oro, y lo pusieron en un platillo de la balanza, mientras el jeique de los árabes ponía a su hija en el otro platillo. Y cuando se equilibraron la joven y el oro, se extendió, acto seguido, el contrato de matrimonio. Y el rey dió una gran fiesta en el pueblo de los árabes. Y aquella misma noche entró en el aposento de la joven, que aún estaba en casa de su padre, y le quitó la virginidad. Y por la mañana, partió con ella y la dejó en su palacio.

Cuando llevaba ya algún tiempo en aquel palacio, la hermosa joven árabe Yasmina empezó a adelgazar y a consumirse de languidez. Entonces el rey llamó al médico, y le dijo: "Sube pronto, y examina a Sett El-Arab, a Yasmina. No sé por qué adelgaza y se desmejora así". Y el médico subió, y examinó a Yasmina. Luego bajó, y dijo al rey: "No está habituada a residir en las ciudades, porque es una muchacha campesina, y su pecho se oprime con la falta de aire". Y el rey preguntó: "¿Y qué hay que hacer?" El hakim contestó: "Haz que le erijan un palacio junto al mar, adonde podrá respirar aire sano; y se pondrá más hermosa de lo que era". Y al punto dió el rey orden a los albañiles para que erigieran un palacio junto al mar. Y cuando estuvo acabado el palacio, transportaron allí a la languideciente Yasmina, dama de los árabes...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0932: y cuando llego la 944ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 944ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... a la languideciente Yasmina, dama de los árabes.

Y he aquí que cuando ella vivió algún tiempo en el palacio, se puso gorda otra vez y cesó de desmejorarse. Y mientras estaba un día acodada a su ventana, mirando al mar, un pescador fué a echar su red al pie del palacio. Y cuando la retiró, no vió dentro más que guijarros y conchas. Y se enfadó mucho. Entonces Yasmina le dirigió la palabra, y le dijo: "¡Oh pescador! si quieres echar la red al mar en nombre mío, te daré un dinar de oro por el trabajo". Y el pescador contestó: "Está bien, ¡oh señora!" Y echó la red al mar en nombre de Yasmina, la dama de los árabes; la sacó, y después de arrastrarla hasta sí, encontró en ella un frasco de cobre rojo. Y se lo enseñó a Yasmina, quien al punto se envolvió en la colcha como en un velo, y bajó hasta donde estaba el pescador y le dijo: "Toma, aquí tienes el dinar, y dame el frasco". Pero el pescador contestó: "No, ¡por Alah! no tomaré el dinar a cambio de este frasco, sino que he de darte un beso en la mejilla".

Y he aquí que en el mismo momento en que hablaban juntos de tal suerte, los encontró el rey. Y cogió al pescador, y le mató con su espada, y tiró el cuerpo al río. Luego se encaró con Yasmina, la dama de los árabes, y le dijo: "Y a ti tampoco quiero verte más. ¡Vete donde quieras!"

Y ella se marchó. Y caminó con hambre y sed durante dos días y dos noches. Y entonces llegó a una ciudad. Y se sentó a la puerta de la tienda de un mercader, quedándose allí desde por la mañana hasta la hora de la plegaria de mediodía. Entonces el mercader le dijo "¡Oh señora! desde esta mañana estás sentada aquí. ¿Por qué?" Ella contestó: "Soy extranjera. No conozco a nadie en esta ciudad. Y no he comido ni bebido nada desde hace dos días". Entonces el mercader llamó a su negro, y le dijo: "Coge a esa dama y condúcela a casa. Y di en casa que le den de comer y de beber". Y el negro la cogió y la condujo a la casa, y dijo a su ama, la esposa del mercader: "Mi amo te encarga que des de comer y de beber bien a esta dama". Y la mujer del mercader miró a Yasmina, y la vió, y se puso celosa, porque la otra era más bella. Y se encaró con el negro, y le dijo: "Está bien. Haz subir a esta dama al desván que hay encima de la terraza". Y el negro cogió a Yasmina de la mano, y la hizo subir al desván consabido que había encima de la terraza.

Y allí permaneció Yasmina hasta la noche, sin que la mujer del mercader se ocupase de ella de manera alguna, ni para darle de comer ni para darle de beber. Entonces Yasmina, la dama de los árabes se acordó del frasco de cobre rojo que llevaba al brazo, y se dijo: "¡Vamos a ver si por acaso hay dentro de él un poco de agua para beber!" Y pensando así, cogió el frasco y quitó el tapón. Y al punto salieron del frasco una tina con su jarro. Y Yasmina se lavó las manos. Luego alzó los ojos y vió salir del frasco una bandeja llena de manjares y bebidas. Y comió y bebió y se satisfizo. Entonces volvió a destapar el frasco, y salieron de él diez jóvenes esclavas blancas, con castañuelas en las manos, que se pusieron a bailar en el desván. Y cuando acabaron su danza, cada una de ellas echó diez bolsas de oro en las rodillas de Yasmina. Luego se volvieron todas al frasco.

Y Yasmina, la dama de los árabes, permaneció así en el desván tres días enteros, comiendo y divirtiéndose con las jóvenes del frasco. Y cada vez que las hacía salir, le echaban ellas, después de la danza, bolsas llenas de oro; de modo y manera que a la postre quedó el desván lleno de oro hasta el techo.

Al cabo de aquel tiempo, el negro del mercader subió a la terraza para evacuar una necesidad. Y vió a la señora Yasmina, y se asombró, porque creía que ya se había marchado, según dijo la esposa del mercader. Y Yasmina le dijo: "¿Me ha enviado aquí tu amo para que me alimentéis, o para que me dejéis más muerta de hambre y de sed que antes?"

Y el esclavo contestó: "¡Ya setti! mi amo creía que te habían dado pan, y que te habías marchado el mismo día". Luego echó a correr a la tienda de su amo, y le dijo: "¡Ya sidi! la pobre dama a quien enviaste conmigo a casa hace tres días ha estado todo ese tiempo en el desván de la terraza, sin comer ni beber nada". Y el mercader, que era un hombre de bien, abandonó su tienda inmediatamente, y fué a decir a su mujer: "¿Cómo se entiende, ¡oh maldita!? ¿conque no das nada de comer a esa pobre señora?" Y la cogió y estuvo pegándola hasta que se le cansó el brazo de pegarla. Luego cogió pan y otras cosas, y subió a la terraza, y dijo a Yasmina: "¡Ya setti! toma y come. ¡Y no nos culpes de olvidadizos!" Ella contestó: "¡Alah aumente tus bienes! ¡Tus favores han llegado a su destino! ¡Ahora, si quieres completar tus beneficios, voy a pedirte una cosa!" El dijo: "Habla, ¡oh señora!" Ella dijo: "Quisiera que en las afueras de la ciudad me construyeses un palacio que sea dos veces más hermoso que el del rey". El contestó: "No hay inconveniente. ¡Desde luego!" Ella dijo: "Ahí tienes oro. Toma cuanto quieras. Si los albañiles trabajan de ordinario por dracma cada jornada, dale cuatro, para apresurar la construcción". Y el mercader dijo: "Está bien".

Y cogió el dinero, y fué en busca de los albañiles y arquitectos, que en poco tiempo le hicieron un palacio dos veces más hermoso que el del rey. Y volvió él entonces al desván a ver a Yasmina, la dama de los árabes, y le dijo: "¡Ya setti! el palacio está concluido". Ella le dijo: "Aquí hay dinero. Tómalo y ve a comprar muebles tapizados de raso para el palacio. ¡Y haz venir criados negros que sean extranjeros y no sepan árabe!"

Y el mercader fué a comprar los muebles de raso y a procurarse los consabidos criados negros que no supieran ni pudieran entender el árabe, y volvió al desván a decir a Yasmina, la dama de los árabes: "¡Oh mi señora! todo está completo ya. Ten la bondad de venir a tomar posesión de tu palacio". Y Yasmina, la dama de los árabes, se levantó, y antes de salir del desván, dijo al mercader: "El desván donde me hallo está lleno de oro hasta el techo. Quédate con él, como regalo mío por la amabilidad que has tenido para conmigo". Y se despidió del mercader. ¡Y esto es lo referente a él!

En cuanto a Yasmina, hizo su entrada en el palacio. Y tras de comprarse un magnífico traje de rey, se lo puso y se sentó en el trono. Y parecía un rey hermoso. ¡Y es lo referente a ella!

En cuanto a su esposo, el rey que había matado al pescador y la había expulsado a ella misma, al cabo de cierto tiempo se calmó y se acordó de ella por la noche. Y a la mañana llamó a su visir, y le dijo "¡Visir!" Y el visir contestó: "¡Presente!" El rey dijo: "Vamos, disfracémonos, y salgamos en busca de mi esposa Yasmina, la dama de los árabes" y el visir dijo: "Escucho y obedezco". Y salieron del palacio con un disfraz y anduvieron dos días en busca de Yasmina, la dama de los árabes, interrogando e informándose. Y así llegaron a la ciudad donde se encontraba ella. Y vieron su palacio. El rey dijo al visir: "Este palacio es nuevo aquí, pues no le he visto en mis viajes anteriores. ¿A quién pertenecerá?" Y el visir contestó: "No lo sé. Acaso pertenezca a algún rey invasor que haya conquistado la ciudad sin que lo sepamos". Y el rey dijo: "¡Por Alah! puede que así sea. Por tanto, para cerciorarnos, vamos a despachar para la ciudad un pregonero anunciando que nadie debe encender luz esta noche en su casa. De esa manera sabremos si las gentes que habitan este palacio son súbditos nuestros obedientes o reyes conquistadores".

Y el pregonero fué por la ciudad pregonando la orden consabida. Y cuando llegó la noche, se dedicó el rey a recorrer con su visir los diversos barrios. Y vieron que en ninguna parte había luz, a no ser en el palacio espléndido que desconocían. Y oyeron en él cánticos y música de tiorbas, laúdes y guitarras. Entonces el visir dijo al rey: "Ya lo ves, ¡oh rey! ¡Por algo te dije que este país no nos pertenecía ya, y que este palacio estaba habitado por reyes invasores!" Y el rey contestó: "¿Quién sabe? Ven, vamos a informarnos por el portero del palacio". Y fueron a interrogar al portero. Pero como aquel portero era un barbarín, y no sabía ni entendía una palabra de árabe, les contestaba a cada pregunta: "¡Chanú!" Lo que en lengua barbarina significa: "¡No sé!

Y se fueron el rey y su visir y no pudieron dormir aquella noche porque tenían miedo.

Y por la mañana, el rey dijo al visir: "Di al pregonero que pregone por la ciudad, una vez más, que nadie encienda luz esta noche. De esa manera tendremos más certeza". Y pregonó el pregonero; y llegó la noche; y el rey se paseó con su visir. Pero observaron que reinaba la oscuridad en todas las casas, excepto en el palacio, donde la luz era dos veces más viva que la víspera y donde todo estaba iluminado. Y el visir dijo al rey: "Ahora ya tienes la certeza de lo que te dije respecto a la toma de este país por reyes extranjeros". Y dijo el rey: "¡Es verdad! pero ¿qué vamos a hacer?" El visir dijo: "¡Vamos a dormir y ya veremos mañana!"

Y al día siguiente, el visir dijo al rey: "Ven, vamos a pasearnos, como todo el mundo, por las cercanías del palacio. Y te dejaré abajo, y subiré yo solo astutamente para ver con mis ojos y oír con mis oídos de qué país es el rey".

Y cuando llegaron a la portería del palacio, el visir burló la vigilancia de los guardias y consiguió subir a la sala del trono. Y cuando vió a Yasmina, la dama de los árabes, la saludó, creyendo que saludaba a un rey joven. Y ella le devolvió la zalema, y le dijo: "Siéntate". Y cuando estuvo él sentado, Yasmina, la dama de los árabes, que le había reconocido desde luego y no ignoraba la presencia de su esposo el rey en la ciudad, destapó el frasco, y se sirvieron los refrescos; y salieron del frasco diez hermosas esclavas y se pusieron a bailar con castañuelas. Y después de la danza, cada una de ellas echó diez bolsas llenas de oro en las rodillas de Yasmina. Y ella las cogió y se las dió todas al visir, diciéndole: "Tómalas de regalo, pues veo que eres pobre". Y el visir le besó la mano, y le dijo: "¡Alah te otorgue la victoria sobre tus enemigos, ¡oh rey del tiempo! y prolongue para nuestro bien tus días!" Luego se despidió, y bajó en busca del rey, que estaba sentado con el portero.

Y el rey le dijo: "¿Qué has hecho arriba, ¡oh visir!?" El visir contestó: "¡Ualah! ¡por algo hube de decirte que te habían tomado esta tierra! Figúrate que me ha dado cien bolsas llenas de oro de regalo, y me ha dicho: "¡Tómalas para ti, porque eres pobre!" Eso es lo que me ha dicho. Después de semejante cosa, ¿puedes dudar de que te ha tomado esta ciudad y este país?" Y el rey dijo: "¿Verdaderamente, lo crees así? ¡En ese caso, también yo voy a tratar de burlar la vigilancia de los guardias barbarines, y a subir arriba para ver a ese rey!"

Y lo hizo como lo dijo.

Cuando le vió Yasmina, la dama de los árabes, le reconoció, pero sin demostrarlo. Y se levantó de su trono en honor suyo, y le dijo: "¡Ten la bondad de sentarte!" Y cuando el rey vió que se levantaba en honor suyo aquel a quien creía un rey extranjero, se le tranquilizó el corazón, y se dijo a sí mismo. "¡Indudablemente es un súbdito, y no un rey, pues no se levantaría así por un cualquiera a quien no conoce!" Y se sentó en el asiento; y llegaron los refrescos; y bebió él y se sació. Entonces acabó de envalentonarse, y preguntó a Yasmina, la dama de los árabes: "¿De qué calidad sois?" Y ella sonrió, y contestó: "Somos gente rica". Y mientras hablaba así destapó el frasco, y al instante salieron de él diez maravillosas esclavas blancas que bailaron con castañuelas. Y antes de desaparecer, cada una de ellas echó diez bolsas llenas de oro en las rodillas de Yasmina.

Y el rey se maravilló del frasco hasta el límite de la maravilla...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0933: y cuando llego la 945ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 945ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

… Y el rey se maravilló del frasco hasta el límite de la maravilla y dijo a Yasmina, la dama de los árabes: "¿Puedes decirme ¡oh hermano mío! dónde has comprado ese prodigioso frasco?" Ella contestó: "No lo he comprado por dinero". El preguntó: "Entonces, ¿por qué lo has comprado?" Ella dijo: "Vi este frasco en poder de un individuo, y dije al individuo: "¡Dame ese frasco, y pídeme lo que quieras!" Y me contestó: "Este frasco no se vende ni se compra. ¡Pero si quieres que te lo dé, ven a hacer una vez conmigo lo que hace el gallo con la gallina! Y después te daré el frasco". Y yo hice lo que quería de mí. Y me dió el frasco".

Claro es que Yasmina sólo hablaba así porque tenía una idea premeditada.

Cuando el rey hubo oído estas palabras, le dijo: "Está bien, y la cosa es fácil. ¡Si quieres darme el frasco, yo también consiento en que me hagas la misma cosa dos veces en lugar de una!" Y la dama de los árabes dijo: "¡No, dos veces no es bastante! ¡Abra Alah la puerta de la ganancia!"

El rey dijo: "¡Entonces, ven, y házmelo cuatro veces para darme ese frasco!"

Ella le dijo: "Está bien, levántate y entra a ese cuarto para hacerlo". Y entraron en el cuarto uno detrás de otro. Entonces Yasmina, la dama de los árabes, al ver que el rey se ponía de buenas a primera en la postura requerida para aquella venta, se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero.

Luego le dijo: "Maschalah, ¡oh rey del tiempo! ¡Eres rey y sultán, y quieres dejarte perforar a cambio de un frasco ¿Cómo, entonces, si piensas de ese modo, cargaste con la responsabilidad de matar al pescador que me había dicho: "Dame un beso y toma el frasco"?

Al oír estas palabras, el rey quedó aturdido y estupefacto. Luego reconoció a Yasmina, la dama de los árabes, y se echó a reír, y le dijo: "¿Pero eres tú? ¿Y es tuyo todo esto?"

Y la abrazó y se reconcilió con ella. Y desde entonces vivieron juntos en plena armonía, contentos y prosperando. ¡Y loores a Alah, Ordenador de la armonía y Dispensador de la prosperidad y de la dicha".

Y el capitán de policía Nur Al-Din, tras de contar así esta historia de Yasmina, la dama de los árabes, se calló. Y el sultán Baibars se regocijó mucho y se dilató al oírla, y le dijo: "¡Por Alah, que esa historia es extraordinaria!"

Entonces un sexto capitán de policía, que se llamaba Gamal Al-Din, avanzó entre las manos de Baibars, y dijo: "¡Yo ¡oh rey del tiempo! si me lo permites, voy a contarte una historia que te gustará!" Y Baibars le dijo: "Desde luego, tienes permiso". Y el capitán de policía Gamal Al-Din dijo:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0934: historia contada por el sexto capitán de policía

HISTORIA CONTADA POR EL SEXTO CAPITÁN DE POLICÍA[editar]

"Una vez ¡oh rey del tiempo! había un sultán que tenía una hija. Y la tal princesa era hermosa, muy hermosa, y estaba muy solicitada y muy cuidada y muy mimada. Y además era muy revoltosa. Por eso se llamaba Dalal.

Un día estaba sentada y se rascaba la cabeza. Y se encontró en la cabeza un piojo pequeño. Y le miró un rato. Luego se levantó, y le cogió en sus dedos y fué a la despensa, en donde había hileras de tinajones de aceite, de manteca y de miel. Y destapó un tinajón de aceite, dejó delicadamente el piojo en la superficie, volvió a poner la tapa de la tinaja, encerrando así al piojo, y se marchó.

Y transcurrieron los días y los años. Y la princesa Dalal llegó a cumplir los quince años, habiendo olvidado, desde mucho tiempo atrás, el piojo y su encarcelamiento en la tinaja.

Pero llegó un día que el piojo rompió la tinaja a causa de su gordura, y salió de allí, semejante a un búfalo del Nilo en el tamaño, los cuernos y el aspecto. Y el guardián, apostado a la puerta de la despensa, huyó aterrado, llamando a los criados con grandes gritos. Y acosaron al piojo, le cogieron por los cuernos y le condujeron ante el rey.

Y el rey preguntó: "¿Qué es esto?" Y la princesa Dalal, que estaba allí de pie, exclamó: "¡Ay! ¡Si es mi piojo!" Y el rey, estupefacto, le preguntó: "¿Qué dices, hija mía?" Ella contestó: "Cuando era pequeña, me rasqué un día la cabeza, y me encontré en la cabeza este piojo. Entonces le cogí y fui a meterle en la tinaja de aceite. Y ahora se ha puesto gordo y grande; y ha roto la tinaja".

Y el rey, al oír aquello, dijo a su hija: "Hija mía, al presente tienes necesidad de casarte. Porque, lo mismo que el piojo ha roto la tinaja, corres tú el riesgo de saltar el muro e ir en busca de hombres. Por eso lo mejor al presente es que yo te case. ¡Alah proteja nuestros blasones!"

Luego se encaró con su visir y le dijo: "Degüella al piojo, y desuéllale y cuelga su piel a la puerta del palacio. Y llevarás contigo a mi portaalfanje y al jeique de los escribas de palacio, encargado de los contratos de matrimonio. Y se casará con mi hija el que advierta que la piel colgada es una piel de piojo. Pero al que no conozca la piel, se le cortará la cabeza y se colgará su piel a la puerta, junto a la del piojo".

Y el visir degolló al piojo acto seguido, le desolló, y colgó la piel a la puerta del palacio. Luego despachó un pregonero, que gritó por la ciudad: "El que conozca qué piel es la que hay colgada a la puerta del palacio, se casará con El Sett Dalal, la hija del rey. Pero al que no la conozca, se le cortará la cabeza".

Y desfilaron ante la piel del piojo muchos habitantes de la ciudad. Y dijeron unos: "Es la piel de un búfalo". Y se les cortó la cabeza. Y dijeron otros: "Es la piel de un revezo". Y se les cortó la cabeza. Y de tal suerte, se cortaron cuarenta cabezas, y se colgaron junto a la piel del piojo cuarenta pieles de hijos de Adán…

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0935: pero cuando llego la 946ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 946ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y se colgaron junto a la piel del piojo cuarenta pieles de hijos de Adán.

Entonces pasó un joven que era tan hermoso como la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar. Y preguntó a la gente: "¿A qué obedece esta aglomeración delante del palacio?"

Y le contestaron: "¡El que sepa de quién es esta piel se casará con la hija del rey!" Y el joven se acercó al visir, al portaalfanje y al jeique de los escribas, que estaban sentados bajo la piel, y les dijo: "¡Yo os diré qué piel es ésa!" Y le contestaron: "Está bien". El les dijo: "Es la piel de un piojo crecido en aceite".

Y ellos le dijeron: "¡Es verdad! Entra, ¡oh bravo! y haz el contrato de matrimonio en el aposento del rey". Y entró él a presencia del rey, y le dijo: "Es la piel de un piojo crecido en aceite". Y el rey dijo: "¡Es verdad! ¡Extiéndase el contrato de matrimonio de este bravo con mi hija Dalal!

Y se extendió el contrato en aquella hora y en aquel instante. Y se celebraron las bodas. Y el joven canopeano penetró en la cámara nupcial, y gozó a la virgen Dalal. Y Dalal quedó muy contenta en los brazos del joven que era hermoso como la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar.

Y estuvieron juntos en palacio cuarenta días, al cabo de los cuales entró el joven en el aposento del rey y le dijo: "Soy hijo de un rey y sultán, y quisiera llevarme a mi esposa y partir para el reino de mi padre, y quedarme en nuestro palacio". Y tras de insistir por retenerle todavía algún tiempo, el rey acabó por decirle: "Está bien". Y añadió: "Mañana, hijo mío, te daremos regalos, esclavos y eunucos". Y el joven contestó: "¿Para qué? Tenemos muchos, y no quiero nada más que a mi esposa Dalal".

Y el rey le dijo: "Está bien. Llévatela, pues, y márchate. Pero también te ruego que también te lleves con ella a su madre, para que sepa su madre dónde vive su hija, y vaya a verla de cuando en cuando". El joven contestó: "¿Para qué vamos a fatigar inútilmente a su madre, una mujer de edad? Yo me comprometo a traer aquí a mi esposa cada mes para que la veáis todos". Y el rey dijo: "Taieb". Y el joven se llevó a su esposa Dalal y partió con ella para su país.

Pero aquel joven tan hermoso no era otra cosa que un ghul entre los ghuls, y de la especie más peligrosa. Y llevó a Dalal a su casa, que estaba situada en soledad, en la cima de una montaña. Luego fué a batir el campo, a salir a los caminos, a hacer abortar a las mujeres encinta, a producir miedo a las viejas, a aterrar a los niños, a aullar con el viento, a ladrar a las puertas, a chillar en la noche, a frecuentar las ruinas antiguas, a sembrar maleficios, a gesticular en las tinieblas, a visitar las tumbas, a husmear muertos, y a cometer mil atentados y a provocar mil calamidades. Tras de lo cual volvió a tomar su apariencia de joven, y puso en manos de su esposa Dalal una cabeza de hijo de Adán, diciéndole: "Toma esta cabeza, Dalal, cuécela al horno, y pártela en pedazos para que nos la comamos juntos". Y ella le contestó: "Pero si es la cabeza de un hombre! Yo no las como más que de carnero".

El dijo: "Está bien". Y fué a buscar para ella un carnero. Y ella lo mandó guisar y se lo comió.

Y continuaron viviendo completamente solos en aquella soledad, entregada sin defensa Dalal a aquel ogro joven, y el ogro entregándose a sus fechorías para volver luego a ella con señales de matanza, de violación, de carnicería y de asesinato.

Y al cabo de ocho días de aquella vida, el joven ghul salió y se transformó, tomando la apariencia y la cara de la madre de su esposa; y se puso vestidos de mujer; y fué a llamar a la puerta. Y Dalal miró por la ventana y preguntó: "¿Quién llama a la puerta?" Y el ghul contestó con la voz de la madre, y dijo: "¡Soy yo! abre, hija mía". Y ella bajó de prisa y abrió la puerta. Y en ocho días se había puesto delgada, pálida y desmejorada. Y el ghul, bajo la forma de la madre, le dijo, después de los abrazos: "¡Oh hija mía querida! he venido a tu casa, a pesar de la prohibición, porque nos hemos enterado de que tu marido es un ghul que te hace comer carne de hijos de Adán. ¡Ah! ¿Cómo te va, hija mía? Ahora tengo mucho miedo de que también te coma a ti. ¡Ven, y huye conmigo!" Pero Dalal, que no quería hablar mal de su marido, contestó: "Calla, ¡oh madre mía! ¡Aquí no hay ni ghul ni olor de ghul! ¡No digas esas cosas para perdición nuestra! Mi esposo es un hijo de rey, tan hermoso como la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar. Y me da de comer todos los días un carnero cebado".

Entonces la dejó el joven ghul con el corazón regocijado porque no había descubierto ella su secreto. Y recuperó su hermosa forma primitiva, y fué a llevarle un cordero, y a decirle: "¡Toma, manda guisarlo, Dalal! Ella le dijo: "Ha venido aquí mi madre. Yo no tengo la culpa. Y me ha dicho que te salude en su nombre". El contestó: "¡Verdaderamente, siento no haber venido un poco antes para encontrar a la abnegada esposa de mi tío!" Luego le dijo: "Te gustaría también ver a tu tía, la hermana de tu madre?" Ella contestó: "¡Oh! ¡sí! El le dijo: "Está bien. Mañana te la mandaré".

Y he aquí que al día siguiente, cuando despuntó el día, salió el ghul, se transformó en tía de Dalal, y fué a llamar a la puerta. Y Dalal preguntó desde la ventana: "¿Quién es?" El le dijo: "¡Abre, que soy yo, tu tía! He pensado mucho en ti, y vengo a verte".

Y la joven bajó y le abrió la puerta. Y el ghul, disfrazado de tía, besó a Dalal en las mejillas, lloró largas y repetidas lágrimas, y dijo: "¡Ah! ¡oh hija de mi hermana! ¡ah! ¡qué dolores y calamidades!" Y Dalal preguntó: "¿Por qué? ¿cuándo? ¿cómo?" La tía dijo: "¡Ay! ¡ay! ¡ay! La joven preguntó: "¿Dónde te duele, tía mía?"

La tía dijo: "En ninguna parte, ¡oh hija de mi hermana! ¡Es que sufro por ti! ¡nos hemos enterado de que el individuo con quien te casaste es un ghul!" Pero Dalal contestó: "¡Calla, no digas esas cosas, tía! Mi esposo es hijo de un rey y sultán, como yo soy hija de un rey y sultán. Sus tesoros son mayores que los tesoros de mi padre. Y por lo que respecta a su hermosura, es comparable á la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0936: pero cuando llego la 947ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 947ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y por lo que respecta a su hermosura, es comparable a la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar". Luego le hizo almorzar una cabeza de carnero, para demostrarle bien que en casa de su esposo se comía carnero y no hijo de Adán. Y el ghul se marchó, después de almorzar, contento y satisfecho. Y no dejó de volver bajo su apariencia de joven, con un carnero para Dalal, y con una cabeza de hijo de Adán, recién cortada, para sí mismo. Y Dalal le dijo: "Ha venido mi tía a visitarme, y me encargó que te saludara". El dijo: "¡Loores a Alah! Son muy amables tus parientes, que no me olvidan. ¿Quieres mucho a tu otra tía, la hermana de tu padre?"

Ella dijo: "¡Oh! ¡sí! El dijo: "Está bien. ¡Yo te la mandaré mañana, y después ya no volverás a ver a ninguno de tus parientes, porque tengo miedo a su lengua!" Y al día siguiente se presentó a Dalal bajo la forma de la tía, hermana de su padre. Y tras de las zalemas y los besos de una y otra parte, la tía lloró abundantemente y sollozó, y dijo: "¡Qué desgracia y qué desolación ha caído sobre nuestra cabeza y sobre la tuya, ¡oh hija de mi hermano! Nos hemos enterado de que el individuo con quien te casaste es un ghul. Dime la verdad, hija mía, por los méritos de nuestro Mahomed (¡con El la plegaria y la paz!)"

Entonces Dalal no pudo guardar por más tiempo el secreto que la ahogaba, y dijo en voz baja, temblando: "¡Calla tía, calla, no vaya a ser que nos deje él más anchas que largas! Figúrate que me trae cabezas de adamitas; y como los rehusé, se las come él solo. ¡Ah! ¡Tengo mucho miedo de que me coma el día menos pensado!"

En cuanto Dalal hubo pronunciado estas palabras, la tía tomó su verdadera forma, convirtiéndose en un ghul de aspecto espantoso que se puso a rechinar los dientes. Y a Dalal, viendo aquello, la poseyó el terror amarillo y el temblor. Y le dijo él, sin enfadarse: "¿Tan pronto descubres mi secreto, Dalal?"

Y ella se arrojó a sus pies, y le dijo: "¡Me pongo bajo tu protección! ¡perdóname por esta vez!"

El le dijo: "¿Me has perdonado tú delante de tu tía? ¿Y me dejaste con honor? ¡No! No puedo perdonarte. ¿Por dónde empezaré a comerte?"

Ella le contestó: "Ya que es absolutamente preciso que me comas, será porque ese es mi destino. Pero hoy estoy sucia; y será malo para tu boca el sabor de mi carne. Más vale, pues, que por de pronto me conduzcas al hammam para que me lave en honor tuyo. Y cuando salga del baño estaré blanca y dulce. Y el sabor de mi carne será delicioso para tu boca, y entonces podrás comerme, empezando por donde quieras". Y el ghul contestó: "¡Es verdad, oh Dalal!"

Y en aquella hora y en aquel instante le presentó una tina grande para baño, y ropas de hammam. Luego fué a buscar a un ghul amigo suyo, a quien convirtió en pollino blanco, transformándose él mismo en arriero. Y puso a Dalal en el pollino, y salió con ella en dirección al hammam del primer pueblo, llevando a la cabeza la tina de baño.

Y al llegar al hammam dijo a la celadora: "Aquí tienes para ti de regalo tres dinares de oro, a fin de que hagas tomar un buen baño a esta señora, que es hija de rey. Y me la devolverás como te la he confiado. Y entregó a Dalal a la portera, y se quedó afuera, ante la puerta del hammam.

Y Dalal entró en la primera sala del hammam, que era la sala de espera, y se sentó en el banco de mármol, muy sola y muy triste, junto a tu tina de oro y su envoltorio de vestiduras preciosas, mientras entraban en el baño todas las jóvenes, y se bañaban y se hacían dar masajes, y salían alegres, jugueteando entre ellas. Y Dalal, lejos de estar contenta como las demás, lloraba en silencio en su rincón. Y las jóvenes fueron hacia ella, y díjole cada cual: "¿Qué te ocurre, hermana mía, y por qué lloras? Levántate ya, desnúdate y toma un baño con nosotras".

Pero ella les contestó, después de darles gracias: "¿Acaso el baño puede lavar las preocupaciones? ¿Acaso puede curar las penas sin remedio?" Y añadió: "Siempre es tiempo de bajar al baño".

Entretanto, una vieja vendedora de altramuces y de alfónsigos tostados entró al hammam, llevando a la cabeza el cuenco de altramuces y alfónsigos tostados. Y las jóvenes le compraron de aquello, quién una piastra, quien media piastra, quién dos piastras. Y al fin, por distraerse un poco comiendo alfónsigos y altramuces, la entristecida Dalal también llamó a la vieja vendedora, y le dijo: "Ven, ¡oh tía mía! y dame solamente una piastra de altramuces". Y la vendedora se acercó y se sentó y llenó de altramuces la medida de cuerno de una piastra. Y Dalal, en vez de darle una piastra, le puso en las manos su collar de perlas, diciéndole: "Tía mía, toma esto para tus hijos". Y como la vendedora se deshiciera en cumplimientos y besamanos, Dalal le dijo: "¿Querrías darme tu cuenco de altramuces y los vestidos rotos que llevas, y tomar de mí, en cambio, esta tina de oro para baño, mis alhajas, mis trajes y este envoltorio de ropas preciosas?" Y la vieja vendedora, sin poder creer en tanta generosidad, contestó: "¿Por qué, hija mía, te burlas de mí, que soy pobre?" Y Dalal le dijo: "¡Mis palabras para contigo son sinceras, vieja madre mía!" Entonces la vieja se quitó sus vestidos y se los dió. Y Dalal se vistió con ellas en seguida, se puso el cuenco de altramuces a la cabeza, se envolvió con el velo azul hecho jirones, se ennegreció las manos con el barro del piso del hamman, y salió por la puerta en que estaba sentado su esposo el ghul, gritando con voz temblona: "¡Altramuces asados, que distraen! ¡Alfónsigos tostados que divierten", como hacen las vendedoras de profesión.

Cuando estuvo ella lejos, el ghul, que no la había reconocido, percibió el olor de la joven con su olfato de ghul, y se dijo: "¿Cómo es posible que el olor de Dalal resida en esa vieja vendedora de altramuces? ¡Por Alah, voy a ver a qué obedece!" Y gritó: "¡Eh, vendedora de altramuces! ¡eh, la de los alfónsigos!" Pero como la vendedora no volvía la cabeza, se dijo él: "¡Más vale que vaya a enterarme en el hammam!" Y fué a preguntar a la celadora: "¿Por qué tarda en salir la señora que te he confiado?" La celadora contestó: "En seguida saldrá con las demás señoras, que no se van hasta la noche, porque están ocupadas en depilarse, en teñirse los dedos con henné, en perfumarse y en trenzarse los cabellos".

Y el ghul se tranquilizó, y de nuevo fué a sentarse a la puerta. Y esperó que salieran del hammam todas las señoras. Y la celadora de la puerta salió la última, y cerró el hammam. Y el ghul le dijo: "¡Eh! ¿qué haces? ¿Vas a dejar encerrada a la señora que te he confiado?"

La mujer dijo: "Pero si ya no hay nadie en el hammam, a no ser la vieja vendedora de altramuces, a quien dejamos dormir todas las noches en el hammam, porque no tiene una yacija". Y el ghul cogió a la celadora por el cuello, y la zarandeó y estuvo a punto de estrangularla. Y le gritó: "¡Oh alcahueta! ¡tú responderás de la señora! ¡Y a ti te la exigiré!" Ella contestó: "Yo soy celadora de ropas y babuchas, pero no celadora de mujeres".

Y como le apretara el más fuerte el cuello, se puso a gritar: "¡Oh musulmanes, socorredme!" Y el ogro empezó a pegarla, mientras de todas partes acudían los hombres del barrio. Y gritaba: "Aunque esté en el séptimo planeta, me la tienes que devolver, ¡oh, instrumento de zorras viejas!" ¡Y esto es lo referente a la vieja celadora del hammam y a la vieja vendedora de altramuces!

¡Pero he aquí ahora lo que atañe a Dalal! Una vez que salió del hammam y consiguió burlar la vigilancia del ghul, siguió andando para volver a su país. Y cuando estuvo a bastante distancia de la ciudad, encontró un arroyuelo en donde se lavó manos, cara y pies, y se dirigió a una morada que se erguía muy cerca de allí, y que era el palacio de un rey.

Y se sentó junto al muro del palacio. Y una esclava negra, que había bajado para hacer un recado, la vió y subió a decir a su señora: "¡Oh mi señora! si no fuera por el miedo y el terror que te tengo, te diría sin temor a mentir, que abajo hay una mujer más bella que tú". La señora contestó: "Está bien. ¡Ve a decirle que suba!" Y la negra bajó y dijo a la joven: "Ven a hablar con mi señora, que te llama".

Pero Dalal contestó: "¿Acaso mi madre es una esclava negra, o mi padre un negro, para que suba yo con las esclavas?" Y la negra fué a contar a su señora lo que le había dicho Dalal. Entonces la señora envió a una esclava blanca, diciendo: "Ve tú a llamar a esa mujer que está abajo".

Y la esclava blanca bajó y dijo a Dalal: "Ven arriba ¡oh señora! a hablar con mi ama". Pero Dalal le contestó: "No soy una esclava blanca, ni soy hija de esclavos, para subir con una esclava blanca". Y la esclava se fué a contar a su señora lo que Dalal le había dicho. Entonces la dama llamó a su hijo, el hijo del rey, y le dijo: "Baja entonces tú y tráete a la dama que está abajo".

Y el joven príncipe, que por su hermosura era semejante a la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar, bajó en busca de la joven, y le dijo: "¡Oh señora! ten la bondad de subir al harén de mi madre la reina". Y aquella vez contestó Dalal: "Contigo subiré, porque eres hijo de un rey y sultán, como yo soy hija de un rey y sultán". Y subió las escaleras delante de él.

Y he aquí que, no bien el joven príncipe vió a Dalal subir las escaleras, tan hermosa, el amor por ella le invadió el corazón...

En este momento de su narración Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0937: pero cuando llego la 948ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 948ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y he aquí que, no bien el joven príncipe vió a Dalal subir las escaleras, tan hermosa, el amor por ella le invadió el corazón. Y por su parte, el alma de Dalal se conmovió a la vista del joven príncipe. Y a su vez, la dama esposa del rey, cuando vió a Dalal, dijo para sí: "Eran exactas las palabras de la esclava. Es más hermosa que yo, en efecto".

Así es que, después de las zalemas y cumplimientos, el hijo del rey dijo a su madre: "Quisiera casarme con ella, porque es evidente que se trata de una princesa con sangre de reyes". Y la madre le dijo: "Eso es cosa tuya, hijo mío. Tú debes saber lo que haces".

Y el joven príncipe llamó al kadí, y en aquella hora y en aquel instante hizo extender el contrato de matrimonio y celebrar sus nupcias con Dalal. Y entró en la cámara nupcial.

Pero ¿qué fué del ghul mientras tanto? Helo aquí.

El mismo día en que se celebraron las bodas, un hombre que conducía un carnero blanco muy grande, fué a decir al rey, padre del príncipe: "¡Oh mi señor! soy un feudatario, y te traigo de regalo, con motivo de las bodas, este gordo carnero blanco que hemos cebado. Pero hay que tener atado este carnero a la puerta del harén, porque ha nacido y se ha criado entre mujeres, y si le deja abajo, balará toda la noche y no dejará dormir a nadie".

Y el rey dijo: "Está bien, lo acepto". Y dió un ropón de honor al feudatario, que se marchó por su camino. Y entregó el carnero blanco al agha del harén, diciéndole: "¡Sube a atar este carnero a la puerta del harén, porque no le gusta estar más que entre mujeres!"

Y he aquí que, cuando llegó la noche de la penetración, y el hijo del rey entró en la cámara nupcial y se durmió al lado de Dalal, después de haber hecho lo que tenía que hacer, el carnero blanco rompió su cuerda y entró en la habitación. Y se llevó a Dalal, y salió con ella al patio. Y le dijo, sin enfadarse: "Dime, Dalal, ¿me has dejado aún algo de honor?"

Ella le dijo: "¡Bajo tu protección! ¡No me comas! El le dijo: "¡De esta vez no pasa!" Entonces le dijo ella: "Antes de comerme, espera a que entre en el retrete del patio para hacer una necesidad". Y el ghul dijo: "Está bien". Y la condujo al retrete y se quedó guardando la puerta en espera de que acabase.

No bien Dalal estuvo dentro del retrete, elevó ambas manos, y dijo: ".¡Oh Nuestra Señora Zeinab, hija de nuestro Profeta bendito! ¡oh tú, que salvas de la desdicha, ven en mi socorro!" Y al punto le envió la santa una de sus secuaces entre las hijas de los genn, que hendió el muro, y dijo a Dalal: "¿Qué deseas, Dalal?" Y Dalal contestó: "Ahí fuera está el ghul, que va a comerme en cuanto salga".

La aparecida dijo: "Si te libro de él, ¿me dejarás besarte una vez?"

Dalal dijo: "Sí". Entonces la gennia de Sett Zeinab hendió el tabique del patio, y cayó bruscamente sobre el ghul, y le aplicó un puntapié en los testículos. Y cayó él, muerto de repente.

Entonces la gennia volvió al retrete y cogió a Dalal de la mano y le mostró al carnero blanco, tendido en tierra sin vida. Luego le sacaron del patio y le echaron al foso. ¡Y esto es, en definitiva, lo referente a él!

Y la gennia besó a Dalal una vez en la mejilla, y le dijo: "Ahora, Dalal, voy a pedirte un servicio". Dalal contestó: "A tus órdenes, querida".

La gennia dijo: "¡Deseo que vengas conmigo, solamente por una hora, al mar de Esmeralda!" Dalal contestó: "Está bien. Pero ¿para qué?" La gennia contestó: "Está enfermo mi hijo, y ha dicho nuestro médico que no se curará más que bebiendo una escudilla en el mar de Esmeralda. Pero nadie puede llenar de agua una escudilla en el mar de Esmeralda, a no ser una hija de los hombres. Y aprovecho el haber venido a verte para pedirte ese servicio".

Y Dalal contestó: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos, con tal de estar aquí de regreso antes que se levante mi esposo". La gennia dijo: "Desde luego". Y la hizo montarse en sus hombros y la llevó a orillas del mar de Esmeralda. Y le dió una escudilla de oro. Y Dalal llenó la escudilla con aquella agua maravillosa. Pero, al retirarla, una ola le mojó la mano, que inmediatamente se le puso verde como el trébol. Tras de lo cual la gennia hizo subir de nuevo a Dalal en sus hombros, y la dejó en la cámara nupcial junto al joven. Y esto es lo referente a la secuaz de Sett Zeinab (¡con ella la plegaria y la paz!)

Pero el mar de Esmeralda tiene un pesador que lo pesa cada mañana para ver si ha ido o no alguien a robar. Y ése es responsable de ello. Y aquella mañana lo pesó y lo midió, y lo encontró menguado en una escudilla exactamente. Y se preguntó: "¿Quién es el autor de este robo? Voy a correr en busca suya hasta que le descubra. Porque, si tiene en la mano la señal del mar de Esmeralda, le conducirá a presencia de nuestro sultán, que sabrá lo que tiene que hacer con él".

A continuación, cogió brazaletes de vidrio y sortijas, y los colocó en una bandeja que se puso en la cabeza. Y se dedicó a viajar por toda la tierra, gritando bajo las ventanas de los palacios de los reyes: "Brazaletes de vidrio, ¡oh princesas! Sortijas de esmeralda, ¡oh jóvenes!"

Y así recorrió países y países, sin encontrar a la propietaria de la mano verde, hasta que llegó al pie de las ventanas del palacio en que se hallaba Dalal. Y volvió a gritar: "Brazaletes de vidrio, ¡oh princesas! Sortijas de esmeralda, ¡oh jóvenes!" Y Dalal, que estaba a la ventana, vió los brazaletes y sortijas de la bandeja, que le gustaron. Y dijo al vendedor: "¡Oh vendedor! espera que baje a probármelos en la mano". Y bajó adonde estaba el mercader, que era el pesador del mar de Esmeralda, y le tendió su mano izquierda, diciendo: "Pruébame las sortijas y brazaletes más hermosos que tengas". Pero el vendedor prorrumpió en exclamaciones, diciendo: "¿No te da vergüenza, ¡oh señora! tenderme la mano izquierda? Yo no pruebo en las manos izquierdas". Y Dalal, muy azorada por tener que mostrarle su mano derecha, que era verde como el trébol, le dijo: "Es que me duele la mano derecha". El le dijo: "¿Qué tiene que ver? No quiero más que verla con mis ojos, y sabré la medida". Y Dalal le enseñó la mano.

Y he aquí que cuando el pesador del mar de Esmeralda vió la mano de Dalal, que tenía la señal verde, comprendió que era ella quien había cogido la escudilla de agua. Y de improviso la tomó en brazos, y la transportó a presencia del sultán del mar de Esmeralda. Y le hizo entrega de ella, diciendo: "Ha robado una escudilla de tu agua, ¡oh rey del mar! Y tú sabrás lo que tienes que hacer con ella".

Y el sultán del mar de Esmeralda miró a Dalal con ira. Pero en cuanto sus ojos se posaron en ella, quedó conmovido por su belleza, y le dijo: "¡Oh joven! voy a hacer mi contrato de matrimonio contigo". Ella le dijo: "¡Qué lástima! Pero estoy casada, por contrato lícito con un joven semejante en hermosura a la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar".

Entonces le dijo él: "¿Y no tienes una hermana que se te parezca, o una hija, o incluso un hijo?" Ella dijo: "Tengo una hija de diez años, que hoy es núbil y que se parece a su padre en hermosura". El dijo: "Está bien". Y llamó al pesador del mar de Esmeralda y le dijo: "Lleva a tu señora al sitio de donde la sacaste". Y el pescador la cogió a hombros. Y el sultán del mar de Esmeralda partió con ellos, llevando a Dalal de la mano.

Y entraron en el palacio del rey, y el sultán siguió a Dalal al aposento de su esposo, y le dijo, después de la presentación: "Quiero alianza contigo por medio de tu hija". El rey le dijo: "Está bien, precisa la dote que me darás por ella". Y el sultán del mar de Esmeralda dijo: "La dote que te daré por ella la constituirán cuarenta camellos cargados de esmeraldas y de jacintos".

Y quedaron de acuerdo. Y celebráronse las bodas del sultán del mar de Esmeralda con la hija de Dalal y del príncipe canopeano. Y vivieron todos juntos en completa armonía. ¡Y loor a Alah en toda circunstancia!"

Cuando el capitán de policía Gamal Al-Din hubo contado esta historia, el sultán Baibars, sin darle tiempo a volver a su sitio, le dijo: "¡Por Alah, ya Gamal Al-Din, que ésa es la historia más hermosa que oí jamás!"

Y el capitán contestó: "¡Se tornó así para agradar a nuestro amo!" Y volvió a la fila. Entonces avanzó el séptimo, que se llamaba el capitán Fakhr Al-Din; y besó la tierra entre las manos del sultán Baibars, y dijo: "¡Yo ¡oh emir y rey nuestro! te diré una aventura que me ha sucedido a mí mismo, y que no tiene más mérito que el de ser corta! Hela aquí:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0938: historia contada por el séptimo capitán de policía

HISTORIA CONTADA POR EL SÉPTIMO CAPITÁN DE POLICÍA[editar]

"Un día entre los días, en la localidad donde yo me encontraba, un ladrón entre los árabes entró de noche en casa de un cortijero para robar un saco de trigo. Pero las gentes del cortijo oyeron ruido, y me llamaron a grandes gritos, diciendo: "¡Al ladrón!" Pero nuestro hombre consiguió esconderse tan bien, que, a pesar de todas nuestras pesquisas, no pudimos llegar a descubrirle. Y cuando yo emprendía el camino de la puerta para marcharme, pasé junto a un gran montón de trigo que había en el patio. Y encima del montón había una cazoleta de cobre que servía de medida. Y de pronto oí un cuesco espantoso que salía del montón de trigo. Y en el mismo momento vi la cazoleta de cobre volar por los aires a cinco metros de altura. Entonces, no obstante mi asombro, registré precipitadamente en el montón de trigo, y allí descubrí al árabe, que se había ocultado dentro, con el trasero en pompa. Y cuando le prendí y le maniaté, le interrogué acerca del extraño ruido que me había revelado su presencia.

Y me contestó: "Lo he hecho adrede, ¡oh mi señor!" Y le contesté: "¡Alah te maldiga! ¡Y alejado sea el Maligno! ¿Por qué ventosear así contra tu interés?"

Y me contestó: "Es verdad, ¡ya sidi! he obrado contra mi interés, eso es cierto. Pero precisamente lo hice en interés tuyo".

Y le pregunté: "¿Por qué, ¡oh hijo de perro!? ¿Y desde cuándo un cuesco, aunque sea de esa calidad, ha sido en interés de alguien en la tierra?" Y contestó: "No me injuries, ¡oh capitán! Sólo he ventoseado para ahorrarte el trabajo de más largas pesquisas, y la fatiga de recorrer inútilmente la ciudad y los campos en mi seguimiento. ¡Te ruego, pues, que me devuelvas bien por bien, ya que eres hijo de gentes de bien!"

Entonces ¡oh mi señor! no pude resistir a semejante argumento. Y le solté generosamente.

¡Y ésta es mi historia!"

Y al oír este relato del capitán Fakhr Al-Din, el sultán Baibars le dijo: "¡Ualah! ¡tu indulgencia estaba justificada!" Luego, como Fakhr Al-Din hubiera vuelto a su sitio, avanzó el octavo, que se llamaba Nizam Al-Din. Y dijo: "Lo que voy a contar yo no tiene nada que ver, de cerca ni de lejos, con lo que acabas e oír, ¡oh nuestro amo el sultán!"

Y Baibars le preguntó: "¿Se trata de una cosa vista o de una cosa oída?" El otro dijo: "No, ¡por Alah, ¡oh mi señor! se trata de una cosa que solamente he oído. ¡Hela aquí!" Y dijo:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0939: historia contada por el octavo capitán de policía

HISTORIA CONTADA POR EL OCTAVO CAPITÁN DE POLICÍA[editar]

"Había una vez un tañedor de clarinete ambulante. Y estaba casado con una mujer. Y la dejó encinta, y parió ella un varón, con ayuda de Alah. Pero el tañedor de clarinete no tenía en su casa ni una moneda de plata con que pagar a la comadrona o comprar algo a su esposa, la recién parida. Y sin saber qué hacer, y hallándose en una situación embarazosa, se marchó desesperado, diciendo a su mujer: "Voy a ir al camino de Alah a mendigar dos monedas de cobre a las personas piadosas; y daré a cuenta una a la comadrona, y la segunda, también a cuenta, al pollero para comprarte un pollo con que te alimentes en este día de parto".

Y salió de su casa. Y cuando cruzaba un campo, encontró una gallina subida en una piedra. Y se acercó sigilosamente a la gallina, y la cogió antes de que el animal tuviese tiempo de escaparse. Y debajo de ella descubrió un huevo recién puesto. Y se lo guardó en el bolsillo, diciendo: "La bendición ha llegado hoy. Precisamente esto es lo que me hace falta, y ya no tengo necesidad de ir a mendigar. Porque voy a dar esta gallina a la hija del tío, después de guisarla para ella en este día en que ha salido del apuro; y venderé el huevo por una moneda de cobre, que daré a cuenta a la comadrona".

Y fué al zoco de los huevos, abrigando esta intención.

Al pasar por el zoco de los orfebres y de los joyeros, se encontró con un judío conocido suyo, que le preguntó: "¿Qué llevas ahí?" El hombre contestó: "¡Una gallina con su huevo!"

El judío le dijo: "¡Enséñamelo!" Y el tañedor de clarinete enseñó al judío la gallina y el huevo.

Y el judío le preguntó: "¿Quieres vender este huevo?" El hombre contestó: "¡Sí!" El judío le dijo: "¿En cuánto?"

El tañedor de clarinete contestó: "¡Habla tú el primero!" El judío dijo: "¡Te lo compro por diez dinares de oro! ¡No vale más!"

Y dijo el pobre, creyendo que el judío se burlaba de él: "Te burlas de mí porque soy pobre; demasiado sabes que no es ése su precio". Y el judío creyó que le pedía más, y le dijo: "¡Te ofrezco, como último precio, quince dinares!" El otro contestó: "¡Abra Alah!" Entonces el judío dijo: "Aquí tienes veinte dinares de oro nuevo. Los tomas o los dejas".

Entonces el tañedor de clarinete, al ver que la oferta era seria, entregó el huevo al judío a cambio de los veinte dinares de oro, y se apresuró a volver la espalda. Pero el judío echó a correr detrás de él, y le preguntó: "¿Tienes muchos huevos así en tu casa?"

El pobre hombre contestó: "Ya te traeré otro mañana, cuando haya puesto la gallina, y te lo daré en el mismo precio. ¡Pero a otro que tú no se lo vendería por menos de treinta dinares de oro!"

Y el judío le dijo: "Enséñame tu casa; y todos los días iré por el huevo para que no te molestes; y te daré los veinte dinares". Y el tañedor de clarinete le enseñó su casa, y se apresuró luego a buscar otra gallina en lugar de aquella tan ponedora, y la hizo guisar para su esposa. Y pagó liberalmente su trabajo a la comadrona.

Y al día siguiente dijo a su esposa: "¡Oh hija del tío! guárdate de degollar a la gallina negra que hay en la cocina. Es la bendición de la casa. Nos pone huevos que al precio corriente valen veinte dinares de oro cada uno...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0940: y cuando llego la 949ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 949ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Nos pone huevos que al precio corriente valen veinte dinares de oro cada uno. ¡Y quien los compra a ese precio es el mercader judío!" Y, efectivamente, el judío se dedicó a ir todos los días por el huevo recién puesto, pagándole los veinte dinares de oro al contado. Y el tañedor de clarinete no tardó en vivir con mucha holgura y en abrir una hermosa tienda de mercader en el zoco.

Y cuando tuvo edad para ir a la escuela su hijo, que había nacido el día de la llegada de la gallina, el antiguo tañedor de clarinete hizo construir a expensas suyas una hermosa escuela, y reunió en ella a los niños pobres para que aprendiesen a leer y escribir con su propio hijo. Y escogió para todos ellos un excelente maestro de escuela que se sabía de memoria el Korán, y podía recitárselo, incluso empezando por la última palabra y terminando con la primera.

Tras de lo cual resolvió ir en peregrinación al Hedjaz, y dijo a su esposa: "¡Ten cuidado de que el judío no se burle de ti y no te coja la gallina!"

Luego partió con la caravana de la Meca.

Algún tiempo después de la marcha del antiguo tañedor de clarinete, el judío dijo un día a la mujer: "Si te doy una maleta llena de oro, ¿me darás a cambio la gallina?" Ella contestó: "¿Cómo voy a hacerlo, ¡oh hombre! si me esposo, antes de partir, me ha recomendado que no te ceda más que los huevos?" El dijo: "Si se enfada, tú nada tienes que ver. Yo asumo la responsabilidad, y puede exigirme cuentas, que estoy en una tienda en medio del zoco".

Y le abrió la maleta, y le mostró el oro que contenía. Y la mujer se regocijó al ver tanto oro junto, y entregó la gallina al judío. Y la cogió él y la degolló acto seguido, y dijo a la mujer: "Límpiala y guísala que yo vendré por ella. Pero, como falte un pedazo, abriré el vientre a quien se lo haya comido, para sacárselo".

Y se marchó.

Y he aquí que a la hora de mediodía el hijo del tañedor de clarinete volvió de la escuela. Y vió que su madre retiraba de la lumbre una cacerola con la gallina y la ponía en un plato de porcelana y la cubría con una servilleta de muselina. Y su alma de colegial anheló vivamente comerse un trozo de aquella gallina tan hermosa. Y dijo a su madre: "Dame un poquito, madre mía". Ella le dijo: "¡Cállate! ¿acaso nos pertenece?"

Luego, como ella se ausentara un momento para hacer una necesidad, el muchacho levantó la servilleta de muselina, y de un solo mordisco, arrancó la curcusilla de la gallina y se la tragó, aunque estaba muy caliente. Y le vió una de las esclavas, y le dijo: "¡Oh amor mío! ¡qué desgracia y qué calamidad irremediable! ¡Huye de la casa, pues el judío, que va a venir por su gallina, te abrirá el vientre para sacarte la curcusilla que te has tragado!"

Y dijo el muchacho: "¡Es verdad, más vale que me marche que perder tan buena curcusilla!" Y montó en su mula y partió.

No tardó en ir por la gallina el judío, Y vió que faltaba la curcusilla. Y dijo a la madre. “Dónde está la curcusilla”.

Ella contestó: "Mientras salí para hacer una necesidad, mi hijo, a espaldas mías ha arrancado con sus dientes la curcusilla y se la ha comido". Y el judío exclamó: "¡Mal hayas! Yo te he dado mi dinero por esa curcusilla. ¿Dónde está el granuja de tu hijo, que voy a abrirle el vientre y a sacársela?" Ella contestó: "¡Ha huido de terror!" Y el judío salió a toda prisa, y empezó a viajar por ciudades y pueblos, dando las señas del muchacho, hasta que le encontró en el campo, dormido. Y se acercó sigilosamente a él para matarle; pero el muchacho, que no dormía más que con un ojo, se despertó sobresaltado. Y el judío le gritó: "Ven aquí, ¡oh hijo de la clarinetera! ¿Quién te mandó comerte la curcusilla? Por ella he dejado una caja llena de oro, y he impuesto condiciones a tu madre. ¡Y ahora voy a llevar a cabo una de las condiciones, que es tu muerte!" Y el muchacho le contestó, sin inmutarse, "Vete, ¡oh judío! ¿No te da vergüenza hacer todo este viaje por una curcusilla de gallina? ¿Y no es una vergüenza mayor aún querer abrirme el vientre a causa de esa curcusilla?" Pero el judío contestó: "Yo sé lo que tengo que hacer". Y sacó del cinto su cuchillo para abrir el vientre al muchacho. Pero el chico cogió al judío con una sola mano, y le alzó en vilo y le tiró contra el suelo, moliéndole los huesos y dejándole más ancho que largo. Y el judío (¡maldito sea!) murió al instante.

Pero el muchacho debía experimentar pronto los efectos de aquella curcusilla de gallina en su persona. Efectivamente, volvió sobre sus pasos para regresar a casa de su madre; pero se perdió en el camino y llegó a una ciudad en donde vió un palacio del rey, a la puerta del cual había colgadas cuarenta cabezas menos una. Y preguntó a la gente: "¿Por qué están colgadas ahí esas cabezas?" Le contestaron: "El rey tiene una hija muy fuerte en la lucha personal. Quien entre y la venza, se casará con ella; pero a quien no la venza, se le cortará la cabeza".

Entonces el muchacho entró sin vacilar al aposento del rey, y le dijo: "Quiero luchar con tu hija para medir mis fuerzas con las suyas". Y el rey le contestó: "¡Oh hijo mío! ¡si quieres hacerme caso, vete! ¡Cuántos hombres más fuertes que tú han venido y han sido vencidos por mi hija! Da lástima matarte".

A lo cual contestó el muchacho: "Quiero que me venza, que me corten la cabeza y que la cuelguen a la puerta". Y dijo el rey: "Está bien, escríbelo así y estampa tu sello en el papel". Y el muchacho lo escribió y lo selló.

Inmediatamente extendieron una alfombra en el patio interior, y la joven y el muchacho llegaron al terreno, y se cogieron uno a otro por en medio del cuerpo, y juntaron sus axilas. Y lucharon enlazados maravillosamente. Y pronto la cogía el muchacho y la derribaba en tierra, como se erguía ella, cual una serpiente, y le derribaba a su vez. Y continuó él derribándola y ella derribándole durante dos horas de lucha, sin que ninguno de los dos pudiera hacer que el adversario tocase con los hombros en el suelo. Entonces se enfadó el rey al ver que su hija no se distinguía aquella vez. Y dijo: "Basta por hoy. Pero mañana vendréis otra vez para luchar sobre el terreno".

Luego el rey los separó y volvió a sus habitaciones, y llamó a los médicos de palacio y les dijo: "Esta noche, mientras duerme, haréis aspirar bang narcótico al muchacho que ha luchado con mi hija; y cuando haya surtido efecto el narcótico, examinaréis su cuerpo para ver si lleva consigo un talismán que le hace tan resistente. Porque la verdad es que mi hija ha vencido a los más fuertes de todos los esforzados caballeros del mundo, y ha hecho morder el polvo a cuarenta menos uno de entre ellos. ¿Cómo, pues, no ha podido dar en tierra con un jovenzuelo cual ése? Tiene, por tanto, que ocultar él algo, y eso es lo que hay que descubrir. ¡Sin lo cual, caerá en falta vuestra ciencia y no tendré fe en vuestra asistencia, y os expulsaré de mi palacio y de mi ciudad!"

Así es que cuando llegó la noche y durmióse el muchacho, fueron los médicos a hacerle aspirar bang narcótico, y le amodorraron profundamente. Y examináronle el cuerpo punto por punto, golpeando encima como se golpea en las cubas, y acabaron por descubrir; dentro del pecho, envuelta en sus entrañas, la curcusilla de la gallina. Y buscaron sus tijeras e instrumentos, hicieron una incisión, y extrajeron del pecho del muchacho la curcusilla de la gallina. Luego recosieron el pecho, lo rociaron con vinagre heroico y lo dejaron en el estado en que se hallaba.

Por la mañana, el chico despertó del sueño narcótico, y notó que tenía cansado el pecho y que en general no gozaba ya de la misma robustez que antes. Porque se le habían ido las fuerzas con la curcusilla de la gallina, que estaba dotada de la virtud de hacer invencible al que la comiera. Y viéndose en estado de inferioridad para en lo sucesivo, no quiso exponerse a intentar una empresa peligrosa, y huyó por miedo a la que la joven luchadora le venciese y le matasen.

Y echando inmediatamente a correr, no se detuvo hasta que perdió de vista el palacio y la ciudad. Y se encontró a tres hombres que disputaban entre sí. Y les preguntó: "¿Por qué disputáis?" Le contestaron: "¡Por una cosa!" El les dijo: "¿Una cosa? ¿Cuál?" Le contestaron: "Tenemos esta alfombra que ves. A quien se ponga encima y la golpee con esta varita, pidiéndole que le lleve aunque sea a la cumbre de la montaña Kaf, la alfombra le transporta en un abrir y cerrar de ojos. ¡Y por poseerla nos disponíamos a matarnos en este momento!"

El chico les dijo: "En vez de mataros mutuamente por la posesión de esa alfombra volante, tomadme por árbitro y dictaminaré con justicia entre vosotros". Y contestaron ellos: "Sé nuestro árbitro en este caso".

El muchacho les dijo: "Extended en tierra esa alfombra para que vea su longitud y su anchura". Y se puso en medio de la alfombra, y les dijo: "Voy a tirar una piedra con toda mi fuerza y echaréis a correr los tres juntos. Y el primero que la coja, se llevará la alfombra volante". Ellos le dijeron: "Está bien". Entonces cogió el muchacho una piedra y la tiró; y los tres echaron a correr detrás. Y mientras corrían, el chico golpeó la alfombra con la varita, diciéndole: "¡Transpórtame en línea recta en medio del patio del palacio real!" Y la alfombra ejecutó la orden en aquella hora en aquel instante, y dejó al hijo del tañedor del clarinete en el patio del palacio consabido en el sitio donde generalmente se efectuaban las luchas con la princesa.

Y el mozuelo exclamó: "¡Aquí está el luchador! ¡Que venga su vencedora!" Y en presencia de todos, bajó la joven al centro del patio, y se puso en la alfombra frente al muchacho. Y al punto golpeó él la alfombra con su varita, diciendo: "Vuela con nosotros hasta la cumbre de la montaña Kaf". Y la alfombra se elevó por los aires en medio del asombro general, y en menos tiempo del que se necesita para cerrar un ojo y abrirlo, los dejó en la cumbre de la montaña Kaf.

Entonces el mozuelo dijo a la joven: "¿Quién es el vencedor ahora? ¿La que me ha sacado del pecho la curcusilla de gallina o el que se ha apoderado de la hija del rey en medio de su palacio...?

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0941: y cuando llego la 950ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 950ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... ¿Quién es el vencedor ahora? ¿La que me ha sacado del pecho la curcusilla de gallina, o el que se ha apoderado de la hija del rey en medio de su palacio?" Ella contestó: "¡Bajo tu protección! ¡Perdóname! Y si quieres conducirme otra vez al palacio de mi padre, me casaré contigo, diciendo: "¡Me ha vencido!" Y ordenaré a los médicos que vuelvan a meterte en el pecho la curcusilla de gallina". El dijo: "Está bien. Pero dice el proverbio: "¡Hay que amasar el barro cuando está blando!" Y antes de transportarte, quiero hacer contigo lo que sabes".

Ella dijo: "Está bien". Entonces la cogió y se echó encima de ella, y como la encontraba a punto, se dispuso a amasarla donde era necesario mientras estuviese blanda. Pero de repente le asestó ella un puntapié que le hizo rodar fuera de la alfombra.

Y golpeó la alfombra con la varita, diciendo: "¡Vuela, ¡oh alfombra! y transpórtame al palacio de mi padre!"

Y la alfombra echó a volar con ella en el mismo instante y la llevó al palacio. Y el hijo del tañedor de clarinete ambulante quedó solo en la cumbre de la montaña, expuesto a morir de hambre y de sed sin que dieran con sus huellas ni las hormigas. Y empezó a bajar la montaña, mordiéndose de rabia las manos. Y se estuvo bajando, sin parar, un día y una noche, y por la mañana llegó a la mitad de la montaña. Y para suerte suya, encontró allí dos palmeras que se doblaban bajo el peso de sus dátiles maduros.

Y he aquí que una de las dos palmeras tenía dátiles rojos, y la otra dátiles amarillos. Y el muchacho se apresuró a coger una rama de cada especie. Y como prefería los amarillos, empezó por comerse con delectación uno de aquellos dátiles amarillos. Pero al punto sintió en la cabeza una cosa que le arañaba la piel; y se llevó la mano al sitio de la cabeza donde le arañaba, y sintió que le salía con rapidez en la cabeza un cuerno que se enroscaba a la palmera. Y por más que quiso libertarse, quedó sujeto por el cuerno a la palmera. Entonces se dijo: "¡Muerte por muerte!, prefiero satisfacer antes mi hambre, y morir luego!" Y comenzó a comer dátiles rojos. Y he aquí que, en cuanto se comió uno de los rojos, sintió que el cuerno se desenroscaba de la palmera y que se quedaba libre su cabeza. Y en un abrir y cerrar de ojos, fué como si nunca hubiera existido el cuerno. Y ni rastros de él le quedaron en la cabeza.

Entonces se dijo el muchacho: "Está bien". Y se puso a comer dátiles rojos hasta que satisfizo su hambre. Luego se llenó el bolsillo de dátiles rojos y amarillos, y continuó viajando día y noche durante dos meses enteros, hasta que llegó a la ciudad de su adversaria, la hija del rey.

Y se puso debajo de las ventanas del palacio, y empezó a pregonar: "¡Dátiles tempranos y maduros, dátiles! ¡Dedos de princesas, dátiles! ¡Compañía de los jinetes, dátiles!"

Y la hija del rey oyó el pregón del vendedor de dátiles tempranos, y dijo a sus doncellas: "Bajad pronto a comprar dátiles a ese vendedor y escogedlos bien frescos, ¡oh jóvenes!" Y bajaron ellas a comprar dátiles, sin que se les dejara, dada su rareza, en menos de un dinar a cada uno. Y compraron dieciséis por dieciséis dinares, y subieron a dárselos a su ama.

Y la hija del rey observó que eran dátiles amarillos, los que más le gustaban precisamente. Y se comió los dieciséis, uno tras de otro, en el tiempo justo para llevárselos a la boca. Y dijo: "¡Oh corazón mío, cuán deliciosos son!" Pero apenas había pronunciado estas palabras, sintió una fuerte desazón, picándole en dieciséis sitios distintos de la cabeza. Y se llevó inmediatamente la mano a la cabeza, y sintió que le agujereaban el cuero cabelludo dieciséis cuernos en dieciséis sitios distintos y simétricos. Y ni tiempo de gritar había tenido, cuando ya los dieciséis cuernos se habían desarrollado, y de cuatro en cuatro habían ido a clavarse en la pared fuertemente.

Al ver aquello, y a los gritos penetrantes que ella se puso a lanzar a coro con sus doncellas, acudió el padre, jadeando, y preguntó: "¿Qué ocurre?" Y las doncellas le contestaron: "¡Oh amo nuestro! Alzamos los ojos y hemos visto que de repente salían esos dieciséis cuernos en la cabeza de nuestra ama, e iban a clavarse de cuatro en cuatro en la pared, como lo estás viendo".

Entonces el padre congregó a los médicos más hábiles, los que habían extraído del pecho del mozuelo la curcusilla de gallina. Y llevaron sierras para serrar los cuernos; pero no podían serrarse. Y emplearon otros medios, pero sin obtener resultado y sin lograr curarla. Entonces el padre recurrió a procedimientos extremos, y mandó gritar por la ciudad a un pregonero: "¡Quien dé a la hija del sultán un remedio que la libre de los dieciséis cuernos, se casará con ella y será designado para la sucesión al trono!"

¿Y qué sucedió?

Pues que el hijo del tañedor de clarinete, que sólo esperaba aquel momento, entró al palacio y subió al aposento de la princesa, diciendo: "Yo haré que le desaparezcan los cuernos". Y en cuanto estuvo en su presencia, cogió un dátil rojo, lo partió en pedazos, y lo puso en la boca de la princesa. Y en el mismo instante se separó de la pared un cuerno, y a ojos vistas, se fué encogiendo y acabó por desaparecer enteramente de la cabeza de la joven.

Al ver aquello, todos los presentes, con el rey a la cabeza, prorrumpieron en gritos de alegría, y exclamaron: "¡Oh, qué gran médico!". Y dijo él: "¡Mañana haré desaparecer el segundo cuerno!" Entonces le retuvieron en el palacio, donde estuvo dieciséis días, haciendo desaparecer cada día un cuerno, hasta que la libró de los dieciséis cuernos.

Así es que el rey, en el límite de la maravilla y de la gratitud, hizo extender al punto el contrato de matrimonio del mozalbete con la princesa. Y se celebraron las bodas, con regocijos e iluminaciones.

Luego llegó la noche de la penetración.

Y he aquí que, en cuanto el mozuelo entró con su esposa en la cámara nupcial, le dijo: "Y ahora, ¿quién de nosotros dos es el vencedor? ¿La que me quitó del pecho la curcusilla de gallina y me robó la alfombra mágica, o el que hizo crecer dieciséis cuernos en una cabeza y los hizo desaparecer en nada de tiempo?".

Y ella le dijo: "¿Pero eres tú? ¡Ah, efrit!

El le contestó: "¡Sí, soy yo, el hijo del tañedor de clarinete!" Ella le dijo: "¡Por Alah! ¡me has vencido!".

Y ambos se acostaron juntos, y demostraron una fuerza igual y una potencia igual. Y llegaron a ser rey y reina. Y vivieron todos juntos en plena felicidad y en perfecta dicha.

"¡Y ésta es mi historia!"

Cuando el sultán Baibars hubo oído esta historia del capitán Nizam Al-Din, exclamó "Ualahí, ¡no sé si decir que ésta es la historia más hermosa que oí!" Entonces avanzó el noveno capitán de policía, que se llamaba Gelal Al-Din; y besó la tierra entre las manos del sultán Baibars, y dijo: "Inschalah, ¡oh rey del tiempo! la historia que voy a contarte te gustará indudablemente". Y dijo:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0942: historia contada por el noveno capitán de policía

HISTORIA CONTADA POR EL NOVENO CAPITÁN DE POLICÍA[editar]

"Había una mujer que, a pesar de todos los asaltos, no concebía ni paría. Así es que un día se levantó e hizo su plegaria al Retribuidor, diciendo: "¡Dame una hija, aunque deba morir con el olor del lino!"

Y al hablar así del olor del lino, quería pedir una hija, aunque fuese tan delicada y tan sensible como para que el olor anodino del lino la incomodase hasta el punto de hacerla morir.

Y el caso es que concibió y parió, sin contratiempo, a la hija que Alah hubo de darle, y que era tan hermosa como la luna al salir, y pálida como un rayo de luna, y como él delicada. Y la llamaron Sittukhán.

Cuando ya era mayor y tenía diez años de edad, el hijo del sultán pasó por la calle y la vió asomada a la ventana. Y en el corazón se le albergó el amor por ella; y se fué malo a casa.

Y se sucedieron los médicos ante él, sin dar con el remedio que necesitaba. Entonces, enviada por la mujer del portero, subió a verle una vieja, que le dijo después de mirarle: "¡Oh! ¡estás enamorado o tienes un amigo a quien amas!" El contestó: "Estoy enamorado". Ella le dijo: "Dime de quién, y seré un lazo entre tú y ella". El dijo: "De la bella Sittukhán". Ella contestó: "Refresca tus ojos y tranquiliza tu corazón, que yo te la traeré".

Y la vieja se marchó, y encontró a la joven tomando el fresco a su puerta. Y después de las zalemas y cumplimientos, le dijo: "¡La salvaguardia con las hermosas como tú, hija mía! Las que se te parecen y tienen dedos tan bonitos como los tuyos deberían aprender a tejer lino. Porque no hay nada más delicioso que un huso en dedos fusiformes". Y se marchó.

Y la joven fué a casa de su madre, y le dijo: "Llévame, madre mía, a casa de la maestra". La madre le preguntó: "¿Qué maestra?" La joven contestó: "La maestra del lino". Y su madre contestó: "¡Cállate! El lino es peligroso para ti. Su olor es pernicioso para tu pecho. Si lo tocas, morirás". Ella dijo: "No, no moriré". E insistió y lloró de tal manera, que su madre la envió a casa de la maestra del lino.

Y la joven estuvo allá todo un día aprendiendo a hilar lino. Y todas sus compañeras se maravillaron de su belleza y de la hermosura de sus dedos. Y he aquí que se le metió en un dedo, entre la carne y la uña, una brizna de lino. Y cayó ella al suelo, sin conocimiento.

Y la creyeron muerta, y enviaron recado a casa de su padre y de su madre, y les dijeron: "¡Venid a llevaros a vuestra hija, y que Alah prolongue vuestros días, pues ha muerto!"

Entonces su padre y su madre, cuya única alegría era ella, se desgarraron las vestiduras, y azotados por el viento de la calamidad, fueron, con el sudario, a enterrarla. Pero he aquí que pasó la vieja, y les dijo: "Sois personas ricas, y resultaría un oprobio para vosotros enterrar a esa joven en el polvo". Ellos preguntaron: "¿Y qué vamos a hacer?" Ella dijo: "Construidle un pabellón en medio del río. Y la acostaréis en un lecho dentro de ese pabellón. E iréis a verla todos los días que lo deseéis".

Y le construyeron un pabellón de mármol, sostenido por columnas, en medio del río. Y lo rodearon de un jardín alfombrado de césped. Y pusieron a la joven en un lecho de marfil, dentro del pabellón, y se marcharon llorando.

¿Y qué aconteció?

Pues que la vieja fué al punto en busca del hijo del rey, que estaba enfermo de amor, y le dijo: "Ven a ver a la joven. Te espera, acostada en un pabellón, en medio del río".

Entonces se levantó el príncipe y dijo al visir de su padre: "Ven conmigo a dar un paseo". Y salieron ambos, precedidos de lejos por la vieja, que iba enseñando al príncipe el camino. Y llegaron al pabellón de mármol, y el príncipe dijo al visir: "Espérame a la puerta. No tardaré".

Luego entró en el pabellón. Y encontró a la joven muerta. Y se sentó a llorarla, recitando versos alusivos a su belleza. Y le cogió la mano para besársela, y vió aquellos dedos tan finos y tan bonitos. Y mientras la admiraba, observó en uno la brizna de lino entre la uña y la carne. Y le chocó la brizna de lino, y la arrancó delicadamente.

Y al punto la joven salió de su desmayo...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0943: y cuando llego la 951ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 951ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y al punto la joven salió de su desmayo, y se incorporó a medias, y sonrió al joven príncipe, y le dijo: "¿Dónde estoy?" Y él la estrechó contra sí, y contestó: "¡Conmigo!" Y la besó, y se acostó con ella. Y permanecieron juntos cuarenta días y cuarenta noches en el límite de la satisfacción.

Luego se despidió él de ella, diciéndole: "Me voy, porque el visir de mi padre está esperando a la puerta. Le llevaré al palacio y volveré". Y bajó en busca del visir. Y salió con él y atravesó el jardín. Y salieron a su encuentro rosas blancas y jazmines. Y le conmovió aquel encuentro, y dijo al visir: "¡Mira! ¡Las rosas y los jazmines blancos tienen la blancura de las mejillas de Sittukhán! ¡Oh visir! ¡espera tres días más para que vaya yo a ver por segunda vez las mejillas de Sittukhán!"

Y subió, y se quedó tres días con Sittukhán, admirando sus mejillas, que eran como las rosas blancas y los jazmines. Luego bajó y se reunió con el visir, y continuó su paseo por el jardín en pos de la salida. Y salió a su encuentro el algarrobo de largos frutos negros. Y le conmovió mucho aquel encuentro, y dijo al visir: "¡Mira! ¡Las algarrobas son largas y negras como las cejas de Sittukhán! ¡oh visir! ¡espera aquí tres días más para que vaya yo a ver por segunda vez las cejas de Sittukhán!"

Y subió, y se quedó tres días con ella, admirando sus hermosas cejas, largas y negras como dos algarrobas en la rama.

Luego bajó a reunirse con el visir, y continuó con él sus paseos por el jardín en pos de la salida. Y le salió al encuentro una fuente corriente que tenía un surtidor hermoso y solitario. Y le conmovió aquel encuentro, y dijo al visir: "¡Mira! ¡El surtidor de la fuente es como el talle de Sittukhán! ¡oh visir! ¡espera aquí tres días más para que vaya yo a ver por segunda vez el talle de Sittukhán!"

Y subió, y se quedó tres días con ella, admirando su talle, que se parecía al surtidor de la fuente.

Luego bajó a reunirse con el visir para continuar con él su paseo por el jardín en pos de la salida. Pero he aquí que, cuando la joven vió a su enamorado subir por tercera vez en seguida de bajar, se dijo "Voy a ir ahora a ver por qué se va y vuelve en seguida". Y bajó del pabellón y se quedó detrás de la puerta que daba al jardín, para verle partir. Y el príncipe, al volverse, la vió asomar la cabeza por la puerta.

Y retrocedió hasta ella, que estaba pálida y triste, y le dijo: "¡Sittukhán, Sittukhán! ¡ya no te veré más! ¡oh! ¡nunca más!" Y se marchó y salió con el visir para no volver más.

Entonces Sittukhán se dedicó a vagar por el jardín, llorando por sí misma y sintiendo no haber muerto realmente. Y mientras vagaba de aquel modo, vió que algo brillaba sobre el agua. Y lo recogió y vió que era un sortija soleimánica. Y frotó la cornalina grabada que estaba engarzada en ella, y al punto le dijo la sortija: "Heme aquí a tus órdenes. Habla, ¿qué quieres?" La joven contestó: "¡Oh sortija de Soleimán! deseo de ti un palacio al lado del palacio del príncipe que me ha amado, y dame una belleza mayor que mi belleza". Y la sortija le dijo: "¡Cierra los ojos y ábrelos!" Y la joven cerró los ojos, y cuando los abrió, se encontró en un palacio magnífico erigido al lado del palacio del príncipe. Y se miró en el espejo, y quedó maravillada de su propia belleza.

Y fué a acodarse a la ventana en el momento en que pasaba por allá el príncipe a caballo. Y la vió sin reconocerla, y se fué enamorado. Y llegó al aposento de su madre, y le dijo: "¡Madre mía! ¿tienes alguna cosa muy hermosa para llevársela de regalo a la dama que se ha instalado en el nuevo palacio? ¿Y no podrías decirle al mismo tiempo: "¿Cásate con mi hijo?" Y su madre la reina le dijo: "Tengo dos piezas de brocado real. Iré a llevárselas y le haré la petición". El príncipe le dijo: "Está bien. Llévaselas".

Y la madre del príncipe fué a la joven, y le dijo: "Hija mía, acepta este regalo, porque mi hijo desea casarse contigo". Y la joven llamó a su negra, y le dijo: "Toma estas dos piezas de brocado y haz con ellas rodillas para fregar las baldosas". Y la reina, enfadada, se fué en busca de su hijo, que le preguntó: "¿Qué te ha dicho, madre mía?" Ella contestó: "¡Ha dado a la esclava las dos piezas de brocado de oro y le ha ordenado que con ellas haga rodillas para fregar la casa!" El joven le dijo: "Te lo suplico, madre mía, ¿no tienes algo más precioso que puedas llevarle? Porque estoy enfermo de amor por sus ojos". La madre le dijo: "Tengo un collar de esmeraldas sin tara ni mácula". El príncipe le dijo: "Está bien. Pues llévaselo".

Y la madre del príncipe subió a ver a la joven, y le dijo: "Acepta de nosotros este regalo, hija mía, que mi hijo desea casarse contigo". Y la joven contestó: "Tu regalo queda aceptado, ¡oh señora!" Y llamó a la esclava y le dijo: "¿Han comido los pichones o todavía no?" La esclava contestó: "Todavía no, "¡ya setti!" La joven le dijo: "¡Entonces toma estos granos de esmeralda y dáselos a los pichones para que coman y se refresquen con ellos!"

Al oír estas palabras, la madre del príncipe dijo a la joven: "¡No nos humilles, hija mía! Te ruego solamente que me digas si quieres casarte con mi hijo o no". Ella contestó: "Si quieres que me case con tu hijo, dile que se haga pasar por muerto, envuélvele en siete sudarios, condúcele por la ciudad, y di a las gentes que no le entierren en más sitio que en el jardín de mi palacio".

Y la madre del príncipe dijo: "Está bien. Voy a exponer tus condiciones a mi hijo".

Y fué a decir a su hijo: "¡No puedes figurarte lo que pretende! Exige que, si quieres casarte con ella, te hagas pasar por muerto, que se te envuelva en siete sudarios, que se te conduzca por la ciudad con cortejo fúnebre y que te lleven a su casa para enterrarte. Y entonces se casará contigo". Y él contestó: "¿No es nada más que eso, madre mía? Entonces, desgarra tus vestiduras, grita y di: "¡Ha muerto mi hijo!"

Y la madre del príncipe se desgarró las vestiduras, y gritó con voz tan aguda como lamentable: "¡Qué calamidad la mía! ¡ha muerto mi hijo!"

Entonces, al oír el grito, todas las gentes del palacio acudieron y vieron al príncipe tendido en tierra como los muertos, y a su madre en un estado lamentable. Y cogieron el cuerpo del difunto, lo lavaron y lo metieron en siete sudarios. Luego se congregaron los lectores del Korán y los jeiques, y salieron en cortejo delante del cuerpo, cubierto de chales preciosos. Y después de conducir por toda la ciudad al muerto, fueron a depositarlo en el jardín de la joven, con arreglo a sus deseos. Allí lo dejaron, y se marcharon por su camino.

Cuando no quedó ya nadie en el jardín, la joven, que en otro tiempo había muerto a consecuencia de una brizna de lino, y que por sus mejillas se parecía a las rosas blancas y a los jazmines, por sus cejas a las algarrobas en la rama y por su talle al surtidor de la fuente, se inclinó sobre el príncipe amortajado con los siete sudarios. Y cuando le hubo quitado el séptimo sudario, le dijo: "¿Cómo? ¿eres tú? ¡Conque tu pasión por las mujeres te ha llevado a dejarte amortajar con siete sudarios!"

Y el príncipe quedó lleno de confusión, y se mordió un dedo, y se lo arrancó de vergüenza. Y ella le dijo: "Pase por esta vez". "Y vivieron juntos, amándose y deleitándose"

Y al oír esta historia, el sultán Baibars dijo al capitán Gelal Al-Din: "¡Ualahi, ua telahi, me parece que esto es lo más admirable que he oído!".

Entonces avanzó entre las manos del sultán Baibars el décimo capitán de policía, que se llamaba Helal Al-Din, diciendo: "¡Tengo que contar una historia que es hermana mayor de las anteriores!"

Y dijo:

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Capítulo 0944: historia contada por el décimo capitán de policía

HISTORIA CONTADA POR EL DÉCIMO CAPITÁN DE POLICÍA[editar]

"Había una vez un rey que tenía un hijo llamado Mohammad. Y el tal hijo dijo un día a su padre: "Quiero casarme". Y su padre le contestó: "Está bien. Espera a que vaya tu madre a los harenes para ver las jóvenes casaderas que hay y hacer la petición en tu nombre". Pero el hijo del rey dijo: "No, padre mío; quiero buscar novia con mis propios ojos, viendo a la joven". Y el rey contestó: "Está bien".

Entonces montó el joven en su caballo, que era hermoso como un animal feérico, y salió de viaje.

Y al cabo de diez días de viajar, encontró a un hombre sentado en un campo y ocupado en cortar puerros, mientras su hija, una jovenzuela, los ataba. Y el príncipe, después de las zalemas, se sentó junto a ellos, y dijo a la joven: "¿Tienes un poco de agua?" Ella contestó: "La tengo". El dijo: "Dámela a beber". Y ella se levantó y le trajo el cantarillo. Y bebió él.

Y he aquí que le gustó la joven, y dijo al padre: "¡Oh jeique ¿me darás en matrimonio a esta hija tuya?" El jeique contestó: "Somos tus servidores". Y el príncipe le dijo: "Está bien, ¡oh jeique! Quédate aquí con tu hija, mientras yo regreso a mi país a buscar lo necesario para la boda, y vuelvo".

Y el príncipe Mohammad fué a ver a su padre, y le dijo: "¡Me he hecho novio de la hija del sultán de los puerros!" Y su padre le dijo: "¿Es que los puerros tienen ahora un sultán?"

El joven contestó:

"¡Sí, y quiero casarme con su hija!" Y el rey exclamó: "¡Loores a Alah, ¡oh hijo mío! que ha dado un sultán a los puerros!" Y añadió: "Ya que te gusta la hija, espera por lo menos a que vaya tu madre al país de los puerros para ver el puerro padre, y a la puerra madre, y a la puerra hija".

Y dijo el príncipe Mohammad: "Está bien".

Y su madre fué, pues, al país del padre de la joven, y se encontró con que la que su hijo le había dicho que era la hija del sultán de los puerros era una jovenzuela de todo punto encantadora y hecha verdaderamente para ser esposa de un hijo de rey. Y le plugo en extremo; y la besó, y le dijo: "¡Querida, soy la reina madre del príncipe a quien has visto, y vengo para casarte con él!" Y la joven dijo: "¿Cómo? ¿tu hijo es hijo del rey?" La reina contestó: "¡Sí, mi hijo es hijo del rey, y yo soy su madre!" Y la joven dijo: "Entonces no me casaré con él". La reina preguntó "¿Y por qué?" La joven le dijo: "¡Porque no me casaré más que con un hombre de oficio!"

Entonces la reina se marchó enfadada, y dijo a su esposo: "¡La joven del país de los puerros no quiere casarse con nuestro hijo!" El rey preguntó: "¿Por qué?". La reina dijo: "Porque no quiere casarse más que con un hombre que tenga en la mano un oficio. El rey dijo: "Tiene razón". Pero el príncipe cayó enfermo al saberlo.

Entonces el rey se levantó y mandó buscar a todos los jeiques de las corporaciones; y cuando estuvieron todos entre sus manos, dijo al primero, que era el jeique de los carpinteros: "¿En cuánto tiempo enseñarías tu oficio a mi hijo?". El otro contestó: "Nada más que en dos años, pero no en menos". El rey dijo: "Está bien. ¡Échate a un lado!". Luego se encaró con el segundo, que era el jeique de los herreros, y le dijo: "¿En cuánto tiempo enseñarías tu oficio a mi hijo?". El otro contestó: "Necesito un año, día tras día". El rey le dijo: "Está bien. ¡Échate a un lado!" Y de tal suerte interrogó a todos los jeiques de las corporaciones, que exigieron unos un año, otros dos, y otros tres o hasta cuatro años. Y no sabía el rey por cuál decidirse, cuando vió que detrás de todos alguien saltaba y se inclinaba, y hacía señas con los ojos y con el dedo alzado. Y le llamó, y le preguntó: "¿Por qué te estiras y te agachas?" El aludido contestó: "Para hacerme notar por nuestro amo el sultán, pues soy pobre, y los jeiques de las corporaciones no me han advertido de su llegada aquí. Y yo soy tejedor, y enseñaré mi oficio a tu hijo en una hora de tiempo".

Entonces el rey despidió a todos los jeiques de las corporaciones, y retuvo al tejedor, y le llevó seda de diferentes colores y un telar, y le dijo: "Enseña tu arte a mi hijo". Y el tejedor se encaró con el príncipe, que se había levantado, y le dijo: "¡Mira! yo no voy a decirte: "¡Hazlo de este modo, y hazlo de este otro!", no; yo te digo: "¡Abre tus ojos y observa! Y mira cómo van y vienen mis manos". Y en nada de tiempo el tejedor tejió un pañuelo, en tanto que el príncipe le miraba atentamente. Luego dijo a su aprendiz. "Acércate ahora y haz un pañuelo como éste". Y el príncipe se puso al telar, y tejió un pañuelo espléndido, dibujando en la trama el palacio y el jardín de su padre...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 0945: y cuando llego la 952ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 952ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y el príncipe se puso al telar, y tejió un pañuelo espléndido, dibujando en la trama el palacio y el jardín de su padre.

Y el hombre cogió los dos pañuelos y subió al aposento del rey y le dijo: "¿Cuál de estos dos pañuelos es obra mía y cuál es obra de tu hijo?". Y el rey, sin vacilar, mostró con el dedo el de su hijo, señalando el hermoso dibujo del palacio y del jardín, y dijo: "¡Este es obra tuya y el otro es también obra tuya!" Pero el tejedor exclamó: "Por los méritos de tus gloriosos antecesores, ¡oh rey! que el pañuelo más hermoso es obra de tu hijo, y éste, el feo, es obra mía".

Entonces el rey, maravillado, nombró al tejedor jeique de todos los jeiques de las corporaciones, y le despidió contento. Tras de lo cual dijo a su esposa: "Coge el pañuelo obra de nuestro hijo, y ve a enseñárselo a la hija del sultán de los puerros, diciéndole: "Mi hijo tiene el oficio de tejedor en seda".

Y la madre del príncipe cogió el pañuelo y fué a ver a la joven, y le enseñó el pañuelo, repitiéndole las palabras del rey. Y la joven se maravilló del pañuelo, y dijo: "Ahora me casaré con tu hijo".

Y los visires del rey cogieron al Kadí y fueron a hacer el contrato de matrimonio. Y se celebraron las bodas. Y el príncipe penetró en la jovenzuela del país de los puerros, y tuvo de ella hijos que todos llevaban en los muslos la marca del puerro. Y cada uno de ellos aprendió un oficio. Y vivieron todos contentos y prosperando.

¡Pero Alah es más sabio!"

Luego dijo el sultán Baibars: "Esa historia de la hija del sultán de los puerros me ha gustado por su hermosa moraleja. Pero ¿no hay entre vosotros nadie que tenga todavía que contarme algo?" Entonces avanzó otro capitán de policía, que era el undécimo, y se llamaba Salah Al-Din. Y después de besar la tierra entre las manos del sultán Baibars, dijo: "¡He aquí mi historia!"

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Capítulo 0946: historia contada por el undécimo capitán de policía

HISTORIA CONTADA POR EL UNDÉCIMO CAPITÁN DE POLICÍA[editar]

"Una vez le aconteció a un sultán que le naciera un hijo al mismo tiempo que una yegua de raza de las caballerizas reales echaba al mundo un potro. Y dijo el rey: "El potro que ha salido está escrito en la suerte de mi hijo recién nacido, y le pertenece en propiedad".

Cuando el niño se hizo mayor y avanzó en edad, murió su madre: y el mismo día murió la madre del potro.

Y pasaron los días, y el sultán se casó con otra mujer, a quien escogió entre las esclavas de palacio. Y llevaron al muchacho a la escuela, sin velar ya por él y sin quererle. Y cada vez que el huérfano de madre volvía de la escuela, entraba a ver a su caballo, le acariciaba, le daba de comer y de beber y le contaba sus penas y su abandono. Y he aquí que la esclava con quien el sultán se había casado tenía un amante que era un médico judío (¡maldito sea!). Y para entrevistarse se veían muy apurados ambos, precisamente a causa de la presencia de aquel huérfano de madre en el palacio. Y se preguntaron: "¿Qué hacer?" Y reflexionaron sobre el particular y decidieron envenenar al joven príncipe.

Por lo que a él respecta, cuando volvió de la escuela fué a ver a su caballo, como de ordinario. Y le encontró llorando. Y le dijo: acariciándole: "¿Por qué lloras, caballo mío?". Y el caballo le contestó: "Lloro porque vas a perder la vida". El príncipe preguntó: "¿Y quién quiere que pierda yo la vida?". El caballo contestó: "La mujer de tu padre y ese maldito médico judío". El príncipe preguntó: "¿Cómo es eso?" El caballo dijo: "Te han preparado un veneno que han extraído de la piel de un negro. Y te lo echarán en la comida. Ten cuidado de no probarla".

Y el caso es que, cuando el joven príncipe subió al aposento de la mujer de su padre, ella le puso delante la comida. Y él cogió la comida y a su vez la puso delante del gato de la mujer del rey, que maullaba por allí. Y antes de que pudiese impedirlo su ama, el gato se tragó la comida y murió inmediatamente. Y el príncipe se levantó y salió sin decir nada.

Y la mujer del rey y el judío se preguntaron: "¿Quién se lo ha podido decir?" Y se contestaron; "nadie, excepto su caballo". Entonces dijo la mujer: "Está bien". Y fingió ponerse mala, y el rey hizo ir al maldito judío, que era su médico, para que examinase a la reina. Y la examinó el judío, y dijo: "Su remedio consiste en un corazón de potro de una yegua de raza, de tal y cual color". Y dijo el rey: "No hay en mi reino más que un potro que reúna esas condiciones, y es el potro de mi hijo huérfano de madre". Y cuando el muchacho volvió de la escuela, le dijo su padre. "Tu tía la reina está enferma, y no hay para ella otro remedio que el corazón de tu potro hijo de la yegua de raza". El muchacho contestó: "No hay inconveniente. Pero ¡oh padre mío! todavía no he montado ni una sola vez en mi potro. Quisiera montarle antes, y en cuanto lo haga, le degollarán y le sacarán el corazón". Y dijo el rey: "Está bien". Y el joven príncipe montó en su caballo ante toda la corte, y le lanzó a galope por el meidán. Y galopando de tal suerte, desapareció a los ojos de los hombres. Y echaron a correr jinetes detrás de él, pero no le encontraron.

Y así llegó a otro reino que el de su padre, acercándose al jardín del rey de aquel reino. Y el caballo le dió un mechón de sus crines y un pedernal, y le dijo: "Si me necesitas, quema una de esas crines, y al punto estaré a tu lado. Ahora vale más que me retire, ante todo porque tengo que comer, y además, para no importunarte en tus encuentros con tu destino". Y se besaron y se separaron.

Y el joven príncipe fué en busca del jardinero mayor, y le dijo: "Soy extranjero aquí. ¿Me tomarás a tu servicio?" El jardinero le contestó: "Está bien. Precisamente necesito una persona que guíe al buey que da vueltas a la noria de regar". Y el joven príncipe fué a la noria y se puso a guiar al buey del jardinero.

Aquel día se paseaban por el jardín las hijas del rey, y la más joven vió al muchacho que guiaba al buey de la noria. Y el amor se albergó en su corazón. Y sin exteriorizar nada, dijo ella a sus hermanas: "Hermanas mías, hasta cuándo vamos a estar sin maridos? ¿Acaso nuestro padre quiere dejarnos agriar? Se nos va a revolver la sangre". Y sus hermanas le dijeron: "¡Es verdad! Vamos camino de agriarnos, y se nos va a revolver la sangre". Y se reunieron y fueron las siete en busca de su madre, y le dijeron: "¿Nos va a dejar agriarnos en su casa nuestro padre? Se nos va a revolver la sangre. ¿O va a buscarnos por fin maridos que impidan cosa tan terrible?".

Entonces la madre fué en busca del rey, y le habló en este sentido. Y el rey hizo pregonar públicamente que todos los jóvenes de la ciudad debían pasar por debajo de las ventanas del palacio, porque las princesas tenían que casarse. Y todos los jóvenes pasaron por debajo de las ventanas del palacio. Y cada vez que le gustaba uno a una de las hermanas, tiraba ella sobre él su pañuelo. Y de tal suerte encontraron esposo de su agrado seis de ellas, y se mostraron satisfechas.

Pero la hija pequeña no tiró su pañuelo sobre nadie. Y advirtieron de ello al rey, que dijo: "¿No queda nadie más en la ciudad?". Le contestaron: "No queda más que un muchacho pobre que da vueltas a la noria del jardín". Y dijo el rey: "A pesar de todo, es preciso que venga, aunque sé que no va a escogerlo mi hija". Y fueron a buscarle, y le llevaron debajo de las ventanas del palacio. Y he aquí que sobre él cayó recto el pañuelo de la joven. Y la casaron con él. Y el rey, padre de la joven, cayó enfermo de pena.

Y se congregaron los médicos y le recetaron, como régimen y remedio, que bebiera leche de osa contenida en un odre de piel de osa virgen. Y dijo el rey: "Fácil es. Tengo seis yernos que son heroicos jinetes, y no se parecen en nada al maldito del séptimo, que es el boyero de la noria. ¡Id a decirles que me traigan esa leche!".

Entonces los seis yernos del rey montaron en sus hermosos caballos y salieron en busca de la consabida leche de osa. Y el muchacho casado con la hija menor montó en un mulo cojo y salió también mientras se burlaba de él todo el mundo. Y cuando llegó a un paraje retirado, golpeó el pedernal y quemó uno de los pelos. Y apareció su caballo, y se besaron. Y el muchacho le pidió lo que tenía que pedirle.

Al cabo de cierto tiempo volvieron de su expedición los seis yernos del rey, llevando consigo un odre de piel de osa lleno de leche de osa. Y se lo entregaron a la reina, madre de sus esposas, diciéndole: "¡Lleva esto a nuestro tío el rey!". Y la reina llamó con las manos, y subieron los eunucos, y les dijo: "Dad esta leche a los médicos para que la examinen". Y los médicos examinaron la leche, y dijeron: "Es leche de osa vieja, y está en un odre de piel de osa vieja. Sólo nocivo puede ser para la salud del rey".

Y he aquí que de nuevo subieron los eunucos al aposento de la reina, y le entregaron otro odre, diciendo: "¡Este odre de leche nos lo acaba de entregar un adolescente que va a caballo y es más hermoso que el ángel Harut!". Y la reina les dijo: "Llévaselo a los médicos para que lo examinen". Y los médicos examinaron continente y contenido, y dijeron: "He aquí lo que buscábamos. Es leche de osa joven en una piel de osa virgen". Y se la dieron a beber al rey, que curó en aquella hora y en aquel instante, y dijo: "¿Quién ha traído este remedio?". Le contestaron: "Un adolescente que venía a caballo, y es más hermoso que el ángel Harut". El rey dijo: "Que vayan a entregarle de mi parte el anillo del reino y que le hagan sentarse en mi trono. Luego me levantaré y haré divorciarse a mi hija menor del mozo de la noria.

Y la casaré con ese adolescente que me ha hecho volver del país de la muerte". Y se ejecutaron sus órdenes.

Luego se levantó el rey y se vistió y fué a la sala del trono. Y cayó a los pies del hermoso adolescente sentado en el trono, y se los besó. Y vió junto a él a su hija menor sonriendo. Y le dijo: "¡Bien, hija mía! ¡Ya veo que te has divorciado del mozo de la noria, y que has fijado libremente tu elección en este adolescente, que es más hermoso que el ángel Harut". Y ella le dijo: "Padre mío, el mozo de la noria, el adolescente que te ha traído la leche de osa virgen y el que ahora está sentado en el trono del reino no son más que una sola y misma persona".

Y el rey quedó asombrado al oír estas palabras, y se encaró con el adolescente real, y le preguntó: "¿Es verdad lo que dice?". El interpelado contestó: "¡Sí, es verdad! ¡Y si no me quieres por yerno, fácil es remediarlo, porque tu hija todavía está virgen!". Y el rey le besó y le estrechó contra su corazón. Luego hizo celebrar sus nupcias con la joven. Y al llegar la penetración, el adolescente se portó tan bien, que impidió para siempre a su joven esposa agriarse y tener la sangre revuelta.

Tras de lo cual regresó con ella al reino de su padre a la cabeza de un ejército numeroso. Y se encontró con que su padre había muerto, y que la mujer de su padre dirigía los asuntos de reino, de acuerdo con aquel maldito médico judío. Entonces los hizo prender a ambos, y los empaló encima de una hoguera. Y se consumieron en el palo. ¡Y se acabó lo concerniente a ellos!

¡Loores a Alah, que vive sin consumirse nunca!".

Y el sultán Baibars, al oír esta historia del capitán Salah Al-Din, dijo: "¡Qué lástima que no quede ya nadie que me cuente historias parecidas a ésta!". Entonces avanzó el duodécimo capitán de policía, llamado Nassr Al-Din, quien, tras de los homenajes al sultán Baibars, dijo: "Yo no he dicho nada todavía, ¡oh rey del tiempo! ¡Y por cierto que después de mí nadie dirá ya nada, porque nada habrá que decir ya!". Y Baibars se puso contento, y dijo: "¡Da lo que tienes!". Entonces dijo el capitán:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0947: historia contada por el duodécimo capitán de policía

HISTORIA CONTADA POR EL DUODÉCIMO CAPITÁN DE POLICÍA[editar]

"Se cuenta -pero ¿hay otra ciencia que la de Alah?- que había en la tierra un rey. Y este rey estaba casado con una reina estéril. Un día fué a ver al rey un maghrebín, y le dijo: "Si te doy un remedio para que tu mujer conciba y para cuando quiera ¿me darás tu primer hijo?" Y el rey contestó: "Está bien, te lo daré". Entonces el maghrebín dió al rey dos confites, uno verde y otro rojo, y le dijo: "Tú te comerás el verde, y tu mujer se comerá el rojo. Y Alah hará lo demás". Luego se marchó.

Y el rey se comió el confite verde, y dió el confite rojo a su mujer, que se lo comió. Y quedó encinta y parió un hijo, al que llamaron Mahomed (¡sea la bendición con este nombre!). Y el niño empezó a crecer y a desarrollarse, inteligente en las ciencias y dotado de hermosa voz.

Después la reina parió un segundo hijo, al que llamaron Alí, y que empezó a criarse torpe e inhábil para todo. Tras de lo cual aún quedó ella encinta, y parió un tercer hijo, llamado Mahmud, que empezó a crecer y a desarrollarse idiota y estúpido.

Al cabo de diez años, el maghrebín fué a ver al rey y le dijo: "Dame a mi hijo". Y dijo el rey: "Está bien". Y fué al aposento de su esposa, y le dijo: "Ha venido el maghrebín a pedirnos nuestro hijo mayor". Y ella contestó: "¡Jamás! Démosle a Alí el torpe". Y dijo el rey: "Está bien". Y llamó a Alí el torpe, le cogió de la mano, y se lo dió al maghrebín, que se lo llevó y se fué.

Y anduvo con él por los caminos, en medio del calor, hasta mediodía. Luego le preguntó: "¿No tienes hambre ni sed?". Y el muchacho contestó: "¡Por Alah, vaya una pregunta! ¿Cómo quieres que después de media jornada pasada sin comer ni beber, no tenga hambre ni sed?". Entonces el maghrebín hizo: "¡Hum!". Y cogió al chico de la mano y se lo llevó a su padre, diciéndole: "Este no es mi hijo". Y el rey le preguntó "¿Y cuál es tu hijo?". El otro contestó: "Déjamelos ver a los tres y yo cogeré a mi hijo". Entonces el rey llamó a sus tres hijos. Y el maghrebín extendió la mano y cogió a Mahomed, el mayor, que era precisamente el inteligente, el dotado de hermosa voz. Luego se marchó.

Y caminó con él media jornada, y le dijo: "¿Tienes hambre? ¿Tienes sed?". Y el Avispado contestó: "Si tú tienes hambre o sed, yo también tendré hambre y sed". Y el maghrebín le besó, y le dijo: "Muy bien dicho, Avispado. Verdaderamente, eres mi hijo".

Y le condujo a su país, en el fondo del Maghreb, y le hizo entrar en un jardín, donde le dió de comer y de beber. Tras de lo cual le llevó un libro mágico, y le dijo: "Lee en este libro". Y el muchacho cogió el libro y lo abrió; pero no supo descifrar ni una palabra siquiera. Y el maghrebín se enfadó, y le dijo: "¿Cómo? ¿eres mi hijo, y no sabes descifrar este libro mágico? Por Gogg y Magogg, y por el fuego de los astros giratorios, que como en un mes de treinta días no te sepas de memoria este libro entero, te cortaré el brazo derecho" Luego le dejó y salió del jardín.

Y el muchacho cogió el libro y se aplicó en su lectura durante veintinueve días. Pero, al cabo de este tiempo, aún no sabía cómo había que ponerlo para leerlo. Entonces se dijo: "Ya que no me queda más que un día, muerto por muerto voy a ir a pasearme al jardín antes que continuar agujereándome los ojos sobre este libro mágico".

Y se adelantó profundamente entre los árboles del jardín, y de pronto vió delante de él a una joven colgada por los cabellos. Y se apresuró a liberarla. Y ella le besó, y le dijo: "Soy una princesa caída en poder de ese maghrebín. Y me ha colgado porque no me he aprendido de memoria el libro mágico". Entonces dijo él: "También yo soy hijo de rey. Y el maghrebín me ha dado el libro mágico para que me lo aprenda de memoria en treinta días; y no falta para mi muerte más que el día de mañana". Y dijo la joven: "Voy a enseñarte el libro mágico; pero, cuando venga el maghrebín, dile que no te lo has aprendido".

"Acto seguido sentóse ella al lado de él, le besó mucho y le enseñó el libro mágico...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0948: pero cuando llego la 953ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 953ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"… Acto seguido, sentóse ella al lado de él, le besó mucho y le enseñó el libro mágico. Luego le dijo: "Es preciso que me cuelgues como estaba". Y él obedeció: Y llegó el maghrebín al final del trigésimo día, y dijo al muchacho: "Recita el libro mágico". El chico contestó: "¿Cómo voy a recitarlo si no he descifrado ni una palabra?" Y el maghrebín al punto le cortó el brazo derecho, y le dijo: "Todavía tienes un plazo de treinta días. Si al cabo de ese tiempo no te sabes el libro mágico, haré volar tu cabeza". Luego se marchó.

Y el muchacho fué en busca de la joven por entre los árboles, llevando en su mano izquierda su brazo derecho cortado. Y la libertó. Y ella le dijo: "Aquí tiene tres hojas de una planta que he encontrado, mientras el maghrebín la está buscando desde hace cuarenta años a fin de completar su conocimiento de los capítulos de la magia. Aplícatelas en los muñones de tu brazo, y sanará". Y así lo hizo el muchacho. Y se le quedó el brazo como estaba antes.

Hecho lo cual, la joven frotó otra hoja, leyendo el libro mágico. Y al instante salieron de la tierra dos camellos de carrera, y se arrodillaron para recibirlos. Y dijo ella al muchacho: "Volvamos cada cual a casa de nuestros padres. ¡Después irás tu al palacio de mi padre, que está en tal paraje y en tal país, a pedirme en matrimonio!".

Y le besó amablemente. Y tras de su recíproca promesa, cada cual se marchó por su lado.

Y Mahomed llegó a casa de sus padres al galope formidable de su camello. Pero no les dijo nada de lo que le había sucedido. Solamente entregó el camello al eunuco mayor, diciéndole: "Ve a venderle en el mercado de las acémilas; pero ten cuidado de no vender la cuerda que lleva al hocico". Y el eunuco cogió al camello por la cuerda, y fué al mercado de las acémilas.

Entonces se presentó un vendedor de haschisch que quiso comprar el camello. Y tras de largos debates y regateos, se lo compró al eunuco por un precio muy módico, pues generalmente los eunucos no conocen el oficio de la venta y de la compra. Y para rematar el negocio, le vendió con la cuerda.

Y el vendedor de haschisch llevó al camello ante su tienda, y lo dejó admirar por sus clientes acostumbrados, los comedores de haschisch. Y fué en busca de un cubo de agua para dar de beber al camello, poniéndoselo delante, en tanto que los haschachín miraban, riendo hasta el fondo del gaznate. Y el camello metió sus dos patas delanteras en el cubo. Y entonces el vendedor de haschisch le pegó, gritándole: "Recula, ¡oh alcahuete!". Y al oír esto, el camello levantó sus otras dos patas, y se sumergió de cabeza en el agua del cubo, y no volvió a aparecer.

Al ver aquello, el vendedor de haschisch se golpeó las manos una contra otra y se puso a gritar: "¡Oh musulmanes! ¡socorro! ¡que el camello se ha ahogado en el cubo! ". Y mientras gritaba así, mostraba la cuerda que se le había quedado en las manos.

Y se reunió gente de todos los puntos del zoco, y le dijeron: "Cállate, ¡oh hombre! ¡estás loco! ¿Cómo va a ahogarse un camello en un cubo?" El vendedor de haschisch le contestó: "¡Marchaos! ¿Qué hacéis aquí? Os digo que se ha ahogado de cabeza en el cubo. ¡Y aquí está su cuerda, que se me ha quedado en las manos! Preguntad a los honorables que están sentados en mi casa, a ver si digo la verdad o si miento". Pero los mercaderes sensatos del zoco le dijeron: "Tú y los que están en tu casa no sois más que haschachín sin crédito".

Mientras disputaban de tal suerte, el maghrebín, que había advertido la desaparición del príncipe y de la princesa, fué presa de un furor sin límites, y se mordió un dedo y se lo arrancó, diciendo: "¡Por Gogg y por Magogg, y por el fuego de los astros giratorios, que los atraparé, aunque estén en la séptima tierra!". Y corrió primero a la ciudad del Avispado; y entró precisamente en el fragor de la disputa entre los haschachín y las gentes del zoco. Y oyó hablar de cuerda y de camello y de cubo que había servido de mar y de tumba; y se acercó al vendedor de haschisch y le dijo: "¡Oh padre! ¡si has perdido tu camello, estoy dispuesto a indemnizarte de él, por Alah! Dame lo que de él te queda, o sea esa cuerda, y te daré lo que te ha costado, más cien dinares de propina para ti". Y quedó ultimado el trato en aquella hora y en aquel instante. Y el maghrebín cogió la cuerda del camello, y se marchó, saltando de alegría.

Y he aquí que aquella cuerda tenía el poder de atraer. Y el maghrebín no necesitó más que mostrársela de lejos al joven príncipe, para que éste fuese al punto por sí mismo a engancharse la cuerda a su propia nariz. Y en seguida quedó convertido en camello de carrera, y se arrodilló ante el maghrebín, que se le montó al lomo.

Y el maghrebín le guió en dirección a la ciudad donde habitaba la princesa. Y pronto llegaron al pie de los muros del jardín que rodeaba el palacio del padre de la joven. Pero en el momento en que el maghrebín manejaba la cuerda para que se arrodillase el camello y apearse, el Avispado pudo atrapar la cuerda con los dientes, y la cortó por la mitad. Y el poder que tenía la cuerda se destruyó con aquel corte.

Y el Avispado, para escapar del maghrebín, se convirtió en una granada grande, y bajo aquella forma, fué a colgarse de un granado en flor. Entonces el maghrebín entró a ver al sultán, padre de la princesa, y después de las zalemas y cumplimientos, le dijo: "!Oh rey del tiempo! vengo a pedirte una granada, porque la hija de mi tío está encinta, y su alma desea vivamente una granada. Y ya sabes el pecado que se comete al no satisfacer los antojos de una mujer encinta". Y el rey se asombró de la petición, y contestó: "¡Oh hombre! la estación actual no es la estación de las granadas, y los granados de mi jardín no han florecido hasta ayer". El maghrebín dijo: "Oh rey del tiempo! ¡si no hay granadas en tu jardín córtame la cabeza!".

Entonces el rey llamó a su jardinero mayor, y le preguntó: "¿Es verdad ¡oh jardinero! que hay ya granadas en mi jardín?". Y el jardinero contestó: "¡Oh mi señor! ¿es la estación de las granadas la estación actual?". Y el rey se encaró con el maghrebín, y le dijo: "Vaya, has perdido la cabeza...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0949: pero cuando llego la 954ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 954ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y el rey se encaró con el maghrebín, y le dijo: "Vaya, has perdido la cabeza". Pero el maghrebín contestó: "¡Oh rey! antes de hacer volar mi cabeza, da al jardinero orden de que vaya a mirar los granados". Y dijo el rey: "Está bien". E hizo una seña al jardinero para que fuera a ver en los árboles si había o no granadas tempranas. Y el jardinero bajó al jardín, y en un granado vió una granada tan gorda que no tenía igual entre todas las granadas conocidas. Y la cogió, y fué a llevársela al rey.

Y el rey cogió la granada y se asombró prodigiosamente; y no supo si guardarla para sí o entregársela a aquel hombre que la reclamaba para su mujer, atormentada por los antojos propios del embarazo.

Y dijo al visir: "¡Oh visir mío! ¡quisiera comerme esta granada tan hermosa! ¿Qué te parece?" Y el visir le contestó: "¡Oh rey! si no se hubiese encontrado la granada, ¿no habrías cortado la cabeza al maghrebín?". El rey dijo: "¡Claro que sí!" Y el visir dijo: "Entonces, la granada le pertenece por derecho".

Y el rey entregó por su propia mano la granada al maghrebín, pero, en cuanto la tocó el maghrebín, la granada estalló, y todos los granos saltaron y se esparcieron en todas las direcciones. Y el maghrebín se dedicó a recogerlos uno a uno hasta el último, que había caído en un agujerito, al pie del trono del rey. En aquel grano se escondía la vida de Mahomed el Avispado. Y el maghrebín estiró el cuello hacia aquel grano, y tendió la mano para cogerlo y aplastarlo. Pero de pronto salió del grano un puñal, y clavó su hoja cuan larga era en el corazón del maghrebín. Y murió éste al instante, escupiendo con su sangre su alma descreída.

Y el joven príncipe Mahomed apareció con su hermosura, y besó la tierra entre las manos del rey. Y en aquel preciso momento entró la joven, y dijo: "He aquí al joven que desató del árbol mis cabellos cuando estaba yo colgada". Y dijo el rey: "Ya que este joven es quien te ha desatado, no puedes dejar de casarte con él". Y dijo la joven: "Está bien". Y se celebró su boda como era debido. Y su noche fué bendita entre todas las noches.

Y desde entonces vivieron juntos, contentos y prosperando, y tuvieron una descendencia de hijos e hijas. Y se acabó.

"¡Gloria al Solo, al único que no tiene fin ni principio!".

Así habló el duodécimo capitán de policía, que se llamaba Nassr Al-Din. Y era el último. Y el sultán Baibars se tambaleó al oír el relato; y su contento llegó a los límites extremos. Y para demostrar a sus capitanes de policía el gusto que sentía, les nombró a todos chambelanes de palacio, con emolumentos de mil dinares al mes por cuenta del tesoro del reino. Y los tuvo como compañeros de copa, y no se separó de ellos ni en tiempo de guerra ni en tiempo de paz. Sea con todos ellos la misericordia del Altísimo!

Después Schehrazada sonrió y se calló. Y el rey Schahriar le dijo: "¡Oh Schehrazada! ¡qué cortas son ahora las noches, que no me permiten escuchar por más tiempo las palabras de tu boca!". Y dijo Schehrazada: "Sí, ¡oh rey! Pero creo que, a pesar de todo, esta noche todavía puedo, siempre que me lo permitas, contarte una historia que deja muy atrás a todas las que has oído". Y el rey Schahriar dijo: "Claro que puedes comenzar, Schehrazada, pues no dudo de que la historia sea admirable".

Entonces dijo Schehrazada:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0950: historia de la rosa marina y de la joven china

HISTORIA DE LA ROSA MARINA Y DE LA JOVEN CHINA[editar]

Cuentan ¡oh rey del tiempo! que, en un reino entre los reinos del Scharkistán -¡pero Alah el Exaltado es más sabio!- había un rey llamado Zein El-Muluk, célebre en los horizontes, y hermano de los leones en bravura y generosidad. Joven aún, había tenido ya dos hijos dotados de cualidades, cuando, por efecto de la bendición de su Señor y de la bondad del Repartidor, le nació un tercer hijo, niño insigne, cuya belleza disipaba las tinieblas, como una luna de catorce noches. Y a medida que aumentaban sus tiernos años, sus ojos, copas de embriaguez, turbaban a los más cuerdos con los dulces destellos de sus miradas; cada una de sus pestañas brillaba como la hoja curva de un puñal; los bucles de sus cabellos de almizcle negro mareaban los corazones como el nardo; sus mejillas estaban lozanas, sin afeites, y daban vergüenza en todos sentidos a las mejillas de las vírgenes; sus sonrisas tentadoras eran dardos: su porte era noble y delicado a la vez; la comisura izquierda de sus labios estaba adornada de una manchita redondeada con arte; y su pecho blanco y liso era como una tableta de cristal, y albergaba un corazón despierto y arrojado.

Y el rey Zein El-Muluk, en el límite de la dicha, hizo ir a adivinos y astrólogos para que sacasen el horóscopo de aquel niño. Y éstos agitaron la arena, y trazaron las figuras astrológicas, y pronunciaron las fórmulas principales de la adivinación. Tras de lo cual dijeron al rey: "La suerte de este niño es fausta y su estrella le asegura una dicha infinita. Pero también está escrito en su destino que si tú, su padre, llegas a mirarle en la época de su adolescencia, perderás la vista al punto".

Al oír este discurso de los adivinos y de los astrólogos, el mundo se ennegreció ante el rostro del rey. Y mandó retirar de su presencia al niño, y ordenó a su visir que le llevara, así como a su madre, a un palacio alejado, de modo que jamás pudiese encontrarle en su camino. Y el visir contestó con el oído y la obediencia, y ejecutó puntualmente la orden de su amo.

Y pasaron años y años. Y el hermoso vástago del jardín del sultanato, que había recibido de su madre cuidados de una delicadeza perfecta, verdeó de salud, de virtud y de belleza.

Pero como jamás puede borrarse lo escrito por el Destino, el joven príncipe Nurgihán montó un día en su corcel y se lanzó al bosque de caza. Y el rey Zein El-Muluk también había salido aquel día a cazar gamos. Y quiso la fatalidad que, no obstante toda la inmensidad de aquella selva, pasara él junto a su hijo. Y sin reconocerle, se posó en el joven su mirada. Y al instante desapareció de sus ojos la facultad de ver. Y el rey hubo de tornarse prisionero del reino de la noche. Y comprendiendo entonces que su ceguera se debía al encuentro con el joven jinete, y que aquel joven jinete no podía ser más que su hijo, dijo llorando: "De ordinario los ojos del padre que mira a su hijo se tornan más luminosos. Pero los míos han cegado para siempre por voluntad de la suerte".

Tras de lo cual hizo convocar en su palacio a los médicos más eminentes del siglo, y a los que en el saber superaban a Ibn-Sina, y los consultó acerca del modo de curar su ceguera. Y todos, después de concertarse e interrogarse, convinieron en declarar al rey que aquella ceguera no era curable por los procedimientos ordinarios. Y añadieron: "El único remedio que te queda para recobrar la vista es tan difícil de obtenerse, que resulta preferible no pensar en él siquiera. Porque se trata de la rosa marina cultivada por la joven de China ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0951: pero cuando llego la 955ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 955ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Porque se trata de la rosa marina cultivada por la joven de China".

Y explicaron al rey que, en el lejano interior del país de China, había una princesa, hija del rey Firuz-Schah, que en su jardín tenía el único arbusto de aquella rosa marina conocido, cuya virtud curaba los ojos y devolvía la vista, incluso a los ciegos de nacimiento.

Y el rey Zein El-Muluk, al oír estas palabras de sus médicos, hizo proclamar por los pregoneros, en todo su reino, que quien le llevara la rosa marina de la joven de China tendría en recompensa la mitad de su Imperio. Y luego aguardó el resultado, llorando como Jacob, consumiéndose como Job y empapándose en la sangre de su corazón separado en dos lóbulos.

Y he aquí que, entre los que partieron para el país de China en busca de la rosa marina, estaban los dos hijos mayores de Zein El-Muluk. Y también partió el joven príncipe Nurgihán. Porque habíase dicho: "Voy a probar en la piedra de toque del peligro, el oro de mi destino. Y ya que soy el causante involuntario de la ceguera de mi padre; justo es que por curarle exponga mi vida".

Y el príncipe Nurgihán, aquel sol del cuarto cielo, montó en su corcel, ágil como el viento, a la hora en que la luna, viajera montada en el negro palafrén de la noche, había vuelto las riendas hacia Oriente.

Y viajó durante días y meses, atravesando llanuras y desiertos, y soledades donde no había otra presencia que la de Alah y la de la hierba salvaje. Y acabó por llegar a una selva sin límites, más negra que el espíritu del ignorante, y tan oscura, que no se podía en ella distinguir la noche del día ni ver la diferencia entre lo blanco y lo negro. Y Nurgihán, cuyo brillante rostro iluminaba por sí solo las tinieblas; avanzaba con corazón de acero por aquella selva de árboles que, en ciertos parajes, ostentaban, a manera de frutos, cabezas de seres animados que se ponían a bromear y a reír y caían al suelo, en tanto que, en otras ramas, se abrían crujiendo unas frutas que parecían pucheros de barro, y dejaban escapar de su cavidad pájaros con ojos de oro.

Y he aquí que de pronto se encontró frente a frente con un viejo genni, semejante a una montaña, sentado en el tronco de un enorme algarrobo. Y le abordó con la zalema, e hizo salir de la caja de rubíes de su boca algunas palabras que se asimilaron al espíritu del genni como el azúcar a la leche. Y el genni, conmovido por la hermosura de aquella tierna planta del jardín de la elevación, le invitó a descansar junto a él. Y Nurgihán se apeó del caballo, y tomó de su alforja un pastel de manteca derretida con azúcar y harina flor, y se lo ofreció, en prueba de amistad, al genni, que lo aceptó y sólo tuvo con ello para un bocado. Y quedó tan satisfecho de aquel alimento, que saltó de alegría, y dijo: "Este alimento de los hijos de Adán me da más gusto que si me hubiesen regalado el azufre rojo que sirve de piedra al anillo de nuestro señor Soleimán. Y estoy tan entusiasmado, ¡por Alah! que si cada pelo mío se convirtiera en cien mil lenguas, y cada una de esas lenguas se dedicara a alabarte, aún no expresaría yo la gratitud que por ti siento. Pídeme, pues, en cambio, cuanto quieras, y lo cumpliré sin tardanza. De no hacerlo así, mi corazón parecería un plato que cayera desde lo alto de una terraza y se rompiera en añicos".

Y Nurgihán dió gracias al genni por sus amables palabras, y le dijo: "¡Oh jefe de los genn y corona suya! ¡oh guardián celoso de esta selva! puesto que me permites formular un deseo, helo aquí. Sencillamente pídote que me hagas llegar sin tardanza ni dilación, al reino del rey Firuz-Schah, donde cuento con coger la rosa marina de la joven de China".

Al oír estas palabras, el genni guardián de la selva lanzó un frío suspiro, se golpeó la cabeza a dos manos, y perdió el conocimiento. Y Nurgihán le prodigó los cuidados más delicados; pero, al ver que no daban resultado, le puso en la boca otro pastel de manteca derretida con azúcar y harina en flor. Y al punto recuperó la sensibilidad el genni, que salió de su desmayo, y conmovido todavía por el pastel y la demanda, dijo al joven príncipe: "¡Oh mi señor! la rosa marina de que hablas, y cuya dueña es una joven princesa de China, está guardada por genn aéreos que día y noche se dedican a impedir que ningún pájaro vuele en torno a ella, que no deterioren su corola las gotas de lluvia y que el sol no la queme con su lumbre. Por tanto, no veo manera de arreglarme, una vez que te haya transportado al jardín donde ella vive, para burlar la vigilancia de esos guardianes aéreos que están enamorados de ella. ¡En verdad que mi perplejidad es una perplejidad grande! Pero dame ya otro de esos excelentes pasteles que tanto bien me han hecho. Y quizás sus cualidades ayuden a mi cerebro a dar con la coyuntura que anhelo. Porque es preciso que cumpla mi promesa para contigo, haciéndote lograr la rosa de tus deseos".

Y el príncipe Nurgihán se apresuró a dar el pastel consabido al genni guardián de la selva, quien, tras de hacerlo desaparecer en el abismo de su gaznate, hundió su cabeza en su capucha de la reflexión. Y de repente alzó la cabeza, y dijo: "El pastel ha surtido efecto. Móntate en mi brazo y emprendamos vuelo hacia la China. Porque ya he dado con el medio de burlar la vigilancia de los guardianes aéreos de la rosa. Y consiste en arrojarles uno de esos asombrosos pasteles de manteca derretida con azúcar y harina de flor".

Y el príncipe Nurgihán, que empezó por inquietarse al ver que se desmayaba el genni de la selva, se tranquilizó y holgó; y reverdeció como el jardín y floreció como el botón de rosa. Y contestó: "No hay inconveniente".

Entonces el genni de la selva acomodó al príncipe en su brazo izquierdo y se puso en camino, con dirección al país de la China, resguardando de los rayos del sol al hijo de Adán con su brazo derecho. Y devorando en su vuelo la distancia, de aquel modo llegó sin contratiempo, gracias a la seguridad, encima de la capital del país de China. Y soltó dulcemente al príncipe a la entrada de un jardín maravilloso, que no era otro que el jardín donde vivía la rosa marina. Y le dijo: "Puedes entrar con el corazón tranquilo, porque voy a distraer a los guardianes de la rosa con el pastel que me has dado para ellos. Luego me encontrarás esperándote aquí mismo, dispuesto a conducirte adonde quieras".

Y acto seguido el hermoso Nurgihán dejó a su amigo el genni y penetró en el jardín. Y vió que aquel jardín, fragmento destacado del alto paraíso, surgía ante sus ojos tan hermoso como un crepúsculo granate...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0952: pero cuando llego la 956ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 956ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

". . . Y vió que aquel jardín, fragmento destacado del alto paraíso, surgía ante sus ojos tan hermoso como un crepúsculo granate. Y en medio de aquel jardín había un anchuroso pilón de agua de rosas hasta los bordes. Y en el centro de aquel pilón precioso se alzaba, única en su tallo, una flor de color rojo de fuego muy abierta. Y era la rosa marina. ¡Oh! ¡qué admirable era! Sólo el ruiseñor podría hacer su verdadera descripción.

Y el príncipe Nurgihán, maravillado de su hermosura y embriagado con su olor, comprendió, desde luego, que una rosa semejante debía estar dotada de las más milagrosas virtudes. Y sin vacilar, se quitó sus vestidos, entró en el agua perfumada, y fué a arrancar el rosal entero con su única flor.

Luego, enriquecido con aquella delicada carga, el jovenzuelo volvió al borde del pilón, se secó y se vistió a la sombra de los árboles, y ocultó la planta bajo su manto, mientras las aves, escondidas en los cañaverales, contaban en su lenguaje a los arroyos el robo de la rosa milagrosa y de su arbolillo.

Pero no quiso él alejarse de aquel jardín sin haber visitado el encantador pabellón que se erguía a orillas del agua, y que estaba enteramente construido con cornalinas del Yemen. Y avanzó por el lado de aquel pabellón, y entró en él denodadamente. Y se encontró en una sala de la más armoniosa arquitectura, decorada con un arte perfecto y de hermosas proporciones. Y en medio de aquella sala había un lecho de marfil enriquecido de pedrerías alrededor del cual caían cortinas bordadas hábilmente. Y Nurgihán, sin vacilar, se dirigió al lecho, entreabrió las cortinas, y se quedó inmóvil de admiración al ver, acostada en los cojines, a una delicada jovenzuela, sin otro traje ni ornamento que su propia belleza. Y estaba sumida en un profundo sueño, sin sospechar que, por primera vez en su vida, unos ojos humanos la contemplaban sin el velo del misterio. Y sus cabellos aparecían en desorden; y su manita regordeta, con cinco hoyuelos, se posaba perezosamente en su frente. Y la negrura de la noche habíase refugiado en su cabellera color de almizcle, mientras las hermanas de las Pléyades se ocultaban detrás del velo de las nubes al ver el rosario luminoso de sus dientes.

Y el espectáculo de la belleza de aquella jovenzuela de China, que se llamaba Cara de Lirio, produjo tanto efecto en el príncipe Nurgihán, que se cayó privado de sentido. Pero no tardó en recobrar el conocimiento, y lanzando un profundo suspiro, se acercó a la almohada de la hermosa que le hechizaba, y no pudo por menos de recitar estos versos:

¡Cuando duermes en la púrpura, tu faz clara es como la aurora, y tus ojos cual los cielos marinos!
¡Cuando tu cuerpo, vestido de narcisos y de rosas, se pone de pie y se alarga estirado, no le igualaría la palmera que crece en Arabia!
¡Cuando tus finos cabellos, donde arden pedrerías, caen a plomo o se despliegan ligeros, ninguna seda valdría lo que su trama natural!

Tras de lo cual, queriendo dejar a la bella durmiente un indicio de su entrada en aquel lugar, le puso al dedo un anillo que llevaba, y le quitó del suyo la sortija que llevaba ella poniéndosela en su propio dedo. Y salió entonces del pabellón, sin despertarla, recitando estos versos:

¡Abandono este jardín llevando en mi corazón, como el tulipán sangriento, la herida del amor!
¡Desgraciado el que sale del jardín del mundo sin llevarse ninguna flor en la orla de su traje!

Y fué en busca del genni guardián de la selva, que le esperaba a la puerta del jardín, y le rogó que le transportara sin tardanza al reino del rey Zein El-Muluk, al Scharkistán. Y el genni contestó: "¡Oír es obedecer! ¡Pero no sin que antes me hayas dado otro pastel!" Y Nurgihán le dió el último pastel que le quedaba ya. Y al punto le tomó el genni en su brazo izquierdo, y partió con él, en carrera aérea, hacia el Scharkistán.

Y llegaron sin contratiempo al reino del rey ciego Zein El-Muluk. Y cuando aterrizaron, dijo el genni al hermoso Nurgihán: "¡Oh capital de mi vida y de mi alegría! no quiero abandonarte sin dejarte una prueba de mi abnegación. Toma este mechón de pelo que acabo de arrancarme de la barba para ti. Y cada vez que necesites de mí, no tendrás más que quemar uno de estos pelos. Y estaré inmediatamente entre tus manos". Y tras de hablar así, el genni besó la mano que le había alimentado, y se fué por su camino.

En cuanto a Nurgihán, se apresuró a subir al palacio de su padre, después de pedir audiencia y anunciar que llevaba la curación. Y cuando fué introducido a presencia del rey ciego, sacó de debajo de su manto la planta milagrosa, y se la entregó. Y no bien se acercó el rey a los ojos la rosa marina, de un olor y una hermosura que transportaban el alma de los espectadores, sus ojos se tornaron, en aquella hora y en aquel instante, luminosos como estrellas.

Entonces, en el límite de la alegría y de la gratitud, el rey besó en la frente a su hijo Nurgihán y le estrechó contra su pecho, manifestándole la más viva ternura. Y mandó publicar por todo el reino que para en adelante repartía el Imperio entre él y su hijo menor Nurgihán. Y dió las órdenes necesarias para que, durante un año entero, se celebrasen fiestas que tuviesen abierta para todos sus súbditos, ricos y pobres, la puerta de la alegría y del placer, y cerrada la de la tristeza y de la pena.

Después, Nurgihán, convertido en el preferido de su padre, que en lo sucesivo podría mirarle sin peligro de perder la vista, pensó en transplantar la rosa marina para que no muriese. Y a tal fin recurrió al genni de la selva, a quien llamó quemando uno de los pelos de la barba. Y el genni le construyó, en el espacio de una noche, un estanque de una profundidad de dos picas, con argamasa de oro puro y cimientos de pedrerías. Y Nurgihán se apresuró a plantar la rosa en medio de aquel estanque. Y fué un encanto para los ojos y un bálsamo para el olfato...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0953: pero cuando llego la 957ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 957ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y fué un encanto para los ojos y un bálsamo para el olfato. Sin embargo, a pesar de la curación del rey, los dos hijos mayores, que se habían vuelto con la nariz alargada, pretendieron que aquella rosa marina no estaba dotada de virtudes milagrosas, y que el rey había recobrado la vista sólo merced a la hechicería y a la intervención, en aquel asunto, del demonio lapidado.

Pero su padre el rey, furioso por sus alegatos y descontento de su falta de discernimiento, los reunió en presencia de su hermano Nurgihán, y les pronunció un discurso severo, y les dijo: "¿Por qué dudáis del efecto de esta rosa en mi vista? Entonces, ¿no creéis que Alah el Altísimo pueda poner la curación en el corazón de una rosa, cuando puede hacer de una mujer un hombre y de un hombre una mujer? Escuchad, por cierto, ahora que viene a punto, lo que le sucedió a la hija de un rey de la India". Y dijo:

"En la antigüedad del tiempo, había un rey de la India que poseía en su harén cien mujeres hermosas y jóvenes, cogidas entre millares de jovenzuelas que no tenían igual en los palacios de los reyes. Pero ninguna concebía de él ni paría. Y aquello tenía triste y apenado al rey de la India, que ya estaba viejo y encorvado por la edad. Pero al fin, por obra de la omnipotencia de Alah, la más joven de las esposas del rey se quedó encinta, y después de nueve meses, echó al mundo una hija muy hermosa y de un aspecto verdaderamente feérico. Y su madre, por temor a que el rey se apenara al ver que no tenía un hijo varón, hizo correr el rumor de que la niña recién nacida era un niño. Y se puso de acuerdo con los astrólogos para hacer creer al rey que no convenía viese aquel niño antes de los diez años. "Cuando la pequeña, que crecía en belleza, llegó a la edad en que su padre podía verla por fin, su madre le hizo las recomendaciones necesarias y le explicó cómo debía conducirse para hacerse pasar por un muchacho. Y la chiquilla, a quien Alah había dotado de listeza y de inteligencia, comprendió perfectamente las instrucciones de su madre, y se amoldó a ellas en toda ocasión. E iba y venía por los aposentos reales vestida de chico y comportándose como si fuese realmente del sexo masculino.

"Y su padre el rey, de día en día se regocijaba de la hermosura del niño, a quien creía varón. Y cuando aquel presunto hijo alcanzó la edad de quince años, el rey decidió casarle con una princesa hija de un rey vecino. Y se concertó el matrimonio.

"Y cuando llegó el término fijado, el rey hizo que vistieran a su hijo con traje masculino, le hizo sentarse a su lado en un palanquín de oro, llevado a lomos de un elefante, y le condujo con un gran cortejo al país de su futura esposa. Y en aquella circunstancia tan difícil, el joven príncipe, que era interiormente una princesa, tan pronto lloraba como reía.

"Una noche en que el cortejo se había detenido en una selva frondosa, la joven princesa salió de su palanquín, y se alejó entre los árboles para satisfacer una necesidad de que hasta las princesas son esclavas. Y he aquí que se encontró frente a frente con un genni muy hermoso que estaba sentado bajo un árbol y era el guardián de aquella selva. Y el genni, deslumbrado por la belleza de la joven, la saludó cortésmente y le preguntó quién era y dónde iba. Y ella, confiada en el aspecto simpático de él, le contó su historia toda con sus menores detalles, y le dijo cuán comprometida iba a verse en la noche de bodas al entrar en el lecho de la que le destinaban por esposa.

"Entonces el genni, conmovido por el apuro en que se encontraba ella, reflexionó un instante; luego le ofreció generosamente prestarle por entero su sexo y tomar el de la joven, pero a condición de que ella le devolviera fielmente el depósito en tiempo oportuno. Y la joven, llena de gratitud, aceptó la oferta y consintió en la proposición. Y por obra de la voluntad del Todopoderoso, al punto se efectuó el cambio sin dificultad ni complicación. Y entusiasmada ella hasta el límite del entusiasmo, cargada con aquel don nuevo y aquella mercancía, volvió con su padre y subió otra vez al palanquín. Y como todavía no estaba acostumbrada a sus nuevos apéndices, se sentó torpemente encima de ellos, y lanzó un grito de dolor. Pero se repuso en seguida para que no se lo notaran, y en lo sucesivo puso toda su atención y todos sus cuidados en no repetir el mismo movimiento, no solamente para no sufrir el mismo dolor, sino también para no estropear un depósito que le estaba confiado y que tenía que devolver en buen estado a su propietario.

"Y días después, el cortejo llegó a la ciudad de la novia. Y se celebró con gran pompa el matrimonio. Y el esposo supo servirse a maravilla del instrumento que graciosamente le había prestado el genni, y tan bien lo manipuló, que la recién casada quedó encinta de buenas a primeras. Y se puso contento todo el mundo.

"Al cabo de nueve meses, la recién casada parió un niño encantador. Y cuando salió del puerperio, su esposo le dijo: "Ya es tiempo de que nos vayamos a mi país, con objeto de que veas a mi madre, a mis parientes y mi reino". Le dijo eso, pero, en realidad, lo que quería era devolver sin más tardanza al genni de la selva el depósito intacto y en buen estado, tanto más cuanto que, durante aquellos nueve meses de vida agradable, aquel depósito había fructificado y se había hermoseado y desarrollado.

"Y como la joven esposa respondió con el oído y la obediencia, se pusieron en camino. Y no tardaron en llegar a la selva, residencia del genni dueño de la mercancía. Y el príncipe se alejó de la caravana y se presentó en el paraje donde habitaba el genni. Y lo encontró sentado en el mismo sitio, visiblemente fatigado y con la apariencia de una mujer a quien le hubiera engordado el vientre. Y después de las zalemas, le dijo: "!Oh jefe de los genn y corona suya! gracias a tu benevolencia, he realizado plenamente lo que tenía que hacer y he obtenido lo que deseaba. Y ahora, cumpliendo mi promesa, vengo a devolverte fielmente tu bien, que ha crecido y se ha hermoseado, y a recoger mi bien". Y así diciendo, quiso ponerle en la mano el depósito que llevaba.

"Pero el genni le contestó: "Ciertamente, tu formalidad es mucha formalidad y tu honradez es extremada. Pero, con gran sentimiento mío, debo decirte que ahora no tengo gana de recuperar lo que te he prestado ni de darte lo que llevo conmigo. Es cosa decidida, y el Destino lo ha dispuesto así. Porque, desde que nos separamos, ha ocurrido algo que impide para en lo sucesivo todo cambio entre nosotros". Y la antigua joven preguntó: "¿Y qué es ¡oh gran genni! lo que nos impide a ambos recuperar nuestro respectivo sexo?" El contestó: "Has de saber ¡oh antigua joven! que te he esperado aquí mucho tiempo, velando delicadamente por el depósito que me habías confiado a cambio del mío; y no perdoné nada para conservarlo en su estado encantador de virginidad y de candor, cuando he aquí que, un día, un genni, intendente de estos dominios, pasó por la selva y vino a verme. Y por mi nuevo olor comprendió que yo era portador de un sexo que él no sabía que tuviese. Y experimentó por mí un amor violento; y excitó en mí el mismo sentimiento, recíprocamente. Y se unió conmigo de la manera ordinaria, y rompió el sello de la virginidad que tenía en depósito. Y experimenté cuanto experimenta una mujer en circunstancia semejante; y hasta observé que el placer sentido por las mujeres es mucho más durable y de calidad más delicada que el sentido por los hombres. Y actualmente no puedo recobrar mi sexo, porque estoy encinta de mi esposo el intendente; y si, por desgracia, consintiera yo en volver a ser hombre y tuviese que parir, siendo hombre, al hijo que llevo en mi seno, sin duda moriría de dolor y con el vientre desgarrado. Y ya sabes el acontecimiento que me obliga de por vida a guardar lo que me has prestado. Así, pues, por tu parte, guarda lo que te he prestado yo. Y demos gracias a Alah que lo ha efectuado todo sin daño ni contratiempo, y que ha permitido se realice entre nosotros este cambio que no lesiona a nadie".

Y el rey, tras de contar esta historia a sus dos hijos mayores delante de su hermano Nurgihán, continuó: "Así, pues, nada es imposible para la omnipotencia del Creador. Y El, que de tal suerte ha podido convertir a una joven en un joven, y a un genni varón en mujer encinta, también ha podido poner la curación de mi vista en el corazón de una rosa". Y después de hablar así, echó de su presencia a sus dos hijos mayores y retuvo consigo al joven Nurgihán, colmándole de atenciones y pruebas de ternura. Y esto es lo referente a ellos.

Pero he aquí lo que atañe a la princesa Cara de Lirio, la joven de China, dueña de la rosa marina:

Cuando el perfumador del cielo puso en la ventana de Oriente la bandeja de oro del sol llena del alcanfor de la aurora, la princesa Cara de Lirio abrió sus ojos encantadores y salió de su lecho. Y arregló su peinado, anudó su cabellera, y se dirigió muy lentamente, balanceándose con gracia, al pilón en que se hallaba la rosa marina. Porque cada mañana su primer pensamiento y su primera visita eran para su rosa. Y cruzó el jardín, cuya atmósfera estaba tan perfumada como el almacén de un mercader de sahumerios, y cuyos frutos eran en los árboles otras tantas redomas de azúcar suspendidas al aire. Y por la mañana de aquel día era más hermosa que todas las mañanas, y el cielo alquimista tenía color de vidrio y de turquesa. Y a cada paso de la joven del cuerpo de rosa parecían nacer flores, y el polvo que alzaba la cola de su traje era un colirio para los ojos del ruiseñor...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0954: pero cuando llego la 958ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 958ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... y el polvo que alzaba la cola de su traje era un colirio para los ojos del ruiseñor. Y llegó de aquel modo al borde del pilón, y posó los ojos en el sitio que ocupaba su querida rosa. Pero no vió ni rastro de ella y no percibió su olor. Entonces, aniquilada de dolor, estuvo a punto de disolverse como el oro en el crisol, y de amustiarse como un capullo a impulso del simún de la pena. Y en el mismo momento, para colmo de desdicha, observó que el anillo que llevaba al dedo era un anillo extraño, y que había desaparecido la sortija que llevaba desde hacía años.

Así es que, acordándose de la desnudez en que se hallaba mientras dormía, y pensando que los ojos de un extraño habían violado impunemente todo el misterio encantador de su persona, quedó sumida en un océano de confusión. Y volvió a toda prisa a su pabellón de rubíes, y se estuvo llorando sola todo el día. Tras de lo cual, con la reflexión, le asaltaron pensamientos razonables, y se dijo: "Ciertamente, es falso el refrán que dice:

"No se pueden seguir las huellas de lo que no deja huellas; porque si se siguen, no se deja huella tras de sí mismo".

Y asimismo, nada hay tampoco más embustero que este otro refrán:

"Cuando se busca un objeto perdido, es preciso que uno mismo se pierda para encontrarlo".

Porque yo, tan débil y tan joven como soy, quiero desde este instante ¡por Alah! ponerme en busca del raptor de mi rosa y conocer el motivo de su latrocinio. Y le castigaré por haberse atrevido a posar la mirada de su deseo en mi virginidad de princesa adormecida".

Dijo, y al instante se puso en camino, agitando las alas de la impaciencia, seguida de sus jóvenes esclavas, a quienes había vestido de guerreros.

Y a fuerza de caminar, preguntando por doquiera durante el viaje, acabó por llegar sin contratiempo al Scharkistán, reino de Zein El-Muluk, padre de Nurgihán. Y al entrar en la capital vió por todas partes los paveses de fiesta, que debían durar un año entero; y a cada puerta oyó resonar instrumentos de música y manifestaciones de alegría. Y deseosa de saber el motivo de aquellos regocijos, preguntó, disfrazada siempre de hombre, cuál era la causa de la general alegría que reinaba entre los habitantes de la ciudad. Y le contestaron: "El rey estaba ciego; pero su hijo, el excelente, el hermoso Nurgihán, ha conseguido, después de trabajos infinitos, traerle la rosa marina de la joven de China. Y el simple contacto de esta rosa milagrosa con los ojos del rey le ha devuelto la vista. Y se le han tornado los ojos luminosos como estrellas. Y con este motivo, ha ordenado el rey que la gente se entregase al placer y al regocijo durante un año entero, a costa del tesoro del reino, y que a cada puerta se dejasen oír sin interrupción los instrumentos musicales, desde por la mañana hasta por la noche".

Y en el límite de la alegría por tener al fin noticias precisas de su rosa, Cara de Lirio empezó a tomar un baño en el río para reponerse de las fatigas del viaje. Luego, poniéndose otra vez sus ropas de hombre, se dirigió al palacio del rey, caminando con gracia por los zocos. Y quienes miraban a aquel joven quedaban borrados de admiración, como las huellas de pasos en la arena. Y los bucles acaracolados de sus cabellos retorcían el corazón de los espectadores.

Y así llegó al jardín, y vió, en el estanque de oro puro, su rosa marina abierta como antaño en medio de la preciosa agua de rosas, encanto de los ojos y bálsamo del olfato. Y tras de la alegría producida por aquel encuentro, se dijo: "Ahora voy a esconderme debajo de los árboles para ver al impúdico que ha arrebatado la rosa de mi jardín y la sortija de mi dedo".

Y en seguida llegó junto al estanque de la rosa el joven cuyos ojos, copas de embriaguez, turbaban a los más cuerdos con los dulces destellos de sus miradas; cada una de cuyas pestañas brillaba como la hoja curva de un puñal; cuyos bucles de almizcle negro mareaban los corazones como el nardo; cuyas mejillas, hermosas y lozanas, sin ningún afeite, superaban en todos sentidos a las mejillas empolvadas de las vírgenes, cuyas tentadoras sonrisas eran dardos; cuyo porte era noble y delicado a la vez; cuya comisura izquierda de los labios estaba adornada de una manchita redondeada con arte, y cuyo pecho, blanco y liso, era como una tableta de cristal y albergaba un corazón despierto y arrojado.

Y al verle, Cara de Lirio cayó en una especie de desvanecimiento y casi perdió la razón. Pues por algo ha dicho el poeta:

¡Si el arco de las cejas dispara en una asamblea las flechas de sus miradas, sólo hieren éstas con su punta al corazón digno de amor!

Y cuando Cara de Lirio recobró el sentido, se frotó los ojos miró a todos lados, y ya no vió al joven. Y se dijo: "He aquí que el ladrón de mi rosa también a mí acaba de robarme el alma y el corazón. No solamente ha roto con la piedra de la seducción la redoma preciosa de mi honor, sino que ha herido mi corazón solapadamente con la flecha del amor. ¡Ay! lejos de mi país y de mi madre, ¿adónde iré ahora y a quién me quejaré para pedir justicia por todos sus desaguisados?"

Y con el corazón abrasado de pasión, fué en busca de sus mujeres. Y poniéndose en medio de ellas, tomó un cálamo y un papel, y escribió a Nurgihán una carta, que lió, con el anillo, a su doncella favorita, encargándole entregara ambos objetos entre las propias manos del joven príncipe. Y la joven, en un abrir y cerrar de ojos, llegó junto a Nurgihán, y le encontró sentado y en actitud de soñar con su señora Cara de Lirio. Y después de zalemas respetuosas, le entregó la carta y el anillo de que la encargó la confianza de la princesa. Y Nurgihán, en el límite de la emoción, reconoció el anillo. Y abrió la carta y leyó lo que sigue:

"Después de la alabanza al Ser libre del "cómo" y del "por qué", que ha dado a las vírgenes la gracia y la belleza, y a los jóvenes los ojos negros de la seducción, encendiendo en el corazón de unos y otros la lámpara del amor, adonde va a abrasarse la cordura como una mariposa.

"He aquí que me muero de amor por tus ojos lánguidos y que el fuego de la pasión me devora por dentro y por fuera. ¡Ah! cuán falso es el proverbio que dice: "Los corazones se entienden". Porque yo me consumo y tú no sabes nada. ¿Qué respuesta me darías si te preguntara por qué me has asesinado con tu apostura encantadora?

"Pero no escribas más, ¡oh cálamo mío! que bastante me he entregado ya a un dolor amoroso".

Con la lectura de esta carta, el fuego del amor chispeó bajo la ceniza del corazón de Nurgihán, e impaciente como el mercurio, tomó él en su mano cálamo y papel y contestó con las líneas siguientes:

"¡A la que está por encima de todas las bellas de cuerpo de plata, y el arco de cuyas cejas es un sable entre las manos de un guerrero ebrio!”

"¡O mujer encantadora, cuya frente semejante al planeta Zohra, excita la envidia de las bellezas de la China! El contenido de tu carta aviva las heridas de mi corazón aislado, que palpitará por ti mientras aparezcan granos de belleza en el rostro de la luna llena.

"En mis heridas ha caído una chispa de tu corazón, y el relámpago de mi deseo ha brillado sobre tus mieses. Sólo quien ama conoce el encanto que se experimenta en consumirse. Y heme aquí como un pollo a medio degollar que se arrastra por el suelo día y noche, y no tardará en perecer si no se le remata pronto.

"¡Oh Cara de Lirio! no cae sobre tu rostro el velo, sino que tú misma eres ese velo para ti misma. Sal de ese velo y avanza. Porque es el corazón cosa admirable, y no obstante su exigüidad, el Creador ha establecido en él Su morada.

"Pero ¡oh encantadora! no debo hablar con más claridad ni confiar más secretos a mi cálamo, ya que no debe admitirse el cálamo en el harén de los secretos de amantes".

Luego el príncipe Nurgihán dobló la carta de amor, la puso el sello de sus ojos, y se la entregó a la joven portadora, encargándole que dijera de viva voz a su señora Cara de Lirio las cosas delicadas que no había podido expresar él por escrito. Y la favorita partió sin tardanza y llegó a presencia de su señora.

Y la encontró sentada, con sus ojos de narciso lánguido, y cada una de sus pestañas habíase convertido en una fuente...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0955: pero cuando llego la 959ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 959ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y la encontró sentada, con sus ojos de narciso lánguido, y cada una de sus pestañas habíase convertido en una fuente. Y la abordó sonriendo, y le dijo: "¡Oh rosa del zarzal de la alegría! ¡ojalá recaiga sobre mí la causa que te impulsa a lavar con lágrimas preciosas la flor de tu rostro, de modo que estés siempre satisfecha y risueña! He aquí que te traigo una buena noticia". Y le entregó la respuesta de Nurgihán, acompañándola de las explicaciones amables que le había dado para su señora el hermoso joven.

Y cuando Cara de Lirio se enteró de la carta y oyó de boca de su favorita las cosas delicadas que no había podido expresar por escrito el hermoso raptor Nurgihán, se levantó consolada, y permitió a sus doncellas que la arreglaran y la aderezaran y la vistieran.

Entonces aquellas jóvenes encantadoras pusieron a contribución toda su habilidad para hacer brillar a su señora. La peinaron y la perfumaron, pasando los peines por su cabellera con tanto arte, que el almizcle de Tartaria evaporábase de envidia ante el buen olor que exhalaba ella, y los corazones bailaban en los pechos al ver la trenza espléndida que le caía hasta los riñones, trenzada como las palmas en los días de fiesta. Y le pusieron luego al talle un ceñidor de muselina roja, cada hilo del cual estaba tejido para cazar corazones. Después la envolvieron en una gasa rosa que dejaba ver el color del cuerpo, y en un calzón de amplitud real, de tejido más espeso, a propósito para subyugar al mundo. Y adornaron de perlas la raya que separaba sus cabellos, de modo que al verlo las estrellas de la Vía Láctea quedaron cubiertas de confusión. Y en su frente pusieron una brillante diadema, que la tornó tan brillante que podría creerse en la aparición de una nueva luna en el cielo. Y la dejaron tan bella y tan maravillosa, que cualquiera se quedaría, contemplándola, inmóvil de asombro como ante las pinturas de un muro. Pero aún la embellecía más su propia belleza que todos estos adornos.

Y cuando estuvo ataviada de tal suerte, se presentó con el corazón palpitante, entre los árboles del jardín, allí donde la sombra era más densa. Y al verla, Nurgihán desmayóse por el pronto, de tan violenta como era la sensación que experimentó. Pero en seguida, por obra del olor del suave aliento de Cara de Lirio, Nurgihán abrió los ojos, y se irguió en el apogeo de la dicha, contemplando a su amiga. Y por su parte, Cara de Lirio encontró al joven tan conforme a la imagen que se había grabado ella en la hoja de su corazón, que no había entre uno y otra ni un asomo de diferencia. Y separó el velo de la retención, y puso ante su bienamado cuanto le había llevado en calidad de presente: las perlas de sus dientes, los rubíes de sus labios, preferibles a pétalos de rosa, sus brazos de plata, el rayo de luna de su sonrisa, el oro de sus mejillas, el almizcle de su aliento, superior al almizcle de Tartaria, las almendras de sus ojos, el ámbar negro de sus bucles, la manzana de su barbilla, los diamantes de sus miradas y las treinta y seis posturas plásticas de su cuerpo virginal. Y el amor apretó sus ligaduras sobre los dos encantadores pechos y sobre las dos frentes jóvenes. Y nadie supo lo que aquella noche sucedió, en la espesura de la sombra, entre aquellos dos jóvenes hermosos.

Pero como el amor y el almizcle no pueden permanecer ocultos, los padres no tardaron en estar al corriente de lo que ocurría entre ambos amantes, y se apresuraron a unirlos por el matrimonio. Y su vida transcurrió con dicha, compartida entre el amor y el espectáculo de la rosa marina.

¡Loores a Alah, que hace florecer las rosas y unirse los corazones de los enamorados, al Todopoderoso, al Altísimo! Y la bendición y la plegaria para nuestro señor y soberano Mahomed, príncipe de los Enviados, y para todos los suyos, Amén.

Y cuando Schehrazada hubo contado esta historia, se calló. Y su hermana, la tierna Doniazada, exclamó: "¡Oh hermana mía! ¡cuán dulces y encantadoras y deliciosas en su frescura son tus palabras! ¡Y qué admirable es esa historia de la rosa marina y de la joven de China! ¡Oh! ¡por favor, ya que hay tiempo todavía, apresúrate a contarnos algo que se le parezca!" Y Schehrazada sonrió y dijo: "Está bien, y lo que quiero contar es mucho más admirable, ¡oh pequeñuela! Pero en verdad que no lo contaré sin que antes me lo permita nuestro amo el rey".

Y dijo Schahriar: "¿Acaso dudas del gusto que en ello tengo, ¡oh Schehrazada!? ¿Y podría yo pasar en adelante ni una noche sin tus palabras en mis oídos y sin tu vista en mis ojos?"

Y Schehrazada dió las gracias con una sonrisa, y dijo: "En ese caso, contaré la HISTORIA DEL PASTEL HILADO CON MIEL DE ABEJAS Y DE LA ESPOSA CALAMITOSA DEL ZAPATERO REMENDÓN".

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0956: historia del pastel hilado con miel de abejas y de la esposa calamitosa del zapatero remendón

HISTORIA DEL PASTEL HILADO CON MIEL DE ABEJAS Y DE LA ESPOSA CALAMITOSA DEL ZAPATERO REMENDÓN[editar]

Y dijo:

Se cuenta entre lo que se cuenta, ¡oh rey del tiempo! que en la ciudad fortificada de El Cairo había un zapatero remendón de naturaleza excelente y con todas las simpatías. Y se ganaba la vida componiendo babuchas viejas. Se llamaba Maruf, y estaba afligido por Alah el Retribuidor (¡exaltado sea en toda circunstancia!) de una esposa calamitosa macerada en la pez y en la brea, y que se llamaba Fattumah. Pero sus vecinos habíanla apodado la "Boñiga caliente"; porque en verdad que era un emplasto insoportable para el corazón de su esposo el zapatero remendón y un azote negro para los ojos de quienes se acercaban a ella. Y aquella calamitosa usaba y abusaba de la bondad y de la paciencia de su hombre, y le insultaba y le injuriaba mil veces al día y no le dejaba descansar de noche. Y el infortunado llegó a temer la maldad de ella y a temblar por sus fechorías, pues era un hombre tranquilo, prudente, sensible y celoso de su reputación, aunque humilde y de condición pobre.

Y para evitar escándalos y gritos, tenía costumbre de gastar cuanto ganaba, satisfaciendo así las exigencias de su seca, mala y áspera mujer. Y si, por desgracia, le ocurría que no ganase en la jornada bastante, durante toda la noche resonaban en sus oídos y le abrumaban la cabeza escenas espantosas, sin tregua ni remisión. Y de tal modo, le hacía pasar ella noches más negras que el libro de su destino. Y podría aplicársele el dicho del poeta:

¡Cuántas noches sin alma me paso al lado de la polilla patuda de mi esposa!
¡Ah! ¡lástima que en la noche fúnebre de mis bodas no le hubiese dado una copa de veneno frío para hacerle estornudar su alma!

Entre otras aflicciones sufridas por aquel Job de la paciencia...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0957: y cuando llego la 960ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 960ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Entre otras aflicciones sufridas por aquel Job de la paciencia, he aquí lo que le sucedió.

Pues que su esposa fué a buscarle un día, -¡Alah aleje de nosotros días parecidos!- y le dijo: "¡Oh Maruf! quiero que esta noche, al volver a casa, me traigas un pastel de kenafa hilado con miel de abejas". Y el pobre Maruf contestó: "¡Oh hija del tío! si Alah el Generoso quiere ayudarme a ganar el dinero necesario para comprar la kenafa con miel de abejas, sin duda te la compraré, por encima de mi cabeza y de mis ojos. El caso es que hoy ¡por el Profeta! (¡con El la plegaria y la paz!) no tengo la menor moneda. Pero Alah es misericordioso y nos allanará las cosas difíciles". Y la endemoniada exclamó: "¿Qué estás hablando de la intervención de Alah en tu favor? ¿Acaso crees que, para satisfacer mis ganas de pastel, voy a esperar a que la bendición de Alah vaya a ti o no vaya a ti? No, por vida mía, no me agrada esa manera de hablar. Ganes o no ganes en la jornada, necesito una onza de kenafa hilada con miel de abejas; y en modo alguno consentiré que se quede sin satisfacer cualquier deseo mío. Y si, por tu desdicha, vuelves a casa esta noche sin la kenafa, haré que para tu cabeza sea la noche más negra que el Destino que te puso entre mis manos". Y el infortunado Maruf suspiró: "¡Alah es Clemente y Generoso y El es mi único recurso!" Y el pobre salió de su casa, y le rezumaban la pena y la aflicción en la piel de la frente.

Y fué a abrir su tienda en el zoco de los zapateros remendones, y alzando sus manos al cielo, dijo: "¡Te suplico, Señor, que me hagas ganar el importe de una onza de esa kenafa, y en la noche próxima me libre de la perversidad de esa mala mujer!" Pero, por más que esperó en su miserable tienda, nadie fué a llevarle trabajo; de modo que al fin de la jornada no había ganado ni con qué comprar el pan de la cena. Entonces, con el corazón encogido y lleno de espanto por lo que le esperaba de su mujer, cerró su tienda y emprendió tristemente el camino de su casa. Y he aquí que, al cruzar los zocos, pasó precisamente por delante de la tienda de un pastelero que vendía kenafa y otros pasteles, al cual conocía y le había compuesto calzado en otras ocasiones. Y el pastelero vió que Maruf iba lleno de desesperación y con la espalda agobiada como bajo el fardo de una pesada pena. Y le llamó por su nombre, y entonces vió que tenía los ojos anegados en lágrimas y el rostro pálido y deplorable. Y le dijo: "¡Oh maese Maruf! ¿por qué lloras? ¿Y cuál es la causa de tu pena? ¡Ven! Entra aquí a descansar y a contarme qué desgracia te aflige". Y Maruf se acercó al hermoso escaparate del pastelero, y después de las zalemas, dijo: "¡No hay recurso más que en Alah el Misericordioso! El Destino me persigue y me niega el pan de la cena". Y como el pastelero insistiera para saber pormenores precisos, Maruf le puso al corriente de la exigencia de su mujer y de la imposibilidad de comprar no solamente la kenafa consabida, sino ni siquiera un simple pedazo de pan, por falta de ganancia en la jornada.

Cuando el pastelero hubo oído estas palabras de Maruf, se rió con bondad, y dijo: "¡Oh maese Maruf! ¿me dirás, al menos, cuántas onzas de kenafa desea que le lleves la hija de tu tío?". El zapatero contestó: "Puede que tenga bastante con cinco onzas". El pastelero añadió: "No hay inconveniente. Voy a fiarte cinco onzas de kenafa, y ya me darás su importe cuando descienda sobre ti la generosidad del Retribuidor". Y del bandejón donde nadaba la kenafa entre manteca y miel, cortó un voluminoso pedazo que pesaba bastante más de cinco onzas, y se lo entregó a Maruf, diciéndole: "Esta kenafa hilada es un pastel digno de servirse en las bandejas de un rey. Debo decirte, sin embargo, que no está azucarada con miel de abejas, sino con miel de caña de azúcar; porque de esta manera resulta más sabrosa". Y el pobre Maruf, que no sabía la diferencia que hay entre la miel de abejas y la de caña de azúcar, contestó: "Se agradece de mano de la generosidad". Y quiso besar la mano del pastelero, que se negó a ello vivamente, y que le dijo además: "Este pastel está destinado a la hija de tu tío; pero tú ¡oh Maruf! no vas a quedarte sin cenar nada. Mira, toma este pan y este queso, beneficio de Alah, y no me des las gracias por ello, pues no soy más que su intermediario". Y entregó a Maruf, al mismo tiempo que el sublime pastel, un panecillo reciente, hueco y oloroso, y una rueda de queso blanco envuelto en hojas de higuera. Y Maruf, que en toda su vida había poseído tanto de una vez, no sabía ya qué hacer para dar gracias al caritativo pastelero, y acabó por marcharse, alzando los ojos al cielo para ponerle por testigo de su gratitud a su bienhechor.

Y llegó a su casa, cargado con la kenafa, con el hermoso panecillo y con la rueda de queso blanco. Y en cuanto entró, gritóle su mujer con voz agria y amenazadora: "¿Qué, has traído la kenafa?". El contestó: "¡Alah es generoso. Hela aquí". Y puso ante ella el plato que le había prestado el pastelero, donde se mostraba, con toda su hermosura de pastel fino, la kenafa tostada e hilada.

Pero no bien posó los ojos en el plato, la calamitosa lanzó un grito estridente de indignación, golpeándose las mejillas, y dijo: "¡Alah maldiga al Lapidado! ¿No te dije que me trajeras una kenafa preparada con miel de abejas? ¡Y he aquí que, para mofarte de mí, me traes una cosa hecha con miel de caña de azúcar! ¿Acaso creías que ibas a engañarme y que no descubriría yo la superchería? ¡Ah, miserable! por lo visto, quieres matarme de deseos reconcentrados". Y el pobre Maruf, aterrado por toda aquella cólera que a la sazón estaba lejos de prever, balbuceó excusas con temblorosa voz, y dijo: "¡Oh hija de gentes de bien! no he comprado esta kenafa, pues mi amigo el pastelero, a quien Alah ha dotado de un corazón caritativo, ha tenido piedad de mi estado, y me la ha fiado sin fijar plazo para el pago". Pero la espantosa diablesa exclamó: "Cuanto estás diciendo no es más que palabrería, y no le doy ningún crédito. Toma, quédate con tu kenafa con miel de caña de azúcar. ¡Yo no la como!" Y así diciendo, le tiró a la cabeza el plato de kenafa, continente y contenido, y añadió: "¡Levántate ahora, ¡oh alcahuete! y ve a buscarme kenafa preparada con miel de abejas". Y juntando la acción a la palabra, le asestó en la mandíbula un puñetazo tan terrible, que le rompió un diente, y la sangre le corrió por la barba y el pecho.

Ante esta última agresión de su esposa, enloquecido y perdiendo por fin la paciencia, Maruf hizo un ademán rápido, golpeando ligeramente en la cabeza a la diablesa. Y ésta, más furiosa todavía por aquella manifestación inofensiva de su víctima, se precipitó sobre él y le agarró por la barba a manos llenas, y se colgó a plomo de aquella barba, gritando a plenos pulmones: "¡Socorro, ¡oh musulmanes! que me asesina...!

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0958: pero cuando llego la 961ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 961ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y ésta, más furiosa todavía por aquella manifestación inofensiva de su víctima, se precipitó sobre él y le agarró por la barba a manos llenas, y se colgó a plomo de los pelos de aquella barba, gritando a plenos pulmones: "¡Socorro, ¡oh musulmanes! que me asesina!" Y a sus gritos acudieron los vecinos, e intervinieron entre ambos, y a duras penas libraron la barba del desgraciado Maruf de los dedos crispados de su calamitosa esposa. Y vieron que tenía el rostro ensangrentado, la barba manchada y un diente roto, sin contar los pelos de la barba que hubo de arrancarle aquella mujer furiosa. Y conociendo ya de larga fecha su indigna conducta para con el pobre hombre, y al ver también las pruebas que demostraban palpablemente que una vez más era él víctima de aquella calamitosa, la sermonearon y la dirigieron discursos razonables, que hubiesen llenado de vergüenza y corregido para siempre a cualquiera que no fuese ella. Y tras de regañarla así, añadieron: "¡Todos nosotros acostumbramos a comer con gusto la kenafa preparada con miel de caña de azúcar; y la encontramos mucho mejor que la preparada con miel de abejas! ¿Dónde está, pues, el crimen que ha cometido tu pobre marido para merecer tantos malos tratos como le infliges, y para que le rompas un diente y le arranques la barba?" Y la maldijeron con unanimidad, y se fueron por su camino.

No bien se marcharon, la terrible diablesa se dirigió a Maruf, que durante toda aquella escena había permanecido silencioso en su rincón, y le dijo en voz tan baja como odiosa: "¡Ah! ¿conque te dedicas a amotinar en contra mía a los vecinos? Está bien. Pero ya verás lo que va a ocurrirte". Y fué a sentarse no lejos de allí, mirándole con ojos de tigresa, y meditando contra él proyectos aterradores.

Y Maruf, que lamentaba sinceramente su ligero movimiento de impaciencia, no sabía qué hacer para calmarla. Y se decidió a recoger la kenafa que yacía en el suelo entre los cascotes del plato, y limpiándola cuidadosamente, se la ofreció con timidez a su esposa, diciéndole: "Por tu vida, ¡oh hija del tío! come, a pesar de todo, un poco de esta kenafa, y mañana, si Alah quiere, te traeré de la otra". Pero ella le rechazó de un puntapié, gritándole: "Vete de ahí con tu pastel. ¡oh perro de los zapateros remendones! ¿Crees que voy a tocar lo que te produce tu oficio de alcahuete de las pastelerías? ¡Inschalah! ya me arreglaré mañana para dejarte más ancho que largo".

Entonces, rechazado de tal suerte en su postrera tentativa de avenencia, el desgraciado pensó en aplacar el hambre que le torturaba desde por la mañana, pues no había comido nada en todo el día. Y se dijo: "Ya que ella no quiere comerse esta kenafa excelente, me la comeré yo". Y se sentó ante el plato, y se puso a comer aquel delicado manjar que le acariciaba el gaznate agradablemente. Luego la emprendió con el panecillo hueco y con la rueda de queso, y no dejó ni rastro en la bandeja. ¡Eso fué todo! Y su mujer le miraba hacer con ojos llameantes, y no cesaba de repetirle a cada bocado: "¡Ojalá se te detenga en el gaznate y te ahogue!", o también: "¡Haga Alah que se te vuelva veneno destructor que consuma tu organismo!" y otras amenidades parecidas. Pero Maruf, hambriento, continuaba comiendo concienzudamente sin decir palabra, lo cual acabó por convertir en paroxismo el furor de la esposa, que se levantó de pronto aullando como una poseída, y tirándole a la cara todo lo que encontró a mano, fué a acostarse, insultándole en sueños hasta por la mañana.

Y después de aquella mala noche, Maruf se levantó muy temprano; y vistiéndose a toda prisa, fué a su tienda con la esperanza de que aquel día le favoreciese el Destino. Y he aquí que, al cabo de algunas horas, fueron dos agentes de policía a detenerle por orden del kadí, y le arrastraron por los zocos, con los brazos atados a la espalda, hasta el tribunal. Y con gran estupefacción por su parte, Maruf se encontró delante del Kadí con su esposa, que tenía un brazo lleno de vendas, la cabeza envuelta en un velo ensangrentado, y llevaba en sus dedos un diente roto. Y en cuanto el kadí vió al aterrado zapatero remendón, le gritó: `¡Acércate! ¿No temes que te castigue Alah el Altísimo por hacer sufrir tan malos tratos a esa pobre mujer, esposa tuya, hija de tu tío, y por romperle tan cruelmente el brazo y los dientes?"

Y Maruf, que en su terror había deseado que la tierra se abriese y le tragase, bajó la cabeza, lleno de confusión, y guardó silencio. Porque su amor a la paz y su deseo de poner a salvo su honor y la reputación de su mujer impulsándole a no hacer cargos a la maldita acusándola y revelando sus fechorías, para lo cual hubiera podido llamar como testigos a todos los vecinos, si preciso fuera. Y el kadí, convencido de que aquel silencio era prueba de la culpabilidad de Maruf, ordenó a los ejecutores de las sentencias que le derribaran y le administraran cien palos en la planta de los pies. Lo cual fué ejecutado en el acto ante la maldita, que se derretía de gusto.

Al salir del tribunal, apenas podía arrastrarse Maruf. Y como prefería morir de muerte roja antes que regresar a su casa y volver a ver el rostro de la calamitosa, se metió en una casa en ruinas que erguíase a orillas del Nilo, y allí, rodeado de privaciones y de desamparo, esperó a curarse de los golpes que le habían hinchado los pies y las piernas. Y cuando al fin pudo levantarse, se inscribió como marinero a bordo de una dahabieh que iba por el Nilo. Y llegado que hubo a Damieta, partió en una falúa, colocándose de restaurador de velas, y confió su destino al Dueño de los destinos.

Al cabo de varias semanas de navegación, la falúa fué asaltada por una tempestad espantosa, y zozobró, hundiéndose en el fondo del mar, el continente con el contenido. Y naufragó y murió todo el mundo. Y Maruf naufragó también, pero no murió. Porque Alah el Altísimo veló por él y le libró de ahogarse, poniéndole al alcance de la mano un trozo del palo mayor. Y Maruf se agarró a él, y consiguió ponerse a horcajadas encima, gracias a los esfuerzos extraordinarios de que le hicieron capaz el peligro y el apego al alma, que es preciosa. Y se puso entonces a batir el agua con sus pies, a manera de remos, en tanto que las olas jugueteaban con él y le hacían inclinarse tan pronto a la derecha como a la izquierda. Y así estuvo luchando contra el abismo durante un día y una noche. Tras de lo cual, le arrastraron el viento y las corrientes hasta la costa de un país en que se alzaba una ciudad de casas bien construidas.

Y en un principio quedó tendido en la playa sin movimiento y como desmayado. Y no tardó en dormirse con un sueño profundo. Y cuando se despertó, vió inclinado sobre él a un hombre magníficamente vestido, detrás del cual estaban dos esclavos con los brazos cruzados. Y el hombre rico miraba a Maruf con atención singular. Y cuando vió que se había despertado por fin, exclamó: "Loores a Alah, ¡oh extranjero! y bien venido seas a nuestra ciudad". Y añadió: "Por Alah sobre ti, date prisa a decirme de qué país eres y de qué ciudad, pues en lo que te queda de ropa creo notar que eres del país de Egipto". Y Maruf contestó: "Es verdad, ¡oh mi señor! que soy un habitante entre los habitantes del país de Egipto, y la ciudad de El Cairo es la ciudad donde he nacido y donde residía". Y el hombre rico le preguntó, con la voz conmovida: "¿Y será indiscreción preguntarte en qué calle de El Cairo residías?" El aludido contestó: "En la calle Roja, ¡oh mi señor!" El otro preguntó: "¿Y qué personas conoces en esa calle? ¿Y cuál es tu oficio, ¡oh hermano mío!?".

El aludido contestó: "Tengo el oficio y profesión ¡oh mi señor! de zapatero remendón de calzado viejo. En cuanto a las personas que conozco, son las gentes vulgares de mi especie, aunque muy honorables y respetables. Y si quieres saber sus nombres, he aquí algunos". Y le enumeró los nombres de diversas personas conocidas suyas que habitaban en el barrio de la calle Roja. Y el hombre rico, cuyo rostro iba iluminándose de alegría a medida que se hacía más concreta la conversación habida entre ellos, preguntó: "Y conoces ¡oh hermano mío! al jeique Ahmad, el mercader de perfumes?" El zapatero contestó: "¡Alah prolongue sus días! Es mi vecino de pared por medio". El hombre rico preguntó: "¿Está bueno?" El zapatero contestó: "Está bueno, gracias a Alah". El hombre rico preguntó: "¿Cuántos hijos tiene ahora?". El zapatero contestó: "Los que antes: tres. ¡Alah se los conserve! Mustafá, Mohammad y Alí". El hombre rico preguntó: “¿Qué hacen?" El zapatero contestó: "Mustafá, el mayor, es maestro de escuela en una madrassah. Está reconocido como sabio, que se sabe de memoria todo el Libro Santo, y puede recitarlo de siete maneras diferentes. El segundo, Mohammad, es droguero y mercader de perfumes, como su padre, que le ha abierto una tienda cerca de la suya para celebrar el nacimiento de un hijo que ha tenido. En cuanto a Alí, el pequeño (¡Alah le colme con sus más escogidos dones!), era mi camarada de la niñez, y nos pasábamos los días jugando juntos y haciendo mil trastadas a los transeúntes. Pero un día mi amigo Alí hizo lo que hizo con un mancebo cofto, hijo de nazarenos, que fué a quejarse a sus padres por haber sido humillado y violentado de la peor manera. Y mi amigo Alí, para evitar la venganza de aquellos nazarenos, emprendió la fuga y desapareció. Y no volvió a verle nadie más, aunque ya hace de esto veinte años. Alah le preserva y aleje de él los maleficios y las calamidades!".

A estas palabras, el hombre rico echó de pronto los brazos al cuello de Maruf, y le estrechó contra su pecho, llorando, y le dijo: "¡Loado sea Alah, que reúne a los amigos! Yo soy Alí, tu camarada de la niñez. ¡Oh Maruf! el hijo del jeique Ahmad el droguero de la calle Roja...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0959: pero cuando llego la 962ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 962ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... ¡Loado sea Alah, que reúne a los amigos! Yo soy Alí, tu camarada de la niñez, ¡oh Maruf! el hijo del jeique Ahmad el droguero de la calle Roja".

Y después de los transportes de la más viva alegría por una y otra parte, le rogó que le contara cómo se encontraba en aquella playa. Y cuando se enteró de que Maruf había estado sin comer un día y una noche, le hizo subir con él a las ancas de su mula, y le transportó a su morada, que era un palacio espléndido. Y le trató magníficamente. Y a pesar del deseo que tenía de charlar con él, hasta el día siguiente no fué a verle, pudiendo al fin conversar con él largo y tendido. Y así fué como supo todos los tormentos que había sufrido el pobre Maruf desde el día de su matrimonio con su calamitosa esposa y cómo había preferido dejar su tienda y su país a permanecer por más tiempo expuesto a las fechorías de aquella diablesa. Y también se enteró de la paliza que hubo de recibir su amigo, y de cómo naufragó y estuvo a punto de morir ahogado.

Y a su vez, Maruf se enteró por su amigo Alí de que la ciudad en que se encontraban actualmente era la ciudad de Khaitán, capital del reino de Sohatán. Y también se enteró de que Alah había favorecido a su amigo Alí en los negocios de compra y venta, y le había tornado en el mercader más rico y el notable más respetado de toda la ciudad de Khaitán.

Luego, cuando dieron libre curso a sus expansiones, el rico mercader Alí dijo a su amigo: "¡Oh hermano mío Maruf! has de saber que los bienes que me deparó el Retribuidor no son más que un depósito del Retribuidor entre mis manos. Así, pues, ¿qué mejor manera de colocar ese depósito que confiándote buena parte de él, a fin de que lo hagas fructificar?" Y empezó por darle un saco de mil dinares de oro, le hizo vestir trajes suntuosos, y añadió: "Mañana por la mañana montarás en mi mula más hermosa y te presentarás en el zoco, donde me verás sentado entre los mercaderes más importantes. Y a tu llegada me levantaré para salir a tu encuentro, y me mostraré solícito contigo, y tomaré las riendas de tu mula, y te besaré las manos dándote todas las pruebas posibles de honor y de respeto. Y esta conducta mía te proporcionará al instante gran consideración. Y haré que se te ceda una vasta tienda, cuidando de llenarla de mercaderías. Y luego te haré entablar conocimiento con los notables y los mercaderes más importantes de la ciudad. Y fructificarán tus negocios, con ayuda de Alah, y alejado de la calamitosa hija de tu tío, llegarás al límite del desahogo y del bienestar". Y Maruf, sin poder encontrar expresiones bastantes para manifestar a su amigo todo su reconocimiento, se inclinó para besarle la orla del traje. Pero el generoso Alí se defendió de ello vivamente y besó a Maruf entre ambos ojos, y continuó charlando con él de unas cosas y de otras, relativas a su pasada infancia, hasta la hora de dormir.

Y al día siguiente, Maruf, vestido con magnificencia y ostentando toda la apariencia de un rico mercader extranjero, montó en una soberbia mula baya, ricamente enjaezada, y se presentó en el zoco a la hora indicada. Y entre él y su amigo Alí tuvo lugar con toda exactitud la escena convenida. Y todos los mercaderes quedaron llenos de admiración y de respeto por el recién llegado, sobre todo cuando vieron al ilustre mercader Alí besarle la mano y ayudarle a apearse de la mula, y cuando le vieron a él mismo sentarse con gravedad y lentitud en el sitio que de antemano le había preparado su amigo Alí delante de la nueva tienda. Y fueron todos a interrogar a Alí en voz baja, diciéndole: "¡Indudablemente, tu amigo es un mercader ilustre!" Y Alí les miró con conmiseración, y contestó: "¡Ya Alah! ¿decís un mercader ilustre? Pero si es uno de los primeros mercaderes del Universo, y tiene en el mundo entero más almacenes y depósitos de los que el fuego podría consumir. Y sus asociados y sus agentes y sus oficinas son numerosas en todas las ciudades de la tierra, desde el Egipto y el Yemen hasta la India y los límites extremos de la China. ¡Ah! ya veréis qué clase de hombre es, cuando os sea dado conocerle más íntimamente.

Y en vista de estas seguridades, formuladas con el tono de la más exacta verdad y con el acento más convencido, los mercaderes formaron el mejor concepto acerca de Maruf. Y rivalizaron por hacerle zalemas y cumplidos y darle bienvenidas. Y tuvieron a mucha honra el invitarle a cenar todos, unos tras otros, mientras él sonreía con gesto complaciente y se excusaba por no poder aceptar, pues que ya era huésped de su amigo el mercader Alí. Y el síndico de los mercaderes fué a visitarle, lo cual era contrario en absoluto a la costumbre, que exige sea el recién llegado quien haga la primera visita; y se apresuró a ponerle al corriente de la cotización de las mercancías y de las diversas producciones del país. Y luego, para demostrarle que estaba bien dispuesto a servirle y a hacer circular las mercancías que hubiera traído consigo de los países lejanos, le dijo: "¡Oh mi señor! sin duda habrás traído muchos fardos de paño amarillo. Porque aquí hay una predilección particular por el paño amarillo". Y Maruf contestó sin vacilar: "¿Paño amarillo? ¡Mucho, desde luego!" Y el síndico preguntó: "¿Y tienes mucho paño rojo sangre de gacela?" Y Maruf contestó con seguridad: "¡Ah! en cuanto al paño rojo sangre de gacela, quedaréis satisfechos. Porque los hay de la especie más fina en mis fardos". Y a todas las preguntas análogas, Maruf costeaba siempre: "¡Traigo grandes existencias!" Y entonces le preguntó el síndico tímidamente: "¿Querrías ¡oh mi señor! enseñarme algunas muestras?" Y Maruf, sin amilanarse por la dificultad, respondió con amabilidad. ¡Claro que sí! ¡En cuanto llegue mi caravana!" Y explicó al síndico y a los mercaderes congregados que dentro de unos días esperaba la llegada de una inmensa caravana de mil camellos cargados con fardos de mercancías de todos los colores y todas las variedades. Y la asamblea se asombró prodigiosamente y se maravilló ante el relato de la próxima llegada de aquella fantástica caravana.

Pero su admiración no tuvo límites y superó a toda expresión cuando fueron testigos del hecho siguiente. En efecto, mientras hablaban de tal suerte, abriendo ojos maravillados ante el relato de la llegada de la caravana, se acercó un mendigo al sitio en que estaban y tendió la mano por turno a cada cual. Y unos le dieron una moneda, a otros media, y la mayoría, sin darle nada, se limitó a contestar sencillamente: "¡Alah te socorra!" Y Maruf, cuando el mendigo se acercó a él, sacó un gran puñado de dinares de oro y lo puso en la mano del mendigo con tanta naturalidad como si le hubiese dado una moneda de cobre. Y tan absortos quedaron los mercaderes, que reinó en la reunión un silencio imponente y se les confundió el espíritu y se les deslumbró el entendimiento. Y pensaron: "¡Ya Alah, cuán rico debe ser este hombre para mostrarse tan generoso!". Y de aquella manera se atrajo Maruf, de un instante a otro, un gran crédito y una reputación maravillosa de riqueza y de generosidad.

Y la fama de su liberalidad y de sus modales admirables llegó a oídos del rey de la ciudad, el cual mandó al punto llamar a su visir, y le dijo: "¡Oh visir! va a llegar aquí una caravana cargada de inmensas riquezas y que pertenece a un maravilloso mercader extranjero. Pero no quiero que esos bribones de mercaderes del zoco, que ya son demasiado ricos, se aprovechen de la tal caravana. Mejor será, por tanto, que me beneficie de ella yo, con mi esposa, tu señora y mi hija la princesa". Y el visir, que era hombre lleno de prudencia y de sagacidad, contestó: "No hay inconveniente. Pero ¿no te parece ¡oh rey del tiempo! que sería preferible esperar la llegada de esa caravana antes de tomar las medidas oportunas?" Y el rey se enfadó, y dijo: "¿Estás loco? ¿Y desde cuándo se busca carne en casa del carnicero cuando la han devorado los perros? Date prisa a hacer venir cuanto antes a mi presencia al rico mercader extranjero, con objeto de que me entienda yo con él respecto al particular". Y el visir vióse obligado, a despecho de su nariz, a ejecutar la orden del rey.

Y cuando Maruf llegó a presencia del rey, se inclinó profundamente, y besó la tierra entre sus manos, y le hizo un cumplimiento delicado. Y el rey se asombró de su lenguaje escogido y de sus maneras distinguidas, y le dirigió varias preguntas acerca de sus negocios y de sus riquezas. Y Maruf se limitaba a contestar, sonriendo: "Ya lo verá nuestro señor el rey, y quedará satisfecho cuando llegue la caravana". Y el rey se mostró entusiasmado, como todos los demás; y deseoso de saber hasta dónde alcanzaban los conocimientos de Maruf, le enseñó una perla de un tamaño y un brillo maravilloso, que costaba mil dinares lo menos, y le dijo: "¿Tienes perlas de esta especie en los fardos de tu caravana?" Y Maruf tomó la perla, la contempló con aire despectivo, y la tiró al suelo como un objeto sin valor; y poniéndola el talón encima, la pisó con toda su fuerza y la despachurró tranquilamente. Y exclamó el rey, estupefacto: "¿Qué has hecho, ¡oh hombre!? ¡Acabas de romper una perla de mil dinares!" Y Maruf, sonriendo, contestó: "¡Sí, ciertamente, ése era su precio! Pero tengo yo sacos y sacos llenos de perlas infinitamente más gruesas y más hermosas que ésa en los fardos de mi caravana".

Y todavía aumentaron el asombro y la codicia del rey ante aquel discurso; y pensó: "¡Vaya! Es preciso que tome por esposo de mi hija a este hombre prodigioso..."

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0960: pero cuando llego la 963ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 963ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡... Vaya! Es preciso que tome por esposo de mi hija a este hombre prodigioso". Y se encaró con Maruf, y le dijo: "¡Oh honorabilísimo y distinguidísimo emir! ¿quieres aceptar de mí, como presente, como motivo de tu llegada a nuestro país, a mi hija única, servidora tuya? ¡Y la uniré a ti con los lazos del matrimonio, y a mi muerte reinarás en el reino!" Y Maruf, que se mantenía en actitud modesta y reservada, contestó con acento lleno de discreción: "La proposición del rey honra al esclavo que se halla entre sus manos. ¿Pero no crees ¡oh soberano mío! que será mejor esperar, para la celebración del matrimonio, a que llegue mi caravana? Porque la dote de una princesa como tu hija exige de parte mía grandes gastos que no me hallo en estado de hacer en este momento. Pues tendré que pagarte a ti, su padre, como dote de la princesa, lo menos doscientas mil bolsas de mil dinares cada una. Además, habré de distribuir mil bolsas de mil dinares a los pobres y a los mendigos en la noche de bodas, otras mil bolsas a los portadores de regalos y mil bolsas más para los preparativos del festín. También tendré que regalar un collar de cien perlas grandes a cada una de las damas del harén, y entregar como homenaje a ti y a mi tía la reina una cantidad inestimable de joyas y de suntuosidades. Pero todo eso, ¡oh rey del tiempo! no puede hacerse razonablemente mientras no llegue mi caravana".

Y el rey, más deslumbrado que nunca con aquella prodigiosa enumeración, y entusiasmado en lo más profundo de su alma de la reserva, la delicadeza de sentimiento y la discreción de Maruf, exclamó: "¡No, por Alah! Yo solo tomaré a mi cargo todos los gastos de las bodas. En cuanto a la dote de mi hija, ya me la pagarás cuando llegue la caravana. Pues quiero absolutamente que te cases con mi hija lo más pronto posible. Y puedes tomar del tesoro del reino todo el dinero que necesites. Y no tengas ningún escrúpulo en hacerlo, que cuanto me pertenece te pertenece".

Y en aquella hora y en aquel instante llamó a su visir y le dijo: "Ve ¡oh visir! a decir al jeique al-islam que venga a hablar conmigo. Porque quiero ultimar hoy mismo el contrato de matrimonio del emir Maruf con mi hija". Y el visir, al oír estas palabras del rey, bajó la cabeza con un aire de desagrado. Y como el rey se impacientara, se acercó a él y le dijo en voz baja: "¡Oh rey del tiempo, no me gusta este hombre, y su aspecto no me dice nada bueno. Por tu vida, espera al menos, para darle en matrimonio tu hija, a que tengamos alguna certeza respecto a su caravana. ¡Pues, hasta el presente, no tenemos más que palabras y palabras! Además, una princesa como tu hija ¡oh rey! pesa en la balanza más que lo que pueda tener en su mano este hombre desconocido".

Y al oír estas palabras, el rey vió ennegrecerse el mundo ante su rostro, y gritó al visir: "¡Oh traidor execrable que odias a tu amo! no hablas así, tratando de disuadirme de ese matrimonio, más que porque deseas casarte tú mismo con mi hija. ¡Pero eso está muy lejos de tu nariz! Cesa, pues, de querer sembrar en mi espíritu la turbación y la duda respecto a ese admirable hombre rico de alma delicada, de maneras distinguidas, pues si no, mi indignación por tus pérfidos discursos te dejará más ancho que largo". Y añadió, muy excitado: "¿O acaso quieres que mi hija se me quede en los brazos, envejecida y desdeñada por los pretendientes? ¿Podré encontrar jamás yerno semejante a éste, perfecto en todos sentidos, y generoso y reservado y encantador, que sin duda alguna amará a mi hija, y le regalará cosas maravillosas, y nos enriquecerá a todos, desde el más grande al más pequeño? ¡Vamos, anda, y ve a buscar al jeique al-islam!"

Y el visir se marchó, con la nariz alargada hasta los pies, a buscar al jeique al-islam, que al punto fué a palacio y se presentó al rey. Y acto seguido extendió el contrato de matrimonio.

Y se adornó e iluminó la ciudad entera, por orden del rey. Y no había por doquiera más que festejos y regocijos. Y Maruf, el zapatero remendón, aquel pobre que había visto la muerte negra y la muerte roja y probado todas las calamidades, se sentó en un trono en el patio del palacio. Y presentóse ante él una multitud de bailarinas, de luchadores, de tañedores de instrumentos, de tamborileros, de saltimbanquis, de bufones y de alegres charlatanes, para divertirle y divertir al rey y a los grandes de palacio. Y desplegaron toda su destreza y sus talentos. Y Maruf hizo que el propio visir le llevara sacos y sacos llenos de oro, y se puso a coger dinares y a arrojarlos a puñados a todo aquel pueblo tamborileante, danzante y ululante. Y el visir, muriéndose de despecho, no tenía ni un instante de reposo, obligado a llevar sin tregua nuevos sacos de oro.

Y aquellas diversiones y aquellas fiestas y aquellos regocijos duraron tres días y tres noche; y el cuarto día por la tarde fué el día de las bodas y de la penetración. Y el cortejo de la recién casada era de una magnificencia inusitada, porque así lo había querido el rey; y a su paso, cada dama colmaba a la princesa de regalos que iban recogiendo las mujeres del séquito. Y de tal modo se la condujo a la cámara nupcial, en tanto que Maruf decía para sí: "¡Vaya, vaya, vaya! ¡Suceda lo que suceda! ¿A mí qué me importa? Así lo ha querido el Destino. No hay que huir ante lo inevitable. ¡Cada cual lleva su destino atado al cuello! Todo esto te ha sido escrito en el libro de la suerte, ¡oh remendón de calzado viejo! ¡oh vapuleado por tu mujer! ¡oh Maruf! ¡oh mono!"

Y el caso es que, cuando se retiraron todos y Maruf se encontró solo en presencia de su esposa la joven princesa, acostada perezosamente bajo el mosquitero de seda, se sentó en el suelo, y golpeándose las manos una contra otra, aparentó ser presa de violenta desesperación. Y como permaneciera en aquella actitud sin moverse, la joven sacó la cabeza por el mosquitero...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0961: pero cuando llego la 964ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 964ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... la joven sacó la cabeza por el mosquitero, y dijo a Maruf: "¡Oh mi hermoso señor! ¿por qué te quedas ahí lejos de mí, presa de la tristeza?" Y lanzando un suspiro, contestó Maruf con esfuerzo: "¡No hay recurso ni poder más que en Alah el Todopoderoso!" Y ella le preguntó, emocionada: "¿A qué viene esa exclamación, ¡oh mi señor!? ¿Me encuentras fea o contrahecha, o acaso es otra la causa de tu pena? ¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti! ¡Habla y no me ocultes nada, ya sidi!" Y Maruf contestó, lanzando un nuevo suspiro: "¡Todo esto, ya lo ves, es culpa de tu padre!". Y ella preguntó: "¿Qué es eso? ¿Y de qué tiene culpa mi padre?" El dijo: "¿Cómo? ¿No has notado que me he mostrado avaro, de una avaricia sórdida, contigo y con las damas de palacio? ¡Ay! ¡muy culpable es tu padre por no haberme permitido esperar a la llegada de mi caravana para casarme! Entonces te habría regalado algunos collares de cinco o seis sartas de perlas gordas como huevos de paloma, algunos hermosos trajes como no los tienen las hijas de los reyes, y algunas joyas no del todo indignas de tu rango. Además, hubiera podido mostrar una mano menos cerrada a tus padres y a tus invitados. Pero ¿cómo ha de ser? tu padre me ha comprometido con su idea de llevar las cosas demasiado de prisa; y con ello ha cometido para conmigo una acción análoga a la que comete el que quema la hierba verde aún". Pero la joven le dijo: "Por vida tuya, no te apenes así por esas pequeñeces; y no te desazones más. Levántate ya, quítate la ropa, y ven pronto a mi lado para que nos deleitemos juntos. Y desecha todas esas ideas de regalos y otras cosas parecidas que nada tienen que ver con lo que debemos hacer esta noche. En cuanto a la caravana y a las riquezas, me tienen sin cuidado. ¡Lo que yo te pido ¡oh galán! es mucho más sencillo y más interesante que eso! Animo, pues, y consolida tus riñones para el combate". Y Maruf contestó: "¡Está bien! ¡allá va! ¡allá va!"

Y así diciendo, se desnudó prestamente y avanzó, apuntando a la princesa por debajo del mosquitero. Y se echó al lado de aquella tierna joven, pensando: "¡Soy yo mismo, Maruf, soy yo mismo, el antiguo remendón de calzado de la calle Roja de El Cairo! ¿Dónde estaba y dónde estoy?"

Y acto seguido tuvo lugar la refriega de piernas y de brazos, de muslos y de manos. Y se inflamó el combate. Y Maruf puso la mano en las rodillas de la joven, que se irguió al punto y refugióse en su regazo. Y el labio habló en su lengua a su hermano; y llegó la hora que hace olvidarse al niño de su padre y de su madre. Y la estrechó con fuerza contra él para exprimir toda la miel y que todas las libaciones fuesen directas. Y la deslizó la mano por debajo de la axila izquierda, y al punto se enderezaron los músculos vitales de él y se ofrecieron las partes vitales de ella. Y apoyó él su mano izquierda en el pliegue de la ingle derecha de ella, y al punto gimieron todas las cuerdas de ambos arcos. Entonces la golpeó entre los dos senos, y de repente el golpe repercutió entre los dos muslos, no se sabe cómo. Y en seguida se ciñó a la cintura las dos piernas de la princesa, y apuntó al atrevido en las dos direcciones, gritando: "A mí, ¡oh padre de los besadores!" Y rellenó lo que tenía que rellenar, y encendió la mecha, y enhebró la aguja e hizo deslizarse a la anguila en el fuego que chisporrotea, utilizando todas las tranquillas, mientras sus ojos decían: "¡Brilla!", su lengua decía: "¡Chilla!", sus dientes decían "¡Desportilla!", su mano derecha decía: "¡Haz cosquillas!", su mano izquierda decía: "¡Pilla!" sus labios decían: "¡Chiquilla!" y su barrenilla decía: "Menea tu quilla, ¡oh mimosilla muchachilla! ¡oh perla en la orilla! estírate y encógete en tu silla, ¡oh bienamada costilla!" Y así diciendo, la ciudadela quedó agujereada por las cuatro junturas, y se desarrolló la heroica aventura, sin mataduras, pero con anchas desgarraduras; sin amarguras, pero con mordeduras; sin fisuras, pero con rompeduras, ensanchaduras y rozaduras; sin pavura ni dolorosa cura ni curvatura, pero con rechinar de coyunturas del cabalgador de buena estatura y de la montura de hermosa figura, y todo se llevó a cabo con desenvoltura y con mucha premura. ¡Loores al Dueño de las criaturas que a la joven la madura para todas las posturas, y al joven le hace don de su fuerte natural con vistas a la futura progenitura!

Y tras de una noche pasada enteramente en las delicias de los abrazos, de las succiones y de los restregones, Maruf se decidió por fin a ir al hammam, acompañado por los suspiros de contento y de sentimiento de la joven. Y después de tomar su baño, y ponerse un traje magnífico, se fué al diván, y se sentó a la diestra de su tío el rey, padre de su esposa, para recibir los cumplimientos y felicitaciones de los emires y de los grandes. Y con la propia autoridad mandó buscar a su enemigo el visir, y le ordenó que distribuyera ropones en honor a todos los presentes e hiciera dádivas innumerables a los emires y a las esposas de los emires, a los grandes de palacio y a sus esposas, a los guardias y a sus esposas, y a los eunucos, grandes y pequeños, jóvenes y viejos. Además, hizo traer sacos de dinares, y se puso a sacar de ellos el oro a puñados y a repartirlo entre cuantos le deseaban. Y de este modo todo el mundo le bendijo y le amó e hizo votos por su prosperidad y su larga vida.

Y de tal suerte transcurrieron veinte días, empleados por Maruf en hacer dádivas incalculables de día, y en refocilarse a su antojo de noche con su esposa la princesa, que estaba prendada apasionadamente de él.

Al cabo de aquellos veinte días, durante los cuales no se tuvo la menor noticia de la caravana de Maruf, las prodigalidades y locuras de Maruf habían ido tan lejos, que una mañana quedó completamente agotado el tesoro, y al abrir el armario de los sacos, el visir observó que estaba absolutamente vacío y que ya no quedaba nada que coger. Entonces, en el límite de la perplejidad, y con el alma llena de furor reconcentrado, fué a presentarse entre las manos del rey, y le dijo: "Alah aleje de nosotros las malas noticias, ¡oh rey! Pero a fin de no incurrir, con mi silencio, en tus reproches justificados, debo decirte que el tesoro del reino está completamente exhausto, y que la maravillosa caravana de tu yerno el emir Maruf no ha llegado todavía para llenar los sacos vacíos". Y el rey, al oír estas palabras, dijo un poco preocupado: "¡Sí, por Alah! la verdad es que esa caravana se retrasa un tanto. Pero llegará, ¡inschalah!" Y el visir sonrió, y dijo: "¡Alah te colme con sus gracias, ¡oh mi señor! y prolongue tus días! ¡Pero el caso es que hemos caído en las calamidades peores desde que llegó a nuestro país el emir Maruf! Y en el estado actual de cosas, no veo puerta de salida para nosotros. ¡Porque, de un lado, está vacío el tesoro, y de otro, tu hija es ya la esposa de ese extranjero, de ese desconocido! ¡Alah nos guarde del Maligno, del Lejano, del Maldito, del Lapidado! ¡Nuestra situación es una situación muy mala!" Y el rey, que ya empezaba a inquietarse y a impacientarse, contestó: "Tus palabras me cansan y me pesan sobre mi entendimiento. En lugar de discurrir de ese modo, harías mejor en indicarme el medio de remediar la situación, y sobre todo, en probarme que mi yerno, el emir Maruf, es un impostor o un embustero". Y el visir contestó: "Verdad dices, ¡oh rey! y ésa es una idea excelente. Hay que probar antes de condenar. Pero, para saber la verdad, nadie podrá prestarnos un concurso rnás precioso que tu hija la princesa. Porque nadie está tan cerca del secreto del marido como la esposa. Hazla, pues, venir aquí, con el fin de que yo pueda interrogarla desde el otro lado de la cortina que nos separa, e informarme así acerca de lo que nos interesa". Y el rey contestó "No hay inconveniente. ¡Y por vida de mi cabeza, que si llega a probarse que mi yerno nos ha engañado, le haré morir con la muerte peor y le daré a gustar la defunción más negra!"

Y al punto mandó que rogaran a su hija la princesa que se presentase en la sala de reunión. Y ordenó correr entre ella y el visir una ancha cortina, detrás de la cual se sentó ella. Y todo esto se dijo, combinó y ejecutó en ausencia de Maruf.

Y cuando hubo reflexionado en sus preguntas y combinado su plan, el visir dijo al rey que estaba dispuesto. Y por su parte, la princesa dijo a su padre, desde detrás de la cortina: "Heme aquí, ¡oh padre mío! ¿Qué deseas de mí?" El rey contestó: "Que hables con el visir". Y preguntó ella entonces al visir: "Pues bien, visir, ¿qué quieres?" El visir dijo: "¡Oh mi señora! debes saber que el tesoro del reino está completamente vacío, debido a los gastos y prodigalidades de tu esposo el emir Maruf. Además, no tenemos noticias de la asombrosa caravana, cuya llegada nos ha anunciado con tanta frecuencia. Así es que tu padre el rey, inquieto por tal estado de cosas, ha creído que sólo tú podrías ilustrarnos respecto al particular, diciéndonos lo que piensas de tu esposo, y el efecto que ha producido en tu espíritu, y las sospechas que hayan concebido acerca de él durante estas veinte noches que ha pasado contigo".

Al oír estas palabras del visir, la princesa contestó desde detrás de la cortina: "¡Alah colme con sus gracias al hijo de mi tío, el emir Maruf! ¿Qué pienso de él? Pues ¡por mi vida! nada más que cosas buenas. No hay en la tierra nervio de confitura que sea comparable al suyo en dulzura, sabor y gusto. Desde que soy su esposa engordo y me hermoseo, y todo el mundo, maravillado de mi buena cara, dice a mi paso: "¡Alah la preserve del mal de ojo y la libre de los envidiosos y de los embaucadores!" ¡Ah! Maruf, el hijo de mi tío, es una pasta de delicias, constituye mi alegría y yo constituyo la suya. ¡Alah nos deje al uno para el otro!"

Y al oír aquello, el rey se encaró con el visir, a quien se le alargaba la nariz, y le dijo: "¡Ya lo ves! ¿Qué te había dicho yo? ¡Mi yerno Maruf es un hombre admirable, y tú, por tus sospechas, mereces que te empale!" Pero el visir, volviéndose hacia la cortina, preguntó: "¿Y la caravana, ¡oh mi señora!? ¿y la caravana que no llega?" Ella contestó: "¿Y a mí qué me importa eso? Llegue o no llegue, ¿aumentaría o disminuiría mi dicha?" Y el visir dijo: "¿Y quién te alimentará ahora que los armarios del tesoro están vacíos? ¿Y quién atenderá a los gastos del emir Maruf?" Ella contestó: "Alah es generoso y no abandona a sus adoradores". Y el rey dijo al visir: "Tiene razón mi hija. Cállate". Luego dijo a la princesa: "No obstante, ¡oh amada de tu padre! procura saber, por el hijo de tu tío, el emir Maruf, la fecha aproximada en que cree que llegará su caravana. Quisiera saberlo sencillamente para reglamentar nuestros gastos y ver si ha lugar a crear nuevos impuestos que llenen el vacío de nuestros armarios". Y la princesa contestó: "¡Escucho y obedezco! Los hijos deben obediencia y respeto a sus padres. Esta misma noche interrogaré al emir Maruf, y te contaré lo que me diga".

Y a la caída de la noche, cuando la princesa, como de costumbre, fué a refocilarse al lado de Maruf, y él se refociló al lado de la joven, ella le puso la mano en la axila para interrogarle, y más dulce que la miel, y mimosa y lagotera y tierna y acariciadora como todas las mujeres que tienen algo que pedir y que obtener...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0962: y cuando llego la 965ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 965ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y a la caída de la noche, cuando la princesa, como de costumbre, fué a refocilarse al lado de Maruf, y él se refociló al lado de la joven, ella le puso la mano en la axila para interrogarle, y más dulce que la miel, y mimosa y lagotera y tierna y acariciadora como todas las mujeres que tienen algo que pedir y que obtener, le dijo "¡Oh luz de mis ojos! ¡oh fruto de mi hígado! ¡oh núcleo de mi corazón y vida y delicias de mi alma! los fuegos de tu amor han invadido por completo mi seno. Y estoy dispuesta a sacrificar por ti mi vida y compartir tu suerte, sea cual sea. Pero ¡por mi vida sobre ti! no ocultes nada a la hija de tu tío. Dime, pues, por favor, a fin de que lo guarde yo en lo más secreto de mi corazón, por qué motivo no ha llegado todavía esa gran caravana de que están hablando siempre mi padre y su visir. Y si tienes cualquier vacilación o cualquier duda sobre el particular, confíate a mí con toda sinceridad, y yo me dedicaré a buscar la manera de alejar de ti todo sinsabor". Y tras de hablar así, le besó, y le estrechó contra su pecho, y se dejó derretir en sus brazos. Y Maruf de pronto se echó a reír a carcajadas, y contestó: "¡Oh querida! ¿por qué andar con tantos rodeos para preguntarme una cosa tan sencilla? Porque estoy dispuesto a decirte la verdad, sin poner dificultad ninguna, y a no ocultarte nada".

Y se calló por un instante para tragar saliva, y prosiguió: "Has de saber, en efecto, ¡oh querida mía! que no soy mercader, ni dueño de caravanas, ni poseedor de riqueza alguna u otra calamidad parecida. Porque en mi país no era yo más que un pobre zapatero remendón, casado con una apestosa mujer llamada Fattumah, la -Boñiga caliente, que era un emplasto para mi corazón y un azote negro para mis ojos. Y me sucedió con ella tal y cual cosa". Y se dedicó a contar a la princesa toda la historia de lo que le pasó con su esposa en El Cairo, y lo que le ocurrió como consecuencia del incidente de la kenafa hilada con miel de abejas. Y no le ocultó nada, y no omitió ningún detalle de cuanto le había sucedido a partir de aquel momento hasta su naufragio y el encuentro con su camarada de infancia, el generoso mercader Alí. Pero no hay ninguna utilidad en repetirlo.

Cuando la princesa hubo oído el relato de aquella historia de Maruf, se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero. Y Maruf también se echó a reír, y dijo: "Alah es el Dispensador de los destinos. Y tú estabas escrita en mi suerte, ¡oh dueña mía!" Y ella le dijo: "En verdad ¡oh Maruf! que estás ducho en astucias, y nadie puede compararse a ti en listeza, en sagacidad, en delicadeza y en buen humor. Pero qué dirá mi padre, y sobre todo qué dirá su visir, enemigo tuyo, si llegan a saber la verdad de tu historia y la invención de la caravana? Indudablemente, te harán morir; y yo moriré de dolor junto a ti. Por lo pronto, pues, vale más que abandones el palacio y te retires a cualquier país lejano, mientras yo veo la manera de arreglar las cosas y explicar lo inexplicable".

Y añadió: "Por consiguiente, toma estos cincuenta mil dinares que poseo, monta a caballo y vete a vivir en un paraje escondido, dándome a conocer tu retiro, a fin de que a diario pueda yo despacharte un correo que te dé noticias mías y me traiga las tuyas. Y ése es ¡oh querido mío! el partido mejor que podemos tomar en esta ocasión". Y Maruf contestó: "En ti confío, ¡oh dueña mía! y me pongo bajo su protección". Y ella le besó e hizo con él la cosa acostumbrada hasta media noche.

Entonces le dijo que se levantara, le puso un traje de mameluco, y le dió el mejor caballo de las caballerizas de su padre. Y Maruf salió de la ciudad, aparentando ser un mameluco del rey, y se marchó por su camino. Y eso es lo que aconteció por el momento.

Pero he aquí ahora lo relativo a la princesa, al rey, al visir y a la caravana invisible.

Al día siguiente, muy temprano, el rey sentóse en la sala de reunión, con el visir a su lado. Y mandó llamar a la princesa para informarse por ella de lo que le había recomendado que se enterara. Y como la víspera, la princesa se puso detrás de la cortina que la separaba de los hombres, y preguntó: "¿Qué ocurre, ¡oh padre mío!?" El rey preguntó: "Y bien, hija mía. ¿Qué has sabido y qué tienes que decirnos?" Y ella contestó: "¿Qué tengo que decir, ¡oh padre mío!? ¡Ah! ¡que Alah confunda al Maligno, al Lapidado! ¡Y ojalá maldijera al propio tiempo a los calumniadores, y ennegreciera el rostro de brea de tu visir, que ha querido ennegrecer mi rostro y el de mi esposo el emir Maruf!" Y el rey preguntó: "¿Y cómo es eso? ¿Y por qué?" Ella dijo: "¡Por Alah! ¿cómo es posible que otorgues tu confianza a ese hombre nefasto que lo ha puesto en juego todo para desacreditar en tu espíritu al hijo de mi tía?" Y se calló un instante, como sofocada de indignación, y añadió: "Has de saber, en efecto, ¡oh padre mío! que sobre la faz de la tierra no hay otro hombre tan íntegro, tan recto y tan verídico como el emir Maruf (¡Alah le colme con sus gracias!). He aquí lo ocurrido desde el instante en que te dejé: A la caída de la noche, en el momento en que mi bienamado esposo entraba en mi aposento, ocurrió que el eunuco que tengo a mi servicio solicitó hablarnos para comunicarnos una cosa que no admitía dilación. Y se le introdujo, y llevaba una carta en la mano. Y nos dijo que acababan de entregarle aquella carta diez mamalik extranjeros, ricamente vestidos, que deseaban hablar con su amo Maruf. Y mi esposo abrió la carta y la leyó; luego me la dió y yo la leí también. Era el propio jefe de la gran caravana que esperáis con tanta impaciencia. Y el jefe de la caravana, que tiene a sus órdenes, para acompañar al convoy, quinientos jóvenes mamalik, semejantes a los diez que esperaban a la puesta, explicaba en aquella carta que durante el viaje habían tenido la mala suerte de encontrarse con una horda de beduinos desvalijadores, asaltadores de caminos, que les habían salido al paso. De ahí proviene el primer motivo del retraso en llegar la caravana. Y decía que después de triunfar de aquella horda, algunos días más tarde les atacó de noche otra banda de beduinos mucho más numerosa y mejor armada. Y de ello resultó un combate, en que la caravana, desgraciadamente, perdió cincuenta mamalik muertos, doscientos camellos y cuatrocientos fardos de mercancías valiosas.

"Al saber tan desagradable noticia, mi esposo, lejos de mostrarse conmovido, rompió la carta, sonriendo, sin pedir más explicaciones a los diez esclavos que esperaban a la puerta, y me dijo: "¿Qué suponen esos cuatrocientos fardos y esos doscientos camellos perdidos? Si eso apenas representa una pérdida de novecientos mil dinares de oro. En verdad que no merece que se hable de ello, y sobre todo que te preocupes tú por semejantes cosas, querida mía. La única molestia que nos ocasiona se reduce a que tengo que ausentarme unos días para apresurar la llegada del resto de la caravana". Y se levantó, riendo, y me estrechó contra su pecho, y se despidió de mí, mientras yo derramaba las lágrimas de la separación. Y se fué, recomendándome de nuevo que tranquilizara mi corazón y refrescara mis ojos. Y al ver desaparecer a aquel núcleo de mi corazón, asomé la cabeza por la ventana que da al patio y vi a mi bienamado charlando con los diez jóvenes mamalik, hermosos como lunas, que habían llevado la carta. Y montó a caballo, y salió del palacio al frente de ellos, para apresurar la llegada de las caravanas".

Y tras de hablar así, la joven princesa se sonó ruidosamente, como una persona que ha llorado una ausencia, y añadió con voz repentinamente irritada: "Está bien, padre mío; dime qué habría sucedido si hubiese tenido yo la indiscreción de hablar a mi esposo, como me habías aconsejado que hiciera, impulsado por tu visir de brea. Sí, ¿qué habría sucedido? ¡Mi esposo me miraría en adelante con ojos despectivos y desconfiados, y no me amaría ya, y hasta me odiaría, y con justicia, ciertamente! ¡Y todo por culpa de las suposiciones ofensivas y de las sospechas injuriosas de tu visir, esa barba de mal agüero!" Y habiendo hablado así detrás de la cortina, la princesa se levantó, y se marchó haciendo mucho ruido y demostrando mucha ira. Y entonces se encaró el rey con su visir, y le gritó: "¡Ah, hijo de perro! ¿ves lo que nos sucede por culpa tuya? ¡Por Alah, que no se lo que me detiene aún para dejarte más ancho que largo! ¡Pero atrévete una sola vez siquiera a volver a sospechar de mi yerno Maruf, y ya verás lo que te espera!" Y le lanzó una mirada atravesada, y levantó el diwán. ¡Y esto es lo referente a ellos!

Pero he aquí lo que atañe a Maruf.

Cuando salió de la ciudad de Khaitán, que era la capital del rey, padre de la princesa, y viajó unas horas por las llanuras desiertas, empezó a sentir que le rendía la fatiga, pues no estaba acostumbrado a montar en caballos de reyes, y su oficio de zapatero no era el más a propósito para tornarse un día en jinete tan espléndido como a la sazón era. Y además, no dejaban de inquietarle las consecuencias de la cosa; y empezaba a arrepentirse amargamente de haber dicho la verdad a la princesa. Y se decía: "He aquí que ahora te ves reducido a errar por los caminos, en vez de deleitarte en los brazos de tu mantecosa esposa, cuyas caricias te habían hecho olvidar a la calamitosa Boñiga caliente de El Cairo ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0963: pero cuando llegó la 966ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 966ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... He aquí que ahora te ves reducido a errar por los caminos, en vez de deleitarte en los brazos de tu mantecosa esposa, cuyas caricias te habían hecho olvidar a la calamitosa Boñiga caliente de El Cairo". Y pensando en su último amor, que les tenía a él y a ella quemado el corazón por la separación, empezó a condolerse de su propio estado y llorar cálidas lágrimas, recitándose desesperados versos de ausencia. Y gimiendo de tal suerte y exhalando su dolor de amante en tiradas de versos apropiados a su situación, llegó, después de salir el sol, a las cercanías de un pueblecito. Y vió en un campo a un felah que labraba con un arado de dos bueyes. Y como, en su precipitación por huir del palacio y de la ciudad, se había olvidado de llevar provisiones de boca para el viaje, le torturaban el hambre y la sed; y se acercó a aquel felah, y le saludó, diciendo: "La zalema contigo, ¡oh jeique!" Y el felah le devolvió el saludo, diciendo: "¡Y contigo la zalema, la misericordia de Alah y sus bendiciones! Sin duda, ¡oh mi señor! eres un mameluco entre los mamelucos del sultán". Y Maruf contestó: "Sí". Y el felah le dijo: "Bienvenido seas, ¡oh rostro de leche! Y hazme el favor de parar en mi casa y de aceptar mi hospitalidad". Y Maruf, que en seguida vió que tenía que habérselas con un hombre generoso, lanzó una ojeada a la pobre vivienda, que estaba cerca, y observó que no contenía nada que pudiera alimentar ni aplacar la sed. Y dijo al felah: "¡Oh hermano mío! no veo en tu casa nada que puedas ofrecer a un huésped tan hambriento como yo. ¿Cómo vas a arreglarte, pues, si acepto tu invitación?" Y el felah contestó: "El bien de Alah no falta; todo se andará. Apéate del caballo, ¡oh mi señor! y déjame cuidarte y albergarte, por Alah. El pueblo está muy cerca, y correré allá con toda la velocidad de mis piernas, y te traeré lo necesario para reconfortarte y tenerte contento. Y tampoco dejaré de traer forraje y grano para el pienso de tu caballo". Y Maruf, lleno de escrúpulos y sin querer molestar ni distraer de su trabajo a aquel pobre hombre, le contestó: "Pues ya que el pueblo está tan cerca, ¡oh hermano mío! más de prisa iré yo a caballo, y compraré en el zoco todo lo necesario para mí y para mi caballo". Pero el felah, cuya generosidad nativa no podía decidirse a dejar partir así, sin darle hospitalidad, a un extraño del camino de Alah, repuso: "¿De qué zoco estás hablando, ¡oh mi señor!? ¿Acaso un miserable villorrio como el nuestro, cuyas casas son de boñiga de vaca, posee un zoco ni nada que de cerca o de lejos se parezca a un zoco? Nosotros no tenemos negocios de compra y venta; y cada uno se arregla para vivir con lo poco que posee. Así, pues, te suplico, por Alah y por el Profeta bendito, que te pares en mi casa para complacerme y dar gusto a mi espíritu y a mi corazón. Y en seguida iré al pueblo y tardaré menos aún en volver". Entonces Maruf, al ver que no podía rehusar la oferta de aquel pobre felah sin apenarle y disgustarle, se apeó del caballo, y fué a sentarse a la entrada de la choza de boñiga seca, en tanto que el felah, echando a correr inmediatamente en dirección al pueblo, no tardaba en desaparecer a lo lejos.

Y mientras esperaba a que volviese el otro con las provisiones, Maruf empezó a reflexionar y a decirse: "He aquí que he sido causa de ajetreo y molestia para ese pobre, a quien me parecía yo en un todo cuando no era más que un miserable zapatero remendón. Pero, por Alah, quiero reparar en la medida de mis fuerzas el daño que le causo al dejarlo que abandone así su trabajo. Y para empezar, voy a tratar de labrar ahora mismo en lugar suyo, haciendo que de tal suerte gane el tiempo que por mí pierde".

Y se levantó en aquella hora y en aquel instante, y vestido con sus ropas doradas de mameluco real, echó mano al arado e hizo avanzar a la yunta de bueyes por el ya trazado surco. Pero, apenas había hecho dar unos pasos a los bueyes, la reja de arado chocó de pronto, con un ruido singular, contra algo que oponía resistencia; y arrastrados por el propio esfuerzo, los bueyes cayeron de rodillas. Y Maruf, dando voces, hizo levantarse a los animales, y los fustigó vivamente para vencer la resistencia. Pero, a pesar del enorme tirón que dieron los bueyes, la reja no se movió ni una pulgada, y quedó encajada en el suelo como si esperase al día del Juicio.

Entonces Maruf se decidió a examinar en qué podía consistir aquello. Y cuando levantó la tierra, observó que la punta de la reja se había enganchado en una fuerte anilla de cobre rojo sujeta a una losa de mármol, casi a ras de la tierra.

E impulsado por la curiosidad, Maruf intentó mover y levantar aquella losa de mármol. Y después de algunos esfuerzos, acabó por conseguir desencajarla y correrla. Y debajo vio una escalera con peldaños de mármol que conducía a una cueva de forma cuadrada que tenía la amplitud de un hammam. Y Maruf, pronunciando la fórmula del "bismilah", bajó a la cueva y vió que la componían cuatro salas consecutivas. Y la primera de aquellas salas estaba llena de monedas de oro desde el suelo hasta el techo; y la segunda estaba llena de perlas, de esmeraldas y de coral, también desde el suelo hasta el techo; y la tercera, de jacintos; de rubíes, de turquesas, de diamantes y de pedrerías de todos colores; pero la cuarta, que era la más espaciosa y la mejor acondicionada, no contenía nada más que un pedestal de madera de ébano, sobre el cual estaba colocado un pequeñísimo cofrecito de cristal no mayor que un limón. Y Maruf se asombró prodigiosamente de su descubrimiento y se entusiasmó con aquel tesoro. Pero lo que más le intrigaba era aquel minúsculo cofrecillo de cristal, único objeto de manifiesto en la inmensa sala cuarta del subterráneo. Así es que, sin poder resistir a los apremios de su alma, tendió la mano al pequeño objeto insignificante que le tentaba infinitamente más que todas las maravillas del tesoro, y apoderándose de él, lo abrió. Y dentro halló un anillo de oro con un sello de cornalina, en que estaban grabadas, con caracteres extremadamente finos y semejantes a patas de moscas, escrituras talismánicas. Y con un movimiento instintivo, Maruf se puso el anillo en su dedo y se lo ajustó apretándolo.

Y al punto salió del sello del anillo una voz fuerte, que dijo: "¡A tus órdenes! ¡a tus órdenes! ¡Por favor, no me frotes más! Ordena, y serás obedecido. ¿Qué deseas? ¡Habla! ¿Quieres que derribe o que construya, que mate a algunos reyes y a algunas reinas o que te los traiga, que haga surgir una ciudad entera o que aniquile todo un país, que cubra de flores una comarca o que la asuele, que allane una montaña o que seque un mar? Habla, anhela, desea. Pero, por favor, no me frotes con tanta violencia, ¡oh amo mío! Soy tu esclavo, con permiso del Señor de los genn, del Creador del día y de la noche". Y Maruf, que al pronto no se había dado completa cuenta de dónde salía aquella voz, acabó por observar que salía del propio sello del anillo que se había puesto en el dedo, y dijo, dirigiéndose al que residía en la cornalina: "¡Oh criatura de mi Señor! ¿quién eres?" Y la voz de la cornalina contestó: "Soy el Padre de la Dicha, esclavo de este anillo. Y ejecuto a ciegas las órdenes de quienquiera que se adueñe de este anillo. Y nada es imposible para mí, porque soy el jefe supremo de setenta y dos tribus de genn, efrits, cheitanes, auns y mareds. Y cada una de estas tribus se compone de doce mil valientes irresistibles, más fuertes que elefantes y más sutiles que el mercurio. Pero, como ya te he dicho, ¡oh amo mío! yo, a mi vez, estoy sometido a este anillo; y aunque es muy grande mi poder, obedezco al que lo posee, como un niño obedece a su madre. No obstante, déjame advertirte que si por desgracia frotaras el sello dos veces seguidas en vez de una, harías que me consumiera el fuego de los nombres terribles grabados sobre el anillo. Y me perderías irrevocablemente.

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0964: pero cuando llegó la 967ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 967ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"No obstante, déjame advertirte que si por desgracia frotaras el sello dos veces seguidas en vez de una, harías que me consumiera en el fuego de los nombres terribles grabados sobre el anillo. Y me perderías irrevocablemente".

Y al oír aquello, Maruf contestó al efrit de la cornalina: "¡Oh excelente y poderoso Padre de la Dicha! sabe que he guardado tus palabras en el sitio más seguro de mi memoria. Pero ¿puedes empezar por decirme quién te ha encerrado en esta cornalina y quién te ha sometido al poder del dueño del anillo?" Y el genni contestó desde el interior del sello: "Has de saber, ¡ya sidi! que el lugar en que nos hallamos es el antiguo tesoro de Scheddad, hijo de Aad, el constructor de la famosa ciudad, ahora en ruinas, de Iram de las Columnas. En vida de él, fui yo esclavo del rey Scheddad. ¡Y precisamente el que posees es su anillo, que lo has encontrado en el cristal donde estaba guardado desde tiempos remotos!"

Y el antiguo remendón de calzado de la calle Roja de El Cairo, convertido entonces, merced a la posesión de aquel anillo, en sucesor directo de la posteridad de Nemrod y de aquel heroico y orgulloso Scheddad, que había vivido la edad de siete águilas, quiso experimentar sin tardanza las virtudes maravillosas encerradas en el sello. Y dijo al que residía en la cornalina: "¡Oh esclavo del anillo! ¿podrías sacar de este subterráneo y llevarlo a la superficie de la tierra, a la luz del día, el tesoro guardado aquí?" Y la voz del Padre de la Dicha contestó: "¡Sin duda alguna, y eso precisamente es para mí la cosa más fácil". Y Maruf le dijo: "Ya que es así, te pido que saques cuantas riquezas y maravillas hay aquí, sin dejar nada a los que pudieran venir después que yo, pero ni rastro". Y contestó la voz: "Escucho y obedezco". Luego gritó: "¡Hola, muchachos!"

Y al punto vió Maruf aparecer ante él doce mancebos muy hermosos, llevando a la cabeza grandes cestos. Y después de besar la tierra entre las manos del encantado Maruf, se irguieron, y en un abrir y cerrar de ojos transportaron afuera, en varios viajes, todos los tesoros contenidos en las tres salas del subterráneo. Y cuando acabaron aquel trabajo, fueron de nuevo a presentar sus homenajes a Maruf, que estaba cada vez más encantado, y desaparecieron como habían venido.

Entonces Maruf, en el límite del contento, se encaró con el habitante de la cornalina, y le dijo: "Perfectamente. Pero ahora quisiera cajas, mulas con sus muleteros, y camellos con sus camelleros, para transportar estos tesoros a la ciudad de Khaitán, capital del reino de Sohatán". Y el esclavo encerrado en el sello contestó: "¡A tus órdenes! nada más hacedero". Y lanzó un grito estridente, y en el mismo instante aparecieron ante Maruf mulas y muleteros, camellos y camelleros, cajas y cestas, y mamalik suntuosamente vestidos, hermosos como lunas, en número de seiscientos de cada especie. Y en menos tiempo del que se necesita para cerrar un ojo y abrirlo, cargaron en las acémilas cajas y cestos, previamente llenos de oro y de joyas, y se alinearon por orden. Y los jóvenes mamalik montaron en sus hermosos caballos y escoltaron la caravana.

Y el antiguo zapatero dijo entonces al servidor de su anillo: "¡Oh padre de la Dicha! ahora deseo de ti otros mil animales cargados con sedas y telas preciosas de Siria, de Egipto, de Grecia, de Persia, de India, y de China". Y el genni contestó con el oído y la obediencia. Y al punto aparecieron ante Maruf los mil camellos y mulas cargados con los objetos consabidos, y se pusieron ellos solos en fila regular a la cola del convoy, escoltados, como los anteriores por otros jóvenes mamalik tan soberbiamente vestidos y montados como sus hermanos. Y Maruf quedó satisfecho, y dijo al habitante del anillo: "Ahora deseo comer antes de partir. Levántame, por tanto, un pabellón de seda, y sírveme bandejas de manjares escogidos y de bebidas frescas". Y acto seguido se ejecutó la orden. Y Maruf entró en el pabellón y se sentó ante las bandejas en el preciso momento en que volvía del pueblo el buen felah. Y llegó el pobre llevando a la cabeza una escudilla de madera llena de lentejas con aceite, al brazo izquierdo pan negro y cebollas y al brazo derecho un saco de a celemín lleno de avena para el caballo. Y vio delante de la casa la prodigiosa caravana y el pabellón de seda en donde estaba sentado Maruf rodeado de esclavos diligentes que le servían, a la vez que otros esclavos se mantenían detrás de él, con los brazos cruzados sobre el pecho.

Y se emocionó en extremo, y pensó: "¡Indudablemente, durante mi ausencia ha llegado aquí el sultán, haciéndose preceder por el primer mameluco que he visto! ¡Lástima que no se me haya ocurrido degollar a mis dos gallinas y guisárselas con manteca de vaca!" Y decidió hacerle, a pesar de todo, aunque ya era tarde, y fué a buscar sus dos gallinas para degollarlas y ofrecérselas al sultán, asadas en manteca de vaca...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0965: pero cuando llegó la 968ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 968ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... y fué a buscar sus dos gallinas para degollarlas y ofrecérselas al sultán, asadas en manteca de vaca.

Pero Maruf le vió y le llamó. Y dijo al propio tiempo a los esclavos que le servían: "¡Traédmele!" Y los esclavos corrieron tras el felah, y le transportaron al pabellón con su escudilla de lentejas, sus cebollas, su pan negro y su saco de a celemín. Y Maruf se levantó en honor suyo y le abrazó y le dijo: "¿Qué llevas ahí, ¡oh hermano mío de miseria!?" Y el pobre felah se asombró prodigiosamente de ser tratado tan afectuosamente por un hombre de aquella importancia, y de oírle hablar en aquel tono y llamarle su "hermano de miseria". Y se dijo: "Si éste es un pobre, ¿qué seré yo entonces?" Y le contestó: "Te traigo la comida de la hospitalidad, ¡oh mi señor! y la ración de tu caballo. ¡Pero te ruego excuses mi ignorancia! Porque si hubiese sabido que eras el sultán, no habría vacilado en sacrificar en tu honor las dos gallinas que poseo y en asártelas con manteca de vaca. Pero la miseria torna ciego al hombre y le quita toda perspicacia. Y Maruf, al oír estas palabras, recordando su antigua situación, cuando se hallaba en un estado de miseria análoga o aun peor que la de aquel pobre felah, se echó a llorar. Y las lágrimas le corrían copiosamente por los pelos de su barba, y caían en las bandejas. Y dijo al felah: "¡Oh hermano mío! tranquiliza tu corazón. No soy el sultán, sino solamente su yerno. A consecuencia de algunas diferencias que tuvimos, abandoné el palacio. Pero ahora me envía él todos estos esclavos y todos estos regalos para demostrarme que quiere reconciliarse conmigo. Voy, pues, a volver sobre mis pasos sin dilación. En cuanto a ti, hermano mío, que con tanta bondad has querido tratarme sin conocerme, sabe que no has sembrado en un terreno seco".

Y obligó al felah a sentarse a su diestra, y le dijo: "No obstante todos los manjares que ves en esta mesa, juro por Alah que no quiero comer más que tu plato de lentejas, y que no probaré otra cosa que ese pan y estas cebollas". Y ordenó a los esclavos que sirvieran al felah los manjares suntuosos y por su parte, no comió más que las lentejas de la escudilla, el pan negro y las cebollas. Y se dilató y se regocijó al ver el asombro del pobre felah ante tantos manjares cuyo perfume satisfacía al cerebro, y tantos colores que encantaban las miradas.

Y cuando acabaron de comer, dieron gracias al Retribuidor por sus beneficios; y Maruf se levantó, y cogiendo al felah por la mano, lo sacó fuera del pabellón, llevándole adonde estaba la caravana. Y le obligó a escoger un par de camellos y un par de mulas de cada clase de mercancía y de fardo. Luego le dijo: "Esto es propiedad tuya ¡oh hermano mío! Y además, te dejo este pabellón con todo lo que contiene". Y sin querer escuchar sus negativas ni la expresión de su gratitud, se despidió de él, abrazándole una vez más, volvió a montar en su caballo, se puso a la cabeza de la caravana, y haciéndose preceder en la ciudad por un correo más rápido que el relámpago, encargado de anunciar al rey su llegada, se puso en camino.

Y he aquí que el correo de Maruf llegó a palacio en el preciso momento en que el visir decía al rey: "Disipa tu error ¡oh mi señor! y no des fe a las palabras de tu hija la princesa relativas a la marcha de su esposo. Pues ¡por vida de tu cabeza! el emir Maruf ha salido de aquí fugitivo, temiendo tu justo rencor, y no para apresurar la llegada de una caravana que no existe. ¡Por los sagrados días de tu vida, ese hombre no es más que un embustero, un trapacero y un impostor!" Y cuando el rey, persuadido a medias ya por aquellas palabras, abría la boca para dar la respuesta oportuna, entró el correo, y después de prosternarse, le anunció la llegada inminente de Maruf, diciendo: "¡Oh rey del tiempo! vengo a ti en calidad de nuncio. Y te traigo la buena nueva de que detrás de mí llega mi amo el emir poderoso y generoso, el héroe insigne, Maruf, tu yerno. Y va a la cabeza de una caravana que no ha podido venir tan de prisa como yo, a causa de los pesados esplendores de que está cargada". Y habiendo hablado así, el joven mameluco besó de nuevo la tierra entre las manos del rey, y se fué como había venido.

Entonces el rey, en el límite de la dicha, pero furioso contra su visir, se encaró con él y le dijo: "¡Alah ennegrezca tu rostro y lo vuelva tan tenebroso como tu espíritu! ¡Y ojalá maldiga tu barba ¡oh traidor! y te convenza de tu embuste y de tu doblez como por fin vas a convencerte de la grandeza y del poderío de mi yerno!" Y aterrado y prometiendo no hacer en adelante la menor observación, el visir se arrojó a los pies de su señor, sin fuerzas para responder ni una sola palabra. Y el rey le dejó en aquella posición, y salió a dar orden de adornar y empavesar la ciudad, y de prepararlo todo para salir con un cortejo al encuentro de su yerno.

Tras de lo cual fué al aposento de su hija y le anunció la dichosa nueva. Y al oír la princesa a su padre hablarle de la llegada de su esposo a la cabeza de una caravana que ella misma creía era una invención, llegó al límite de la perplejidad y del asombro. Y no supo qué pensar, qué decir ni qué responder; y se preguntó si una vez más su esposo se mofaba del sultán, o si habría querido, la noche en que le contó su historia, burlarse de ella o sencillamente ponerla a prueba para ver si en realidad sentía inclinación hacia él. Y de todos modos, prefirió guardar para sí sola sus dudas y sus extrañezas, esperando a ver qué ocurría.

Y se limitó a mostrar ante su padre un rostro transfigurado por el contento. Y el rey abandonó las habitaciones de la joven, y se puso a la cabeza del cortejo que salió al encuentro de Maruf.

Pero el que de todos se asombró más y quedó más absorto fué incontestablemente el excelente mercader Alí, el camarada de infancia de Maruf, que mejor que nadie sabía a qué atenerse a las riquezas de Maruf. Así es que, cuando vió el empavesado de la ciudad, los preparativos de fiesta, y el cortejo real que salía de la ciudad, interrogó a los transeúntes, preguntándoles el motivo de todo aquel movimiento. Y le contestaron: "¡Cómo! ¿no lo sabes? ¡Pues que viene el yerno del rey, el emir Maruf, a la cabeza de una caravana espléndida!" Y el amigo de Maruf golpeó las manos una contra otra, y se dijo: "¿Qué nueva trapacería del zapatero será ésta? ¡Por Alah! ¿desde cuándo el trabajo de remendar calzado ha podido hacer a mi amigo Maruf poseedor y conductor de caravanas? ¡Pero Alah es el Todopoderoso ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0966: pero cuando llegó la 969ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 969ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

Y el amigo de Maruf se golpeó las manos una contra otra, y se dijo: "¿Qué nueva trapacería del zapatero será ésta? ¡Por Alah! ¿desde cuándo el trabajo de remendar calzado ha podido hacer a mi amigo Maruf poseedor y conductor de caravanas? ¡Pero Alah es Todopoderoso! ¡Y ojalá vele por su honor y le preserve de la vergüenza pública!" Y se quedó allí, esperando, como los demás, la llegada de la caravana. Y en seguida hizo su entrada el cortejo en la ciudad. Y Maruf cabalgaba a la cabeza, más brillante mil veces que el rey, y magnífico y triunfante hasta hacer estallar de envidia la bolsa de la hiel de los cochinos. Y le seguía la inmensa caravana escoltada por los hermosos mamalik vestidos con telas maravillosas. Y tan hermoso y tan prodigioso era todo aquello, que nadie se acordaba de haber visto u oído contar nada semejante. Y también el mercader Alí vió a Maruf en aquella situación extraordinaria, y se dijo: "Está bien. Habrá combinado algo con su esposa, la princesa, para burlarse del rey".

Y se acercó a Maruf, y logró reunirse con él, a pesar de todo el aparato que le rodeaba, y le dijo, pero de manera que nadie más que él le oyese: "Bienvenido seas, ¡oh jeique de los pícaros afortunados y el más diestro de los trapaceros! ¿Qué es esto? Pero, por Alah, mereces todos los favores y todo el fausto que tienes, ¡oh amigo mío! ¡Ve contento y dilátate! ¡Y Alah aumente tus jugarretas y picardías!" Y Maruf se echó a reír de las palabras de su amigo, y se citó con él para el día siguiente.

Y a continuación Maruf llegó a palacio con el rey, y fué a sentarse en un trono erigido en el salón de audiencias. Y ordenó que empezaran a transportar al tesoro del rey las cajas llenas de oro, de joyas, de perlas y de pedrerías, llenando con ello los sacos de los armarios, y que le llevaran en seguida todo lo demás, así como los fardos que contenían las estofas preciosas y las sedas. Y se ejecutaron puntualmente sus órdenes. Y mandó abrir en su presencia las cajas y los fardos, uno tras otro, y se puso a distribuir a manos llenas, entre los grandes de palacio y sus esposas, las telas maravillosas, las perlas y las pedrerías, y a hacer muchas dádivas a los miembros del diwán, a los mercaderes que conocía, a los pobres y a los pequeños. Y sin reparar en las objeciones del rey, que veía desaparecer como agua en criba aquellas cosas preciosas, no se levantó Maruf hasta que hubo repartido toda la carga de la caravana. Porque lo menos que daba era un puñado o dos de oro, de esmeraldas, de perlas o rubíes. Y los tiraba a manos llenas, mientras el rey sufría horriblemente y hacía muecas de dolor, gritando a cada dádiva: "¡Basta, ¡oh hijo mío! No nos va a quedar nada!". Pero a cada vez contestaba Maruf, sonriendo: "¡Por tu vida! no temas. ¡Lo que tengo es inagotable!"

Entretanto, el visir fué a anunciar al rey que los armarios del tesoro estaban llenos ya hasta arriba, y que no se podía meter más allí. Y el rey le dijo: "Está bien ¡Abre otra sala, y llénala como la anterior!" Y le dijo Maruf, sin mirarle: "¡Bien puedes hacerlo!" Y añadió: "Y también hay que llenar otra sala y otra. Y si no se opusiera el rey, asimismo podría llenar yo todas las salas de palacio con esas cosas, que no tienen ningún valor para mí". Y el rey ya no sabía si todo aquello ocurría en sueños o en estado de vigilia. Y se hallaba en el límite extremo del asombro. Y salió el visir para llenar todavía una o dos salas más con los tesoros entregados por Maruf.

En cuanto Maruf, no bien terminaron estos preliminares, demostrando así que realizaba con creces todo lo que había anunciado, se apresuró a levantar la sesión de la distribución, y a presentarse a su joven esposa. Y en seguida que le vió la princesa, fué a él, con los ojos llenos de alegría, y le besó la mano, y le dijo: "Sin duda, ¡oh hijo del tío! has querido divertirte a costa mía y reírte de mí, o quizá poner a prueba mi afecto, contándome la historia de tu antigua pobreza y de tus desdichas con tu calamitosa esposa Fattumah, la Boñiga caliente. Pero doy gracias a Alah el Altísimo por haberme impedido conducirme contigo ¡oh mi señor! de otro modo que como lo he hecho". Y Maruf la abrazó, le dió la respuesta oportuna, y le entregó un traje magnífico y un collar formado por diez sartas de cuarenta perlas huérfanas, gordas como huevos de paloma, y pulseras para las muñecas y para los tobillos, labradas por magos. Y al ver todos aquellos objetos tan hermosos, la princesa quedó muy complacida, y exclamó: "¡En verdad que reservaré solamente para los días de fiesta este hermoso traje y estos atavíos!" Y Maruf sonrió y le dijo: "¡Oh querida mía, no te preocupes de eso! Cada día te daré nuevos trajes y nuevos atavíos hasta que desborden tus armarios y tus cofres estén llenos hasta los bordes". Y a continuación se pusieron a hacer hasta por la mañana su cosa acostumbrada.

Pero aún no había salido él del mosquitero, cuando oyó la voz del rey, que quería entrar. Y se apresuró a abrirle, y le vió trastornado y con el rostro amarillo y en actitud aterrada. Y le hizo entrar con precaución y sentarse en el diván; y la princesa levantóse, muy emocionada por aquella visita inesperada y por el aspecto de su padre, y se apresuró a rociarle con agua de rosas para calmarle y hacerle recobrar la palabra. Y cuando por fin pudo expresarse el rey, dijo a Maruf: "¡Oh hijo mío! ¡soy portador de malas noticias! pero es preciso que te las diga para que estés advertido de la desgracia que sobreviene. ¡Ah! ¿debo hacerlo o no debo hacerlo?"

Y Maruf contestó: "¡Claro que debes hacerlo!" Y dijo el rey: "Pues bien; has de saber ¡oh hijo mío! que hace un momento mis servidores y mis guardias han venido a anunciarme, en el límite de la perplejidad, que tus dos mil mamalik, caravaneros, camellos y mulas han desaparecido esta noche, sin que nadie sepa por qué camino se han marchado, ni se haya descubierto la menor huella de su marcha. El pájaro que echa a volar desde una rama deja más rastro que el que ha dejado en nuestros caminos toda esa caravana. Y como esta pérdida es para ti una pérdida irreparable, estoy tan consternado, que aún me dura el aturdimiento".

Y al oír estas palabras del rey, Maruf se echó a reír de improviso, y contestó: "¡Oh tío! calma tu espíritu. Porque la pérdida o desaparición de mis caravaneros y de mis animales no es para mí más importante que la pérdida de una gota de agua para el mar. Pues hoy, como mañana y como pasado mañana y como los demás días, con sólo desearlo podré tener más caravaneros y acémilas con su carga que los que puede contener toda la ciudad de Khaitán. Puedes, pues, tranquilizar tu alma, y dejar que nos levantemos ahora para ir al hammam por la mañana".

Y más asombrado que nunca, salió el rey del aposento de Maruf, y fué a llamar a su visir, y le contó lo que acaba de pasar, y le dijo: "¡Está bien! ¿qué opinas ahora del poderío incomprensible de mi yerno?" Y el visir, que no olvidaba las humillaciones sufridas desde que Maruf se apareció en su camino, se dijo: "¡Ha llegado la ocasión de vengarme de ese maldito!" Y dijo al rey con aire sumiso: "¡Oh rey del tiempo! mi opinión no puede darte luz alguna. Pero, ya que me la pides, te diré que el único medio de que dispones para saber a qué atenerte respecto al poder misterioso de tu yerno el emir Maruf, es ponerte a beber con él y emborracharle. Y cuando el fermento haya hecho bailar su razón, le interrogarás con prudencia acerca de su situación; e indudablemente te contestará, sin ocultarte nada de la verdad". Y dijo el rey: "Es una idea excelente, ¡oh visir! y voy a ponerla en ejecución esta misma noche".

Y el caso es que, cuando llegó la noche, se reunió con su yerno Maruf y con su visir ante las bandejas de bebidas. Y circularon las copas. Y el gaznate de Maruf era un jarro sin fondo. Y su estado se tornó en un estado lamentable. Y su lengua empezó a dar vueltas como las aspas de un molino...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0967: pero cuando llegó la 970ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 970ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y el gaznate de Maruf era un jarro sin fondo. Y su estado se tornó en un estado lamentable. Y su lengua empezó a dar vueltas como las aspas de un molino. Y cuando ya no pudo distinguir su mano derecha de su mano izquierda, le dijo el rey, padre de su esposa: "La verdad es ¡oh yerno nuestro! que nunca me has contado las aventuras de tu vida, que debe ser una vida maravillosa y extraordinaria. Y me complacería mucho oírte narrar esta noche tus peripecias asombrosas".

Y Maruf, que ya no tenía pies ni cabeza y hablaba a tontas y a locas, se dejó llevar de su embriaguez, como todos los borrachos a quienes gusta que se les alabe, y contó al rey y al visir toda su historia, desde el principio hasta el fin, a partir del momento en que se casó, cuando era un pobre remendón de calzado, con la calamitosa de El Cairo, hasta el día en que encontró el tesoro y el anillo mágico en el campo del pobre felah. Pero no hay utilidad de repetirlo.

Y al relato de aquella historia, el rey y el visir, que estaban lejos de haberla imaginado tan sorprendente, se miraron mordiéndose las manos. Y el visir dijo a Maruf: "¡Oh mi señor! enséñanos un poco ese anillo que posee virtudes tan maravillosas". Y Maruf, como un loco privado de razón, se sacó del dedo el anillo y se lo entregó al visir, diciendo: "¡Hele aquí! En su cornalina encierra a mi amigo el Padre de la Dicha". Y el visir, con los ojos llameantes, tomó el anillo y frotó el sello, como lo había explicado Maruf.

Y al punto salió la voz de la cornalina, diciendo: "¡Heme aquí! ¡heme aquí! ¡manda y obedeceré! ¿Quieres arruinar una ciudad, fundar una capital o matar a un rey?" Y el visir contestó: "¡Oh servidor del anillo! te ordeno que te apoderes de este rey proxeneta y de su yerno Maruf, el alcahuete, y los arrojes en cualquier desierto sin agua para que allí se mueran de sed y privaciones". Y al instante, el rey y Maruf fueron alzados como una paja y transportados a un desierto salvaje de lo más terrible, que era el desierto de la sed y del hambre, habitado por la muerte roja y la desolación. Y esto es lo referente a ellos.

En cuanto al visir, se apresuró a convocar al diwán, y manifestó a los dignatarios, a los emires y a los notables que la dicha de los súbditos y la tranquilidad del Estado habían exigido que el rey y su yerno Maruf, impostor de la peor calidad, fueran desterrados muy lejos, y que se le nombrara a él mismo soberano del Imperio. Y añadió: "Además, si vaciláis un instante en aceptar el nuevo orden de cosas y en reconocerme por vuestro legítimo soberano, al instante, en virtud de mi reciente poderío, os enviaré a reuniros con vuestro antiguo amo y con el alcahuete de su yerno en el rincón más salvaje del desierto de la sed y de la muerte roja".

Y así, hizo que le prestaran juramento, a despecho de su nariz, todos los presentes, y nombró a los que nombró y destituyó a los que destituyó. Tras de lo cual envió a decir a la princesa: "Prepárate a recibirme, porque tengo muchas ganas de gozarte". Y la princesa, que, como todos los demás, se había enterado de los nuevos acontecimientos, le contestó por mediación del eunuco: "Sin duda te recibiré gustosa; pero por el momento estoy con el mal mensual que es natural en las mujeres y en las muchachas. Sin embargo, en cuanto me halle limpia de toda impureza, te recibiré". Pero el visir mandó a decirle: "No quiero la menor tardanza, y no reconozco males mensuales ni males anuales. Y deseo tenerte en seguida".

Entonces le contestó ella: "¡Está bien! ven a buscarme al momento".

Y se vistió lo más magníficamente posible, y se adornó y se perfumó. Y cuando, al cabo de una hora de tiempo, penetró en su aposento el visir de su padre, ella lo recibió con semblante contento y alegre, y le dijo: "¡Qué honor para mí! ¡Y qué noche tan dichosa va a ser ésta!" Y le miró con ojos que acabaron de arrebatar el corazón a aquel traidor. Y como él le apremiase para que se desnudara, comenzó ella a hacerlo con muchos miramientos, arrumacos y atrasos. Y lanzando de pronto un grito de terror, se echó atrás, velándose el rostro. Y el asombrado visir le preguntó: "¿Qué te ocurre, ¡oh mi señora!? ¿Y a qué vienen ese grito de terror y ese rostro velado de improviso?" Y le contestó ella, envolviéndose cada vez más en sus velos: "¡Cómo! ¿no lo ves?" Y contestó él: "¡No, por Alah! ¿Qué ocurre? ¡No veo nada!" Ella dijo: "¡Qué vergüenza para mí! ¡qué deshonor! ¿Por qué quieres exponerme desnuda a las miradas de ese hombre extraño que te acompaña?"

Y el visir, mirando a derecha y a izquierda, le contestó: "¿Qué hombre me acompaña? ¿Y dónde está?"

Ella dijo: "¡Ahí, en la cornalina del sello del anillo que llevas al dedo!" Y el visir contestó: "¡Por Alah! es verdad. No había pensado en semejante cosa. Pero, ¡ya setti! no se trata de un hijo de Adán, de un ser humano. ¡Es un efrit, servidor del anillo!" Y la princesa exclamó, llena de espanto, hundiendo la cabeza en las almohadas: "¡Un efrit! ¡qué calamidad la mía! ¡Me dan un miedo intenso los efrits! ¡Ah! ¡por favor, aléjate! ¡Tengo miedo y vergüenza de él"! Y para tranquilizarla y conseguir al fin lo que deseaba de ella, el visir se quitó el anillo del dedo y lo escondió debajo del almohadón del lecho. Luego acercóse a ella, en el límite del transporte.

Y la princesa le dejó acercarse, y de repente le dió en el bajo vientre un violento puntapié que le tiró de trasero en el suelo, dando con la cabeza antes que con los pies. Y sin perder un instante, se apoderó del anillo, frotó el sello, y dijo al efrit de la cornalina: "Apodérate en seguida de este cochino, y arrójale al calabozo subterráneo de palacio. Luego irás sin tardanza a sacar a mi padre y a mi esposo del desierto adonde los has transportado, y me los traerás aquí sanos y salvos, sin magullamientos y en buen estado...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0968: y cuando llegó la 971ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 971ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Luego irás sin tardanza a sacar a mi padre y a mi esposo del desierto adonde los has transportado, y me los traerás aquí sanos y salvos, sin magullamientos y en buen estado".

Y al punto fué cogido el visir como se coge un trapo, y arrojado al calabozo del palacio. Y al cabo de un corto transcurso de tiempo, el rey y Maruf estaban en la habitación de la princesa, el rey muy asustado y Maruf repuesto apenas de su borrachera. Y los recibió ella con un júbilo indecible, y empezó por darles de comer y de beber, ya que la rápida carrera les había dado hambre y sed. Y mientras comían, les contó lo que acababa de pasar y cómo había encerrado al traidor. Y el rey exclamó: "¡Vamos a empalarle sin tardanza y a quemarle!" Y dijo Maruf: "No hay inconveniente". Luego se encaró con su esposa y le dijo: "Pero ¡oh querida mía! devuélveme mi anillo antes". Y la princesa contestó: "¡Ah eso sí que no! Ya que no has sabido conservarlo, yo seré quien lo guarde en lo sucesivo, pues temo que lo pierdas de nuevo".

Y dijo él: "¡Está bien! Es justo".

Entonces hicieron preparar el palo en el meidán, frente a la puerta de palacio, y ante la multitud congregada se instaló allí al visir. Y mientras funcionaba el instrumento, se encendió una gran hoguera al pie del poste. Y de aquella manera, murió el traidor ensartado y asado.

Y esto es lo referente a él.

Y el rey compartió con Maruf el poder soberano, y le designó su único sucesor en el trono. Y en lo sucesivo continuó el anillo en el dedo de la princesa, quien, más prudente y más avisada que su esposo, tenía con él muchísimo cuidado. Y en su compañía, Maruf llegó al límite de la dilatación y del desahogo.

Y he aquí que una noche, al acabar él su cosa acostumbrada con la princesa y volver a su aposento para dormir, de repente salió una vieja de debajo del lecho y se abalanzó a él, con la mano alzada y amenazadora. Y apenas la miró Maruf, en su terrible mandíbula y en sus dientes largos y en su fealdad negra reconoció a su calamitosa esposa Fattumah la Boñiga caliente. Y aún no había acabado de hacer tan espantosa observación, cuando recibió, una tras otra, dos bofetadas resonantes que le rompieron otros dos dientes. Y le gritó: "¿Dónde estabas, ¡oh maldito!? ¿Y cómo te has atrevido a abandonar nuestra casa de El Cairo sin avisarme y sin despedirte de mí? ¡Ah! ¡ya te tengo, hijo de perro!" Y Maruf, en el límite del espanto, echó a correr de pronto en dirección al aposento de la princesa, con la corona en la cabeza y arrastrando las vestiduras reales, en tanto que gritaba: "¡Socorro! ¡A mí, efrit de la cornalina!" Y penetró como un loco en el cuarto de la princesa, y cayó a sus pies, desmayado de emoción.

Y en seguida hizo irrupción, en la estancia donde la princesa prodigaba sus cuidados a Maruf rociándole con agua de rosas, la espantosa diablesa, llevando en la mano una maza que había traído consigo al país de Egipto. Y gritaba: "¿Dónde está ese granuja, ese hijo adulterino!" Y al ver aquel rostro de brea, la princesa aprovechó el tiempo para frotar su cornalina y dar una orden rápida al efrit Padre de la Dicha. Y al instante, como si la hubieran sujetado cuarenta brazos, la terrible Fattumah quedó fija en su sitio con la actitud de amenaza que tenía al entrar.

Y cuando recobró el sentido, Maruf vió a su antigua esposa inmóvil en aquella actitud. Y lanzando un grito de horror, volvió a caer desmayado. Y la princesa, a quien Alah había dotado de sagacidad, comprendió entonces que la que estaba ante ella en aquella actitud de amenaza imponente, no era otra que la espantosa diablesa Fattumah, de El Cairo primera esposa de Maruf en la época en que él era zapatero. Y sin querer exponer a Maruf a las probables fechorías de aquella calamitosa, frotó el anillo y dió una nueva orden al efrit de la cornalina. Y al punto fué arrastrada y conducida al jardín la diablesa. Y quedó sujeta, con una enorme cadena de hierro, a un algarrobo enorme, como se sujeta a los osos sin domesticar. Y allí se la dejó para que cambiase de carácter o muriese. Y esto es lo referente a ella.

En cuanto a Maruf y a su esposa la princesa, desde entonces vivieron entre delicias perfectas, durante años y años, hasta la llegada de la Separadora de enemigos, la Destructora de la dicha, la Constructora de tumbas, la Muerte inevitable. Gloria al Unico viviente, cuya existencia está más allá de la vida y de la muerte, en el dominio de la eternidad.

Luego Schehrazada, sin sentir invadirla aquella noche la fatiga, y al ver que el rey Schahriar estaba dispuesto a escucharla, comenzó la historia siguiente, que es la del joven rico que miró por Los TRAGALUCES DEL SABER Y DE LA HISTORIA.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0969: los tragaluces del saber y de la historia

LOS TRAGALUCES DEL SABER Y DE LA HISTORIA[editar]

Ella dijo:

Cuentan que en la ciudad de El-Iskandaria había un joven que, a la muerte de su padre, entró en posesión de riquezas inmensas y de grandes bienes, tanto en tierras de regadío como en inmuebles sólidamente construidos. Y aquel joven, nacido bajo la bendición, estaba dotado de un espíritu inclinado a la vía de la rectitud. Y como no ignoraba los preceptos del Libro Santo, que prescriben la limosna y recomienda la generosidad, vacilaba en la elección del medio mejor de hacer el bien. Y en su perplejidad, se decidió a ir a consultar sobre el particular a un venerable jeique, amigo de su difunto padre. Y le puso al corriente de sus escrúpulos y vacilaciones, y le pidió consejo. Y el jeique reflexionó durante una hora de tiempo. Luego, alzando la cabeza, le dijo: "¡Oh hijo de Abderrahmán! (¡ Alah colme al difunto con Sus gracias!) Sabe que distribuir a manos llenas el oro y la plata a los necesitados es, sin duda alguna, una acción de las más meritorias a los ojos del Altísimo. Pero tal acción ¡oh hijo mío! está al alcance de cualquier rico. Y no se necesita tener una virtud muy grande para dar las sobras de lo que se posee. Pero hay una generosidad perfumada de otro modo y agradable al Dueño de las criaturas, y es ¡oh hijo mío! la generosidad del espíritu. Porque el que puede sembrar los beneficios del espíritu en los seres desprovistos de saber, es el más benemérito. Y para sembrar beneficios de este género, hay que tener un espíritu altamente cultivado. Y para tener un espíritu así, sólo un medio está en nuestras manos: la lectura de lo escrito por las gentes muy cultas y la meditación acerca de estos escritos. Por tanto, ¡oh hijo de mi amigo Abderrahmán! cultiva tu espíritu y sé generoso en lo que al espíritu respecta. Y éste es mi consejo, ¡uassalam!"

Y el joven rico había querido pedir al jeique explicaciones complementarias. Pero el jeique ya no tenía nada que decir. Así es que el joven se retiró con aquel consejo, firmemente resuelto a ponerlo en práctica, y dejándose llevar de su inspiración tomó el camino del zoco de los libreros. Y congregó a todos los mercaderes de libros, algunos de los cuales tenían libros procedentes del palacio de los libros que los rums cristianos habían quemado cuando entró Amrú ben El-Ass en El-Iskandaria. Y les mandó que transportaran a su casa cuantos libros de valor poseyeran. Y los retribuyó con más esplendidez de lo que ellos mismos pretendían, sin regateos ni vacilaciones. Pero no se limitó a estas compras. Envió emisarios a El Cairo, a Damasco, a Bagdad, a Persia, al Maghreb, a la India, e incluso a los países de los rums, para que compraran los libros más reputados en estas diversas comarcas, con encargo de no escatimar el precio de compra. Y al cabo de cierto tiempo, volvieron unos tras de otros los emisarios, con fardos cargados de manuscritos preciosos. Y el joven hizo ponerlo todo por orden en los armarios de una magnífica cúpula que había mandado construir con esta intención, y que, en el frontis de su entrada principal, tenía escritas en grandes letras de oro y azul estas sencillas palabras: "Cúpula del Libro".

Y hecho lo cual, el joven puso manos a la obra...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0970: pero cuando llegó la 972ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 972ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y hecho lo cual, el joven puso manos a la obra. Y se consagró a leer con método, lentitud y meditación los libros de su maravillosa cúpula. Y como había nacido bajo la bendición, y sus pasos estaban marcados por el éxito y la felicidad, retenía en su feliz memoria todo lo que leía y anotaba. Así es que, en poco tiempo, llegó al límite extremo de la instrucción y del saber, y su espíritu se enriqueció con dones más abundantes que cuantos bienes le tocaron en herencia. Y entonces pensó con cordura en hacer que los que le rodeaban se aprovechasen de los dones de que él era poseedor. Y con tal objeto, dió en la cúpula del libro un gran festín, al cual convidó a todos sus amigos, familiares, parientes próximos y lejanos, esclavos, palafreneros inclusive, y hasta a los pobres y mendigos habituales de su umbral. Y cuando comieron y bebieron y dieron gracias al Retribuidor, irguióse el joven rico en medio del círculo atento de sus invitados, y les dijo: "¡Oh huéspedes míos! ¡esta noche, en lugar de cantores y de músicos, presida la inteligencia nuestra asamblea! Porque ha dicho el sabio: "Habla y saca de tu espíritu lo que sepas, para que se alimente de ello el oído de quien te escuche. Y quienquiera que obtenga ciencia, obtiene un bien inmenso. Y el Retribuidor otorga la sabiduría a quien quiere, y el ingenio se creó por orden suya; pero, entre los hijos de los hombres, sólo un pequeño número está en posesión de los dones espirituales". Por eso ha dicho Alah el Altísimo, por boca de su Profeta bendito (¡con él la plegaria y la paz!); "¡Oh creyentes! haced limosnas con las cosas mejores que hayáis adquirido, porque no alcanzaréis la perfección hasta que hagáis limosnas con lo que más queráis. Pero no las hagáis por ostentación, pues entonces os pareceríais a esas colinas rocosas cubiertas apenas por un poco de tierra: si cae un diluvio sobre esas colinas no dejará más que una roca pelada. Hombres así no sacarán ningún provecho de sus obras. Pero los que se muestran generosos, por su firmeza de alma se parecen a un jardín plantado en un ribazo que regaran las lluvias abundantes del cielo y cuyos frutos tuvieran doble tamaño del corriente. Si no cayera en él la lluvia, caería el rocío. Y entrarán en los jardines del Edén".

"Por eso ¡oh huéspedes míos! os he congregado esta noche. Porque, no queriendo, como el avaro, guardar para mí solo los frutos de la ciencia, deseo que los probéis conmigo, para marchar juntos por el camino de la inteligencia".

Y añadió:

"Paseemos, pues, nuestras miradas por los tragaluces del Saber y de la Historia, y desde allí asistamos al desfile del cortejo maravilloso de las figuras antiguas, a fin de que, a su paso, se esclarezca nuestro espíritu, y se encamine, iluminado, hacia la perfección. ¡Amín!"

Y todos los invitados del joven rico se llevaron las manos al rostro, contestando: "¡Amín!"

Entonces sentóse él en medio de su auditorio silencioso, y dijo: "¡Oh amigos míos! no sé comenzar mejor la distribución de las cosas admirables que haciendo beneficiarse de ellas a vuestro entendimiento con el relato de algunos rasgos de la vida de nuestros padres árabes de la gentilidad, los verdaderos árabes de las arenas, cuyos maravillosos poetas no sabían leer ni escribir, en quienes la inspiración era un don vehemente, y que sin tinta ni cálamo ni censores formaron esta nuestra lengua árabe, la lengua por excelencia, aquella de que se ha servido el Altísimo, con preferencia a todas las demás, para dictar Sus palabras a Su Enviado (¡con él la plegaria, la paz y las más escogidas bendiciones!) Amín!"

Y habiendo respondido de nuevo los invitados: "¡Amín!", dijo: "He aquí, pues, una historia entre mil de aquellos tiempos heroicos de la gentilidad:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0971: el poeta doreid, su caracter generoso y su amor por la célebre poetisa tumadir de khansa

EL POETA DOREID, SU CARACTER GENEROSO Y SU AMOR POR LA CÉLEBRE POETISA TUMADIR DE KHANSA[editar]

"Cuentan que un día el poeta Doreid, hijo de Simmah, jeique de tribu de los Bani-Jucham, que vivía en la época de la gentilidad y era tan valeroso jinete como reconocido poeta, y dueño de numerosas tiendas y de buenos pastos, partió en razzia contra la tribu rival de los Bani-Firás, cuyo jeique era Rabiah, el guerrero más intrépido del desierto.

Y Doreid iba a la cabeza de una tropa de jinetes escogidos entre los mejores de la tribu. Y al desembocar en un valle del territorio enemigo de los Bani-Firás, divisó a lo lejos, en el extremo opuesto del valle, un hombre a pie que conducía una mujer montada en un camello. Y después de examinar un momento el convoy, Doreid se encaró con tino de sus jinetes y le dijo: "¡Lanza tu caballo, y dirígete a ese hombre!"

Y partió el jinete, y cuando llegó adonde pudiera hacerse oír, gritó al hombre: "¡Suelta la presa, déjame esa mujer y salva tu vida!" Y reiteró por tercera vez su intimación. Pero el hombre le dejó acercarse; luego, calmoso y plácido, sin apresurar el paso, entregó el ronzal del camello a la que él conducía, y con voz tranquila entonó este canto:

¡Oh señora, camina al paso feliz de una mujer cuyo corazón nunca a palpitado con temor, y cuya grupa prominente se ha redondeado en la seguridad!

¡Y sé testigo de la acogida que a ese jinete va a hacer el Firacida, que jamás conoció la vergüenza de volver la espalda al enemigo!

¡He aquí una muestra de mis golpes!

Acto seguido, arremetió contra el jinete de Doreid, le desmontó de una lanzada, y al punto le tendió muerto en el polvo. Después tomó el caballo sin dueño, y tras de ofrecérselo como homenaje a su dama, saltó a la silla al primer intento, y siguió caminando como antes, sin más prisa ni más emoción ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 0972: y cuando llegó la 973ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 973ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... sin más prisa ni más emoción.

En cuanto a Doreid, como no viera reaparecer a su mensajero, envió a la descubierta a otro jinete. Y éste, al encontrar sin vida en el camino a su compañero, persiguió al viajero y le gritó desde lejos la intimación que le había dirigido el primer agresor. Pero el hombre hizo como si no oyera. Y el jinete de Doreid corrió tras él, lanza en ristre. Pero el hombre, sin conmoverse, entregó de nuevo a su dama el ronzal del camello, y arremetió de pronto contra el jinete, dirigiéndole estos versos:

¡He aquí que cae sobre ti la fatalidad de colmillos de hierro! ¡oh retoño de la infamia, que te pones en el camino de la mujer libre e inviolable!

¡Entre ella y tú está tu señor Rabiah, cuya ley, para un enemigo, es el hierro de su lanza, una lanza que le obedece a la perfección!

Y cayó el jinete, con el hígado traspasado, arañando la tierra con sus uñas. Y de un trago bebió la muerte. Y el vencedor prosiguió su camino sin apresurarse.

Y Doreid, lleno de impaciencia e inquieto por la suerte de sus dos jinetes, destacó a un tercer hombre con la misma consigna. Y el explorador llegó al sitio consabido y encontró a sus dos compañeros tendidos sin vida en el suelo. Y más allá divisó al extranjero, que caminaba con tranquilidad, conduciendo con una mano al camello de la dama y arrastrando perezosamente la lanza. Y le gritó: "Suelta la presa, ¡oh perro de las tribus!" Pero el hombre, sin volverse siquiera hacia su agresor, dijo a su dama: "Dirígete, amiga mía, a nuestras tiendas más próximas". Luego hizo frente de pronto a su adversario, y le gritó estos versos:

¿No viste ¡oh cabeza sin ojos! cómo se debaten en su sangre tus hermanos? ¿Y no sientes pasar ya por tu rostro el soplo de la madre de los buitres?

¿Qué crees que vas a recibir del jinete de cara ceñuda, sino el regalo de una soberbia lanzada que te vista los riñones con un traje de sangre de un hermoso color negro de cuervo?

Y así diciendo, apuntó al jinete de Doreid, y de primera intención le derribó, con el pecho atravesado de parte a parte. Pero al propio tiempo se le rompió la lanza con la violencia del choque. Y Rabiah -porque era él mismo, aquel jinete de los desfiladeros y las torrenteras-, como sabía que ya estaba cerca de su tribu, no quiso bajarse a recoger el arma de su enemigo. Y continuó su camino, sin tener por toda arma más que el asta rota de su lanza.

Pero Doreid, entretanto, asombrado de no ver volver a ninguno de sus jinetes, salió él mismo a la descubierta. Y encontró en la arena los cuerpos sin vida de sus compañeros. Y de improviso vió aparecer, al rodear un montículo, al propio Rabiah, su enemigo, con aquella arma irrisoria. Y por su parte, Rabiah reconoció a Doreid, y ante tal adversario, se arrepintió en el alma de la imprudencia que había cometido al no apropiarse la lanza de su último agresor. Sin embargo, esperó a Doreid erguido en su silla y empuñando el asta rota de su lanza.

Y de una ojeada comprendió Doreid el estado de inferioridad de Rabiah, y la grandeza de su alma le incitó a dirigir estas palabras al héroe Firacida. "¡Oh padre de los jinetes de los Bani-Firás! a hombres como tú no se los mata, ciertamente. Sin embargo, mis gentes, que baten el país, querrán vengar en ti la muerte de sus hermanos, y como estás desarmado, solo y tan joven, toma mi lanza. En cuanto a mí, me vuelvo para quitar a mis compañeros la idea de perseguirte".

Y Doreid regresó a galope junto a sus gentes, y les dijo: "El jinete ha sabido defender a su dama. Porque ha matado a nuestros tres hombres y, además, me ha enganchado la lanza. ¡En verdad que es un rudo campeón a quien no hay ni que soñar en atacar!"

Y volvieron bridas y regresaron todos, sin razzia, a su tribu.

Y pasaron los años. Y Rabiah murió, como mueren los caballeros irreprochables, en un encuentro sangriento con los de la tribu de Doreid. Y para vengarle, una tropa de Firacidas partió en nueva razzia contra los Bani-Jucham. Y cayeron inopinadamente de noche sobre el campamento, y mataron a los que mataron, e hicieron muchos cautivos, y se llevaron un botín considerable en mujeres y en bienes. Y en el número de los cautivos estaba el propio Doreid, jeique de los Juchamidas.

Y cuando llegaron a la tribu de los vencedores, Doreid, que había tenido buen cuidado de ocultar su nombre y su calidad, fué puesto, con todos los demás cautivos, bajo una guardia severa. Pero, impresionadas por su buena cara, las mujeres Firacidas pasaban y repasaban triunfadoras por delante de él, con un aire coquetón. Y de repente exclamó una de ellas: "¡Por la muerte negra! ¡vaya un acierto que habéis tenido, hijos de Firás! ¿Sabéis quién es éste?" Y acudieron los demás, y le miraron y contestaron: "¡Este es uno de los que han aclarado nuestras filas!" Y dijo la mujer: "¡Ya lo creo! ¡como que es un bravo! Precisamente él es quien regaló su lanza a Rabiah el día que se le encontró en el valle". Y arrojó su túnica, en señal de salvaguardia, sobre el prisionero, añadiendo: "Hijos de Firás, tomo a este cautivo bajo mi protección". Y se aglomeró mayor número de gente, y preguntaron su nombre al cautivo, que contestó: "Soy Doreid ben Simmah. Pero ¿quién eres tú, ¡oh señora!?"

Ella contestó: "Soy Raita, hija de Gizl El-Tián, aquella cuyo camello conducía Rabiah. Y Rabiah era mi marido".

Luego se presentó en todas las tiendas de la tribu, y se dirigió a los guerreros con este lenguaje: 'Hijos de Firás, recordad la generosidad del hijo de Simmah cuando dió a Rabiah su lanza de mango largo y hermoso. Hágase bien por bien, y recoja cada cual el fruto de sus obras. Que la boca de los hombres no se llene de desprecio al contar vuestra conducta para con Doreid. Romped sus ligaduras, y pagando la indemnización, sacadle de las manos de quien le ha hecho cautivo. De no obrar así opondréis ante vosotros un acto oprobioso, que hasta el día de vuestra muerte os hará apenaros indefinidamente y arrepentiros".

Y al oírla, los Firacidas recaudaron entre sí para indemnizar a Muharrik, el jinete que había hecho cautivo a Doreid. Y Raita dió a Doreid, cuando le pusieron en libertad, las armas de su difunto esposo. Y Doreid se volvió a su tribu, y nunca más hizo la guerra a los Bani-Firás.

Y transcurrieron más años todavía. Y Doreid, viejo ya, pero siempre dotado de un alma hermosa de poeta, acertó a pasar un día a poca distancia del campamento de la tribu de los Bani-Solaim. Y en aquel tiempo vivía en aquella tribu la Solamida Tumadir, hija de Amr, conocida en toda Arabia por el sobrenombre de El-Khansa, y admirada por su maravilloso talento poético.

Y en el momento en que Doreid pasaba por junto a su tribu, la bella Solamida estaba ocupada en embrear una piel de camella de su padre. Y como el sitio estaba retirado, el calor era mucho y no pasaba radie por allí, Tumadir se había quitado la ropa, y trabajaba casi enteramente desnuda. Y Doreid, escondido, la observaba y la examinaba sin que ella lo sospechase. Y maravillado de su belleza, improvisó los versos siguientes:

¡Id ¡oh amigos míos! a saludar a la bella Solamida Tumadir, y saludad de nuevo a mi linda gacela de noble origen!
¡Jamás, en nuestras tribus, vióse de frente o de espaldas tan arrebatadora curtidora de pieles!
¡Rostro arrebatador, del más admirable modelado, hermoso como el frente de nuestras estatuas de oro; rostro al que adorna la riqueza de una cabellera semejante a la cola brillante de los sementales de alta nobleza!
¡Opulenta, rica cabellera! ¡Abandonada a sí misma negligentemente, flota en largas cadenas espejeantes; peinada y arreglada, se dirían hermosos racimos lustrados por una lluvia fina!
¡Dos cejas de dulce curvatura, dos líneas impecables trazadas por el cálamo de un sabio, soberbias coronas encima de dos ojos grandes de antílope!
¡Mejillas dulcemente modeladas a las que aviva una ligera púrpura, aurora aparecida en un campo de tenue blanco perla!
¡Una boca a la que hace florecer la gracia, fuente de suavidad, sobre dientes de estrías imperceptibles, perlas puras, pélalos de jazmín humedecidos de miel perfumada.
¡Un cuello blanco cual la plata en la mina, ondulante, erguido sobre un pecho comparable a los pechos magníficos de nuestras estatuas de marfil!
¡Dos brazos llenos de carne firme, deliciosos de robustez; dos antebrazos en los que no se adivina el hueso, en los que no se tocan venas; falanges y dedos que ruborizarían de envidia a los dátiles en las ramas!
¡Un vientre lujuriante, de pliegues delicados y juntos, como el papel plegado en dobleces menudos, y dispuestos en torno del ombligo, cajita de marfil donde se guardan los perfumes!
¡La espalda! ¡qué gracioso surco el de esta espalda que termina en un talle tan esbelto, ¡oh, sí! tan frágil, que ha sido preciso todo el poder de la divinidad para mantener sujeta a él esa grupa tan considerable!
¡Hela aquí! ¡magnífica muchacha a quien, cuando se levanta, la obligan a sentarse sus pesadas caderas, y cuando se sienta, su grupa opulenta rebota y la obliga a ponerse de pie! ¡Oh! ¡qué dos montículos tan encantadores y arenosos!
¡Y todo esto lo soportan dos columnas de gloria muy erguidas, bien torneadas, tallos de perlas sobre dos tallos de papiro finamente aterciopelados por un vello moreno, y todo pesa sobre dos piececitos maravillosos, afilados y finos cual dos lindas puntas de lanza!
¡Oh! ¡gloria a la divinidad! ¿Cómo dos bases tan delicadas tienen fuerza para soportar todo el conjunto de arriba?
¡Id ¡oh amigos míos! a saludar a la bella Solamida Tumadir, y saludad de nuevo a mi linda gacela de noble origen!

Y al día siguiente, el noble Doreid, acompañado de los notables de su tribu, fué, con gran aparato, en busca del padre de Tumadir, y le rogó que se la diera en matrimonio. Y el viejo Amr, sin hacer esperar su respuesta, dijo al jinete poeta: "Mi querido Doreid, no se rechazan las proposiciones de hombre tan generoso como tú; no se rehúsan los deseos de jefe tan honrado como tú; no se da en el hocico a un semental como tú. Pero debo decirte que mi hija Tumadir tiene en la cabeza ciertas ideas, ciertas maneras de ver...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0973: y cuando llegó la 974ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 974ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... no se da en el hocico a un semental como tú. Pero debo decirte que mi hija Tumadir tiene en la cabeza ciertas ideas, ciertas maneras de ver... Y se trata de ideas y maneras de ver que por lo general no tienen las demás mujeres. Y yo siempre la dejo en libertad de obrar como le plazca, porque mi Khansa no es como las demás mujeres. Voy, pues, a hablarle de ti lo más elogiosamente que pueda, te lo prometo; pero no respondo de su consentimiento que dejo a su albedrío".

Y Doreid le dió las gracias por lo que se prestaba a hacer; y Amr entró al cuarto de su hija, y le dijo: "Khansa: un valeroso jinete, un noble personaje, jefe de los Bani-Jucham, hombre venerado por su gran edad y su heroísmo, Doreid, en fin, el noble Doreid, hijo de Simmah, de quien conoces odas guerreras y hermosos versos, viene a mi tienda para pedirte en matrimonio. Se trata, hija mía, de una alianza que nos honra. Aparte esto, no he de influir en tu decisión".

Y Tumadir contestó: "Padre mío, déjame algunos días de plazo para que, antes de contestar, pueda consultar conmigo misma".

Y el padre de Tumadir volvió ante Doreid, y le dijo: "Mi hija Khansa desea esperar un poco antes de dar una respuesta definitiva. Espero, sin embargo, que aceptará tu alianza. Ven, pues dentro de unos días". Y Doreid contestó: "Conforme, ¡oh padre de los héroes!" Y se retiró a la tienda puesta a su disposición.

Y he aquí que, en cuanto se alejó Doreid, la bella Solamida mandó que le siguiera los pasos una de sus servidoras, diciéndole: "Ve a vigilar a Doreid, y síguele cuando se separe de las tiendas para hacer sus necesidades. Y mira bien el chorro, y fíjate en la fuerza que tiene y en la huella que deje en la arena. Y por ello juzgaremos si se halla todavía con vigor viril".

Y la servidora obedeció. Y fué tan diligente, que al cabo de algunos instantes estaba de vuelta junto a su ama, y le dijo estas simples palabras: "Hombre inservible".

Al expirar el plazo pedido por Tumadir, Doreid volvió a la tienda de Amr para saber la respuesta. Y Amr le dejó en la parte de la tienda reservada a los hombres, y entró en el aposento de su hija, y le dijo: "Nuestro huésped espera tu decisión. Khansa mía, y lo que hayas resuelto". Y ella contestó: "He consultado conmigo misma, y he resuelto no salir de mi tribu. Porque no quiero renunciar a unirme con alguno de mis primos, jóvenes hermosos cual hermosas y largas lanzas, por casarme con un Juchamida viejo como Doreid, con el cuerpo extenuado, que de hoy a mañana rendirá su menguada alma. ¡Por el honor de nuestros guerreros! prefiero envejecer virgen a ser mujer de un viejo helado".

Y Doreid, que estaba en la tienda, del lado de los hombres, oyó la despreciativa respuesta, y se impresionó cruelmente. Y por orgullo, no dejó traslucir sus sentimientos, y despidiéndose del padre de la bella Solamida, partió camino de su tribu.

Pero se vengó de la cruel con la sátira siguiente:

¡Declaras, querida mía, que Doreid es viejo, demasiado viejo! ¿Acaso te había él dicho que naciese ayer?

¡Anhelas tener por marido ¡oh Khansa! -y en verdad que haces bien- a un jayán de piernas patosas que, por la noche, sepa maniobrar en el estiércol de los rebaños!

¡Sí; que nuestras divinidades, hija mía, te preserven de maridos como yo! ¡Porque yo soy y hago otra cosa!

¡Sabido es, en efecto, quién soy, y que si mi mano está fuerte, es para tareas mucho más serias!

¡Sabido es por doquiera que, en las grandes crisis, ni me encadena la lentitud ni me arrebata la precipitación, y que en toda ocasión tengo prudencia y cordura!

¡Sabido es por doquiera que, en mi tribu, por respeto a mí, nadie pregunta al huésped que alojo, y a mis protegidos jamás se les inquieta en sus noches!

¡Sabido es, finalmente, que, en los meses famélicos de sequía, cuando las mismas nodrizas se olvidan de sus mamones, mis tiendas rebosan comida y mi hogar chisporrotea!

¡Guárdate, pues, de tomar un marido como yo y de hacer hijos como yo!

¡Tú ¡oh Khansa! anhelas tener por marido -y en verdad que haces bien- a un jayán de piernas patosas que, por la noche, sepa maniobrar en el estiércol de los rebaños!

¡Porque declaras, querida mía, que Doreid es viejo, demasiado viejo! ¿Acaso te había él dicho que naciese ayer?

Cuando se difundieron estos versos por las tribus, de todas partes aconsejaron a Tumadir que aceptara por marido a aquel Doreid de mano generosa, de fantasía sin par. Pero ella no volvió de su acuerdo.

Acaeció, entretanto, que en un encuentro sangriento con la tribu enemiga de los Murridas, un hermano de Tumadir, el valeroso jinete Moawiah, pereció a manos de Haschem, jefe de los Murridas y padre de la bella Asma, a la que en otra ocasión había ofendido aquel mismo Moawiah. Y precisamente aquella muerte de su hermano la deploró Tumadir en el canto fúnebre, cuyo aire se salmodiaba con el compás del primer bordón y en la tónica de la cuerda del dedo anular:

¡Llorad, ojos míos; verted lágrimas inagotables! ¡Ay! ¡la que vierte estas lágrimas llora a un hermano que ha perdido! ¡En adelante, entre ella y él, estará el velo que ya no se descorre, la tierra reciente de la tumba!

¡Oh hermano mío! ¡partiste para la acequia de cuya agua gustarán todos un día la amargura! ¡Marchaste puro allí, diciendo: "Más vale morir: la vida no es más que un vuelo de abejorros sobre la punta de una lanza!"

¡Mi corazón recuerda, ¡oh hijo de mi padre y de mi madre! y me abato como la hierba en estío! ¡Me encierro en la consternación!

¡Ha muerto el que era escudo de nuestras tribus y sostén de nuestra casa; ha partido para una calamidad! ¡Ha muerto el que era faro y modelo de los hombres más valientes; quien era para ellos como las hogueras encendidas, como las cimas de las montañas!

¡Ha muerto el que montaba en yeguas preciosas, deslumbrando con sus vestiduras! ¡El héroe de largo tahalí, que era rey de nuestras tribus, cuando aún estaba imberbe, el joven lleno de valentía y de hermosura!

¡Mi hermano, el de las dos manos generosas, la propia mano de la generosidad!' ¡Ya no existe! ¡Está en la tumba, frío, encerrado bajo la roca y la piedra!

¡Decid a su yegua Alwa la de pecho admirable: "Llora, gime por las carreras vagabundas: ¡ya no te cabalgará tu dueño!".

¡Oh hijo de Amr! ¡la gloria galopaba a tu lado cuando en el fragor de la batalla se alzaba hasta los muslos tu larga cota de armas!

¡Cuando la llama de la guerra hacía a los hombres herirse cuerpo a cuerpo, y tus hermanos y tú pasabais, caballo contra caballo, como vampiros y buitres montados por demonios! ¡Ciertamente, despreciabas la vida en días de combate, cuando despreciar la vida es más grande y digno de recuerdo!

¡Cuántas veces te precipitaste contra los torbellinos erizados de cascos de hierro y bastardos de dobles cotas de malla, impasible en medio de horrores sombríos como los tintes bituminosos de la tormenta!

¡Fuerte y arrojado, como un mástil de Rudaina, brillabas en toda tu juventud, con tu talle semejante a un brazalete de oro! ¡Cuando a tu alrededor, en medio del desorden de las batallas, la muerte arrastra en la sangre los bordes de tu manto!

¡Cuántos caballos precipitaste sobre los escuadrones enemigos ¡oh hermano mío! mientras la roja apisonadora de las batallas rodaba terriblemente sobre los más bravos de ambos campos!

¡Tú echabas entonces la orla de tu resplandeciente cota de malla sobre tu corcel, a quien se le saltaban las entrañas y le sonaban en los flancos!

¡Tú animabas a las lanzas, excitándolas a confundir sus relampagueos, cuando iban a hundirse hasta el fondo de los riñones en las entrañas de los guerreros!

¡Tú eras el tigre enardecido que se lanza a la refriega en medio de la tormenta, armado con las dobles armas de sus dientes y sus uñas!

¡Cuántas cautivas desoladas y felices has conducido delante de ti, como rebaños de hermosos antílopes conmovidos por las primeras gotas de lluvia! ¡Cuántas bellas y blancas mujeres salvaste por la mañana, a la hora de la pelea, cuando erraban, con el velo en desorden, enloquecidas de horror y de espanto!

¡Cuántas desgracias nos evitaste, desgracias cuyo solo aspecto terrible o relato habría hecho abortar a las mujeres encinta! ¡Cuántas madres se hubiesen quedado sin hijos si tu sable no hubiese estado allí!

¡Y también ¡oh hermano mío! cuántas rimas de combate cantaste sin esfuerzo en el tumulto, penetrantes como el hierro de la lanza, y que vivirán por siempre entre nosotros!

¡Ah! ¡muerto el generoso hijo de Amr, que se apaguen las estrellas, que anule el sol sus rayos! ¡El era nuestro sol y nuestra estrella!

Ahora que ya no existes, hermano mío, ¿quién recogerá al extranjero cuando del Norte lúgubre soplen los vientos sibilantes que suenan en los ecos?

¡Ay! ¡a aquel que os alimentaba con sus rebaños, ¡oh viajeros! y os protegía con sus armas, le pusisteis y dejasteis en el polvo donde cavasteis su fosa, le dejasteis en la morada terrible, en medio de estacas puestas en hilera! ¡Y arrojáronse sobre él ramajes sombríos de salamah!

Entre las tumbas de nuestros antepasados, sobre las cuales ya hace mucho tiempo que pasan los años y los días.

¡Oh hermano mío, hijo del más hermoso de los Solamidas! ¡qué dolor tan lancinante es para mí tu pérdida, que extingue mi resolución y mi valor!

¡La mehara (camella) que, privada de su recién nacido, da vueltas en torno al simulacro que le fingen para engañar su ternura, lanzando quejas y gritos de angustia, que va y busca, ansiosa, por todos lados; que ya no ramonea en los pastos cuando despierta su recuerdo; que ya no tiene más que gemidos y saltos medrosos, no da más que una débil imagen del dolor que me abruma, ¡oh hermano mío!

¡Oh! ¡jamás cesarán mis lágrimas por ti, jamás se interrumpirán mis sollozos y mis acentos de dolor! ¡Llorad, ojos míos; verted lágrimas inagotables!

Y precisamente con motivo de este poema, el poeta Nabigha El-Dhobiani y los demás poetas reunidos en la feria mayor de Okaz para la recitación anual de sus poesías ante todas las tribus de Arabia, fueron interrogados acerca del mérito de Tumadir El-Khansa, y contestaron con unanimidad: "¡Supera en poesía a los hombres y a los genn!"

Y Tumadir vivió después de la predicación del Islam bendito en Arabia. Y en el año ocho de la hégira de Sidna-Mahomed (con El la plegaria y la paz) fué con su hijo Abbas, que entonces era jefe supremo de los Solamidas, a someterse al Profeta, y se ennobleció con el Islam. Y el Profeta la trató con honores, y quiso oírla recitar sus versos, aunque no apreciaba a los poetas. Y la felicitó por su inspiración poética y por su fama. Y por cierto que repitiendo un verso de Tumadir fué cómo dejó ver que no sentía la medida prosódica. Porque falseó la extensión de aquel verso, transportando a otro las dos últimas palabras. Y el venerable Abu-Bekh, que escuchaba esta ofensa a la regularidad métrica, quiso rectificar la posición de las dos últimas palabras trastrocadas; pero el Profeta (con El la plegaria y la paz) le dijo: "¿Qué importa? Es lo mismo". Y Abu-Bekr contestó: "En verdad ¡oh Profeta de Alah! que justificas por completo estas palabras que Alah te ha revelado en su santo Korán: "No hemos enseñado a nuestro Profeta la versificación: no la necesita. ¡El Korán, lectura sencilla y clara, es la enseñanza!".

"¡Pero Alah es más sabio!".

Luego dijo el joven a sus oyentes: "He aquí otro rasgo admirable de la vida de nuestros padres árabes de la gentilidad". Y dijo:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0974: el poeta find y sus dos hijas guerreras, ofairah los soles y hozeilah las lunas

EL POETA FIND Y SUS DOS HIJAS GUERRERAS, OFAIRAH LOS SOLES Y HOZEILAH LAS LUNAS[editar]

"Hemos llegado a saber que el poeta Find, cuando era centenario y jefe de la tribu de los Bani-Zimmán, rama de la gran tribu de los Bekridas, del tronco primero de los Rabiah, tenía dos hijas jóvenes, que se llamaban, la mayor, Ofairah los Soles, y la menor, Hozeilah las Lunas. Y en aquel tiempo, la tribu entera de los Bekridas estaba en guerra con los Thaalabidas, numerosos y poderosos. Y a pesar de su mucha edad, se consideró a Find digno, por ser el jinete más afamado de su tribu, de que sus compañeros le enviaran a la cabeza de setenta jinetes, por todo contingente, con objeto de agregarse a la expedición general de los Bekridas. Y sus hijas, las dos jóvenes, se contaban entre los setenta. Y el mensajero que fué a anunciar a la asamblea general de los Bekridas la llegada del contingente de guerra de los Bani-Zimmán, dijo a aquellos a quienes le enviaban: "Nuestra tribu os envía un contingente de mil guerreros, más setenta jinetes".

Con esto quería decir que Find, por sí solo, valía tanto como un ejército de mil hombres. Luego, cuando estuvieron reunidos todos los contingentes de las tribus bekridas, se desencadenó la guerra como un huracán. Y entonces fué cuando se libró aquella batalla, célebre en todas las memorias, que se llamó la Jornada de la tala de los tupés, a causa de la enorme humillación que hicieron sufrir los Bekridas vencedores a sus prisioneros, cortándoles el tupé antes de enviarlos, libres, a mostrar su derrota a sus hermanos de las tiendas thaalabidas. Y en aquella batalla memorable fué precisamente donde se acreditaron para siempre las dos hijas de Find, revoltosas, impetuosas, heroínas de la jornada...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 0975: y cuando llegó la 975ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 975ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

Y en aquella batalla memorable fué precisamente donde se acreditaron para siempre las dos hijas de Find, revoltosas, impetuosas, heroínas de la jornada. Porque en lo más reñido del combate, y cuando parecía incierto el éxito, las dos jóvenes saltaron de pronto al suelo desde sus caballos, se desnudaron en un abrir y cerrar de ojos, y arrojando a lo lejos trajes y cotas de malla, se precipitaron, con los brazos hacia adelante, una en medio del ala derecha del ejército bekrida, y la otra en medio del ala izquierda, estremecidas y enteramente desnudas, conservando sólo en la cabeza sus ornamentos de color verde. Y cada cual clamó con toda su voz en la refriega un canto de guerra improvisado, que desde entonces se canta con el ritmo ramel pesado y en la tónica de la cuerda media del tetracordio, faltando el segundo ritmo medido sordamente por el aff.

He aquí primero el canto de Ofairah los Soles:

¡Al enemigo! ¡al enemigo! ¡al enemigo!
¡Encended la batalla, hijos de Bekr y de Zimmán, azuzad la pelea!
¡Las alturas están inundadas de escuadrones salvajes!
¡Adelante, pues! ¡al enemigo, al enemigo!
¡Honores, honores a quien esta mañana se vista con el manto rojo!
¡Vamos, guerreros nuestros!
¡Caed sobre ellos, y os abrazaremos con toda la fuerza de nuestros brazos!
¡Aseméjense las heridas, anchurosas, a la abertura del vestido de una loca furiosa!
¡Y os preparemos una cama con muelles cojines!
¡Pero, si retrocedéis, huiremos de vosotros como de hombres indignos de amor!
¡Adelante, pues! ¡al enemigo, al enemigo!
¡Adelante, y honor a los hijos de Bekr y de Zimmán!
¡Encended la batalla, azuzad la pelea!
¡Matad y vivid, hijos de mi raza! ¡Adelante!

Y he aquí el canto de guerra clamado por la cólera de Hozeilah las Lunas para exaltar el ardor de los que rodeaban el pendón de los Bani-Zimmán, junto a su padre Find, que había cortado los jarretes de su camello para estar seguro de no retroceder un paso:

¡Valor, hijos de Zimmán; valor, nobles Bekridas;
Herid, herid con vuestros sables cortantes!
¡Sacudid sobre sus cabezas las mil teas de la guerra roja!
¡Degollemos, degollemos a todos!
¡Valor, defensores de vuestras mujeres!
¡Somos las hijas hermosas de la estrella de la mañana;
el almizcle perfuma nuestras cabelleras, las perlas nos adornan el cuello!
¡Degollad, degollad a todos!
¡Y os estrecharemos en nuestros brazos!
¡Valor, valor, heroicos jinetes de Rabiah!
¡Al más bravo de vosotros le sacrificaré mi flor virginal!
¡Caed sobre el enemigo! ¡Para el más bravo será Hozeilah las Lunas!
¡Degollad, degollad a todos!
¡Pero a los cobardes que retrocedan les desdeñaremos.
Con ese desdén de los labios y del corazón que acompaña al desprecio!
¡Herid, pues, con vuestros sables cortantes!
¡Que su sangre sirva de alfombra a nuestros pies!
¡Degollad a todos, herid con vuestros sables cortantes!
¡Degollad a todos!

Y al oír aquel doble canto de muerte, nuevo entusiasmo hizo hervir el ardor de los Bekridas, redobló el encarnizamiento, y la victoria fué para ellos decisiva y definitiva.

Y así es cómo se batían nuestros padres de la gentilidad. ¡Y así es cómo se portaban sus hijas! ¡Que los fuegos de la gehenna no sean para ellos demasiado crueles!

Luego el joven dijo a sus oyentes exaltados: "Escuchad ahora la AVENTURA AMOROSA DE LA PRINCESA FATIMAH CON EL POETA MURAKISCH, que también vivían en la época de la gentilidad".

Y dijo:

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Capítulo 0976: aventura amorosa de la princesa fatimah con el poeta murakisch

AVENTURA AMOROSA DE LA PRINCESA FATIMAH CON EL POETA MURAKISCH[editar]

"Cuentan que Nemán, rey de Hirah, en el Irak, tenía una hija llamada Fátimah, que era tan bella como ardiente. El rey Nemán, que conocía el temperamento poco tranquilizador de la joven princesa, había tenido la precaución de tenerla encerrada en un palacio retirado para prevenir un deshonor sobre su raza o una calamidad. Y también había tenido cuidado, en honor a su hija y por prudencia al mismo tiempo, de hacer vigilar día y noche alrededor del palacio a guardias armados. Y nadie más que la doncella de la princesa tenía derecho a entrar en aquel asilo conservador de la virtud de Fátimah. Y por un exceso de prudencia y desconfianza, a diario, a la caída de la noche, se arrastraban por tierra grandes mantas de lana alrededor del palacio, a fin de igualar y alisar la superficie arenosa del suelo para que desapareciese la huella de los piececitos de la joven que servía a la princesa, y también para reconocer al día siguiente si había dejado huellas algún tunante al acecho de aventuras.

Y he aquí que la bella cautiva subía varias veces al día a lo alto de su claustro forzado, y desde allí miraba de lejos a los transeúntes, y suspiraba. Y un día, por aquel procedimiento, vió a su doncellita, que se llamaba Ibnat-Ijlán, charlando con un joven de buen aspecto. Y acabó por saber de boca de la joven que aquel joven de quien la muchacha estaba enamorada era el célebre poeta Murakisch, y que ya había ella gozado de su amor muchas veces. Y la doncella, que era en verdad hermosa y vivaracha, elogió a su señora la belleza y la magnífica cabellera del poeta, y en términos tan exaltados, que la ardiente Fátimah deseó apasionadamente verle y gozarle a su vez, al igual de su doncella. Pero primero, con su delicadeza refinada de princesa, quiso asegurarse de si el hermoso poeta era de buena familia. Y con ello precisamente daba prueba de saber portarse como verdadera árabe de alto linaje que era. Y así se distinguió de su doncella, menos noble que ella, y por tanto, menos escrupulosa y menos exigente.

A tal fin, pues, la princesa recluida exigió una prueba, decisiva a su entender. Porque, cuando habló con la joven respecto a las probabilidades de que entrase el poeta en el castillo, acabó por decirle: "¡Escucha! Cuando mañana esté contigo el joven, preséntale un mondadientes de madera aromática y un pebetero en el que echarás un poco de perfume. Y después dile que se ponga de pie encima del pebetero para perfumarse. Si se sirve del mondadientes sin cortarlo ni deshacer un poco la punta, o si se niega a admitirlo, es un hombre vulgar, sin delicadeza. Y si se coloca encima del pebetero o si lo rechaza, también será un cualquiera. Y por muy gran poeta que sea, un hombre que no conoce la delicadeza no es digno de las princesas".

Así es que al día siguiente, cuando fué en busca de su enamorado, no dejó la joven de hacer la experiencia. Porque tras de colocar un pebetero encendido en medio de la habitación, y de echar en él perfume, dijo al joven: "¡Acércate para perfumarte!"

Pero el poeta no se molestó, y contestó: "Tráeme el pebetero, junto a mí". Y la joven así lo hizo; pero el poeta no puso el pebetero debajo de sus ropas, y se contentó con perfumarse solamente la barba y la cabellera. Tras de lo cual, aceptó el mondadientes que le presentaba su amante, y después de cortarlo y tirar un pedacito, hizo de la punta un pincel flexible, v se frotó con él los dientes y se perfumó las encías. Hecho esto, sucedió entre él y la joven lo que sucedió.

Y cuando la pequeñuela volvió al palacio vigilado, contó a su impetuosa señora el resultado de la prueba. Y Fátimah dijo al punto: "¡Tráeme a ese noble árabe! Y date prisa".

Pero los guardianes eran severos y estaban armados y en continuo acecho. Y cada mañana, los adivinos del rey Nemán, padre de la princesa, iban a aquellos lugares para ver y reconocer las huellas de pies impresas en la arena. Y se volvían los adivinos para decir a su señor: "¡Oh rey del tiempo! esta mañana no hemos encontrado otra impresión que la de los piececitos de la joven Ibnat-Ijlán".

Pero ¿qué hizo la maligna doncella de la princesa para introducir consigo al poeta sin traicionar su paso? Helo aquí. La noche fijada por su señora, fué en busca del joven, y sin vacilar, se le cargó a la espalda, le sujetó fuertemente pasándole por la cintura un manto que se anudó luego ella por delante, y así introdujo, sin peligro de descubrirse, al seductor en el aposento de la seducida.

Y el poeta pasó con la vehemente hija del rey una noche bendita, noche de blancura, de dulzura y de calentura. Y salió con el alba, de la misma manera que había entrado, es decir, a espaldas de la joven.

Pero ¿qué sucedió por la mañana? Pues que los adivinos del rey, como todas las mañanas, fueron a examinar los pasos señalados en la arena. Luego fueron a decir al rey, padre de la princesa: "iOh señor nuestro! esta mañana no hemos notado más que las huellas de los piececitos de Ignat-Ijlán. Pero esta joven ha debido engordar considerablemente en palacio, pues la impresión de sus pies en la arena es más profunda".

Y el caso es que las cosas continuaron lo mismo durante algún tiempo, amándose con reciprocidad ambos jóvenes, transportando al amante la doncella, y hablando de gordura los adivinos. Y no habría razón para que cesase aquel estado de cosas, si el poeta no hubiese destruido con sus manos su dicha.

En efecto, el hermoso Murakisch tenía un amigo muy querido, al que nunca rehusaba nada. Y como le pusiera al corriente de su singular aventura, aquel joven deseó con insistencia ser introducido de la propia manera ante la princesa Fátimah y hacerse pasar por Murakisch en persona, merced a las tinieblas de la noche y a su semejanza de estatura y de modales con su amigo. Y Murakisch se dejó vencer por las instancias del joven, y prestó su consentimiento por juramento. Y llegada que fué la noche, el amigo se montó a espaldas de la joven, y fué introducido en el cuarto de la princesa.

Y en la oscuridad empezó lo que debía empezar. Pero al punto, a despecho de las tinieblas, la experta Fátimah advirtió la sustitución, notando blandura donde antes había dureza, y tibieza donde antes había ardor abrasador, y pobreza donde antes había abundancia. Y levantándose en aquella hora y en aquel instante, rechazó al intruso con un desdeñoso puntapié y mandó que le recogiese su doncella, la cual le transportó afuera por el medio de transporte acostumbrado...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 0977: pero cuando llegó la 976ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 976ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... y mandó que le recogiese su doncella, la cual le transportó afuera por el medio de transporte acostumbrado.

Y desde entonces el poeta fué despedido por la hija del rey, que nunca consintió en perdonarle su traición. Y para desahogar su dolor y sus penas, compuso él la kásidah siguiente:

¡Adiós, hermana Bekrida! ¡Y quede a tu lado la dicha, a pesar de mi marcha!

¡Ay! ¡antes, por lo menos, desgraciado Murakisch, tu Fátimah encantaba tus noches y apuñalaba tu corazón con su talle elegante como la rama del nabk, y con su andar cadencioso como el del avestruz.

Con su talle y con su andar y con su belleza límpida cual el agua de los estanques.

Con su belleza y con sus lindos dientes límpidos, humedecidos de fresca saliva, que parecía rocío puro, y con sus mejillas bruñidas y lisas como una capa de plata; y con sus manos bonitas y sus brazaletes; ¡y con las ondas negras de sus cabellos, ella daba encanto a tus noches, haciendo palpitar tu corazón!

¡Ay! ¡llegó el adiós! ¡Y se ha desvanecido todo!

Por el capricho de un amigo ¡oh generoso Murakisch! dejaste que se desvaneciera todo! ¡Muérdete las manos de desesperación, y corta con tus dientes tus diez dedos, por culpa del capricho de un dichoso amigo!

¡Ay! ¡se ha desvanecido todo, y no es un sueño, porque estás despierto, y los sueños son hermosas ilusiones del que duerme, y te están vedados para siempre jamás!

Y el poeta Murakisch se cuenta entre los que murieron de amor".

Luego dijo el joven a sus oyentes: "Antes de llegar a los tiempos islámicos, escuchad esta historia del rey de los Kinditas y su esposa Hind".

Y dijo:

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Capítulo 0978: la venganza del rey hojjr

LA VENGANZA DEL REY HOJJR[editar]

"Se nos ha transmitido por los relatos de nuestros antiguos padres que el rey Hojjr, jefe de las tribus kinditas, y padre de Imrú Ul-Kais, el poeta más grande de la gentilidad, era el hombre más temido entre los árabes por su ferocidad y su temeridad intrépida. Y tan severo era hasta con los individuos de su propia familia, que su hijo, el príncipe Imrú Ul-Kais, tuvo que huir de las tiendas paternas, a fin de dar libre curso a su genio poético. Porque el rey Hojjr consideraba que ostentar públicamente el título de poeta era para su hijo una derogación de la nobleza y de la alteza de su linaje.

Y he aquí que, cuando el rey Hojjr estaba un día lejos de su territorio, de expedición guerrera contra la tribu disidente de los Bani-Assad, acaeció que sus antiguos enemigos los Kodaidas, mandados por Ziad, invadieron de pronto en razzia sus tierras, se llevaron un botín considerable, enormes provisiones de dátiles secos, una porción de caballos, de camellos y de acémilas, y numerosas mujeres y muchachas kinditas. Y entre las cautivas de Ziad se encontraba la mujer más amada del rey Hojjr, la bella Hind, joya de la tribu.

Así es que, en cuanto tuvo noticia de aquel acontecimiento, Hojjr volvió sobre sus pasos a la carrera, con todos sus guerreros, y se dirigió al lugar donde pensaba encontrarse con su enemigo Ziad, el raptor de Hind. Y, en efecto, no tardó en llegar a poca distancia del campo de los Kodaidas. Y al punto envió a dos espías muy duchos, llamados Saly y Sadús, para reconocer el terreno y procurarse el mayor número posible de informes respecto a la tropa de Ziad.

Y los dos espías lograron introducirse en el campamento sin ser reconocidos. E hicieron preciosas observaciones acerca de la cuantía del enemigo y la disposición del campo. Y después de algunas horas pasadas en inspeccionarlo todo, el espía Saly dijo a su compañero Sadús: "Todo lo que acabamos de ver me parece suficiente como nociones e informes respecto a los proyectos de Ziad. Y voy a poner al rey Hojjr al corriente de lo que hemos presenciado". Pero Sadús contestó: "Yo no me voy hasta que no tenga detalles todavía más importantes y más precisos". Y se quedó solo en campamento de los Kodaidas. En cuanto cerró la noche, unos hombres de Ziad fueron a hacer la guardia junto a la tienda de su jefe, y se apostaron en grupos acá para allá. Y temiendo ser descubierto, Sadús, el espía de Hojjr, tuvo un golpe de audacia, y valientemente dió un manotazo en el hombro a un guardia que acababa de sentarse en tierra como los demás, y le apostrofó con acento imperativo, diciéndole: "¿Quién es el que se encuentra en el interior de la tienda?" A lo que el guardia respondió: "Es mi señor, el gran Ziad con su bella cautiva Hind".

Tras estas palabras, Sadús desvaneció al guardia y hallando el camino libre se acercó a la tienda Y he aquí que en seguida oyó hablar dentro de la tienda. Y era la voz del propio Ziad, que poniéndose al lado de su bella cautiva Hind, la besaba y jugueteaba con ella. Y entre otras cosas, Sadús oyó el diálogo siguiente. La voz de Ziad dijo: "Dime, Hind, ¿qué crees que haría tu marido Hojjr si supiera que en este momento estoy a tu lado, de dulce charla?"

Y contestó Hind: "¡Por la muerte! correría sobre tu pista como un lobo, y no interrumpiría su carrera hasta llegar hasta las tiendas rojas, hirviente, lleno de cólera y de rabia, impaciente de venganza, echando espuma por la boca como un camello que de camino comiese hierbas amargas".

Y al oír estas palabras de Hind, Ziad sintió celos, y dando una bofetada a su cautiva, le dijo: "¡Ah! ya te comprendo. Te gusta Hojjr, ese fiero animal, le amas, y quieres humillarme". Pero Hind protestó vivamente, diciendo: "Por nuestros dioses Lat y Ozzat, juro que jamás he detestado a un varón como detesto a mi esposo Hojjr. Pero puesto que me interrogas, ¿por qué ocultarte mi pensamiento? En verdad que nunca vi hombre más vigilante y más circunspecto que Hojjr, lo mismo cuando duerme que cuando vela".

Y Ziad le preguntó: "¿Cómo es eso? Explícate". Entonces dijo Hind: "Escucha. Cuando Hojjrs está bajo el poder del sueño, tiene un ojo cerrado, pero el otro abierto, y la mitad de su ser está despierto. Y es esto tan verdad, que una noche entre las noches, mientras dormía él a mi lado y yo velaba su sueño, he aquí que una serpiente negra apareció de pronto debajo de la estera, y fué derecha a su rostro. Y Hojjr, sin dejar de dormir, desvió instintivamente la cabeza. Y la serpiente se le deslizó hacia la palma abierta de la mano. Y Hojjr cerró la mano al punto. Entonces la serpiente, molesta, se encaminó a un pie que tenía estirado. Pero Hojjr siempre dormido, encogió la pierna y subió el pie. Y la serpiente, desorientada, no supo adónde ir, y se decidió a arrastrarse hasta un tazón de leche que Hojjr me recomendaba que de continuo tuviera lleno junto a su lecho. Y una vez que llegó al tazón, la serpiente se sorbió vorazmente la leche y luego la vomitó en el tazón.

Y al ver aquello, pensaba yo, regocijándome en el alma: "¡Qué suerte tan inesperada! Cuando Hojjr despierte, se beberá esa leche, envenenada ahora, y morirá al instante. ¡Ah! voy a verme libre de ese lobo". Y al cabo de cierto tiempo, se despertó Hojjr, sediento y pidiendo leche. Y tomó de mis manos el tazón; pero tuvo cuidado olfatear primero el contenido. Y he aquí que le tembló la mano, y el tazón cayó y se volcó. Y se salvó él. Así lo hace todo, en cualquier circunstancia. Lo piensa todo, lo prevé todo, y jamás está desprevenido".

Y Sadús el espía oyó estas palabras; luego ya no percibió nada de lo que se decían Ziad e Hind, a no ser el ruido de sus besos y suspiros. Entonces levantóse sigilosamente y se evadió. Y una vez fuera del campamento, caminó a buen paso, y antes del alba estuvo junto a su señor Hojjr, a quien contó cuanto había visto y oído. Y terminó su relato diciendo: "Cuando los dejé, Ziad tenía la cabeza apoyada en las rodillas de Hind; y jugueteaba con su cautiva, que le correspondía placentera". Y al oír estas palabras, Hojjr hizo rugir en su pecho un suspiro ruidoso, y poniéndose en pie...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 0979: pero cuando llegó la 977ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 977ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

...Y al oír estas palabras, Hojjr hizo rugir en su pecho un suspiro ruidoso, y poniéndose en pie, dió la voz de marcha y de ataque inmediato al campo kodaida. Y todos los escuadrones de los Kinditas se pusieron en marcha. Y cayeron de improviso sobre el campamento de Ziad. Y se entabló una refriega furiosa. Y no tardaron los Kodaidas de Ziad en ser arrollados y puestos en fuga. Y su campamento, tomado por asalto, fué saqueado y quemado. Y se mató a los que se mató, y se esparció en el viento el furor de lo que quedaba.

En cuanto a Ziad, le advirtió Hojjr entre la muchedumbre cuando trataba de atraer de nuevo hacia la lucha a los que huían. Y chillando y aullando, Hojjr cayó sobre él como ave de rapiña, le cogió a brazo cuando pasaba en su caballo, y levantándole en el aire, le tuvo así un momento a pulso, golpeándole luego contra el suelo, y le molió los huesos. Y le cortó la cabeza y la colgó a la cola de su caballo.

Y satisfecha su venganza respecto a Ziad, se dirigió a Hind, a quien había recuperado. Y la ató a dos caballos, fustigándolos y haciéndolos marchar en sentido inverso. Y mientras se partía y destrozaba ella, le gritó: "Muere, ¡oh mujer, que tan dulce eras de lengua tan amarga de pensamientos secretos!"

Y tras de contar esta venganza salvaje, el joven dijo a sus oyentes: "Ya que aún nos ocupamos de esa época anterior al Islam bendito, escuchad el relato que, acerca de las costumbres de las mujeres árabes de aquel tiempo, nos hace la bienamada esposa del Profeta - ¡con Él la plegaria y la paz! -, nuestra señora Aischah, la más hermosa y alta fisionomía femenina del Islam primitivo, la mujer llena de inteligencia, de pasión, de ternura y de valor, cuya palabra impetuosa tenía el varonil vigor del joven robusto, y cuyo lenguaje elocuente tenía la belleza sana y fresca de una virgen pura." Y dijo ese relato de Aischah:

LOS MARIDOS APRECIADOS POR SUS ESPOSAS

Un día entre los días, se habían reunido a mi morada unas nobles mujeres yemenitas. Y acordaron por juramento decirse con toda verdad, y sin disimular nada, cómo eran sus esposos, buenos o malos.

Y la primera tomó la palabra y dijo: "¿Mi hombre?, es feo e inabordable, semejante a una ración pesada de camello encaramada en la cumbre de una montaña de difícil acceso. Y además, tan delgado y tan seco, que no debe tener en los huesos ni un hilo de médula. ¡Una esterilla usada!"

Y la segunda mujer yemenita dijo: "Del mío, realmente, no debía decir ni una palabra. Porque sólo hablar de él me repugna. Es un animal intratable, y por una palabra que yo le responda, en seguida me amenaza con repudiarme; y si me callo, me zarandea y me tiene como si me llevara en la punta de un hierro de lanza."

Y la tercera dijo: "Por lo que a mí respecta, he aquí a mi encantador marido: si come, lame hasta el fondo de los platos; si bebe, chupa hasta la última gota; si se acurruca, se encoge y salta sobre sí mismo como una pelota; y si ocurre que tiene que matar a algún animal para sustentarnos, mata siempre al más seco y descarnado. En cuanto a lo demás, nada absolutamente: no deslizará su mano sobre mí ni siquiera para saber sólo cómo estoy."

Y la cuarta dijo: "¡Alejado sea el hijo de mi tío! ¡Es una mole que pesa sobre mis ojos y sobre mi corazón de noche y de día! Un conjunto de defectos, extravagancias y locuras. Por cualquier cosa le da a una un golpe en la cabeza, o le apunta y desgarra el vientre, o se abalanza a una, o pega, pincha y hiere al mismo tiempo. ¡Así se muera lobo tan peligroso!"

Y la quinta dijo: "¡Oh!, mi esposo es bueno y hermoso como una buena noche entre las noches de Tihamah, generoso como la generosa lluvia de las nubes, y honrado y temido de todos nuestros guerreros. Cuando sale, es un león magnífico y vigoroso. Es magnánimo, y su generosidad hace que la ceniza de su hogar, abierto a todos, sea siempre abundante. La columna de su nombre es alta y gloriosa. Sobrio, se sobrepone a su hambre en una noche de festín; vigilante, no duerme nunca en noche de peligro; hospitalario, ha establecido su morada muy cerca de la plaza pública para recoger viajeros. ¡Oh! ¡cuán grandioso y hermoso es, cuán encantador! Tiene la piel suave y blanca, como una seda de conejo que os cosquillea deliciosamente. Y el perfume de su aliento es el aroma leve del zarnab. Y no obstante su fuerza y poderío, obro a mi antojo con él".

La sexta dama yemenita, por último, sonrió dulcemente y dijo a su vez: "¡Oh! mi marido es Malik Abu-Zar, el excelente Abu-Zar, conocido de todas nuestras tribus. Me conoció siendo yo hija de una familia pobre que vivía con apuro y estrechez, y me condujo a su tienda de hermosos colores, y me enriqueció las orejas con preciosas arracadas, el pecho con hermosos adornos, las manos y los tobillos con hermosas pulseras, y los brazos con robustas redondeces. Me ha honrado como a esposa, y me ha llevado a una morada donde resuenan sin cesar las vivaces canciones de las tiorbas, donde chispean las hermosas lanzas samharianas de mástiles derechos, donde sin cesar se oyen los relinchos de las yeguas, los gruñidos de las camellas reunidas en parques inmensos, el ruido de la gente que pisa y apalea el grano, los gritos confundidos de veinte rebaños. Al lado suyo, hablo a mi antojo, y jamás me reprende ni me censura. Si me acuesto, no me deja jamás en la sequía; si me duermo, me deja hasta muy tarde. Y ha fecundado mis flancos, y me ha dado un hijo, ¡qué admirable hijo! tan pequeño, que su boquirrita parece el intersticio que deja vacío un junquillo arrancado del tejido de la estera; tan bien educado, que bastaría a su apetito lo que un cabrito pace de un bocado; tan encantador, que cuando anda y se balancea con tanta gracia en los anillos de su pequeña cota de malla, arrebata la razón de los que le miran. ¡Y la hija que me ha dado Abu-Zar es deliciosa, sí, es deliciosa la hija de Abu-Zar! Es el orgullo de la tribu. Está tan regordeta, que llena por completo su vestido, apretada en su mantellina como una trenza de cabellos; tiene el vientre tan formado y sin prominencias; el talle, delicado y ondulante bajo la mantellina; la grupa, rica y desarrollada; el brazo, redondito; los ojos, grandes y muy abiertos; las pupilas, de un negro oscuro; las cejas, finas y graciosamente arqueadas; la nariz, ligeramente arremangada como la punta de un sable suntuoso; la boca, bonita y sincera; las manos lindas y generosas; la alegría franca y vivaracha; la conversación, fresca como la sombra; el soplo de su aliento, más dulce que la seda y más embalsamado que el almizcle que nos transporta el alma. ¡Ah! ¡que el cielo me conserve a Abu-Zar, y al hijo de Abu-Zar, y a la hija de Abu-Zar! ¡Que los conserve para mi ternura y mi alegría!"

Cuando hubo hablado así la sexta dama yemenita, di las gracias a todas por haberme proporcionado el placer de escucharlas, y a mi vez, tomé la palabra, y les dije: "¡Oh hermanas mías! ¡Alah el Altísimo nos conserve al Profeta bendito! Me es más caro que la sangre de mi padre y de mi madre...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0980: pero cuando llegó la 978ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 978ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡... Oh hermanas mías! ¡Alah el Altísimo nos conserve al Profeta bendito! Me es más caro que la sangre de mi padre y de mi madre. Pero mi boca no es lo bastante pura, ciertamente, para cantar sus alabanzas. Por eso me contentaré con repetiros sólo lo que una vez me dijo con respecto a nosotras, las mujeres, que en la gehenna somos los tizones más numerosos que el fuego devora. En efecto, un día en que yo le rogaba me diera consejos y palabras que me encaminasen al cielo, me dijo:

"¡Oh Aischah, mi querida Aischah! Ojalá las mujeres de los musulmanes se observaran y velaran por sí mismas, tuvieran paciencia en la pena, agradecimiento en el bienestar, dieran a sus maridos numerosos hijos, los rodearan de consideraciones y cuidados, y no desdeñaran nunca los beneficios que Alah prodiga por mediación de ellos. Porque ¡oh mi bienamada Aischah! el Retribuidor niega Su misericordia a la mujer que ha desdeñado Sus bondades. Y la que, fijando miradas insolentes en su marido, diga delante o detrás de él: "¡Qué cara tan fea tienes! ¡qué repugnante eres, antipático ser!", a esa mujer ¡oh Aischah! le torcerá los ojos y la dejará bizca, le alargará y deformará el cuerpo, la hará pesada o innoble, convirtiéndola en masa repelente de carne fofa, suciamente acurrucada sobre su base de carnes ajadas, flácidas y colgantes. Y la mujer que, en la cama conyugal o en otra parte, se muestra hostil a su marido, o le irrita con palabras agrias, o provoca su mal humor, ¡oh! A esa el Retribuidor, en el día del Juicio, le estirará la lengua sesenta codos, hasta dejarla convertida en una sucia correhuela carnosa, que se enrollará al cuello de la culpable, hecha carne horrible y lívida. Pero ¡oh Aischah! la mujer virtuosa que no turba jamás la tranquilidad de su marido, que nunca pasa la noche fuera de su casa sin permiso, que no se emperifolla con vestiduras rebuscadas y velos preciosos, que no se pone anillas preciosas en brazos y piernas, que jamás trata de atraer las miradas de los creyentes, que es bella con la belleza natural puesta en ella por su Creador, que es dulce en palabras, rica en buenas obras, respetuosa y diligente para su marido, tierna y amante para sus hijos, buena consejera para su vecina y benévola para toda criatura de Alah, ¡oh! ¡oh! ¡esa, mi querida Aischah, entrará en el paraíso con los profetas y los elegidos del Señor!"

Y exclamé, toda conmovida: "¡Oh Profeta de Alah! ¡me eres más caro que la sangre de mi padre y de mi madre!"

"¡Y ahora que hemos llegado a los benditos tiempos del Islam -continuó el joven-, escuchad algunos rasgos de la vida del califa Omar ibn Al-Khatabb (¡Alah le colme con Sus favores!), que fué el hombre más puro y más rígido de aquellos tiempos puros y rígidos, el emir más justo entre todos los emires de los creyentes!" Y dijo:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0981: omar el separador

OMAR EL SEPARADOR[editar]

"Cuentan que al Emir de los Creyentes Omar Ibn Al-Khattab -que fué el califa más justo y el hombre más desinteresado del Islam se le apodó El-Farrukh, o el Separador, porque tenía la costumbre de separar en dos, de un sablazo, a todo hombre que se negara a obedecer una sentencia pronunciada contra él por el Profeta (¡con El la plegaria y la paz!)

Y eran tales su sencillez y su desinterés que un día, tras de adueñarse de los tesoros de los reyes del Yemen, mandó distribuir todo el botín entre los musulmanes, sin distinción. Y entre otras cosas, le tocó a cada uno una tela rayada del Yemen. Y Omar tuvo una parte exactamente igual a la del menor de sus soldados. Y mandó que le hicieran un vestido nuevo con aquella pieza de tela rayada del Yemen que le había tocado en el reparto; y así vestido, subió al púlpito de Medina y arengó a los musulmanes para emprender una nueva expedición contra los infieles. Pero he aquí que un hombre de la asamblea se levantó y le interrumpió en su arenga, diciéndole: "No te obedeceremos".

Y Omar le preguntó: "¿Por qué?"

Y el hombre contestó: "Porque, cuando has hecho el reparto de las telas rayadas del Yemen, a cada musulmán le ha tocado una pieza, y a ti mismo también te ha tocado una sola pieza. Pero esa pieza no ha podido bastar para hacerte el traje completo con que te estamos viendo vestido hoy. Por tanto, de no haber tomado, a escondidas nuestras, una parte más considerable que la que nos has dado, no podrías tener el traje que llevas, sobre todo con la mucha estatura que tienes".

Y Omar se encaró con su hijo Abdalah, y le dijo: "¡Oh Abdalah! contesta a ese hombre. Porque su observación es justa". Y Abdalah, levantándose, dijo: "¡Oh musulmanes! sabed que, cuando el Emir de los Creyentes Omar quiso hacerse coser un traje con su pieza de tela, resultó ésta escasa. Por consiguiente, como no tenía traje a propósito para vestirse hoy, le he dado parte de mi pieza de tela para completar su traje". Luego se sentó. Entonces, el hombre que había interpelado a Omar, dijo: "¡Loores a Alah! Ahora ya te obedeceremos, ¡oh Omar!"

Y otra vez, después de conquistar Omar la Siria, la Mesopotamia, el Egipto, la Persia y todos los países de los rums, y después de caer sobre Bassra y Kufa, en el Irak, había entrado en Medina, donde, vestido con un traje tan usado que tenía hasta doce pedazos, se pasaba el día en las gradas que conducen a la mezquita, escuchando las querellas de los últimos de sus súbditos, y haciendo justicia a todos por igual, al emir lo mismo que al camellero.

Y he aquí que, por aquel entonces, el rey Kaissar Heraclio, que gobernaba a los rums de Constantinia, le envió un embajador, con encargo de juzgar por sus propios ojos los medios, fuerzas y acciones del emir de los árabes. Así es que, cuando aquel embajador entró en Medina, preguntó a los habitantes: "¿Dónde está vuestro rey?" Y ellos contestaron: "¡Nosotros no tenemos rey, porque tenemos un emir! ¡Y es el Emir de los Creyentes, el califa de Alah, Omar Ibn Al-Khattab!"

El preguntó: "¿Dónde está? ¡Llevadme a él!" Ellos contestaron: "Estará haciendo justicia, o acaso descansando". Y le indicaron el camino de la mezquita.

Y el embajador de Kaissar llegó a la mezquita, y vió a Omar dormido al sol de la siesta en las gradas ardientes de la mezquita, descansando la cabeza en la misma piedra. Y le corría por la frente el sudor, formando un amplio charco en torno a su cabeza.

Al ver aquello, descendió el temor al corazón del embajador de Kaissar, que no pudo por menos de exclamar: "¡He ahí, como un mendigo, al hombre ante quien inclinan su cabeza todos los reyes de la tierra, y que es dueño del más vasto Imperio de este tiempo!"

Y allí quedó en pie, presa del espanto, pues habíase dicho: "Cuando un pueblo está gobernado por un hombre como éste, los demás pueblos deben vestirse trajes de luto".

Y en la conquista de Persia, entre otros objetos maravillosos cogidos en el palacio del rey Jezdejerd, en Istakhar, se apoderó de una alfombra de sesenta codos en cuadro, que representaba un parterre, del que cada flor, formada con piedras preciosas, se erguía sobre un tallo de oro. Y el jefe del ejército musulmán, Saad ben Abu-Waccas, aunque no estaba muy versado en la tasación mercantil de objetos preciosos, comprendió, sin embargo, cuánto valía una maravilla semejante, y la rescató del pillaje del palacio de los Khosroes para hacer un presente con ella a Omar. Pero el rígido califa (¡Alah le cubra con Sus gracias!), que ya, cuando la conquista del Yemen, no había querido tomar, en el despojo de los países conquistados, más tela rayada que la que necesitaba para hacerse un traje, no quiso, aceptando semejante don, dar pábulo a un lujo cuyos efectos temía por su pueblo. Y acto seguido hizo cortar la pesada alfombra en tantos pedazos como jefes musulmanes había entonces en Medina. Y no se quedó con ningún pedazo para él. Y era tanto el valor de aquella rica alfombra, aun destrozada, que Alí (¡con él las gracias más escogidas!) vendió por veinte mil dracmas, a unos mercaderes sirios, el retazo que le había tocado en el reparto.

Y también en la invasión de Persia fué cuando el sátrapa Harmozán, que había resistido con más valor que nadie a los guerreros musulmanes, consintió en rendirse, pero remitiéndose a la propia persona del califa para que decidiera en su suerte.

Como Omar se encontraba en Medina, Harmozán fué conducido a aquella ciudad bajo la custodia de una escolta comandada por dos emires de los más valerosos entre los creyentes. Y llegados que fueron a Medina, aquellos dos emires, queriendo hacer valer a los ojos del califa la importancia y el rango de su prisionero persa, le hicieron poner el manto bordado de oro y la alta tiara resplandeciente que llevaban los sátrapas en la corte de los Khosroes. Y revestido con aquellas insignias de su dignidad, el jefe persa fué llevado ante las gradas de la mezquita, donde estaba sentado el califa, sobre una estera vieja, a la sombra de un pórtico. Y advertido, por los rumores del pueblo, de la llegada de aquel personaje, Omar alzó los ojos, y vió delante de él al sátrapa vestido con toda la pompa usada en el palacio de los reyes persas. Y por su parte, Harmozán vió a Omar; pero se negó a reconocer al califa, al dueño del nuevo Imperio, en aquel árabe vestido con trajes remendados y sentado solo, sobre una estera vieja, en el patio de la mezquita. Pero Omar, reconociendo en aquel prisionero a uno de aquellos orgullosos sátrapas que durante tanto tiempo habían hecho temblar, con una mirada, a las tribus más fieras de Arabia, exclamó en seguida: "¡Loores a Alah, que ha traído al Islam bendito para humillaros a ti y a tus semejantes!" Y mandó despojar de sus trajes dorados al persa, e hizo que le cubriesen con una grosera tela del desierto; luego le dijo: "Ahora que estás vestido con arreglo a tus méritos, ¿reconocerás la mano del Señor a quien sólo pertenecen todas las grandezas?"

Y Harmozán contestó: "Claro que la reconozco sin esfuerzo. Porque, mientras la divinidad ha sido neutral, os hemos vencido, como atestiguo con todos nuestros triunfos pasados y toda nuestra gloria. Preciso es, pues, que el Señor de que hablas haya combatido en favor vuestro, ya que acabáis de vencernos a vuestra vez".

Y al oír estas palabras en que la aquiescencia se confundía con la ironía, Omar frunció las cejas de tal manera, que el persa temió que su diálogo terminase con una sentencia de muerte. Así es que, fingiendo una sed violenta, pidió agua, y cogiendo el vaso de barro que le presentaban, fijó sus miradas en el califa, y pareció vacilar en llevárselo a los labios. Y Omar preguntó: "¿Qué temes?" Y el jefe persa contestó: "Temo...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0982: pero cuando llegó la 979ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 979ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y el jefe persa contestó: "Temo que se aprovechen del momento en que esté bebiendo para darme muerte". Pero Omar le dijo: "¡Alah nos libre de merecer tales sospechas! Estás en seguridad hasta que esa agua haya refrescado tus labios y extinguido tu sed". A estas palabras del califa, el listo persa tiró el vaso al suelo y lo rompió. Y Omar, ligado por su propia palabra, renunció generosamente a molestarle. Y Harmozán, conmovido ante aquella grandeza de alma, se ennobleció con el Islam. Y Omar le señaló una pensión de dos mil dracmas.

Y durante la toma de Jerusalem, que es la ciudad santa de Issa (Jesús), hijo de Mariam, el profeta más grande antes de la llegada de nuestro señor Mahomed (¡con El la plegaria y la paz!), y en torno a cuyo templo daban vueltas al principio los creyentes para hacer oración, el patriarca Sofronios, jefe del pueblo, había consentido en capitular, pero con la condición de que fuera el califa en persona a tomar posesión de la ciudad santa. E informado del tratado y de las condiciones, Omar se puso en marcha. Y el hombre que era califa de Alah sobre la tierra, y que había hecho doblar la cabeza ante el estandarte de Islam a tantos potentados, abandonó Medina sin guardia, sin séquito, montado en un camello que llevaba dos sacos, uno de los cuales contenía cebada para el bruto y el otro dátiles. Y delante llevaba un plato de madera y detrás un odre lleno de agua. Y caminando día y noche, sin detenerse más que para rezar la plegaria o para hacer justicia en el seno de alguna tribu encontrada al paso, llegó así a Jerusalem. Y firmó la capitulación. Y se abrieron las puertas de la ciudad. Y llegado que fué a la iglesia de los cristianos, advirtió Omar que estaba próxima la hora de la plegaria; y preguntó al patriarca Sofronios dónde podría cumplir con aquel deber de los creyentes.

Y el cristiano le propuso la propia iglesia. Pero Omar se escandalizó diciendo: "No entraré a orar en vuestra iglesia, y lo hago en interés vuestro, cristianos. Porque si el califa orara en este lugar, los musulmanes se apoderarían de este sitio al punto, y os lo arrebatarían sin remedio". Y tras de recitar la plegaria, volviéndose hacia la kaaba santa, dijo al patriarca: "Ahora, indícame un paraje para alzar una mezquita en que los musulmanes puedan, en lo sucesivo, reunirse para rezar la plegaria sin turbar a los vuestros en el ejercicio de su culto". Y Sofronios le condujo al emplazamiento del templo de Soleimán ben Daúd, al mismo paraje en donde se había dormido Yacub, hijo de Ibraim. Y señalaba una piedra aquel sitio, que servía de receptáculo a las inmundicias de la ciudad. Y como la piedra de Yacub se hallaba cubierta con aquellas inmundicias, Omar, dando ejemplo a los obreros, llenó de estiércol el halda de su traje y fué a transportarlo lejos de allí. Y así hizo desescombrar el emplazamiento de la mezquita, que todavía lleva su nombre, y que es la mezquita más hermosa de la tierra.

Y Omar (¡Alah le colme con Sus dones escogidos!) tenía la costumbre de llevar un báculo en la mano, y vestido con un traje agujereado y remendado en distintos sitios, recorrer los zocos y las calles de la Meca y de Medina, amonestando con severidad y con rigor, y aun castigando a palos en el acto a los mercaderes que engañaban a los compradores o encarecían la mercancía.

Un día, pasando por el zoco de la leche fresca y cuajada, vió una mujer vieja que tenía ante sí a la venta varios cuencos de leche. Y se acercó a ella, tras de mirarla hacer durante cierto tiempo, y le dijo: "¡Oh mujer! guárdate de engañar en adelante a los musulmanes, como acabo de verte hacer, y ten cuidado de no echar agua a la leche". Y la mujer contestó: "Escucho y obedezco, ¡oh Emir de los Creyentes!" Y Omar pasó sin más ni más. Pero al día siguiente dió otra vuelta por el zoco de la leche, y acercándose a la vieja lechera, le dijo: "¡Oh mujer de mal agüero! ¿no te advertí ya que no echaras agua a la leche?" Y la vieja contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! te aseguro que no lo he vuelto a hacer". Pero aún no había pronunciado estas palabras, cuando se hizo oír, indignada, desde dentro una voz de joven, que dijo: "¡Cómo madre mía! ¿Te atreves a mentir en la cara del Emir de los Creyentes, añadiendo con ello al fraude una mentira, y a la mentira la falta de veneración al califa? ¡Alah os perdone!"

Y Omar oyó estas palabras y se detuvo conmovido. Y no hizo el menor reproche a la vieja. Pero encarándose con sus dos hijos, Abdalah y Acim, que le acompañaban en su paseo, les dijo: "¿Cuál de vosotros dos quiere casarse con esa virtuosa joven? Todo hace esperar que Alah, con el soplo perfumado de Sus gracias, dé a esa niña una descendencia tan virtuosa como ella".

Y contestó Acim, el hijo menor de Omar: "¡Oh padre mío! yo me casaré con ella". Y se efectuó el matrimonio de la hija de la lechera con el hijo del Emir de los Creyentes. Y fué un matrimonio bendito. Porque le nació una hija, que se casó más tarde con Abd El-Aziz ben Merwán. Y de este último matrimonio nació Omar ben Abd El-Aziz, que subió al trono de los Ommiadas, siendo el octavo en el orden dinástico, y fué uno de los cinco grandes califas del Islam. Loores Al que eleva a quien Le place.

Y Omar acostumbraba a decir: "No dejaré nunca sin venganza la muerte de un musulmán". Y he aquí que un día, mientras presidía la sesión de justicia en las gradas de la mezquita, llevaron a su presencia el cadáver de un adolescente imberbe todavía, con las mejillas suaves y pulidas como las de una muchacha. Y le dijeron que aquel adolescente había sido asesinado por una mano desconocida, y que habían encontrado su cuerpo tirado en un camino.

Omar pidió informes y se esforzó en recoger detalles de la muerte; pero no pudo llegar a saber nada, ni a descubrir el rastro del matador. Y se apenó su alma de justiciero al ver la esterilidad de sus pesquisas. E invocó al Altísimo, diciendo: "¡Oh Alah! ¡oh Señor! permite que logre descubrir al matador". Y a menudo se le oyó repetir este ruego. Y he aquí que, a principios del año siguiente, le llevaron un niño recién nacido, vivo todavía, que habían encontrado abandonado en el mismo paraje donde había sido tirado el cadáver del adolescente. Y Omar exclamó al punto: "¡Loores a Alah! ¡Ahora yal soy dueño de la sangre de la víctima! Y se descubrirá el crimen, si Alah quiere".

Y se levantó y fué en busca de una mujer de confianza, a quien entregó el recién nacido, diciéndole: "Encárgate de este pobre huérfano, y no te preocupes por lo que necesite. Pero dedícate a escuchar cuanto se diga a tu alrededor con respecto a este niño, y ten cuidado de no dejar que nadie le coja ni le aleje de tus oídos. Y si encontraras una mujer que le besase y le estrechase contra su pecho, infórmate con sigilo de su morada y avísame en seguida. Y la nodriza guardó en su memoria las palabras del Emir de los Creyentes...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0983: y cuando llegó la 980ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 980ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y la nodriza guardó en su memoria las palabras del Emir de los Creyentes. Y el niño creció y se desarrolló. Y cuando tuvo dos años de edad, una joven esclava se acercó un día a la nodriza, y le dijo: "Mi señora me envía a rogarte que me dejes llevar a su casa tu niño. Porque está encinta, y en vista de la hermosura de este niño -¡Alah te lo conserve y aleje de él el ojo malhechor!-, desea pasarse algunos instantes mirándole para que el niño que lleva ella en su seno se forme a semejanza de éste". Y la nodriza contestó: "Está bien. Llévate al niño; pero he de acompañarte yo".

Y así se hizo. Y la joven esclava entró con el niño en casa de su señora. Y en cuanto la dama vió al niño, se arrojó sobre él llorando, y le tomó en sus brazos, cubriéndole de besos y apretándole contra ella, en el límite de la emoción.

En cuanto a la nodriza, se apresuró a ir a presentarse entre las manos del califa, y le contó lo que acababa de pasar, añadiendo: "Y esa dama no es otra que la purísima Saleha, la hija del venerable ansariano jeique Saleh, que ha visto y seguido como discípulo abnegado a nuestro Profeta bendito (¡con El la plegaria y la paz!).

Y Omar reflexionó. Luego se levantó, cogió su sable, se lo escondió debajo del vestido, y fué a la casa indicada. Y encontró al ansariano sentado a la puerta de su morada, y le dijo, después de las zalemas: "¡Oh venerable jeique! ¿qué ha hecho tu hija Saleha?" Y el jeique contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¿mi hija Saleha? Alah la recompense por sus buenas obras. Mi hija es de todos conocida por su piedad y su conducta ejemplar, por su conciencia en cumplir sus deberes para con Alah y para con su padre, por su celo en las plegarias y demás obligaciones impuestas por nuestra religión, por la pureza de su fe".

Y Omar dijo: "Está bien. Pero yo desearía tener una entrevista con ella para aumentar su amor al bien y animarla aún más a practicar obras meritorias". Y dijo el jeique: "Alah te colme con sus favores ¡oh Emir de los Creyentes! por la buena voluntad que tienes a mi hija. Espera aquí un momento a que yo vuelva, pues voy a anunciar tus propósitos a mi hija". Y entró, y pidió a Saleha que recibiese al califa. Y se introdujo en la casa a Omar.

Y he aquí que, al llegar a presencia de la joven, Omar ordenó a las personas presentes que se retiraran. Y salieron éstas inmediatamente y dejaron al califa y a Saleha solos, absolutamente solos. "Quiero que me des datos precisos respecto de la muerte del joven encontrado hace tiempo en un camino. Tú tienes esos datos. Y si tratas de ocultarme la verdad, entre tú y ella se interpondrá este sable, ¡oh Saleha!" Y contestó ella, sin turbarse: "¡Oh Emir de los Creyentes! has encontrado lo que buscas. Y por la grandeza del nombre de Alah el Altísimo y por los méritos del Profeta bendito (¡con El la plegaria y la paz!) juro que voy a decirte la verdad entera". Y bajó la voz y dijo:

Sabes, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! que yo tenía a mi servicio una mujer vieja que siempre estaba en casa y que me acompañaba a todas partes cuando yo salía. Y la consideraba y la quería como quiere una hija a su madre. Y por su parte, en cuanto me atañía y me interesaba, ponía ella una atención y un cuidado extremados. Y durante mucho tiempo la estimé y escuché con respeto y veneración.

"Pero llegó un día en que me dijo ella: "¡Oh hija mía! necesito hacer un viaje a casa de mis allegados. Pero tengo aquí una hija. Y en el sitio en donde está tengo miedo de que se vea expuesta a cualquier desgracia irremediable. Te suplico, pues, que me permitas traértela y dejarla contigo hasta mi regreso". Y al punto le di mi consentimiento. Y se marchó.

"Y al día siguiente vino a mi casa su hija. Y era una joven de aspecto delicioso, de buena apariencia, alta y bien formada. Y sentí por ella un afecto grande. Y la hice acostarse en la habitación donde yo dormía.

"Y una siesta, mientras dormía, me sentí de pronto asaltada en mi sueño y arrollada por un hombre que pesaba sobre mí a plomo y me inmovilizaba, sujetándome ambos brazos. Y deshonrada, mancillada ya, pude por fin soltarme de su abrazo. Y descubrí que él no era otro que mi joven compañera. Y me había engañado el disfraz de aquel joven imberbe a quien tan fácil había sido pasar por una muchacha.

"Y cuando le maté, hice sacar su cadáver y mandé que le dejaran en el paraje donde se le encontró. Y permitió Alah que yo fuese madre por culpa de los manejos ilícitos de aquel hombre. Y cuando eché al mundo al niño, hice que le dejaran también en el camino donde se abandonó a su padre, sin querer encargarme ante Alah de criar a un hijo que me había nacido contra mi consentimiento.

"Y ésta es ¡oh Emir de los Creyentes! la historia exacta de esos dos seres. Y te he dicho la verdad. ¡Y Alah responderá de mí!".

Y Omar exclamó: "Cierto que me has dicho la verdad, Alah extienda sobre ti Sus gracias". Y admiró la virtud y el valor de aquella muchacha, le recomendó perseverancia en las buenas obras, e hizo votos por ella al cielo. Luego salió. Y al partir, dijo al padre: "¡Alah colme de bendiciones tu casa! Virtuosa hija es tu hija. ¡Bendita sea! Ya le he hecho exhortaciones y recomendaciones". Y el venerable jeique ansariano contestó: "¡Alah te conduzca a la dicha, ¡oh Emir de los Creyentes! y te dispense los favores y beneficios que desee tu alma!"

Luego el joven rico, tras de tomar algún reposo, continuó: "Ahora, para cambiar de asunto, voy a deciros la historia de LA CANTARINA SALAMAH LA AZUL".

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0984: la cantarina salamah la azul

LA CANTARINA SALAMAH LA AZUL[editar]

Y dijo:

"El hermoso poeta, músico y cantor Mohammad el Kúfico, cuenta esto:

"Jamás tuve, entre las jóvenes y las esclavas a quienes daba lecciones de música y de canto, una discípula más bella, más viva, más seductora, más espiritual y mejor dotada que Salamah la Azul. Llamábamos la Azul a esta joven morena, porque en su labio había una encantadora sombra de bozo azulado, semejante a un pequeño trazo de almizcle que hubiera paseado por allí graciosamente una pluma de escriba experto o la mano ligera de un iluminador. Y cuando yo le daba lección, era ella muy jovencita, una jovenzuela recientemente desarrollada, con dos pechitos incipientes que alzaban y separaban un poco su ligero vestido, alejándole del seno. Y al mirarla arrebataba; era para trastornar el espíritu, deslumbrar los ojos, quitar la razón. Y cuando iba ella a una reunión, aunque la compusiesen las más renombradas bellezas de Kufah, no había miradas más que para Salamah; y bastaba que apareciese ella para que se exclamase: "¡Ah! Ahí está la Azul". Y se la amó apasionadamente, hasta la locura, pero sin objeto, por todos los que la conocían y por mí mismo. Y aunque era mi discípula, yo era para ella un humilde súbdito, un servidor obediente, un esclavo a sus órdenes. Y si me hubiera pedido orchilla humana habría ido yo a buscarla en todos los cráneos de ahorcados, en todos los huesos mohosos del mundo...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 0985: y cuando llegó la 981ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 981ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y si me hubiera pedido orchilla humana, habría ido yo a buscarla en todos los cráneos de ahorcados, en todos los huesos mohosos del mundo.

Y precisamente compuse, en recuerdo suyo, la música y palabras de este canto, cuando su amo Ibn Ghamín partió para la peregrinación, llevándola consigo, así como a sus demás esclavas.

¡Oh Ibn Ghamín! ¡qué penoso estado el de un amante desdichado a quien has dejado muerto, aunque viva todavía!

¡Les has dado en su brebaje las dos amarguras más terribles coloquíntida y ajenjo!

¡Oh camellero del Yemen que conduces la caravana! ¡me has herido, hombre siniestro!

¡Has separado corazones como jamás se han visto y los has consternado con tu aspecto de búfalo salvaje!

Pero, aun con toda mi pena de amor, mi suerte, a pesar de todo, no es comparable en negrura a la de otro enamorado de la Azul, Yezid ben Auf, el cambista.

Un día, en efecto, el amo de Salamah le dijo: "¡Oh Azul! entre todos los que te amaron sin resultado, ¿hay alguno que haya obtenido de ti una cita secreta o un beso? Dímelo, sin ocultarme la verdad". Y a esta pregunta inesperada, temerosa de que su amo se hubiese informado hacía poco de alguna pequeña licencia que ella se permitiera en presencia de testigos indiscretos, Salamah contestó: "No, indudablemente nadie ha obtenido de mí nada, excepto Yezid ben Auf el cambista. Y aun ése no ha hecho más que besarme una sola vez. Pero accedí a darle ese beso, sólo porque entonces me había deslizado en la boca, a cambio del beso, dos perlas magníficas que vendí en ochenta mil dracmas".

Al oír aquello, el amo de Salamah dijo sencillamente: "Está bien". Y sin añadir una palabra más, de tanto como sentía penetrarle en el alma la cólera celosa, se dedicó a la busca de Yezid ben Auf, le siguió hasta que le tuvo al alcance de su mano en ocasión oportuna, y le hizo morir a latigazos.

Por lo que respecta a las circunstancias en que había sido dado a Yezid aquel beso único y funesto de la Azul, helas aquí.

Iba yo un día, como de costumbre, a casa de Ibn Ghamín, para dar a Azul una lección de canto, cuando me encontré en el camino a Yezid ben Auf. Y después de las zalemas, le dije: "¿Adónde vas, ¡oh Yezid! tan bien vestido?" Y me contestó: "Adonde vas tú". Y dije: "¡Perfectamente! Vamos".

Y cuando llegamos y entramos en la morada de Ibn Ghamín, nos sentamos en la sala de reunión. Y en seguida apareció Azul, vestida con una manteleta anaranjada y un soberbio caftán rosa. Y creímos ver el sol ígneo alzándose entre la cabeza y los pies de la deslumbradora cantarina. Y la seguía la joven esclava, que llevaba la tiorba.

Y la Azul cantó, bajo mi dirección, por un método nuevo que yo le había enseñado. Y su voz era rica, grave, profunda y conmovedora. Y en un momento dado, su amo se excusó con nosotros, y nos dejó solos, a fin de ir a dar órdenes para la comida. Y Yezid, arrebatado su corazón de amor por la cantarina, se acercó a ella, implorándola con la mirada. Y ella pareció animarse, y sin dejar de cantar, le dió la respuesta en una mirada. Y enervado con aquella mirada, Yezid buscó con la mano en su vestido, sacó dos perlas magníficas que no tenían hermanas, y dijo a Salamah, que dejó de cantar por un momento: "Mira, ¡oh Azul! Estas dos perlas han sido pagadas por mí hoy mismo en sesenta mil dracmas. Si tú quisieras, te pertenecerían". Ella contestó: "¿Y qué quieres que haga para complacerte?" El contestó: "Que cantes para mí".

Entonces Salamah, tras de llevarse la mano a la frente en señal de aquiescencia, templó el instrumento, y cantó los versos siguientes, compuestos por ella, música y canto, con el ritmo grave, ligero y primero, que tiene por tónica el tono simple de la cuerda del dedo anular:

¡Salamah la Azul ha herido mi corazón con una herida tan duradera como la duración de los tiempos!

¡La ciencia más hábil del mundo no podría cerrarla! Porque no se cierra en el fondo del corazón una herida de amor.

¡Salamah la Azul ha herido mi corazón! ¡Oh musulmanes, venid en mi socorro!

Y tras de cantar esta melodía arrebatadora de ternura, mirando a Yezid, añadió: "Está bien; dame a tu vez ahora lo que tienes que darme". Y dijo él: "Ciertamente, quiero lo que tú quieras. Pero escucha, ¡oh Azul! He jurado con un juramento que obliga a mi conciencia -y todo juramento es sagrado- que no daré estas dos perlas más que pasándolas de mis labios a tus labios". Y al oír estas palabras de Yezid, la esclava de Salamah, enfadada, se levantó con viveza y con la mano alzada para amonestar al enamorado. Pero yo la detuve por el brazo, y le dije, para disuadirla de mezclarse en el asunto: "Estate quieta, ¡oh joven! y déjalos. Están regateando, como ves, y cada cual quiere sacar provecho con las menos pérdidas posibles. No los molestes".

En cuanto a Salamah, se echó a reir al oír a Yezid manifestar aquel deseo. Y decidiéndose de pronto, le dijo: "Pues bien, ¡sea! Dame esas perlas del modo que quieras". Y Yezid empezó a avanzar hacia ella, andando con las rodillas y las manos, y llevando entre los labios las dos magníficas perlas. Y Salamah, lanzando ligeros gritos de susto, empezó a retroceder por su parte, recogiéndose las ropas y evitando el contacto de Yezid. Y se alejaba corriendo a derecha y a izquierda, y volvía a su sitio, sofocada, provocando con ello más numerosas intentonas por parte de Yezid y más numerosas coqueterías. Y aquel juego duró bastante tiempo. Pero como, a pesar de todo, había que conquistar las perlas en las condiciones aceptadas, Salamah hizo una seña a su esclava, quien se arrojó sobre Yezid de improviso, le cogió por los hombros, y le retuvo en su sitio. Y tras de probar con aquel manejo que estaba victoriosa y no vencida, Salamah fué por sí misma, un poco confusa y con sudor en la frente, a tomar con sus lindos labios las perlas magníficas aprisionadas entre los labios de Yezid, que las trocó así por un beso. Y en cuanto las tuvo en su poder, recobrando en seguida su aplomo, Salamah dijo a Yezid, riendo: "¡Por Alah! hete aquí vencido de todas maneras, con el sable sepultado en los riñones". Y Yezid contestó, cortés: "Por tu vida, ¡oh Azul! no me preocupa mi vencimiento. ¡El perfume delicioso que recogí en tus labios me quedará en el corazón, mientras viva, como un aroma eterno!

¡Alah tenga en su compasión a Yezid ben Auf! Murió mártir del amor".

Luego dijo el joven rico: "Escuchad ahora un rasgo de tofailismo. Y ya sabéis que nuestros padres árabes entendían por esta palabra - que tiene su origen en Tofail el tragón- la costumbre que tienen ciertas personas de invitarse por sí mismas a los festines y tragar comidas y bebidas sin que se les ruegue que lo hagan. Por tanto, escuchad". Y dijo:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0986: el parasito

EL PARASITO[editar]

"Cuentan que el Emir de los Creyentes El-Walid, hijo de Yezid, el Ommiada, se complacía extremadamente en la compañía de un tragón famoso, amigo de los buenos platos y de todo tufillo apetitoso, que se llamaba Tofail el de los Festines, y cuyo nombre ha servido desde entonces para caracterizar a los parásitos que se invitan por sí mismos a las bodas y a los festines. Por otra parte, aquel Tofail, gastrónomo en grande, era hombre ingenioso, ilustrado, maligno, burlón; y era vivo en la respuesta y en el chiste. Además, su madre estaba convicta de adulterio. Y él es precisamente quien ha condensado la doctrina de los parásitos en algunas reglas cortas, al mismo tiempo que prácticas, que se resumen en los datos siguientes:

Quien se invite a una buena comida de bodas, evite con cuidado mirar acá y allá con aire inseguro.

Entre con pie firme y escoja el mejor sitio, sin fijarse en nada, a fin de que los invitados y convidados crean que es un personaje de la mayor importancia.

Si el portero de la casa se muestra agrio y reacio, amonéstesele y humíllesele para que no pueda permitirse la menor observación.

Una vez sentado ante el mantel, arrójese sobre la comida y la bebida, y esté más cerca del asado que el propio asador.

Trabaje en los pollos rellenos y en la carne, aunque sea seca, con dedos más cortantes que el acero.

Y tal era el código del perfecto devorador, establecido por Tofail en la ciudad de Kufa. Y en verdad que Tofail fué el padre de los devoradores y la corona de los parásitos...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 0987: pero cuando llegó la 982ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 982ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

Y tal era el código del perfecto devorador, establecido por Tofail en la ciudad de Kufa. Y en verdad que Tofail fué el padre de los devoradores y la corona de los parásitos. Respecto a su manera de proceder, he aquí un hecho entre mil.

Un notable de la ciudad había invitado a algunos amigos y se regalaba en compañía de ellos con un plato de pescado maravillosamente condimentado. Y he aquí que a la puerta se oyó la bien conocida voz de Tofail, que hablaba al esclavo portero. Y uno de los convidados exclamó: "¡Alah nos preserve del tragaldabas! Ya conocéis todos la inusitada capacidad de Tofail. Apresurémonos, pues, a preservar de sus dientes estos hermosos pescados, y a ponerlos en seguridad en un rincón de la estancia, sin dejar en el mantel más que estos pececillos. Y cuando haya devorado los pequeños, como no le quedará ya nada que tragar, se marchará y nos regalaremos con los peces grandes". Y se apresuraron a apartar los peces grandes.

Y entró Tofail, y sonriente y lleno de soltura dirigió la zalema a todo el mundo. Y después del bismilah, tendió la mano al plato. Pero el caso es que no contenía más que pescado menudo de mal aspecto. Y le dijeron los convidados, encantados de la jugarreta: "¡Eh, maese Tofail! ¿qué te parecen esos peces? No tienes cara de encontrar el plato completamente de tu gusto".

El aludido contestó: "Hace tiempo que no me hallo en buenas relaciones con la familia de los peces y estoy muy furioso con ellos. Porque a mi pobre padre, que murió ahogado en el mar, se lo comieron".

Y le dijeron los convidados: "Muy bien; pues aquí tienes una excelente ocasión de aplicar la pena del talión por lo de tu padre, comiéndote a tu vez esos pescaditos". Y Tofail contestó: "Tenéis razón. Pero esperad". Y cogió un pececillo y se lo acercó al oído. Y su vista de parásito había divisado ya el plato escondido en el rincón y que contenía los peces grandes. Y después de haber simulado escuchar atentamente al pececillo frito, exclamó de pronto: "¡Oh! ¡oh! ¿Sabéis lo que acaba de decirme este desperdicio de pez? Y los convidados contestaron: "¡No, por Alah! ¿Cómo vamos a saberlo?"

Y Tofail dijo: "Pues bien; habéis de saber entonces que me ha dicho: "Yo no he asistido a la muerte de tu padre (¡Alah le tenga en Su misericordia!) y no he podido verle siquiera, ya que soy demasiado joven para haber vivido en aquella época". Luego me ha deslizado al oído estas otras palabras: "Mejor será que cojas esos hermosos peces grandes que están escondidos en el rincón, y te vengues. Porque ellos son los que se precipitaron antaño sobre tu difunto padre, y se lo comieron".

Al oír este discurso de Tofail, los invitados y el dueño de la casa comprendieron que el parásito había olfateado su estratagema. Por eso se apresuraron a hacer servir los hermosos peces a Tofail, y le dijeron, cayéndose de risa: "¡Cómetelos, y ojalá te den la gran indigestión!"

Luego el joven dijo a sus oyentes: "Escuchad ahora la historia fúnebre de la bella esclava del Destino".

Y dijo:

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Capítulo 0988: la favorita del destino

LA FAVORITA DEL DESTINO[editar]

"Cuentan los cronistas y los analistas, que el tercero de los califas abbasidas, el Emir de los Creyentes El-Mahdi, había dejado el trono, al morir, a su hijo mayor Al-Hadi, a quien no quería, y por el cual incluso experimentaba gran aversión. Sin embargo, había especificado bien que, a la muerte de Al-Hadi, el sucesor inmediato debía ser el menor, Harún Al-Raschid, su hijo preferido, y no el hijo mayor de Al-Hadi.

Pero cuando Al-Hadi fué proclamado Emir de los Creyentes, vigiló con envidia y suspicacia crecientes a su hermano Harún Al-Raschid e hizo cuanto pudo por privar a Harún del derecho de sucesión. Pero la madre de Harún, la sagaz y abnegada Khaizarán, no cesó de descubrir todas las intrigas dirigidas contra su hijo. Así es que Al-Hadi acabó por detestarla tanto como a su hermano; y los confundió a ambos en la misma reprobación. Y sólo esperaba una ocasión de hacerles desaparecer.

Entretanto, estaba un día Al-Hadi en sus jardines, sentado bajo una rica cúpula sostenida por ocho columnas, que tenía cuatro entradas, cada una de las cuales miraba a un punto del cielo. Y a sus pies estaba sentada su hermosa esclava favorita Ghader, a la que sólo poseía hacía cuarenta días. Y también se encontraba allí el músico Ishak ben Ibrahim, de Mossul. Y en aquel momento cantaba la favorita acompañada en el laúd por el propio Ishak. Y el califa se agitaba de placer y se le estremecían los pies en el límite del transporte y del entusiasmo. Y afuera caía la noche; y la luna se alzaba entre los árboles; y corría el agua murmuradora a través de las sombras entrecortadas, mientras la brisa le respondía dulcemente.

Y de pronto el califa, cambiando de cara, se ensombreció y frunció las cejas. Y se desvaneció toda su alegría; y los pensamientos de su espíritu tornáronse negros como la estopa en el fondo del tintero. Y tras de un largo silencio, dijo con voz sorda: "A cada cual le está marcado su porvenir. Y no perdura nadie más que el Eterno Viviente". Y de nuevo se sumió en un silencio de mal augurio, que interrumpió de repente, exclamando: "¡Que llamen en seguida a Massrur, el portaalfanje!" Y precisamente aquel mismo Massrur, ejecutor de las venganzas y cóleras califales, había sido el niñero de Al-Raschid y le había llevado en sus brazos y sus hombros. Y llegó al punto a presencia de Al-Hadi, que le dijo: "Ve en seguida al cuarto de mi hermano Al-Raschid, y tráeme su cabeza...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 0989: pero cuando llegó la 983ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 983ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y llegó al punto a presencia de Al-Hadi, que le dijo: "Ve en seguida al cuarto de mi hermano Al-Raschid, y tráeme su cabeza".

Al oír estas palabras, que eran la sentencia de muerte de aquel a quien había criado, Massrur quedó estupefacto, aturdido y como herido por el rayo. Y murmuró: "De Alah somos y a El retornaremos". Y acabó por salir, semejante a un hombre ebrio.

Y en el límite de la emoción, fué en busca de la princesa Khaizarán, madre de Al-Hadi y de Harún Al-Raschid. Y le vió ella azorado y trastornado, y le preguntó: "¿Qué hay ¡oh Massrur!? ¿Qué ha sucedido para que vengas aquí a hora tardía de la noche? Dime qué te pasa". Y Massrur contestó: "¡Oh mi señora! ¡no hay recurso ni fuerza más que en Alah el Todopoderoso! He aquí que nuestro amo el califa Al-Hadi, tu hijo, acaba de darme esta orden: "Ve en seguida al cuarto de mi hermano Al-Raschid, y tráeme su cabeza".

Y al oír estas palabras del portaalfanje, Khaizarán se sintió llena de terror; y se albergó en su alma el espanto; y la emoción le apretó el corazón hasta romperle. Y bajó la cabeza y se recogió en sí misma un instante. Luego dijo a Massrur: "Ve inmediatamente al cuarto de mi hijo Al-Raschid, y tráele aquí contigo". Y Massrur contestó con el oído y la obediencia, y partió.

Y entró en el aposento de Harún. Y en aquel momento Harún estaba ya desnudo en el lecho, con las piernas debajo de la manta. Y Massrur le dijo atropelladamente: "Levántate, en nombre de Alah, ¡oh mi señor! y ven conmigo inmediatamente al cuarto de tu madre, mi señora, que te llama". Y Al-Raschid se levantó, y vistiéndose de prisa, pasó con Massrur al aposento de Sett Khaizarán.

En cuanto ella vió a su hijo preferido, se levant6 y corrió a él y le besó, sin decir una palabra, y le empujó a una pequeña habitación disimulada, cerrando la puerta tras él, que ni siquiera pensó en protestar o en pedir la menor explicación.

Y hecho esto, Sett Khaizarán envió a buscar en sus casas, donde estarían durmiendo, a los emires y a los principales personajes del palacio califal. Y cuando estuvieron todos reunidos en las habitaciones de ella, la princesa, desde detrás de la cortina del harén, les dirigió estas sencillas palabras: "En nombre de Alah el Todopoderoso, el Altísimo, y en nombre de su Profeta bendito, os pregunto si oísteis decir alguna vez que mi hijo Al-Raschid haya estado en connivencia, relación o trato con los enemigos de la autoridad califal o con los heréticos Zanadik, o que alguna vez haya tratado de hacer la menor tentativa de insubordinación o rebeldía contra su soberano Al-Hadi, hijo mío y señor vuestro".

Y todos contestaron con unanimidad: "No, jamás".

Y Khaizarán repuso al punto: "Pues bien; sabed que al presente, ahora mismo, mi hijo Al-Hadi pide la cabeza de su hermano Al-Raschid. ¿Podéis explicarme por qué motivo?" Y los presentes quedaron tan aterrados y espantados, que ninguno de ellos osó articular una palabra. Pero el visir Rabiah se levantó y dijo al portaalfanje Massrur: "Ve en esta hora y en este instante a presentarte entre las manos del califa. Y cuando, al verte, te pregunte: "¿Has acabado?", le responderás: "Nuestro señora Khaizarán, tu madre, esposa de tu difunto padre AlMahdi, madre de tu hermano, me ha sorprendido cuando yo me precipitaba sobre Al-Raschid; y me ha detenido y me ha rechazado. Y beme aquí ante ti, sin haber podido ejecutar tu orden".

Y Massrur salió y al punto se presentó al califa.

Y en cuanto le vió Al-Hadi, le dijo: "Está bien, ¿dónde está lo que te he pedido?" Y Massrur contestó: "¡Oh mi señor! mi señora la princesa Khaizarán me ha sorprendido abalanzándome sobre tu hermano Al-Raschid; y me ha detenido, y me ha rechazado, y me ha impedido cumplir mi misión".

Y el califa, en el límite de la indignación, se levantó y dijo a Ishak y a la cantarina Ghader: "Seguid en el sitio en donde estáis, y esperad a que vuelva yo".

Y llegó a las habitaciones de su madre Khaizarán y vió a todos los dignatarios y emires congregados allí. Y al verle, la princesa se puso en pie; y los personajes que estaban con ella también se levantaron. Y el califa, encarándose con su madre, le dijo con voz sofocada por la cólera: "¿Por qué, cuando yo quiero y ordeno una cosa, te opones a mis voluntades?". Y Khaizarán exclamó "¡Alah me preserve, ¡oh Emir de los Creyentes! de oponerme a ninguna de tus voluntades! Sin embargo, deseo solamente que me indiques por qué motivo exiges la muerte de mi hijo Al-Raschid. Es tu hermano y sangre tuya; es, como tú, alma y vida de tu padre". Y Al-Hadi contestó: "Puesto que quieres saberlo, sabe que deseo desembarazarme de Al-Raschid a causa de un sueño que he tenido la noche última y que me ha penetrado de espanto.

Porque en ese sueño he visto a Al-Raschid sentado en el trono, en mi lugar. Y junto a él estaba mi esclava favorita Ghader; y él bebía y jugueteaba con ella. Y como amo mi soberanía, mi trono y mi favorita, no quiero ver por más tiempo a mi lado, viviendo sin cesar junto a mí como una calamidad, a tan peligroso rival, aunque sea hermano mío".

Y Khaizarán le contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ésas son ilusiones y falsedades del sueño, malas visiones ocasionadas por los manjares ardientes. ¡Oh hijo mío! casi nunca resulta verídico un sueño". Y continuó hablándole de tal suerte, aprobada por las miradas de los presentes. Y se dió tanta maña, que consiguió calmar a Al-Hadi y desvanecer sus temores. Y entonces hizo aparecer a Al-Raschid, y le hizo prestar juramento de que jamás había abrigado en la imaginación el menor proyecto de rebeldía o la menor ambición, y de que jamás intentaría nada contra la autoridad califal.

Y después de estas explicaciones, desapareció la cólera de Al-Hadi. Y se volvió a la cúpula, donde había dejado a su favorita con Ishak. Y despidió al músico y se quedó solo con la bella Ghader, divirtiéndose, regocijándose y dejándose penetrar por las delicias mezcladas de la noche y del amor. Y he aquí que de repente sintió un fuerte dolor en la planta de un pie. Y al punto se llevó la mano al sitio dolorido que le desazonaba, y se rascó. Y en algunos instantes formóse allí un pequeño tumor, que aumentó, hasta tener el volumen de una avellana. Y se le irritó, produciéndole desazones intolerables. Y se lo rascó él de nuevo; y aumentó hasta tener el volumen de una nuez, y acabó por reventársele. Y al punto Al-Hadi cayó de espaldas, muerto.

La causa de aquello fué que Khaizarán, en los pocos instantes que estuvo el califa con ella, después de la reconciliación, le había dado a beber un sorbete de tamarindo, que contenía la sentencia del Destino.

El primero que se enteró de la muerte de Al-Hadi fué precisamente el eunuco Massrur. E inmediatamente corrió a ver a la princesa Khaizarán, y le dijo: "¡Oh madre del califa! ¡Alah prolongue tus días! Mi señor Al-Hadi acaba de morir". Y Khaizarán le dijo: "Está bien. Pero ¡oh Massrur! guarda secreto sobre esta noticia y no divulgues este acontecimiento súbito. Y ahora ve cuando antes en busca de mi hijo Al-Raschid, y tráemele".

Y Massrur fué en busca de Al-Raschid, y le encontró acostado. Y le despertó, diciéndole: "¡Oh mi señor! mi señora te llama al instante". Y Al-Raschid exclamó, trastornado: "¡Por Alah! mi hermano Al-Hadi le habrá vuelto a hablar en contra mía, y le habrá revelado algún complot tramado por mí, y del que jamás haya tenido yo idea".

Pero Massrur le interrumpió, diciéndole: "¡Oh Harún! levántate en seguida y sígueme. Calma tu corazón y refresca tus ojos, porque todo va por buen camino, y no encontrarás más que éxitos y alegría.

Acto seguido, Harún se levantó y se vistió. Y al punto Massrur se prosternó ante él, y besando la tierra entre sus manos, exclamó: "La zalema contigo oh Emir de los Creyentes, imán de los servidores de la fe, califa de Alah en la tierra, defensor de la ley santa y de lo impuesto por ella!"

Y Harún, lleno de asombro y de incertidumbre, le preguntó: "¿Qué significan esas palabras, ¡oh Massrur!? Hace un momento me llamabas por mi nombre sencillamente; y al presente me das el título de Emir de los Creyentes. ¿A qué debo atribuir estas palabras contradictorias y un cambio de lenguaje tan imprevisto?".

Y Massrur contestó: "¡Oh mi señor! ¡toda vida tiene su destino y toda existencia su término! Alah prolongue tus días, pues tu hermano acaba de expirar…

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 0990: y cuando llegó la 984ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 984ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡... Oh mi señor! ¡toda vida tiene su destino y toda existencia su término! Alah prolongue tus días, pues tu hermano acaba de expirar". Y dijo Al-Raschid: "Alah le tenga en su piedad". Y se apresuró a ponerse en marcha, ya sin temor ni preocupación, entró en el cuarto de su madre, que exclamó al verle: "¡Alegría y dicha! ¡Dicha y alegría al Emir de los Creyentes!". Y se puso de pie, y le echó el manto califal, y le entregó el cetro, el sello supremo y las insignias del poderío. Y en el mismo momento entró el jefe de los eunucos del harén, que dijo a Al-Raschid: "¡Oh señor nuestro! recibe una noticia dichosa, pues acaba de nacerte un hijo de tu esclava Marahil". Y Harún entonces dejó exteriorizarse su doble júbilo, y dió a su hijo el nombre de Abdalah con el sobrenombre de Al-Mamún.

Y antes del nuevo día fueron conocidos por la población de Bagdad la muerte de Al-Hadi y el advenimiento de Al-Raschid al trono califal. Y Harún, en medio del aparato de la soberanía, recibió el juramento de obediencia de los emires, de los notables y del pueblo reunidos. Y aquel mismo día elevó al visirato a El-Fadl y a Giafar, ambos hijos de Yahia el Barmakida. Y todas las provincias y comarcas del Imperio, y todos los pueblos islámicos, árabes y no árabes, turcos y deylamidas, reconocieron la autoridad del nuevo califa y le juraron obediencia. Y comenzó su reinado en la prosperidad y la magnificencia, y se asentó, brillante, en su reciente gloria y en su poderío.

En cuanto a la favorita de Ghader, entre los brazos de la cual había expirado Al-Hadi, he aquí lo que aconteció.

La misma tarde de su elevación al trono, Al-Raschid, que tenía noticia de la belleza de Ghader quiso verla y posar en ella sus primeras miradas. Y le dijo: "Deseo ¡oh Ghader! que visitemos juntos tú y yo el jardín y la cúpula donde mi hermano Al-Hadi (¡Alah le tenga en Su piedad!) gustaba de alegrarse y descansar". Y Ghader, vestida ya con trajes de luto, bajó la cabeza y contestó: "Soy la esclava sumisa del Emir de los Creyentes". Y se retiró un instante para quitarse los vestidos de luto y reemplazarlos por los atavíos convenientes. Luego entró en la cúpula, donde Harún la hizo sentarse a su lado. Y permanecía con los ojos fijos en aquella magnífica joven, sin dejar de admirar su gracia. Y su pecho respiraba ampliamente con alegría, y su corazón se holgaba. Luego, cuando sirvieron los vinos que gustaban a Harún, Ghader se negó a beber la copa que le brindaba el califa.

Y le preguntó él, asombrado: "¿Por qué lo rehúsas?". Ella contestó: "El vino sin la música pierde la mitad de su generosidad. Tendría gusto, por tanto, en ver junto a nosotros, haciéndonos armoniosa compañía, al admirable Ishak, hijo de Ibrahim". Y Al-Raschid contestó: "No hay inconveniente". Al punto envió a Massrur en busca del músico, que no tardó en llegar. Y besó la tierra entre las manos del califa, y le rindió homenaje. Y a una seña de Al-Raschid se sentó enfrente de la favorita.

Y a la sazón pasó la copa de mano en mano; y de tal suerte se continuó hasta que fué noche cerrada. Y de repente, cuando el vino hubo fermentado en las razones, exclamó Ishak: "¡Oh! ¡eterna alabanza para El que cambia a Su antojo los acontecimientos y dirige su curso y vicisitudes!". Y Al-Raschid le preguntó: "¿En qué piensas ¡oh hijo de Ibrahim! para prorrumpir en esas exclamaciones?".

Y contestó Ishak: "¡Ay! ¡oh mi señor! ayer a esta hora, tu hermano se asomaba a la ventana de esta cúpula, y a la luz de la luna, semejante a una desposada, miraba cómo huían las aguas murmuradoras suspirando con dulces y ligeras voces de cantarinas nocturnas. Y ante el espectáculo de la felicidad aparente, se espantó de su destino. Y quiso brindarte el brebaje de la humillación".

Y Al-Raschid dijo: "¡Oh hijo de Ibrahim! la vida de las criaturas está escrita en el libro del Destino. ¿Acaso habría podido arrebatarme la vida, si no estuviera decretado el término de ésta?". Y se encaró con la bella Ghader, y le dijo: "Y tú, ¡oh joven! ¿qué dices?".

Y Ghader tomó su laúd, y preludió, y con voz profundamente conmovida cantó estos versos:

¡La vida del hombre tiene dos vidas: una límpida y otra turbia! ¡El tiempo tiene dos clases de días: días de seguridad y días de peligro!

¡No te fíes ni del tiempo ni de la vida, porque a los días más límpidos suceden días turbios y sombríos!

Y al acabar estos versos, la favorita de Al-Hadi desfalleció de pronto y cayó sin conocimiento ni movimiento, dando con la cabeza en el suelo. Y la socorrieron y la movieron. Pero ya no existía, refugiada en el seno del Altísimo. Y dijo Ishak: "¡Oh mi señor! amaba al difunto. Y a lo menos a que aspira el amor es a esperar a que el enterrador acabe de cavar la tumba. ¡Alah extienda Sus misericordias sobre Al-Hadi, sobre su favorita y sobre todos los musulmanes!".

Y de los ojos de Al-Raschid cayó una lágrima. Y ordenó lavar el cuerpo de la muerta y depositarlo en la propia tumba de Al-Hadi. Y dijo: "¡Sí! ¡Alah extienda Sus misericordias sobre Al-Hadi, sobre su favorita y sobre todos los musulmanes!".

Y tras de contar así esta historia de la infortunada adolescente, el joven rico dijo a sus conmovidos oyentes: "Escuchad ahora, como otra manifestación de los decretos inexorables del Destino, la historia del COLLAR FÚNEBRE".

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0991: el collar fúnebre

EL COLLAR FÚNEBRE[editar]

Y dijo:

"Un día en que el califa Harún Al-Raschid había oído encomiar el talento del músico cantor Hachem ben Soleimán, envió a buscarle. Y cuando introdujeron al cantor Harún le hizo sentarse delante de él y le rogó que le dejase oír alguna composición suya. Y Hachem cantó una cantinela de tres versos con tanto arte y tan hermosa voz, que el califa exclamó, en el límite del entusiasmo y del arrebato: "Has estado admirable, ¡oh hijo de Soleimán! ¡Alah bendiga el alma de tu padre!". Y lleno de gratitud, se quitó del cuello un magnífico collar enriquecido de esmeraldas y colgantes tan gordos como peras almizcladas, y lo puso en el cuello del cantor.

Y al contemplar aquella joya, Hachem, lejos de mostrarse satisfecho y alegre, nubló sus ojos con lágrimas. Y la tristeza anidó en su corazón e hizo amarillear su rostro...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0992: pero cuando llegó la 985ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 985ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y al contemplar aquella joya, Hachem, lejos de mostrarse satisfecho y alegre, nubló sus ojos con lágrimas. Y la tristeza anidó en su corazón e hizo amarillear su rostro. Y Harún, que ni por asomo esperaba tal manifestación, se mostró muy sorprendido, y creyó que la joya no era del gusto del músico. Y le preguntó: "¿A qué vienen esas lágrimas y esa tristeza ¡oh Hachem!? Y si no te agrada ese collar, ¿por qué guardas un silencio molesto para mí y para ti?". Y el músico contestó: "¡Alah aumente Sus favores sobre la cabeza del más generoso de los reyes! Pero el motivo que hace correr lágrimas y abruma de tristeza mi corazón no es lo que tú crees, ¡oh mi señor! Y si me lo permites, te contaré la historia de este collar, y el porqué de que su vista me haya sumido en el estado en que me ves". Y Harún contestó: "Claro que te lo permito. Porque debe ser asombrosa en extremo la historia de ese collar que poseo como herencia de mis padres. Y tengo mucha curiosidad por saber lo que acerca de ello conoces tú y yo ignoro".

"Sabe ¡oh Emir de los Creyentes! que el incidente relativo a este collar data del tiempo de mi primera juventud. En aquella época vivía yo en el país de Scham, que es la patria de mi cabeza, el sitio donde nací.

"Una tarde, a la hora del crepúsculo, me paseaba a orillas de un lago, e iba vestido con el traje de los árabes del desierto de Scham, y con el rostro cubierto hasta cerca de los ojos por el litham. Y he aquí que me encontré con un hombre magníficamente vestido, acompañado, contra toda costumbre, por dos jóvenes soberbias, de una elegancia rara, que, a juzgar por los instrumentos musicales que llevaban, sin duda alguna eran cantarinas. Y de pronto reconocí en aquel paseante al califa El-Walid segundo de este nombre, que había dejado Damasco, su capital, para ir a cazar gacelas en nuestros parajes, por el lado del lago de Tabariah.

"Y por su parte, el califa, al verme, se encaró con sus acompañantes, y les dijo, sin querer que le oyesen más que ellas: "He ahí un árabe que llega del desierto, tan lleno de grosería y salvajismo. ¡Por Alah! voy a llamarle para que nos haga compañía y nos divirtamos un poco a costa suya". Y me hizo señas con la mano. Y cuando me acerqué, me mandó sentarme en la hierba, a su lado, enfrente de las dos cantarinas. "Y he aquí que, por deseo del califa, que ni por asomo me conocía ni me había visto nunca, una de las jóvenes acordó su laúd, y con voz emocionante cantó una melopea compuesta por mí. Pero a pesar de toda su habilidad, cometió algunos errores ligeros, y hasta truncó el aire en varios pasajes. Y yo, no obstante la actitud reservada que me había impuesto, precisamente para no atraer sobre mí las chanzas a que el califa estaba dispuesto, no pude por menos de exclamar, dirigiéndome a la cantarina: "¡Te has equivocado, ¡oh mi señora! te has equivocado!".

Y al oír mis observaciones, la joven se echó a reír con una risa burlona, y dijo, encarándose con el califa: "Ya has oído ¡oh Emir de los Creyentes! lo que acaba de decirnos este árabe beduino conductor de camellos. ¡No teme acusarnos de error el insolente!". Y El-Walid me miró con un aire burlón y disconforme a la vez, y me dijo: "¿Es en tu tribu ¡oh beduíno! donde te han enseñado el canto y el tañer delicado de los instrumentos musicales?". Y me incliné respetuosamente y contesté: "No, por tu vida, ¡oh Emir de los Creyentes! Pero, si no te opones, voy a probar a esta admirable cantarina que, a pesar de todo su arte, ha cometido algunos errores de ejecución". Y habiéndomelo permitido El-Walid, para ver qué hacía, dije a la joven: "Aprieta un cuarto la segunda cuerda y afloja otro tanto la cuarta. Y empieza el tono grave de la melodía. Y verás entonces cómo se resienten la expresión y el colorido de tu canto, y cómo algunos pasajes que has truncado ligeramente se resuelven por sí mismos".

"Y sorprendida al ver a un beduíno hablar de esta manera, la joven cantarina acordó su laúd en el tono que le indiqué, y recomenzó su canto. Y salió tan hermoso y tan perfecto, que ella misma quedó profundamente conmovida y asombrada a la vez. Y levantándose de pronto, se arrojó a mis pies, exclamando: "¡Por el Señor de la kaaba, juro que eres Hachem ben Soleimán!". Y como no estaba yo menos conmovido que la joven, ni contestaba, el califa me preguntó: "¿Eres verdaderamente quien dice ella?". Y contesté, descubriendo entonces mi cara: "Sí, ¡oh Emir de los Creyentes! soy tu esclavo Hachem el Tabariano".

"Y el califa quedó extremadamente satisfecho de conocerme, v me dijo: "Loado sea Alah, que te ha puesto en mi camino, ¡oh hijo de Soleimán! ¡Esta joven te admira más que a todos los músicos de este tiempo, y jamás me canta otra cosa que cantos y composiciones tuyas!". Y añadió: "¡Por tanto quiero que en adelante seas amigo y compañero mío!". Y le di las gracias y le besé la mano.

"Luego la joven que había cantado se encaró con el califa, y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡después de este momento dichoso, tengo que hacerte una petición!". Y el califa dijo: "¡Puedes hacerla!". Ella dijo: "Te suplico que me permitas rendir homenaje a mi maestro, ofreciéndole una prueba de mi gratitud".

El califa dijo: "Desde luego; así debe ser". Entonces la encantadora cantarina desató el magnífico collar que llevaba, y que le había regalado el califa, y me lo puso al cuello, diciéndome: "¡Acéptalo como don de mi reconocimiento, y dispénsame que sea tan poca cosa!". Y precisamente aquel collar era el que de nuevo recibo hoy como presente de tu generosidad, ¡oh Emir de los Creyentes!

"He aquí ahora cómo salió de mi mano aquel collar, para volver a mí hoy...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 0993: y cuando llegó la 986ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 986ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"… He aquí ahora cómo salió de mi mano aquel collar, para volver... a mí hoy, y por qué he llorado al verlo.

"En efecto, después de haber pasado cierto tiempo cantando, cuando refrescó la brisa del lago, El-Walid se levantó, y nos dijo: "Embarquémonos para pasear por el agua". Y al punto acudieron unos servidores que estaban distanciados, y trajeron una barca. Y el califa pasó a la barca el primero; luego yo. Y cuando le tocó el turno a la joven que me había hecho don del collar, adelantó una pierna para pasar a la barca. Pero como se había envuelto en su velo grande para que no la observaran los remeros, aquello la entorpeció y faltándole pie, cayó al lago, y antes de que hubiese tiempo de socorrerla, se fué al fondo del agua. Y a pesar de cuantas pesquisas hicimos, no logramos encontrarla. ¡Alah la tenga en Su compasión!

"Y fueron muy profundas la pena y la aflicción de El-Walid, y bañó su rostro el llanto. Y también yo derramé lágrimas amargas por la suerte de aquella infortunada joven. Y el califa, que había permanecido silencioso largo rato después de aquella catástrofe, me dijo: "¡Oh Hachem! para mi dolor sería un ligero consuelo entre mis manos el collar de esa pobre joven, como recuerdo de lo que para mí fué durante su corta vida. Pero Alah me libre de recogerte lo que te hemos dado. Te ruego, pues, que consientas en venderme ese collar".

"Y al punto entregué el collar al califa, quien, a nuestra llegada a la ciudad, hizo que me contaran treinta mil dracmas de plata, y me colmó de regalos preciosos.

"Y tal es, ¡oh Emir de los Creyentes! la causa que me hace llorar hoy. Y Alah el Altísimo, que desposeyó a los califas ommiadas del poder soberano en favor de los Beni-Abbas de los que eres gloriosa descendencia, ha permitido que este collar llegase a tus manos con la herencia de tus nobles antepasados, para volver a mí por este camino apartado".

Y Al-Raschid se emocionó mucho con este relato de Hachem ben Soleimán, y dijo: "¡Alah tenga en Su compasión a los que merecen compasión!". Y con esta fórmula general evitó pronunciar el nombre de uno de los individuos de la dinastía rival abatida". Luego dijo el joven: "Puesto que hablamos de músicos y cantarinas, voy a contaros un rasgo, entre mil, de la vida del más célebre entre los músicos de todos los tiempos, Ishak ben Ibrahim, de Mossul". Y dijo:

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Capítulo 0994: ishak de mossul y el aire nuevo

ISHAK DE MOSSUL Y EL AIRE NUEVO[editar]

"Entre los diversos escritos de mano del músico-cantor Ishak ben Ibrahitn, de Mossul, que han llegado a nosotros, se halla éste. Dice Ishak: "Un día, según mi costumbre, entré en el aposento del Emir de los Creyentes Al-Raschid, y le encontré sentado en compañía de su visir El-Fadl y de un jeique del Hedjaz, el cual tenía una fisonomía hermosísima y un continente impregnado de nobleza y de gravedad. Y después de las zalemas por una y otra parte, me incliné discretamente hacia el visir El-Fadl y le pregunté el nombre de aquel jeique hedjaziense que me gustaba y a quien no había visto nunca. Y me contestó el visir: "Es el nieto del viejo poeta músico y cantor del Hedjaz, Maabad, cuya fama conoces". Y como yo me mostrara satisfecho de conocer al nieto de aquel viejo Maabad a quien tanto hube de admirar en mi juventud, El-Fadl me dijo al oído: "¡Oh Ishak! el jeique del Hedjaz que aquí ves, si te muestras amable con él te dará a conocer y aun te cantará todas las composiciones de su abuelo. Es complaciente, y está dotado de hermosa voz".

Entonces yo, queriendo experimentar su método y aprenderme de memoria los cantos antiguos que habían encantado mis años jóvenes, me mostré lleno de consideraciones para el hedjaziense; y tras de una amigable charla sobre diferentes cosas, le dije: "¡Oh nobilísimo jeique! ¿puedes recordarme cuántos cantos ha compuesto tu abuelo, el ilustre Maabad, honor del Hedjaz?". Y me contestó: "¡Sesenta, ni uno más ni uno menos!". Y le pregunté: "¿Sería pesar demasiado sobre tu paciencia rogarte que me dijeras cuál de esos sesenta cantos es el que más te gusta por su compás o por otros motivos?". Y me contestó: "Sin duda, y en todos sentidos, el canto cuadragésimo tercero, que empieza con este verso:

¡Oh hermosura del cuello de mi Molaikah, mi Molaikah la de hermoso pecho!"

Y como si el simple recitado de aquel verso tuviera la virtud de excitar en él la inspiración, tomó de pronto el laúd de mi mano, y después de un ligerísimo preludio de acordes, cantó la cantinela consabida con una voz maravillosa, y nos hizo sentir aquella música nueva y tan antigua, con un arte, un encanto, una gracia y una emoción inexpresables. Y oyéndola, me estremecía yo de placer, deslumbrado, fuera de mí, en el límite del entusiasmo. Y como estaba seguro de mi facilidad para retener los aires nuevos, por muy complicados que fuesen, no quise repetir inmediatamente delante del jeique hedjaziense la cantinela deliciosa y tan nueva para mí que acababa él de hacerme oír. Y me limité a darle las gracias. Y se volvió él a Medina, su país, mientras yo salía del palacio, embriagado con aquella melodía…

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 0995: pero cuando llegó la 987ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 987ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

...Y se volvió a Medina, su país, mientras yo salía del palacio embriagado con aquella melodía.

Y al regresar a mi casa, cogí mi laúd, que estaba colgado en la pared, y lo templé y armonicé las cuerdas y tonos en los más pequeños detalles. Pero ¡por Alah! cuando quise repetir la música de aquel aire hedjaziense que me había emocionado tanto, no pude recordar la menor nota, ni siquiera el tono en que fué cantado, yo, que de ordinario retenía cantilenas de cien coplas oídas casi sin atención. Pero a la razón había caído entre mi memoria y aquella música un velo de algodón impenetrable, y no obstante todos mis esfuerzos de memoria, no pude repetir lo que tanto me preocupaba.

Y desde entonces, me esforcé día y noche en llamar a mi memoria aquella música, pero sin ningún resultado. Y renuncié con desesperación a mi laúd y a mis lecciones, y me dediqué a recorrer Bagdad, Mossul, Bassra y todo el Irak, preguntando por aquella música y por aquel canto a todos los cantores más viejos y a todas las cantarinas más ancianas; pero no conseguí encontrar nadie que conociera aquel aire o que me informara respecto al modo de dar con él.

Entonces al ver que todas mis pesquisas eran inútiles, para librarme de aquella obsesión resolví hacer un viaje al Hedjaz, a través del desierto, para ir a Medina en busca del jeique hedjaziense, y rogarle que me cantara otra vez la cantinela de su abuelo. Y cuando tomé esta resolución, me encontraba en Bassra paseándome a orillas del río. Y he aquí que se me acercaron dos mujeres jóvenes vestidas con trajes discretos y ricos aparentando ser mujeres de alto rango. Y cogieron la brida de mi asno y le pararon, saludándome.

Y muy fastidiado y sin pensar más que en mi cantinela hedjaziense, les dije en tono perentorio: "¡Dejadme! ¡dejadme!" Y quise recoger la brida de mi asno. Pero he aquí que una de ellas, sin levantarse el velo del rostro, me sonrió tras él, y me dijo: "Está bien; ¡oh Ishak! ¿cómo va ahora tu pasión por la hermosa cantinela de Maabad el Hedjaziense: ¡Oh hermosura del cuello de mi Molaikah!? ¿Has cesado ya de recorrer el mundo en busca suya?". Y añadió, antes de que yo tuviese tiempo de volver de mi sorpresa: "¡Oh Ishak! desde detrás de la celosía del harén te vi cuando el jeique hedjaziense cantaba en presencia del califa y de El-Fadl, y el encanto de la melodía antigua hacíate saltar y hacía danzar a las cosas inanimadas en torno a ti. ¡Qué entusiasmado estabas, ¡oh Ishak! Llevabas el compás con tus manos, meneando la cabeza y balanceándote dulcemente. Parecías ebrio. Estabas como loco".

Y al oír estas palabras, exclamé: "¡Ah! por la memoria de mi padre Ibrahim, te juro que ahora estoy más loco que nunca por ese canto rico y hermoso. ¡Ya Alah! ¿qué no daría yo por oírlo, incluso falseado, incluso truncado? ¡Una nota de ese canto por diez años de mi vida! ¡Mira por dónde, hablándome de ello, acabas de atizar cruelmente el fuego de mis penas y soplar en la brasa de mi desesperación!". Y añadí: "Por favor, dejad, dejad que me vaya. ¡Tengo prisa por preparar y organizar mi marcha inmediata al Hedjaz!".

Y al oír estas palabras, sin soltar la brida de mi asno, la joven se echó a reír con risa ruidosa, y me dijo: "Y si yo misma te cantara la cantinela hedjaziense: ¡Oh hermosura del cuello de mi Molaikah! ¿persistirías en partir para el Hedjaz?". Y contesté: "¡Por tu padre y por tu madre, ¡oh hija de gentes de bien! no tortures más a quien acecha la locura!".

Acto seguido, sujetando siempre la brida de mi asno, la joven entonó de pronto la cantilena que me tenía loco, y con una voz y con un método mil veces más hermoso que cuando en otro tiempo la oí de boca del hedjaziense. ¡Y el caso es que no había ella cantado más que a media voz! Y en el límite del transporte y de la dicha, sentí que una gran dulzura calmaba mi alma torturada. Y me apeé precipitadamente de mi asno, y me eché a los pies de la joven y le besé las manos y la orla del traje. Y le dije: "¡Oh mi señora! soy tu esclavo, el comprado por tu generosidad. ¿Quieres aceptar mi hospitalidad? Y me cantarás la cantinela de Molaikah, y yo te cantaré todo el día y toda la noche. ¡Oh! ¡todo el día y toda la noche!". Pero ella me contestó: "¡Oh Ishak! conocemos tu carácter poco agradable y tu avaricia por tus composiciones. Sí, sabemos que ninguna de tus discípulas ha recibido y aprendido de ti y por ti ni un solo canto. Lo que saben se lo has comunicado y enseñado por mediación de extraños, como Alawiah, Wahdj El-Karah y Mukhrik. Pero de ti directamente ¡oh Ishak, celoso con exceso! nadie aprendió nunca nada". Luego añadió: "Por tanto, como sé que no eres lo bastante amable para tratarnos debidamente, es inútil ir a tu casa. Y puesto que deseas aprender el aire de Molaikah, ¿para qué ir tan lejos? Te lo cantaré gustosa hasta que te lo sepas". Y exclamé: "En cambio, ¡oh hija del cielo! yo verteré por ti mi sangre. Pero ¿quién eres? ¿Y cuál es tu nombre...?

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 0996: pero cuando llegó la 988ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 988ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

...Y exclamé: "En cambio, ¡oh hija del cielo! yo verteré por tí mi sangre. Pero ¿quién eres? ¿Y cuál es tu nombre?". Y ella me contestó: "Una simple cantarina entre las cantarinas que comprenden lo que dice el follaje al pájaro y la brisa al follaje. Pero soy Wahba. Aquella de quien habla el poeta en la cantinela que lleva mi nombre". Y cantó:

¡Oh Wahba! ¡sólo a tu lado habitan las delicias y la alegría! ¡Oh Wahba! ¡cuán embalsamada estaba tu saliva, que nadie más que yo ha probado!

¡Rara como son raras las fuentes del desierto, no has venido más que una vez a ofrecerme la copa de tus labios!

¡Ola Wahba! ¡no incites al gallo que sólo pone un huevo en su vida! ¡Ven a perfumar la morada!

¡Tráeme la delicia más dulce que el azúcar, ese néctar transparente como la luz y más ligero que el karkafa y el khandaris!

Y aquella encantadora cantinela, cuyas palabras eran del poeta Farruge, tenía un aire delicado que había compuesto la propia Wahba. Y con aquel canto acabó de transportar mi razón. Y tanto la supliqué, que hubo de aceptar el ir a mi casa con su hermana. Y nos pasamos todo el día y toda la noche en el éxtasis del canto y de la música. Y encontré en lla, sin disputa, la cantarina más admirable que oí nunca. Y su amor me penetró hasta el alma. Y acabó ella por hacerme el don de su carne, como me había hecho el de su voz. ¡Y adornó mi vida en los años dichosos que me concedió el Retribuidor!"

Luego dijo el joven rico: "He aquí ahora una anécdota referente a las danzarinas de los califas".

Y dijo:

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Capítulo 0997: Las dos danzarinas

LAS DOS DANZARINAS[editar]

"Había en Damasco, bajo el reinado del califa Abd El-Malek ben Merwán, un poeta-músico llamado Ibn Abu-Atik, que gastaba con locas prodigalidades cuanto le producían su arte y la generosidad de los emires y de la gente rica de Damasco. Así es que, no obstante las sumas considerables que ganaba, estaba en la inopia y a duras penas atendía a la subsistencia de su numerosa familia. Porque el oro en manos de un poeta y la paciencia en el alma de un amante son como agua en criba.

El poeta tenía por amigo a un íntimo del califa, Abdalah el chambelán. Y Abdalah, que ya había interesado cien veces en favor del poeta a los notables de la ciudad, resolvió atraer sobre él incluso el favor del califa. Un día, pues, que el Emir de los Creyentes estaba en disposición propicia a ello, Abdalah abordó la cuestión, y le describió la pobreza y la indigencia de aquel a quien Damasco y todo el país de Scham consideraban como el poeta-músico más admirable de la época. Y Abd El-Malek contestó: "Puedes enviármele".

Y Abdalah se apresuró a ir a anunciar la buena nueva a su amigo, repitiéndole la conversación que acababa de tener con el califa. Y el poeta dio las gracias a su amigo y fue a presentarse en palacio.

Y cuando se le introdujo, encontró al califa sentado entre dos soberbias danzarinas de pie, que se balanceaban dulcemente sobre su talle flexible, como dos ramas de ban, agitando cada una con una gracia encantadora, un abanico de hojas de palmera, con el cual refrescaban a su señor.

Y en el abanico de una de las danzarinas había escritos, con letras de oro y azul, los versos siguientes:

¡El soplo que traigo es fresco y ligero, y juego con el pudor rosado de las que acaricio!
¡Soy un velo cándido que oculta el beso de las bocas enamoradas! ¡Soy un recurso precioso para la cantarina que abre la boca y para el poeta que recita versos!

Y en el abanico de la segunda danzarina había escritos, también en letras de oro y azul, los versos siguientes:

¡Soy verdaderamente encantador en mano de las bellas, por lo que mi sitio predilecto es el palacio del Califa!
¡Renuncien a tenerme por amigo las que estén en desacuerdo con la gracia y la elegancia!
¡Pero también concedo con gusto mis caricias al jovenzuelo flexible y desenvuelto como una esclava hermosa!

Y cuando el poeta hubo contemplado a aquellas dos maravillosas muchachas, sintió un deslumbramiento y un estremecimiento profundo. Y de repente olvidó su miseria, sus tristezas, las privaciones de su familia y la cruel realidad. Y se creyó transportado en medio de las delicias del paraíso, entre dos huríes selectas. Y la belleza de ella hízolo mirar a todas las mujeres pasadas, de que le quedaba recuerdo, como feas y necias.

En cuanto al califa después de los homenajes y las zalemas, dijo al poeta: "¡Oh Ibn Abu-Atik! me ha impresionado la descripción que me ha hecho Abdalah de tu estado precario y de la miseria en que se encuentran sumidos los tuyos. Pídeme, pues, cuanto quieras; y te será concedido en esta hora y en este instante". Y el poeta, dominado por la emoción que le embargaba a la vista de las dos danzarinas no comprendió siquiera el sentido de las palabras del califa; y aunque lo hubiese comprendido, no se habría preocupado de pedir dinero o riquezas. Porque en aquel momento dominaba su espíritu una sola idea: la belleza de las dos danzarinas y el deseo de poseerlas para él solo y de embriagarse con sus ojos y su influencia.

Así es que respondió a la proposición generosa del califa: "¡Alah prolongue los días del Emir de los Creyentes! Pero tu esclavo ya está colmado de beneficios del Retribuidor. ¡Es rico, no carece de nada, vive como un emir! Sus ojos están satisfechos, su espíritu está satisfecho, su corazón está satisfecho. Y por otra parte, hallándome, como me hallo aquí, en presencia del sol y entre estas dos lunas, aunque estuviera en la más negra de las miserias y en la inopia absoluta, me consideraría el hombre más rico del Imperio!"

Y el califa Abd El-Malek quedó extremadamente complacido de la respuesta, y al ver que los ojos del poeta expresaban vehementemente lo que no decía su lengua, se levantó y le dijo: "¡Oh Ibn Abu-Atik! estas dos jóvenes que ves aqui, y que hoy mismo me ha regalado el rey de los rums, son propiedad legal tuya y campo tuyo. Y puedes entrar en tu campo a tu antojo". Y salió.

Y el poeta cogió a las danzarinas y se las llevó a su casa.

Pero cuando Abdalah estuvo de vuelta en palacio, el califa le dijo: "¡Oh Abdalah! la descripción que te has servido hacerme con respecto a la indigencia y la miseria de ese poeta-músico amigo tuyo adolecía de manifiesta exageración. Porque él me ha afirmado que era perfectamente dichoso y que no carecía absolutamente de nada". Y Abdalah sintió que su rostro se cubría de confusión, y no supo qué pensar de aquellas palabras. Pero el califa repuso: "Pues si, por vida mía, ¡oh Abdalah! ese hombre se hallaba en un estado de dicha corno jamás lo vi en ninguna criatura". Y le repitió las hipérboles que le había endilgado el poeta-músico. Y Abdalah, medio enfadado, medio risueño, contestó: "¡Por vida de tu cabeza, ¡oh Emir de los Creyentes! ha mentido! ¡Ha mentido impúdicamente! ¡En buena posición él! ¡Pero si es el hombre más miserable, el más falto de todo! La contemplación de su mujer y de sus hijos haría temblar las lágrimas al borde de vuestros párpados. Créeme ¡oh Emir de los Creyentes! que no hay en tu Imperio nadie que tenga más necesidad que él del más ínfimo de tus beneficios". Y al oír estas palabras, el califa no supo qué pensar del poeta-músico.

Y Abdalah, en cuanto salió de ver al califa, se apresuró a ir a casa de Ibn Abu-Atik. Y le encontró expansionándose a su sabor con las dos hermosas danzarinas, sentada una en su rodilla derecha y la otra en su rodilla izquierda, frente a una bandeja, cubierta de bebidas ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 0998: pero cuando llegó la 989ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 989ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y le encontró expansionándose a su sabor con las dos hermosas danzarinas, sentada una en su rodilla derecha y la otra en su rodilla izquierda, frente a una bandeja cubierta de bebidas. Y le interpeló con acento de mal humor, diciéndole: "¿En qué estabas pensando ¡oh loco! para desmentir ante el califa mis palabras con respecto a ti? Me has ennegrecido el rostro hasta darle el color más sombrío". Y contestó el poeta, en el límite del regocijo: "¡Ah amigo mío! ¿quién podría pregonar pobreza o cantar miseria en la situación en que me encontré de pronto? Si lo hubiera hecho habría sido una indecencia suprema; al menos por estas dos huríes, sino en mi propio interés".

Y así diciendo, tendió a su amigo una copa enorme en la cual sonreía un líquido perfumado con almizcle y alcanfor, y le dijo: "Bebe ¡oh amigo mío! ante los ojos negros. Los ojos negros son mi locura". Y añadió, señalando a las dos magníficas danzarinas: "Estas dos bienaventuradas son mi propiedad y mi riqueza. ¿Qué más podré desear, a riesgo de ofender la generosidad del Retribuidor?"

Y mientras que Abdalah, obligado a sonreír ante tanta ingenuidad, acercaba la copa a sus labios, el poeta-músico requirió su tiorba, y animándola con un preludio de repiqueteos, cantó:

¡Vivarachas, esbeltas y graciosas son las jovenzuelas! ¡Gacelas admirables, yeguas de flancos en tensión!
¡Sus hermosos senos redondos, hinchándose en su pecho, son dos copas de jade en un cielo luminoso!
¿Cómo no he de cantar? ¡Si a las montañas peladas se las hiciera beber lo que hacen beber estas gacelas, cantarían!

Y como antes, el poeta-músico continuó viviendo sin preocuparse del día siguiente, fiándose en el Destino y en el Dueño de las criaturas. Y las dos danzarinas le sirvieron de consuelo en los días malos y de dicha durante toda su vida".

Luego dijo el joven: "Esta tarde os diré aún la historia de LA CREMA DE ACEITE DE ALFÓNSIGOS".

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Capítulo 0999: la crema de aceite de alfonsigos y la dificultad jurídica resuelta

LA CREMA DE ACEITE DE ALFONSIGOS Y LA DIFICULTAD JURÍDICA RESUELTA[editar]

"Bajo el reinado del califa Harún Al-Raschid, el kadí supremo de Bagdad era Yacub Abu-Yussef, el hombre más sabio y el jurisconsulto más profundo y más listo de su tiempo. Había sido el discípulo y el compañero más querido del imam Abu-Hanifah. Y dotado de la erudición más esclarecida, fué el primero que escribió, arregló y coordinó en un conjunto metódico y razonado la admirable doctrina instaurada por su maestro el imam. Y esta doctrina, extractada así, fué la que en adelante sirvió de guía y de base al rito ortodoxo hanefita.

Y por sí mismo nos cuenta él la historia de su origen humilde, así como lo concerniente a una crema de alfónsigos y a una grave dificultad jurídica resuelta.

Dice:

"Cuando murió mi padre (Alah le tenga en Su misericordia y le reserve un sitio escogido!) yo no era más que un niño pequeño en el regazo de mi madre. Y como éramos pobres y en mí estaba el único sostén de la casa, en cuanto crecí, mi madre se apresuró a colocarme de aprendiz en la casa de un tintorero del barrio. Y así empecé a ganar pronto para alimentar a mi madre.

Pero como Alah el Altísimo no había escrito en mi destino el oficio de tintorero, no podía yo decidirme a pasarme todos los días junto a las tinas de tinte. Y a menudo me escapaba de la tienda para ir a mezclarme con los atentos oyentes que escuchaban la enseñanza religiosa del imam Abu-Hanifah (¡Alah le colme con Sus dones más escogidos!). Pero mi madre, que vigilaba mi conducta y me seguía frecuentemente, reprobaba con violencia aquellas salidas, y muchas veces iba a sacarme de la asamblea que escuchaba al venerable maestro. Y me arrastraba de la mano, riñéndome y pegándome y me hacía volver por fuerza a la tienda del tintorero.

Y yo, a pesar de aquellas persecuciones asiduas y de aquellas regañinas por parte de mi madre, siempre encontraba medio de seguir con regularidad las lecciones del maestro venerado, que ya me conocía y me citaba por mi celo, mi diligencia y mi ardor en buscar instrucción. De modo que un día, furiosa por mis escapatorias de la tienda del tintorero, mi madre se puso a gritar en medio del auditorio escandalizado, y dirigiéndose violentamente a Abu-Hanifah, le insultó, diciéndole: "Tú eres ¡oh jeique! el causante de la perdición de este niño, y de la segura caída en el vagabundaje de este huérfano sin recurso alguno. Porque yo no tengo más que el producto insuficiente de mi huso; y si este huérfano no gana algo por su parte, pronto nos moriremos de hambre. Y la responsabilidad de nuestra muerte recaerá sobre ti el día del Juicio". Y mi venerado maestro no perdió nada de su tranquilidad ante tan violenta salida, y contestó a mi madre con voz conciliadora: "¡Oh pobre! ¡Alah te colme con Sus gracias! Pero nada temas. Este huérfano aprende aquí a comer un día la crema de flor fina preparada con aceite de alfónsigos". Y al oír esta respuesta mi madre quedó persuadida de que vacilaba la razón del venerable imam, y se marchó, arrojándole esta última injuria: "¡Alah abrevie tus días, que eres un viejo chocho y pierdes la razón!" Pero yo guardé en mi memoria aquellas palabras del imam.

Y como Alah había puesto en mi corazón la pasión del estudio, esta pasión resistió a todo, y acabó por triunfar en los obstáculos. Y uní fervientemente a Abu-Hanifah. Y el Donador me otorgó la ciencia y las ventajas que ésta proporciona, de modo que poco a poco fui ascendiendo en categoría, y acabé por alcanzar las funciones de kadí supremo de Bagdad. Y se me admitía en la intimidad del Emir de los Creyentes, Harún Al-Raschid, que con frecuencia me invitaba a compartir sus comidas. Un día que estaba yo comiendo con el califa, he aquí que al final de la comida los esclavos trajeron una fuente grande donde temblaba una maravillosa crema blanca salpimentada de polvo de alfónsigos, y cuyo aroma, por sí solo, era un gusto. Y el califa se encaró conmigo, y me dijo: "¡Oh Yacub! prueba esto. No sale tan bien a diario este manjar. Hoy está excelente". Y pregunté: "¿Cómo se llama este manjar, ¡oh Emir de los Creyentes!? ¿Y con qué está preparado para tener tan buena vista y un olor tan agradable?" Y me contestó: "Es la baluza preparada con crema, miel, flor fina de harina y aceite de alfónsigos...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 1000: pero cuando llegó la 990ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 990ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Es la baluza preparada con crema, miel, flor fina de harina y aceite de alfónsigos".

Y al oír esto, recordé las palabras de mi venerado maestro, que así había predicho lo que debía acontecerme. Y a este recuerdo, no pude por menos que sonreír. Y el califa me dijo: "¿Qué te incita a sonreír, ¡oh Yacub!? Y contesté: "Nada malo ¡oh Emir de los Creyentes! Es un simple recuerdo de mi infancia que cruza por mi espíritu, y le sonrío al paso". Y me dijo: "Date prisa a contármelo. Persuadido estoy de que será provechoso escucharlo".

Y para satisfacer el deseo del califa, le conté mi iniciación en el estudio de la ciencia, mi asiduidad en seguir la enseñanza de Abu-Hanifah, las desesperaciones de mi pobre madre al verme desertar de la tintorería, y la predicción del imam con respecto a la baluza con crema y aceite de alfónsigos.

Y Harún quedó encantado de mi relato, y concluyó: "Sí, ciertamente, el estudio y la ciencia dan siempre sus frutos, y son numerosas sus ventajas en el dominio humano y en el dominio de la religión. En verdad que el venerable Abu-Hanifah predecía con precisión y veía con los ojos de su espíritu lo que los demás hombres no podían ver con los ojos de su cabeza. ¡Alah le colme con Sus misericordias y con Sus gracias más perfumadas!'

Y esto es lo referente a la baluza de crema y aceite de alfónsigos. Pero he aquí ahora lo referente a la dificultad jurídica resuelta. Encontrándome un día fatigado, me metí temprano en la cama. Y ya me había dormido profundamente, cuando llamaron a golpazos en mi puerta. Y a toda prisa me levanté al oír el ruido, me abrigué los riñones con mi izar de lana, y fui a abrir yo mismo. Y reconocí a Harthamah, el eunuco de confianza del Emir de los Creyentes. Y le saludé. Pero él, sin perder tiempo en devolverme la zalema, lo cual me sumió en una gran turbación y me hizo presagiar sombríos acontecimientos por lo que a mí afectaba, me dijo con acento perentorio: "Ven en seguida a ver a nuestro amo el califa, que desea hablarte". Y tratando de dominar mi turbación, y procurando descifrar algo del asunto, contesté: "¡Oh querido Harthamah! Me hubiera gustado ver que tenías más consideraciones con un anciano enfermo como yo. La noche está ya muy avanzada, y no creo que realmente se trate de un asunto tan grave como para necesitar que vaya yo ahora al palacio del califa. Te ruego, pues, que esperes hasta mañana. Y desde ahora hasta entonces ya se habrá olvidado del asunto o cambiado de opinión el Emir de los Creyentes". Pero me contestó él: "No, ¡por Alah! no puedo diferir hasta mañana la ejecución de la orden que se me ha dado". Y pregunté: "¿Puedes decirme, al menos, ¡oh Harthamah! para qué me llama?" El contestó: "Ha venido su servidor Massrur a buscarme, corriendo y sin aliento, y me ha ordenado, sin darme ninguna explicación, que te llevara en seguida entre las manos del califa".

Entonces, en el límite de la perplejidad, dije al eunuco: "¡Oh Harthamah! ¿me permitirás, por lo menos, lavarme rápidamente y perfumarme un poco? Porque así, si se trata de un asunto grave, estaré arreglado como es debido; y si Alah el Optimo me otorga la gracia, como espero, de encontrar allí un asunto sin inconveniente para mí, estos cuidados de limpieza no podrán perjudicarme, sino muy al contrario".

Y cuando el eunuco accedió a mi deseo, subí a lavarme y a ponerme ropa adecuada y a perfumarme lo mejor que pude. Luego bajé otra vez a reunirme con el eunuco, y salimos a buen paso. Y al llegar a palacio vi que Massrur nos esperaba a la puerta. Y Harthamah le dijo, designándome: "He aquí al kadí". Y Massrur me dijo: "¡Ven!" Y le seguí. Y mientras le seguía, le dije: "¡Oh Massrur! tú, que ya sabes cómo sirvo a nuestro amo el califa, y a los miramientos que se deben a un hombre de mi edad y de mi cargo, y que no ignoras la amistad que siempre te he profesado, supongo que querrás decirme por qué me hace venir el califa a hora tan tardía de la noche". Y Massrur me contestó: "Ni yo mismo lo sé". Y le pregunté, más azorado que nunca: "¿Podrás decirme, al menos, quién hay con él?" Massrur me contestó: "No hay más que una persona: Issa, el chambelán, y en la habitación contigua la esposa del chambelán".

Entonces, renunciando a comprender más, dije: "¡Confío en Alah! ¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah el Todopoderoso, el Omnisciente!" Y llegado que hube al cuarto que precedía a la habitación en que por lo general estaba el califa, hice oír el movimiento de mi andar y el ruido de mis pasos. Y el califa preguntó desde dentro: "¿Quién hay en la puerta?" Y contesté al punto: "Tu servidor Yacub, ¡oh Emir de los Creyentes!"

Y la voz del califa dijo: "¡Entra!"

Y entré. Y encontré a Harún sentado, con el chambelán Issa a su derecha. Y avancé, posteriormente; y le abordé con la zalema. Y con gran satisfacción mía, me devolvió él la zalema. Luego me dijo sonriendo: "¿Te hemos inquietado, molestado, acaso asustado?" Y contesté: "Solamente ¡oh Emir de los Creyentes! nos habéis asustado a mí y a los que he dejado en casa. ¡Por vida de tu cabeza, que todos estábamos azorados!" Y el califa me dijo con bondad: "Siéntate, ¡oh padre de la ley!" Y me senté, ligero, libre de mis aprensiones y de mi miedo. Y al cabo de algunos instantes, el califa me dijo: "¡Oh Yacub! ¿sabes por qué te hemos llamado aquí a esta hora de la noche?" Y contesté: "No lo sé, ¡oh Emir de los Creyentes!" Me dijo él: "¡Escuchas, pues! Y mostrándome a su chambelán Issa, me dijo: "Te he hecho venir ¡oh Abu-Yussef! para ponerte por testigo del juramento que voy a prestar. Has de saber, en efecto, que Issa, a quien ves aquí, tiene una esclava. Yo he pedido a Issa que me la ceda; pero él se ha excusado. Le he pedido entonces que me la venda pero se ha negado. Pues bien; ante ti, ¡oh Yacub! que eres el kadí supremo, juro por el nombre de Alah el Altísimo, el Exaltado, que si Issa persiste en no querer cederme su esclava de una manera o de otra, le haré matar sin remisión al instante".

Entonces yo, seguro del todo por lo que a mí afectaba, me encaré en actitud severa con Issa, y le dije: "¿Qué cualidades o qué virtud extraordinaria ha dado, pues, Alah a esa muchacha, esclava tuya, para que no quieras cedérsela al Emir de los Creyentes? ¿No ves que con tu negativa te pones en la situación más humillante, y que te degradas y te rebajas? Y sin mostrarse conmovido por mis exhortaciones, Issa me dijo: "¡Oh nuestro señor kadí! odiosa es la precipitación de los juicios. Antes de hacerme observaciones deberías inquirir el motivo que ha dictado mi conducta". Y le dije: "¡Sea! Pero ¿puede haber un motivo justificado para semejante negativa?" El me contestó: "¡Sí, por cierto! Un juramento no puede en ningún caso declararse nulo si se ha prestado con plena conformidad y en plena lucidez de espíritu. Pues yo tengo como impedimento la fuerza de un juramento solemne. Porque he jurado, por el triple divorcio y con la promesa de libertar cuantos esclavos de ambos sexos tengo en mi mano y comprometiéndome a distribuir todos mis bienes y riquezas a los pobres y a las mezquitas, he jurado, repito, a la joven en cuestión no venderla ni darla nunca...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 1001: pero cuando llegó la 991ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 991ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... he jurado a la joven en cuestión no venderla ni darla nunca". Y al oír estas palabras, el califa se encaró conmigo, y me dijo: "¡Oh Yacub! ¿hay medio de resolver esta dificultad?" Y contesté sin vacilar: "Claro que sí, ¡oh Emir de los Creyentes!" Me preguntó él: "¿Y cómo?" Dije: "La cosa es muy sencilla. Para no faltar a su juramento, Issa te dará de regalo la mitad de la joven esclava que deseas; y te venderá la otra mitad. Y de esa manera quedará en paz con su conciencia, puesto que realmente ni te ha dado ni te ha vendido a la joven".

Y al oír estas palabras, Issa se encaró conmigo, muy dubitativo, y me dijo: "¿Y es lícito ese proceder, ¡oh padre de la ley!? ¿Es aceptable por la ley?" Y contesté: "¡Sin duda alguna!" Entonces alzó la mano incontinenti, y me dijo: "Pues bien; te pongo por testigo ¡oh kadí Yacub! de que, pudiendo así descargar mi conciencia, doy al Emir de los Creyentes la mitad de mi esclava y le vendo la otra mitad por la suma de cien mil dracmas de plata que me ha costado entera". Y Harún exclamó al punto: "Acepto el regalo, pero compro la segunda mitad por cien mil dinares de oro". Y añadió: "Que me traigan ahora mismo a la joven".

Y en seguida fué Issa a la sala de espera en busca de su esclava, al mismo tiempo que traían los sacos con los cien mil dinares de oro.

Y al punto introdujo a la joven su amo, que dijo: "Tómala, ¡oh Emir de los Creyentes! y que Alah te cubra con Sus bendiciones junto a ella. Es cosa tuya y propiedad tuya". Y tras de recibir los cien mil dinares, salió.

Entonces el califa se volvió hacia donde yo estaba, y me dijo con aire preocupado: "¡Oh Yacub! todavía queda por resolver otra dificultad. Y me parece ardua la cosa". Yo pregunté: "¿Qué dificultad es ésa, ¡oh Emir de los Creyentes!" El dijo: "Como ha sido esclava de otro, esta joven debe esperar un número previsto de días antes de pertenecerme, a fin de que tenga la certeza de no ser madre por influencia de su primer amo. Pero si no estoy con ella esta misma noche, tengo la seguridad de que me estallará de impaciencia el hígado, y moriré indudablemente".

Entonces, tras de reflexionar un instante, contesté: "La solución de la dificultad es muy sencilla, ¡oh Emir de los Creyentes! Esa ley no reza más que con la mujer esclava; pero no previene días de espera para la mujer libre. Liberta, pues, en seguida a esta esclava, y cásate con ella cuando sea mujer libre". Y con el rostro transfigurado de alegría, exclamó Al-Raschid: "¡Liberto a mi esclava!" Luego me preguntó, súbitamente inquieto: "Pero ¿quién va a casarnos legalmente a hora tan tardía? Porque quiero estar con ella ahora, en seguida". Y contesté "Yo mismo, ¡oh Emir de los Creyentes! os casaré legalmente ahora".

Y llamé para testigos a los dos servidores del califa, Massrur y Hossein. Y cuando estuvieron presentes, recité las plegarias y las fórmulas de invocación, dije la alocución ritual, y después de dar gracias al Altísimo pronuncié las palabras de unión. Y estipulé que el califa, como es de rigor, debía pagar a la novia una dote nupcial, que fijé en la suma de veinte mil dinares.

Luego, cuando trajeron aquella suma y se la entregaron a la desposada, me dispuse a retirarme. Pero el califa alzó la cabeza hacia su servidor Massrur, quien dijo al punto: "A tus órdenes, ¡oh Emir de los Creyentes!" Y Harún le dijo: "Lleva en seguida a casa del kadí Yacub, por las molestias que le hemos causado, la suma de doscientos mil dracmas y veinte ropones de honor". Y salí, después de dar las gracias, dejando a Harún en el límite del júbilo. Y se me acompañó a mi casa con el dinero y los ropones.

Y he aquí que, en cuanto llegué a mi casa, vi entrar a una dama anciana, que me dijo: "¡Oh Abu-Yussef! la bienaventurada a quien acabas de libertar y a quien has unido con el califa, dándole por ello el título y la categoría de esposa del Emir de los Creyentes, es ya hija tuya, y me envía a prestarte sus zalemas y sus votos de dicha. Y te ruega que aceptes la mitad de la dote nupcial que le ha entregado el califa. Y se excusa por no poder corresponder de mejor manera por el momento, en vista de lo que has hecho por ella. Pero ¡inschalah! algún día podrá demostrarte mejor aún su gratitud".

Y así diciendo, puso ante mí diez mil dinares de oro, que eran la mitad de la dote pagada a la joven, me besó la mano y se fué por su camino.

Y di gracias al Retribuidor por sus beneficios y por haber tornado, aquella noche, la perplejidad de mi espíritu en alegría y en contento. Y bendije en mi corazón la memoria venerada de mi maestro Abu-Hanifah, cuya enseñanza me inició en todas las sutilezas del código canónico y del código civil. ¡Alah le cubra con Sus dones y con Sus gracias!"

Luego dijo el joven rico: "Escuchad ahora ¡oh amigos míos! la historia de LA JOVEN ARABE DE LA FUENTE".

Y dijo:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 1002: la joven árabe de la fuente

LA JOVEN ÁRABE DE LA FUENTE[editar]

"Cuando recayó el poder califal en Al-Mamún, hijo de Harún Al-Raschid, aquello fué una bendición para el Imperio. Porque Al-Mamún, que sin disputa fué el califa más brillante y más ilustrado entre todos los Abbassidas, fecundó las comarcas musulmanas con la paz y la justicia, protegió eficazmente y honró a los sabios y a los poetas, y lanzó a nuestros padres árabes al meidán de las ciencias. Y a pesar de sus inmensas ocupaciones y de sus jornadas invertidas en el trabajo y el estudio, sabía disponer de horas para los regocijos, las alegrías y los festines. Y para los músicos y las cantarinas eran muchas de sus sonrisas y muchos de sus beneficios. Y sabía escoger, para hacer de ellas sus esposas legales y las madres de sus hijos, a las mujeres más inteligentes, más ilustradas y más bellas de su tiempo. Y he aquí, por cierto, entre otros veinte, un ejemplo de la manera cómo se conducía Al-Mamún para fijar su predilección en una mujer y escogerla para esposa.

Un día, en efecto, volviendo de una montería con una escolta de jinetes, llegó a una fuente. Y había allí una joven árabe que disponíase a cargar en sus hombros un odre que acababa de llenar en la fuente. Y aquella joven árabe estaba dotada por su Creador de una talla encantadora de cinco palmos y de un pecho moldeado en el molde de la perfección; y en cuanto a lo demás, era semejante a una luna llena en una noche de luna llena...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 1003: pero cuando llegó la 992ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 992ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y aquella joven árabe estaba dotada por su Creador de una talla encantadora de cinco palmos y de un pecho moldeado en el molde de la perfección; y en cuanto a lo demás, era semejante a una luna llena en una noche de luna llena.

Cuando la joven vió llegar a aquella brillante tropa de jinetes, se apresuró a cargarse el odre al hombro y a retirarse. Pero como, en su precipitación no había tenido tiempo de atar bien la boca del cuello del odre, se desató la cuerda a los pocos pasos, y se salió el agua del odre con estrépito. Y gritó la joven, volviéndose adonde se alzaba su vivienda: "¡Padre mío, padre mío, ven a tapar la boca del odre! ¡Me ha fallado la boca! ¡Ya no puedo dominar la boca!"

Y fueron dichas por la joven árabe estas tres indicaciones, gritadas a su padre, con una selección de palabras tan elegantes y una entonación tan encantadora, que el califa, maravillado, se paró en seco. Y mientras la joven, sin ver llegar a su padre, tapaba el odre para no mojarse, el califa avanzó hacia ella y le dijo: "¡Oh niña! ¿de qué tribu eres?" Y contestó ella con su voz deliciosa: "Soy de la tribu de los Bani-Kilab". Y Al-Mamún, que sabía muy bien que aquella tribu de los Bani-Kilab era una de las más nobles entre los árabes, quiso hacer un juego de palabras para poner a prueba el carácter de la joven, y le dijo: "¿Cómo se te ha ocurrido ¡oh hermosa niña! pertenecer a la tribu de los hijos de perro?" Y la joven miró al califa con aire burlón, y contestó: "¿Es verdad, no conoces el significado real de las palabras? ¡Sabe ¡oh extranjero! que la tribu de los Bani-Kilab, de que soy hija, es la tribu de los que saben ser generosos y sin reproche, de los que saben ser magníficos con los extranjeros, y de los que saben, en fin, dar buenos sablazos, si hay necesidad!" Luego añadió: "Pero dime cuáles son tu linaje y tu genealogía, ¡oh caballero que no eres de aquí!" Y el califa, cada vez más maravillado del giro de lenguaje de la joven árabe, le dijo, sonriendo: "¿Acaso tienes, además de tus encantos, conocimientos y genealogía, ¡oh hermosa niña!?" Y ella dijo: "¡Contesta a mi pregunta y ya lo verás!" Y Al-Mamún, enardecido por el juego, se dijo: "¡Voy a ver si, en efecto, esta árabe conoce nuestro origen!" Y dijo: "Pues bien: has de saber que soy del linaje de los Mudharidas-al-rojo". Y la joven árabe, que sabía muy bien que el origen de aquel apelativo de los Mudharidas venía del color rojo de la tienda de cuero que en los tiempos antiguos poseía Mudlar padre de todas las tribus mudharidas, no se mostró sorprendida de las palabras del califa, y le dijo: "Está bien; pero dime de qué tribu de los Mudharidas eres". El contestó: "De la más ilustre, la más excelente en paternidad y maternidad, la más grande en antepasados gloriosos, la más respetada entre los Mudharidas-al-rojo". Y dijo ella: "¡Entonces eres de la tribu de los Kinanidas!" Y Al-Mamún, sorprendido, contestó: "¡Es verdad! ¡soy de la gran tribu de los Bani-Kinanah!" Y ella sonrió, y preguntó: "Pero ¿a qué rama de los Kinamidas perteneces?" El contestó: "¡A aquella cuyos hijos son los más nobles de sangre, los más puros de origen, los de manos generosas, los más temidos y reverenciados entre sus hermanos!" Y ella dijo: "Por esas señas, me parece que eres de los Koreischidas". Y Al-Mamún, cada vez más maravillado, contestó: "Tú lo has dicho: soy de los Bani-Koreich". Y ella repuso: "Pero los Koreischidas son numerosos. ¿De qué rama eres tú?" El contestó: "¡De aquella sobre la que ha descendido la bendición!" Y exclamó la joven: "¡Por Alah! que eres de los descendientes de Haschem el Koreischida, bisabuelo del Profeta (¡con El la plegaria y la paz!) Y Al Mamún contestó: "Ea cierto; soy Haschemida". Ella preguntó: "Pero ¿de qué familia de los Haschemidas?" El contestó: "¡De la que está más alta, de la que es honor y gloria de los Haschemidas, de la que es venerada por cuantos creyentes hay sobre la tierra!" Y al oír esta respuesta, la joven árabe se prosternó de pronto y besó la tierra entre las manos de Al-Mamún, exclamando: "¡Homenaje y veneración al Emir de los Creyentes, al Vicario del Señor del Universo, al glorioso Al-Mamún el Abbassida!"

Y el califa quedó asombrado, profundamente conmovido, y exclamó, penetrado de una alegría indecible: "¡Por el Señor de la kaaba y por los méritos de mis gloriosos antepasados, los Puros, que quiero por esposa a esta admirable niña! Ella es el bien más precioso que está escrito en mi destino ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 1004: pero cuando llegó la 993ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 993ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... ¡Por el Señor de la kaaba y por los méritos de mis gloriosos antepasados, los Puros, que quiero por esposa a esta admirable niña! Ella es el bien más precioso que está escrito en mi destino".

Y al punto hizo llamar al padre de la joven, el cual era precisamente el jeique de la tribu. Y le pidió en matrimonio a la admirable niña. Y cuando obtuvo su consentimiento, le ofreció, como dote nupcial de su hija, la suma de cien mil dinares de oro, y le inscribió a su nombre la renta de los impuestos de cinco años de todo el Hedjaz.

Y el matrimonio de Al-Mamún con la noble joven se celebró con una pompa que no había tenido igual ni siquiera bajo el reinado de Al-Raschid. Y la noche de bodas, Al-Mamún hizo que la madre derramase en la cabeza de la hermosa niña mil perlas contenidas en una bandeja de oro. Y en la cámara nupcial hizo quemar una inmensa antorcha de ámbar gris que pesaba cuarenta minas y se había comprado con la suma que produjeron los impuestos de Persia de un año.

Y Al-Mamún fué, para su esposa árabe, todo corazón y todo apego. Y le dió ella un hijo, que llevó el nombre de Abbas. Y se la contó en el número de las mujeres más asombrosas, más instruidas y más elocuentes del Islam".

Y tras de contar esta historia, el joven rico dijo a sus oyentes, que estaban reunidos bajo la cúpula del libro: "Voy a deciros otro rasgo de la vida de Al-Mamún, pero muy distinto al anterior:

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Capítulo 1005: el inconveniente de la insistencia

EL INCONVENIENTE DE LA INSISTENCIA[editar]

"Cuando el califa Mohammad El-Amín, hijo de Harún Al-Raschid y de Zobeida, fué asesinado, después de su derrota, por orden del general en jefe del ejército de Al-Mamún, cuantas provincias acataron hasta entonces a El-Amín se apresuraron a someterse a su hermano Al-Mamún, hijo de Al-Raschid y de una esclava llamada Marahil. Y Al-Mamún inauguró su reinado con amplias medidas de clemencia para sus antiguos enemigos. Y tenía costumbre de decir: "Si mis enemigos supieran toda la bondad de mi corazón, vendrían todos a entregarse a mí, declarando sus crímenes".

Y he aquí que la cabeza y la mano directora de todos los sinsabores que se habían hecho sufrir a Al-Mamún, en vida de su padre Al-Raschid y de su hermano El-Amín, no eran otras que las de la propia Sett Zobeida, esposa de Al-Raschid. Así es que cuando Zobeida se enteró del fin lamentable de su hijo, pensó primero refugiarse en el territorio sagrado de la Meca, para rehuir la venganza de Al-Mamún. Y estuvo dudando mucho tiempo qué partido tomar. Luego decidióse bruscamente a entregar su suerte entre las manos de aquel a quien había hecho desheredar y gustar durante largo tiempo la amargura de la mirra. Y le escribió la carta siguiente: "Toda culpa, ¡oh Emir de los Creyentes! por muy grande que sea, resulta poca cosa mirada por tu clemencia, y todo crimen se torna en simple error ante tu magnanimidad.

"La que te envía esta súplica te ruega que recuerdes una memoria cara, y perdones, pensando en el que se mostraba tierno con la suplicante de hoy.

"Por tanto, si quieres apiadarte de mi debilidad y de mi desamparo, y ser misericordioso con quien no merece misericordia, obrarás de acuerdo con el espíritu del que, si todavía estuviera con vida, habría sido mi intercesor contigo.

"¡Oh hijo de tu padre! acuérdate de tu padre; y no cierres tu corazón a la plegaria de la viuda abandonada".

Cuando el califa Al-Mamún tuvo conocimiento de esta carta de Zobeida, se le apiadó el corazón y quedó profundamente conmovido; y lloró por la fúnebre suerte de su hermano El-Amín y por el estado lamentable de la madre de El-Amín. Luego se levantó y contestó a Zobeida lo que sigue:

"Tu carta ¡oh madre mía! ha llegado adonde tenía que llegar, y ha encontrado a mi corazón desmenuzado de pena por tus desdichas. Y Alah es testigo de que mis sentimientos son, respecto a la viuda de aquel cuya memoria nos es sagrada, los sentimientos de un hijo para con su madre.

"Nada puede la criatura contra los designios del Destino. Pero yo he hecho lo que pude por atenuar tus dolores. Acabo, en efecto, de dar orden para que se te restituyan tus dominios confiscados, tus propiedades, tus bienes y cuanto te arrebató la suerte contraria, ¡oh madre mía! Y si quieres volver en medio de nosotros, encontrarás de nuevo tu antiguo estado y el respeto y la veneración de todos tus súbditos.

"Y sabe ¡oh madre mía! que no has perdido más que el rostro del que se halla en la misericordia de Alah. Porque en mí te queda un hijo más afectuoso de lo que nunca desearas.

"Y sean contigo la paz y la seguridad...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 1006: y cuando llegó la 994ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 994ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y sean contigo la paz y la seguridad".

Así es que cuando Zobeida fué, con los ojos llenos de lágrimas y desfalleciente, a arrojarse a sus pies, se levantó él en honor suyo y le besó la mano y lloró en su seno. Luego le devolvió todas sus antiguas prerrogativas de esposa de Al-Raschid y de princesa de sangre abbassida, y la trató hasta el fin de su vida como si hubiese él sido hijo de sus entrañas. Pero, a pesar de la ilusión del poderío, Zobeida no podía olvidar lo que había sido y las torturas de su corazón al tener noticia de la muerte de El-Amín. Y hasta su muerte guardó en el fondo de su pecho una especie de rencor que, por muy cuidadosamente oculto que estuviera, no escapaba a la perspicacia de Al-Mamún.

Y por cierto que bastantes veces le dió que sufrir a Al-Mamún, que no se quejaba de ello, aquel estado de hostilidad sorda. Y he aquí un rasgo que, mejor que todo comentario, prueba el rencor continuo de aquella a quien nada podía consolar.

Un día, en efecto, habiendo entrado Al-Mamún en el aposento de Zobeida, la vió de pronto mover los labios y murmurar algo, mirándole. Y como no podía entender lo que pronunciaba ella entre dientes, le dijo: "¡Oh madre mía! me parece que te dedicas a maldecirme, pensando en tu hijo asesinado por los herejes persas y en mi advenimiento al trono que ocupaba él. Y sin embargo, sólo Alah ha dictado nuestros destinos".

Pero Zobeida se escandalizó, diciendo: "No, por la memoria sagrada de tu padre, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Lejos de mí tales tendencias!" Y Al-Mamún le preguntó: "¿Puedes decir, entonces, qué murmurabas entre dientes mirándome?" Pero ella bajó la cabeza, como una persona que no quiere hablar, por respeto a su interlocutor, y contestó: "Excúseme el Emir de los Creyentes, y dispénseme de decirle el motivo de lo que me pregunta". Pero Al-Mamún, poseído de viva curiosidad, se puso a insistir mucho y a acosar a Zobeida con preguntas, de modo que, cuando no tuvo más remedio, acabó ella por decirle: "Pues bien; helo aquí. Maldecía de la insistencia, murmurando: "¡Alah confunda a los individuos importunos, afligidos del vicio de la insistencia!"

Y Al-Mamún le preguntó: "Pero ¿con qué motivo o a qué recuerdo lanzabas esa reprobación?" Y Zobeida contestó: "¡Ya que quieres saberlo absolutamente, helo aquí!" Y dijo:

"Has de saber, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! que un día en que había jugado al ajedrez con tu padre el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid, perdí la partida. Y tu padre me impuso la sentencia de dar la vuelta al palacio y a los jardines, toda desnuda, a media noche. Y a pesar de mis ruegos y súplicas, puso una insistencia singular en hacerme pagar aquella apuesta, sin querer aceptar otra sentencia. Y me vi obligada a ponerme desnuda y a hacer la cosa a que me condenaba. Y cuando acabé, estaba loca de rabia y medio muerta de cansancio y frío.

"Pero al día siguiente, a mi vez, le gané en el ajedrez. Y a la sazón me tocó a mi imponer condiciones. Y después de reflexionar un instante y buscar en mi espíritu lo que pudiese ser para él más desagradable, le condené, con conocimiento de causa, a que pasara la noche en brazos de la esclava más fea y más sucia entre las esclavas de la cocina. Y como la que reunía aquellas condiciones era la esclava llamada Marahil, se la indiqué como resultado de la partida y expiación de su derrota. Y para cerciorarme de que las cosas ocurrirían sin trampas por su parte, yo misma le conduje al cuarto fétido de la esclava Marahil, y le obligué a echarse a su lado y hacer con ella durante toda la noche lo que tanto le gustaba hacer con las hermosas concubinas que le regalaba yo tan a menudo. Y por la mañana se hallaba en un estado lamentable y con un olor espantoso.

"Ahora debo decirte ¡oh Emir de los Creyentes! que tú naciste precisamente de la cohabitación de tu padre con aquella esclava horrible y de sus volteretas con ella en el cuarto contiguo a la cocina.

"Y así fue cómo, sin saberlo, con tu venida al mundo fui causante de la perdición de mi hijo El-Amín y de todas las desdichas que se abatieron sobre nuestra raza en estos últimos años.

"Nada de eso habría sucedido si no hubiese yo insistido tanto con tu padre para obligarle a revolcarse con aquella esclava, y si él no hubiese estado, por su parte, tan lleno de insistencia para obligarme a hacer lo que ya te he contado.

"Y esto es ¡oh Emir de los Creyentes! el motivo que me hacía murmurar maldiciones contra la insistencia y contra los importunos".

Y cuando hubo oído aquello, Al-Mamún se apresuró a despedirse de Zobeida para ocultar su confusión. Y se retiró, diciéndose: "¡Por Alah, que merezco la lección que acaba de darme! Sin mi insistencia no se me habría recordado aquel incidente desagradable".

Y el joven dueño de la cúpula del libro, tras de contar todo esto a sus oyentes e invitados, les dijo: "Haga Alah ¡oh amigos míos! que haya podido yo servir de intermediario entre la ciencia y vuestros oídos. Ahí tenéis parte de las riquezas que, sin gastos ni peligros, se pueden acumular dedicándose a los libros y al cultivo del estudio. No os diré más por hoy. Pero en otra ocasión ¡inschalah! os mostraré otra fase de las maravillas que nos han sido transmitidas como la herencia más preciosa de nuestros padres".

Y tras de hablar así, dió a cada uno de los presentes cien monedas de oro y una pieza de tela de valor, para recompensarles por su atención y corresponder a su celo por instruirse. Porque decía: "Hay que estimular las buenas disposiciones y facilitar el camino a las gentes bien intencionadas".

Luego, después de haberlos regalado con una excelente comida, en la que no se olvidó nada delicado, los despidió en paz.

Y esto es lo referente a todos ellos. ¡Pero Alah es más sabio!

Y cuando Schehrazada acabó de contar esta larga serie de historias admirables, se calló. Y el rey Schahriar le dijo: "¡Oh Schehrazada, cuánto me has instruido! Pero sin duda te has olvidado de hablarme del visir Giafar. Y hace ya mucho tiempo que anhelo oírte contarme cuanto sepas respecto a él. Porque en verdad que ese visir se parece extraordinariamente en sus cualidades a mi gran visir, padre tuyo. Y por eso quiero con tanto ahínco saber por ti la verdad de su historia, con todos sus detalles, ya que debe ser admirable".

Pero Schehrazada bajó la cabeza y contestó: "¡Alah aleje de nosotros la desgracia y la calamidad, ¡oh rey del tiempo! y tenga en Su compasión a Giafar el Barmakida y a toda su familia! Por favor, dispénsame de contarte su historia, porque está llena de lágrimas. ¡Ay! ¿quién no llorará el relato del fin de Giafar, de su padre Yahía, de su hermano El-Fadl y de todos los Barmakidas? ¡En verdad que su fin es lamentable ( y al mismo granito enternecería!" Y dijo el rey Schahriar: "¡Oh Schehrazada! cuéntamelo, a pesar de todo. ¡Y Alah aleje de nosotros al Maligno y la desgracia!"

Entonces dijo Schehrazada:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 1007: el fin de giafar y de los barmakidas

EL FIN DE GIAFAR Y DE LOS BARMAKIDAS[editar]

He aquí, pues, ¡oh rey afortunado! esa historia llena de lágrimas, que señala el reinado del califa Harún Al-Raschid con una mancha de sangre que no podrían lavar los cuatro ríos.

Ya sabes ¡oh mi señor! que el visir Giafar era uno de los cuatro hijos de Yahía ben Khaled ben Barmak. Y su hermano mayor era El-Fadl, hermano de leche de Al-Raschid. Porque, a causa de la gran amistad y del afecto sin límites que unía a la familia de Yahía con la de los Abbassidas, la madre de Al-Raschid, la princesa Khaizarán, y la madre de El-Fadl, la noble Itabah, unidas entre sí también por el más vivo cariño, habían cambiado sus pequeñuelos, que eran, poco más o menos, de la misma edad, dando cada una al hijo de su amiga la leche que Alah había destinado a su propio hijo. Y por eso Al-Raschid llamaba siempre a Yahía "padre mío", y a El-Fadl "hermano mío..."

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 1000: pero cuando llegó la 990ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 990ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Es la baluza preparada con crema, miel, flor fina de harina y aceite de alfónsigos".

Y al oír esto, recordé las palabras de mi venerado maestro, que así había predicho lo que debía acontecerme. Y a este recuerdo, no pude por menos que sonreír. Y el califa me dijo: "¿Qué te incita a sonreír, ¡oh Yacub!? Y contesté: "Nada malo ¡oh Emir de los Creyentes! Es un simple recuerdo de mi infancia que cruza por mi espíritu, y le sonrío al paso". Y me dijo: "Date prisa a contármelo. Persuadido estoy de que será provechoso escucharlo".

Y para satisfacer el deseo del califa, le conté mi iniciación en el estudio de la ciencia, mi asiduidad en seguir la enseñanza de Abu-Hanifah, las desesperaciones de mi pobre madre al verme desertar de la tintorería, y la predicción del imam con respecto a la baluza con crema y aceite de alfónsigos.

Y Harún quedó encantado de mi relato, y concluyó: "Sí, ciertamente, el estudio y la ciencia dan siempre sus frutos, y son numerosas sus ventajas en el dominio humano y en el dominio de la religión. En verdad que el venerable Abu-Hanifah predecía con precisión y veía con los ojos de su espíritu lo que los demás hombres no podían ver con los ojos de su cabeza. ¡Alah le colme con Sus misericordias y con Sus gracias más perfumadas!'

Y esto es lo referente a la baluza de crema y aceite de alfónsigos. Pero he aquí ahora lo referente a la dificultad jurídica resuelta. Encontrándome un día fatigado, me metí temprano en la cama. Y ya me había dormido profundamente, cuando llamaron a golpazos en mi puerta. Y a toda prisa me levanté al oír el ruido, me abrigué los riñones con mi izar de lana, y fui a abrir yo mismo. Y reconocí a Harthamah, el eunuco de confianza del Emir de los Creyentes. Y le saludé. Pero él, sin perder tiempo en devolverme la zalema, lo cual me sumió en una gran turbación y me hizo presagiar sombríos acontecimientos por lo que a mí afectaba, me dijo con acento perentorio: "Ven en seguida a ver a nuestro amo el califa, que desea hablarte". Y tratando de dominar mi turbación, y procurando descifrar algo del asunto, contesté: "¡Oh querido Harthamah! Me hubiera gustado ver que tenías más consideraciones con un anciano enfermo como yo. La noche está ya muy avanzada, y no creo que realmente se trate de un asunto tan grave como para necesitar que vaya yo ahora al palacio del califa. Te ruego, pues, que esperes hasta mañana. Y desde ahora hasta entonces ya se habrá olvidado del asunto o cambiado de opinión el Emir de los Creyentes". Pero me contestó él: "No, ¡por Alah! no puedo diferir hasta mañana la ejecución de la orden que se me ha dado". Y pregunté: "¿Puedes decirme, al menos, ¡oh Harthamah! para qué me llama?" El contestó: "Ha venido su servidor Massrur a buscarme, corriendo y sin aliento, y me ha ordenado, sin darme ninguna explicación, que te llevara en seguida entre las manos del califa".

Entonces, en el límite de la perplejidad, dije al eunuco: "¡Oh Harthamah! ¿me permitirás, por lo menos, lavarme rápidamente y perfumarme un poco? Porque así, si se trata de un asunto grave, estaré arreglado como es debido; y si Alah el Optimo me otorga la gracia, como espero, de encontrar allí un asunto sin inconveniente para mí, estos cuidados de limpieza no podrán perjudicarme, sino muy al contrario".

Y cuando el eunuco accedió a mi deseo, subí a lavarme y a ponerme ropa adecuada y a perfumarme lo mejor que pude. Luego bajé otra vez a reunirme con el eunuco, y salimos a buen paso. Y al llegar a palacio vi que Massrur nos esperaba a la puerta. Y Harthamah le dijo, designándome: "He aquí al kadí". Y Massrur me dijo: "¡Ven!" Y le seguí. Y mientras le seguía, le dije: "¡Oh Massrur! tú, que ya sabes cómo sirvo a nuestro amo el califa, y a los miramientos que se deben a un hombre de mi edad y de mi cargo, y que no ignoras la amistad que siempre te he profesado, supongo que querrás decirme por qué me hace venir el califa a hora tan tardía de la noche". Y Massrur me contestó: "Ni yo mismo lo sé". Y le pregunté, más azorado que nunca: "¿Podrás decirme, al menos, quién hay con él?" Massrur me contestó: "No hay más que una persona: Issa, el chambelán, y en la habitación contigua la esposa del chambelán".

Entonces, renunciando a comprender más, dije: "¡Confío en Alah! ¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah el Todopoderoso, el Omnisciente!" Y llegado que hube al cuarto que precedía a la habitación en que por lo general estaba el califa, hice oír el movimiento de mi andar y el ruido de mis pasos. Y el califa preguntó desde dentro: "¿Quién hay en la puerta?" Y contesté al punto: "Tu servidor Yacub, ¡oh Emir de los Creyentes!"

Y la voz del califa dijo: "¡Entra!"

Y entré. Y encontré a Harún sentado, con el chambelán Issa a su derecha. Y avancé, posteriormente; y le abordé con la zalema. Y con gran satisfacción mía, me devolvió él la zalema. Luego me dijo sonriendo: "¿Te hemos inquietado, molestado, acaso asustado?" Y contesté: "Solamente ¡oh Emir de los Creyentes! nos habéis asustado a mí y a los que he dejado en casa. ¡Por vida de tu cabeza, que todos estábamos azorados!" Y el califa me dijo con bondad: "Siéntate, ¡oh padre de la ley!" Y me senté, ligero, libre de mis aprensiones y de mi miedo. Y al cabo de algunos instantes, el califa me dijo: "¡Oh Yacub! ¿sabes por qué te hemos llamado aquí a esta hora de la noche?" Y contesté: "No lo sé, ¡oh Emir de los Creyentes!" Me dijo él: "¡Escuchas, pues! Y mostrándome a su chambelán Issa, me dijo: "Te he hecho venir ¡oh Abu-Yussef! para ponerte por testigo del juramento que voy a prestar. Has de saber, en efecto, que Issa, a quien ves aquí, tiene una esclava. Yo he pedido a Issa que me la ceda; pero él se ha excusado. Le he pedido entonces que me la venda pero se ha negado. Pues bien; ante ti, ¡oh Yacub! que eres el kadí supremo, juro por el nombre de Alah el Altísimo, el Exaltado, que si Issa persiste en no querer cederme su esclava de una manera o de otra, le haré matar sin remisión al instante".

Entonces yo, seguro del todo por lo que a mí afectaba, me encaré en actitud severa con Issa, y le dije: "¿Qué cualidades o qué virtud extraordinaria ha dado, pues, Alah a esa muchacha, esclava tuya, para que no quieras cedérsela al Emir de los Creyentes? ¿No ves que con tu negativa te pones en la situación más humillante, y que te degradas y te rebajas? Y sin mostrarse conmovido por mis exhortaciones, Issa me dijo: "¡Oh nuestro señor kadí! odiosa es la precipitación de los juicios. Antes de hacerme observaciones deberías inquirir el motivo que ha dictado mi conducta". Y le dije: "¡Sea! Pero ¿puede haber un motivo justificado para semejante negativa?" El me contestó: "¡Sí, por cierto! Un juramento no puede en ningún caso declararse nulo si se ha prestado con plena conformidad y en plena lucidez de espíritu. Pues yo tengo como impedimento la fuerza de un juramento solemne. Porque he jurado, por el triple divorcio y con la promesa de libertar cuantos esclavos de ambos sexos tengo en mi mano y comprometiéndome a distribuir todos mis bienes y riquezas a los pobres y a las mezquitas, he jurado, repito, a la joven en cuestión no venderla ni darla nunca...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 1001: pero cuando llegó la 991ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 991ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... he jurado a la joven en cuestión no venderla ni darla nunca". Y al oír estas palabras, el califa se encaró conmigo, y me dijo: "¡Oh Yacub! ¿hay medio de resolver esta dificultad?" Y contesté sin vacilar: "Claro que sí, ¡oh Emir de los Creyentes!" Me preguntó él: "¿Y cómo?" Dije: "La cosa es muy sencilla. Para no faltar a su juramento, Issa te dará de regalo la mitad de la joven esclava que deseas; y te venderá la otra mitad. Y de esa manera quedará en paz con su conciencia, puesto que realmente ni te ha dado ni te ha vendido a la joven".

Y al oír estas palabras, Issa se encaró conmigo, muy dubitativo, y me dijo: "¿Y es lícito ese proceder, ¡oh padre de la ley!? ¿Es aceptable por la ley?" Y contesté: "¡Sin duda alguna!" Entonces alzó la mano incontinenti, y me dijo: "Pues bien; te pongo por testigo ¡oh kadí Yacub! de que, pudiendo así descargar mi conciencia, doy al Emir de los Creyentes la mitad de mi esclava y le vendo la otra mitad por la suma de cien mil dracmas de plata que me ha costado entera". Y Harún exclamó al punto: "Acepto el regalo, pero compro la segunda mitad por cien mil dinares de oro". Y añadió: "Que me traigan ahora mismo a la joven".

Y en seguida fué Issa a la sala de espera en busca de su esclava, al mismo tiempo que traían los sacos con los cien mil dinares de oro.

Y al punto introdujo a la joven su amo, que dijo: "Tómala, ¡oh Emir de los Creyentes! y que Alah te cubra con Sus bendiciones junto a ella. Es cosa tuya y propiedad tuya". Y tras de recibir los cien mil dinares, salió.

Entonces el califa se volvió hacia donde yo estaba, y me dijo con aire preocupado: "¡Oh Yacub! todavía queda por resolver otra dificultad. Y me parece ardua la cosa". Yo pregunté: "¿Qué dificultad es ésa, ¡oh Emir de los Creyentes!" El dijo: "Como ha sido esclava de otro, esta joven debe esperar un número previsto de días antes de pertenecerme, a fin de que tenga la certeza de no ser madre por influencia de su primer amo. Pero si no estoy con ella esta misma noche, tengo la seguridad de que me estallará de impaciencia el hígado, y moriré indudablemente".

Entonces, tras de reflexionar un instante, contesté: "La solución de la dificultad es muy sencilla, ¡oh Emir de los Creyentes! Esa ley no reza más que con la mujer esclava; pero no previene días de espera para la mujer libre. Liberta, pues, en seguida a esta esclava, y cásate con ella cuando sea mujer libre". Y con el rostro transfigurado de alegría, exclamó Al-Raschid: "¡Liberto a mi esclava!" Luego me preguntó, súbitamente inquieto: "Pero ¿quién va a casarnos legalmente a hora tan tardía? Porque quiero estar con ella ahora, en seguida". Y contesté "Yo mismo, ¡oh Emir de los Creyentes! os casaré legalmente ahora".

Y llamé para testigos a los dos servidores del califa, Massrur y Hossein. Y cuando estuvieron presentes, recité las plegarias y las fórmulas de invocación, dije la alocución ritual, y después de dar gracias al Altísimo pronuncié las palabras de unión. Y estipulé que el califa, como es de rigor, debía pagar a la novia una dote nupcial, que fijé en la suma de veinte mil dinares.

Luego, cuando trajeron aquella suma y se la entregaron a la desposada, me dispuse a retirarme. Pero el califa alzó la cabeza hacia su servidor Massrur, quien dijo al punto: "A tus órdenes, ¡oh Emir de los Creyentes!" Y Harún le dijo: "Lleva en seguida a casa del kadí Yacub, por las molestias que le hemos causado, la suma de doscientos mil dracmas y veinte ropones de honor". Y salí, después de dar las gracias, dejando a Harún en el límite del júbilo. Y se me acompañó a mi casa con el dinero y los ropones.

Y he aquí que, en cuanto llegué a mi casa, vi entrar a una dama anciana, que me dijo: "¡Oh Abu-Yussef! la bienaventurada a quien acabas de libertar y a quien has unido con el califa, dándole por ello el título y la categoría de esposa del Emir de los Creyentes, es ya hija tuya, y me envía a prestarte sus zalemas y sus votos de dicha. Y te ruega que aceptes la mitad de la dote nupcial que le ha entregado el califa. Y se excusa por no poder corresponder de mejor manera por el momento, en vista de lo que has hecho por ella. Pero ¡inschalah! algún día podrá demostrarte mejor aún su gratitud".

Y así diciendo, puso ante mí diez mil dinares de oro, que eran la mitad de la dote pagada a la joven, me besó la mano y se fué por su camino.

Y di gracias al Retribuidor por sus beneficios y por haber tornado, aquella noche, la perplejidad de mi espíritu en alegría y en contento. Y bendije en mi corazón la memoria venerada de mi maestro Abu-Hanifah, cuya enseñanza me inició en todas las sutilezas del código canónico y del código civil. ¡Alah le cubra con Sus dones y con Sus gracias!"

Luego dijo el joven rico: "Escuchad ahora ¡oh amigos míos! la historia de LA JOVEN ARABE DE LA FUENTE".

Y dijo:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 1002: la joven árabe de la fuente

LA JOVEN ÁRABE DE LA FUENTE[editar]

"Cuando recayó el poder califal en Al-Mamún, hijo de Harún Al-Raschid, aquello fué una bendición para el Imperio. Porque Al-Mamún, que sin disputa fué el califa más brillante y más ilustrado entre todos los Abbassidas, fecundó las comarcas musulmanas con la paz y la justicia, protegió eficazmente y honró a los sabios y a los poetas, y lanzó a nuestros padres árabes al meidán de las ciencias. Y a pesar de sus inmensas ocupaciones y de sus jornadas invertidas en el trabajo y el estudio, sabía disponer de horas para los regocijos, las alegrías y los festines. Y para los músicos y las cantarinas eran muchas de sus sonrisas y muchos de sus beneficios. Y sabía escoger, para hacer de ellas sus esposas legales y las madres de sus hijos, a las mujeres más inteligentes, más ilustradas y más bellas de su tiempo. Y he aquí, por cierto, entre otros veinte, un ejemplo de la manera cómo se conducía Al-Mamún para fijar su predilección en una mujer y escogerla para esposa.

Un día, en efecto, volviendo de una montería con una escolta de jinetes, llegó a una fuente. Y había allí una joven árabe que disponíase a cargar en sus hombros un odre que acababa de llenar en la fuente. Y aquella joven árabe estaba dotada por su Creador de una talla encantadora de cinco palmos y de un pecho moldeado en el molde de la perfección; y en cuanto a lo demás, era semejante a una luna llena en una noche de luna llena...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 1003: pero cuando llegó la 992ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 992ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y aquella joven árabe estaba dotada por su Creador de una talla encantadora de cinco palmos y de un pecho moldeado en el molde de la perfección; y en cuanto a lo demás, era semejante a una luna llena en una noche de luna llena.

Cuando la joven vió llegar a aquella brillante tropa de jinetes, se apresuró a cargarse el odre al hombro y a retirarse. Pero como, en su precipitación no había tenido tiempo de atar bien la boca del cuello del odre, se desató la cuerda a los pocos pasos, y se salió el agua del odre con estrépito. Y gritó la joven, volviéndose adonde se alzaba su vivienda: "¡Padre mío, padre mío, ven a tapar la boca del odre! ¡Me ha fallado la boca! ¡Ya no puedo dominar la boca!"

Y fueron dichas por la joven árabe estas tres indicaciones, gritadas a su padre, con una selección de palabras tan elegantes y una entonación tan encantadora, que el califa, maravillado, se paró en seco. Y mientras la joven, sin ver llegar a su padre, tapaba el odre para no mojarse, el califa avanzó hacia ella y le dijo: "¡Oh niña! ¿de qué tribu eres?" Y contestó ella con su voz deliciosa: "Soy de la tribu de los Bani-Kilab". Y Al-Mamún, que sabía muy bien que aquella tribu de los Bani-Kilab era una de las más nobles entre los árabes, quiso hacer un juego de palabras para poner a prueba el carácter de la joven, y le dijo: "¿Cómo se te ha ocurrido ¡oh hermosa niña! pertenecer a la tribu de los hijos de perro?" Y la joven miró al califa con aire burlón, y contestó: "¿Es verdad, no conoces el significado real de las palabras? ¡Sabe ¡oh extranjero! que la tribu de los Bani-Kilab, de que soy hija, es la tribu de los que saben ser generosos y sin reproche, de los que saben ser magníficos con los extranjeros, y de los que saben, en fin, dar buenos sablazos, si hay necesidad!" Luego añadió: "Pero dime cuáles son tu linaje y tu genealogía, ¡oh caballero que no eres de aquí!" Y el califa, cada vez más maravillado del giro de lenguaje de la joven árabe, le dijo, sonriendo: "¿Acaso tienes, además de tus encantos, conocimientos y genealogía, ¡oh hermosa niña!?" Y ella dijo: "¡Contesta a mi pregunta y ya lo verás!" Y Al-Mamún, enardecido por el juego, se dijo: "¡Voy a ver si, en efecto, esta árabe conoce nuestro origen!" Y dijo: "Pues bien: has de saber que soy del linaje de los Mudharidas-al-rojo". Y la joven árabe, que sabía muy bien que el origen de aquel apelativo de los Mudharidas venía del color rojo de la tienda de cuero que en los tiempos antiguos poseía Mudlar padre de todas las tribus mudharidas, no se mostró sorprendida de las palabras del califa, y le dijo: "Está bien; pero dime de qué tribu de los Mudharidas eres". El contestó: "De la más ilustre, la más excelente en paternidad y maternidad, la más grande en antepasados gloriosos, la más respetada entre los Mudharidas-al-rojo". Y dijo ella: "¡Entonces eres de la tribu de los Kinanidas!" Y Al-Mamún, sorprendido, contestó: "¡Es verdad! ¡soy de la gran tribu de los Bani-Kinanah!" Y ella sonrió, y preguntó: "Pero ¿a qué rama de los Kinamidas perteneces?" El contestó: "¡A aquella cuyos hijos son los más nobles de sangre, los más puros de origen, los de manos generosas, los más temidos y reverenciados entre sus hermanos!" Y ella dijo: "Por esas señas, me parece que eres de los Koreischidas". Y Al-Mamún, cada vez más maravillado, contestó: "Tú lo has dicho: soy de los Bani-Koreich". Y ella repuso: "Pero los Koreischidas son numerosos. ¿De qué rama eres tú?" El contestó: "¡De aquella sobre la que ha descendido la bendición!" Y exclamó la joven: "¡Por Alah! que eres de los descendientes de Haschem el Koreischida, bisabuelo del Profeta (¡con El la plegaria y la paz!) Y Al Mamún contestó: "Ea cierto; soy Haschemida". Ella preguntó: "Pero ¿de qué familia de los Haschemidas?" El contestó: "¡De la que está más alta, de la que es honor y gloria de los Haschemidas, de la que es venerada por cuantos creyentes hay sobre la tierra!" Y al oír esta respuesta, la joven árabe se prosternó de pronto y besó la tierra entre las manos de Al-Mamún, exclamando: "¡Homenaje y veneración al Emir de los Creyentes, al Vicario del Señor del Universo, al glorioso Al-Mamún el Abbassida!"

Y el califa quedó asombrado, profundamente conmovido, y exclamó, penetrado de una alegría indecible: "¡Por el Señor de la kaaba y por los méritos de mis gloriosos antepasados, los Puros, que quiero por esposa a esta admirable niña! Ella es el bien más precioso que está escrito en mi destino ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 1004: pero cuando llegó la 993ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 993ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... ¡Por el Señor de la kaaba y por los méritos de mis gloriosos antepasados, los Puros, que quiero por esposa a esta admirable niña! Ella es el bien más precioso que está escrito en mi destino".

Y al punto hizo llamar al padre de la joven, el cual era precisamente el jeique de la tribu. Y le pidió en matrimonio a la admirable niña. Y cuando obtuvo su consentimiento, le ofreció, como dote nupcial de su hija, la suma de cien mil dinares de oro, y le inscribió a su nombre la renta de los impuestos de cinco años de todo el Hedjaz.

Y el matrimonio de Al-Mamún con la noble joven se celebró con una pompa que no había tenido igual ni siquiera bajo el reinado de Al-Raschid. Y la noche de bodas, Al-Mamún hizo que la madre derramase en la cabeza de la hermosa niña mil perlas contenidas en una bandeja de oro. Y en la cámara nupcial hizo quemar una inmensa antorcha de ámbar gris que pesaba cuarenta minas y se había comprado con la suma que produjeron los impuestos de Persia de un año.

Y Al-Mamún fué, para su esposa árabe, todo corazón y todo apego. Y le dió ella un hijo, que llevó el nombre de Abbas. Y se la contó en el número de las mujeres más asombrosas, más instruidas y más elocuentes del Islam".

Y tras de contar esta historia, el joven rico dijo a sus oyentes, que estaban reunidos bajo la cúpula del libro: "Voy a deciros otro rasgo de la vida de Al-Mamún, pero muy distinto al anterior:

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Capítulo 1005: el inconveniente de la insistencia

EL INCONVENIENTE DE LA INSISTENCIA[editar]

"Cuando el califa Mohammad El-Amín, hijo de Harún Al-Raschid y de Zobeida, fué asesinado, después de su derrota, por orden del general en jefe del ejército de Al-Mamún, cuantas provincias acataron hasta entonces a El-Amín se apresuraron a someterse a su hermano Al-Mamún, hijo de Al-Raschid y de una esclava llamada Marahil. Y Al-Mamún inauguró su reinado con amplias medidas de clemencia para sus antiguos enemigos. Y tenía costumbre de decir: "Si mis enemigos supieran toda la bondad de mi corazón, vendrían todos a entregarse a mí, declarando sus crímenes".

Y he aquí que la cabeza y la mano directora de todos los sinsabores que se habían hecho sufrir a Al-Mamún, en vida de su padre Al-Raschid y de su hermano El-Amín, no eran otras que las de la propia Sett Zobeida, esposa de Al-Raschid. Así es que cuando Zobeida se enteró del fin lamentable de su hijo, pensó primero refugiarse en el territorio sagrado de la Meca, para rehuir la venganza de Al-Mamún. Y estuvo dudando mucho tiempo qué partido tomar. Luego decidióse bruscamente a entregar su suerte entre las manos de aquel a quien había hecho desheredar y gustar durante largo tiempo la amargura de la mirra. Y le escribió la carta siguiente: "Toda culpa, ¡oh Emir de los Creyentes! por muy grande que sea, resulta poca cosa mirada por tu clemencia, y todo crimen se torna en simple error ante tu magnanimidad.

"La que te envía esta súplica te ruega que recuerdes una memoria cara, y perdones, pensando en el que se mostraba tierno con la suplicante de hoy.

"Por tanto, si quieres apiadarte de mi debilidad y de mi desamparo, y ser misericordioso con quien no merece misericordia, obrarás de acuerdo con el espíritu del que, si todavía estuviera con vida, habría sido mi intercesor contigo.

"¡Oh hijo de tu padre! acuérdate de tu padre; y no cierres tu corazón a la plegaria de la viuda abandonada".

Cuando el califa Al-Mamún tuvo conocimiento de esta carta de Zobeida, se le apiadó el corazón y quedó profundamente conmovido; y lloró por la fúnebre suerte de su hermano El-Amín y por el estado lamentable de la madre de El-Amín. Luego se levantó y contestó a Zobeida lo que sigue:

"Tu carta ¡oh madre mía! ha llegado adonde tenía que llegar, y ha encontrado a mi corazón desmenuzado de pena por tus desdichas. Y Alah es testigo de que mis sentimientos son, respecto a la viuda de aquel cuya memoria nos es sagrada, los sentimientos de un hijo para con su madre.

"Nada puede la criatura contra los designios del Destino. Pero yo he hecho lo que pude por atenuar tus dolores. Acabo, en efecto, de dar orden para que se te restituyan tus dominios confiscados, tus propiedades, tus bienes y cuanto te arrebató la suerte contraria, ¡oh madre mía! Y si quieres volver en medio de nosotros, encontrarás de nuevo tu antiguo estado y el respeto y la veneración de todos tus súbditos.

"Y sabe ¡oh madre mía! que no has perdido más que el rostro del que se halla en la misericordia de Alah. Porque en mí te queda un hijo más afectuoso de lo que nunca desearas.

"Y sean contigo la paz y la seguridad...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 1006: y cuando llegó la 994ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 994ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y sean contigo la paz y la seguridad".

Así es que cuando Zobeida fué, con los ojos llenos de lágrimas y desfalleciente, a arrojarse a sus pies, se levantó él en honor suyo y le besó la mano y lloró en su seno. Luego le devolvió todas sus antiguas prerrogativas de esposa de Al-Raschid y de princesa de sangre abbassida, y la trató hasta el fin de su vida como si hubiese él sido hijo de sus entrañas. Pero, a pesar de la ilusión del poderío, Zobeida no podía olvidar lo que había sido y las torturas de su corazón al tener noticia de la muerte de El-Amín. Y hasta su muerte guardó en el fondo de su pecho una especie de rencor que, por muy cuidadosamente oculto que estuviera, no escapaba a la perspicacia de Al-Mamún.

Y por cierto que bastantes veces le dió que sufrir a Al-Mamún, que no se quejaba de ello, aquel estado de hostilidad sorda. Y he aquí un rasgo que, mejor que todo comentario, prueba el rencor continuo de aquella a quien nada podía consolar.

Un día, en efecto, habiendo entrado Al-Mamún en el aposento de Zobeida, la vió de pronto mover los labios y murmurar algo, mirándole. Y como no podía entender lo que pronunciaba ella entre dientes, le dijo: "¡Oh madre mía! me parece que te dedicas a maldecirme, pensando en tu hijo asesinado por los herejes persas y en mi advenimiento al trono que ocupaba él. Y sin embargo, sólo Alah ha dictado nuestros destinos".

Pero Zobeida se escandalizó, diciendo: "No, por la memoria sagrada de tu padre, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Lejos de mí tales tendencias!" Y Al-Mamún le preguntó: "¿Puedes decir, entonces, qué murmurabas entre dientes mirándome?" Pero ella bajó la cabeza, como una persona que no quiere hablar, por respeto a su interlocutor, y contestó: "Excúseme el Emir de los Creyentes, y dispénseme de decirle el motivo de lo que me pregunta". Pero Al-Mamún, poseído de viva curiosidad, se puso a insistir mucho y a acosar a Zobeida con preguntas, de modo que, cuando no tuvo más remedio, acabó ella por decirle: "Pues bien; helo aquí. Maldecía de la insistencia, murmurando: "¡Alah confunda a los individuos importunos, afligidos del vicio de la insistencia!"

Y Al-Mamún le preguntó: "Pero ¿con qué motivo o a qué recuerdo lanzabas esa reprobación?" Y Zobeida contestó: "¡Ya que quieres saberlo absolutamente, helo aquí!" Y dijo:

"Has de saber, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! que un día en que había jugado al ajedrez con tu padre el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid, perdí la partida. Y tu padre me impuso la sentencia de dar la vuelta al palacio y a los jardines, toda desnuda, a media noche. Y a pesar de mis ruegos y súplicas, puso una insistencia singular en hacerme pagar aquella apuesta, sin querer aceptar otra sentencia. Y me vi obligada a ponerme desnuda y a hacer la cosa a que me condenaba. Y cuando acabé, estaba loca de rabia y medio muerta de cansancio y frío.

"Pero al día siguiente, a mi vez, le gané en el ajedrez. Y a la sazón me tocó a mi imponer condiciones. Y después de reflexionar un instante y buscar en mi espíritu lo que pudiese ser para él más desagradable, le condené, con conocimiento de causa, a que pasara la noche en brazos de la esclava más fea y más sucia entre las esclavas de la cocina. Y como la que reunía aquellas condiciones era la esclava llamada Marahil, se la indiqué como resultado de la partida y expiación de su derrota. Y para cerciorarme de que las cosas ocurrirían sin trampas por su parte, yo misma le conduje al cuarto fétido de la esclava Marahil, y le obligué a echarse a su lado y hacer con ella durante toda la noche lo que tanto le gustaba hacer con las hermosas concubinas que le regalaba yo tan a menudo. Y por la mañana se hallaba en un estado lamentable y con un olor espantoso.

"Ahora debo decirte ¡oh Emir de los Creyentes! que tú naciste precisamente de la cohabitación de tu padre con aquella esclava horrible y de sus volteretas con ella en el cuarto contiguo a la cocina.

"Y así fue cómo, sin saberlo, con tu venida al mundo fui causante de la perdición de mi hijo El-Amín y de todas las desdichas que se abatieron sobre nuestra raza en estos últimos años.

"Nada de eso habría sucedido si no hubiese yo insistido tanto con tu padre para obligarle a revolcarse con aquella esclava, y si él no hubiese estado, por su parte, tan lleno de insistencia para obligarme a hacer lo que ya te he contado.

"Y esto es ¡oh Emir de los Creyentes! el motivo que me hacía murmurar maldiciones contra la insistencia y contra los importunos".

Y cuando hubo oído aquello, Al-Mamún se apresuró a despedirse de Zobeida para ocultar su confusión. Y se retiró, diciéndose: "¡Por Alah, que merezco la lección que acaba de darme! Sin mi insistencia no se me habría recordado aquel incidente desagradable".

Y el joven dueño de la cúpula del libro, tras de contar todo esto a sus oyentes e invitados, les dijo: "Haga Alah ¡oh amigos míos! que haya podido yo servir de intermediario entre la ciencia y vuestros oídos. Ahí tenéis parte de las riquezas que, sin gastos ni peligros, se pueden acumular dedicándose a los libros y al cultivo del estudio. No os diré más por hoy. Pero en otra ocasión ¡inschalah! os mostraré otra fase de las maravillas que nos han sido transmitidas como la herencia más preciosa de nuestros padres".

Y tras de hablar así, dió a cada uno de los presentes cien monedas de oro y una pieza de tela de valor, para recompensarles por su atención y corresponder a su celo por instruirse. Porque decía: "Hay que estimular las buenas disposiciones y facilitar el camino a las gentes bien intencionadas".

Luego, después de haberlos regalado con una excelente comida, en la que no se olvidó nada delicado, los despidió en paz.

Y esto es lo referente a todos ellos. ¡Pero Alah es más sabio!

Y cuando Schehrazada acabó de contar esta larga serie de historias admirables, se calló. Y el rey Schahriar le dijo: "¡Oh Schehrazada, cuánto me has instruido! Pero sin duda te has olvidado de hablarme del visir Giafar. Y hace ya mucho tiempo que anhelo oírte contarme cuanto sepas respecto a él. Porque en verdad que ese visir se parece extraordinariamente en sus cualidades a mi gran visir, padre tuyo. Y por eso quiero con tanto ahínco saber por ti la verdad de su historia, con todos sus detalles, ya que debe ser admirable".

Pero Schehrazada bajó la cabeza y contestó: "¡Alah aleje de nosotros la desgracia y la calamidad, ¡oh rey del tiempo! y tenga en Su compasión a Giafar el Barmakida y a toda su familia! Por favor, dispénsame de contarte su historia, porque está llena de lágrimas. ¡Ay! ¿quién no llorará el relato del fin de Giafar, de su padre Yahía, de su hermano El-Fadl y de todos los Barmakidas? ¡En verdad que su fin es lamentable ( y al mismo granito enternecería!" Y dijo el rey Schahriar: "¡Oh Schehrazada! cuéntamelo, a pesar de todo. ¡Y Alah aleje de nosotros al Maligno y la desgracia!"

Entonces dijo Schehrazada:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 1007: el fin de giafar y de los barmakidas

EL FIN DE GIAFAR Y DE LOS BARMAKIDAS[editar]

He aquí, pues, ¡oh rey afortunado! esa historia llena de lágrimas, que señala el reinado del califa Harún Al-Raschid con una mancha de sangre que no podrían lavar los cuatro ríos.

Ya sabes ¡oh mi señor! que el visir Giafar era uno de los cuatro hijos de Yahía ben Khaled ben Barmak. Y su hermano mayor era El-Fadl, hermano de leche de Al-Raschid. Porque, a causa de la gran amistad y del afecto sin límites que unía a la familia de Yahía con la de los Abbassidas, la madre de Al-Raschid, la princesa Khaizarán, y la madre de El-Fadl, la noble Itabah, unidas entre sí también por el más vivo cariño, habían cambiado sus pequeñuelos, que eran, poco más o menos, de la misma edad, dando cada una al hijo de su amiga la leche que Alah había destinado a su propio hijo. Y por eso Al-Raschid llamaba siempre a Yahía "padre mío", y a El-Fadl "hermano mío..."

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 1008: y cuando llegó la 995ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 995ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y por eso Al-Raschid llamaba siempre a Yahía "padre mío", y a El-Fadl "hermano mío".

En cuanto al origen de los Barmakidas, las crónicas más reputadas y más dignas de fe lo sitúan en la ciudad de Balkh, en el Khorassán, donde ya tenía esta familia una categoría distinguida. Y unos cien años después de la hégira de nuestro Profeta bendito (¡con El la plegaria y la paz!) esta ilustre familia vino a fijar su residencia en Damasco, bajo el reinado de los califas ommiadas. Y entonces fué cuando el jefe de la tal familia, que era el sectario de la religión de los magos, se convirtió a la verdadera fe y se purificó y se ennobleció con el Islam. Ya esto sucedió exactamente bajo el reino de Hescham el Ommiada.

Pero sólo después del advenimiento de los descendientes de Abbas al trono de los califas fué cuando se admitió a la familia de los Barmakidas en el consejo de los visires, e iluminó la tierra con su brillo. Porque el primer visir que salió de su seno fué Khaled ben Barmak, a quien eligió por gran visir el primero de los Abbassidas. Abú'l Abbas El-Saffah. Y bajo el reinado de Al-Mahdi, tercer Abbassida, Yahía ben Khaled quedó encargado de la educación de Harún Al-Raschid, el hijo preferido del califa, aquel mismo Harún que había nacido solamente siete días después que El-Fadl, hijo de Yahía.

Así es que cuando, después de la muerte inopinada de su hermano mayor Al-Hadi, Harún Al-Raschid se revistió de las insignias de la omnipotencia califal, no tuvo necesidad de evocar los recuerdos de su primera infancia, pasada al lado de los niños barmakidas, para llamar a Yahía y a sus dos hijos a compartir el poder soberano; no tenía más que recordar los cuidados prestados a su infancia por Yahía, y la educación que le debía, y la abnegación de que aquel servidor de todas las fidelidades acababa de darle prueba desafiando, por asegurarle la herencia al trono, las amenazas terribles de Al-Hadi, muerto la misma noche en que quería que cercenaran la cabeza a Yahía y a sus hijos.

Así es que, cuando Yahía fué a medianoche en compañía de Massrur a despertar a Harún para notificarle que era dueño del Imperio y califa de Alah sobre la tierra, Harún le dió inmediatamente el título de gran visir y nombró visires a sus dos hijos El-Fadl y Giafar. Y así empezó su reinado bajo los auspicios más dichosos.

Y desde entonces la familia de los Barmakidas fué en su siglo lo que un adorno en la frente y una corona en la cabeza. Y el Destino les prodigó cuanto de más seductor tienen sus favores, y los colmó de sus dones más escogidos. Y Yahía y sus hijos se tornaron astros brillantes, vastos océanos de generosidad, torrentes impetuosos de gracias, lluvias bienhechoras. El mundo se vivificó con su soplo, y el Imperio llegó a la cima más alta del esplendor. Y eran ellos refugio de afligidos y recurso de desdichados. Y de ellos ha dicho, entre mil, el poeta Abu-Nowas

¡Desde que el mundo os ha perdido, ¡oh hijos de Barmak! no están cubiertos ya de viajeros los caminos en el crepúsculo de la mañana y en el crepúsculo de la tarde!

Eran, en efecto, visires prudentes, administradores admirables, que aumentaban el tesoro público, elocuentes, instruidos, firmes, de buen consejo, y generosos al igual de Hatim-Tai. Eran fuentes de felicidad, vientos bienhechores que atraen los nublados fecundantes. Y sobre todo, merced a su prestigio, el nombre y la gloria de Harún Al- Raschid repercutieron desde las mesetas del Asia Central hasta el fondo de las selvas norteñas, y desde el Magreb y la Andalucía hasta las fronteras extremas de China y de Tartaria.

Y he aquí que de repente los hijos de Barmak, que tuvieron la más alta fortuna que a los hijos de Adán es dable alcanzar, fueron precipitados en el seno de los más terribles reveses y bebieron en la copa de la Distribuidora de calamidades. Porque ¡oh rey del tiempo! los nobles hijos de Barmak no solamente eran los visires que administraban el vasto imperio de los califas, sino que eran los amigos más queridos, los compañeros inseparables de su rey. Y Giafar, particularmente, era el caro comensal cuya presencia se hacía más necesaria a Al-Raschid que la luz de sus ojos. Y tanto espacio había llegado a ocupar en el corazón de Al-Raschid, que llegó hasta el punto de mandarse hacer un manto doble, y se envolvió en él con su amigo Giafar, como si ambos no fueran más que un solo hombre. Y así se portó con Giafar hasta la terrible catástrofe final.

Pero -¡qué pena tengo en el alma!- he aquí cómo ocurrió aquel acontecimiento lúgubre que oscureció el cielo del Islam, y arrojó la desolación en todos los corazones, como rayo del cielo destructor.

Un día -¡lejos de nosotros los días parecidos a aquél!-, de regreso de una peregrinación a la Meca, iba Al-Raschid por agua de Hira a la ciudad de Anbar. Y se detuvo en un convento llamado Al-Umr, a orillas del Eufrates. Y llegó para él la noche, como las demás noches, en medio de festines y placeres.

Pero aquella vez no le hacía compañía su comensal Giafar. Porque Giafar estaba de caza, desde días atrás, en las llanuras próximas al río. Sin embargo, los dones y regalos de Al-Raschid le seguían por doquiera. Y a todas horas del día veía llegar a su tienda algún mensajero del califa que le llevaba, en prueba de afecto, algún precioso presente más hermoso que el anterior.

Aquella noche -¡Alah nos haga ignorar noches análogas!- Giafar estaba sentado en su tienda en compañía del médico Gibrail Bakhtiassú, que era el médico particular de Al-Raschid, y del que habíase privado Al-Raschid para que acompañase a su querido Giafar. Y también estaba en la tienda el poeta favorito de Al-Raschid, Abu-Zaccar el ciego, del que también se había privado Al-Raschid para que con sus improvisaciones alegrara a su querido Giafar al volver de la caza.

Y era la hora de comer. Y Abu-Zaccar el ciego, acompañándose en la bandurria, cantaba versos filosóficos acerca de la inconstancia de la suerte...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 1009: pero cuando llegó la 996ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 996ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y era la hora de comer. Y Abu-Zaccar el ciego, acompañándose en la bandurria, cantaba versos filosóficos acerca de la inconstancia de la suerte. Y he aquí que de improviso apareció en la entrada de la tienda Massrur, el portaalfanje del califa y ejecutor de su cólera. Y al verle entrar así, en contra de toda etiqueta, sin pedir audiencia y sin anunciar siquiera su llegada, Giafar se puso muy amarillo de color, y dijo al eunuco: "¡Oh Massrur! bien venido seas, pues cada vez te veo con más gusto. Pero me asombra, ¡oh hermano mío! que, por primera vez en nuestra vida, no te hayas hecho preceder por algún servidor para anunciarme tu visita". Y Massrur, sin dirigir siquiera la zalema a Giafar, contestó: "El motivo que me trae es demasiado grave para permitirse esas fútiles formalidades. Levántate ¡oh Giafar! y pronuncia la scheada por última vez. Porque el Emir de los Creyentes pide tu cabeza".

Al oír estas palabras, Giafar se irguió sobre sus pies, y dijo: "¡No hay más Dios que Alah, y Mahomed es el Enviado de Alah! ¡De las manos de Alah, salimos, y tarde o temprano volveremos entre Sus manos!" Luego se encaró con el jefe de los eunucos, su antiguo compañero, su amigo de tantos años y de todos los instantes, y le dijo: "¡Oh Massrur! no es posible semejante orden. Nuestro amo el Emir de los Creyentes ha debido dártela en un momento de embriaguez. Te suplico, pues, ¡oh amigo mío de siempre! en recuerdo de los paseos que hemos dado juntos y de nuestra vida común de día y de noche, que vuelvas a presencia del califa para ver si me equivoco. Y te convencerás de que ha olvidado ya tales palabras!" Pero Massrur dijo: "Mi cabeza responde por la tuya. No podré reaparecer ante el califa si no llevo tu cabeza en la mano. Escribe, pues, tus últimas voluntades, única gracia que me es posible otorgarte en vista de nuestra antigua amistad".

Entonces dijo Giafar: "¡A Alah pertenecemos todos! No tengo últimas voluntades que escribir. ¡Alah alargue la vida del Emir de los Creyentes con los días que se me quitan!"

Salió luego de su tienda, se arrodilló en el cuero de la sangre, que acababa de extender en el suelo el portaalfanje Massrur, y se vendó los ojos con sus propias manos. Y fué decapitado. ¡Alah le tenga en Su compasión!

Tras de lo cual, Massrur se volvió al paraje donde acampaba el califa, y fué a su presencia, llevando en un escudo la cabeza de Giafar.

Y Al-Raschid miró la cabeza de su antiguo amigo, y de repente escupió sobre ella.

Pero no pararon en eso su resentimiento y su venganza. Dió orden de que en un extremo del puente de Bagdad se crucificase el cuerpo decapitado de Giafar y de que se expusiera la cabeza en el otro extremo: suplicio que superaba en degradación y en ignominia al de los más viles malhechores. Y también ordenó que al cabo de seis meses se quemasen los restos de Giafar sobre estiércol de ganado y se arrojasen a las letrinas. Y se ejecutó todo.

Así es que ¡oh piedad y miseria! el escriba Amrani pudo escribir en la misma página del registro de cuentas del tesoro: "Por un ropón de gala, dado por el Emir de los Creyentes a Giafar, hijo de Yahía Al-Barmaki, cuatrocientos mil dinares de oro". Y poco tiempo después, sin ninguna adición, en la misma página: "Nafta, cañas y estiércol para para quemar el cuerpo de Giafar ben Yahía, diez dracmas de plata".

Este fué el fin de Giafar. En cuanto a Yahía, su padre, esposo de la nodriza de Al-Raschid, y a El-Fadl, su hermano, hermano de leche de Al-Raschid, se les detuvo al día siguiente, con todos los Barmakidas, que, en número de unos mil, ocupaban cargos y empleos. Y se les arrojó, revueltos, al fondo de infectos calabozos, mientras sus inmensos bienes eran confiscados y sus mujeres y sus hijos erraban sin asilo y sin que nadie osara mirarlos. Y unos murieron de inanición, y otros por estrangulación, excepto Yahía, su hijo El-Fadl y el hermano de Yahía, Mohammad, que murieron en las torturas. ¡Alah los tenga a todos en Su compasión! ¡Terrible fué su desgracia! Y ahora, ¡oh rey del tiempo! si deseas conocer el motivo de esta desgracia de los Barmakidas y de su fin lamentable, helo aquí.

Un día, la hermana pequeña de Al-Raschid, Aliyah, años después del fin de los Barmakidas, se puso a decir al califa, que la acariciaba: `'¡Oh mi señor! ya no te veo ni un día con calma y tranquilidad real desde la muerte de Giafar y la desaparición de su familia. ¿Por qué motivo probado incurrieron en tu desgracia?" Y Al-Raschid, ensombrecido de repente, rechazó a la tierna princesa, y le dijo: "¡Oh niña mía, vida mía, única dicha que me resta! ¿de qué te serviría conocer ese motivo? ¡Si yo supiera que lo conocía mi camisa, la desgarraría en tiras!"

Pero los historiadores y recopiladores de anales se hallan lejos de ponerse de acuerdo respecto a las causas de aquella catástrofe. Esto aparte, he aquí las versiones que han llegado a nosotros en sus escritos.

Según unos fueron las liberalidades sin nombre de Giafar y de los Barmakidas, cuyo relato cansaba incluso los oídos de quienes las habían aceptado, las que, creándoles todavía más envidiosos y enemigos que amigos y agradecidos, habían acabado por hacer sombra a Al-Raschid. En efecto, no se hablaba más que de la gloria de su casa; no se podían conseguir favores más que interviniendo ellos directa o indirectamente; los individuos de su familia ocupaban en la corte de Bagdad, en el ejército, en la magistratura y en las provincias los puestos más elevados; los más hermosos dominios cercanos a la ciudad les pertenecían; el acceso a su palacio estaba más interrumpido por la multitud de cortesanos y pedigüeños que el de la morada del califa. Por lo demás, he aquí en qué términos se expresa sobre el particular el médico de Al-Raschid, que habitaba entonces en el palacio llamado Kasr el Khuld, en Bagdad. Los Barmakidas vivían al otro lado del Tigris, y entre ellos y el palacio del califa sólo había la anchura del río. Y aquel día, mirando Al-Raschid la multitud de caballos parados delante de la morada de sus favoritos y la muchedumbre que se aglomeraba a su puerta, dijo delante de mí, como hablando consigo mismo: "¡Alah recompense a Yahía y a sus hijos El-Fadl y Giafar! Ellos solos se han encargado de todo el ajetreo de los asuntos, aliviándome de ese cuidado y dejándome tiempo para mirar a mi alrededor y vivir a mi antojo".

Esto fué lo que dijo aquel día. Pero en otra ocasión que fui llamado junto a él, noté que ya empezaba a no ver con los mismos ojos a sus favoritos. En efecto, después de mirar por las ventanas de su palacio y observar la misma afluencia de gente y de caballos que la primera vez, dijo: "Yahía y sus hijos se han apoderado de todos los asuntos, me los han quitado todos. Verdaderamente, son ellos quienes ejercen el poder califal, mientras que yo no tengo más que una apariencia de él apenas". Esto le oí. Y desde entonces comprendí que caerían en desgracia, como así sucedió, efectivamente".

Según otros analistas, al descontento disimulado, a la envidia siempre en aumento de Al-Raschid, a las magníficas maneras de los Barmakidas, que les creaban formidables enemigos y detractores anónimos que los desprestigiaban ante el califa por medio de poesías acerbas no firmadas o de prosa pérfida; a todo el ornato, a todo el aparato y a todas las cosas cuya competencia, por lo general, no quieren soportar los reyes, fué a unirse una gran imprudencia cometida por Giafar.

Un día, Al-Raschid le había encargado que hiciese perecer en secreto a un descendiente de Alí y de Fátimah, la hija del Profeta, que se llamaba El-Sayed Yahía ben Abdalah El-Hossaini. Pero Giafar, obrando con piedad y mansedumbre, facilitó la evasión de aquel Alida, cuya influencia tenía Al-Raschid por peligrosa para el porvenir de la dinastía abbassida. Pero esta acción generosa de Giafar no tardó en divulgarse y comunicarse al califa con todos los comentarios a propósito para agravar sus consecuencias. Y el rencor que sintió Al-Raschid en aquella ocasión fué la gota de hiel que hace desbordarse la copa de la cólera. E interrogó sobre el particular a Giafar, quien declaró con gran franqueza su acción, añadiendo: "¡Lo he hecho para gloria y buen nombre de mi señor el Emir de los Creyentes!" Y Al-Raschid, muy pálido, dijo: "¡Has hecho bien!" Pero se le oyó que murmuraba: "¡Que Alah me haga perecer si no te hago perecer a ti, ¡oh Giafar!"

Según otros historiadores, convendría buscar la causa de la desgracia de los Barmakidas en sus opiniones heréticas contrarias a la ortodoxia musulmana. No hay que olvidar, en efecto, que su familia, antes de convertirse al Islam, profesaba en Balkh la religión de los magos. Y se dice que en la expedición al Khorassán, cuna primitiva de sus favoritos, Al-Raschid había notado que Yahía y sus hijos hacían todo lo posible por impedir la destrucción de los templos y monumentos de los magos. Y desde entonces tuvo sus sospechas, que se agravaron, por consiguiente, cuando vió a los Barmakidas tratar con dulzura, en cualquier circunstancia, a los herejes de todas clases, sobre todo a sus enemigos personales los gauros y los zanadikah, y a otros disidentes y réprobos. Y lo que hace sustentar esta opinión, además de los otros motivos ya enunciados, es que, inmediatamente después de la muerte de Al-Raschid, estallaron en Bagdad trastornos religiosos de una gravedad sin precedente, y estuvieron a punto de dar un golpe fatal a la ortodoxia musulmana.

Pero, aparte de todos los motivos, la causa más probable del fin de los Barmakidas es la que nos expone el cronista lbn-Khillikán e Ibn El-Athir. Dicen:

Era en los tiempos en que Giafar, hijo de Yahía el Barmakida, estaba tan apegado al corazón del Emir de los Creyentes, que el califa había hecho confeccionar aquel manto doble, en el que se envolvía con Giafar como si ambos no fuesen más que un solo hombre. Y tan grande era aquella intimidad, que el califa ya no podía separarse de su favorito, y sin cesar quería verle junto a él.

"Pero Al-Raschid quería de una manera extraordinaria a su propia hermana Abbassah, joven princesa adornada de todos los dones, la mujer más notable de su época. Y entre todas las mujeres de su familia y de su harén, era ella la más cara al corazón de Al-Raschid, que no podía vivir sino junto a ella, como si fuese un Giafar mujer. Y estas dos amistades hacían su dicha; pero las necesitaba reunidas, gozando de ellas simultáneamente: porque la ausencia de una destruía el encanto que experimentara con la otra. Y si Giafar o Abbassah no estaban con él, no tenía más que una alegría incompleta, y sufría. Por eso necesitaba a la vez a sus dos amigos. Pero nuestras leyes santas prohíben al hombre, cuando no es pariente cercano, mirar a la mujer de quien no es marido: y prohíben a la mujer que deje ver su rostro a un hombre que le sea extraño. Quebrantar estas prescripciones es un gran deshonor, una vergüenza, una ofensa al pudor de la mujer. Así es que Al-Raschid, que era un riguroso observante de la ley encargada a su custodia; no podía tener junto así a sus dos amigos sin forzarles a un azoramiento fatigoso y a una posición difícil e inconveniente.

"Por eso, queriendo transformar una situación que le coartaba y le disgustaba, se decidió un día a decir a Giafar: "¡Oh Giafar, amigo mío! no tengo alegría verdadera, sincera y completa más que en tu compañía y en la de mi bienamada hermana Abbassah. Pero como vuestra respectiva posición me azora y os azora, quiero casarte con Abbassah, a fin de que en lo sucesivo podáis hablaros ambos junto a mí sin inconveniente, sin motivo de escándalo y sin pecar. Pero os pido encarecidamente que no os reunáis jamás, ni siquiera por un instante, fuera de mi presencia. Porque no quiero que haya entre vosotros más que la formalidad y la apariencia del matrimonio legal; pero no quiero que el matrimonio tenga consecuencias que puedan lesionar en su herencia califal a los nobles hijos de Abbas". Y Giafar se inclinó ante este deseo de su señor, y contestó con el oído y la obediencia. Y fue preciso aceptar aquella condición singular. Y se pronunció y sancionó legalmente el matrimonio.

Así, pues, según las condiciones impuestas, ambos jóvenes esposos sólo se veían en presencia del califa, y nada más. Y aun entonces, apenas se cruzaban sus miradas a veces. En cuanto a Al-Raschid, disfrutaba plenamente de la doble amistad tan viva que sentía por aquella pareja, a quien torturaría en lo sucesivo, sin sospecharlo siquiera. Porque ¿desde cuándo ha podido el amor obedecer a las exigencias de los censores...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 1010: pero cuando llegó la 997ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 997ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Porque ¿desde cuándo ha podido el amor obedecer a las exigencias de los censores? ¿Y no despierta y azuza las emociones del amor semejante prohibición entre dos seres jóvenes y hermosos?

Y he aquí, en efecto, que aquellos dos esposos, que tenían derecho a amarse y a dejarse llevar de los transportes de su mutuo amor tan legítimo, reducidos a la sazón al estado de suspirantes, se embriagaban más cada día con esa embriaguez oculta que reconcentra en el corazón la fiebre. Y he aquí que Abbassah, atormentada por aquel estado de esposa secuestrada, se volvió loca por su marido. Y acabó por informar a Giafar del amor que sentía. Y le llamó a sí, y le solicitó, a escondidas, de todas maneras. Pero Giafar, como hombre leal y prudente, resistió a todas las instancias y no fué a casa de Abbassah. Porque le retenía el juramento prestado a Al-Raschid. Y por otra parte, mejor que ninguno sabía cuánta prisa ponía el califa en la ejecución de sus venganzas.

Así, pues, cuando la princesa Abbassah vió que sus instancias y ruegos no obtenían éxito, recurrió a otros procedimientos. De ese modo se conducen las mujeres por lo general, ¡oh rey del tiempo! Valiéndose, en efecto, de una estratagema, envió a decir a la noble Itabah, madre de Giafar: "¡Oh madre nuestra! es preciso que me introduzcas sin tardanza en casa de tu hijo Giafar, mi esposo legal, lo mismo que si fuese yo una de esas esclavas que le procuras a diario". Porque la noble Itabah tenía la costumbre de enviar cada viernes a su bienamado hijo Giafar una joven esclava virgen, escogida entre mil, intacta y perfectamente hermosa. Y Giafar no se acercaba a la joven mientras no se había regalado y saturado de vinos generosos.

Pero la noble Itabah, al recibir aquel mensaje, se negó enérgicamente a prestarse a aquella traición que quería Abbassah, y dió a entender a la princesa los peligros que para todos tenía aquello. Pero la joven esposa enamorada insistió, apremiante hasta la amenaza, y añadió: "Reflexiona ¡oh madre nuestra! en las consecuencias de tu negativa. Por mi parte, mi resolución es irrevocable, y la llevaré a cabo a pesar tuyo, cueste lo que cueste. Prefiero perder la vida a renunciar a Giafar y a mis derechos sobre él".

La desconsolada Itabah tuvo, pues, que ceder ante tales extremos, pensando que, después de todo, era preferible que la cosa se llevase a cabo por mediación suya, en las mejores condiciones de seguridad. Prometió, por tanto, su concurso a Abbassah para ver si obtenía éxito aquel complot tan inocente y tan peligroso. Y fué a anunciar sin tardanza a su hijo Giafar que pronto le mandaría una esclava que no tenía igual en gracia, en elegancia y en belleza. Y le hizo una descripción tan entusiasta de la joven, que solicitó él calurosamente para cuanto antes el don que habíale prometido. Y tan bien se ingenió Itabah, que Giafar, enloquecido de deseo, se dedicó a esperar la noche con una impaciencia sin precedente. Y su madre, al verle en sazón, envió a decir a Abbassah: "Prepárate para esta noche".

Y Abbassah se preparó, y se adornó con atavíos y alhajas, a la manera de las esclavas, y fué a casa de la madre de Giafar, quien, a la caída de la noche, la introdujo en el aposento de su hijo.

Y he aquí que, un poco aturdido por la fermentación de los vinos, Giafar no advirtió que la joven esclava que estaba de pie entre sus manos era su esposa Abbassah. Y además, tampoco tenía muy fijos en su memoria los rasgos de Abbassah. Porque hasta entonces no había hecho más que entreverla en sus conversaciones comunes con el califa; y por temor de desagradar al Al-Raschid, no se había atrevido nunca a posar su mirada en su esposa Abbassah, quien, por su parte, volvía siempre la cabeza, por pudor, a cada ojeada furtiva de Giafar.

Y ocurrió que, cuando se consumó de hecho el matrimonio, y después de una noche pasada en los transportes de un amor compartido, Abbassah se levantó para marcharse, y antes de retirarse dijo a Giafar: "¿Qué te parecen las hijas de los reyes, ¡oh mi señor!? ¿Son diferentes, en sus maneras, a las esclavas que se venden y se compran? ¿Qué opinas? Di". Y Giafar preguntó, asombrado: "¿A qué hijas de reyes se refieren tus palabras? ¿Acaso eres tú misma una de ellas? ¿Eres una cautiva hecha en nuestras guerras victoriosas?" Ella contestó: "¡Oh Giafar! soy tu cautiva, tu servidora, ¡soy Abbassah, hermana de Al-Raschid, hija de Al-Mahdi, de la sangre de Abbas, tío del Profeta bendito!"

Al oír estas palabras, Giafar llegó al límite del asombro, y repuesto repentinamente del deslumbramiento de la embriaguez, exclamó: "Estás perdida y nos has perdido, ¡oh hija de mis amos!"

Y a toda prisa entró en las habitaciones de su madre Itabah y le dijo: "¡Oh madre mía, madre mía! ¡qué barato me has vendido!" Y la entristecida esposa de Yahía contó a su hijo cómo se había visto forzada a recurrir a aquella superchería para no atraer sobre su casa desdichas mayores. Y esto es lo que la concierne.

En cuanto a Abbassah, fué madre, y dió a luz un hijo. Y confió el niño a la vigilancia de un abnegado servidor llamado Ryasch y a los cuidados maternales de una mujer llamada Barrah. Luego, temiendo sin duda que la cosa se divulgase, a pesar de todas las precauciones, y llegase a conocimiento de Al-Raschid, envió a la Meca al hijo de Giafar en compañía de dos servidores.

Y he aquí que Yahía, padre de Giafar, entre sus prerrogativas tenía la guardia y la intendencia del palacio y del harén de Al-Raschid. Y tenía costumbre de cerrar a cierta hora de la noche las puertas de comunicación del palacio, llevándose las llaves. Pero esta severidad acabó por convertirse en una molestia para el harén del califa, y sobre todo para Sett Zobeida, que fué a quejarse amargamente a su primo y esposo Al-Raschid, maldiciendo del venerable Yahía y de sus rigores intempestivos. Y cuando se presentó Yahía, le dijo Al-Raschid: "Padre, ¿por qué se queja de ti Zobeida?" Y Yahía preguntó: "¿Es que me acusan de tu harén, ¡oh Emir de los Creyentes!?"

Al-Raschid sonrió y dijo: "No, ¡oh padre!" Y Yahía dijo: "En ese caso, no tomes en cuenta lo que te digan de mí ¡oh Emir de los Creyentes!" Y desde entonces redobló aún más su severidad, de modo que Sett Zobeida se quejó otra vez con acritud y enfado a Al-Raschid, que le dijo: "¡Oh hija del tío! verdaderamente, no hay motivo para acusar a mi padre Yahía por nada concerniente al harén. Porque Yahía no hace más que ejecutar mis órdenes y cumplir con su deber". Y Zobeida replicó con vehemencia: "¡Pues ¡por Alah! podía preocuparse un poco más de su deber impidiendo las imprudencias de su hijo Giafar"

Y Al-Raschid preguntó: "¿Qué imprudencias? ¿Qué ocurre?" Entonces Zobeida contó lo de Abbassah, sin darle, por cierto, excesiva importancia. Y Al-Raschid preguntó, poniéndose sombrío: "¿Hay pruebas de eso?" Ella contestó: "¿Y qué prueba mejor que el niño que ha tenido con Giafar?" El preguntó: "¿Dónde está ese niño?" Ella contestó: "En la ciudad santa, cuna de nuestros abuelos". El preguntó: "¿Tiene conocimiento de eso alguien más que tú?" Ella contestó: "No hay en tu harén ni en tu palacio una sola mujer, aunque sea la última esclava, que no lo sepa".

Y Al-Raschid no añadió una palabra más. Pero, poco tiempo después, anunció su propósito de ir en peregrinación a la Meca. Y partió, llevándose a Giafar consigo.

Por su parte, Abbassah expidió al punto una carta a Ryasch y a la nodriza, ordenándole que abandonaran inmediatamente la Meca y pasaran con el niño al Yemen. Y se alejaran a toda prisa.

Y llegó el califa a la Meca. Y en seguida encargó a unos confidentes íntimos suyos que se pusieran en busca del niño. Y obtuvo la comprobación del hecho, y supo que existía y se hallaba en perfecto estado de salud. Y consiguió apoderarse de él en el Yemen y enviarlo a Bagdad.

Y entonces fué cuando, a su regreso de la peregrinación, mientras acampaba en el convento de Al-Umr, cerca de Anbar, junto al Eufrates, dió la terrible orden consabida respecto a Giafar y a los Barmakidas. Y sucedió lo que sucedió.

En cuanto a la infortunada Abbassah y a su hijo, ambos fueron enterrados vivos en una fosa abierta debajo del mismo aposento habitado por la princesa. ¡Alah los tenga a todos en Su compasión!

Por último, me queda por decirte ¡oh rey afortunado! que otros cronistas dignos de fe cuentan que Giafar y los Barmakidas nada habían hecho por merecer semejante desgracia, y que tuvieron aquel fin lamentable sencillamente porque estaba escrito en su destino y había transcurrido el tiempo de su poderío.

¡Pero Alah es más sabio!

Y para terminar, he aquí un rasgo que nos ha transmitido el célebre poeta Mohammad, de Damasco. Dice:

"Entré un día en un lugarejo para tomar un baño. Y el maestro bañero encargó de servirme a un mozalbete muy bien formado. Y yo, mientras cuidaba de mí el mancebo, no sé por qué, me puse a cantar para mí mismo, a media voz, versos que en otro tiempo había compuesto para celebrar el nacimiento del hijo de mi bienhechor El-Fadl ben Yahía El-Barmaki. Y he aquí que, de repente, el mocito que me servía cayó al suelo sin conocimiento. Unos instantes después se levantó, y con el rostro bañado en lágrimas emprendió al punto la fuga, dejándome solo en medio del agua...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 1011: pero cuando llegó la 998ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 998ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... se levantó, y con el rostro bañado en lágrimas emprendió al punto la fuga, dejándome en medio del agua.

Y salí del baño, asombrado, y reñí vivamente al maestro bañero por haber puesto a mi servicio de baño a un epiléptico. Pero el maestro bañero me juró que jamás había notado esta enfermedad en su joven servidor. Y para probarme su aserto, hizo ir al joven a mi presencia. Y le preguntó: "¿Qué ha ocurrido que tan descontento está de tu servicio este señor?" Y el mozalbete, que me pareció que se había repuesto de su turbación, bajó la cabeza; luego, encarándose conmigo, me dijo: "Entonces eres el poeta Mohammad El-Dameschvy. Y compusiste esos versos para celebrar el nacimiento del hijo de El-Fadl el Barmakida". Y añadió, mientras yo me quedaba asombrado: "¡Dispénsame ¡oh mi señor! si, al escucharte, se me ha encogido el corazón súbitamente y he caído, abrumado por la emoción. Yo mismo soy ese hijo de El-Fadl cuyo nacimiento has cantado tan magníficamente. Y de nuevo cayó desmayado a mis pies.

Entonces, movido de compasión ante tal infortunio, y viendo reducido a aquel grado de miseria al hijo del generoso bienhechor, a quien debía yo cuanto poseía, incluso mi renombre de poeta, levanté al niño y le estreché contra mi pecho, y le dije: "¡Oh hijo de la más generosa de las criaturas de Alah! soy viejo y no tengo herederos. Ven conmigo ante el kadí, ¡oh hijo mío! pues quiero formalizar un acta adoptándote. Y así te dejaré todos mis bienes después de mi muerte".

Pero el niño barmakida me contestó, llorando: "Alah extienda sobre ti Sus bendiciones, ¡oh hijo de hombres de bien! Pero no place a Alah que yo recobre, de una manera o de otra, un solo óbolo de lo que mi padre El-Fadl te ha dado".

Y fueron inútiles todas mis instancias y súplicas. Y no pude hacer que aceptara la menor prueba de mi agradecimiento a su padre. ¡Verdaderamente, era de sangre pura aquel hijo de nobles Barmakidas! ¡Ojalá los retribuya Alah a todos con arreglo a sus méritos, que eran muy grandes!"

En cuanto al califa Al-Raschid, tras de vengarse tan cruelmente de una injuria que, después de Alah, era el único en conocer, y que debía ser muy atroz, volvió a Bagdad, pero sólo de paso. En efecto, no pudiendo ya habitar en lo sucesivo aquella ciudad, que durante tantos años se había complacido en hermosear, fué a fijar su residencia en Raccah, y no volvió más a la ciudad de paz. Y precisamente aquel súbito abandono de Bagdad, después de la desgracia de los Barmakidas, lo deploró el poeta Abbas ben El-Ahnaf, que pertenecía al séquito del califa, en los versos siguientes:

¡Apenas habíamos obligado a los camellos a doblar la rodilla, fué preciso reanudar el camino, sin que nuestros amigos pudiesen distinguir nuestra llegada de nuestra marcha!
¡Oh Bagdad! ¡nuestros amigos venían a saber de nosotros y a darnos la bienvenida del regreso; pero hubimos de responderles con adioses!
¡Oh ciudad de paz! ¡en verdad que de Oriente a Occidente no conozco ciudad más feliz y más rica y más hermosa que tú!

Por cierto que, desde la desaparición de sus amigos, nunca más Al-Raschid disfrutó el descanso del sueño. Su arrepentimiento se tornó insoportable; y hubiera él dado todo su reino por hacer volver a Giafar a la vida. Y si, por casualidad, los cortesanos tenían la desgracia de evocar de modo poco respetuoso la memoria de los Barmakidas, Al-Raschid les gritaba con desprecio y cólera: "¡Alah condene a vuestros padres! ¡Cesad de censurar a los que censuráis, o tratad de llenar el vacío que han dejado!"

Y aunque fué todopoderoso hasta su muerte, Al-Raschid sentíase rodeado para en lo sucesivo de gentes poco seguras. A cada instante temía que le envenenaran sus hijos, de los que no podía alabarse. Y al emprender una expedición al Khorassán, donde acababan de producirse trastornos, y de donde ya no había de volver, confió dolorosamente sus dudas y sus cuitas a uno de sus cortesanos, El-Tabari el cronista, a quien había tomado por confidente de sus tristes pensamientos. Porque, como El-Tabari tratara de tranquilizarle respecto los presagios de muerte que acababan de asaltarle, se le llevó aparte; y cuando vióse alejado de los hombres de su séquito y la sombra espesa de un árbol le hubo ocultado a las miradas indiscretas, abrió su ropón, y haciéndole observar una faja de seda que le envolvía el vientre, le dijo: "¡Tengo aquí un mal profundo, sin remedio posible! Verdad es que ignora todo el mundo este mal; pero ¡mira! Hay a mi alrededor espías encargados por mis hijos El-Amín y El-Mamún de acechar lo que me queda de vida. ¡Porque les parece que la vida de su padre es demasiado larga! Y mis hijos han escogido esos espías precisamente entre los que yo creía más fieles y con cuya abnegación pensaba que podía contar. ¡El primero, Massrur! Pues bien; es el espía de mi hijo preferido El-Mamún. Mi médico Gibrail Bakhtiassú es el espía de mi hijo El-Amín. Y así sucesivamente ocurre con todos los demás". Y añadió: "¿Quieres saber ahora hasta dónde llega la sed de reinar que tienen mis hijos? Voy a dar orden de que me traigan una cabalgadura, y ya verás cómo, en lugar de presentarme un caballo dulce y vigoroso a la vez, me traen un animal agotado, de trote desigual, a propósito para aumentar mi sufrimiento". Y en efecto, cuando pidió un caballo Al-Raschid, se lo llevaron tal y como se lo había descripto a su confidente. Y lanzó una triste mirada a El-Tabari, y aceptó con resignación la cabalgadura que le presentaban.

Y algunas semanas después de este incidente, vió Al-Raschid, durante su sueño, una mano extendida encima de su cabeza; y aquella mano tenía un puñado de tierra roja; y gritó una voz: "¡Esta es la tierra que debe servir de sepultura a Harún!". Y preguntó otra voz: "¿Cuál es el lugar de su sepultura?". Y la primera voz contestó: "¡La ciudad de Tus!"

Al cabo de unos días, los progresos de su dolencia obligaron a Al-Raschid a detenerse en Tus. Y dió muestras de viva inquietud, y envió a Massrur a buscar un puñado de tierra de los alrededores de la ciudad. Y transcurrida una hora de tiempo, volvió el jefe de los eunucos llevando un puñado de tierra de color rojo. Y Al-Raschid exclamó: "¡No hay más Dios que Alah, y Mohamed es el Enviado de Alah! He aquí que se cumple mi visión. No está lejos de mí la muerte".

Y el hecho es que nunca más volvió al Irak. Porque, sintiéndose desfallecer al día siguiente, dijo a los que le rodeaban: "Ya se acerca el instante temible. Para todos los humanos fui objeto de envidia, y ahora, ¿para quién no seré objeto de lástima?".

Y murió en Tus mismo. Y a la sazón era el tercer día de djomadi, segundo del año 193 de la hégira. Y Harún tenía entonces cuarenta y siete años de edad, con cinco meses y cinco días, según nos comunica Abulfeda. ¡Alah le perdone sus errores y le tenga en Su piedad! Porque era un califa ortodoxo.

Luego, como Schehrazada viera al rey Schahriar profundamente entristecido con este relato, se apresuró a contar LA TIERNA HISTORIA DEL PRÍNCIPE JAZMÍN Y DE LA PRINCESA ALMENDRA.

Dijo:

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 1012: la tierna historia del príncipe jazmín y de la princesa almendra

LA TIERNA HISTORIA DEL PRÍNCIPE JAZMÍN Y DE LA PRINCESA ALMENDRA[editar]

Cuentan -¡pero Alah el Exaltado es más sabio!- que, en un país entre los países musulmanes, había un viejo rey cuyo corazón era como el Océano, cuya inteligencia era igual a la de Aflatún, cuyo natural era el de los Cuerdos, cuya gloria superaba a la de Faridún, cuya estrella era la propia estrella de Iskandar, y cuya dicha era la de Khosroes Anuchirwán. Y tenía siete hijos brillantes, parecidos a los siete fuegos de las Pléyades. Pero el más pequeño era el más brillante y el más hermoso. Era rosado y blanco, y se llamaba el príncipe Jazmín.

Y en verdad que se desvanecerían en su presencia el lirio y la rosa. Porque tenía un talle de ciprés, un rostro de tulipán fresco, cabellos de violeta, bucles almizclados que hacían pensar en mil noches oscuras, una tez de ámbar rubio, dardos curvos por pestañas, rasgados ojos de narciso; y sus labios encantadores eran dos alfónsigos. En cuanto a su frente, con su brillo daba vergüenza a la luna llena, cuyo rostro embadurnaba de azul; y de su boca con dientes de pedrería, con lengua de rosa, fluía un lenguaje dulce que hacía olvidar la caña de azúcar. Así formado, y vivaracho e intrépido, resultaba un ídolo de seducción para los ojos de los amantes.

Y he aquí que, de los siete hermanos, era el príncipe Jazmín el encargado de guardar el innumerable rebaño de búfalos del rey Nujum-Schah. Y su morada eran las vastas soledades y los prados. Y estaba un día sentado tañendo la flauta mientras cuidaba de sus animales, cuando vió avanzar hacia él a un venerable derviche, que, después de las zalemas, le rogó ordeñara un poco de leche para dársela. Y contestó el príncipe Jazmín: "¡Oh santo derviche! soy presa de una pena punzante por no poder satisfacerte. Porque he ordeñado a mis búfalos esta mañana, y claro es que no puedo aplacar tu sed en este momento". Y el derviche le dijo: "A pesar de todo, invoca sin tardanza el nombre de Alah, y ve a ordeñar de nuevo a tus búfalos. Y descenderá la bendición". Y el príncipe semejante al narciso contestó con el oído y la obediencia, y estrujó la teta del animal más hermoso, pronunciando la fórmula de la invocación. Y descendió la bendición; y el vaso se llenó de leche azulada y espumosa. Y el hermoso Jazmín se la presentó al derviche, que bebió para aplacar su sed y se sació.

Y entonces encaróse con el joven príncipe, y le dijo, sonriendo: "¡Oh niño delicado! no has alimentado una tierra infecunda, y nada más ventajoso para ti que lo que acaba de ocurrir. Has de saber, en efecto, que vengo a ti en calidad de mensajero de amor. Y ya veo que verdaderamente mereces el don del amor, que es el primero de los dones y el último, según estas palabras:

¡Cuando no existía nada, el amor existía; y cuando nada quede, quedará el amor!

¡Es el primero y el último!

¡Este es el punto de la verdad; es lo que por encima de todo se puede decir! ¡Lo que acompaña el ángel de la tumba!
¡Es la hiedra que se une al árbol y bebe su verde vida en el corazón que devora!

Luego continuó el viejo derviche: "Sí, hijo mío, vengo a tu corazón en calidad de mensajero de amor; pero no me ha enviado nadie más que yo mismo. Y atravesé llanuras y desiertos en busca del ser perfecto que mereciera acercarse a la feérica joven que me fué dado entrever una mañana al pasar por un jardín". Y se interrumpió un momento; luego repuso: "Has de saber, en efecto, ¡oh más ligero que el céfiro, que en el reino limítrofe de este reino de tu padre, Nujum-Schah, vive en espera del jovenzuelo de sus sueños, en espera tuya, ¡oh Jazmín! una hurí de raza real, de rostro de hada, vergüenza de la luna, una perla única en el joyel de la excelencia, una primavera de lozanía, un nicho de belleza. Su cuerpo delicado color de plata está moldeado como el boj; un talle tan fino como un cabello; un porte de sol; unos andares de perdiz. Su cabellera es de jacintos; sus ojos hechiceros son cual los sables de Ispahán; sus mejillas son como, en el Korán, el versículo de la Belleza; sus cejas arqueadas, como la surata del cálamo; su boca, tallada en un rubí, es asombrosa; una manzanita con un hoyuelo en su mentón, y el grano de belleza que lo adorna es un remedio contra el mal de ojo. Sus orejas pequeñísimas no son orejas, sino minas de gentileza, y llevan, a manera de pendientes, corazones enamorados; y el anillo de su nariz -una avellana- obliga a la luna llena a ponerse al cuello el gancho de la esclavitud. En cuanto a la planta de sus dos piececitos, es de lo más encantadora. Su corazón es un pomo de esencia sellado, y su espíritu está dotado del don supremo de la inteligencia. ¡Si avanza, se promueve el tumulto de la Resurrección! Es la hija del rey Akbar, y se llama la princesa Almendra; ¡benditos sean los hombres que designan a criaturas semejantes!".

Y tras de hablar así, el viejo derviche respiró prolongadamente; luego añadió...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 1013: y cuando llegó la 999ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 999ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y tras de hablar así, el viejo derviche respiró prolongadamente; luego añadió: "Pero debo decirte ¡oh frente de simpatía! que esa joven asilo del amor tiene el hígado achicharrado de tristeza; y sobre su corazón gravita una montaña de pena. Y la causa de ello es un sueño que ha tenido una noche, durmiendo. Y la ha dejado dolorida y desolada como el sumbul". Luego dijo: "Y ahora que para tu corazón han sido mis palabras la semilla del amor, Alah te guarde y te conduzca a la que está en tu destino. ¡ Uassalam!".

Y tras de hablar así, el derviche se levantó y se fué por su camino. Y sólo con oír este discurso quedó ensangrentado el corazón del príncipe Jazmín; y le penetró la flecha del amor; y como Majnún enamorado de Leila, desgarró sus vestidos desde el cuello hasta la cintura, y prendido de los tirabuzones de cabellos de la encantadora Almendra, lanzó gritos y suspiros; y abandonando su rebaño, echó a andar, errabundo, ebrio sin vino, agitado, silencioso, aniquilado en el torbellino del amor. Porque si bien el broquel de la cordura resguarda de todas las heridas, no tiene eficacia contra el arco del amor. Y la medicina de opiniones y consejos no obraría en lo sucesivo sobre el espíritu del afligido por puro sentimiento. Y esto es lo referente al príncipe Jazmín.

Pero he aquí ahora lo relativo a la princesa Almendra.

Una noche, mientras dormía en la terraza del palacio de su padre, vió, que se aparecía ante ella, en un sueño enviado por los genn del amor, un joven más hermoso que el amante de Suleika, y que era, rasgo por rasgo, la imagen encantadora del príncipe Jazmín. Y a medida que se manifestaba a los ojos de su alma de virgen aquella visión de belleza, el hasta entonces despreocupado corazón de la joven se escurría de su mano y se tornaba en prisionero de los bucles ensortijados del joven. Y se despertó con el corazón agitado por la rosa de su sueño, y lanzando en la noche gritos como el ruiseñor, lavó su rostro con sus lágrimas. Y acudieron sus servidoras, muy emocionadas, y exclamaron al verla: "¡Por Alah! ¿qué desdicha hace derramar lágrimas a nuestra señora Almendra? ¿Qué ha pasado por su corazón durante su sueño? ¡Ay! he aquí que parece que ha emprendido el vuelo el pájaro de su inteligencia".

Y hubo gemidos y suspiros hasta la mañana. Y al despuntar la aurora se informó a su padre el rey y a su madre la reina de lo que pasaba. Y con el corazón abrasado, fueron a observar por sí mismos, y vieron que su encantadora hija tenía aspecto extraordinario y se hallaba en un estado singular. Estaba sentada, con los cabellos y las ropas en desorden, el rostro descompuesto, sin reparar en su cuerpo y sin atención para su corazón. Y a todas las preguntas que le hacían respondía sólo con el silencio, meneando la cabeza con pudor y sembrando así en el alma de su padre y de su madre la turbación y la desolación.

Entonces quedó decidido llamar a los médicos y a los sabios exorcistas, que lo pusieron todo a contribución para sacarla de su estado. Pero no obtuvieron ningún resultado; antes bien, ocurrió todo lo contrario. Al ver aquello, creyéronse obligados a recurrir a la sangría. Y vendándole un brazo, aplicaron la lanceta. Pero no salió de la vena encantadora ni una gota de sangre. Entonces desistieron de su tratamiento y renunciaron a la esperanza de curarla. Y se marcharon cariacontecidos y confusos. Y transcurrieron unos días en aquella penosa situación, sin que nadie pudiese comprender o explicar el motivo de semejante cambio. Un día que la bella Almendra, la del corazón calcinado, estaba más melancólica que nunca, las mujeres de su séquito, para distraerla, la llevaron al jardín. Pero allí por donde paseaba los ojos no veía más que la faz de su bienamado: las rosas le ofrecían su color y el jazmín el olor de sus vestidos; el ciprés oscilante, su talle flexible, y el narciso, sus ojos. Y viendo las pestañas de él en las espinas, se las clavaba ella sobre el corazón.

Pero en seguida el verdor de aquel jardín hizo reverdecer un poco su corazón mustio; y el agua corriente que le hacían beber disminuyó la sequedad de su cerebro. Y las jóvenes de su séquito, que tenían la misma edad que ella, sentáronse en corro alrededor de aquella belleza, y empezaron por cantarle dulcemente un ghazal ligero en la clave musical menor y con el compás ramel lento.

Tras de lo cual, al verla más propicia, su doncella más querida se acercó a ella, y le dijo: "¡Oh señora nuestra Almendra! has de saber que, desde hace unos días, se encuentra en nuestras tierras un joven tañedor de flauta, venido del país de los nobles Hazara, y cuya melodiosa voz atrae al pájaro escapado de la razón, detiene el agua que corre y a la golondrina que vuela. Y ese joven real es blanco y rosado, y se llama Jazmín. Y en verdad que el lirio y la rosa se desvanecerían en su presencia. Porque su talle es un balanceo de ciprés, su rostro un tulipán fresco, sus cabellos hacen pensar en mil noches oscuras, su tez es ámbar rubio, sus pestañas dardos curvos, sus rasgados ojos dos narcisos, y dos alfónsigos sus labios encantadores. En cuanto a su frente, con su brillo avergüenza a la luna llena y le embadurna de azul el rostro. De su boquita con dientes de pedrería, con lengua de rosa, fluye un lenguaje tan dulce, que hace olvidar la caña de azúcar. Y tal como es, vivaracho e intrépido, resulta un ídolo de seducción para los ojos de los amantes".

Luego añadió, mientras la princesa Almendra quedaba en el estupor de la alegría: "Y ese príncipe tañedor de flauta, para venir de su país al nuestro, ha debido franquear montañas y llanuras, ágil como el céfiro matinal y más ligero, y habrá surcado las aguas espantosas de los ríos desbordados, donde ni el mismo cisne está seguro, y cuyo solo aspecto da vértigos a las gallinas de agua y a los patos, asombrándolos. Y si ha sorteado tantas dificultades para llegar hasta aquí, es porque le ha determinado a ello un motivo oculto. Y ningún motivo que no sea el amor puede decidir a un príncipe joven a intentar semejante empresa".

Y tras de hablar así, la joven favorita de la princesa Almendra se calló, observando el efecto de su discurso en su señora. Y he aquí que la doliente hija del rey Akbar se irguió de pronto sobre ambos pies, dichosa y retozona. Y su rostro estaba iluminado por el fuego interior y se le salía por los ojos toda su alma embriagada. Y ni rastro quedaba ya de todo aquel mal misterioso que ningún médico había comprendido: las sencillas palabras de una jovenzuela, hablando de amor, lo habían hecho desvanecerse como humo.

Y rápida cual la gacela, entró ella en sus habitaciones, seguida por su favorita. Y cogió el cálamo de la alegría y el papel de la unión, y escribió al príncipe Jazmín, al joven raptor de su razón, al bienaventurado que ella había visto en sueños con los ojos de su alma, esta carta de alas blancas:

"Después de la alabanza al que, sin cálamo, ha trazado la existencia de las criaturas en el jardín de la belleza.

"¡Salud a la rosa de quien está quejoso el ruiseñor enamorado! "Cuando he oído mencionar tu hermosura, mi corazón se me ha escurrido de la mano.

"Cuando en sueños me has mostrado tu faz feérica, tanta impresión ha producido en mi corazón, que he olvidado a mi padre y a mi madre, y me he tornado en una extraña para mis hermanos. ¿Qué hemos de ser para nuestra familia cuando somos extraños para nosotros mismos?

"Ante ti, las bellezas son barridas como por un torrente, y las flechas de tus pestañas han punzado mi corazón de parte a parte.

"¡Oh! ven a mostrarme tu figura encantadora en sueños, a fin de que la vea yo con los ojos de mi cara, ¡oh tú, que estás instruido en las señales del amor y que debes saber que el verdadero camino del corazón es el corazón!

"Y sabe, por último, que eres el agua y la arcilla de mi esencia, que las rosas de mi lecho se han convertido en espinas, que el sello del silencio está en mis labios, y que he renunciado a pasearme indolentemente...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 1014: y cuando llegó la 1000ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 1000ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... que el sello del silencio está en mis labios, y que he renunciado a pasearme indolentemente".

Y plegó las dos alas de la carta, deslizó en ella un grano de almizcle puro, y la entregó a su favorita. Y la joven la tomó, se la llevó a los labios y a la frente, se la puso sobre el corazón, y semejante a la paloma, fué al bosque donde tañía la flauta el príncipe Jazmín. Y le encontró sentado bajo un ciprés, con la flauta al lado y cantando este corto ghazal:

¿Qué diré al ver mi corazón? ¡Es la nube, el relámpago, el mercurio y el Océano ensangrentado!

¡Cuando termine la noche de la ausencia, nos reuniremos como el cisne y el río!

Y la joven, tras de besar la mano al príncipe Jazmín, le entregó la carta de su señora Almendra. Y la leyó y creyó volverse loco de alegría. Y no sabía ya si dormía o velaba. Y se le revolucionó el espíritu, y se le puso el corazón como una hornaza. Y cuando se calmó él un poco, la joven le indicó el medio de llegar hasta su señora, le dió las últimas instrucciones, y volvió sobre sus pasos.

Y a la hora indicada y en el momento favorable, el príncipe Jazmín, conducido por el ángel de la unión, emprendió el camino que llevaba al jardín de Almendra. Y consiguió penetrar en aquel lugar, trozo arrancado del paraíso. Y en aquel momento desaparecía el sol en el horizonte occidental y la luna mostraba su rostro tras los velos del Oriente. Y el joven de andares de cervatillo divisó el árbol que hubo de indicarle la joven, y subió a ocultarse entre sus ramas.

Y la princesa de andares de perdiz llegó al jardín con la noche. E iba vestida de azul y tenía en la mano una rosa azul. Y alzó su encantadora cabeza para mirar el árbol, temblando cual el follaje del sauce. Y en su emoción, aquella gacela no supo si el rostro aparecido entre las ramas era el de la luna llena o la faz brillante del príncipe jazmín. Pero he aquí que como una flor madurada por el deseo, o como un fruto caído por su propio peso precioso, el jovenzuelo de cabellos de violeta saltó de entre las ramas y cayó a los pies de la pálida Almendra. Y reconoció ella al que amaba con esperanza, y le encontró más hermoso que la imagen de su sueño. Y por su parte, el príncipe Jazmín vió que el derviche no le había engañado y que aquella luna era la corona de las lunas. Y ambos sintiéronse con el corazón unido por los lazos de la tierna amistad y del afecto real. Y su dicha fué tan profunda como la de Majnún y Leila, y tan pura como la de los antiguos amigos.

Y después de los besos dulcísimos y las expansiones de su alma encantadora, invocaron al Señor del perfecto amor para que jamás el firmamento tiránico hiciese llover sobre su ternura las piedras del disgusto ni descosiera la costura de su reunión.

Luego, para resguardarse en adelante del veneno de la separación, los dos amantes reflexionaron a solas, y pensaron que era preciso dirigirse sin tardanza al propio rey Akbar, quien, como amaba a su hija Almendra, no le rehusaba nada.

Y dejando a su bienamado entre los árboles, la suplicante Almendra fué en busca de su padre el rey, y con las manos juntas, le dijo: "¡Oh meridiano de ambos mundos! tu servidora viene a hacerte una petición". Y su padre, extremadamente asombrado, a la vez que encantado, la levantó con sus manos y la estrechó contra su pecho, y le dijo: "En verdad ¡oh Almendra de mi corazón! que debe ser tu petición de urgencia extrema, ya que no vacilas en abandonar tu lecho en medio de la noche para venir a rogarme que te la conceda. Sea lo que sea, ¡oh luz de los ojos! explícate sin temor, confiándote a tu padre". Y tras de vacilar unos instantes, la gentil Almendra levantó la cabeza y pronunció ante su padre un hábil discurso, diciendo: "¡Oh padre mío! dispensa a tu hija que venga a esta hora de la noche a turbar el sueño de tus ojos. Pero he aquí que he recobrado las fuerzas de la salud, después de un paseo nocturno, con mis doncellas, por la pradera. Y vengo a decirte que he notado que nuestros rebaños de bueyes y de ovejas están mal cuidados y mantenidos de mala manera. Y he pensado que si yo encontrara un servidor digno de tu confianza te lo presentaría, y tú le encargarías de guardar nuestros rebaños. Pues bien; por una feliz casualidad, al instante he encontrado a ese hombre activo y diligente. Es joven, bien intencionado, dispuesto a todo, y no teme fatigas ni penas; porque la pereza y la indolencia están a varias parasangas de él. Encárgale, pues, ¡oh padre mío! de nuestros bueyes y de nuestras ovejas".

Cuando el rey Akbar hubo oído el discurso de su hija, se asombró hasta el límite del asombro, y permaneció un momento con los ojos muy abiertos. Luego contestó: "¡Por vida mía! nunca he oído decir que se contratara a media noche a los pastores de rebaños. Es la primera vez que nos sucede semejante cosa. Sin embargo, ¡oh hija mía! en vista del placer que proporcionas a mi corazón con tu curación súbita, accedo gustoso a tu demanda y acepto para pastor de nuestros rebaños al joven consabido. No obstante, quisiera verle con los ojos de mi cara antes de confiarle esas funciones".

En cuanto oyó estas palabras de su padre, la princesa Almendra voló en alas de la alegría hacia el bienaventurado Jazmín, y cogiéndole de la mano, le condujo al palacio. Y dijo al rey: "Aquí tienes ¡oh padre mío! a este pastor excelente. Su báculo es sólido y su corazón firme". Y el rey Akbar, que estaba dotado de sagacidad, fácilmente advirtió que el joven que le presentaba su hija Almendra no era de la especie de los que guardan rebaños. Y en lo profundo de su alma quedó lleno de perplejidad. Sin embargo, para no apenar a su hija Almendra, no quiso ponerse pesado ni insistir sobre esos detalles, que tenían su importancia. Y la amable Almendra, que adivinaba lo que pasaba por el espíritu de su padre, le dijo con voz pronta ya a conmoverse y juntando las manos: "Lo externo ¡oh padre mío! no siempre es indicio de lo interno. Y te aseguro que este joven es un pastor de leones". Y de buen o mal grado, el padre de Almendra, por contentar a aquella amable y encantadora criatura, puso en sus propios ojos el dedo del consentimiento, y a media noche nombró al príncipe Jazmín pastor de sus rebaños...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente, como de costumbre.

Y su hermana, la tierna Doniazada, que se había convertido en una adolescente deseable en todos sentidos, y que, de día en día y de noche en noche, se volvía más encantadora y más bella y más desarrollada y más comprensiva y más silenciosa y más atenta, se incorporó a medias en la alfombra en que estaba acurrucada, y le dijo: "¡Oh Schehrazada, hermana mía! ¡cuán dulces y sabrosas y regocijantes y deliciosas son tus palabras!"

Y Schehrazada le sonrió y la besó, y le dijo: "Sí, querida mía; pero ¿qué es eso comparado con lo que sigue y que voy a contar la próxima noche, si es que no está cansado de oírme nuestro señor, este rey bien educado y dotado de buenos modales?".

Y el sultán Schahriar exclamó: "¡Oh Schehrazada! ¿qué estás diciendo? ¿cansado yo de oírte? ¡Si tú instruyes mi espíritu y calmas mi corazón! Puedes, pues, indudablemente, decirnos mañana la continuación de esa historia deliciosa, e incluso puedes, si no estás fatigada, proseguirla esta misma noche. ¡Porque, en verdad, que deseo saber lo que les va a ocurrir al príncipe Jazmín y a la princesa Almendra!"

Y Schehrazada, con su habitual discreción, no quiso abusar del permiso, y sonrió y dió las gracias, sin decir nada más aquella noche.

Y el rey Schahriar la estrechó contra su corazón, y se durmió a su lado hasta el día siguiente. Entonces se levantó y salió a presidir su sesión de justicia. Y vió llegar a su visir, padre de Schehrazada, llevando al brazo, como tenía por costumbre, el sudario destinado a su hija, a quien cada mañana esperaba ver condenada a muerte, en vista del juramento del rey concerniente a las mujeres. Pero Schahriar, sin decirle nada a este respecto, presidió el diwán de la justicia. Y entraron los oficiales y los dignatarios y los querellantes. Y juzgó, y nombró para empleos, y destituyó, y ultimó los asuntos pendientes, y dió órdenes, hasta el fin de la jornada. Y el visir, padre de Schehrazada y de Doniazada, cada vez se acercaba más al límite de la perplejidad y del asombro.

En cuanto al rey Schahriar, cuando levantó la sesión y terminó el diwán, se apresuró a volver a sus habitaciones, junto a Schehrazada.

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 1015: pero cuando llegó la 1001ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 1001ª NOCHE[editar]

Y cuando el rey Schahriar acabó su cosa acostumbrada con Schehrazada, la joven Doniazada dijo a su hermana: "Por Alah sobre ti, ¡oh hermana mía! si no tienes sueño, apresúrate a contarnos la continuación de la tierna historia del príncipe Jazmín y de la princesa Almendra". Y Schehrazada acarició los cabellos de su hermana, y dijo: "¡De todo corazón amistoso, y como homenaje debió a este rey magnánimo, señor nuestro".

Y prosiguió la historia en estos términos:

... y a media noche nombró al príncipe Jazmín pastor de sus rebaños.

Y, desde entonces, el príncipe Jazmín ejerció exteriormente el oficio de pastor e interiormente se ocupaba de amor. Y por el día llevaba a pastar a los bueyes y a las ovejas hasta una distancia de tres o cuatro parasangas; y al oscurecer los llamaba con los sones de su flauta y los volvía a los establos del rey. Y por la noche habitaba el jardín en compañía de su bienamada Almendra, rosa de la excelencia. Y esta era su ocupación constante.

Pero ¿quién puede afirmar que la dicha más oculta permanecerá siempre al abrigo de las miradas envidiosas de los censores?

En efecto, la atenta Almendra tenía costumbre de hacer llegar a manos de su amigo, en el bosque, la bebida y la comida necesarias. Y un día, aquella imprudente del amor fue, a escondidas, a llevarle por sí misma una bandeja de golosinas tan deliciosas como sus labios de azúcar, frutas, nueces y alfónsigos, todo cuidadosamente colocado en hojas de plata. Y le dijo, ofreciéndole aquellas cosas: "¡Que sea para ti dulce y de fácil digestión este alimento que conviene a tu boca delicada! ¡Oh papagayo de lenguaje dulce y que no debiera comer más que azúcar!". Dijo, y desapareció como el alcanfor.

Y cuando aquella almendra sin corteza desapareció como el alcanfor, el pastor Jazmín se dispuso a probar aquellas golosinas preparadas por los dedos de la hija del rey. Entonces vió acercarse a él al propio tío de su bienamada, un anciano hostil y malintencionado, que se pasaba los días abominando de todo el mundo e impidiendo a los músicos tocar y a los cantores cantar. Y cuando llegó junto al joven, le miró con los ojos torvos de la desconfianza, y le preguntó qué tenía allí, delante de sí, en la bandeja del rey. Y Jazmín, que no era desconfiado, creyó que el anciano tenía gana de comer. Y abrió su corazón, generoso como la rosa de otoño, y le regaló toda la bandeja de golosinas.

Y el calamitoso anciano se retiró al punto para ir a enseñar aquellas golosinas y aquella bandeja al padre de Almendra, el rey Akbar, que era su propio hermano. Y de tal suerte le dió la prueba de las relaciones entre Almendra y Jazmín.

Y el rey Akbar, al enterarse de aquello, llegó al límite de la cólera, y llamando a su hija, le dijo: "¡Oh vergüenza de tus padres! ¡has arrojado el oprobio sobre nuestra raza! Hasta este día nuestra morada estuvo libre de malas hierbas y de las espinas de la vergüenza. Pero tú me has lanzado el nudo corredizo de la trapisonda y me has cogido en él. Y con los modales mimosos que para mí tenías, has velado la lámpara de mi inteligencia. ¡Ah! ¿qué hombre podrá decir que está a salvo de las estratagemas de las mujeres? Y el Profeta bendito (con El la plegaria y la paz) ha dicho, hablando de ellas: "¡Oh creyentes! ¡tenéis enemigos en vuestras esposas y en vuestras hijas! Son defectuosas en cuanto afecta a la razón y a la religión. Han nacido torcidas. Las reprenderéis, y a las que os desobedezcan las pegaréis". ¿Cómo voy a tratarte, pues, ahora que tan inconvenientemente has obrado con un extranjero, guardián de rebaños, cuya unión no conviene a hijas de reyes? Dime si debo hacer volar de un tajo de mi espada tu cabeza y la suya y abrasar vuestra noble existencia en el fuego de la muerte". Y como ella llorase, añadió él: "Retírate en seguida de mi presencia, y ve a enterrarte detrás de la cortina del harén. Y no vuelvas a salir de allí sin mi permiso".

Y tras de castigar de tal suerte a su hija Almendra, el rey Akbar dió orden de hacer desaparecer al guardián de los rebaños. Y he aquí que en las cercanías de la ciudad había un bosque, terrible refugio de animales espantosos. Y los hombres más bravos se sentían poseídos de temor al oír pronunciar el nombre de aquella selva, y se quedaban paralizados y con los pelos de punta. Y allá, la mañana parecía noche, y la noche era semejante a la llegada siniestra de la Resurrección. Y entre otros animales espantosos, había allí dos cerdos-gamos que eran el horror de los cuadrúpedos y de las aves, y que a veces hasta llegaban a sembrar la devastación en la ciudad.

Y los hermanos de la princesa Almendra, por orden del rey, enviaron al infortunado Jazmín a aquel lugar de desgracia, con la intención de hacerle perecer. Y el joven, sin sospechar lo que le esperaba, condujo allá sus bueyes y sus ovejas. Y entró en aquella selva a la hora en que aparecía en el horizonte el astro de dos cuernos y cuando el etíope de la noche volvía el rostro para ponerse en fuga. Y dejando pacer a los animales a su antojo, se sentó en una piedra blanca que había tirado en tierra, y cogió su flauta, manantial de embriaguez.

Y he aquí que, guiados por el olfato, los dos terribles cerdos-gamos llegaron de repente al claro donde estaba Jazmín, rugiendo a imitación de la nube cargada de truenos. Y el príncipe de mirada dulce los acogió con los sones de su flauta, y los inmovilizó con el encanto de su ejecución. Luego, lentamente, se levantó y salió de la selva, acompañado por los dos espantosos animales, uno a su derecha y otro a su izquierda, y seguido por todo el rebaño. Y de tal suerte llegó bajo las ventanas del rey Akbar. Y todo el mundo le vió y quedó sumido en el asombro.

Y el príncipe Jazmín hizo entrar en una jaula de hierro a los dos cerdos-gamos y se los ofreció al padre de Almendra en calidad de homenaje. Y ante aquella hazaña, el rey llegó al límite de la perplejidad, y retiró su mano de la condenación de aquel león de héroes.

Pero los hermanos de la enamorada Almendra no quisieron deponer su rencor, y para impedir que su hermana se uniera con el joven, idearon casarla a disgusto con su primo, el hijo del tío calamitoso. Porque decían: "Hay que atar el pie a esa loca con la cuerda resistente del matrimonio. Y entonces se olvidará de su insensato amor". Y sin más ni más, organizaron la procesión nupcial, y contrataron a músicos y cantarinas, a clarinetes y tamborileros.

Y mientras aquellos tiranos vigilaban así las ceremonias de aquel matrimonio opresor, la desolada Almendra, vestida, mal de su grado, con ropas espléndidas y atavíos de oro y perlas, que pregonaban en ella una recién casada, estaba sentada en un elegante lecho de gala, recubierto de paños brocados de oro, semejante a la flor en el arbusto, pero con la tristeza y el abatimiento a su lado, con el sello del mutismo en los labios, silenciosa como el lirio, inmóvil como el ídolo. Y con la apariencia de una joven muerta a manos de vivos, su corazón palpitaba como el gallo a quien degüellan, su alma estaba vestida con un vestido de crepúsculo, su seno estaba desgarrado por la uña del dolor, y su espíritu efervescente pensaba en los ojos negros del cuervo de arcilla que iba a ser su compañero de lecho. Y se hallaba en la cúspide del Cáucaso de las penas.

Pero he aquí que el príncipe Jazmín, invitado con los demás servidores a las bodas de su señora, le dió, con un simple cruce de ojos, una esperanza libertadora de las ataduras del dolor. Porque ¿quién no sabe que con simples miradas los amantes pueden decirse veinte cosas de las que nadie tiene la menor idea?

Así es que, cuando llegó la noche y se introdujo a la princesa Almendra, como recién casada, en la cámara nupcial, solamente entonces el Destino mostró su faz dichosa a los amantes y vivificó su corazón con los ocho olores. Y la bella Almendra, aprovechándose al instante de la soledad en que la habían dejado en aquella habitación donde iba a penetrar su primo, salió sin ruido con sus vestiduras de oro, y emprendió el vuelo hacia Jazmín el bienaventurado. Y aquellos dos amantes benditos se cogieron de la mano, y más ligeros que el céfiro rosado, desaparecieron y se desvanecieron como el alcanfor.

Y desde entonces nadie pudo encontrar sus huellas, y nadie oyó hablar de ellos ni del lugar de su retiro. Porque, en la tierra, solamente algunos entre los hijos de los hombres son dignos de dicha, de seguir el camino que lleva a la dicha y de acercarse a la casa en que se esconde la dicha.

Gloria por siempre y loores múltiples al Retribuidor, Dueño de la alegría, de la inteligencia y de la dicha. ¡Amín!

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Conclusión


CONCLUSIÓN[editar]

Y tras contar así esta historia, añadió Schehrazada: "Y ésta es ¡oh rey afortunado! la tierna historia del príncipe Jazmín y de la princesa Almendra. Y la he contado como llegó a mí: ¡Pero Alah es más sabio!". Luego se calló.

Entonces exclamó el rey Schahriar: "¡Oh Schehrazada! ¡cuán espléndida es esa historia! ¡Oh! ¡qué admirable es! Me has instruido, ¡oh docta y discreta! y me has hecho ver los acontecimientos que les sucedieron a otros que yo, y considerar atentamente las palabras de los reyes y de los pueblos pasados, y las cosas extraordinarias o maravillosas o sencillamente dignas de reflexión que les ocurrieron. Y he aquí en verdad, que, después de haberte escuchado durante estas mil noches y una noche, salgo con un alma profundamente cambiada y alegre y embebida del gozo de vivir. Así, pues, ¡gloria a quien te ha concedido tantos dones selectos, ¡oh bendita hija de mi visir! ha perfumado tu boca y ha puesto la elocuencia en tu lengua y la inteligencia detrás de tu frente!”.

Y la pequeña Doniazada se levantó por completo de la alfombra en que estaba acurrucada, y corrió a arrojarse en los brazos de su hermana, y exclamó: "¡Oh Schehrazada, hermana mía! ¡cuán dulces y encantadoras y deliciosas e instructivas y emocionantes y sabrosas en su frescura son tus palabras! ¡Oh! ¡qué hermosas son tus palabras, hermana mía!".

Y Schehrazada se inclinó hacia su hermana, y, al besarla, le deslizó al oído algunas palabras que sólo oyó ésta. Y al punto la chiquilla desapareció, como el alcanfor.

Y Schehrazada se quedó sola, durante unos instantes, con el rey Schahriar. Y cuando se disponía él, en el límite del contento, a recibir en sus brazos a su maravillosa esposa, he aquí que se abrieron las cortinas y reapareció Doniazada, seguida de una nodriza que llevaba a dos gemelos colgados de sus senos, en tanto que un tercer niño marchaba a cuatro pies detrás de ella.

Y Schehrazada, sonriendo, se encaró con el rey Schahriar, y le puso delante a los tres pequeñuelos, después de estrecharlos contra su pecho, y con los ojos húmedos de lágrimas le dijo: "¡Oh rey del tiempo! he aquí a los tres hijos que en estos tres años te ha deparado el Retribuidor por mediación mía".

Y mientras el rey Schahriar besaba a sus hijos, penetrado de una alegría indecible y conmovido hasta el fondo de sus entrañas, Schehrazada continuó: "Tu hijo mayor tiene ahora dos años cumplidos, y estos dos gemelos no tardarán en tener un año de edad. (¡Alah aleje de los tres el mal de ojo!)"

Y añadió: 'Sin duda, te acordarás ¡oh rey del tiempo! de que estuve indispuesta veinte días entre las seiscientas sesenta y nueve noches y las setecientas. Pues entonces precisamente fué cuando di a luz a estos dos gemelos, cuyo alumbramiento me ha fatigado mucho más que el de su hermano mayor, el año anterior. Porque tan poco molesta estuve en mi primer parto, que pude continuarte sin interrupción la historia, empezada a la sazón, de la Docta Simpatía".

Y tras de hablar así, se calló.

Y el rey Schahriar, que estaba en el límite extremo de la emoción, paseaba sus miradas de la madre a los hijos y de los hijos a la madre, y no podía pronunciar ni una sola palabra.

Entonces, después de besar a los niños por vigésima vez, la tierna Doniazada se encaró con el rey Schahriar y le dijo: "Y ahora, ¡oh rey del tiempo! ¿vas a hacer cortar la cabeza a mi hermana Schehrazada, madre de tus hijos, dejando así huérfanos de madre a estos tres reyezuelos que ninguna mujer podrá amar y cuidar con el corazón de una madre?"

Y el rey Schahriar dijo, entre dos sollozos, a Doniazada: "Calla, ¡oh niña! y estate tranquila". Luego, logrando dominar un poco su emoción, se encaró con Schehrazada y le dijo: "¡Oh Schehrazada! ¡por el Señor de la piedad y de la misericordia, que ya estabas en mi corazón antes del advenimiento de nuestros hijos! Porque supiste conquistarme con las cualidades de que te ha adornado tu Creador y te he amado en mi espíritu porque encontré en ti una mujer pura, piadosa, casta, dulce, indemne de toda trapisonda, intacta en todos sentidos, ingenua, sutil, elocuente, discreta, sonriente y prudente. ¡Ah! ¡Alah te bendiga, y bendiga a tu padre y a tu madre y tu raza y tu origen!"

Y añadió: "¡Oh Schehrazada! Esta noche, que es la miliunésima, a contar del momento en que te vi por vez primera, es para nosotros una noche más blanca que el rostro del día". Y así diciendo, se levantó y la besó en la cabeza.

Y Schehrazada cogió entonces la mano de su esposo el rey, y se la llevó a los labios, al corazón y a la frente, y dijo: "¡Oh rey del tiempo! te suplico que llames a tu viejo visir, a fin de que su razón se tranquilice por lo que a mí respecta y se regocije en esta noche bendita".

Y el rey Schahriar mandó al punto llamar a su visir, quien, persuadido de que aquella era la noche fúnebre escrita en el destino de su hija, llegó llevando al brazo el sudario destinado a Schehrazada. Y el rey Schahriar se levantó en honor suyo, y le besó entre ambos ojos, y le dijo: "¡Oh padre de Schehrazada! ¡oh visir de posteridad bendita! he aquí que Alah ha elegido a tu hija para salvación de mi pueblo; y por mediación de ellas, ha echo entrar en mi corazón el arrepentimiento". Y tan trastornado de alegría quedó el padre de Schehrazada al ver y oír aquello, que se cayó desmayado. Y acudieron a auxiliarle, y le rociaron con agua de rosas, y le hicieron recobrar el conocimiento. Y Schehrazada y Doniazada fueron a besarle la mano. Y él las bendijo. Y pasaron aquella noche juntos entre transportes de alegría y expansiones de dicha.

Y el rey Schahriar se apresuró a enviar correos rápidos en busca de su hermano Schahzamán, rey de Samarkanda Al-Ajam. Y el rey Schahzamán contestó con el oído y la obediencia, y se apresuró a ir al lado de su hermano mayor, que había salido a su encuentro, a la cabeza de un magnífico cortejo, en medio de la ciudad enteramente adornada y empavesada, en tanto que en los zocos y en las calles se quemaban incienso, alcanfor sublimado, áloe, almizcle indio, nadd y ámbar gris, y los habitantes se teñían frescamente las manos con henné y el rostro con azafrán, y los tambores, las flautas, los clarinetes, los pífanos, los platillos y los tímpanos hacían resonar el aire como en los días de fiestas mayores.

Y después de las expansiones propias del encuentro, y mientras se daban regocijos y festines enteramente a costa del tesoro, el rey Schahriar llamó aparte a su hermano el rey Schahzamán, y le contó cuanto en aquellos tres años le había sucedido con Schehrazada, la hija del visir. Y le dijo en resumen todo lo que de ella había aprendido y oído en máximas, palabras hermosas, historias, proverbios, crónicas, chistes, anécdotas, rasgos encantadores, maravillas, poesías y recitados. Y le habló de su belleza, de su cordura, de su elocuencia, de su sagacidad; de su inteligencia, de su pureza, de su piedad, de su dulzura, de su honestidad, de su ingenuidad, de su discreción y de todas las cualidades de cuerpo y alma con que la había adornado su Creador. Y añadió: "¡Y ahora es mi esposa legítima y la madre de mis hijos!"

¡Eso fué todo!

Y el rey Schahzamán se asombraba prodigiosamente y se maravillaba hasta el límite de la maravilla. Luego dijo al rey Schahriar: "¡Oh hermano mío! siendo así, yo también quiero casarme. Y tomaré a la hermana de Schehrazada, a esa pequeñuela cuyo nombre no conozco. Y así seremos dos hermanos carnales casados con dos hermanas carnales". Luego añadió: "Y de ese modo, con dos esposas seguras y honradas, olvidaremos nuestra desgracia anterior. Pues, por lo que respecta a la antigua calamidad consabida, empezó por alcanzarme a mí el primero; después, por causa mía, te alcanzó a ti a tu vez. Y si no se hubiese descubierto mi desgracia, no te hubieras tú enterado, ni por asomo, de la tuya. ¡Ay! ¡oh hermano mío! en estos tres últimos años lo he pasado muy mal. Jamás pude gustar realmente el amor. Porque, siguiendo tu ejemplo, cada noche tomaba a una muchacha virgen, y por la mañana mandaba matarla, para hacer expiar a la raza de las mujeres la calamidad que nos había alcanzado a ambos. Pero ahora también quiero seguir el ejemplo que me das, y casarme con la segunda hija de tu visir".

Cuando el rey Schahriar oyó estas palabras de su hermano se tambaleó de alegría, y se levantó en aquella hora y en aquel instante, y fué en busca de su esposa Schehrazada, y la puso al corriente de lo que acababan de hablar él y su hermano. Y así fué como le notificó que el rey Schahzamán se hacía novio oficial de su hermana Doniazada.

Y Schehrazada contestó: "¡Oh rey del tiempo! damos nuestro consentimiento, pero con la condición expresa de que tu hermano el rey Schahzamán habite en adelante con nosotros. Porque ni por una hora podría yo separarme de mi hermana pequeña. Yo soy quien la ha educado; y ella no puede dejarme, como yo no puedo dejarla. Por tanto, si tu hermano acepta esta condición, desde este instante mi hermana es su esclava. Si no, nos quedamos con ella.

Entonces el rey Schahriar fué en busca de su hermano, con la respuesta de Schehrazada. Y el rey de Samarkanda exclamó: "Por Alah, ¡oh hermano mío! que ésa era precisamente mi intención. ¡Porque tampoco yo podría ya separarme de ti, aunque sólo fuera una hora! En cuanto al trono de Samarkanda, Alah le escogerá y le enviará a quien quiera. Pues, por mi parte, no pienso en reinar allá más, y no me moveré de aquí".

Al oír estas palabras, el rey Schahriar no tuvo límites para su alegría y contestó: "¡Eso es lo que yo anhelaba! ¡Loado sea Alah, ¡oh hermano mío! que por fin nos ha reunido después de larga separación!"

Y acto seguido se envió a buscar al kadí y a los testigos. Y se extendió el contrato de matrimonio del rey Schahzamán con Doniazada, la hermana de Schehrazada. Y así fué como se casaron los dos hermanos con las dos hermanas.

Y entonces fué cuando los regocijos y las iluminaciones llegaron a su apogeo, y durante cuarenta días y cuarenta noches toda la ciudad comió y bebió y se divirtió a costa del tesoro.

En cuanto a los dos hermanos y a las dos hermanas, entraron en el hammam, y se bañaron con agua de rosas y con agua de flores y con agua de sauce aromático y con agua perfumada de almizcle, y se quemó a sus pies madera de aigle y de áloe.

Y Schehrazada peinó y trenzó los cabellos de su hermana menor, y los roció de perlas. Luego le puso un traje de tela antigua del tiempo de los Khosroes, brochada de oro rojo, y adornada aparte del tejido, con bordados que representaban, en sus colores naturales, animales ebrios y aves desfallecidas. Y le puso al cuello un collar feérico. Y así bajo los dedos de su hermana, Doniazada quedó más hermosa que pudiera estar nunca la esposa de Iskandar el de los Dos Cuernos.

Así es que cuando los dos reyes salieron del hammam y se sentaron en sus tronos respectivos, el cortejo de la recién casada, compuesto por esposas de emires y dignatarios, se formó en dos filas inmóviles, una a la derecha y otra a la izquierda de ambos tronos. Y las dos hermanas hicieron su entrada, sosteniéndose una a otra, semejantes a dos lunas en una noche de luna llena.

Entonces avanzaron hacia ellas las más nobles entre las damas presentes. Y cogieron de la mano a Doniazada, y después de quitarle los trajes que llevaba, la pusieron un traje de raso azul, de un tinte ultra marino, que arrebataba la razón. Y quedó ella como lo describiera el poeta en estos versos:

¡Se adelanta vestida con un traje azul ultramarino, y creeríasela un fragmento arrancado del azul de los cielos!
¡Sus ojos son sables famosos, y bajo sus párpados tiene miradas llenas de hechicería!
¡Sus labios son una colmena de miel, sus mejillas un parterre de rosas y su cuerpo una corola de jazmín!
¡Al ver la finura de su talle y su encantadora grupa redondeada en la tranquilidad, se la confundiría con el tallo del bambú clavado en un montículo de movible arena!

Y su esposo el rey Schahzamán se levantó y descendió a mirarla el primero. Y cuando la hubo admirado así vestida, volvió a subir a su trono. Y Schehrazada, ayudada por las damas del cortejo, puso a su hermana un traje de seda color de albaricoque. Luego la besó, y la hizo pasar por delante del trono del esposo. Y así, más encantadora que con su primer traje, era de todo punto la que ha descrito el poeta:

¡La luna de verano en medio de una noche de invierno no es más hermosa que tu llegada, ¡oh joven!

Las trenzas sombrías de tus cabellos, que te entorpecen los talones, y las bandas de tinieblas que te ciñen la frente, me hacen decirte: ¡Ensombreces la aurora con el ala de la noche!" Pero me contestas: "¡No! ¡no! ¡es una simple nube que oculta la luna!"

Y el rey Schahzamán descendió a mirar a Doniazada, la recién casada, y la admiró por todos lados. Y tras de disfrutar así el primero con la contemplación de su belleza, volvió a sentarse al lado de su hermano Schahriar. Y Schehrazada, después de besar a su hermana pequeña, le quitó su traje color de albaricoque y la vistió con una túnica de terciopelo granate, y la puso como dice de ella el poeta en estas dos estrofas.

¡Te contoneas ¡oh llena de gracia! en tu túnica granate, ligera como la gacela; y a cada uno de tus movimientos tus párpados nos lanzan flechas mortales!
¡Astro de belleza, tu aparición llena de gloria los cielos y las tierras, y tu desaparición extendería tinieblas sobre la faz del Universo!

Y de nuevo Schehrazada y las damas de honor hicieron a la desposada dar la vuelta a la sala lentamente y a pasos contados. Y cuando Schahzamán la hubo considerado y se hubo maravillado, la hermana mayor la vistió con un traje de seda amarillo limón, rayado con dibujos a lo largo. Y la besó y la estrechó contra su pecho. Y Doniazada era exactamente aquella de quien el poeta había dicho:

¡Aparece como la luna llena en la serenidad de las noches, y sus miradas hechiceras alumbran nuestro camino!
¡Pero si me acerco, para calentarme al fuego de sus ojos, me rechazan dos centinelas: sus dos senos erectos y duros como la piedra!

Y Schehrazada la paseó, a pasos lentos, por delante de los dos reyes y de todos los invitados. Y el recién casado se aproximó a mirarla muy de cerca y volvió a subir a su trono, encantado. Y Schehrazada la besó largamente, le cambió sus vestidos y le puso un traje de raso verde brochado de oro y sembrado de perlas. Y le arregló simétricamente los pliegues, y le ciñó la frente con una ligera diadema de esmeraldas. Y Doniazada, aquella rama de ban alcanforada, dió la vuelta a la sala, sostenida por su querida hermana. Y fué un encanto. Y no ha mentido el poeta cuando ha dicho de ella:

¡Las hojas verdes ¡oh joven! no velan de manera más encantadora lo, flor roja de la granada, que te vela a ti tu verde túnica!
Y le dije: "¿Cuál es el nombre de ese vestido, ¡oh joven!?" Ella me dijo: "No tiene nombre: es mi camisa".
Y exclamé: "¡Qué maravillosa es tu camisa, que nos traspasa el hígado! ¡En adelante la llamaré la camisa punzadora del corazón!"

Luego Schehrazada cogió a su hermana por el talle, y se encaminó lentamente con ella, entre las dos filas de invitadas y ante los dos reyes, a los aposentos interiores. Y la desnudó y la preparó y la acostó y le recomendó lo que tenía que recomendarle. Después la besó llorando, porque era la primera vez que se separaba de ella una noche. Y Doniazada lloró también, besando mucho a su hermana. Pero como iban a verse por la mañana, tomaron su dolor con paciencia, y Schehrazada se retiró a sus habitaciones.

Y aquella noche fué para los dos hermanos y las dos hermanas la continuación de la mil y una noches, por la alegría, la felicidad y la blancura. Y se convirtió en efemérides de una era nueva para los súbditos del rey Schahriar.

Y cuando llegó la mañana posterior a aquella noche bendita, y los dos hermanos, al salir del hammam, se reunieron de nuevo con las dos hermanas bienaventuradas, y así que los cuatro estuvieron juntos, el visir, padre de Schehrazada y de Doniazada, pidió permiso para entrar, y fué introducido al punto. Y ambos se levantaron en honor suyo; y sus dos hijas fueron a besarle la mano. Y deseó él larga vida a sus yernos, y les pidió órdenes para el día.

Pero le dijeron: "¡Oh padre nuestro! queremos que en adelante seas tú el que tenga que dar órdenes, sin recibirlas nunca. Por eso, de común acuerdo, te nombramos rey de Samarkanda Al-Ajam" Y dijo Schahzamán: "Sí, pues he renunciado a la realeza". Y Schahriar dijo a su hermano: "Pero es a condición ¡oh hermano mío! de que me ayudes en los asuntos de mi reino, aceptando el compartir conmigo la realeza, para lo cual gobernaremos por turno, yo un día y tú otro día". Y Schahzamán dió a su hermano mayor la respuesta que convenía, diciendo: "Escucho y obedezco".

Entonces las dos hermanas se arrojaron al cuello de su padre el visir, que las besó y besó a los tres hijos de Schehrazada, y se despidió tiernamente de todos. Luego partió para su reino, a la cabeza de una escolta magnífica. Y Alah le escribió la seguridad, y le hizo llegar sin contratiempo a Samarkanda Al-Ajam. Y se regocijaron con su llegada los habitantes de Samarkanda. Y reinó sobre ellos con toda justicia, y fué un gran rey entre los reyes. Y esto es lo referente a él.

Pero en cuanto al rey Schahriar, se apresuró a llamar a los escribas más hábiles de los países musulmanes y a los analistas más renombrados, y les dió orden de escribir cuanto le había sucedido con su esposa Schehrazada, desde el principio hasta el fin, sin omitir un solo detalle.

Y pusieron manos a la obra, y de tal suerte escribieron con letras de oro treinta volúmenes, ni uno más ni uno menos. Y llamaron a esta serie de maravillas y de asombros: EL LIBRO DE LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE.

Luego, por orden del rey Schahriar, sacaron un gran número de copias fieles, que difundieron por los cuatro costados del Imperio para que sirvieran de enseñanza a las generaciones.

Respecto al manuscrito original, lo depositaron en el armario de oro del reino, bajo la custodia del visir del tesoro.

Y el rey Schahriar y su esposa la reina Schehrazada, aquella bienaventurada, y el rey Schahzamán y su esposa Doniazada, aquella encantadora, vivieron entre delicias, felicidades y alegrías durante años y años, con días más admirables que los anteriores y noches más blancas que el rostro de los días, hasta la llegada de la Separadora de amigos, la Destructora de palacios y la Constructora de tumbas, ¡la Inexorable, la Inevitable!

Y tales son las historias espléndidas llamadas MIL NOCHES Y UNA NOCHE, con lo que en ellas hay de cosas extraordinarias, enseñanzas, maravillas, prodigios, asombros y belleza.

Pero Alah es más sabio. Y sólo El puede discernir en todo ello lo que es verdad y lo que no es verdad. ¡El es el Omnisciente!

¡Loores y gloria, hasta el fin de los tiempos al que permanece intangible en Su eternidad, cambia a Su antojo los acontecimientos, y no experimenta ningún cambio, al Dueño de lo Visible y de lo Invisible, al Unico Viviente! ¡Y la plegaria y la paz y las más escogidas bendiciones para el elegido por el supremo Potentado de ambos mundos, para nuestro señor Mahomed, Príncipe de los Enviados, joya del Universo¡